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Estudios de historia moderna y contemporánea de México

Print version ISSN 0185-2620

Estud. hist. mod. contemp. Mex  n.41 Ciudad de México Jan./Jun. 2011

 

Reseñas bibliográficas

 

Pedro Salmerón, Los carrancistas. La historia nunca contada del victorioso Ejército del Noreste

 

Rodrigo Díaz Maldonado*

 

México, Planeta, 2009, 352 p.

 

* Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México

 

Desde hace ya algunos años, el doctor Pedro Salmerón ha venido enfocando sus esfuerzos al estudio de los aspectos militares y sociales de la Revolución mexicana. Prueba de ello son sus numerosos artículos y libros sobre el tema, de entre los cuales destaca su obra sobre la División del Norte,1 que es la versión definitiva de su tesis doctoral, y en donde es posible encontrar una amplia investigación cuyo objetivo principal es reconstruir históricamente las bases sociales y económicas del que llegó a ser el ejército más poderoso de la Revolución mexicana, así como rescatar del olvido a varios de los principales caudillos y jefes militares que dieron forma a la División del Norte. Se trata, pues, de una obra importante que estudia un tema que, pese a formar parte del imaginario colectivo mexicano (todo el mundo sabe o cree saber qué es un "Dorado", por ejemplo), ha sido curiosamente poco estudiado, por lo menos en su dimensión social. Por lo mismo, la obra se aparta claramente de las visiones oficialistas sobre el tema, ubicándose así en el terreno del revisionismo historiográfico de la Revolución. Es bien sabido que esta tendencia se caracteriza por una visión crítica de las interpretaciones apologéticas de la Revolución, así como por su profundo rigor académico, lo cual no impide, empero, que manifieste sus propias preferencias ideológicas o morales. En el caso de este trabajo de Salmerón es importante notar, sin embargo, que se trata de una nueva modalidad del revisionismo, pues aunque comparte las premisas básicas del género, se diferencia de la mayoría de sus cultores al asumir un modelo de representación histórica directamente narrativo. Con esto quiero decir que la forma explícita de explicación histórica radica, en este caso, más en el relato mismo de los acontecimientos que en su análisis estructural o exposición crítica. De esta forma, Salmerón combina los rigores de la investigación documental con los poderes asertivos y emotivos del relato. El resultado es muy interesante: desde la academia se procura recuperar a los lectores no académicos y, no menos importante, se busca propiciar la creación de un nuevo relato fundacional de la Revolución. Y es aquí donde entran las consideraciones ideológicas. Este nuevo relato no pretende exaltar los logros de la Revolución triunfante que, para bien o para mal, dio forma al moderno Estado mexicano, sino mostrar la fuerza y consistencia de lo que podría llamarse un "proyecto alternativo de nación", el proyecto prefigurado en la práctica por los vencidos, por los villistas. Así, los villistas de Pedro Salmerón se alejan de los dos extremos de la tradición interpretativa: ni peligrosos bandidos semisalvajes y "roba vacas", ni bandoleros sociales idealistas sin un proyecto viable de nación. Ahora no se limitan a representar simbólicamente las aspiraciones de justicia social que vagamente reivindican o atacan diversos grupos políticos, como casi siempre lo han hecho, sino que sus formas de organización social, económica y militar expresan algo así como el verdadero contenido de justicia histórica de la Revolución. El mensaje es bastante claro: los villistas no sólo podían ganar la lucha armada, debieron hacerlo.

En contraste con lo anterior, Pedro Salmerón publica su más reciente trabajo, Los carrancistas. La historia nunca contada del victorioso Ejército del Noreste. Desde el título, con la incorporación del adjetivo "victorioso", podemos constatar el radical cambio en el objeto de estudio. Pese a ello, la obra posee una estructura muy similar a la del libro sobre los villistas y, de hecho, sus intenciones manifiestas son análogas: mostrar la base social y la estructura militar del Ejército del Noreste. Asimismo, el cambio de objeto no anula la continuidad ideológica entre ambas obras, como veremos un poco más adelante. No obstante, estamos ante dos trabajos muy distintos en cuanto a su alcance y profundidad: el tránsito temático de vencidos a vencedores afecta muchas dimensiones del discurso histórico de Salmerón. Será, pues, del discurso contenido en el libro sobre los carrancistas de lo que se ocupará la presente reseña. Debo advertir, sin embargo, que al no ser especialista en el tema renuncio de antemano a formular juicios sobre los posibles aportes históricos o metodológicos de la obra, limitándome, en lo que sigue, a mostrar algunos de sus rasgos historiográficos y discursivos más sobresalientes.

Todo libro de historia, sostiene el filósofo francés Jacques Rancière,2 coloca ante nuestros ojos tanto una imagen del pasado que aborda como del presente de su autor. Esto sucede a través de un triple compromiso que el autor asume tácitamente: un contrato narrativo, que tiene que ver con la forma de expresión, con el tipo de relato que se nos cuenta; un contrato epistemológico, que se vincula con aquello que, dentro de la obra, se asume como verdadero, con la relación de conocimiento que se entabla entre el historiador y el objeto de sus pesquisas (el pasado), y, por último, un contrato ideológico, que tiene que ver con la perspectiva ética del historiador, con las indicaciones que nos da en torno a lo que se debe o no hacer en el presente y en el futuro. Es obvio que estas tres dimensiones del discurso histórico interactúan entre sí y se influyen mutuamente, por lo cual separarlas analíticamente resulta casi imposible. Con esto en mente, revisemos con brevedad la obra que nos ocupa.

En relación con el contrato epistemológico, lo primero que llama nuestra atención es la aparente ingenuidad de sus postulados iniciales: Salmerón sostiene, en su introducción, que el libro no surgió de una hipótesis, sino del progresivo abandono, en el transcurso de la investigación, de varias hipótesis erróneas o, como él les llama, prejuicios. Va incluso más lejos para mostrar su neutralidad, pues afirma que su trabajo es un relato de hechos verificados por medio de la investigación empírica. Esto es sin duda cierto, pero no es suficiente para garantizar una imposible objetividad histórica: los prejuicios, las presuposiciones o ideas a priori no sólo viven abiertamente en las hipótesis y en los argumentos, sino que tienen por costumbre ocultarse en el terreno mismo que supuestamente los excluye: en la descripción empírica. Esto significa que, a falta de una hipótesis expresa, su lugar lo ocupan las prefiguraciones del campo histórico que realiza el historiador y que son de naturaleza precrítica o poética. Es, en consecuencia, el relato el que ocupa el lugar del modelo teórico, ofreciéndonos una imagen del mundo compleja y, como tal, llena de presuposiciones, ideas a priori o, si se prefiere, prejuicios. ¿Cuál es, pues, la imagen del mundo que se nos presenta en este libro?

La obra comienza con una breve descripción de la situación geográfica del noreste de México, matriz de carrancismo, y de los procesos de modernización económica que tuvieron lugar en la región desde finales del siglo XIX. Indispensable como introducción, esta sección tiene, sin embargo, un carácter teórico ambiguo: por una parte, llama nuestra atención sobre la importancia del medio ambiente y de la economía en la conformación de los procesos sociales y políticos, a la manera de la historiografía social de raigambre francesa. Pero, por otra parte, no ocupa un papel estructural en el desarrollo del relato, pues los factores económicos y geográficos se diluyen rápidamente para dar lugar a los acuerdos políticos y a las operaciones militares, procedimiento que también recuerda a la historiografía francesa, pero a la romántica del siglo XIX, para la cual el medio ambiente y la economía, en el caso de que se presenten, sólo funcionan como un escenario, como el espacio neutro donde se desarrolla la acción. En suma, los aspectos propiamente materiales de la guerra, diseminados a lo largo de todo el trabajo, no constituyen el eje explicativo de la misma. De hecho, más que explicar un fenómeno histórico, este libro pretende mostrarlo, hacerlo visible por medio de la recuperación documentada de sus detalles. La descripción, como dije antes, ocupa el lugar de la explicación: característica convencional de la historia narrativa. Es, por supuesto, una técnica efectiva, pues el lector sigue adelante instalado en la comodidad de las acciones que se suceden sin solución de continuidad. Sólo al final aparece la sospecha de que no todo ha sido explicado, por lo menos no en los términos de la historia social: los ejércitos se multiplican, luchan, comen, se avituallan y transportan, pero, salvo referencias aisladas, nos es imposible saber cómo lo hacen y cuáles son los efectos propiamente sociales y económicos de su actividad.

Ahora bien, después de la parte anterior comienza la narración propiamente hablando: aparecen los actores y sus hechos. No es, como dije, historia social en estricto sentido, sino prosopografía narrativa. Las biografías de los principales personajes se entretejen paso a paso, gracias a una poco común mezcla de prosa ligera y erudición, para ofrecer una imagen detallada de las complejas relaciones familiares, gremiales y políticas que vincularon entre sí a los hombres que, a la larga, se convirtieron en los mandos de la División del Noreste. Salmerón no deja entrever ni mucha ni poca simpatía por sus personajes: de hecho, él mismo lo confiesa, no le gustan. Así, aunque podemos observar el respeto que tributa a la valentía y a las virtudes guerreras de la gran mayoría, no podemos decir lo mismo de sus cualidades morales. Sin juicios valorativos, pero sistemáticamente el autor nos muestra a los carrancistas como personas bien acomodadas sin demasiados ideales, o con ideales que parecen intereses, que si bien tenían algunos agravios concretos que resolver, se dedicaron con mayor empeño a la búsqueda de los beneficios del poder para ellos y sus amigos, familiares, cuates y compadres. Aunque presenta sus excepciones, esta imagen contrasta, como ya vimos, con la que el propio Salmerón nos ofrece de los villistas en su libro sobre la División del Norte. Tal comparación puede traducirse al terreno de la teoría social con facilidad: las elites son malas y egoístas, el pueblo es bueno y generoso. La moraleja es, de nuevo, bastante clara: los carrancistas ganaron, pero no debieron hacerlo. Y aquí tenemos una de las hipótesis o, por otro nombre, prejuicios, que andábamos buscando y que funciona como uno de los componentes ideológicos del relato. Esto, claro está, no tiene nada de malo y lo señalo sólo para confirmar uno de mis argumentos iniciales.

La historia continúa con los pormenores de la guerra. Mejor dicho, con la detallada descripción de las operaciones militares que, poco a poco, aglutinaron a las diversas fuerzas que conformaron al Ejército del Noreste. Se trata de un proceso en tres partes claramente distinguibles: la formación de las guerrillas carrancistas; su transformación en un ejército bajo un mando unificado, y, por último, su expansión militar y política. En términos narrativos, este proceso se presenta en el libro no como una, sino como varias historias: de la mano de cada personaje Salmerón interrumpe o retoma alternativamente el hilo cronológico, logrando así aproximarnos a la complejidad de la realidad histórica que describe. Estructuralmente, podría hablarse de la conformación de una trama romántica, en el sentido que la teoría literaria da a ese término, pues los elementos que al principio aparecen dispersos y heterogéneos concurren, después de superar innumerables adversidades, en la prosecución de un bien superior o ideal último. Pero en realidad esta historia tiene muy poco de romance, pues los ideales resultan mezquinos (fue una Revolución política y no social), los héroes muy humanos (Carranza intrigando contra Villa o la reiterada ineptitud de Pablo González, por ejemplo) y al final no hay redención, sino el preludio de una nueva guerra. Ciertamente, hay profusión de ciudades tomadas a "sangre y fuego", hombres bien bragados, marchas extenuantes, espectaculares batallas, arrojo militar, caballos y fusiles, elementos todos de una buena guerra, de una guerra épica, pero sus líneas generales y sus jefes no lo permiten. El libro se mueve, pues, entre los extremos de un mismo arco: la fascinación y el rechazo. Tal vez a esto se refiere Salmerón cuando habla, en su introducción, del "asombro" que desea transmitir a su público. En mi caso, esto se ha logrado. Espero que lo logre también con sus lectores.

 

Notas

1 Pedro Salmerón, La División del Norte. La tierra, los hombres y la historia de un ejército del pueblo, México, Planeta, 2006, 529 p.         [ Links ]

2 Jacques Rancière, Los nombres de la historia. Una poética del saber, traducción de Viviana Claudia Ackerman, Buenos Aires, Nueva Visión, 1993.         [ Links ]

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