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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

versión impresa ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  no.65 Ciudad de México ene./jun. 2023  Epub 26-Jun-2023

https://doi.org/10.22201/iih.24485004e.2023.65.77792 

Artículos

“Curas vagabundos y aventureros”. El caso de Giuseppe Maria Orsoni en México, 1839-1854*

“Vagrant and Adventurous Priests”. The Case of Giuseppe Maria Orsoni in Mexico, 1839-1854

**Universidad Nacional Autónoma de México (México) Facultad de Filosofía y Letras maddalenaburelli@filos.unam.mx


Resumen

El presente artículo busca arrojar luz sobre el caso hasta ahora no estudiado del sacerdote corso Giuseppe Maria Orsoni, quien llegó a México en 1839 e hizo creer a muchos que estaba investido de títulos y facultades concedidos por pontífices, y afirmaba mantener estrecho contacto con la Curia romana. Su caso exhibe la escasa información y comunicación entre la Iglesia mexicana y la Santa Sede en ese entonces, hasta el arribo del delegado apostólico Luigi Clementi.

Palabras clave: Giuseppe Maria Orsoni; Santa Sede; delegación apostólica; facultades espirituales; protonotario y misionario apostólico

Abstract

This article aims to shed light on the unexplored case of the Corsican priest Giuseppe Maria Orsoni. He arrived in Mexico in 1839, and proceeded to beguile many into believing that he was in possession of titles and had been granted special faculties by pontiffs, all the while asserting a close contact with the Roman Curia. His case exposes the scarce communications between the Mexican Church and the Holy Seat during that period, up until the arrival of the apostolic delegate Luigi Clementi.

Keywords: Giuseppe Maria Orsoni; Holy Seat; apostolic delegation; spiritual faculties; protonotary and apostolic missionary

Introducción

Entre los dicasterios romanos, la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios desempeña un papel particularmente importante y central para el estudio de las relaciones entre la Santa Sede y los países hispanoamericanos durante el siglo XIX.1 Ésta fue instituida en 1814 con el propósito de coadyuvar a la Secretaría de Estado en la gestión de cuestiones importantes y problemas graves de la Iglesia y, a partir de 1826 y por disposición del papa León XII, se ocupó también de la reorganización general de los asuntos eclesiásticos de las repúblicas hispanoamericanas.

En este contexto, es notable la escasez de noticias relacionadas con México, relativas al periodo posterior a la Independencia, al consultar los documentos de la Congregación. Sin embargo, dentro de ellos figura un nombre de forma constante: Giuseppe Maria Orsoni. Las cartas enviadas desde México -a partir de 1839- que contienen información sobre el estado político y religioso de esa república y, por lo tanto, de interés para la Congregación, son de su autoría. Y, aunque en dichas misivas el conde de Orsoni firmaba como protonotario y misionero apostólico, no era nada de lo que decía ser.

El objetivo de este artículo es exponer el peculiar caso del sacerdote corso Giuseppe Maria Orsoni, quien llegó a México en abril de 1839 e hizo creer a propios y extraños que gozaba de una relación cercana con la Santa Sede y estaba investido de títulos y facultades concedidas por los pontífices. El estudio inicia en 1839 -año de la llegada de Orsoni a México- y abarca hasta 1854, cuando su caso fue conocido por el delegado apostólico, Luigi Clementi,2 y la Secretaría de Estado en Roma comenzó a indagar a Orsoni y descubrió sus mentiras.

El artículo propone mostrar cómo, en los primeros años posteriores a la Independencia mexicana, las relaciones entre Roma y la Iglesia de México no eran tan cercanas y constantes como lo fueron en la segunda mitad del siglo XIX, momento en el que, como señala la historiografía, la Iglesia mexicana ingresó a un proceso de “romanización”.3Al arribo de Orsoni a México y hasta la llegada del primer representante pontificio en 1851, la Santa Sede no disponía de noticias seguras y constantes. Esta condición permitió, por un lado, que en Roma se recibiesen y conservasen noticias sobre el estado político y eclesiástico de México por parte de fuentes no comprobadas, como sucedió en el caso de Orsoni. Por el otro, este personaje se hizo pasar en México por un informante de la curia romana, sin que ésta lo supiera, y presumió títulos y ejerció facultades que en realidad no tenía.

El presente artículo se divide en tres partes. En la primera se expondrá brevemente cuáles fueron, durante la primera mitad del siglo XIX, las verdaderas relaciones entre la Santa Sede y la Iglesia mexicana y su contexto político, para así introducir el caso de Orsoni y explicar cómo logró hacerse pasar por una persona cercana a la Santa Sede y ser investido de títulos y facultades.

En segunda instancia, se reconstruirá la historia de este sacerdote corso a partir de la documentación recopilada en el fondo Sacra Congregazione degli Affari Ecclesiastici Straordinari del Archivo Histórico de la Secretaría de Estado-Sección de Relaciones con los Estados y ampliada con las fuentes del Archivo Histórico del Arzobispado de México y artículos periodísticos de la época. En esta segunda parte se explicará quién era Orsoni, por qué llegó a México y, sobre todo, qué hizo en la república mexicana, buscando mostrar cuál fue la influencia que ejerció gracias a su supuesta “cercanía” con Roma.

Finalmente, abordaremos, en un tercer apartado, la información que Orsoni transmitió a la Santa Sede y el uso que se le dio.

Las relaciones y las comunicaciones entre la Santa Sede y la Iglesia mexicana en la primera mitad del siglo XIX

Durante los tres siglos coloniales, toda la estructura eclesiástica hispanoamericana, así como la jurisdicción de la autoridad gubernamental sobre la Iglesia y las relaciones con la Santa Sede, se regularon y ordenaron desde el patronato que los reyes españoles ejercieron a partir de la concesión pontificia de 1508 y cuyo ejercicio cesó, de facto, con las independencias.

La fase que se abrió a consecuencia de las emancipaciones políticas fue una de redefinición de la estructura y organización de las iglesias hispanoamericanas. Inicialmente, la reorganización de los asuntos eclesiásticos en las nuevas realidades políticas se vio afectada por los obstáculos planteados a la Santa Sede por la Corona española apoyada por la Santa Alianza que, hasta la muerte de Fernando VII en 1833, no quiso renunciar a la soberanía sobre las tierras de ultramar, generando retrasos y comprometiendo las relaciones entre Roma y las iglesias hispanoamericanas.4 Entre las consecuencias más graves se encontraba el problema de las sedes vacantes, cuyo número aumentaba año con año, dificultando aún más las comunicaciones entre Roma y las diócesis hispanoamericanas.

En México abundaron ejemplos: el arzobispo Pedro José de Fonte Hernández abandonó el país en 1823 para regresar a España, dejando la sede arzobispal sin la presencia de su pastor hasta diciembre de 1839, cuando, tras la renuncia de Fonte en 1837, Manuel Posada y Garduño fue preconizado arzobispo. Por otra parte, en 1827, el obispo de Oaxaca, Manuel Isidoro Pérez Suárez, siguió el ejemplo de Fonte. En 1829 falleció el último mitrado presente en el país, Antonio Joaquín Pérez Martínez, obispo de Puebla, mientras que, para 1827, los obispos de las otras siete diócesis mexicanas ya habían muerto.

A los obstáculos iniciales representados por la Corona española y el origen revolucionario de los países, siguieron las pretensiones de los nuevos gobiernos hispanoamericanos y la dificultad de lograr un acuerdo con la Santa Sede durante toda la primera mitad del siglo XIX. Los nuevos gobiernos estaban interesados en el patronato y pretendían asumirlo como atribución soberana, pero tuvieron que enfrentarse con las negativas de la Santa Sede a reconocerlo como derecho perteneciente a la soberanía de la nación. En el caso mexicano, esta oposición también se extendió a la jerarquía eclesiástica nacional.5

En 1822, la junta eclesiástica celebrada en el arzobispado de México, en la que tomaron parte los representantes de las diócesis mexicanas, declaró cesado el patronato por parte de los reyes españoles: “arreglar los términos en que deba continuar [el patronato] para lo sucesivo, es un punto que debe tratarse y concordarse con el Romano Pontífice”.6 Pese a las tentativas de negociar este punto, no se logró llegar a algún acuerdo entre el Estado mexicano y la Santa Sede para reglamentar la situación eclesiástica en el país. En espera de una definición legal se verificó lo que Brian Connaughton llama el “ejercicio virtual del patronato”, aceptado por el clero mexicano durante la primera mitad del siglo XIX con la perspectiva de realizar, junto con el Estado, un proyecto de nación católica.7

Aunque no faltaron los enfrentamientos, la primera generación de obispos buscó mantener un clima de diálogo con el gobierno, permitiendo llegar a algunos acuerdos prácticos, como el caso del arreglo sobre provisiones episcopales que, evitando definir el problema del patronato, permitió, hasta 1855, el nombramiento de nuevos obispos según una modalidad aceptada por los gobiernos y la jerarquía eclesiástica mexicana: al gobierno se le reconoció el derecho de presentación, se permitió el ejercicio de la exclusiva por parte de los gobernadores de los estados y el clero gozaría de una mayor participación en las elecciones de los candidatos a través de las listas de eclesiásticos considerados idóneos, las cuales fueron preparadas por los cabildos eclesiásticos de las sedes vacantes y remitidas al gobierno.8 Conforme a esta modalidad, el papa Gregorio XVI nombró a los primeros seis obispos mexicanos de la época independiente en 1831 y en 1836, y reconoció oficialmente al gobierno mexicano, iniciándose las relaciones diplomáticas. Sin embargo, el problema de la escasez de información y de control siguió siendo central para Roma. La necesidad de más noticias sobre el estado de las Iglesias hispanoamericanas era una constante que continuó durante la primera mitad del siglo XIX en los documentos de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios. Por esa razón, se expresaba la utilidad de establecer representantes pontificios en aquellos territorios, mismos que tendrían la misión de mantener constantemente informada a la Santa Sede, además de atender, en nombre de ésta, las cuestiones más urgentes.

La necesidad de noticias directas era evidente y central en ese entonces, y fue hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando los contactos entre la Iglesia mexicana y la Santa Sede se estrecharon, incorporándose plenamente a la dinámica de la Iglesia global. Resultó, sin duda, fundamental la presencia del representante pontificio, monseñor Luigi Clementi, que permaneció en México de 1851 a 1861 en calidad de delegado apostólico. Fueron asimismo importantes la fundación del Colegio Pío Latinoamericano en 1858 y, en general, los contactos directos entre obispos mexicanos y la curia romana: basta pensar en el caso del obispo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos, arzobispo de México a partir de 1863, que pasó un largo periodo en Roma entre 1856 y 1858 y de nuevo entre 1859 y 1863 y, finalmente, entre 1867 y 1871.9

Antes de la llegada de Clementi en 1851, es poca la información que Roma recibió sobre el estado de las diócesis mexicanas. En el periodo inmediatamente posterior a la Independencia, la Santa Sede recibió sólo una relación diocesana de la diócesis de Guadalajara, en 1824. Recibió otras, más adelante, en 1840 de Durango, en 1847 de Sonora y, nuevamente, de Guadalajara en 1831, 1840 y 1850.10 También recibió información de otro tipo, como consultas por parte de los cabildos eclesiásticos y las órdenes religiosas sobre peticiones y problemas específicos. Sin embargo, se trataba de datos e información no comparable con lo que el delegado apostólico proporcionó a partir de su llegada y con lo que los prelados mexicanos enviaron durante la segunda mitad del siglo XIX.

Es claro que la Iglesia mexicana siempre se mantuvo en plena comunión con la Santa Sede y reconoció al papa como su cabeza universal. Sin embargo, en la práctica, Roma era percibida como una entidad lejana y, en virtud de esta lejanía, la Iglesia mexicana se centró en la figura del obispo. Como evidencian Sergio Rosas Salas -en su estudio sobre Francisco Pablo Vázquez- y Marta Eugenia García Ugarte -en su obra Poder político y religioso. México siglo XIX-, en la visión de los primeros obispos, la Iglesia mexicana gozaría de una cierta autonomía respecto a la Santa Sede, manteniendo un prudente equilibrio entre México y Roma, y recurriendo a esta última como eficaz “contrapeso a las demandas del gobierno”.11 Esto se puede entender más a profundidad en el momento de la llegada del primer representante pontificio a México, Luigi Clementi (1851-1861), cuando el arzobispo de México, Lázaro de la Garza y Ballesteros, se rehusó a reconocer al delegado apostólico y le impidió ejercer su jurisdicción hasta que Clementi no hubiese obtenido el pase del gobierno para sus facultades apostólicas y se las hubiera presentado a él también.12 Sin embargo, ésta no es la ocasión para profundizar en los conflictos surgidos entre el delegado apostólico y el entonces arzobispo de México. Lo que interesa aquí es delinear el contexto eclesiástico en el que llegó Orsoni y el tipo de relaciones y comunicaciones que ocurrían entre la Iglesia mexicana y la Santa Sede, para así introducir el próximo apartado de nuestro análisis.

Giuseppe Maria Orsoni: “un verdadero y solemne impostor”, 1839-1854

Giuseppe Maria Orsoni nació entre 1799 y 1800 en Corbara, Córcega, en una familia de origen humilde.13 En 1822 fue ordenado sacerdote en Roma y de allí se mudó a París, donde vivió hasta 1826 como capellán.14 Ese mismo año decidió unirse a los misioneros que partían para las colonias francesas en América. No recibió ninguna facultad ni encargo directo de la Congregación de Propaganda Fide, el dicasterio romano en el que se concentraba la dirección y el gobierno general de la actividad misionera católica; más bien, obtuvo la licencia de misionero apostólico del superior del seminario de Saint-Esprit en París, que apoyaba a Propaganda en la provisión de misioneros a las colonias francesas. Por esa razón, no hay en los registros de Propaganda prueba de que haya otorgado títulos o facultades a Orsoni para dirigirse a América. Sin embargo, su nombre aparece en los registros del Seminario de Saint-Esprit como obrero evangélico enviado a Guadalupe, en las Antillas.15

El cura corso llegó a la isla en 1827 y allí vivió por nueve años, fungiendo como párroco de una pequeña parroquia, hasta que fue removido de la misión por decisión del prefecto apostólico de Guadalupe, Francesco Lacombe, por el carácter y actitud de Orsoni, que calificaba de “hombre astuto, intrigante y con ganas de meter cizaña en su parroquia”. Así, tomó la decisión de enviarlo de regreso a Europa. Según las averiguaciones que en un segundo momento hizo Propaganda, tanto el prefecto apostólico de Guadalupe como el superior del Seminario de Saint-Esprit, Amable Fourdinier, lo acusaban principalmente de sembrar discordia, además de haber intentado casar a su hermano con una muchacha local en contra de la voluntad de la familia de ésta, fingir ser riquísimo, hablar sobre descender de una antigua familia romana y haber sido nombrado obispo in partibus por Roma. El prefecto de Guadalupe informó también de que Orsoni tenía un aire de franqueza y buena fe que podía engañar, pero que en realidad era mentiroso y maniobrero.

Al regresar a Europa en 1836, Orsoni se dirigió a Roma y se presentó a Propaganda, antes de que la Congregación tuviese noticias e información de las acusaciones en su contra. El cura acudió con dos cartas del prefecto y viceprefecto apostólico de Guadalupe -falsificadas por él mismo- que lo elogiaban. Además, mostró un informe sobre esas misiones americanas y solicitó a la Congregación de Propaganda Fide facultades para regresar a las Antillas. Sólo en un segundo momento y poniéndose en contacto con el superior del Seminario de Saint-Esprit, Propaganda descubrió que las cartas que el corso había presentado a su llegada a Roma habían sido falsificadas.

Propaganda no accedió a las solicitudes de Orsoni; por el contrario, dirigió una carta al superior del seminario de Saint-Esprit que lo criticaba duramente y que tenía la finalidad de asegurarse de que no obtuviese algún nuevo encargo o facultad: “Que, por sus engaños, el presbítero Orsoni no obtenga nada o lo menos posible de la Sacra Congregación, y no ponga sus esperanzas en ninguna gracia o favor de parte de esta última”.16 En esta carta, fechada el 18 de junio de 1836, se hablaba del proceder corrupto del sacerdote y de su desconsideración y deshonestidad.

Sin cargo ni facultad alguna, Orsoni, por iniciativa propia y de manera completamente independiente, decidió regresar a América.17 Después de haber residido un tiempo en la República de Haití y en la isla de Cuba, se dirigió a México. Desembarcó en el puerto de Veracruz en abril de 1839 y, tras pasar por Xalapa y Puebla, llegó a la ciudad de México, donde se presentó como protonotario y misionero apostólico, fingiendo estar en estrecho contacto con la curia romana y haciendo uso del título de conde.

A su llegada a México tuvo la posibilidad de relacionarse con autoridades tanto eclesiásticas como políticas y con el entorno diplomático, debido a su presunta cercanía con la Santa Sede. Sabemos, por ejemplo, que se relacionó con el entonces ministro español en México, Ángel Calderón de la Barca, que a punto de regresar a Europa recibió de Orsoni, como el mismo ministro apuntó en su diario, “cartas de recomendación para Roma”,18 como si el cura corso tuviese importantes e influyentes contactos en Roma.

Los engaños no se detuvieron: en una carta de 1841 Orsoni refiere, por ejemplo, haber sido recibido por el presidente Antonio López de Santa Anna y haber hablado con éste sobre las intenciones del gobierno respecto a la religión.19 Sin embargo, no se han encontrado otras fuentes externas que pudiesen comprobar lo que el corso refirió sobre sus contactos y relaciones con las personalidades políticas del país.

Lo que más interesa subrayar aquí son los contactos que Orsoni sí tuvo con las autoridades eclesiásticas mexicanas, pues se relacionó tanto con Manuel Posada y Garduño, preconizado arzobispo de México en diciembre de 1839, como con su sucesor, Lázaro de la Garza y Ballesteros.

Cuando Orsoni llegó a México, Posada era vicario capitular y, en junio de 1839, fue presentado por el gobierno ante el papa, para que lo nombrara arzobispo de México.20 La presencia en el país de una persona supuestamente cercana a la Santa Sede facilitó el acercamiento y las buenas relaciones entre Orsoni y el entonces vicario capitular en espera de su nombramiento.

Efectivamente, en las cartas que Orsoni envió a la curia romana, elogia a Posada con el fin de promover su nombramiento. Entre julio y septiembre de 1839, escribió al menos cuatro cartas: una dirigida al papa Gregorio XVI y las otras al cardenal secretario de Estado, Luigi Lambruschini, y en todas tocaba el tema de la elección del entonces vicario capitular.21 En ellas destacaba lo que Posada había hecho a favor de la Iglesia y lo describe como “fidelísimo a la N[uestra] S[anta] Iglesia Apostólica Romana, a la cual hace respetar y venerar”.22 Cabe resaltar, que las misivas están fechadas el 20, 26 y 27 de julio y 12 de septiembre de 1839, lo que evidencia una cierta insistencia en el tema del nombramiento de Posada, sobre todo considerando que en los meses sucesivos escribió -según las cartas que hasta ahora hemos encontrado- con mucha menor frecuencia. Una de esas cartas parece haber sido solicitada por el mismo Posada, según lo que se lee en la misiva del 27 de julio de 1839, dirigida al cardenal Lambruschini:

La presente me fue más bien dictada por este último reverendo [Posada], quien, no pudiendo expresarse en italiano, me ruega que le haga saber que, habiendo sido uno de los tres candidatos y habiendo [ob]tenido más votos que los dos primeros, el presidente de la república Mexicana lo había elegido arzobispo (sujeto a la aprobación de Su Santidad). La autoridad del gobierno republicano y el gobierno eclesiástico, habiendo cumplido con su deber cada uno por lo que les concierne, han cerrado sus procesos para ser enviados a examen y aprobación de nuestro Señor Gregorio XVI, a quien escribe [Posada] dándole distintas noticias del estado eclesiástico de esta diócesis: no teniendo en Roma ningún otro conocido que el Sacerdote Sabo, quien enviará a Su Eminentísima Señoría los documentos, que desde aquí le han sido enviados con los fondos necesarios, rogando a Vuestra Eminencia que le conceda la gracia de someter a los pies de nuestro Señor Gregorio XVI sus más humildes respetos, los documentos susodichos y la aceptación de la promoción antes mencionada.23

No es difícil imaginar que el vicario capitular se acercara a Orsoni, supuestamente investido de títulos y facultades concedidas por los pontífices, para ponerse en contacto con Roma y tener una mayor seguridad sobre la aceptación de su promoción. En este contexto, no es improbable que Orsoni, apoyándose en la presunta cercanía con la Santa Sede, pudo influenciar a Posada. En este sentido se puede señalar una particular coincidencia relacionada con Posada y la solicitud para un representante pontificio. Como se mencionó en la introducción, los prelados mexicanos no estaban interesados en recibir a un representante pontificio en México y, según los estudios existentes hasta ahora, en los primeros años después de la Independencia nunca se llegó a pedir a Roma que lo enviase. Esto sólo sucedió hasta septiembre de 1839, cuando Posada dirigió una carta a Gregorio XVI -fechada el 1 de septiembre-, en la que brindaba alguna información sobre el estado de la arquidiócesis, justificándose por no haberlo hecho antes, y dirigía una singular petición al Pontífice: “¡Quiera el cielo, Beatísimo Padre, que se acerque a nosotros un Internuncio o alguien que en Tu nombre e igualmente por Tu autoridad y decisión ayude a los Pastores de la Iglesia!”.24

En esta carta, Posada solicitaba un representante diplomático de la Santa Sede de grado inferior respecto a un nuncio -como un internuncio- para que brindase apoyo en contra de los que “se esfuerzan por renovar la guerra contra la Iglesia”. Según la documentación hasta ahora encontrada, ésta sería la única carta en la que Posada escribió al pontífice pidiendo el envío de un representante suyo; tampoco le volvería a escribir como arzobispo para proporcionarle información sobre el estado de su diócesis.

Durante los primeros años de la república centralista, el gobierno del presidente Anastasio Bustamante fue puesto a dura prueba por la inestabilidad política y los constantes levantamientos federalistas. Sin embargo, como afirma Catherine Andrews “es posible que el periodo comprendido entre julio de 1839 y julio de 1840 haya sido el de mayor estabilidad del gobierno de Bustamante”.25 La así llamada guerra de los Pasteles había concluido pocos meses antes, y el vicario capitular se refiere a ese periodo como un momento en que “gozamos de la tregua y de la paz”.26 No había un peligro urgente como para justificar la necesidad de una mayor cercanía y apoyo de parte de Roma. Entonces, ¿por qué lo solicitó en aquel momento? El 20 de julio de 1839, poco antes de la carta de Posada al papa, Orsoni dirigió al entonces secretario de Estado de Gregorio XVI, el cardenal Luigi Lambruschini, una misiva en la que manifestaba la necesidad de que estuviese en México un representante diplomático de la Santa Sede: “Sería más que necesario tener [en México] una persona diplomática de la Corte Romana”.27 Esto lo justificaba con la necesidad de contener a los enemigos de Roma y de vigilar la disciplina eclesiástica.

Orsoni afirmaba que en México se encontraban revolucionarios exiliados del Estado Pontificio que “no hacen [más] que hablar y decir cosas falsas contra los Cardenales y el Santo Padre”. Orsoni relata, sin embargo, que cuando llegó a México lo creyeron “un agente secreto de Su Santidad, por lo que les dio miedo, como también a muchos frailes, que su conciencia los atormenta”. Por lo tanto, Orsoni parecía evidenciar los beneficios derivados de su presencia en México, tocando dos problemáticas no indiferentes para la curia romana: los revolucionarios y los desórdenes en las comunidades religiosas. El cura corso no habla del grado del representante papal, pero no recomienda el envío de un nuncio, afirmando que sobre este aspecto tuvo la oportunidad de hablar con los prelados del país que, en relación con este tema, habían expresado una opinión desfavorable, citando las siguientes observaciones: “1o. La república no es pacífica y nunca lo será. 2o. El gasto es alto porque todo es caro. 3o. Un nuncio no sería bien visto y no le permitirían hacer una larga estancia, o le harían sufrir tormentos para hacerlo escapar”.28 Así, Orsoni no quería que de Roma se enviase un representante pontificio, sino a un encargado de grado inferior de quien se podía esperar un nombramiento in situ. En su carta parece proponerse para un cargo de representante de grado inferior respecto al nuncio, subrayando la inconveniencia de enviar uno a México.

Además, destaca la coincidencia en las fechas y en el tema de la carta de Posada con lo que escribe Orsoni sobre la necesidad de tener un representante papal. Es probable que Posada, al escribir esa carta, se viera influenciado por la opinión y los consejos de quien consideraba en estrecho contacto con la curia romana.

En las primeras cartas del sacerdote corso no sólo se hace referencia a una relación con Posada, sino que también se entiende que los dos conversaban sobre temas relacionados con el gobierno interno de su diócesis. El 22 de enero de 1841, Orsoni informaba: “Anoche, hablando con Mons[eñor] el arzobispo Posada, se sintió afligido al ver que Su Santidad nombraba a tantos obispos in partibus, algo que nunca se había visto en estos países, los cuales, viviendo todos en la capital, acaban por perderle el respeto a los sacerdotes y a los propios obispos”.29

Del relato se desprende que Posada conversó con él sobre algunos problemas relacionados con la gestión de su diócesis y que Orsoni también se tomaba la libertad de aconsejarlo. De hecho, en la misma carta del 22 de enero de 1841, el cura corso informaba que: “le recomendé a Monseñor Posada que extirpara esa costumbre sacrílega, es decir, los sacerdotes del campo en los días festivos dicen hasta ocho o nueve misas” y, ante estas observaciones, Posada “me dijo que se iba a ocupar de ello, tiene buenas intenciones y eso me agrada, y mucho cariño a Su Santidad”.30

En los años siguientes, los elogios iniciales de Orsoni hacia Posada disminuyeron. En la carta del 19 de enero de 1843, se nota un cambio de actitud hacia el arzobispo, que podría interpretarse como un distanciamiento de éste hacia el cura y un enfriamiento de las relaciones entre ambos. En una de sus cartas de 1841, Orsoni había introducido una nota negativa hacia el arzobispo, haciendo alusión a su avaricia, pero sin entrar en detalles.31En 1843, en cambio, criticó explícitamente al arzobispo afirmando que “La diócesis de México es la peor y preveo sólo un porvenir terrible”.32 La diferencia de tono utilizada por Orsoni para describir a Posada y su gestión en 1839-1841, y luego en 1843, podría ser interpretada como la demostración de que entre 1839 y 1841 sí había buenas relaciones entre ellos, mientras que en 1843 las dinámicas que sostenían cambiaron.

Tras la muerte de Posada en 1846, Orsoni siguió manteniendo contacto con el gobierno del arzobispado y todavía se le consideraba investido con títulos honoríficos y en estrecho contacto con la Santa Sede, hasta el punto de que se recurrió a él para ponerse en contacto con Roma. Tal es el caso del provincial de los dominicos, Ignacio Velasco, quien notificó su nombramiento a la Santa Sede mediante Orsoni. Así lo refiere, en 1848, el entonces vicario capitular metropolitano, Juan Manuel Irisarri, quien, contra las acusaciones dirigidas a Velasco por algunos de sus cohermanos que lo querían remplazar con la excusa de no haber comunicado a tiempo su nombramiento a Roma, aducía como prueba “el certificado del Proto-Notario Apostólico, en el que in verbo sacerdotis afirma haberse ocurrido infra bienium a Roma”.33 Irisarri, entonces al frente del gobierno de la arquidiócesis, creía tanto en el valor y la autoridad de la palabra y los títulos de Orsoni como para considerarlos una prueba suficiente.

La credibilidad de Orsoni perduró con el sucesor de Posada, Lázaro de la Garza y Ballesteros, antes obispo de Sonora y establecido en la arquidiócesis de México en 1851. El 23 de enero de 1854, el periódico El Siglo Diez y Nueve informaba que el arzobispo, en visita pastoral, viajó rumbo a Pachuca en compañía de su secretario, Joaquín Primo de Rivera, y el “doctor Don José María Conde d’Orsoni”, lo que muestra la cercanía entre el sacerdote y De la Garza. El artículo también informaba sobre un accidente que involucraba a los tres y cómo hubiera tenido un desenlace más grave de no ser por la presencia del corso. Un carruaje había chocado con el del arzobispo, y volcó a éste, a su secretario y a Orsoni:

El Sr. arzobispo fue herido gravemente del brazo derecho, lastimada su frente, y un golpe contuso en el pecho, el Sr. Orsoni fue lastimado en la cabeza, brazo y todo el cuerpo; el Sr. Lic. Primo de Rivera se lastimó un dedo de la mano derecha y el pescuezo, el cual hubiera sido más grave sin la presencia del Sr. Orsoni, que rompió inmediatamente el vidrio delantero, pudo hacer salir a S. E. Illma. y al Sr. Secretario.34

La cercanía de Orsoni con el arzobispo De la Garza se puede comprobar también mediante otro documento: en la necesidad de proveer a la coadjutoría de Ixmiquilpan, un habitante de esa parroquia le escribe a Orsoni para recomendarle a un presbítero conocido suyo.35 El solo hecho de que se dirigiera a él y no directamente a la Secretaría Arzobispal habla de su cercanía con el arzobispo, a quien correspondía nombrar al cura coadjutor.

Las facultades ejercidas indebidamente por Orsoni

Orsoni no sólo se hizo pasar por una figura cercana a la Santa Sede, sino que también ejerció facultades espirituales que no tenía. Esto se pudo comprobar sólo después de la llegada del delegado apostólico Luigi Clementi, quien logró conseguir un documento que probaba cómo en 1846 Orsoni había entregado a un sacerdote mexicano, un tal José María Yáñez, una prórroga a perpetuidad con la facultad de bendecir objetos de piedad.36 El sacerdote mexicano había recibido del papa Pío VIII la facultad de bendecir objetos de piedad, como coronas y medallas, durante una década, pero Orsoni, “más generoso que el mismo Sumo Pontífice” -como escribe Clementi-, se las había prorrogado a perpetuidad. El documento que Orsoni entregó a Yáñez, en realidad desprovisto de toda validez y en el que también se añadía el título de prelado doméstico del papa, decía:

Yo, José María Conde de Orsoni, Prelado Domestico de N. S. Pío IX, Protonotario, Misionero Apostólico, por las facultades que tengo del Sumo Pontífice Gregorio XVI, y confirmadas por Pío IX, en siete de Agosto de este año corriente, prorrogo in perpetuum las presentes facultades que han sido concedidas por el papa Pío VIII, al Señor Licenciado D. José María Yáñez. México 21 de noviembre 1846.37

Clementi pudo comprobar este abuso porque consiguió recuperar el documento otorgado por el cura corso. Sin embargo, éste no fue el único caso. Los documentos en el Archivo Histórico del Arzobispado de México revelan que Orsoni no sólo dispensó indebidamente facultades en nombre de la Santa Sede, sino que aparentemente también lo hizo a nombre de la Secretaría Arzobispal de México. En el Libro de asuntos comunes de esta secretaría, se registra, el 17 de septiembre de 1853, que el presbítero Felipe de Jesús Hidalgo había continuado celebrando y confesando en la parroquia de Tultitlán a pesar de que sus licencias habían caducado.38 Cuestionado, el padre Hidalgo se justificó afirmando que “el P[adre] D. José M[aría] Orsoni le había asegurado que la S[ecreta]ría le prorrogaba por dos meses sus licencias”. En esa ocasión, el arzobispo Lázaro de la Garza y Ballesteros resolvió no otorgar licencia alguna a dicho padre e informarse con el cura de Tultitlán “en que se fundó para permitir al expresado p[adre] Hidalgo no sólo que celebrase, sino aun que confesase en su parroquia”.39 No se hizo referencia alguna a Orsoni en la resolución del arzobispo que, como se dijo, conocía bien al cura corso. El prelado Hidalgo no había hecho referencia a un documento que acreditara sus razones y la Secretaría Arzobispal no excluyó que Hidalgo lo hubiese probablemente malinterpretado,40 por lo que no se menciona ninguna medida tomada contra el corso. Sin embargo, conociendo los antecedentes de Orsoni, las razones del padre Hidalgo parecen más que creíbles y, por lo tanto, es probable que Orsoni le hubiera garantizado la extensión de sus licencias en nombre de la Secretaría Arzobispal.

La llegada de Clementi a México y la resolución del caso Orsoni

Sobre el caso de Orsoni no se arrojó ninguna luz hasta 1854, tras la llegada a México del delegado apostólico Luigi Clementi. Cuando la delegación llegó a México, monseñor Clementi desconocía la existencia de Orsoni. Recibió la primera noticia sobre el cura en marzo de 1852, cuando, conversando con el presidente Mariano Arista, éste le informó con cierta desaprobación que “en Roma era fácil prestar oídos a personas que, con los informes más absurdos y exagerados y con artificios y pretextos indignos, pretendían sembrar la discordia, y burlar la sagacidad y la justicia de esa Corte”.41 Arista, como confirma Clementi, se refería a Orsoni:

En esta alusión vaga e indeterminada, no pude penetrar a quien quisiera referirse con tales expresiones. De unas pocas palabras que se le escaparon, me pareció se refiriese a un cierto sacerdote que ha estado aquí durante varios años y que se da a sí mismo el título de Conde de Orsoni, y que pretende, como dicen, hacer creer que estaba en continua e inmediata relación con el S. Padre.42

El presidente mexicano, por tanto, creía que Orsoni estaba en contacto con la Santa Sede y que ésta lo escuchaba. Clementi comunicó lo sucedido al cardenal secretario de Estado, Giacomo Antonelli, mediante su despacho del 3 de abril de 1852, pero más allá de eso, no se hizo ningún seguimiento del caso hasta 1854, cuando Clementi, a través de lo ocurrido con el sacerdote Yáñez, se enteró de que Orsoni estaba otorgando indebidamente facultades espirituales que en realidad no tenía. Al respecto el delegado escribía que “Lo que sé es que él [Orsoni] es extremadamente ignorante y que pertenece a esa clase de curas vagabundos y aventureros que ciertamente no honran al Clero Romano”.43 Ahí fue que el asunto movilizó tanto al delegado apostólico como a la Secretaría de Estado en Roma, y los llevó a informarse detalladamente sobre el personaje, a través primariamente de la Congregación de Propaganda Fide, que desmintió gran parte de la información que Orsoni había dado sobre sí mismo, y negó haberle concedido facultades o títulos honoríficos.44 La otra fuente consultada, en 1854, fue el nuncio en París, Carlo Sacconi, a quien se le pidió ponerse en contacto con el superior del seminario de Saint-Esprit para obtener de él información sobre Orsoni, integrando las noticias proporcionadas por Propaganda.45

Después de haber obtenido información por dicha Congregación, y pocos días después de haber escrito al nuncio en París, la Secretaría de Estado se dirigió nuevamente a Clementi, dándole la tarea “de invitar con su experimentada prudencia al susodicho [Orsoni] a mostrar los documentos relativos a los títulos que ostenta, y las facultades que ejerce”, así como a “recopilar más datos sobre su conducta religiosa, moral y política, y hacerme un informe detallado de ello, para que yo pueda entregarlo al S[anto] P[adre], e implorar una providencia definitiva al respecto”.46

El delegado apostólico cumplió con lo comunicado por Roma y, el 1 de septiembre de 1854, informó al cardenal secretario de Estado haber pedido a Orsoni que le mostrara los documentos en los que se basaba para gozar de los títulos de misionero apostólico, protonotario y prelado doméstico y para repartir indulgencias y gracias espirituales.47

El primer documento que, según Orsoni, demostraba su título de misionero apostólico no era más que una simple licencia para celebrar misa, obtenida en 1836 del vicariato de Roma para los oficios interpuestos por la Congregación de Propaganda y concedida al presbítero Giuseppe Maria Orsoni. En este mismo documento, entre las palabras “Maria” y “Orsoni”, el delegado apostólico informaba que las letras “Cte” -que significan “conde”- habían sido insertadas en “otro tipo de letra y con tinta diferente”. El otro documento mostrado por Orsoni y que se suponía que acreditaba el título de protonotario apostólico era, en realidad, una carta escrita a Lacombe, el prefecto apostólico de las misiones de Guadalupe, por el ministro francés de la Marina y las Colonias, con la que se permitía a Lacombe hacer uso del título de protonotario apostólico de honor que le había otorgado Gregorio XVI. Por lo tanto, este último documento no tenía nada que ver con el cura corso, salvo el escrito “Monsieur Orsoni” colocado en el margen inferior de la hoja y que Clementi informó como claramente falso “porque estaba trazado con otra caligrafía y otra tinta sobre las letras de otro nombre”. Estos fueron los dos únicos documentos que Orsoni presentó al delegado apostólico para justificar los títulos que usaba y las facultades que ejercía. Clementi concluyó que:

El Sr. D. Giuseppe Maria Orsoni es un verdadero y solemne impostor, que con falsedades y mentiras ha engañado y seducido a estos pueblos tan crédulos y sencillos; que no es ni Misionero ni Protonotario Apostólico, ni Prelado Doméstico, ni Conde, como ha hecho creer anunciándose y firmando como tal, y que ninguna facultad ha tenido jamás para conceder indulgencias y otras gracias espirituales.48

Clementi informó también que Orsoni habría intentado perjudicar y hacer quedar mal al delegado y a la delegación con “falsas y calumniosas imputaciones”. Considerando la relación existente entre Orsoni y De la Garza, por un lado, y las fricciones existentes entre el arzobispo y Clementi, por el otro, es probable que en esas últimas tuvo parte también Orsoni, a la luz de lo que dijeron de él el prefecto apostólico de Guadalupe y el superior del seminario de Saint-Esprit: que era maniobrero, mentiroso y metía cizaña.

Recibidas las últimas noticias, Pío IX ordenó escribir a Clementi para asegurarse de que cesaran los abusos de Orsoni el 29 de noviembre de 1854, pero tratando de ser prudente. La Secretaría de Estado, que se encargó de encomendar al delegado apostólico “la tarea de trabajar para que el sujeto no continúe con los abusos”, se cercioró de que Clementi recurriese a métodos prudentes y que no diese “lugar a escandalosas emergencias”.49 Por lo tanto, la medida adoptada por la Santa Sede contra Orsoni se limitó a una llamada de atención por parte del delegado apostólico. Esta medida leve se explica por la voluntad de Roma de no crear escándalos que pudiesen comprometer o dañar tanto a la Santa Sede como a la delegación apostólica, cuya presencia en México había encontrado obstáculos y dificultades.

Estos motivos explican la medida extraoficial adoptada contra Orsoni que, en cualquier caso, parece haber sido suficiente: de los documentos disponibles hasta el momento, se desprende que Orsoni dejó de hacer uso de los títulos de misionero y protonotario apostólico, aunque conservó el de conde. En una de las cartas que envió a Roma en 1857, en efecto, sólo aparece el título de “Conde”; del mismo modo ocurre en otras misivas enviadas en 1868 a la Secretaría Arzobispal: no hay rastro de los otros títulos.50

La información transmitida a Roma por Orsoni antes de la llegada de Clementi

Roma disponía de pocas noticias sobre México en el periodo anterior a la llegada del delegado apostólico, por lo que incluso las transmitidas por un personaje sobre el que había información escasa y no comprobada podían tomarse en consideración, como ocurrió con Giuseppe Maria Orsoni. Como se demostrará en este apartado, algunas de las cartas de este sacerdote, además de guardarse en el archivo de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, fueron claramente consideradas con el objetivo de comprender mejor la situación política y religiosa en México. Esto no quiere decir que hayan sido decisivas en las resoluciones tomadas por la Santa Sede, pero sí que fueron al menos evaluadas.

Las cartas que Orsoni envió a Roma se concentran principalmente en el periodo de 1839-1841; de estos años se han encontrado siete cartas.51 En los años siguientes, Orsoni siguió escribiendo a Roma, pero de forma mucho más esporádica. En el archivo de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios se conservan una carta de 1843, una de 1850, otra de 1852 y otras dos de 1857 y 1862.52 Cuando envió las primeras cartas en 1839 desde México, la Secretaría de Estado solicitó información a la Congregación de Propaganda Fide, que -mediante su prefecto- dio a conocer que Orsoni ya no dependía de ésta y que no le era posible dar noticias favorables sobre su conducta.53 Sin embargo, en ese entonces y hasta 1854, no se investigó más al respecto y consecuentemente no se tomó alguna medida contra Orsoni, quien siguió firmando sus cartas como protonotario y misionero apostólico hasta que intervino el delegado apostólico.

El 9 de enero de 1840, el secretario de la Congregación Consistorial, Lorenzo Simonetti, envió “por orden de Su Santidad” al secretario de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, Giovanni Brunelli, una carta de Orsoni fechada el 26 de julio de 1839, mandada desde México y con información relativa a esta república, para que “las noticias contenidas en ella sean esclarecedoras para esta Secretaría”.54 En su carta, el secretario de la Congregación Consistorial se refiere a Orsoni como “Misionero Apostólico” y también aparece el título de “Conde”, lo que muestra que aún no se habían realizado las averiguaciones necesarias sobre el sacerdote.

La carta de Orsoni del 26 de julio está dirigida al pontífice Gregorio XVI y, además de delinear el estado general religioso y político en México, dedica un amplio espacio al vicario capitular de la arquidiócesis de México, Manuel Posada y Garduño, que, como se mencionó anteriormente, había sido presentado por el gobierno ante el papa para que fuese nombrado arzobispo de México. Orsoni, en su carta, dedica un largo párrafo a Posada, cuyos méritos y cualidades enumera, hablando de él en términos ampliamente positivos, con el objetivo de promover su nombramiento como nuevo arzobispo de México.55

La referencia a la promoción de Posada y a sus cualidades y méritos explica por qué la carta de Orsoni estaba en posesión del secretario de la Congregación Consistorial, el dicasterio romano cuya tarea era “recibir los nombres de los obispos designados y preparar los actos para el Consistorio secreto en el que se realizaría su preconización”.56 Y, de hecho, en la carta de monseñor Simonetti a monseñor Brunelli, se hace mención de la información relativa a Posada transmitida por Orsoni: “En la misma [carta], se habla además de las dotes que adornan a M[onseñor] Posada, quien, como usted bien sabe, en el último Consistorio Secreto del 23 de Diciembre p[róximo] p[asa]do fue ascendido a la Sede Arzobispal de México”.

Una vez concluido el consistorio y la preconización de Posada en diciembre de 1839, monseñor Simonetti envió la carta de Orsoni a la Secretaría de la Congregación para los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios para que ésta pudiera hacer uso de ella. Por lo tanto, la carta de Orsoni fue primero utilizada, o al menos considerada, por la Congregación Consistorial y luego por la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, interesada en recopilar información sobre el estado tanto religioso como político de México.

En lo referente a la situación de la Iglesia en México, Orsoni informó en su carta que ésta era mejor que la que había encontrado tanto en la isla de Cuba como en la de Haití. Destacó los méritos del clero mexicano y, sobre todo, el de la capital, en cuyas filas estaba Posada: “Los sacerdotes la defendieron [a la Iglesia] con el estandarte de la cruz en la mano y siempre salieron victoriosos”. Informó que las revoluciones eran frecuentes en México y que entre los enemigos de la Iglesia estaban “los Yorquinos”, “la plaga de los libros falsos” y “los propagadores de falsas doctrinas”, entre los que incluía, en otras de sus cartas, a José María Luis Mora, contribuyendo probablemente a crear una cierta imagen dicotómica sobre la realidad mexicana. En relación con Mora, en una carta fechada el 20 de julio de 1839, Orsoni escribe lo siguiente: “El Doctor Mora, que se halla ahora en París, ha escrito sobre la república y el clero; esta obra comienza a doler y crea problemas al clero para confundirlo”.57 La asociación de Mora como propagador de falsas doctrinas regresa en una carta posterior, del 27 de septiembre de 1839: “La peste que había introducido el R[everendo] Mora (quien vive en París) con sus falsos principios antirreligiosos”.58

Todavía en 1850, hay constancia de que la información transmitida por Orsoni a Roma se tomó en cuenta. En ese año -el 10 de febrero- Orsoni dirigió una carta al nuevo Pontífice, Pío IX, que se conservó y reportó el 15 de mayo.59 Se elaboró un resumen de esta carta en la que aún se hace referencia al “Conde Orsoni” como “Protonotario y Misionero Apostólico residente en México”.60 Esta carta centraba su interés en la información que transmitió Orsoni sobre la posibilidad de enviar un “Internuncio” a México.61 La Santa Sede ya tenía en mente enviar un representante a esa república y, desde el inicio de las relaciones diplomáticas, había manifestado su interés al gobierno mexicano,62 insistiendo particularmente sobre este punto a partir de 1848-1849 y pudiendo concretarlo sólo en 1851. Por lo tanto, la carta de Orsoni se inserta en la fase de planificación de la misión pontificia y, debido a esto, su contenido resultaba de particular interés.

En su carta, Orsoni abordaba el tema del posible envío de un representante pontificio, desaconsejándolo por el momento y explicando sus razones, que fueron sintetizadas cuidadosamente en el resumen elaborado por la Secretaría de la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, y luego comunicadas al Pontífice.63 En primer lugar, Orsoni informó que pronto terminaría la presidencia del general José Joaquín Herrera, por lo que convenía esperar para ver quién sería el sucesor y las intenciones del nuevo gobierno hacia la religión y la Iglesia. También agregó que “el tesoro mexicano siempre está agotado” y, por lo tanto, no se podría contar con el apoyo del gobierno para sostener la misión pontificia. Además, mencionó que el clero, tanto secular como regular, y sobre todo este último -al que califica en términos profundamente negativos-, se oponía a la misión. De los frailes, en particular, dijo que “son capaces de todo menos del bien”, señalando que habían hecho todo lo posible por entorpecer la misión del visitador apostólico de las órdenes regulares encomendada por Gregorio XVI al obispo de Puebla, Francisco Pablo Vázquez, y que también habían tomado la decisión de asesinarlo, concluyendo que “tales circunstancias preparan para el nuevo Internuncio”.64 Finalmente, lo que aconsejaba Orsoni era, en primer lugar, “hacer tiempo” y esperar a ver quién sería el nuevo presidente y, mientras tanto, “tener aquí a una persona secreta para que avise a Su Santidad sobre cómo los muchos males podrían remediarse”.65 Sobre la persona de confianza a quien se le confiaría tal encargo, Orsoni recomendaba a Juan Cayetano Gómez de Portugal, obispo de Michoacán, de quien dijo contaba con “conocimiento, santidad y prudencia”, y que “su nombramiento como cardenal 66agradó a muchos, aunque no a los frailes que le tienen pavor, y lo temen”. Sin embargo, añadía que el obispo Gómez de Portugal era “muy viejo y enfermo”, y efectivamente murió dos meses después, el 4 de abril de 1850. No es de excluir que esta última especificación le sirviera para autopromoverse como informador de la Santa Sede y evitar así que de Roma mandasen a alguien.

Conclusiones

La llegada de un representante pontificio a México permitió no sólo proporcionar a Roma información constante y segura acerca de la realidad tanto política como eclesiástica mexicana, también permitió a la Santa Sede ejercer un mayor control sobre los casos de abusos, como el de Orsoni, que se aprovechó de la falta de información de la Santa Sede para pasar por una figura cercana a la curia romana e investida de títulos y facultades particulares.

Sobre el cura corso, después de las averiguaciones hechas a partir del delegado apostólico en 1854, las noticias se vuelven mucho más escasas, señal de que probablemente vivió en los márgenes de la vida eclesiástica y política. Por los documentos estudiados, sabemos que siguió viviendo en México, donde murió el 25 de junio de 1873 a la edad de 74 años.

En los últimos años se desempeñó como capellán del cementerio de La Piedad, donde fue enterrado y cuya tumba aún se conserva (véase la Figura 1). La finalidad de este artículo no es reconstruir la vida del sacerdote Orsoni. Más bien, el objetivo es mostrar que, como consecuencia de la reorganización eclesiástica después de la Independencia, hubo grandes faltas y problemas en las relaciones y comunicaciones entre la Santa Sede y la Iglesia local que favorecieron situaciones de irregularidades prolongadas.

Figura 1 La tumba de Orsoni se encuentra en la quinta calle, fosa 28, en el Panteón Francés de la Piedad (ciudad de México). Los derechos de la imagen pertenecen a Maddalena Burelli. 

Aquí nos enfocamos en el caso del cura corso, pero sería interesante averiguar otros casos análogos tanto en México como en otras repúblicas hispanoamericanas, para sacar a la luz lo que era una problemática generalizada: la falta de control sobre un clero que se aprovechaba -por ignorancia o a propósito- de sus atribuciones, de forma lícita y también ilícita. La historia de Orsoni podría ser sólo la cima del iceberg. Efectivamente, Clementi informó a la Secretaría de Estado el 1 de diciembre de 1856 que “otros podrían adscribirse al famoso Sacerdote Orsoni”, refiriéndose, esta vez, a casos de eclesiásticos mexicanos que afirmaban haber obtenido extensas y particulares concesiones pontificias.67

El problema general destacado por el delegado apostólico giraba en torno a un desconocimiento sustancial sobre la concesión de facultades especiales:

Aquí, se cree -y los mismos Obispos, por las muchas preguntas y propuestas que me hacen, no son de distinto parecer- que la Delegación Apostólica tiene tantas facultades como el mismo Pontífice, y quizás más, porque a veces también me piden lo que la Santa Sede misma nunca o muy raramente dispensa.68

Estas creencias señalan una falta de preparación sobre lo que se podía pedir y obtener de los representantes pontificios y de la propia Santa Sede, lo que daba lugar a posibles abusos de poder y, por tanto, sobre la existencia de antecedentes que justificaban esas pretensiones, que en algunos casos el delegado apostólico definía como “muy extrañas”.69 Clementi informaba, por ejemplo, que: “No son infrecuentes los casos en los que se me pide de legitimar las uniones concubinarias de sacerdotes mediante la celebración del matrimonio según las reglas de la Iglesia” y que “siempre se me reportan varias concesiones, que dicen fueron hechas al respecto por el Sumo Pontífice Gregorio XVI”. Estas supuestas concesiones pontificias eran muchas veces, como lo explica Clementi, “la invención del fanatismo exagerado de ciertos eclesiásticos, que se han aprovechado de la santa sencillez de estos pueblos para obtener lucros y ventajas temporales”.70 Había, por lo tanto, eclesiásticos que apelaban a falsas concesiones pontificias, cuyos documentos habían sido falsificados, carecían de valor, o no existían.

En fin, la historia de Orsoni es ejemplificativa para abordar la cuestión de las malas comunicaciones y la falta de información que había entre México y la Santa Sede durante la primera mitad del siglo XIX, hasta llegar al caso donde un sacerdote cualquiera logró disfrazarse de un enviado de la Santa Sede y fue tomado en cuenta. Esta situación se pudo verificar como consecuencia de los problemas que se generaron durante esa fase de redefinición de la estructura y organización eclesiástica y frente a la falta de acuerdos entre la República mexicana y la Santa Sede. Esta última es una condición que no se resolvió ni con el nombramiento de los primeros obispos en 1831, ni tampoco con el comienzo de las relaciones diplomáticas en 1836. Estos dos acontecimientos no pueden ser considerados como el punto de llegada, sino como el punto de partida de un proceso de restructuración general de la Iglesia mexicana y de un acercamiento a la Santa Sede, cuyos frutos más visibles se dieron a partir de la década de los cincuenta y, sobre todo, durante la segunda mitad del siglo XIX.

Fuentes

Documentales

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1Sobre la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios, véase Lajos Pásztor, “La Congregazione degli Affari Ecclesiastici Straordinari tra il 1814 e il 1850”, Archivum Historiae Pontificiae, n. 6 (1968).

2Luigi Clementi (1794-1869) anteriormente obispo de Macerata y Tolentino fue nombrado delegado apostólico para México y Centroamérica en 1851. Vivió en México hasta 1861 cuando fue expulsado por el gobierno de Benito Juárez. Sobre la delegación apostólica de monseñor Clementi en México, me permito señalar a Maddalena Burelli, “La prima delegazione apostolica in Messico. Sviluppi e problematiche del rapporto tra Stato e Chiesa (1851-1861)” (tesis doctoral, Università Cattolica del Sacro Cuore, 2019), y Maddalena Burelli, “Roma e il rapporto Stato-Chiesa in Messico (1821-1861)”, Contemporanea, Rivista di Storia dell’800 e del ‘900, n. 2 (2021): 211-244.

3Cecilia Adriana Bautista García, “Hacia la romanización de la Iglesia mexicana a fines del siglo XIX”, Historia Mexicana, n. 55 (2005). Es un proceso que comparten las iglesias latinoamericanas y que se consolida durante la segunda mitad del siglo XIX, Francisco Javier Ramón Solans, Más allá de los Andes: los orígenes ultramontanos de una Iglesia latinoamericana (1851-1910) (Bilbao: Universidad del País Vasco, 2020).

4Sobre los obstáculos iniciales, puede revisarse Roberto Gómez Ciriza, México ante la diplomacia vaticana: el periodo triangular, 1821-1836 (México: Fondo de Cultura Económica, 1977).

5Véase, entre otros, la defensa que hizo en 1835 Juan Cayetano Gómez de Portugal y Solís, obispo de Michoacán, del patronato como prerrogativa de la Iglesia y en contra del patronato nacional, Gabriel Díaz Patiño, “Los debates en torno al Patronato eclesiástico a comienzos de la época republicana: el caso de Michoacán”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, n. 43 (2006).

6Actas de la Junta de Diocesanos reunida en Méjico en el año de 1822. Sesión primera sobre el Patronato, en Colección Eclesiástica Méjicana, t. I (México: Imprenta de Galván, 1834), 11.

7Brian Connaughton, Entre la voz de Dios y el llamado de la patria. Religión, identidad y ciudadanía en México, siglo XIX(México: Fondo de Cultura Económica; México: Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2010), 173.

8Sergio Rosas Salas, “¿Quién tiene derecho a nombrar obispos? Provisión episcopal y patronato en México, 1850-1855”, Tzintzun. Revista de Estudios Históricos, n. 63 (2016).

9Sobre el obispo Labastida, véase Marta Eugenia García Ugarte, Poder político y religioso. México siglo XIX (México: Cámara de Diputados, LXI Legislatura; México: Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Sociales; México: Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana; México: Miguel Ángel Porrúa, 2010); Marta Eugenia García Ugarte, “Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos durante la guerra de Reforma y su decisión de impulsar la Intervención y el establecimiento del Segundo Imperio”, en El imperio napoleónico y la monarquía en México, coord. de Patricia Galeana (México: Senado de la República; Puebla: Gobierno del Estado de Puebla; México: Siglo XXI, 2012), 111-144.

10Las relaciones diocesanas enviadas a Roma se encuentran en la serie Relationes Diocesium del archivo de la Congregación del Concilio en el Archivo Apostólico Vaticano. Sin embargo, algunas relaciones diocesanas podrían encontrarse en otras secciones del mismo archivo, debido a las reorganizaciones que sufrió el mismo, o incluso en otros fondos; éste es el caso de la relación de Sonora de 1847, que fue remitida por la Congregación del Concilio a la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios y todavía se encuentra en su archivo, Archivio Storico della Segretaria di Stato, Sezione per i Rapporti con gli Stati, Affari Ecclesiastici Strordinari (en adelante ASRS, AES), Messico, pos. 120, fasc. 597, 33r-43r.

11La cita es de García Ugarte, Poder político, 100. Véase también Sergio Rosas Salas, La Iglesia mexicana en tiempos de la impiedad: Francisco Pablo Vázquez, 1769-1847(Puebla: Benemérita Universidad Autónoma de Puebla; Zamora: El Colegio de Michoacán; Puebla: Ediciones EyC, 2015), 206-208.

12Sobre el episodio, puede leerse Burelli, “La prima delegazione apostolica”.

13Toda la información sobre la vida de Orsoni fue tomada de las noticias que la Congregación de Propaganda Fide y el nuncio en París, Carlo Sacconi, proporcionaron en 1854 a la Secretaría de Estado y a la Congregación de los Asuntos Eclesiásticos Extraordinarios.

14Notizie avute dalla S. C. di Propaganda, 20 de mayo de 1854, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 94r.

15“Carta de C. Sacconi a G. Antonelli, 4 de julio de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 102v.

16Copia di lettera scritta dalla Sacra Congregazione di Propaganda Fide li 18 giugno 1836 al Sig. Fourdinier Superiore del Seminario di S. Spirito in Parigi relativamente al sacerdote Giuseppe Maria Orsoni di Corbara Diocesi di Ajaccio in Corsica già Missionario Apostolico della Guadalupe, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 80r.

17Notizie avute dalla S. C. di Propaganda, 96v.

18Diario de Ángel Calderón de la Barca, primer ministro de España en México (Incluye sus escalas en Cuba), edición, notas, estudio introductorio y epílogo de Miguel Soto (México: Secretaría de Relaciones Exteriores, Dirección General de Acervo Histórico Diplomático, 2015), 268.

19“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 27 de octubre de 1841”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 72v.

20Berenise Bravo Rubio, La gestión episcopal de Manuel Posada y Garduño. República católica y arzobispado de México, 1840-1846(México: Porrúa, 2013), 37.

21“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 20 de julio de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 61v; “Carta de G. M. Orsoni a Gregorio XVI, 26 de julio de 1839”, ASRS, AES, pos. 165, fasc. 627, 82r-v; “Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 27 de julio de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 63r-v; “Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 12 de septiembre de 1839, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 65r-v.

22“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, México, 20 de julio de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 61v.

23“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, México, 27 de julio 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 63r-v.

24“Carta de M. Posada a Gregorio XVI, 1 de septiembre de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 89, fasc. 593a, 42r.

25Catherine Andrews, Entre la espada y la Constitución. El general Anastasio Bustamante, 1780-1853(Ciudad Victoria: Universidad Autónoma de Tamaulipas; Ciudad Victoria: H. Congreso del Estado de Tamaulipas, LX Legislatura, 2008), 273.

26“Carta de M. Posada a Gregorio XVI, 1 de septiembre de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 89, fasc. 593a, 40v.

27“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, México, 20 de julio de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 62v.

28“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, México, 20 de julio de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 62r.

29“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, México, 22 de enero de 1841”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 69v.

31En la carta del 27 de octubre de 1841, en el post scriptum dice: “nada escribo del arzobispo porque su avaricia […] y […] no lo vuelven honorable”, “Carta de Orsoni a L. Lambruschini, 27 de octubre de 1841”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 73r.

33“Carta de J. M. Irisarri al ministro de Justicia y Negocios Eclesiásticos, octubre de 1848”, La Voz de la Religión, 4 de noviembre de 1848, p. 534.

34El Siglo Diez y Nueve, 23 de enero de 1854, p. 4.

35“Se agrega una carta dirigida al Presbo. D. José Ma. Orsoni en la que un vecino de Ixmiquilpan le recomienda para aquella coadjutoría al Presbo. D. Juan N. Enriquez, por el conocimiento que allí tienen de su persona”, AHAM, Libro de asuntos comunes desde 3 de junio a 28 de septiembre de 1854, CL 165, L2, p. 187.

36“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de marzo de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 90r-91r.

37Lo transcribe en su despacho el delegado apostólico, “Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de marzo de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 90v.

38AHAM, Libro de asuntos comunes del 13 de mayo al 25 de octubre de 1853, CL 164, L 3, 361.

40“[…] esto se ha dicho sin fundamento alguno, o entendió lo que no era el interesado”, AHAM, Libro de asuntos comunes del 13 de mayo, 361.

41“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 3 de abril de 1852”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 617, 107v.

42“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 3 de abril de 1852”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 617, 107v-108r.

43“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de marzo de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 90r.

44Notizie avute dalla S. C. di Propaganda, 94v; “Carta de A. Barnabò a G. B. Cannella, desde Propaganda, 31 de mayo de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 98r.

45“Carta de G. Antonelli a C. Sacconi, 14 de junio de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 100r-v.

46“Carta de G. Antonelli a L. Clementi, 20 de junio de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 104rv.

47“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de septiembre de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 106r-107v.

48“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de septiembre de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 107r.

49“Carta de G. Antonelli a L. Clementi, 1 de diciembre de 1854”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 110r.

50El Sr. Presbo. D. José María, Conde de Orsoni, sobre Bautismo del inglés Mr. Samuel Naides, 1868, AHAM, Base Siglo XIX, caja 38, exp. 84.

51“Cartas de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 20 de julio de 1839, 27 de julio 1839, 12 de septiembre de 1839, 19 de mayo de 1840, 22 de enero de 1841, 27 de octubre de 1841”, en ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 60r-73r; “Carta de G. M. Orsoni a Gregorio XVI, 26 de julio de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627.

52“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 19 de enero de 1843”, ASRS, AES, Messico, pos. 106, fasc. 594, 64r-65v; “Carta de G. M. Orsoni a Pío IX, 10 de febrero de 1850”, ASRS, AES, Messico, pos. 134, fasc. 603, 4r-5r; “Carta de G. M. Orsoni, 1 de junio de 1857”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 650, 132r, y las cartas de Orsoni de 1 de diciembre de 1852 y 28 de febrero de 1861, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 638, 86r y ss.

53Notizie avute dalla S. C. di Propaganda, 96v.

54“Carta de L. Simonetti a G. Brunelli, desde la Secretaría Concistorial, 9 de enero de 1840”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, fasc. 627, 81r.

55“Carta de G. M. Orsoni a Gregorio XVI, 26 de julio de 1839”, ASRS, AES, pos. 165, fasc. 627, 84r-v.

56Niccolò Del Re, La Curia Romana. Lineamenti storico-giuridici (Città del Vaticano: Libreria Editrice Vaticana, 1998), 138.

57“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 20 de julio 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 62v.

58“Carta de G. M. Orsoni a L. Lambruschini, 27 de septiembre de 1839”, ASRS, AES, Messico, pos. 92, fasc. 593a, 65r.

59“Carta de G. M. Orsoni a Pío IX, 10 de febrero de 1850”, ASRS, AES, pos. 134, fasc. 603, 4r-5r.

60Sunto di una lettera diretta al S. Padre li 10 febbraio 1850 del Conte Orsoni Protonotario e Missionario Apostolico residente in Messico, reportada el día 15 de mayo de 1850, ASRS, AES, Messico, pos. 134, fasc. 603, 3r-v.

61“Van varios días que corre la voz entre el público de que el Excelentísimo Señor Presidente Herrera ha pedido a la Vuestra Santidad un Internuncio”, “Carta de G. M. Orsoni a Pío IX, 10 de febrero de 1850”, ASRS, AES, Messico, pos. 134, fasc. 603, 4v.

62“Carta de M. Díez de Bonilla al oficial mayor encargado del Despacho de la Secretaría de Justicia y Negocios Eclesiásticos, 30 de noviembre de 1836”, en Joaquín Ramírez Cabañas, Las relaciones entre México y el Vaticano(México: Secretaría de Relaciones Exteriores, 1928), 163.

63“Carta de G. M. Orsoni a Pío IX, 10 de febrero de 1850”, ASRS, AES, pos. 134, fasc. 604, 4 r-5 r; Sunto di una lettera, 3r-v.

64“Carta de G. M. Orsoni a Pío IX, 10 de febrero de 1850”, ASRS, AES, pos. 134, fasc. 604, 4 v.

65“Carta de G. M. Orsoni a Pío IX, 10 de febrero de 1850”, ASRS, AES, pos. 134, fasc. 604, 5 r.

66La bula pontificia del nombramiento del obispo Juan Cayetano Gómez de Portugal al cardenalato llegó cuando el obispo ya había muerto. Aquí es probable que Orsoni se refiera a la designación del obispo de Michoacán por parte del gobierno para proponerlo al cardenalato. Sobre el nombramiento de Gómez de Portugal al cardenalato, véase Honras fúnebres del Illmo. Sr. D. Juan Cayetano Portugal, dignísimo obispo de Michoacán, verificadas en esta Santa Iglesia Catedral en los días 11 y 12 de noviembre del año de 1850 (Morelia: Tipografía de Ignacio Arango, 1851), nota A, 116.

67“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de diciembre de 1856”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, 100r.

68“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de abril de 1856”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, 92r.

69“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de diciembre de 1856”, pos. 165, 99v.

70“Carta de L. Clementi a G. Antonelli, 1 de diciembre de 1856”, ASRS, AES, Messico, pos. 165, 100r.

Recibido: 11 de Septiembre de 2021; Aprobado: 30 de Marzo de 2022

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El presente artículo es resultado de la investigación realizada gracias al Programa de Becas Posdoctorales en la UNAM de la Dirección General de Asuntos del Personal Académico (DGAPA-UNAM), bajo la tutoría del doctor Miguel Soto. Quisiera también agradecer al doctor Pablo Mijangos por sus valiosas sugerencias.

Maddalena Burelli es doctora en Historia por la Università Cattolica del Sacro Cuore (2019). Realizó una estancia posdoctoral en El Colegio de México entre 2019 y 2020, y actualmente es becaria posdoctoral en la UNAM. Sus líneas de investigación son las relaciones entre la Santa Sede y México en el siglo XIX, tema sobre el que realizó su tesis de doctorado, y el monarquismo mexicano, particularmente su actual trabajo de investigación está enfocado en la figura de José María Gutiérrez de Estrada. Recientemente publicó un artículo titulado “Roma e il rapporto Stato-Chiesa in Messico (1821-1861)”, Contemporanea, Rivista di Storia dell’800 e del ‘900 (2/2021): 211-244, doi: 10.1409/99449, y escribió otro artículo, “La influencia del contexto europeo posterior a 1848 en el pensamiento de José María Gutiérrez de Estrada”, que será publicado en Historia Mexicana en el número 290.

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