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Estudios de historia novohispana

On-line version ISSN 2448-6922Print version ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  n.46 Ciudad de México Jan./Jun. 2012

 

Reseñas

 

José Antonio Serrano Ortega (coordinador), La guerra de independencia en el obispado de Michoacán

 

Ana Carolina Ibarra

 

México, Gobierno del Estado de Michoacán/El Colegio de Michoacán, 2010, 283 p.

 

Instituto de Investigaciones Históricas, Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Desde su título, La guerra de independencia en el obispado de Michoacán anuncia una obra que propone organizar de manera distinta el espacio estudiado. Y no podría ser de otra manera pues la dinámica de la guerra de Independencia y la territorialidad de la época virreinal obligan a fijarse otros marcos referenciales que no sean los de los estados actuales de la república mexicana. En aquella época existían en la Nueva España una serie de jurisdicciones superpuestas entre sí, jurisdicciones civiles y eclesiásticas, y estas últimas muchas veces, como lo sostiene este libro, dotaron de cohesión e identidad a los amplios territorios que las conformaron. Es además una época en la que la territorialidad se modifica, no siempre con coherencia sino con traslapes y contradicciones, debido a la creación de las intendencias y las Provincias Internas, la aparición de los nuevos obispados y el reajuste entre viejas y nuevas jerarquías territoriales.

El obispado de Michoacán abarcó lo que fueron las recién creadas intendencias de Valladolid, Guanajuato y San Luis Potosí. El hecho de que no hubiera una autoridad civil que pudiera rivalizar con el prelado por la extensión de los territorios que gobernaba, el prestigio del que estaba revestido y los lazos creados desde su catedral, fortalecieron la autoridad diocesana por encima de otras autoridades. Ésta y otras razones, hacen que resulte muy acertado que la obra se refiera a un análisis territorialmente definido sobre la base de la diócesis, de manera que en este sentido, el estudio queda teóricamente muy bien encuadrado.

No podemos evitar que La guerra de independencia en el obispado de Michoacán nos recuerde los esfuerzos de la historia regional que por tantos años se ha interesado en las expresiones de un espacio diferenciado cuyas especificidades estudia en una coyuntura precisa. En este caso, la diócesis constituye el elemento fundamental que da sentido al abordaje de un espacio más vasto, no sólo por su papel en los esfuerzos de evangelización e implantación de la iglesia en aquellos lugares y por las tareas que asumió para darle coherencia (como las visitas pastorales, por ejemplo), sino por el impulso socio cultural que representó al crear, entre otras cosas, una extensa red de colegios y seminarios, al articular fuertes intereses económicos, y al colocar las bases de la organización del territorio. De todo ello surgieron afinidades, relaciones e intereses que contribuirían más tarde a definir el rumbo de los procesos que finalmente condujeron a la independencia.

El libro está formado por siete artículos que se ocupan de estudiar el obispado desde distintos ángulos. El primero, de Alberto Carrillo Cázares, ofrece los elementos que permiten constatar por qué la diócesis constituye el eje a partir del cual se analiza este vasto espacio. Se trata de la fuerza de una tradición episcopal que fija sus orígenes en Vasco de Quiroga, y recorre los esfuerzos de diversos prelados para preservar la integridad de la mitra y resolver las disyuntivas del gobierno. En Michoacán hubo varios obispos emblemáticos en el periodo de consolidación diocesana, como Sánchez de Tagle o San Miguel, cuyo carisma y aportes a la teología caritativa tanto influyeron en el clero en los años de la crisis de finales del siglo XVIII; no menos significativa para el tema, es la figura de Manuel Abad y Queipo. Después de un repaso de los prelados que ocuparon la silla episcopal, no queda la menor duda de que allí estuvieron personalidades de la mayor prestancia.

Los diversos caminos que atravesó la identidad espiritual de un espacio geográfico que a veces rebasó los marcos del obispado, se estudian en el trabajo de Carlos Herrejón Peredo, "Colegios e intelectuales en el obispado de Michoacán, 1770-1821". Trabajo que alude a la estructura parroquial, la división eclesiástica y se ocupa, extensamente, de la expansión de una red de establecimientos educativos, antiguos y recientes, cuyas enseñanzas, campos de estudio, y relaciones personales construyeron un entramado que logró dotar de un sustrato común a un amplio grupo de intelectuales que tuvieron grandes afinidades entre sí. Como en otros trabajos suyos, Herrejón nos hace conscientes de la importancia de los libros, las ideas y las relaciones que brotaron de estos establecimientos. Una cuestión distinta, pero complementaria, es tratada en el artículo de Jorge Silva Riquer sobre la economía en Michoacán durante el siglo XVIII. Sin pretender que se trate de una fuerza sobredeterminante, ésta a su vez se conjuga y explica la situación de una diócesis que constituyó uno de los polos más dinámicos de la economía novohispana, y en la que existieron mercados regionales fuertemente articulados en ese periodo.

Sobre este escenario, los cuatro artículos restantes se concentran en la insurrección y la guerra. En "El obispado en llamas" Juan Ortiz abarca el vasto espacio de la mitra entre 1810 y 1821, Graciela Bernal se ocupa de insurgentes y realistas en San Luis Potosí en el mismo periodo, en tanto José Antonio Serrano y Moisés Guzmán se concentran en las intendencias de Guanajuato y Michoacán, respectivamente.

De acuerdo con Juan Ortiz, el obispado es el gran teatro de la guerra, epicentro de la lucha armada, y posee una dinámica y una periodización propias. Una primera etapa, de septiembre de 1810 a mayo 1811, con la creación de gobiernos insurgentes en las principales ciudades, villas y pueblos, extendiéndose hasta las Provincias Internas; de junio 1811 a diciembre de 1815, la segunda, la más sanguinaria y devastadora; los años 1816-1820, cuando las desavenencias entre los insurgentes, las traiciones, las derrotas y los temores minaron sus fuerzas, dan lugar a una tercera etapa, mientras que la cuarta la fija en el momento en que las milicias se convierten en un arma de dos filos pues se tornan en elemento sustancial del movimiento trigarante en 1821.

Si la contribución de Ortiz nos ofrece la mirada de conjunto, los aportes de Bernal, Serrano y Guzmán Pérez recorren las peculiaridades que el proceso tuvo en las tres intendencias. San Luis Potosí había quedado relegado en los estudios sobre la Independencia, pero gracias a investigaciones recientes, como la de Bernal, podemos conocer, por ejemplo, acerca de la fuerza insurgente en sus primeros meses, la prolongación de las luchas sociales en el oriente y el papel de San Luis como cantera de liderazgos, al proveer a la región y a la Nueva España de jefes militares y políticos que —como Félix María Calleja— fueron decisivos. José Antonio Serrano, por su parte, nos ofrece los elementos para comprender los motivos de las poblaciones para unirse al movimiento de Hidalgo, las presiones fiscales que exacerbaron el malestar y motivaron reivindicaciones tales como la abolición del tributo. El estudio profundiza en las tensiones entre las jerarquías territoriales, y su reacomodo bajo las novedades traídas por los procesos desatados a partir de la Constitución de Cádiz, situación que se expresa con particular intensidad en la intendencia de Guanajuato, que era, después de todo, uno de los sistemas urbanos más integrados de la América española de finales del siglo XVIII. Varios de los asuntos tratados por Serrano se miran desde el ángulo michoacano en el estudio de Moisés Guzmán Pérez. Su trabajo pone especial énfasis en los procesos políticos desatados por la crisis de 1808 y la insurgencia de 1810, procesos en los que la antigua Valladolid fue un escenario privilegiado. Pero no sólo eso, pues el estudio revisa con detenimiento las vicisitudes de la guerra en la intendencia, la ruralización del poder, el ascenso de caudillos insurgentes, la creación y relevancia de las diversas juntas y ensayos de gobierno.

Este libro hace varios aportes críticos que me parece que vale la pena destacar. En primer término, la ya mencionada elección del obispado como vía para encuadrar el territorio estudiado, rompiendo con el anacronismo de partir de divisiones políticas que en aquel momento no existían. En segundo, el poner de relieve el papel de la Iglesia en la creación de estructuras administrativas y jurisdiccionales. Su papel fue esencial puesto que creó e impulsó, como puede apreciarse en la obra, redes intelectuales que fueron definitivas a la hora de la insurrección y la guerra, y alimentó lenguajes políticos y religiosos que pusieron en juego elementos de la teología católica que fueron muy útiles a la hora de la insurgencia.

En tercer lugar, el libro hace un aporte importante al estudio y tratamiento de la guerra pues constituye una revisión de las versiones maniqueas de la historia patria y muestra, en cambio, una visión compleja y bien informada del movimiento armado en la que es posible recuperar los aciertos y los errores de ambos bandos, comparar sus estrategias militares en distintos momentos, entre otras cosas. Además, no dramatiza la guerra, como lo han hecho algunas versiones recientes, sino que, aceptando que el obispado de Michoacán fue el que mayormente sufrió la destrucción, deja en claro que la guerra no fue sólo eso sino que heredó a los sobrevivientes y las generaciones que siguieron la posibilidad de disfrutar de nuevas formas de gobierno, representación política, igualdad social ante la ley, libertades económicas y una opinión pública en ciernes. De ponderar estos aspectos se hacen cargo los diversos ensayos, procurando recoger las múltiples transformaciones de una época que va quedando marcada por la guerra, pero también por el surgimiento de instituciones que son su creación, y se combinan con los aportes del cambio en las estructuras de poder y las novedades de la revolución liberal en Cádiz. En este sentido, podemos decir que La guerra de independencia en el obispado de Michoacán expresa claramente las inquietudes y los logros de la renovación historiográfica de los últimos años.

Nunca hay tiempo suficiente para intercambiar puntos de vista y opiniones entre colegas, sin embargo, en este libro cuyas colaboraciones revelan un trabajo armonioso al interior de las instituciones académicas, a mi me habría gustado una mayor presencia de aspectos relacionados con la diócesis en algunos artículos, puesto que fue elegida como eje articulador de la obra. Alguna consideración respecto a las peculiaridades de la colecta del diezmo, por ejemplo, que en Michoacán resultó tan exitosa en el periodo estudiado, o la mención explícita del papel del obispo durante la guerra, como para no perder de vista que partimos de esa propuesta.

Lo anterior no demerita el esfuerzo de entregar una obra colectiva bien planteada y bien estructurada, muy completa y muy rica en múltiples aspectos. Un comentario especial merece su vistosa presentación que hace honor a las fiestas celebratorias del bicentenario. Es una buena idea que este tipo de libros se presenten magníficamente ilustrados, con imágenes y mapas de la época que a todos nos gusta ver y que han sido muy bien seleccionadas al coordinar y editar la obra. De hecho, este trabajo merece un comentario aparte, que ahora no estoy en condiciones de hacer. Deja un buen sabor de boca la generosidad de los autores que nos ofrecen, aparte de sus textos, relaciones, nóminas, cuadros estadísticos y gráficas complementarias que permiten aclarar y precisar muchas cosas. Los conocimientos bien fundados surgen de la larga trayectoria de investigación de sus autores, y de la madurez de las instituciones académicas y de cultura michoacanas. La labor de colectiva nos ofrece un magnífico conjunto de textos e imágenes que enriquecen la visión de esta etapa crucial de nuestra historia.

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