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Revista mexicana de ciencias políticas y sociales

Print version ISSN 0185-1918

Rev. mex. cienc. polít. soc vol.65 n.238 Ciudad de México Jan./Apr. 2020  Epub Feb 05, 2021

https://doi.org/10.22201/fcpys.2448492xe.2020.238.71980 

Dossier

De lo viejo que no acaba de morir y lo nuevo que no acaba de nacer. Reflexiones sobre el ordenamiento mundial a 30 años de la caída del Muro de Berlín

The Old that has not Died yet and the New that has Still not Been Born. Reflections on the World Order 30 Years after the Fall of the Berlin Wall

Sandra Kanety Zavaleta Hernández* 

*Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, México. Correo electrónico: <sandrakanety@politicas.unam.mx>.


RESUMEN

La disolución de la arquitectura bipolar que prevaleció en el ordenamiento internacional desde el término de la Segunda Guerra Mundial hasta la década de los noventas del siglo pasado supuso, para muchos, la posibilidad de transformación de las dinámicas de dominación y control implementadas por las dos superpotencias de la época. Sin embargo, el deterioro de las estructuras de poder que habían privilegiado durante cuatro décadas los intereses de los países más fuertes -y soslayado a los más débiles- no significó, como se esperaría, un cambio real de las relaciones internacionales.

Pese a que el fin del enfrentamiento capitalismo-socialismo permitiría la configuración de nuevos mapas geopolíticos y con ello la posibilidad de construir un ordenamiento internacional más incluyente, la esperanza gestada con la caída del Muro de Berlín se ha ido desdibujado con el paso del tiempo, dado que las injustas relaciones de poder de ese “viejo orden” continúan siendo vigentes en el “Nuevo Orden Mundial”.

A tres décadas del derrumbe de la Guerra Fría, la esperanza de un mundo más humano y justo sigue siendo una promesa para millones de personas en todos los rincones del planeta.

Palabras clave: Nuevo Orden Mundial; Muro de Berlín; poder y dominación; relaciones internacionales de desigualdad

ABSTRACT

The dissolution of the bipolar architecture that prevailed in the international system from the end of World War II until the 1990s meant, for many, the possibility of transformation of the domination and control dynamics implemented all over the world by the two hegemonic powers. However, the deterioration of the power structures that for four decades had privileged the interests of the strongest countries and ignored those of the weakest did not entail the expected real change in international relations.

Although the end of the capitalism-socialism confrontation would allow the configuration of new geopolitical maps, along with a more inclusive international order, the hope that emerged after the fall of the Berlin Wall has faded over time, since the unjust power relations of that “old order” are still present in the “New World Order”. Three decades after the collapse of Cold War, the hope of a more human and fair world is still a promise for millions of people in every corner of the world.

Keywords: New World Order; Berlin Wall; power and domination; international inequality relations

El Muro de Berlín era la noticia de cada día. De la mañana a la noche

leíamos, veíamos, escuchábamos: el Muro de la vergüenza,

el Muro de la infamia, la Cortina de Hierro…

Por fin, ese muro, que merecía caer, cayó. Pero otros muros han brotado,

siguen brotando, en el mundo, y aunque son mucho más grandes

que el de Berlín, de ellos se habla poco o nada.

Eduardo Galeano

El mundo hostil de la Guerra Fría

Los procesos de cambio trascendentales en la dinámica mundial durante los últimos sesenta años del siglo XX fueron, en su mayoría, derivaciones de la Segunda Guerra Mundial. Con el final de la conflagración, el mundo sería testigo de una nueva configuración de la estructura internacional que iría dando forma al orden mundial de la segunda postguerra.

La creación de instituciones internacionales como la Organización de las Naciones Unidas, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, hoy llamado Banco Mundial, junto con la decadencia de las hegemonías europeas y el nacimiento de Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) como nuevas superpotencias y la edificación de sus respectivos bloques de influencia con sistemas económicos, políticos e ideológicos antagónicos, son algunos de los acontecimientos que caracterizaron el contexto mundial, en el que la llamada Guerra Fría tendría cabida. En este lioso y complejo entorno internacional, el 5 de marzo de 1946, Winston Churchill declaraba lo siguiente:

Desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático ha caído sobre el continente un telón de acero. Tras él se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de Europa central y oriental […] todas estas famosas ciudades y sus poblaciones y los países en torno a ellas se encuentran en lo que debo denominar la esfera soviética, y todos están sometidos […] a una altísima medida de control por parte de Moscú […]

Por cuanto he visto de nuestros amigos los rusos durante la guerra, estoy convencido de que nada admiran más que la fuerza y nada respetan menos que la debilidad […] Es preciso que los pueblos de lengua inglesa se unan con urgencia para impedir a los rusos toda tentativa de codicia. (Churchill, 1946)

Tan sólo ocho días después, el 13 de marzo del 46, Iósif Stalin, entonces Secretario General del Partido Comunista de Unión Soviética, respondería fuertemente a las declaraciones del Primer Ministro británico:

Churchill está tomando el camino de los belicistas, y en este camino no está solo. Tiene amigos no sólo en Gran Bretaña, sino también en Estados Unidos. Churchill ha desencadenado una guerra con su teoría sobre la raza, afirmando que sólo las naciones de habla inglesa son superiores, y que ellas están llamadas a decidir los destinos del mundo entero […] Es sorprendente que se critique el hecho de que Unión Soviética esté intentando que en estos países existan gobiernos leales a Unión Soviética. ¿Cómo puede describir estas aspiraciones pacíficas como tendencias expansionistas? […] Si él y sus amigos pretenden una nueva campaña armada contra Europa oriental, podemos afirmar con entera confianza que serán aplastados como lo fueron hace veintisiete años […]. (Stalin, 1946)

Sería en ese momento que el planeta entero se percataría de la división del mundo en dos bloques opuestos e irreconciliables, dando inició al enfrentamiento capitalismo-socialismo, y con ello, al mundo hostil de la Guerra Fría. Mientras la devastada Europa sucumbía y se debilitaba por la guerra, Estados Unidos y la URSS se fortalecerían como resultado del enorme poderío económico y militar obtenido de su participación en la Segunda Guerra Mundial. Las dos nuevas superpotencias ejercerían, durante más de 40 años, políticas de dominación y control sobre el resto del mundo.

América Latina, Medio Oriente, e incluso aquellos territorios que iban ganando su independencia política, particularmente en África o en Asia, y, por supuesto, Europa, serían escenarios en donde se implementarían diversas estrategias de contención y disuasión. La división de Corea en el paralelo 38; el bloqueo económico a Cuba; la Guerra de Vietnam o Afganistán; las guerras civiles en Angola, en el Congo o Egipto; las intervenciones en Hungría, República Dominicana o en Checoslovaquia; o las dictaduras militares en Nicaragua, Chile, Argentina o Bolivia, son muestras de la intervención directa o indirecta de las dos superpotencias en el orbe entero.

Si bien fueron muchas y muy diversas las manifestaciones de dominación de ambas potencias de la Guerra Fría en el mundo, una de las de mayor significado simbólico sería la construcción de un inmenso muro de seguridad para definir la frontera interalemana. Edificado años después de la división de Alemania y Berlín en cuatro zonas de ocupación, el Muro de Berlín -como lo conocería el mundo entero-, sería considerado desde entonces como el símbolo más representativo de la Guerra Fría.

Cabe mencionar que la división de Alemania fue legitimada en las Conferencias de Yalta y Potsdam -celebrada del 4 al 11 de febrero, la primera; y entre el 17 junio y el 2 de agosto de 1945, la segunda. De entre los acuerdos más significativos de la Conferencia de Yalta -a la que asistieron los “tres grandes”, Stalin, Roosevelt y Churchill representando los poderes de Unión Soviética, Estados Unidos y Reino Unido, respectivamente- se destacan el desarme y desmilitarización de Alemania, el pago de indemnizaciones por las pérdidas de la guerra, la anexión de territorios polacos a la Unión Soviética y la creación de la Organización de las Naciones Unidas.

En tanto que en la Conferencia de Potsdam, en donde participaron Stalin, Truman y Attlee (Unión Soviética, Estados Unidos y Reino Unido), se acordaría la devolución de todos los territorios europeos anexionados por Alemania, el establecimiento de la línea Oder-Neisse como frontera entre Alemania y Polonia, el establecimiento de los términos de rendición de Japón y, muy importante, el acuerdo de la división de Alemania de cuatro zonas de ocupación divididas entre la URSS, Estados Unidos, Reino Unido y Francia.

Es así que, dieciséis años después de las Conferencias, comenzaría la construcción del Muro de Berlín la noche del 12 de agosto de 1961, como una frontera que separara Berlín del Este, capital de la República Democrática Alemana, de la República Federal de Alemania. Con una longitud de 155 km, la pared de concreto que separaba a las “dos Alemanias”, como se les conocía en la época, estaba a su vez provisto de líneas de alambre, barreras antitanques, fosos, torres de vigilancia, etcétera. Su derrumbe comenzó el 9 de noviembre de 1989, de la mano con otros acontecimientos que vislumbraban el fin de la Guerra Fría.

Hoy en día, a 30 años de su destrucción, el significado y alcance del Muro han trascendido el fin de un violento siglo XX y el inicio de otro aún más complejo y caótico.

La instauración del “Nuevo Orden Mundial”

El 9 de noviembre de 1989, poco después de la apertura de fronteras entre Austria y Hungría, miles de personas se agolparían en los puntos de control establecidos a lo largo del Muro. Después de 28 años de separación, la caída del Muro sería posible y, con ello, la unificación de cientos de familias. Dos semanas después, el entonces presidente de Estados Unidos, George Bush, manifestaría lo siguiente:

Pueblos enteros en todo el este de Europa han tomado valientemente las calles demandando libertad, persiguiendo la democracia. Este no es el final del libro de historia, pero es un final alegre para uno de sus capítulos más tristes […]

Durante 40 años, no hemos flaqueado en nuestro compromiso con la libertad. […] Ayudamos a reconstruir un continente a través del Plan Marshall, y construimos un escudo, la OTAN, detrás del cual los estadounidenses y los europeos, pudieran forjar un futuro en libertad […] Durante estos 40 años, la lucha entre lo libre y lo no libre ha sido simbolizada por una isla de esperanza detrás del Telón de Acero: Berlín. Y ahora estamos en el umbral de la década de 1990. Y a medida que comenzamos la nueva década, pido a Gorbachov […] que trabaje conmigo para derribar las últimas barreras a un nuevo mundo de libertad. (Bush, 1989)

En efecto, la caída del Muro daría cuenta del fin del mundo hostil de la Guerra Fría y, con ello, la posibilidad de construir un mundo mejor. En medio de un contexto de enorme agitación internacional, acontecimientos significativos como la unificación de Alemania en octubre de 1990, el golpe de Estado contra Gorbachov durante agosto de 1991, las independencias de Estonia, Letonia y Lituania entre agosto y septiembre del mismo año, la creación de la Comunidad de Estados Independientes unos meses después, el reconocimiento internacional de Eslovenia y Croacia como Estados, entre enero y febrero de 1992, la división de Checoslovaquia en República Checa y República Eslovaca un año más tarde y la progresiva inserción de los países del Este a la economía de mercado,1 darían cuenta del fin del viejo orden, establecido en la segunda postguerra, y la llegada de otro en donde fuera posible alcanzar, según Bush: “las aspiraciones universales de la humanidad: la paz y la seguridad, la libertad y el Estado de derecho” (Bush, 1992).

[…] un mundo más libre de la amenaza del terror, más fuerte en la búsqueda de la justicia y más segura en la búsqueda de la paz, una era en la que las naciones del mundo, Este y Oeste, Norte y Sur, puedan prosperar y vivir en armonía […]

Un mundo donde el estado de derecho suplante al estado de la jungla, un mundo en el que las naciones reconozcan la responsabilidad compartida de la libertad y la justicia, un mundo donde los fuertes respeten los derechos de los débiles. (Bush, 1991)

El debilitamiento de conceptos como contención, disuasión, y equilibrio del terror, traería consigo la posibilidad de situar en la agenda internacional considerables aspectos que durante el enfrentamiento entre las dos potencias habían sido minimizados en importancia.

Una vez disuelta la pugna que caracterizó la dinámica internacional por más de cuatro décadas, las prioridades y necesidades de ese mundo invisibilizado, captarían, en la teoría al menos, mayor atención.

De esta manera, numerosos aspectos que habían permanecido congelados durante la Guerra Fría, se harían patentes con más fuerza que antes en el escenario mundial. El hecho de que las regiones consideradas subdesarrolladas disminuyeran la importancia estratégica que les había significado a los dos hegemones durante décadas, se tradujo en una oportunidad aparente para que los países con menor poder actuaran de acuerdo con sus propios intereses y sin intromisión de las potencias.

En efecto, el fin de la confrontación bipolar permitió prestar más atención a los problemas inherentes a la división Norte-Sur que a la confrontación Este-Oeste haciendo sentir a las problemáticas cotidianas derivadas del subdesarrollo como problemáticas urgentes, facilitando con ello la inserción de una plétora de temáticas variadas en los asuntos internacionales. Temas urgentes como la pobreza, el hambre, el desarrollo, los derechos humanos, la democratización, el medio ambiente, la salud pública, la ayuda humanitaria, la participación ciudadana, entre otros, serían legítimas demandas de las poblaciones del Sur global.

De la esperanza al desencanto. A treinta años de la caída del Muro

Sin embargo, pese a que el fin del enfrentamiento capitalismo-socialismo permitiría, de cierta forma, la configuración de nuevos mapas geopolíticos, y con ello la ampliación de las agendas internacionales y una mayor visibilidad de las demandas de millones de seres humanos alrededor de todo el planeta, cierto es que la esperanza gestada con la caída del Muro de Berlín se ha ido desdibujando más y más con el paso del tiempo.

Las desequilibradas e injustas relaciones de poder predominantes en el viejo orden de la segunda postguerra continúan vigentes en el “Nuevo Orden Mundial”. La carrera armamentista, por ejemplo, pilar fundamental de la Guerra Fría, así como la militarización global, permanecen en estos “nuevos” tiempos como una constante de dominación y control de los fuertes hacia los débiles; del Norte global hacia el Sur global.

Salvo la disolución oficial de la Organización del Pacto de Varsovia el 1 de julio 1991 - tras el anuncio de la salida de Checoslovaquia, Hungría, Polonia y Bulgaria entre enero y febrero- las estructuras político-militares edificadas en el antiguo orden, como el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca, o la Organización del Tratado del Atlántico Norte, por ejemplo, se mantendrían vigentes.

En este sentido, vale la pena agregar que, en el periodo inmediato de la segunda postguerra, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética instaurarían diversas alianzas militares a lo largo y ancho del mundo como mecanismos de contención y disuasión. El TIAR, por ejemplo, fue establecido en Río de Janeiro, y comprende prácticamente todo el continente americano.2 Su campo de acción incluye 300 millas a partir de la costa, la región entre Alaska, la zona ártica hasta las islas Aleutianas, las zonas antárticas, Groenlandia, las islas de San Pedro y San Pablo y la Isla Trinidad.

La OTAN, por su parte, fue integrada inicialmente por Estados Unidos, Canadá, Bélgica,

Francia, Luxemburgo, Países Bajos, Reino Unido, Dinamarca, Italia, Islandia, Noruega y Portugal. Entre 1952 y 1955 Grecia, la República Federal Alemana y Turquía se integrarían al pacto militar.

A pesar de que se establecerían otras alianzas militares durante ese periodo, como el Tratado de defensa entre Australia, Nueva Zelanda y Estados Unidos (ANZUS), la Organización del Tratado del Sureste Asiático (OTSEA) o las Organización del Tratado Central (CENTO), los dos primeros continúan vigentes pese al fin de la bipolaridad.

De tal manera, no obstante que la desaparición del socialismo facilitaría la remoción de muchos de los remanentes estructurales edificados por las superpotencias, en la actualidad tanto las alianzas militares como la proliferación de armamento continúan siendo considerados parte fundamental en la edificación de la sociedad internacional post Guerra Fría. Así, el andamiaje militar mundial no sólo no se debilitaría con el fin de la bipolaridad, sino que se robustecería. Baste mencionar el fortalecimiento de la más poderosa alianza militar, la OTAN, con la adhesión de los países exsocialistas, ya sea en calidad de miembros o países asociados: Hungría, Polonia y República Checa serían admitidos en marzo de 1999; Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumania en marzo del 2004; Croacia y Albania en abril de 2009. Antiguos países de Unión Soviética como Armenia, Azerbaiyán, Bielorrusia, Georgia, Kazajstán, Kirguistán, Moldavia, Tayikistán, Turkmenistán, Ucrania y Uzbekistán pertenecen a la Organización aunque en calidad de “países asociados”.

O bien que, por otro lado, al llamado “club nuclear”, al que originalmente sólo pertenecían los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas -Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, China y ahora Rusia (heredera además del 85 % del arsenal militar soviético)-, todos ellos “países legalmente poseedores” de armas nucleares -establecido así en el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares de 1968- se hayan sumado otros tantos Estados como India, Pakistán, Corea del Norte e Israel.

Lo mismo ocurriría con el presupuesto militar global. Aunque en efecto el gasto militar mundial mostraría una alentadora tendencia descendente en los noventas, como resultado del deshielo de la hostilidad entre Estados Unidos y la Unión Soviética, hoy día la asignación de recursos económicos al mantenimiento de la militarización planetaria ha alcanzado su máximo histórico.

Para el año 2018, el gasto militar mundial ascendió a 1 822 billones de dólares, es decir, el equivalente a 239 dólares por persona en el planeta, la cifra más alta desde el fin de la Guerra Fría (SIPRI, 2018).

Del total del presupuesto global, 649 mil millones de dólares correspondieron al gasto de Estados Unidos, es decir, 36 % del total mundial; 250 mil millones correspondieron a China (14 % del total global); Arabia Saudita invirtió casi 68 mil millones de dólares en el aparato militar (3.7 % mundial); 66 mil millones concernieron a India (3.7 % mundial); seguidos por Francia, Rusia y Reino Unido, con 64 mil millones, 61 mil millones y 50 mil millones de dólares respectivamente (3.5 %, 3.4 % y 2.7 % del total mundial). Otros países como Alemania o Japón asignaron más del 2.5 % cada uno al gasto militar mundial (SIPRI, 2018).

Como puede verse, fueron los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, los países que más aportaron al gasto militar mundial, sumando casi 60 % del total global; y son también ellos quienes hoy por hoy se encuentran como los mayores exportadores de armas. Estados Unidos, Rusia, Francia, Alemania, China, Reino Unido, España, Israel, Italia y Países Bajos ocupan los primeros diez lugares en la lista de los países que más armas exportan en el mundo (SIPRI, 2018).

Por otra parte, si bien los años noventa abrirían una “época de esperanza” al pensar que el desarrollo del Sur, liberado por fin de cualquier intención intervencionista, podría ser una prioridad real (Rist, 2002), cierto es que las precarias condiciones de vida en las que vivían millones de personas alrededor del planeta continuarían siendo un asunto secundario.

En 1965, por ejemplo, el PIB medio del 20 % más rico de la población mundial sería 30 veces mayor al del 20 % más pobre. Para 1990, esa diferencia se habría de duplicar haciéndose de 60 veces; en 1994 la relación entre el ingreso del 20 % más rico del mundo y el ingreso del 20 % más pobre era de 78 a 1, en comparación con 30 a 1 en 1960 (UNCTAD, 1997).

A treinta años del fin del viejo orden, las condiciones de vida de millones alrededor del mundo no han mejorado en lo más mínimo. En la actualidad, por ejemplo, 26 personas poseen la misma cantidad de riqueza que los 3 800 millones de seres humanos más pobres del mundo. Entre los años 2017 y 2018, el número de millonarios se ha duplicado; su riqueza incrementó en 900 000 millones de dólares en 2018, el equivalente a 2 500 millones de dólares diarios (OXFAM, 2019). Frente a ello, 2 000 millones de personas en todo el mundo tienen un ingreso de menos de 3.20 dólares diarios y 753 millones de seres humanos tienen un ingreso de menos de 1.90 dólares al día (GHA, 2018).

Alrededor del mundo, 821 millones de personas padecen hambre. En el 2016, las personas que padecían este problema eran 804 millones; es decir, en sólo tres años, 17 millones de seres humanos se sumaron a la lista de personas con hambre (FAO, FIDA, OMS, PMA Y UNICEF, 2019).

Actualmente, 844 millones de seres humanos carecen de servicios básicos de abastecimiento y suministro de agua potable y 2 000 millones de personas en todo el mundo se abastecen de fuentes de agua contaminada por heces y residuos contaminantes, lo que ocasiona la transmisión de enfermedades como la diarrea, el cólera, la fiebre tifoidea, la poliomielitis o la disentería o la diarrea, que ocasiona más de 500 000 muertes al año (WHO, 2019), la mayoría en países considerados de menor desarrollo y con altos índices de pobreza y exclusión.

Conclusiones

El fin de la Guerra Fría supondría, para gran parte del mundo, el inicio de un nuevo ordenamiento mundial que trajera consigo mejores condiciones de vida, por lo menos, para aquellos países y sociedades que durante la bipolaridad habían quedado sometidos de alguna forma a los designios e intereses de Estados Unidos y la Unión Soviética.

Lejos de esa idea, y a tres décadas del fin del enfrentamiento capitalismo versus socialismo, la historia muestra que la situación no ha cambiado, y que quizá haya empeorado para muchas personas alrededor de todo el mundo. La decadencia de la hegemonía socialista -y, por ende, la supremacía de Estados Unidos como potencia mundial y el fortalecimiento de la ideología capitalista neoliberal- ha determinado que sean los propios intereses y prioridades de la potencia americana los que definan hoy las relaciones internacionales.

Una vez erradicado el “comunismo”, la pobreza, la desigual distribución de la riqueza, el hambre, las epidemias y pandemias, el poco o nulo acceso a servicios de salubridad, la sobre explotación de los recursos, el desempleo masivo, los conflictos étnicos, los conflictos religiosos, las olas de refugiados y de desplazados internos, el aumento de la dependencia, los genocidios, las guerras civiles, el excesivo endeudamiento externo, la explosión demográfica y, en general, cuestiones relacionadas con la cotidianeidad del subdesarrollo son, aunque prioridades para el mundo pobre, reducidas a asuntos secundarios en la dinámica mundial. De esta forma, a treinta años de la caída del Muro de Berlín, ese viejo orden de desigualdades e injusticias no termina de morir, y el nuevo orden, libertario y esperanzador no acaba de nacer.

Referencias bibliográficas

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1 A través de su inclusión a diversas instituciones económicas de corte capitalista neoliberal —como el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo (creado entre enero y abril de 1990 con sede en Londres)— los países del Este recibirían “ayuda en su transición” de una economía socialista a una economía de mercado adoptando, con ello, la ideología y valores occidentales; democracia, libre mercado, etc.

2Estados Unidos, Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay, Venezuela, Nicaragua, Ecuador y después de 1960 ingresaron Trinidad y Tobago (1967) y Bahamas (1982).

Recibido: 08 de Octubre de 2019; Aprobado: 18 de Octubre de 2019

Sandra Kanety Zavaleta Hernández es doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM. Es profesora titular de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales en el Centro de Relaciones Internacionales, en donde es la actual Coordinadora. Sus líneas de investigación giran en torno a temas de seguridad internacional, seguridad militar, seguridad humana, teorías de desarrollo, estudios críticos del desarrollo y desarrollo humano. Es integrante del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) en México. Sus tres publicaciones más recientes son (con Edmundo Hernández-Vela) Política Internacional. Temas de análisis 6 (2018) Ciudad de México: UNAM; (con Edmundo Hernández-Vela) Paz y Seguridad y Desarrollo Tomo VIII (2018) Ciudad de México: UNAM; “Cambio climático y seguridad alimentaria global” (2019) en Fausto Quintana Solórzano, Sociedad global, crisis ambiental y sistemas socio-ecológicos. Ciudad de México: FCPYS, UNAM.

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