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Nova tellus

Print version ISSN 0185-3058

Nova tellus vol.28 n.1 Ciudad de México Jun. 2010

 

Noticias

 

Jesús Guízar Villanueva (1947-2010)

 

Tarsicio Herrera Zahén*

 

* Doctor en Letras (Clásicas) por la Universidad Nacional Autónoma de México, es profesor de Latín y Etimología, y estudioso de Horacio, Tibulo, Ovidio y Marcial, así como de los autores neolatinos Fray Diego Valadés, Diego José Abad y Sor Juana Inés de la Cruz; miembro de la Real Academia Mexicana de la Lengua. Correo electrónico: traherzap@prodigy.net.mx.

 

Ha levantado el vuelo al Empíreo el eminente vate y humanista don Jesús Guízar Villanueva (23 enero 2010), canónigo y secretario del Cabildo de la Basílica de Guadalupe, en la cual era director de la revista Jubilosa voz guadalupana, donde él desplegaba cada mes la "Página literaria". Allí presidía también la Pastoral Profética.

Miles de lectores conocieron en esa publicación la personalidad de don Jesús Guízar, nacido en la ciudad de México, pero vástago del frondoso bosque michoacano de Cotija.

Cuánto nos gustaba a Quízar y al suscrito hacer recuerdos de nuestra juventud en la Universidad Qregoriana de Roma, en la cual obtuvimos, en no menos de un trienio cada uno, él la licenciatura en Teología (1971), y yo la de Filosofía (1955).

Por ello, don Jesús, tras haber revisado nuestro libro Poemas mexicanos universales latinizados (UNAM, FFyL,1989), nos dijo con afectuosa llaneza: "Éste es uno de los más bellos libros que he visto en mi vida... para no hablar de tu versión al libro de Montrroso Ovis nigra atque caeterae fabulae, del año anterior". Elogio desmedido, pero del cual dejo constancia un tanto atenuada, para mostrar cuánto amaba el latín don Jesús.

 

La péñola latina de Guízar

Nuestro humanista michoacano gustaba tanto del latín, que la mejor manera que encontró para encabezar su póstuma Antología Poética ¡Ay, el tiempo!, fue con la transcripción de las célebres reflexiones de Agustín de Hipona en torno al tiempo. Por cierto que don Jesús Guizar me hizo entrega de sus originales para esta antología —pidiéndome que les antepusiera un prólogo—, justamente una semana antes de morir.

En efecto, el filósofo y estilista latino dedica en sus bellísimas Confesiones, todo el capítulo XIV del libro XI, a este tema, y escribe así:

Quid est ergo TEMPUS? Si nemo ex me quaerit, scio; si quaerenti explicare velim, nescio.

Don Jesús lo traduce así:

¿Qué es, pues, el TIEMPO? Si nadie me lo pregunta, lo sé; mas si quiero explicárselo a quien me lo pregunta, no lo sé.

Y nuestro vate sigue citando:

Fidenter tamen dico scire me quod si nihil praeteriret, non esset praete-ritum tempus; et si nihil adveniret non esset futurum tempus; et si nihil esset, non esset praesens tempus.

Aquí, Quízar sigue traduciendo:

Lo que sí digo con seguridad es que, si nada pasase, no habría tiempo pasado; y si nada sobreviniese, no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no habría tiempo presente.

Tras cerrar su cita de San Agustín, don Jesús dice que había oído a su maestro de Cosmología filosófica, don Héctor Rogel, que tenía coleccionadas 500 definiciones del tiempo (¿o 100?) pero que ninguna realmente lo definía, pues, o eran metáforas y descripciones ilusorias, o tautologías. Y declara luego don Jesús: "Yo entonces no hice definición alguna, sino simplemente una descripción paradójica de esta realidad a la que el sabio y santo Agustín de Hipona dedicó todo el bello libro XI de sus Confesiones, titulándolo "Relaciones del tiempo y la eternidad".

Al respecto, el poeta Quízar nos informa que él emprendió un amplio poema que le llevó dos años, en cuya elaboración se había desanimado mil veces. Cuando lo terminó, sumaba 100 versos, con 36 rimas diferentes, de un total de 40.

Eran 10 estrofas de las que se donominan décimas o "espinelas", forma que por cierto don Jesús ha cultivado numerosas veces con admirable acierto.

Damos aquí una de las más brillantes estrofas de su poesía "¡Ay, el tiempo!":

Mientras dure mi presencia / en la tierra, voy midiendo
el tiempo, pero no entiendo / cuál es del tiempo la esencia,
pues todo se vuelve ausencia / desde el día en que nací,
hasta el presente que aquí / ante mis ojos se ha ido:
¿Será que el tiempo yo mido / o el tiempo me mide a mí?

 

Un Via crucis latinista

Ya se va viendo que don Jesús Quízar tiene como tópicos favoritos los textos latinos. Por ello no encontró mejor inspiración para los sonetos de su primer Via crucis, que la transcripción de los respectivos textos evangélicos. He aquí algunos de ellos.

La primera estación dolorosa (Jesús condenado a muerte) la presenta nuestro poeta con el pasaje de Mateo, 27, 26:

Jesum autem flagellatum [Pilatus] tradidit eis ut crucifigeretur.

Y lo vierte así:

Pilato les entregó a Jesús flagelado para que lo crucificaran.

La estación X (Jesús es despojado de sus vestiduras), lleva este texto de Juan 19, 23:

Milites [...] acceperunt vestimenta ejus et fecerunt quattuor partes: uni-cuique militi partem, et tunicam.

Así lo traduce don Jesús:

Los soldados [...] tomaron su manto e hicieron cuatro partes: una para cada soldado, y la túnica.

De modo similar, el lírico Via crucis del vate Jesús Quízar incluye hasta diez citas evangélicas. Pero, además, en el sucesivo álbum lírico-trágico que Jesús Quízar ha titulado Via crucis del árbol de la vida, casi ha duplicado la suma de dichas citas evangélicas (llega a sumar 18) en la lengua tradicional de la liturgia: el latín.

 

Un inolvidable Stabat Mater

Es de señalar que incluso en su melífluo álbum Cantares leves a María de Guadalupe, don Jesús incluye su gloriosa versión del inmortal Stabat Mater, prototipo de inspiración latina medieval, debido al poeta franciscano Jacopone da Todi (1230-1306). Es notable que Quízar cierre este delicado libro con un himno doloroso, y que el himno esté en latín. Pero ello se debe a que don Jesús amaba por igual el latín como todos los poemas del ciclo del poverello Francisco de Asís.

Don Jesús sabía que esa "secuencia" de la Virgen Dolorosa había sido traducida por el propio Lope de Vega y se había convertido en uno de los más clásicos poemas castellanos. Lope de Vega comenzaba su versión con estos tercetos que conservamos en la memoria desde nuestra infancia, en que los leímos por primera vez:

Dolida la Madre estaba / junto a la cruz, y lloraba
mientras el Hijo pendía,
cuya alma triste y llorosa / contristada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

Al respecto, don Jesús Guízar nos narra que don Raúl Soto, Missio-narius Spiritus Sancti, le comentaba un día del año 2000:

—Don Jesús. Usted nos habla mucho de los clásicos latinos, pero no encontramos entre sus escritos algo macizamente latino.

Entonces, Guízar se entusiasma y le contesta:

—Está bien, don Raúl. ¿Se acuerda usted de que el Stabat Mater es una secuencia con 21 tercetos en dímetros trocaicos pareados? Ya hace tiempo que lo traigo entre ojos, y le tengo tantas ganas, que esta noche se lo voy a traducir a usted en otros tantos pareados castellanos, incluyendo los versos tercero y sexto rimados entre sí.
—¿Y cuándo lo podré ver?
—Esta misma noche lo escribo y lo paso en limpio, en unas ocho horas. Si empiezo hoy a las 8 de la noche, mañana temprano espero entregárselos a usted, después de nuestro oficio matutino de la Basílica. Si quiere, hasta lo cantamos los dos en la amable salmodia gregoriana original.

Con respecto al ritmo octosílabo del himno latino en cuestión, don Jesús Guízar recordaba a la perfección algunos de sus más ingenuos cuartetos octosílabos, como

Guadalupe, Virgen mía, / Santa Niña de la paz.
¡Cada día te quiero más!

Era tal el dominio de don Jesús Guízar sobre la lengua latina de los escolásticos medievales, que corrió a su casa, cercana a la Basílica del Tepeyac. Apenas se empinó un buen café con algún bocadillo, y tomó la pluma.

Así tradujo los tercetos iniciales del musical Stabat Mater:

Ya para entonces, don Jesús Guízar pudo tomarse un descanso. Reflexionó en que desde hacía tiempo, el ritmo octosílabo era su favorito, y recordaba haberlo usado en tantas poesías guadalupanas, como en su Romance de una misma respuesta, cuyas rimas asonantes son -E con -A (como de morEnA con tiErrA). Son aquellos que van así:

¿De dónde bajaste, Aurora, / con tu carita morena?
—Del Cielo a mi Tepeyac, / lo más lindo de la tierra.
—¿De dónde trajiste amores / más limpios que las estrellas?
— Del Cielo...
—¿De dónde llegaste, Virgen, / para sembrar primaveras?
— Del Cielo...
—¿De dónde desciende núbil / la luna que te refleja?
— Del Cielo...

Y don Jesús pudo entonces continuar su traducción del Stabat Ma-ter en otra cadena de octosílabos rimados. Estos son los sucesivos:

Ya estaba satisfecho don Jesús Guízar. Había ya cincelado toda una nueva serie de bellezas con octosílabos, esas estrofas en que había construido tantas veces sus favoritas décimas o espinelas. Bástenos con recordar su coro para la "Misión del año 2000".

¡Oh Virgen de gracia llena!, / Hija del Eterno Padre,
que al Tepeyac como madre / trajiste el alma morena;
cúranos de toda pena, / transforma en gozo el dolor,
y deja que tu calor / nos haga buenos hermanos
para alcanzar, por tus manos, / la eternidad del amor.

Sin duda ya habría sonado la media noche de esa velada histórica en que Guízar nos dejó su versión perdurable del Stabat Mater. Y todavía tenía bríos para emprender la recta final. Veamos ahora sus siete estrofas conclusivas.

Ya hemos dado cuenta de dos traducciones de la etérea secuencia de la Madre de los Dolores. La más célebre es la debida a la pluma inmortal de Lope de Vega. La segunda es la de Guizar. Y una tercera, poco conocida, es la realizada por quien esto escribe, quien la ha entregado al INBA en 2007, dentro de su libro inédito De Carmina Burana al Requiem de Amadeus.

Pero la versión más genial realizada en México frente al inmortal Stabat Mater, es sin duda esta que hemos transcrito para conmemorar el fallecimiento del vate de estirpe michoacana Jesús Guízar Villanueva, a quien en el prólogo de su Antología poética ¡Ay, el tiempo!, ya hemos denominado "el poeta del Tepeyac y de la gloria".

En honor a su veneración por el latín, hemos vertido a esa lengua perdurable su citado haikái "Ser tu ángel", que reza:

¡Cómo quisiera a tus pies
poner un manto de estrellas,
tener alas y —después—
llevarte a donde tú quieras!

Y en nuestro amado latín, nosotros lo cantamos así:

quam yellem tuas ad soleas
locare pallam cüm stellis,
alas habere atqüe postea
ferre te quocumque velis !

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