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Perfiles educativos

Print version ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.42 n.167 Ciudad de México Jan./Mar. 2020  Epub Apr 30, 2020

https://doi.org/10.22201/iisue.24486167e.2019.167.59063 

Claves

El tránsito de estudiantes universitarias hacia el feminismo

The shift toward feminism among women university students

Araceli Mingo* 

*Investigadora titular del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) (México). Doctora en Investigación Psicológica. Línea de investigación: relaciones de género en espacios educativos. Publicaciones recientes: (2017, en coautoría con H. Moreno), “Sexismo en la universidad”, Estudios Sociológicos, vol. 35, núm. 105, pp. 571-597; (2016), “Pasen a borrar el pizarrón. Mujeres en la universidad”, Revista de la Educación Superior, vol. 47, núm. 178, pp. 1-15.


Resumen

En este artículo se presentan los resultados obtenidos en las entrevistas realizadas a once estudiantes feministas de la Universidad Nacional Autónoma de México que han participado activamente en la denuncia de diversos actos de violencia contra las mujeres ocurridos en esta universidad. Las entrevistas tuvieron como propósito recolectar información sobre varios aspectos relativos a su historia como activistas. Para el procesamiento de la información recolectada se utilizó la técnica de análisis temático. Con los testimonios elegidos se busca ilustrar los hechos que condujeron a estas estudiantes a involucrarse en el activismo feminista, así como algunas de las experiencias que han marcado la vida de los grupos que han formado para dar cauce a su activismo. Los resultados de esta investigación permiten apreciar que, a pesar del paso del tiempo, aún queda un largo camino por recorrer para que el haber nacido mujeres no suponga una carga para las universitarias.

Palabras clave: Movimientos estudiantiles; Organizaciones de mujeres; Feminismo; Educación superior; Sexismo; Violencia contra las mujeres

Abstract

This article presents the results obtained from interviews with eleven feminist students at the Universidad Nacional Autónoma de México who have participated actively in denouncing various acts of violence against women which have taken place in the university. The interviews were designed to gather information on several aspects relating to their experience as ac- tivists. The technique of thematic analysis was used to process the information collected. With the selected testimonials, we seek to illustrate the events which led these students to get involved in feminist activism, and some of the experiences which have marked the lives of the groups they have formed as vehicles for their activism. The results of this investigation show that, despite the passing of time, there is still a long way to go before being born female does not represent a burden for university students.

Keywords: Student movements; Women’s organizations; Feminism; Higher education; Sexism; Violence against women

Introducción

En los relatos de las estudiantes que participaron como informantes en esta investigación se aprecia la importancia que ha tenido, para su práctica política, participar en grupos exclusivos de mujeres. Para enmarcar los hechos que las condujeron a formar estos grupos, en la primera parte de este artículo se presenta la revisión de diversas experiencias ocurridas a partir de la década de los años sesenta del siglo pasado que dieron nacimiento a los entonces llamados pequeños grupos, o grupos de conciencia. La práctica política que se gestó en ellos dio impulso al resurgimiento de un vigoroso movimiento feminista1 que dejó valiosas enseñanzas para quienes hoy día forman parte de él, entre éstas, la necesaria consideración de que “lo personal es político”. Más adelante, después de precisar lo relativo al origen y desarrollo de este estudio se incluye un apartado en el que se recuperan las vivencias que condujeron a las estudiantes a adoptar el feminismo como camino para su acción política. En un apartado posterior se presentan algunas de las experiencias por las que han transitado las entrevistadas en las colectivas en las que participan. En éstas se aprecia la importancia que ha tenido “lo personal” en la vida de estos grupos. En el siguiente apartado se incorpora la discusión de las experiencias presentadas. Por último, a manera de cierre, se presenta una reflexión a propósito de la permanencia del sexismo dentro de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

De las organizaciones mixtas a las organizaciones de mujeres

La división sexual del trabajo que ha privado a lo largo del tiempo en sociedades como la nuestra ha posicionado a los hombres como los actores de la vida pública y a las mujeres como responsables de la vida doméstica. Esto ha conducido a que la participación de ellas en el campo de la acción política haya quedado oscurecida por el protagonismo otorgado a los hombres en las luchas sociales. Sara Evans (1983) señala que a las mujeres a las que se da un reconocimiento como interventoras en un cierto evento histórico son sólo aquéllas a las que se “descubre” porque su actuación se desvía de la norma y se asemeja a la forma en que han actuado los hombres poderosos, pero esto deja de lado la realidad histórica de la mayoría de las mujeres. Frente al rescate de quienes aparecen como excepcionales -lo cual refuerza la visión tradicional respecto a la escasa importancia de las mujeres en los cambios sociales- Evans (1983) plantea que no podemos conocer la multitud de formas y lugares en que ellas han sido agentes históricos sino hasta que veamos el pasado a través de los ojos de las mujeres, apartándonos de los límites impuestos por los estereotipos patriarcales o por los que derivan de nuestras propias y limitadas experiencias.

En este sentido, los relatos de mujeres que participaron en las últimas décadas del siglo pasado en importantes movimientos ocurridos en diversas partes del mundo dan cuenta no sólo de su compromiso con las causas que animaban estas movilizaciones, sino también de sus formas de participación en éstos y de las dificultades que enfrentaron por el hecho de ser mujeres.

En la revisión pormenorizada que hace Christina Greene de la intervención de las mujeres en los movimientos Black Power y Civil Rights Movement (CRM) en Estados Unidos, señala que la presencia masculina que domina en los recuentos populares y en el estudio del movimiento moderno por los derechos de la población negra ha dejado en la oscuridad el destacado papel de un amplio número de mujeres, especialmente afroamericanas, que participaron como líderes, activistas en organizaciones de base, estrategas y teóricas en este movimiento (Greene, 2016).

Evans (1980) señala que a pesar de los golpes y el encarcelamiento que habían padecido no sólo los hombres, sino también las mujeres afroamericanas que participaban en la vanguardia del CRM, a su regreso a las oficinas centrales (llamadas “freedom house”) tanto ellas como las mujeres blancas se encargaban de las labores domésticas, realizaban las tareas de oficina, como la mecanografía de los documentos, y cuando los medios buscaban un portavoz ellas quedaban al margen. Esta situación comenzó a generar un rechazo hacia los roles sexuales tradicionales a los que se les relegaba. Agrega Evans que las estudiantes que se incorporaron en 1964 y 1965 en el Student Non-violent Coordinating Comitee (SNCC), organización que destacó en el CRM que se desarrollaba en el sur del territorio estadounidense, ya estaban convencidas de que las mujeres podían hacer cualquier cosa que hicieran los hombres. En el verano de 1964 las tensiones se exacerbaron; esto condujo a que las activistas Mary King y Casey Hayden elaboraran un documento en el que expresaban su posición2 sobre el trato discriminador que recibían las activistas y señalaban que la asunción de la superioridad masculina respecto a las mujeres estaba tan arraigada en sus compañeros como en la población blanca su supremacía respecto a la población negra. El documento pasó prácticamente inadvertido en la conferencia donde debía discutirse salvo por el “chiste” que en un momento de descanso hizo a propósito de esta posición el conocido líder Stokeley Carmichel: “la única posición para las mujeres en el SNCC es boca abajo”, intervención que fue celebrada con las risas de quienes lo rodeaban (Evans, 1980: 87).

Al igual que lo ocurrido en el SNCC, en la organización Students for a Democratic Society (SDS) -surgida en la década de 1960 y en la que participó un amplio número de estudiantes de diversas universidades estadounidenses que se unieron contra la guerra de Vietnam, las costumbres conservadoras, el autoritarismo dentro de sus centros de enseñanza y por la democratización de la sociedad, entre otras causas- lo relativo al “asunto de las mujeres” no fue objeto de atención. Barbara Epstein, una activista que había participado en las luchas tanto de la vieja como de la nueva izquierda estadounidense, quedó sorprendida por la forma en que dentro de la SDS se ignoraba lo que ya en el Partido Comunista se había identificado como el chauvinismo masculino, asunto del que se podía hablar a pesar de que se consideraba como una preocupación pequeñoburguesa que sería resuelta después de la revolución. Ella comentó que en la SDS el tema era objeto de risas y que su discusión resultó imposible a pesar de los intentos por lograrlo (Rosen, 2006).

Linda Gordon (2016) señala que las feministas que participaban en la SDS protestaban por los comportamientos sexistas dentro de la organización. Criticaban el afán de llamar la atención de parte de los hombres, así como su aventurismo y machismo. Agrega que la objetivación sexual de las mujeres -presente en la sociedad estadounidense- permeaba a la SDS, así como la cultura estudiantil del momento. Relata que cuando una activista subió a tomar la palabra en un mitin contra la guerra realizado en la ciudad de Washington, un grupo de hombres, ubicado en la parte delantera de la audiencia, gritó “bájenla del escenario y cójansela, es lo que ella necesita”. Más adelante Gordon precisa que mujeres que habían escrito brillantes análisis políticos e históricos durante su enseñanza universitaria se sentían temerosas de hablar en mítines grandes debido, en buena medida, a la conciencia de ser vistas como espectáculo y evaluadas en términos del grado en que resultaban deseables. Por otro lado, observa que en caso de que un hombre expresara un punto de vista que previamente había externado alguna activista, en cualquier mención posterior a éste el varón aparecía como el referente. Así mismo, señala que de manera automática los hombres consideraban a otros hombres como su audiencia, camaradas, co-estrategas o adversarios.

En su investigación sobre el movimiento estudiantil de 1968 en México, Deborah Cohen y Lessie Joe Frazier encontraron que, si bien en ese momento la visión sobre la necesidad de la participación política de las mujeres iba ganando mayor aceptación, se les juzgaba en lo individual como carentes de la audacia, el intelecto y coraje que se consideraban como inherentes al “ideal masculinista del líder”. Esta visión condujo a que la gran mayoría de las activistas quedara excluida de los cargos políticos más competitivos. Una de las entrevistadas para esta investigación señaló que los hombres las trataban como inferiores y les decían que ellas no sabían y no podían hacer nada, mientras que ellos podían hacer todo. Varias dijeron que su inexperiencia política no era la única dificultad que debían vencer para hablar y ser escuchadas, sino también el trato que recibían en las asambleas: “los hombres acostumbraban chiflar y gritarnos cosas cuando tratábamos de hablar. Eso hacía más difícil poder hablar y expresar lo que pensábamos”. Cohen y Frazier anotan que cuando iniciaron este estudio varios de los principales historiadores les dijeron que las mujeres no habían participado en este movimiento; más adelante, cuando identificaron un amplio número de involucradas, el comentario con el que se les descartó fue que “su participación no había influido mayormente en el curso del movimiento” (2004: 604). De esta forma, el destacado trabajo de las mujeres había sido condenado a permanecer en la penumbra que deja la exaltación de los hombres como luchadores a pesar de que, como una de estas autoras recordó, “peleábamos hombro con hombro con los varones… Éramos luchadoras muy valientes, iguales que cualquier hombre (Cohen y Frazier, 2004: 619).

Gill Allwood y Khursheed Wadia (2002) anotan que el Mouvement de Libération des Femmes que se desarrolló a principios de la década de 1970 en Francia emergió, en buena medida, de la reacción de las mujeres contra la subordinación que experimentaban en las organizaciones de izquierda. Esta situación las condujo a la formación de grupos exclusivos para ellas para no replicar las relaciones de poder que las silenciaban en las organizaciones mixtas. Respecto a lo ocurrido en Francia, Picq (2008: 73) indica que la ruptura con el izquierdismo -que las mujeres decían que reproducía en su seno lo mismo que denunciaba- se manifestó “de entrada, por la ‘nomixticidad’, que ha representado el acto fundador del movimiento de las mujeres”. Agrega que “la ‘no-mixticidad’ ha supuesto para las mujeres un gran descubrimiento: estando solas, la palabra surgía más fácilmente y el hecho de haber vivido los mismos problemas, resultado de una situación común de opresión, ayudaba a la expresión de solidaridad”.

De acuerdo con Elena Vacchelli (2011), las organizaciones de izquierda en Italia fueron incapaces de entender la nueva conciencia que habían alcanzado las mujeres en los grupos de auto reflexión en los que participaban y, por ello, la determinación de las activistas de expresar su propia voz fue recibida con hostilidad. Esto generó conflictos internos dentro del movimiento de 1968 que llevaron a las feministas a crear sus propios espacios a partir los cuales podían abrirse un lugar dentro del debate público.

Así, las prácticas sexistas, que eran comunes en estos movimientos y sus organizaciones, junto con la sordera a las críticas y demandas de las participantes fueron el caldo de cultivo para la formación de grupos autónomos de mujeres. Esta separación no fue sencilla dada la oposición que despertaba no sólo en los varones, sino también en algunas mujeres; a ello se sumaban las dudas que suscitaba en otras la pertinencia de su salida para formar sus propios grupos. La oposición a esta medida no sólo generó conflictos al interior de las agrupaciones que abandonaban las activistas, sino también condujo, en no pocos casos, a una descalificación agresiva del movimiento de las mujeres y de sus participantes.

El nuevo impulso que cobra el feminismo a partir de los años setenta del pasado siglo en diversos países de América Latina está vinculado, de acuerdo con Nancy Saporta et al. (1992), a la participación de las mujeres en las luchas que se daban en la región contra los regímenes militares y las democracias nominales que reprimían cualquier tipo de movimiento progresista. Así, al igual que lo sucedido en países como Estados Unidos y algunos de Europa occidental, la segunda ola del feminismo latinoamericano nació en los movimientos de la nueva izquierda que también estaban dominados por hombres, tenían prácticas sexistas y desinterés por los asuntos de las mujeres. Las autoras señalan que, a diferencia de lo ocurrido con las feministas radicales estadounidenses, las feministas latinoamericanas se mantuvieron comprometidas con un cambio radical en sus países a la par que luchaban contra el sexismo en las organizaciones de izquierda. Por ello, si bien se dieron rupturas a nivel organizativo, a nivel ideológico la ruptura no fue total (Saporta et al., 1992).3

Virginia Vargas, activista peruana, señala: “aprendimos de manera brutal que los partidos políticos no eran nuestro espacio; que si no levantábamos nuestros propios asuntos nadie lo haría por nosotras”. Respecto a las reacciones que produjo su autonomización dice que, después de haber sido consideradas como mujeres comprometidas con la lucha de los oprimidos, a los ojos de las mayoría de los hombres -y de muchas mujeres que militaban en la izquierda- se convirtieron en histéricas, pequeñoburguesas, influenciadas por ideas foráneas que buscaban dividir la unidad popular. Agrega que su autonomía fue considerada “como alejamiento de la lucha real, encapsulamiento, guetización” (Vargas, 2008: 98).

La descalificación a que se hicieron acreedoras quienes optaron en diversos países de América Latina por la formación de grupos feministas se justificaba con el argumento de que un movimiento de liberación de las mujeres resultaba innecesario, ya que su opresión sería abolida una vez que el socialismo se estableciera. Esta idea, que tenía amplia aceptación, condujo a identificar a las participantes como mujeres de clase alta, desorientadas, desconectadas de la realidad, y que adoptaban una moda sin darse cuenta que le hacían el juego al imperialismo yanqui (Saporta et al., 1992).

De acuerdo con Gordon (2016), las mujeres blancas estadounidenses que inicialmente formaron los grupos autónomos descubrieron la necesidad de desarrollar una conciencia (consciousness raising, CR) sobre la opresión que vivían y que era vista como algo natural e inevitable. Agrega que la libertad de expresión que se procuraba en ellos les permitía quejarse y externar su enojo sin temor a consecuencias; asimismo, favorecía la exploración de asuntos íntimos en un ambiente amigable y la comparación de experiencias que conducía a los análisis. También señala que se aprendía a desaprender las convenciones de género y el dominio masculino. Idealmente el proceso era uno de descubrimiento grupal, de aprendizaje compartido, que conducía a la generalización y la teoría. Añade que la práctica que se daba en estos grupos pronto condujo a prefigurar una nueva forma de hacer política que se identificó como desarrollo de la conciencia.4 Dice Gordon que los vínculos establecidos con otras mujeres durante su activismo en la nueva izquierda permitieron que las fundadoras de este movimiento de liberación se dieran cuenta de que muchas de ellas consideraban erróneamente que sus problemas eran de carácter personal, lo que las conducía al aislamiento. Frente a esto, la enunciación de sus malestares en los grupos de conciencia posibilitó a las participantes reconocer que éstos eran ampliamente compartidos y los reclasificaron como asuntos de orden social y no personal -es decir, cayeron en cuenta que “lo personal es político”5- lo cual dio paso a iniciar la búsqueda de lo que daba sustento a lo que las aquejaba. Precisa Gordon (2016) que a partir del develamiento de que lo que hoy se llama sistema de género, y de su responsabilidad en mucho de lo que experimentaban, las mujeres desarrollaron una subjetividad y una identidad políticas que sentaron las bases para un nuevo activismo.

Acerca de este estudio

La organización estudiantil que tomó el nombre de Asamblea Feminista (AF) surgió en la Facultad de Filosofía y Letras (FFL) de la Universidad Nacional Autónoma de México a fines de mayo de 2016 como un grupo exclusivo de mujeres. La decisión de formar una organización de este tipo fue resultado de la inconformidad y el enojo suscitados por el tratamiento que se dio al acoso sexual que sufrió una alumna durante una asamblea mixta de estudiantes de la FFL. El reclamo airado que hizo la joven al agresor en medio de la reunión condujo a que ésta se interrumpiera y a que algunas de las asistentes pidieran que lo expulsaran de la asamblea. Debido a que la solicitud no prosperó, pues los integrantes de la mesa se resistían a esto y proponían poner a votación si lo ocurrido era acoso, algunas de las asistentes decidieron hacerse cargo de sacarlo. Al término de la reunión algunas de las presentes -varias de ellas ya participaban en colectivas feministas- conversaron sobre la necesidad de organizarse para dar atención a este tipo de casos. Fue así que días después convocaron a una asamblea de mujeres que se desarrolló en un espacio abierto ubicado a la entrada de la facultad para dar amplia visibilidad a la reunión; y también para que la discusión sobre acoso sexual dentro de esta escuela fuera escuchada por el alumnado que entraba y salía en ese momento. Tanto en la convocatoria como al inicio de la reunión se explicitó que sólo las mujeres podían hablar y votar. Esto produjo indignación y enojo en muchos varones y en algunas mujeres que incluso usaron su voz para expresar lo que les trasmitían algunos de sus compañeros. La inconformidad se manifestó con chiflidos, burlas, intentos de tomar la palabra y gritos con los que se interrumpía a las que hablaban.6

Como se aprecia, lo ocurrido en esta primera asamblea de la AF puso el dedo en la llaga en dos sentidos, pues, por un lado, permitió que se ventilaran comportamientos que a pesar de su frecuencia habían sido normalizados o silenciados a lo largo del tiempo y, por otro, porque se pusieron límites a la participación de quienes habitualmente adoptan el papel de protagonistas en las reuniones estudiantiles.

Las noticias sobre lo acontecido en esta reunión me llevaron a asistir a varias de las asambleas y acciones convocadas por la AF, pues me interesaba conocer las razones que llevaron a la formación de la colectiva. Esto me permitió tomar contacto con algunas de sus integrantes, a quienes pedí una entrevista. Mi solicitud fue discutida en una reunión de la AF en la que se aprobó que varias contribuyeran con este estudio. Las conversaciones que tuve acerca de la AF con otras estudiantes que apoyaban sus acciones -y que también participaban en colectivas feministas que luchaban contra la violencia hacia las mujeres dentro y fuera de la UNAM- me condujo a incluirlas como informantes. Así, la elección de las estudiantes entrevistadas obedeció a su experiencia en grupos exclusivos de mujeres que se identificaban como feministas y que buscaban poner un alto a este tipo de violencia.

Se realizaron un total de once entrevistas para las que se elaboró un guion que tenía dos grandes apartados: en el primero se indagaba todo lo relativo al activismo de estas estudiantes y a la organización u organizaciones en las que participaban; en el segundo se abordaba su historia personal, así como la valoración que hacen de su experiencia como militantes feministas. Las entrevistas duraron alrededor de dos horas, se grabaron y transcribieron. Para el procesamiento de la información recolectada se utilizó la técnica de análisis temático (Braun y Clarke, 2012, entre otros). Los nombres de las participantes fueron cambiados para este artículo, ya que se les garantizó el anonimato.

A continuación se presentan los datos correspondientes a la edad y estudios de las entrevistadas, y se identifica con AF a quienes formaban parte del núcleo que daba impulso a los trabajos de la Asamblea Feminista:

Cuadro 1 Participantes en el estudio 

Luisa 25 años Último semestre de la licenciatura AF
Rosa 25 años Último semestre de la licenciatura AF
Elvira 21 años Último semestre de la licenciatura AF
María 20 años Sexto semestre de la licenciatura AF
Susana 24 años Último semestre de la licenciatura AF
Sofía 22 años Último semestre de la licenciatura AF
Margarita 26 años Tesis de licenciatura en proceso
Estela 32 años Posgrado
Elena 35 años Posgrado
Elsa 33 años Posgrado
Teresa 35 años Posgrado

Fuente: elaboración propia.

La llegada al feminismo

Diez de las once entrevistadas ya participaba en colectivas feministas previo a la constitución de la AF; María, en cambio, se inició en el feminismo cuando por azar estudiaba en el espacio abierto en donde se llevó a cabo la primera asamblea de la AF, y lo que escuchó la atrapó de tal manera que decidió incorporarse en ese momento al grupo.

Al igual que lo ocurrido con ella, los espacios universitarios jugaron un papel destacado en la definición y formación como feministas de las jóvenes entrevistadas por cosas como los libros a los que podían tener acceso en sus bibliotecas, los conocimientos que adquirían en algunas clases y las discusiones que despertaban, las docentes que contribuyeron de diversas formas a que pudieran poner nombre a sus desasosiegos, el encuentro con compañeras con las que compartían malestares e inquietudes, y el contagio de la rabia e indignación que generaba la circulación de noticias acerca de actos de violencia contra mujeres ocurridos dentro y fuera de su centro escolar. Cosas que además, como señaló Elena cuando aludió a la importancia de las universidades públicas, sucedieron “[en] un hervidero fascinante de rebeldías”. El relato de lo ocurrido a Margarita ilustra lo señalado, así como la similitud de su experiencia en grupos estudiantiles de izquierda con la de las activistas del siglo pasado:

Yo había hecho la prepa en una escuela privada marista en la que siempre me sentí ajena. Veía a mis compañeros que eran clasistas, racistas y decía “yo no quiero ser así”. Cuando entré a la Universidad me sentí en un espacio libre, en un espacio donde podía relacionarme y asociarme con quien quisiera; encontré mucha efervescencia. En la Universidad empecé a participar en movimientos de izquierda y estudiantiles, me la pasé militando de causa en causa.

Me declaré feminista entrando a la Universidad; así, ya con todas las letras porque siempre había tenido este malestar. Un compañero, fue un hombre curiosamente quien me interpeló y me dijo “¿qué tú no eres feminista?”, dije “pues no sé… yo sí soy feminista ¿no?”. Y entonces fue cuando comencé a meterme más en el rollo; leí mucho para entenderme, pero no veía un movimiento de organización de compañeras al cual integrarme y ejercer una acción feminista. Empecé a leer vorazmente de feminismo, iba a las bibliotecas de la UNAM y sacaba lo que encontraba, también iba a las librerías de viejo. Quería entenderme. Comencé a leer feminismo gringo y europeo de los sesentas y setentas. Comienzas a leer y es como una revelación y dices “¡órale!, yo no sabía esto”.

Creo que lo que hizo que estallara este nuevo feminismo militante fueron los feminicidios. O sea, sabíamos del caso de los feminicidios en Ciudad Juárez desde hace mucho tiempo, era algo que dolía mucho, pero era muy lejano y todavía no nos tocaba en los cuerpos. Pero de pronto Facebook se vuelve como la nota roja y hay muchos relatos de asesinatos de mujeres con lujo de violencia; entonces, uno como mujer que también vive violencias cotidianamente no puede quedarse sin opinión. Entonces veo cómo se empieza a acumular un sentimiento de impotencia y de mucha rabia porque se incrementan los casos y no pasa nada.

Después viene una coyuntura de organización nacional muy importante: primero fue el 132,7 que aglutinó mucha de la organización estudiantil; en la UNAM se hicieron asambleas inter facultades gigantes. Luego con los maestros que hicieron un campamento y los desalojaron violentamente, después Ayotzinapa,8 que estremeció todo y nosotras seguíamos participando. Había asambleas interuniversitarias y las mujeres ahí, ya con ese sentimiento que empezaba a despertar y que era cada vez de más rabia y de necesidad de organizarse. Participábamos en todas las causas y ahí yo veo un quiebre porque nosotras ya teníamos este sentimiento de jalar hacia adelante la causa de las mujeres y nos topamos al interior de las organizaciones estudiantiles y de izquierda de que sí hay un reconocimiento de que hay violencia, que nos están acosando, que tenemos problemas específicos de mujeres, pero no hay voluntad de atenderlos ni de ponerlos en la agenda general. Nos están matando en la Ciudad de México, en el Estado de México y esas desaparecidas no cuentan para nada. También nos topamos con que los compañeros no sólo no asumen nuestra agenda sino además son ¡hiper machos! En las formas de hacer política siempre hay jerarquizaciones, ellos siempre hablan con ese protagonismo que los caracteriza y a las mujeres siempre se les relega a papeles secundarios. Entonces este enojo se va acumulando junto con el golpeteo con los compañeros y surge la necesidad de construir nuestras propias organizaciones para desahogar nuestros puntos y trabajar libremente, para hacer algo aquí y ahora y no esperar a que llegue la revolución.

Como te dije, yo leía del feminismo gringo y europeo, cómo surgió, cómo las mujeres se fueron a la calle [a manifestarse] e identifico que eso mismo que les pasó nos está pasando a nosotras. No sólo no toman nuestras demandas sino también nos acosan. En campamentos o acciones que se hacen y que uno tiene necesidad de quedarse a dormir, a tiro por viaje hay acoso. Se meten a los sleeping y te tocan en la noche ¡los compañeros!

Respecto al surgimiento de un nuevo movimiento feminista “menos teórico y más militante” -en el que la rebeldía de las jóvenes de distintas partes del país contra la violencia ha jugado un papel central- varias de las entrevistadas identificaron como un parteaguas la marcha realizada el 24 de abril de 2016, conocida como “24A”. Esta marcha fue convocada con el lema “#VivasNosQueremos” para denunciar los feminicidios y las demás violencias machistas.9

Teresa señaló: “y llegó el 24A como una ola que nos revolcó a todas y nos subimos a la ola, había reuniones de activistas y activistas y activistas con todas las feministas que no son necesariamente de la UNAM. Y así empezaron las reuniones para organizar el 24A”. Estela destacó que lo ocurrido en esta marcha no sólo dio amplia visibilidad al problema, sino además hizo evidente la existencia de muchos grupos de estudiantes que “estaban por ahí y otros por allá” con los que se tejieron vínculos importantes.10 Luisa expresó que el surgimiento de la AF y el “ya basta” que animó su trabajo estaba relacionado con la sensibilización que supuso la fuerza que tomó la indignación que mostraron miles de mujeres hartas de la violencia machista y de la indiferencia que la cobija. A esta sensibilización seguramente también contribuyó la campaña #MiPrimerAcoso (Paullier, 2016),11 que se puso en marcha en el marco de la organización de la “24A” y que permitió asomarse a las experiencias dolorosas de miles de niñas y mujeres.

Como veremos enseguida, la receptividad hacia el feminismo que llevó a estas jóvenes a acogerlo como un camino para superar obstáculos que las atrapaban en situaciones que les producían malestares de diverso tipo -como aburrimiento, soledad, vergüenza, confusión, enojo, frustración- se gestó en momentos y espacios diferenciados, pero hilvanados por las prescripciones que a lo largo del tiempo han definido el lugar social de las mujeres, y que cobran formas particulares en las realidades por las que transcurre la vida de cada mujer.

Elena señala que cuando era chica experimentaba un gran aburrimiento:

…mi aburrimiento con la vida tenía que ver con haber nacido en esa marca de la diferencia sexual tan fuerte ¿no? Pero era una marca que parecía que yo solamente veía, ¿no? Nadie más se preguntaba por qué las niñas hacían esto y los niños aquello [las cosas que debía hacer por ser niña no le gustaban, y las que quería hacer le estaban vedadas por no ser niño].

Recuerda que cuando ingresó a los estudios superiores y tomó una clase con una docente feminista lo que vieron en clase le produjo “el primer remezón, digamos así, de conciencia política feminista y de sentir o de entender más o menos de dónde venía el aburrimiento con la vida, qué parte de mi aburrimiento tenía que ver con haber nacido mujer”.

“Yo no entré al feminismo, el feminismo me entró a mí”, dijo Luisa. Esto sucedió en una clase en la que se trabajó el tema de la violencia de género. La discusión le permitió ver que lo que había vivido con un novio (la violencia emocional que él ejercía hacia ella la llevó a dejar sus estudios por dos años, a lo largo de los cuales perdió 20 kilos) y que “yo pensaba que no era tan grave, le pasaba a un montón de mujeres diario. Ya no me sentí tan sola”. Agrega “y entonces ahí, en esa materia fue cuando descubrí el feminismo y me hallé por completo”.

Estela dijo haber experimentado una sensación de “ser chiquita” que la inhibía y que cambió cuando descubrió el feminismo en un seminario que la acercó a identificarse como tal. Junto a esto, en las fiestas a las que asistía con su novio conoció a una estudiante feminista amiga de él y de la que había oído hablar por las acciones de protesta que su grupo llevaba a cabo y que su novio reprobaba. Sin embargo, cuando “la conocí fue como ‘yo quiero hablar con ella’ y empecé a tratarla y fue como esa sensación de ¡qué fortaleza, qué capacidad de liderazgo!, ¿no?”. Más adelante agrega:

Es que está esa parte de que de pronto nos quedamos calladas, nos apena hablar, y ver mujeres que hablan, que participan, me gusta y me llama mucho la atención. Me gusta, me gusta estar en eso y me gusta juntarme con mujeres que son así. Me gusta la cuestión política y me gusta estar hablando de eso, pero si es con mujeres me siento mejor. Me siento más acuerpada, más acompañada.

A partir de la relación que tejió con esa estudiante ingresó a la colectiva que llevaba a cabo las protestas contra la violencia hacia las mujeres que su novio censuraba.

Rosa recuerda que cuando ingresó a una preparatoria de la UNAM comenzó a participar en las movilizaciones que ahí se daban y en las que “sentía un malestar pero no sabía nombrarlo”. Fue hasta el último año que “increpé a los compañeros: ‘¿por qué tú siempre terminas hablando?’, pues veía muchas compañeras bien comprometidas que tenían gran lucidez; ‘¿por qué siempre es él el que termina hablando?’”. Agrega “me incomodaba lo que pasaba pero no sabía articular esa incomodidad. Era como enojo nada más y dejaba pasar muchas cosas”. Si bien cuando ella y otras de sus compañeras decidieron ventilar el tema éste no fue acogido, al paso del tiempo empezaron a tener una participación más equitativa en lo que se hacía:

…dejamos de ser sólo las que hacían las pancartas y tejían las banderas rojas y negras y empezamos a tener más participación, tanto en los círculos de estudio que se hacían sobre marxismo, que era casi siempre lo que se hablaba ahí.

Más adelante agregó: “yo sólo sentía un malestar: ‘¡ay!, ¿por qué la banda no me escucha?, ¿por qué yo soy invisible ante las decisiones de los compañeros varones?’. Y pasó exactamente lo mismo dentro de la facultad”. Ahí comenzó a “buscar mujeres que estuvieran armando cosas”. Encontró una organización de izquierda “que tiene como su apéndice feminista” y a la que se acercó “pero el que armaba ahí las cosas era un varón; esto me confundía mucho, me incomodaba… como que no me hacía sentido, pero tampoco sabía cómo articularlo”. Después, tomó contacto con un grupo de alumnas que iban años adelante en la carrera y que leían y hablaban de feminismo “pero era como ‘me gusta, pero… no sé’; o sea, me sentía perdida”. Por ello comenzó a buscar lecturas, después de varias que no le satisfacían encontró en la biblioteca de la facultad la colección completa de Debate Feminista y en sus números pudo acercarse a

…temas que desde que estaba en la prepa me molestaban y que no les había dado nombre ¿no? O sea, como desde pensar el trabajo doméstico, desde pensar el trabajo sexual, la sexualidad. Tenían debates que no sabía que existían y me enriquecieron, pero no me enunciaba feminista en ese momento.

Ella se preguntaba “leo sobre feminismo pero ¿ya soy feminista? ¿Cuándo es legítimo decirte feminista?”. El contacto que tuvo con una profesora le permitió despejar sus dudas y poco después aceptó la invitación de una compañera a participar en su colectiva.

Sofía descubrió el feminismo en Internet cuando tropezó con artículos sobre acoso sexual y “comencé a leer un montón y dije ‘¡guau! Sí es cierto. El acoso es horrible y siempre creí que era mi culpa’”. Había sufrido acoso a lo largo de la secundaria y la preparatoria y

…cuando me acosaban yo sentía que era mi culpa, yo decía “pues es que es mi cuerpo, pues es que tengo unas caderas muy grandes”. Siempre lo pensé así y siempre lo ocultaba y siempre escondía mi cuerpo, me la viví cubriéndome.

Por ello, dijo Sofía:

…el feminismo me llegó desde el dolor porque a mí me dolía mucho lo de mi cuerpo, todavía me pesa y ya han pasado muchos años; todavía me pesa. A veces me da vergüenza y luego me acuerdo como de “no es tu culpa”.

Más adelante, agrega “y como me llegó de ese lado tan emocional y de algo que me dolía tantísimo como mi cuerpo, y que nos atraviesa a todas la cuestión del cuerpo, como que le agarré mucho amor, muchísimo amor”.

Como se aprecia a lo largo de estos relatos el encuentro de las estudiantes con el feminismo les permitió dar inteligibilidad a sus malestares, nombrarlos, descubrir que éstos no obedecían a un problema de índole personal, a una falla de su psiquismo, sino que eran síntomas de una inconformidad anidada en el cuerpo que se hacía presente de diversas maneras y que compartían con otras mujeres; inconformidad gestada en el día a día por un sistema de relaciones opresivo y que para resolverla era necesario cambiar las reglas del juego, lo que no podían lograr con la acción solitaria de cada una, sino que se requería de un trabajo colectivo.

¿Lo personal es político?

La asociación de las emociones con lo irracional ha conducido con frecuencia a quienes participan en movimientos políticos a resistirse a reconocer la importancia que éstas juegan en su práctica, pues en la cultura occidental forman parte de las dicotomías establecidas -razón-emoción, público-privado, masculino-femenino, mente-cuerpo, objetivo-subjetivo, etcétera- en las que la valencia positiva suele asociarse a la primera de cada una de las oposiciones (Goodwin et al., 2001; Calhoun, 2001). Colin Barker (2001) señala que lo racional y lo afectivo no son esferas opuestas, sino aspectos inseparables el uno del otro, pues no hay emociones sin ideas ni ideas sin emociones. Agrega que en vez de disociar diferentes componentes de la experiencia humana (como cognición, emoción, memoria, pensamiento y voluntad) y hacerlos aparecer como distintos y, a menudo, como mutuamente excluyentes, es necesario ver la forma en que diferentes aspectos de la acción humana y la mente se afectan entre sí. De acuerdo con Chantal Mouffe, cuando la actual teoría política pone

…el acento en el cálculo racional de los intereses… o en la deliberación moral… es incapaz de reconocer el rol de las “pasiones” como una de las principales fuerzas movilizadoras en el campo de la política, y se encuentra desarmada cuando se enfrenta con sus diversas manifestaciones ( 2007: 31).

A propósito de lo que acababa de ocurrir en una asamblea estudiantil mixta, Elvira señaló: “La idea masculina de la política es [que] aquí todo tiene que ser racional; entonces llegamos nosotras y dijimos ‘hay racionalidad, pero también hay afectividad, y los afectos también tenemos que discutirlos’”.

Respecto a sus colectivas, las estudiantes entrevistadas destacaron la posibilidad que tenían de airear sus asuntos e inquietudes personales e incorporarlos como materia de reflexión para alimentar su práctica política. También identificaron diversas emociones que habían intervenido en la vida de sus organizaciones, por ejemplo, la desazón, el enojo, la solidaridad, la alegría, el orgullo, el amor y la gratitud. Por otro lado, aludieron a la dimensión gozosa de su activismo: el ejercicio de la rebeldía y sus frutos; el humor refrescante y contagioso de algunas; los viajes, bailes y otras diversiones que a veces compartían, así como los afectos y amistades que encontraron en este activismo. También hablaron de los conflictos al interior de sus grupos y de las formas con las que buscaban resolverlos; y del cansancio y las rupturas que llevaban a algunas a alejarse.

Es necesario destacar que si bien el trabajo grupal no se agota en la discusión de los asuntos personales y de las lecturas que sirven de base para ampliar la mirada respecto a éstos, este aspecto ha sido muy importante pues, como señaló Susana, “sacar lo que traemos nos ha quitado piedras de encima”. Los avatares personales las llevaron a buscar espacios para reconocerse, expresarse libremente y dejar ataduras; los malestares compartidos por lo que sucede en diversos espacios -y los lazos que han tejido dentro de sus grupos y con otros similares- les han dado piso no sólo para protestar, sino también para emprender actividades para colaborar a cambiar la realidad de otras mujeres. Staggenborg y Taylor (2005: 46) señalan que “los movimientos contemporáneos de mujeres siguen combinando marchas masivas, acción directa y acciones políticas convencionales con desarrollo de la conciencia, autoayuda y formas culturales, performativas y discursivas de resistencia orientadas al cambio social y cultural”.

A continuación se presentan algunas de las experiencias por las que han transitado las estudiantes en sus colectivas.

Terminar la carrera “nos movió el piso a mí y a mis compañeras”, dijo Margarita. Añadió que mientras en la universidad todo se aligera por la convivencia con mucha gente, terminar los estudios “te aísla en tu casa, te enfrenta a la incertidumbre del trabajo, del futuro. Hay soledad. Si no tienes trabajo y nada más estás haciendo la tesis te aíslas y te deprimes”. A esto se sumó que varias habían terminado relaciones amorosas de largo tiempo y “había mucha desolación”. Y, agregó: “cuando salimos de la carrera ya teníamos la conciencia feminista sembrada; además, ahora con el feminismo tan manifiesto tuvimos la conciencia de que teníamos que juntarnos, que nadie podía estar sufriendo sola en su cuarto, que vivíamos las mismas situaciones”. Por último, señaló: “a partir de que nos juntamos nos hemos insertado en todo lo que ha aparecido de feminismo en la UNAM”.

Rosa señaló que decidió alejarse de un grupo debido al enojo que le generaba que en ciertas acciones el trabajo se recargaba en unas pocas por su experiencia política previa; además, se descuidaba la reflexión sobre lo que ocurría dentro de la colectiva: “creo que antes de poder accionar hacia afuera se tiene que trabajar mucho en lo interno, desde lo individual hasta lo colectivo: ¿quiénes somos?, ¿qué buscamos?, ¿cómo nos relacionamos?, ¿cuáles son nuestras posturas teóricas?”. Agregó que si no se tiene un objetivo muy claro, “la banda se mueve sólo con la corriente, sólo por lo coyuntural, y se termina viendo los problemas de manera muy superficial; tanto los internos como los externos y los conflictos se empiezan a acrecentar”.

A partir de su experiencia en un grupo que se disolvió, Elena habló de la necesidad de estar conscientes de que hay momentos de mucha ebullición que te unen, pero que van a bajar; y que en ese momento “despliegas las alas para otro lado”. También aludió a la importancia de exponer con claridad lo subterráneo de los conflictos internos y de establecer acuerdos claros para que éstos no conduzcan al exilio de algunas. Más adelante habló del riesgo de caer en un “deber ser”: “justo estuve en la lucha por el desmolde ¿no? Y entonces que venga mi hermana feminista a decirme ‘te tienes que comportar así’, pues ¡no!”.

Elvira recordó que cuando comenzó a participar en marchas y eventos feministas se encontró con varias compañeras que habían tomado un curso juntas “y en una de las marchas dijimos ‘¿por qué no hacemos una colectiva?’. Nos juntamos, pero no funcionó porque cada una andaba en otra cosa”. Después de un año se volvieron a reunir porque “ya era muy visible la gravedad de los feminicidios en el Estado de México”, lugar en donde varias residían, “y dijimos ‘sí, hay que hacer algo’ pero nos dimos cuenta que estábamos bien rotas; o sea, traíamos muchas cosas por las que no podíamos avanzar”. Señala que estaban deprimidas por la extensión de la violencia y por asuntos personales:

…por eso fue ahí que se dio otra vez ese momento de reconocer en qué andaba cada una: “es que a mí me pasó esto”; “pues es que en mi calle pasó esto y no sé qué hacer”. A partir de esto fue que dijimos “si queremos trabajar con otras personas es importante que primero trabajemos con nosotras, porque si no esto no va a funcionar”, y empezamos a hacer talleres entre nosotras y así formamos la colectiva y empezamos actividades afuera.

Es pertinente señalar que este grupo participó intensivamente en la organización de la marcha “24A”.

En palabras de Elsa, los grupos de autoconciencia siguen teniendo vigencia a pesar del paso del tiempo “no sólo para nosotras, sino también en las comunidades en las que trabajamos, porque para muchas mujeres es como ‘yo pensé que sólo me pasaba a mí, que estaba loca o que estaba exagerando’”. Y agrega:

creo que estas experiencias son sanadoras porque además de que puedes hablar de estos temas [violencia en las parejas] también buscas generar prácticas distintas: “yo no quiero repetir esto que viví”, y creo que también es importante el acompañamiento que damos y las acciones públicas que realizamos.

Señaló que estas últimas a veces las ponían en riesgo, pues a pesar de los años el feminismo está estigmatizado y a las feministas se les considera “feminazis”. Agregó que nada de esto era nuevo, pues en el documental Ella es bonita cuando se enoja se observa que a pesar de que trata del feminismo de los años setenta en Estados Unidos, “te encuentras un montón de cosas en común”.

Por ejemplo, Elsa también relató que se encontró con una compañera de secundaria que sabía del trabajo que su grupo realizaba por Facebook. Le preguntó si podía ayudarla y le contó que un hermano de su mamá abusó de ella y de su hermana por largo tiempo cuando eran chicas. Además de ponerla en contacto con un grupo que da asesoría jurídica la invitó a participar en un escrache para denunciar al agresor de otra mujer:

…verse ella en ese espacio fue como de mucho empoderamiento, incluso en el tono de voz. La primera vez que la vi tenía una forma de hablar como muy bajita, después de que estuvo participando la forma de hablar y de moverse era distinta. Ese trabajo con otras para organizarlo, para estar presente y el cuidado entre nosotras cuando terminamos creo que fue sanador.

Cabe aquí señalar una de las observaciones que hizo Teresa acerca del activismo feminista “tiene una dimensión reparadora muy importante, pues lejos de quedarse atrapadas en las emociones muchas veces paralizantes que dejan las experiencias dolorosas a las mujeres, éste contribuye de muchas formas a su empoderamiento”.

Por último, dada la importancia otorgada por estas activistas a hacer visibles en la UNAM las diversas manifestaciones de violencia sexista, a continuación se ilustra lo sucedido en una de las actividades llevadas a cabo con este propósito.

Para finalizar una reunión amplia en la que se discutió el acoso sexual dentro de la FFL (mayo de 2016), la Asamblea Feminista organizó “el tendedero”12 para convocar a las estudiantes a que escribieran en una papeleta los comportamientos de este tipo que habían vivido en la facultad y el nombre de los agresores; esta acción favoreció que un buen número de alumnas tomara conciencia de que el acoso sufrido no era un problema de índole personal del que ellas eran responsables por cosas como el tamaño de sus caderas o la ropa que usaban,13 sino que se trataba de una experiencia compartida con muchas compañeras a la que podían hacer frente juntas. Sofía señaló que lo que sucedió fue como “¡bum!”, pues como el acoso y la violencia hacia las mujeres siempre ha sido “como algo que se vive con culpa y mantiene en secreto”, los nombres que aparecieron en el tendedero y el revuelo que esto produjo hizo que se suscitaran airadas discusiones que dieron amplia visibilidad al problema.

Yo recuerdo estar ahí, viendo el tendedero y escuchando lo que decía la gente. Los varones super ofendidos: “¡es que esto es una calumnia!”, “¡no puede ser!, ¡es mi profesor!”; y otras chicas diciendo “a mí me pasó, él me acosó”, “este güey sí es un acosador”; y varias sacando hojitas, escribiéndolas y pegándolas.

Agregó “¿por qué seguir callando el acoso? Yo creo que estamos muy hartas y muy cansadas de que sea en la calle, en la casa y hasta en el lugar [la universidad] donde te sientes medianamente segura”. Dijo que lo ocurrido con el tendedero les permitió generar muchas redes dentro de la facultad y la universidad por la indignación y el hartazgo que compartían. Por último, señaló: “qué lastre y qué pesadez tener que estar haciendo esto para que la gente voltee a ver qué está pasando; o sea, tenemos que hacer este ruidero y todo este circo para que la gente diga ‘ummm… creo que algo está pasando, creo que las mujeres están siendo agredidas’, ¿no? Y sí, me cansa”.

Discusión

Las instituciones de educación superior cobran relevancia no sólo por los conocimientos especializados que brindan, sino también por aspectos como las variadas experiencias cotidianas que ahí vive el estudiantado y las posibilidades que éstas les ofrecen para establecer lazos de amistad y relaciones de carácter político en las que intervienen “en forma singular las fronteras sociales y las identificaciones políticas” (Carli, 2012: 67). A propósito de los espacios universitarios Graciela Tonon (2005: 89) señala:

El siglo XXI nos presenta una realidad en la cual la universidad amplía su tradicional rol de productora y reproductora de conocimiento científico para convertirse en un espacio de “contención afectiva y social”… Allí [los estudiantes] asisten cotidianamente, establecen relaciones afectivas y se conectan en redes de apoyo social. No sólo van a estudiar y aprender, concurren a reclamar por sus derechos y necesidades.

Como se observa en los apartados anteriores, el tránsito de las estudiantes por las aulas y otros espacios universitarios favoreció el desarrollo de una conciencia feminista que las condujo a formar colectivas que les han servido de plataforma para llevar a cabo acciones dentro y fuera de la UNAM.

Al igual que lo ocurrido a las jóvenes que participaron en esta investigación, la formación de organizaciones estudiantiles de mujeres en otros países responde al cansancio y malestar que generan los comportamientos discriminatorios a los que habitualmente ellas tienen que hacer frente en las agrupaciones políticas mixtas. Asimismo, y tal como se aprecia en diversas movilizaciones de estudiantes feministas ocurridas en fechas recientes, la creación de estas organizaciones y sus movilizaciones están impulsadas por el interés de poner un alto a las diversas formas que adopta el sexismo en las instituciones de educación superior (Crossley, 2017a, 2017b; Lewis et al., 2018; Mackay, 2011; Maddison, 2004; Marine y Lewis, 2014; Montes, 2018). Un ejemplo reciente es lo ocurrido en Chile en 2018, en donde el hartazgo con los comportamientos sexistas generó amplias movilizaciones y toma de universidades en un gran número de ciudades (ver Montes, 2018; para las demandas consultar Yévenes, 2018). Lo señalado por una estudiante argentina ilustra lo que está en la base de los grupos de mujeres:

Los colegios formamos espacios de mujeres en donde debatimos, creamos métodos de ayuda entre nosotras y nos defendemos. Sabemos que estamos luchando contra algo enorme, que lleva mucho tiempo instalado en nuestras cabezas y en nuestros modos. Pero decidimos no quedarnos cómodas, y hacer de nuestra incomodidad un motor de lucha. Decidimos marchar, gritar, cantar, hacer canciones, exigir… que haya protocolos de género y autoridades que nos escuchen… (Lavieri, 2018: s/p).

En alusión a movimientos como el de las mujeres, Alberto Melucci plantea que éstos ofrecen otras maneras de definir el significado de la acción individual y colectiva, no separan el cambio individual de la acción colectiva y traducen una atracción general por el aquí y ahora de la experiencia individual. Añade que estos tipos de acción colectiva iluminan lo que todo sistema no dice de sí mismo: “la cantidad de silencio, violencia e irracionalidad que siempre se esconden en los códigos dominantes” (1985: 812). También dice que lo que hacen estos movimientos, o más bien por la forma en que lo hacen, es anunciar a la sociedad que algo diferente es posible.

Respecto a la participación de las estudiantes entrevistadas para esta investigación en sus grupos, destaca que han encontrado en éstos un espacio de desarrollo personal, pues su integración a estas colectivas les ha permitido dar voz a sus malestares y anhelos, y traducirlos en acciones con las que se busca contribuir a cambiar condiciones opresivas que comparten con otras mujeres; es decir, tal como sucedió décadas atrás, estos espacios las han conducido a dar un significado político a sus experiencias personales. Como señala Greer (2001: 505), “lo personal sigue siendo político. La feminista del nuevo milenio no puede dejar de ser consciente de que la opresión se ejerce en y a través de sus relaciones más íntimas, empezando por la más íntima de todas: la relación con el propio cuerpo”. Un ejemplo del peso de la opresión en la relación que se establece con el propio cuerpo es la vergüenza experimentada por Sofía por el tamaño se sus caderas, la forma insistente en que buscaba esconder y cubrir su cuerpo, el dolor intenso que le producía la imagen de sí misma que desarrolló por el acoso sexual que sufría y del que se culpaba.

Asimismo la participación de las entrevistadas en estos grupos ha contribuido, como señala Evans (1983), al desarrollo de respeto por sí mismas, confianza, habilidades variadas, vínculos que les dan fortaleza y una visión más amplia de sus derechos y posibilidades que redundan en el logro de sus objetivos políticos.

De esta forma, vemos que los pequeños grupos o grupos de autoconciencia que dieron sustento al resurgimiento del movimiento feminista en el siglo pasado mantienen su pertinencia no sólo como impulsores de actividades externas orientadas a cambiar una realidad opresiva, sino también como espacios de contención y seguridad que permiten a sus integrantes verbalizar, elaborar y dar cauce al enojo, el dolor, la confusión, la vergüenza, la indefensión, el miedo o cualquier otra emoción generada por las heridas que han dejado en cada mujer, en la imagen de sí mismas, las diversas formas de violencia sexista -algunas evidentes y otras sutiles- que han experimentado. Así, la posibilidad que ofrecen estos grupos de dar un sentido político a las experiencias vividas por sus integrantes, y cauce a sus malestares, nos remite a la dimensión reparadora del activismo feminista. Recordemos, por ejemplo, el empoderamiento observado en la joven que había sido víctima de abuso sexual durante su infancia cuando participó en la organización y desarrollo de un escrache planeado por el grupo de Elsa para revelar la violencia que había sufrido otra mujer. También recordemos la experiencia a la que aludió Elvira respecto a que ella y algunas de sus compañeras se sentían “bien rotas”, deprimidas por asuntos personales y por la extensión de la violencia que presenciaban en su comunidad, y cómo esto las condujo a formar una colectiva en la que hacían talleres para trabajarse a sí mismas como paso necesario para iniciar actividades fuera de su grupo. Asimismo, recordemos el señalamiento de Teresa acerca de que el activismo feminista contribuye a que las mujeres se empoderen de diversas formas y no se queden atrapadas en “las emociones muchas veces paralizantes que dejan las experiencias dolorosas”. Taylor y Whittier (1995) señalan que los grupos feministas buscan, a través de diversas acciones, canalizar las emociones vinculadas a la subordinación de las mujeres -miedo, vergüenza, depresión- hacia otras que, como sucede con el enojo, conducen a la protesta y al activismo.

Junto a los beneficios señalados han de considerarse los costos personales que el activismo conlleva; por ejemplo, el desgaste emocional que produce la cercanía con emociones como dolor, angustia, indefensión, rabia y miedo que se imbrican en las experiencias de violencia que ellas combaten dentro y fuera de la universidad. Asimismo, han de tenerse en cuenta los riesgos que corren de ser agredidas física y verbalmente en las acciones que emprenden, esto debido al enojo que despiertan las protestas en no pocos sujetos, ya que con frecuencia son identificadas como feminazis, locas, amargadas, mujeres que odian a los hombres, paranoicas, etc. (respecto a la descalificación del feminismo y las feministas, ver Tomlison, 2010).

El tipo de agresiones a las que están expuestas estas activistas se aprecia en algunos señalamientos incluidos en el comunicado firmado por Mujeres Organizadas de la FFyL (Facultad de Filosofía y Letras), publicado el 4 de mayo de 2017 para expresar la posición de este grupo en relación con el asesinato de una estudiante, ocurrido en la UNAM un día antes. En éste señalan que después de una intervención que se realizó en los alrededores de la Facultad de Ingeniería para conmemorar el 8 de marzo de 2017 y visibilizar la violencia contra las mujeres, “la respuesta dada en redes sociales (Grupo de Facebook Ingenieros-UNAM) fue demasiado violenta, con comentarios despectivos que iban desde nombrarnos ‘feminazis, locas, exageradas, etc.’, hasta amenazas de muerte: ‘deberíamos meterlas en un cuarto y quemarlas a todas’”.14 Otro ejemplo de los ataques que pueden sufrir es lo ocurrido a un grupo de alumnas de la UNAM y otras universidades que realizó un escrache para denunciar por agresiones sexuales a un conocido director de teatro. Como esta acción se realizó en el recinto donde él presentaba una obra, les cerraron las puertas para impedir que ellas salieran; además de insultos, varias recibieron agresiones físicas (González, 2019). Como puede verse, romper el silencio con el que se ha arropado a la violencia contra las mujeres a lo largo del tiempo, poner un alto a la tolerancia hacia estos comportamientos y a la impunidad de los agresores conlleva riesgos importantes.

Por otro lado, no puede pasarse por alto la semejanza que guardan las experiencias de las universitarias entrevistadas con lo ocurrido décadas atrás a mujeres comprometidas con luchas libertarias en las que descubrieron que, a pesar de los discursos antiautoritarios y proigualdad que daban sentido a sus movimientos, el hecho de ser mujeres las colocaba en una posición accesoria y sus preocupaciones y demandas eran calificadas como irrelevantes. Cabe aquí recordar algunos de los señalamientos hechos por las estudiantes para esta investigación: “ellos siempre hablan con ese protagonismo que los caracteriza y a las mujeres siempre se les relega a papeles secundarios”, “¡ay!, ¡¿por qué la banda no me escucha?!, ¡¿por qué yo soy invisible ante las decisiones de los compañeros varones?!”, “los compañeros no sólo no asumen nuestra agenda sino además son ¡hiper machos!”. Esta semejanza también se aprecia en los datos obtenidos en diversos estudios realizados en organizaciones políticas de izquierda de otros países (Martínez Portugal, 2015; Piris, 2015; Tijeras para todas, 2009; Biglia y Luna, 2012). Por ejemplo, Martínez Portugal identificó diversas formas en que se minusvaloran y atacan los posicionamientos feministas; entre éstas: “la broma, la caricaturización o los chistes persiguen relegar la reivindicación feminista y la denuncia de la discriminación y las relaciones de poder subyacentes a cuestiones tangenciales, marginales o de escaso valor…” (2015: 47). Como salta a la vista, el menosprecio hacia las mujeres y sus causas no es cosa del pasado, sino un fenómeno que atraviesa el tiempo y los espacios.

Así, cuando se revisan los estudios sobre la situación de mujeres y hombres dentro de las universidades es fácil apreciar que ni el paso del tiempo ni la amplia presencia que actualmente tienen ellas las ponen a salvo de ser discriminadas. El haber sido por largo tiempo territorio casi exclusivamente masculino ha dejado en estas instituciones una impronta sexista que se materializa de muy diversas maneras. De esta forma, los comportamientos sexistas en las organizaciones estudiantiles mixtas que llevaron a las alumnas entrevistadas a emprender su propio camino, no son ajenos a lo que ocurre en el contexto institucional en el que surgen estas agrupaciones, a la normalización de la discriminación sutil o abierta hacia las estudiantes de parte de profesores y compañeros que sucede en los salones de clase y otros espacios, y a la tolerancia mostrada a lo largo del tiempo por la institución hacia tal tipo de comportamientos. Es decir, ¿lo que ocurre en la práctica política de los grupos estudiantiles debe sorprendernos cuando la discriminación y otras formas de violencia hacia las mujeres forman parte de la normalidad institucional? (para ejemplos, ver Barreto, 2017, 2018; Buquet et al., 2014; Bustos y Blázquez, 2003; González, 2019; Mingo, 2016). Por otro lado, ¿cuáles son los referentes teóricos a los que tienen acceso los estudiantes para alimentar su pensamiento político en el curso de sus carreras, qué problemas se toman como objeto de estudio, qué sujetos aparecen como protagonistas? El androcentrismo que ha dominado en la producción científica se aprecia, por ejemplo, en la revisión que hacen Celis et al. (2013) de lo ocurrido en los últimos 100 años en el campo de la ciencia política, y de las aportaciones que han hecho las académicas feministas para ampliar los conocimientos en esa disciplina. ¿Cuánta de la producción de las estudiosas feministas de éste y otros campos forma parte de los textos que se revisan en las clases? En fin, ¿qué relación guardan los comportamientos observados en los jóvenes activistas con la formación informal y formal que reciben en nuestra Universidad?

A manera de cierre

Como muestran los estudios de carácter histórico, las mujeres estuvieron excluidas de las aulas universitarias por largo tiempo; es hasta las últimas décadas del siglo pasado cuando comenzaron a tener una presencia amplia en las instituciones de educación superior. En la UNAM, la matrícula por sexo se equilibró hasta los años 1990-2000; sin embargo, tal como reflejan los datos obtenidos en distintos estudios a los que se ha hecho referencia a lo largo de este trabajo, el ingreso amplio de las mujeres a esta institución no ha conducido a dejar atrás la discriminación sexista y otras formas de violencia a las que ellas tienen que hacer frente en su experiencia diaria. Esta situación ha dado impulso a la formación de colectivas de estudiantes feministas que han emprendido diversas acciones para hacer visibles dentro de la UNAM distintos comportamientos -como el acoso sexual que se denunció en la FFL mediante la organización de un tendedero- que afectan la vida de las mujeres en esta institución. Así, la amplia presencia que todavía tiene hoy el sexismo en la UNAM nos habla de que, a pesar del paso del tiempo, aún queda un largo camino por recorrer para que el hecho de ser mujer no suponga una carga para las universitarias.

Cabe entonces preguntarse, como lo hizo Sofía cuando relató, con una mezcla de irritación y cansancio, la forma en que reaccionaba cuando era convocada por sus compañeras a participar en alguna protesta: “ah, ¡¿otra vez?! Si hay que hacerlo está genial, no nos vamos a quedar de brazos cruzados mientras estas cosas pasen, pero… ¿hasta cuándo?, ¿hasta cuándo?”.

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1Para apreciar la pluralidad de perspectivas y causas que han dado impulso a este movimiento desde el siglo XIX hasta el presente, ver Ewig y Ferree, 2013.

2SNCC Position Paper (Women in the Movement). Un año después estas autoras redactaron un documento “A kind of memo” dirigido a 32 de las activistas en los movimientos por la paz y la libertad para discutir lo relativo a la situación de las mujeres en estos movimientos, documento que cobró gran relevancia en la lucha por la liberación de las mujeres (ver Moravec, 2017). Entre lo que plantea Hayden y King (1965) en dicho documento está la similitud entre el sistema de sexo y de castas, así como las reacciones que generan en los militantes —por ejemplo, risas y una actitud defensiva— los problemas que las activistas expresan al respecto.

3Para una visión de lo ocurrido en distintos países véase: Argentina: Trebisacce (2008), Pasquali (2013); Brasil: Andersen (2004); Chile: Kirkwood (2017), Ríos Tobar (2003); Honduras, El Salvador y Nicaragua: Stoltz (2007); México: Lau (1987); Perú: Vargas (2008).

4Para algunas modalidades y experiencias ver: Acevedo et al. (1977); Brenan (2012); Freeman (1971); Horne (2008); NYRF (1975).

5Respecto al origen del lema “lo personal es político”, ver Hanisch, 2006.

6Información proporcionada por Luisa, una de las estudiantes entrevistadas para este estudio.

7Movimiento estudiantil surgido en 2012 (ver Morales, 2014).

8Movimiento surgido en 2014 por la desaparición de 43 estudiantes (ver Reynoso, 2015).

9Ver: https://www.facebook.com/vivas24amx/ (consulta: abril de 2018); Lamas, 2016.

10De acuerdo con Melucci (1984: 829), los movimientos actuales están formados por redes de pequeños grupos sumergidos en los espacios de la vida diaria y que emergen solamente frente a asuntos específicos como las grandes movilizaciones que se dan por la paz, el aborto, etcétera. A pesar de que estas redes están compuestas por grupos pequeños y separados, forman un sistema de intercambio, por ejemplo, de personas e información que circulan entre éstos.

12Este tendedero tiene como antecedente la pieza de la artista feminista Mónica Mayer presentada por primera vez en 1978 en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México. Éste se ha expuesto en distintas ciudades y lugares dentro y fuera de México. Mayer señala: “la pieza consistió en pedirles a mujeres de distintas clases, edades y profesiones que respondieran a la pregunta ‘como mujer, lo que más detesto de la ciudad es…’ en unas pequeñas papeletas rosas. Después las coloqué en el museo en un tendedero del mismo color que medía tres metros de largo por dos de alto. En ese momento, gran parte de las respuestas giraron en torno a la violencia sexual en las calles y en los servicios de transporte público” (Mayer, 2015). En 2016, El Tendedero se presentó en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo de la UNAM y en esta ocasión se obtuvieron más de 7 mil 500 respuestas relacionadas con la experiencia del acoso sexual. Una de las preguntas fue: “¿te han acosado en la escuela o la universidad?” (Mayer, 2017).

13El enojo que produjo en un grupo de estudiantes universitarias de Canadá el comentario de un oficial de policía que les dijo que si querían librarse de ser agredidas sexualmente debían evitar “vestirse como putas” las condujo, en abril de 2011, a realizar la primera “Marcha de las putas” con el lema “Porque ya tuvimos suficiente”. Este lema da cuenta de su oposición a la tradicional culpabilización de las mujeres por las agresiones de ese tipo de que son objeto. La resonancia que tuvo este comentario que se hizo viral, así como la marcha, dieron por resultado la organización de marchas similares en diversas partes del mundo, lo que da cuenta de la indignación que puede despertar la retórica patriarcal (Carr, 2013).

Recibido: 04 de Abril de 2019; Aprobado: 27 de Agosto de 2019

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