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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Print version ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.65 n.238 Ciudad de México Jan./Apr. 2020  Epub Feb 05, 2021

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2020.238.71990 

Dossier

“Los muros del exilio”. Reflexiones sobre las transformaciones de las dinámicas del exilio a raíz de la caída del Muro de Berlín

“The Walls of Exile”. Reflections on the Transformations of the Dynamics of Exile Following the Fall of the Berlin Wall

Alan Yosafat Rico Malacara 

Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México. Correo electrónico: <alanrico@politicas.unam.mx>.


RESUMEN

Uno de los eventos más importantes que configuró al siglo XX fue la caída del Muro de Berlín. La trascendencia de este suceso es tal que modificó tanto la mirada de los hechos precedentes a la caída como toda la dinámica sociopolítica posterior a ella. El objetivo del presente artículo es reflexionar acerca de las transformaciones que sufrieron las dinámicas de los procesos de exilio, a partir de la mirada crítica de las causas y consecuencias de este fenómeno. Utilizando una estrategia de carácter comparativo y documental, se explorarán algunos elementos generales de las lógicas de producción y desarrollo del exilio, visto como una exclusión política, de la manera en que solían suceder previo a 1989 y como suceden hoy en día, sin perder de vista las redes sociales y actores políticos e institucionales que incidían e inciden generalmente en dichas dinámicas.

Palabras clave: caída del Muro de Berlín; proceso de exilio; dinámicas institucionales; exclusión ampliada

ABSTRACT

One of the most important events that shaped the twentieth century was the Fall of the Berlin Wall. Its significance and scope is of such magnitude that it modified both the glaze of the preceding historical developments and the sociopolitical dynamics that followed. The article aims to reflect on the transformations suffered by exile processes, based on a critical view of the causes and consequences of this phenomenon. Through a comparative and documentary strategy, some general elements of the logics of production and development of exile, seen as a political exclusion will be explored before 1989 and as they happen nowadays, without losing sight of social networks, and political and institutional actors who generally influenced and influence these dynamics.

Keywords: fall of the Berlin Wall; exile process; institutional dynamics; widening exclusion

Introducción

Escribe Jorge Luis Borges (2007), en su ensayo Kafka y sus precursores, que todo gran escritor no sólo influye en los autores venideros, sino que también modifica el pasado; cada escritor extraordinario crea sus precedentes. Extrapolemos este poético argumento para referirnos a la importancia que tuvo la caída del Muro de Berlín en la historia política del siglo XX. Etiquetar a este evento únicamente como uno de los hitos más importantes del siglo pasado es quedarse muy corto; se pierde de vista la trascendencia que tuvo tanto en la comprensión de las décadas que lo sucedieron como en la percepción que ahora tenemos de los años anteriores a este acontecimiento. La caída del Muro de Berlín tuvo un impacto tal en la historia -primero en Europa y luego en el mundo-, que mucho de lo que se vivió, se experimentó y se escribió previamente tomó un matiz completamente distinto (Vallet y David, 2012). Autores como Bauman (2000; 2001) o Sennett (2000), por ejemplo, vislumbraron -como consecuencia de la caída- la erosión de valores que habían subsistido, por lo menos, dos siglos.

El nacimiento de lo que, indudablemente, se entreveía como un nuevo orden internacional tuvo efectos, de manera evidente, en todas las esferas sociales alrededor del mundo, creando nuevas dinámicas de fenómenos de larga data, así como nuevas problemáticas, florecientes desde cualquier rincón del planeta. Dentro de aquellos fenómenos sociales que sufrieron metamorfosis sustanciales, encontramos el caso de la migración forzada por razones políticas, es decir, el exilio. Este tipo de desplazamiento migratorio se transformó de manera considerable debido a diversos factores políticos, sociales, institucionales y económicos, muchos de ellos como consecuencia de lo que aquí nos atañe, la caída del Muro de Berlín.

El objetivo del presente artículo es reflexionar acerca de las transformaciones que sufrieron las dinámicas de los procesos de exilio a partir de una examinación e inspección críticas de las causas y consecuencias de las novedades que presenta este fenómeno social en específico. A partir de una mirada que triangule los elementos espaciales de las escalas de las expulsiones políticas, los procesos históricos a nivel temporal y la multiplicación de perspectivas teóricas, podremos vislumbrar las secuelas que tuvo un evento de la magnitud de la caída del Muro en las dinámicas del exilio. Utilizando una estrategia de carácter comparativo y documental,1 se explorarán algunos elementos generales de las lógicas de producción y desarrollo del exilio, visto como una exclusión política, de la manera en que solían suceder previo a 1989 y cómo suceden hoy en día, sin perder de vista todo tipo de redes sociales y actores políticos e institucionales que incidían e inciden, generalmente, en dichas dinámicas.

1989. El fin de una era y el nacimiento de la globalización actual

La solución dada al conflicto político de las “dos Alemanias”, posterior a la Segunda Guerra Mundial, resultó, a todas luces, frágil e inestable. Su “solidificación” -la edificación del Muro de Berlín por parte del Partido Socialista Unificado de Alemania- marcó el inicio de la etapa más complicada de la Guerra Fría. A partir de aquella noche del 12 de agosto de 1961, el mundo experimentó una creciente tensión entre el bloque socialista y su contraparte occidental. La guerra armanentística, la aniquilación nuclear, los avances tecnológicos y comunicacionales, y hasta los logros deportivos tenían como telón de fondo una constante pugna entre Estados Unidos y la URSS por la legitimidad mundial (Taylor, 2006; Martín de la Guardia, 2019).

El clima de indudable miedo bipolar iba acompañado de una notoria cerrazón por parte de ambos bandos. La necesidad de “tomar partido” obligaba a la mayoría de los países a alinearse con una ideología y cerrarse a otras opciones; la toma de posiciones determinaba las relaciones de las naciones, su desarrollo económico y hasta su destino social. Todo esto apegado a una decisión gubernamental que parecía única y casi irremediable. Fueron años de una modernidad sólida (Bauman, 2000) en la que daba la impresión de que las alineaciones políticas daban certidumbres a los individuos y a los Estados. Sin lugar a duda, mirar hacia atrás y ver esos años, en Europa por lo menos, genera una sensación de nostalgia muy particular. Por un lado, se experimenta una añoranza de certezas que, en muchos sentidos, parecen poco concebibles hoy en día, pero, por otro, ese ostracismo ideológico restringía las perspectivas debido a una dicotomía limitante. La referencia inevitable de estas líneas recuerdan a los paisajes nebulosos de Austerlitz (Sebald, 2010), en los cuales las oportunidades de reconstruir memoria por parte de los habitantes de Europa del Este estaban sujetas a comprender las cenizas de un mundo fantasmalmente sólido. La historia nos enseñó que, a partir de la caída del Muro de Berlín, todo lo sólido se desvanece en el aire (Berman, 2008).

Como vemos, comprender esa Europa -y ese mundo- nos lleva a oscilar entre extremos (Hobsbawm, 2006). Sin embargo, ese movimiento pendular no podría entenderse a cabalidad sin el derrumbe soviético de fin de siglo. La caída del Muro reinventó la Guerra Fría. El panorama sociopolítico de los años previos a 1989 tenía límites bien definidos, fronteras rígidamente trazadas (Grimes, 2007); en fin, sujetos históricos bien delineados. La percepción que se tiene del mundo antes de sucumbir el Muro es de un conjunto de certezas ontológicas, un alivio de saber que “para allá vamos”, de una edad de oro que pretendíamos prolongada, pero esas son impresiones que se piensan con treinta años a cuestas y muchas promesas incumplidas. Las fronteras no eran lo que parecían y las ideologías son mucho más porosas de lo que nos dictaban los imperios.

A este respecto, los científicos sociales no podemos caer en la ingenuidad y hacernos creer que previo a la caída del Muro de Berlín no existían procesos de mundialización e internacionalización (García, 2005; Ianni, 2009); sería muy irresponsable de nuestra parte afirmar tales supuestos. Sin embargo, tampoco podemos aseverar que antes de 1989 existía lo que hoy conocemos con el nombre de “globalización”. De nuevo Borges timbra a nuestra puerta epistemológica y nos advierte que eventos, como el que aquí citamos, sugieren una reescritura de nuestras construcciones del pasado.

Sí, antes del derrumbe del socialismo las fronteras eran porosas; sí, previo a 1989 existían intercambios internacionales de gran relevancia. Lo que abrió la caída del Muro de Berlín es el ritmo. Los ritmos de la historia sufrieron una modificación sin precedentes (Bokser, 2015). La rapidez de los flujos comunicacionales, la intensidad de presentismo y transitoriedad en las conciencias colectivas, el volumen del tránsito de personas: en general, las dinámicas sociales en casi todos los rincones del planeta tienen otro matiz como consecuencia del derrocamiento del eje soviético a finales del siglo XX. Conceptos como complejidad, desterritorialización, heterogeneidad y transnacionalidad abundan en la literatura que trata de dar cuenta de los tiempos que hemos vivido desde hace treinta años.

Uno de los fenómenos sociales que más resintió el establecimiento y consolidación de la globalización fue, sin lugar a duda, la migración (Castles y Miller, 2004). Las dinámicas migratorias se convirtieron en un tema central de las discusiones académicas y políticas en muchos países del mundo (Herrera, 2006; Rivera, 2017). La interconexión y movilización de seres humanos a lo largo y ancho de la “aldea global” (McLuhan y Powers, 2005) se modificó de manera sustancial en las tres últimas décadas y, por lo tanto, convocó a muchos científicos sociales a repensar la lógica tanto de la percepción de los problemas sociales como de la construcción de las investigaciones sociológicas que ello conllevó (Ariza y Velasco, 2015; Velasco y Gianturco, 2015).

La caída del Muro: causa de una apertura migratoria globalizante

Como hemos mencionado, la migración fue uno de los fenómenos sociales que más sufrieron el impacto de la caída del Muro de Berlín. Previo a 1989, las dinámicas migratorias eran muy localizadas y las rutas trazadas muy delimitadas. La inmigración a Europa era predominantemente “colonial”. Muchas colonias o excolonias, principalmente de países de África, generaban abundantes desplazamientos migratorios hacia los países que alguna vez fueron imperios colonizadores. A nivel de motivación, las personas que se desplazaban eran, en su mayoría, migrantes laborales (Castles y Miller, 2004); el crecimiento de inversión centralizada en países desarrollados generaba búsqueda de empleos en Europa occidental. Lo mismo sucedía con América Latina; desde 1945, la migración de estos países hacia Norteamérica -Estados Unidos y Canadá- y hacia el occidente del continente europeo era consecuencia de la lentitud con la cual la región latinoamericana construía sus procesos de industralización y urbanización (Carmagnani, 2011).

Sin embargo, a partir de la caída del Muro de Berlín se generó una apertura sin precedentes en los procesos migratorios, consecuencia también del establecimiento de la globalización. Esta apertura se produjo, por ejemplo, gracias a una movilización de capitales financieros en territorios donde antes la producción de dichos capitales era escasa. El alto crecimiento de empresas transnacionales incentivó a personas de diferentes partes del mundo a migrar a “nuevos destinos” (Muñoz, 2002; Salazar 2008).

Por otra parte, los nuevos conflictos sociales acontecidos a raíz del derrumbe soviético estuvieron acompañados por una diversificación de nacionalidades en busca de nuevas geografías. Si bien es cierto que, desde mediados del siglo XIX, las migraciones han estado determinadas por la producción acelerada de capitales y por conflictos bélicos, la característica particular de la globalización en este respecto fue una creciente heterogeneidad en lo que se denomina proceso migratorio (Castles y Miller, 2004).

Tanto en las motivaciones de partida, como en la instauración de rutas y destinos, así como también en las dimensiones demográficas de los desplazamientos, la migración eclosionó produciendo una diversificación e intensificación de sus componentes: a las motivaciones se le añadieron ingredientes transnacionales debido a una nueva interconexión de elementos políticos y económicos estructurales producto de la globalización; los destinos de la población migratoria se diversificaron encontrando territorios antes inexplorados; hubo una explosión demográfica en el volumen de individuos en desplazamiento y en la heterogeneidad de las características de los migrantes (Ramírez, 2003; Elizalde, Thayer Correa, Córdova 2013).

Para ilustrar lo anteriormente dicho, podemos poner el caso del aumento sustancial de la cantidad de personas que migraron como consecuencia de la caída del Muro de Berlín, del derrumbe del bloque soviético y de la desparición de la URSS. Las siguientes gráficas, proporcionadas por la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 1997) demuestran cómo, a finales de los años ochenta y principios de los noventa, hubo un incremento crucial en el número de inmigrantes en ciertos países desarrollados:

Como podemos advertir en las gráficas anteriores, después de la caída del Muro de Berlín, acaecida en noviembre de 1989, en muchos países se acrecentó de manera significativa la entrada de inmigrantes con relación a los años inmediatamente anteriores. En Alemania -en ese momento República Federal de Alemania (RFA)-, por ejemplo (Gráfica 1), observamos que en 1984 el porcentaje de personas extranjeras se encontraba cerca de 5.5 % y, en contraste, en 1992, solamente ocho años después, sobrepasaba 20 %. Por su parte, en Estados Unidos (Gráfica 2), si bien la población extranjera inmigrante se mantuvo estable por debajo de 5 % toda la década del ochenta, vemos que, recién iniciada la década siguiente, se dispara de manera considerable.

Fuente: OCDE, 1997.

Gráfica 1 Entrada de inmigrantes en países de la OCDE, por porcentaje de población extranjera, de 1981 a 1995 

Fuente: OCDE, 1997.

Gráfica 2 Entrada de inmigrantes en países de la OCDE, por porcentaje de población total, de 1981 a 1995 

Evidentemente, no podemos caer en una ingenuidad causalista y decir que únicamente debido a la caída del Muro de Berlín los procesos migratorios se modificaron. Sin duda, este evento tuvo impacto en la migración, pero no fue el único detonante. Sin embargo, como estas gráficas evidencian, no es casualidad que los años inmediatamente posteriores a la caída del Muro de Berlín, los porcentajes de personas migrantes en varias partes del mundo incrementaran significativamente.

Para profundizar en los argumentos anteriores, y en la interrelación entre la caída del Muro en 1989, la instauración de la globalización y la diversificación de los procesos de migración, nos enfocaremos ahora en un tipo particular de desplazamiento que tiene causas muy específicas, hablamos del exilio, visto como un movimiento migratorio forzado debido a razones políticas. Poner atención en el exilio nos ayudará a comprender de mejor manera cómo la globalización tuvo una gran incidencia en las migraciones en el mundo en los últimos treinta años.

El exilio después de la caída. Nuevas formas globalizadas de migración política forzada

El exilio como forma de exclusión-la cual deviene en una expulsión forzada del país de origen o residencia-, tiene una data tan antigua como arquetípica en los seres humanos (Abellán, 2001; Bokser, 1995). La acción de ser expulsado del lugar de origen ha sido parte del relato de Occidente de manera frecuente; para John Durham Peters (1999), por ejemplo, el exilio es la historia central de la civilización occidental. Sin embargo, dentro de la literatura que trata de dar cuenta de este fenómeno, los expertos coinciden en situar su forma moderna a partir del siglo XIX. Fue la instauración de los Estados nacionales y la delimitación territorial modernos, lo que moldeó la forma del exilio desde hace una centuria y media (Sznajder y Roniger, 2013).

El fenómeno del exilio ha sido un tema trascendental para las ciencias sociales durante los siglos XX y XXI; desde los albores de la Segunda Guerra Mundial, las exclusiones institucionalizadas en el mundo occidental fueron sistemáticas. No por nada, a esta centuria se le ha denomidado como “la era del refugiado” (Chambers, 1994; Castles y Miller, 2004; OCDE, 2016). Sin embargo, a pesar de que el fenómeno del exilio fue constante y sostenido a lo largo del siglo, éste tiene una lógica específica desde 1930 hasta 1989 y otra distinta desde 1989 hasta hoy. De nuevo, es imprescindible percatarnos que la caída del Muro de Berlín marcó un hito en la historia de la humanidad, ahora en la particularidad del exilio.

Prestando atención al acontecer histórico, observamos una afinidad electiva entre la instauración de las “nuevas” naciones modernas en Europa, posteriores al imperialismo del siglo XIX (Hobsbawm, 2003) y la presencia de conflictos en el periodo de entreguerras, junto con movilizaciones sociales en diferentes latitudes del continente europeo durante la época, lo que produjo una expulsión de diversos contingentes de personas en busca de asilo en cualquier otra parte del mundo. La institucionalización del carácter internacional del exilio en la región occidental del continente europeo durante la primera mitad del siglo XX -y que, posteriormente, comenzó a extenderse en todo el mundo-, inició, de forma paralela, con el exilio español en México (Lida, 2009) y con la diáspora judía dentro de la misma zona (Bokser, 1999; Gleizer, 2011), ambas a principios de los años treinta, consecuencia del estrépito que significaron la Guerra Civil Española y la aniquilación de la cultura judía en Europa, respectivamente. Por su parte, cuarenta años después, en el Cono Sur, se sucedieron diversas dictaduras en la mayoría de los países de ese territorio: Chile, Brasil y Argentina como los más visibles, pero sin olvidar las experiencias de Uruguay, Perú y Paraguay, lo cual también produjo un flujo de exiliados en México, pero también en algunos países de Europa (Canelo, 2007).

En estas experiencias, vemos rasgos típicos del exilio antes de la caída del Muro de Berlín y de la instauración de las formas globalizadoras de relación internacional: por un lado, amplios contingentes de personas movilizándose, forzosamente, debido a su activismo político, y, por otro, dispersión centralizada de comunidades identitarias escapando del yugo de guerras mundiales (Yankelevich, 2019). Y, sin embargo, más allá de los casos particulares mencionados, no hay mucho más que resaltar en términos de grandes cantidades de personas en el exilio; este fenómeno estaba muy localizado. En estimaciones del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), hasta 1960 el número de refugiados y exiliados en el mundo era muy pequeño en relación con la población mundial.

Si tenemos en cuenta que la población mundial en 1960 era aproximadamente de 2 900 millones de habitantes, es relevante percatarse que el millón y medio de personas refugiadas, sólo significa 0.05 % del total. Contrario a esto, si nos colocamos en los años inmediatos a la caída del Muro de Berlín (1989-1991), observamos un repunte extraordinario tanto en población, como en densidad:

Fuente: DESA, 2019b.

Gráfica 3 Población total de refugiados en 1960, según ACNUR 

Fuente: DESA, 2019b.

Gráfica 4 Población total de refugiados en 1990, según ACNUR 

Vemos ahora que, en 1990, la población en busca de refugio -principalmente en exilio debido a los conflictos postsoviéticos (Bruneteau, 2006)- era de 17.4 millones de personas, que representa 0.33 % de los 5 200 millones de personas en el mundo en ese año. Esto quiere decir que, en sólo treinta años, aumentó seis veces el número de personas desplazadas; es más, sólo de 1980 a 1990, el aumento de dicha población fue más del doble (de 8.3 a 17.4). Como vemos, la década de los ochenta culminó con un sismo migratorio sin igual.

Observémoslo, de nuevo, sustentado ahora en gráficos de la OCDE:

Podemos reparar en las gráficas anteriores que, de nuevo, hay un comportamiento muy similar de las cifras con respecto al desglose temporal. No es casualidad que, después de 1989, haya habido un repunte sorprendente del número de personas exiliadas y/o en busca de refugio. Los casos de Finlandia y Suecia (Gráfica 5) y de Alemania (Gráfica 6) dan fe de ello.

Fuente: OCDE, 1997.

Fuente: OCDE, 1997.

Gráficas 5 y 6  Entrada de refugiados por cada mil extranjeros en países de la OCDE, 1985-1995 

Los argumentos anteriores dejaban entrever un cambio evidente en los exilios y otros desplazamientos forzados en lo que respecta a la variable de volumen de población. En lo relacionado con la variable de diversificación de exiliados en el mundo, sólo recordemos, por ejemplo, que junto con la desaparición de la URSS en 1991 sobrevinieron las Guerras Yugoslavas -también conocidas con el término equívoco de Guerras de los Balcanes2-, lo cual desembocó en el nacimiento de varias naciones independientes entre sí. Ahora, estas nuevas nacionalidades resultaban en nuevos conflictos identitarios (Bruneteau, 2006). El caso de Kosovo es muy ilustrativo. Los mismos conflictos de nacionalidad, identidad y adscripción se presentaban en la región central de la África Oriental poscolonial: Rwanda, Tanzania y Burindi (Malkki, 1995). Estos dos conflictos -guerras de Yugoslavia y de Rwanda- moldearon, en gran medida, las dinámicas geopolíticas de la migración de exilios en el mundo durante los años noventa y la primera década del nuevo milenio.

Paralelamente, sobre esta idea de diversificación de las migraciones forzadas, lo que la globalización también permitió fue una mayor posibilidad de tránsito en los países (nuevos y viejos). La nueva apertura y la ampliación de la interconexión de telecomunicaciones a raíz de los procesos globalizadores provocaron que la centralización de migrantes en países como Italia, Estados Unidos o Alemania disminuyera. Estos países siguen siendo los destinos preferidos para exiliados y refugiados en general, pero ha habido un cambio:

Se corrobora, en estos mapas, la diversificación de población en busca de refugio alrededor del mundo. Si en 1990 (Mapa 1), la distinción entre círculos grandes y pequeños era muy visible, en 2019 (Mapa 2), hay una proliferación de puntos pequeños a lo largo del planeta. Esto quiere decir, que los destinos de los migrantes forzados se han multiplicado de manera evidente.

Fuente: DESA, 2019a.

Mapa 1 Número estimado de refugiados por países, 1990 

Fuente: DESA, 2019a.

Mapa 2 Número estimado de refugiados por países, 2019 

Lo anterior denota también una característica importante en las dinámicas del exilio hoy en día: la diversidad de los actores sociales que inciden actualmente en el proceso de exilio. Al tener una comprensión integral de este fenómeno como una serie de anclajes a una red de relaciones (Bolzman, 2012; Mandolessi, 2008), reparamos en que la incidencia de los actores políticos e institucionales es cada vez más importante. Giremos la mirada un momento al siglo XIX para poder distinguir que bastantes cambios se han dado en la producción de exilios en el mundo. Inicialmente, este fenómeno era una práctica política casi exclusiva de las élites gobernantes y, por lo tanto, era aplicado a unos pocos. En este mismo sentido, la exclusión era de carácter “personalizado”, es decir, que se exiliaba casi exclusivamente a figuras singulares y muy particulares, no a grandes contingentes.

El siglo XX trajo cambios sustanciales a estas características del exilio temprano. El proceso de mediación política a través del establecimiento de instituciones creó nuevas condiciones para la producción de exilios. Esta tendencia a la institucionalización de la política -y por lo tanto del exilio- fue uno de los grandes avances desde 1945 al desarrollo de los derechos de quienes comúnmente denominamos sociedad civil. Durante el siglo XIX y la primera parte del XX, se categorizaba al exilio como un proceso con tres factores que incidían en su gestación: el Estado que expulsaba, las personas condenadas al exilio y el país anfitrión que daba refugio a tales individuos. Conforme avanzaban las décadas del siglo XX, la esfera institucional internacional fue tomando importancia. Ya vimos los casos español, judío y sudamericano; en estos casos se nota claramente una internacionalización no vislumbrada previamente en el siglo XIX. Aún así, las rutas migratorias de estos exilios estaban bien trazadas y tanto las instituciones estatales como las organizaciones no gubernamentales que incidían no eran demasiadas (Sznajder y Roniger, 2013).

A partir de la proliferación de relaciones políticas internacionales, los procesos de este fenómeno migratorio sufrieron modificaciones. Se dieron cambios directamente proporcionales entre la complejización de la política y la complejización del exilio; esto ocurrió durante todo el siglo XX, como hemos venido mencionando. Sin embargo, toda proyección de internacionalización tomó otro rumbo con la caída del Muro de Berlín. Los procesos de exilio tomaron tintes transnacionales nunca antes vistos. De igual manera, la incidencia de instituciones no estatales, de organizaciones no gubernamentales y de asociaciones civiles fue mayor a partir de la caída. Mario Sznajder y Luis Roniger (2013) denominan exclusión ampliada a la inserción de un cuarto factor a aquel proceso tripartita de exilio que explicamos anteriormente. Este factor es de dominio transnacional. Los autores mencionados pensaban dicha amplificación en términos de la adición de nuevos actores institucionales en la escena del exilio. Empero, a partir de 1989, la exclusión ampliada se ha complejizado en numerosos vértices. Ahora podemos hablar de que es ampliada en varios sentidos: primero, por la enorme masificación de las migraciones acaecida en los últimos cincuenta años; después, por la incidencia de más actores políticos, sociales e institucionales en la gestación, gestión y finalización del exilio; igualmente, la diversificación de territorios que han producido exiliados aumentó de manera considerable. Por último, las herramientas jurídicas para visibilizar y coordinar este problema se han robustecido. Las redes del exilio se mueven en una escala más amplia, más compleja, y que exige una multidimensionalidad y multidisciplinariedad sin precedentes.

La temporalidad que se construye con relación a la presencia de las instituciones en el problema del exilio y el refugio se secciona en tres facetas: primero, desde la posguerra hasta los sesentas, bajo las complicaciones de la Guerra Fría; después, desde estos años hasta 1989; y, finalmente, desde 1989 a nuestros días (Swing, 2011). La trascendencia que han tenido las organizaciones no gubernamentales (ONGS), a partir la caída del Muro de Berlín, para mejorar las condiciones de exilio y refugio de la población migrante en el mundo, ha aumentado considerablemente. La relación de la Organización Internacional de Migración (OIM) con diferentes ONGS ha crecido en los últimos treinta años conforme se ha globalizado la problemática de la migración. Si en la segunda etapa (1960-1989) fue una época donde las organizaciones se preocupaban por resolver situaciones regionales y entre Estados vecinos, la tercera fase exigía -y exige- la cooperación tanto de un mayor número de organizaciones e instituciones no gubernamentales como de sus pares estatales, ya que el problema del exilio se ha globalizado de manera incesante. La interconectividad actual de las escalas geopolíticas -local, nacional, regional y global- nos exige repensar el papel que juegan estas instituciones en la producción de los exilios. La complejidad de las expulsiones de personas en el mundo ha trastocado todos los sectores de la sociedad. Anterior a 1989, la causa mayoritaria para la migración forzada era el conflicto bélico y la migración económica-laboral. Hoy en día, encontramos una diversificación con motivaciones ecológicas, de violencia de género o por narcotráfico.

Con respecto al exilio, muchas de las asociaciones que existen hoy en día nacieron como resultado de los procesos globalizadores posteriores a 1989 (Geiger, 2015). La International Cities of Refuge Network (ICORN), por ejemplo, nació como una propuesta a principios de los noventa para mejorar las condiciones de los escritores en el exilio, a partir de conflictos en Medio Oriente y en la exYugoslavia como resultado del derrumbe del bloque soviético. Caritas -asociación de origen alemán que ayuda a migrantes forzados a buscar asilo-, tuvo una expansión importante a partir de la caída del Muro de Berlín. Desde los años 2000, ONGS como People’s Global Action, Fundación para la Justicia y Open Arms han tratado de responder a un problema cada vez más urgente y “más global”.

Efectivamente vivimos en tiempos con niveles de desigualdad alarmantes, siendo la migración una consecuencia de ello-, pero observar el nacimiento y fortalecimiento de muchas organizaciones con preocupaciones de diversa índole, nos lleva a no perder la esperanza de que -a 30 años de la caída de un muro que representaba el conflicto por la legitimidad política- el camino de pensar un mundo mejor siempre es y será sinuoso.

Conclusiones

Hemos tenido treinta años para comprender el mundo que hemos heredado después de la caída del Muro de Berlín. Han pasado tres décadas de la confirmación de un planeta inmerso en la globalización y del establecimiento de un sistema mundial abundantemente interconectado e interdependiente. Podemos decir que hemos transitado en un vaivén pendular entre esperanzas y desencantos: la palabra ilusión en su amplia acepción ha trastocado nuestros pensamientos y sentires de lo que hemos dejado detrás. Los anhelos iniciales de apertura e inclusión han desembocado en crisis económicas recurrentes y cada vez más profundas. La unificación en un mismo sistema económico, lejos de traernos armonía, ha conllevado una estructura con desigualdades espeluznantes en todas las esferas del mundo social. La frecuencia con la que se presentan conflictos sociales en cualquier rincón del mundo es, sin lugar a duda, desalentadora. Sin embargo, no podemos caer en un pesimismo sistemático. “Vivimos en el mejor mundo de los posibles”, nos recuerda repetidamente el escritor Amin Maalouf (2007; 2009).

El triunfo del capitalismo aún reinante ha tratado de limitar nuestra mirada de lo posible. Slavoj Žižek, por ejemplo, es un filósofo que frecuentemente alienta a pensar en nuestra idea de futuro: si las producciones cinematográficas han pensado de manera más frecuente en las catástrofes cósmicas que en un mundo mejor es porque, hoy en día, es muchísimo más fácil imaginar el fin de de la vida en la Tierra que un modesto cambio en nuestros modos de producción social, político, económico y cultural, decimos parafraseando a Žižek (Taylor, 2005). Más aún, las alusiones al socialismo parecen hoy referirse a una presencia espectral, como lo denuncia Derrida (2012). Nuestro trabajo deberá ser siempre pensar y actuar un mundo mejor.

Este artículo ha intentado ser solamente un ejercicio de reflexión acerca de un tema de sumo interés como el exilio, el asilo y el refugio en relación a un año que resultó ser icónico para la historia de la humanidad. En términos de exilio, tampoco podemos presagiar algo esperanzador. Las guerras y los conflictos identitarios, la violencia de género y los enfrentamientos por el narcotráfico, las expulsiones por discordancias culturales y los preseguimientos políticos, han generado un clima de miedo que se ve reflejado en el alto número de migraciones forzadas alrededor del mundo. A lo largo de este texto queda evidenciado el aumento sostenido de problemas migratorios. Sin embargo, pensar que ello nos augura necesariamente un futuro desalentador es dejarnos vencer por condiciones históricas y estructurales que nos costriñen pero que no nos determinan. Siempre tenemos un espacio de agencia que nos permite transformar el mundo en el que vivimos. La diversidad, la apertura, la heterogeneidad, en fin, las posibilidades que se abrieron a partir de la caída del Muro de Berlín propician la generación de expectativas que no deben de ser necesariamente demasiado optimistas. Si paulatinamente nos hemos ido desencantando del mundo a lo largo de estos treinta años, cada expresión de protesta y de inconformidad que empuje a mejorar el mundo actual deberá volvernos a encantar, aunque sea un poco y a pasos cortos.

Referencias bibliográficas

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1La estrategia comparativa y documental aquí empleada hace referencia a una revisión sistemática y exhaustiva de un conjunto de datos de corte cuantitativo tratados longitudinalmente por una serie de entidades internacionales especializadas en los temas de migración, exilio, refugio y asilo.

2La equivocación de nombrar al conflicto bélico que sucedió desde 1991 como Guerra de los Balcanes, es que, lo que originalmente lleva ese nombre es el enfrentamiento entre el Imperio otomano con la Liga de los Balcanes (Bulgaria, Montenegro, Grecia y Serbia), entre 1912 y 1913. Las Guerras Yugoslavas fueron consecuencia de la caída del Muro de Berlín, la desaparición de la Unión Soviética y el derrumbamiento del socialismo como contraparte del capitalismo. Estas guerras desembocaron en la disolución de la República Federativa Socialista de Yugoslavia en 1992 y tuvieron un alto tinte genocida (Hobsbawm, 2006; Bruneteau, 2006).

Recibido: 08 de Octubre de 2019; Aprobado: 25 de Octubre de 2019

Alan Yosafat Rico Malacara es candidato a doctor en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Sociología y maestro en Estudios Políticos y Sociales por la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus líneas de investigación son: sociología del arte, sociología del exilio y literatura y sociedad, especializándose en sociología de la poesía del exilio. Recientemente realizó una estancia doctoral en la Universidad de Leiden, en los Países Bajos y es parte del grupo de trabajo académico Onderzoekers Latijn Amerika (ola) Dutch PhD Forum on Latin American Studies de la Universidad de Ámsterdam. Actualmente se desempeña como Editor asociado en la Revista Mexicana de Ciencias Políticas y Sociales de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Su más reciente publicación es: “En busca de un refugio: la palabra poética como morada” (2019) El Nieuwe Acá.

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