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Perfiles educativos

Print version ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.24 n.95 Ciudad de México  2002

 

Editorial

 

La educación en la encrucijada mundial

 

Durante los días en los que este número de Perfiles Educativos estuvo listo para la imprenta, vivimos días aciagos: no sólo los editores ni los universitarios, o los habitantes de la ciudad de México, o aun los del país o los latinoamericanos, sino todos de forma global, desde los globalizadores hasta los antiglobalizadores. Se vivían, entonces, tiempos de guerra; de una particularmente inútil, desesperante, prepotente y brutal, pero sobre todo de una tan socialmente inadvertida como injusta.

La agresión infame del aparato militar y gubernamental de Estados Unidos en contra del pueblo de Iraq tuvo connotaciones directamente militares, políticas, sin duda económicas y energéticas, pero aun de mayor alcance —porque en el momento se hablaba poco de ello— tuvo otras tremendamente impactantes sobre la educación, sobre la ciencia y la cultura social de un nuevo desarrollo, en el eje de la articulación fundamental para hacer posible la superación de problemas endémicos de pobreza, alimentación y mejoramiento del medio ambiente, así como para alcanzar mejores niveles de bienestar, y contribuir también al avance de la democracia, de la equidad y de la justicia. Por ello, el contexto de la guerra que vivimos revela la negación directa de estos avances y posibilidades de la educación, de la ciencia, de la tecnología y de la cultura.

Si la frase clásica de la guerra dice que ésta no es más que la extensión de la política, para el caso se trata de la más aberrante contradicción, pues lo que se había prometido -desde hace por lo menos unas dos décadas-como el aseguramiento de un orden estable irreversible en donde las fuerzas del mercado y de la democracia serían los soportes (desde el derrumbamiento del régimen soviético) de este "nuevo" orden, éstas resultaron ser las bases más contradictorias e inadecuadas para construir una nueva civilización, porque derivaron en una condición de barbarie, de imposición autodestructiva y de un virtual nuevo holocausto, como de una suerte de venganza histórica contra los inermes pero no directamente culpables de k otrora tragedia humana. En efecto, esta guerra no fue la extensión de la política sino de su fracaso.

Las consecuencias desde entonces empezaron a mostrarse como desastrosamente irreversibles, sobre todo desde la perspectiva del desdibujamiento abominable de los organismos internacionales, manifiestamente el de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que no tuvo ni defendió alguna integridad ni legitimidad frente a una superpotência aislada, agresiva y verdaderamente vengativa. También porque por encima de las justificaciones blandidas entonces, prevaleció el más puro economicismo de la ganancia y de la recuperación por la vía más directa y expedita de las fases críticas de los ciclos largos. Asimismo, porque apareció en su forma más desarrollada la barbarie moderna, científica y tecnológicamente sustentada.

Y aquí viene el nudo gordiano del asunto que nos conmocionó en la primavera del 2003: el impacto y la trascendencia educativa, científica y cultural de esa guerra de agresión y de barbarie.

La educación, la ciencia y la cultura, y las instituciones que les dan vida, como las universidades, están cada vez más relacionadas con el poder. Los investigadores, técnicos y profesionales que se forman en las universidades y en las diferentes instituciones de educación superior, están abriendo nuevos caminos para la comprensión de los misterios de la naturaleza y reduciendo las distancias para combatir enfermedades trágicas; la instrumentación de la ciencia y las nuevas tecnologías se nos aparecen, cotidianamente, de forma asombrosa.

La educación se ha convertido en la base social de un nuevo desarrollo, en el eje de la articulación fundamental para hacer posible la superación de problemas endémicos de pobreza, alimentación y mejoramiento del medio ambiente, así como para alcanzar mejores niveles de bienestar, y contribuir también al avance de la democracia, de la equidad y de la justicia. Por ello, el contexto de la guerra que vivimos revela la negación directa de estos avances y posibilidades de la educación, de la ciencia, de la tecnología y de la cultura.

El punto fue recogido de manera puntual durante la Segunda Reunión de Rectores de las Macrouniversidades de América Latina y el Caribe, que tuvo como sede la UNAM, y que se expresó de la siguiente manera en la declaración hecha pública en contra de la guerra (5 de marzo de 2003), suscrita por más de una veintena de rectores de la región:

En pleno siglo XXI, la utilización de los avances científicos y tecnológicos con fines de destrucción y muerte de decenas de miles o millones de víctimas, constituye una negación de la inteligencia, del derecho y de la ética, que son los medios históricos de la política para limitar el abuso del poder [...] Conscientes del riesgo que enfrenta hoy la humanidad entera, condenamos de forma categórica la posibilidad de una guerra y convocamos a unir esfuerzos en defensa del derecho de los pueblos a vivir en paz y en defensa del uso del conocimiento, de la ciencia y de la técnica para beneficio de la humanidad.

La guerra escupió con su inclemencia y brutalidad una realidad que se volvió aguda para ser comprendida: la de que nos encontrábamos justificando una educación que no permitía comprender los problemas globales, los conflictos esenciales y sus contradicciones, y que hacía predominar la manipulación informática, el dominio, monopólico de una verdad unilateral, la incomprensión entre culturas y la fragmentación y la compartimentación de nuestros conocimientos.

También fue bochornoso reconocer que los misiles y las más sofisticadas bombas tenían atrás años de investigación científica y de desarrollo tecnológico, y que había que volver a reconocer que muchas e importantes universidades estaban contribuyendo en estos desarrollos que estaban matando a población civil (niños, mujeres inermes y ancianos) en espectáculos verdaderamente dramáticos. Pero sobre todo costaba aceptar daba hecha añicos bajo la forma de un supuesto predominio de los valores occidentales más puros, pero también de los más bárbaros.

Esto nos conmocionaba como educadores y como investigadores, viviendo a la par una tragedia humana inconcebible.

En este contexto, asumimos la tarea de presentar, a partir de este número, el contenido editorial de Perfiles Educativos. Queremos, por ello, dejar constancia de nuestro reconocimiento a quienes nos precedieron en la tarea de dar continuidad a esta revista y proyectarla hacia el futuro, para hacer patente nuestro agradecimiento por los esfuerzos realizados, que no fueron pocos. Desde el Centro de Investigaciones y Servicios Educativos (lugar en donde nació esta revista) hasta el actual CESU (que la hizo suya y que la ha proyectado y consolidado), debemos reconocer que la misma ha alcanzado ya un lugar en el espacio de los investigadores, de los profesores y de los intelectuales de la educación, porque ha sido posible mantenerla viva hasta la presente publicación. Por ello, deseamos ahora hacer patente nuestro compromiso con nuestros lectores, con las instituciones que nos acogen y con los investigadores y académicos que han hecho de esta publicación una herramienta de su propio trabajo, para decirles que nos esforzaremos por garantizar la continuidad de este espacio de confluencia, y que nos propondremos hacerlo siempre mejor.

 

Axel Didriksson

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