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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

Print version ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.25 n.82 Ciudad de México Mar./May. 2003

 

Libros

 

Gender and Power in Prehispanic Mesoamerica. Rosemary A. Joyce

 

por María Elena Briseño

 

Austin, University of Texas Press, 2000, 269 pp., ils.

 

¿Es posible acercarse al tema del género y del sexo en la Mesoamérica prehispánica, plenamente conscientes de que nuestra tradición occidental condiciona su comprensión?

Esta conciencia, tal vez, es la que mueve a Rosemary A. Joyce a articular sus investigaciones bajo nuevos enfoques y perspectivas, como los estudios de género y el feminismo, los de la historia del cuerpo humano y de las imágenes.1

Los estudios de género2 han propuesto la construcción histórica tanto de la feminidad como de la masculinidad, precisar las percepciones de los sexos y los términos utilizados para describirlos, la descripción y el análisis de las relaciones cambiantes entre los sexos entendidos como entidades sociales, políticas y culturales no ajenas a la historia. Se trata de entender el género como una "categoría" intelectual y una herramienta analítica para considerar y estudiar a las personas; como una realidad cultural con implicaciones y con vínculos con otras muchas relaciones socioculturales como la raza, la edad, la sexualidad, la cultura, el lenguaje, la libertad, la religión, la familia, la clase social, la economía o la política.

Para Joan Scott3 la "Historia de la historia de las mujeres" es, siempre, una historia de política: no hay modo de separar la política, entendida ésta como las relaciones de poder que se construyen a partir de los sistemas de creencias, de la práctica del conocimiento y de los procesos que lo producen. Se ha enfatizado la importancia del género sobre el poder, la condición social y la riqueza, y la idea de que las mujeres han contado con sus propias formas de poder, a menudo de carácter más informal. Estos estudios han hecho posible que el poder se presente como un fenómeno claramente diferenciado, una de cuyas formas de legitimación ha sido el género.

Rosemary A. Joyce en su libro Gender and Power in Prehispanic Mesoamerica, a partir de las actividades que representan las figuras humanas en las figurillas de Tlatilco y en diversos medios del arte maya y azteca, interpreta los conceptos de lo masculino y lo femenino en estas sociedades y su relación como una relación significante de poder.

La propuesta de Joyce es que el género, más allá de una cuestión de diferenciación sexual o biológica, implicaba la construcción de lo "humano" desde el nacimiento del niño. Joyce ve lo humano como una construcción en donde el género es una posibilidad más de otras dimensiones de la persona, como la edad, el trabajo y el rango o posición social determinada por la actividad, y otorga a estas dimensiones igual importancia en la conformación de la personalidad: "Although Euro-American history makes it seem natural to assume that sex/gender will be the single most significant determinant of social position, of status, or power, in Mesoamerican societies, gender is never independent of age, and age strongly determines relative standing" (p. 182).

Para Joyce lo humano se iba construyendo en los rituales por medio de prácticas de "incorporación física" que iban modificando y transformando el cuerpo. Estas prácticas que transformaban el acto individual aislado en un acto social dentro de esquemas culturalmente delimitados eran fijadas en diversos medios para ser aprendidas, como guía para quienes las veían y como modelo para los observadores futuros (y contemporáneos). La distinción de los géneros se va dando gracias a esos rituales de transformación de las dimensiones de la persona y no es hasta la juventud que los géneros heterosexuales masculino y femenino llegaban a su plenitud.

A partir de esta propuesta fundamentada por los estudios de género, los de la historia de la imagen y los de historia del cuerpo humano, Joyce, en 225 páginas, analiza 3000 años de representaciones de las actividades humanas en diversos medios: las figurillas femeninas del Preclásico en Tlatilco, la escultura monumental, la pintura mural, de códices y cerámica del mundo maya clásico y las fuentes escritas del siglo XVI para el ámbito azteca. Joyce utiliza los términos representations, "representaciones", y performances, "prácticas o actividades".

El análisis de Joyce toma en cuenta muchas variables para estudiar e interpretar la representación de la actividad de la figura humana según el medio, realiza descripciones detalladas, se apoya con múltiples ejemplos y en muchos casos recurre a las comparaciones de objetos de diferentes sitios o periodos. Después de observar detalladamente la figura humana, establece patrones y propone ver los objetos que la acompañan como estructuras (por ejemplo, la orejera formada del disco, del pendiente y del perforador) con ejes de composición (por ejemplo, en los textiles, en los motivos decorativos de los huipiles) y sugiere posibles simbolismos.

"Las prácticas de incorporación física" que se llevaban a cabo en los rituales según la edad y la actividad eran repetidas y reiterativas. Lo fundamental en estas transiciones era el desarrollo de las habilidades para el trabajo, la actividad a realizar, los oficios diarios. Joyce descarta la asociación de oficios con géneros por razones físicas o capacidades mentales, o por ciertas condiciones ideológicas o simbólicas.

En opinión de la autora, las concepciones de género en las sociedades prehispánicas se daban a partir del trabajo individual de hombres y mujeres. A su vez, el trabajo individual condicionaba las relaciones entre el poder individual y el poder político que se desarrollaba en dos ámbitos, uno exterior, público, que tiene que ver con el control del Estado sobre el individuo, y otro interior, privado, más limitado, en el hogar. En el espacio público de la arquitectura monumental, en las esculturas, relieves o pinturas murales, se representan rituales que muestran la presencia controlada de la mujer. En el espacio privado, la mujer está presente, profusamente, en la producción de materiales básicos como ropa y alimentos, en la socialización de los niños, en las negociaciones y alianzas matrimoniales y en la práctica religiosa y ritual doméstica. Parece ser que los únicos oficios asociados específicamente con el género femenino fueron hilar y tejer, actividades que aparecen en las representaciones ejecutadas por mujeres adultas y que eran desarrolladas en la casa, mientras que la cerámica parece haber sido actividad lo mismo de hombres que de mujeres.

El espacio público y el espacio privado determinan la actividad, la forma de representación y las relaciones de poder. Los espacios públicos arquitectónicos son los únicos lugares para las representaciones monumentales, los rituales funerarios, las procesiones, las danzas, los intercambios, los movimientos disciplinados como expresión y transformación en ciertas fechas fijadas por los calendarios, diferentes a las actividades que se llevaban a cabo diariamente en los espacios privados del hogar. El espacio público era el sitio del ejercicio del poder del Estado sobre los individuos. El ritual expresa el poder y, en algún sentido, lo crea. En la intimidad de la casa se daba la disciplina física, las admoniciones sobre el trabajo, el control de la sexualidad, el reforzamiento del poder de los mayores sobre los menores.

Joyce desarrolla su propuesta de la construcción de lo humano a partir del análisis de la representación de la actividad de la figura humana en los medios mencionados, según su ubicación en espacios públicos y en espacios privados, siguiendo un orden cronológico para tres ámbitos culturales: Tlatilco en el Preclásico, el mundo maya del periodo Clásico y el mundo azteca del Posclásico. Fundamenta su exposición en especialistas y ofrece una extensa bibliografía de los temas tratados.

Las abundantes figurillas de Tlatilco del Formativo Temprano, su punto de partida, ya presentan diferencia de sexo, edad, jerarquía y papel social; las formas sexuales se asocian con diferentes ornamentos como orejeras, tocados y collares y con el tratamiento individualizado del peinado.

Joyce estudia la representación masculina y femenina en la escultura monumental y de pequeño formato, en la pintura mural, en la cerámica y en los textos mayas del periodo Clásico.

La representación de las actividades del hombre y de la mujer en la tradición clásica maya —que emerge en el Formativo Tardío junto con una nobleza relacionada especialmente con lo sobrenatural— que se desarrolla en espacios con arquitectura monumental como Tikal muestra dioses, mujeres y hombres nobles en contextos rituales. Los dioses mayas, femeninos y masculinos, se identifican por su vestuario según diferentes ritos y se relacionan con los textos. Parece que era importante mostrar la posición noble de la mujer por sus implicaciones, ya que a través de ella se legitiman los gobernantes; a menudo explicitan sus nombres como madres y raramente como esposas. Los cuerpos humanos aparecen con formas básicas; el sexo se identifica por la vestimenta que distingue a los hombres nobles como seres sexuales, mientras oculta la sexualidad de la mujer. Raramente se va a mostrar el cuerpo desnudo. El efecto del vestido es cubrir el cuerpo de la mujer mientras que se revela el cuerpo masculino, sobre todo su aspecto sexual. Las mujeres, uniformemente jóvenes adultas, lucen huipiles con textiles muy ornamentados que cubren el cuerpo excepto la cabeza, las manos y los pies. Los hombres, en contraste, usan trajes que dejan al descubierto brazos, piernas y la parte superior del cuerpo, sólo parcialmente cubierta por collares. La identidad sexual del adulto hombre, o no-femenino, se señala con los pechos expuestos, sin senos. La marca explícita de la sexualidad masculina es reforzada por ocasional pelo facial, bigotes o barbas y por largos cubresexo que enfocan la atención en el área genital, aunque esté cubierta. En la escultura monumental, las mujeres rara vez aparecen solas y frecuentemente aparecen en pareja con figuras de hombres.

La producción de figurillas en pequeña escala en el mundo maya era realizada dentro de los hogares e involucraba a un mayor número de personas; esta producción no estaba bajo el control político y probablemente fungía como ofrendas funerales. En estas figurillas se muestran los oficios realizados por las mujeres: amamantando y cargando niños, tejiendo y produciendo ropa, moliendo maíz, produciendo alimentos, criando animales y ofreciendo los alimentos en vasijas. Junto a ellas se han encontrado figurillas de hombres entronizados, cazadores, guerreros, músicos y en sacrificios rituales. Al igual que entre los aztecas, parece indudable la importancia de la mujer en la producción de la ropa y la comida.

Las imágenes de los monumentos mayas clásicos le sugieren a Joyce representaciones de temas que deben ser exploradas como narraciones. Mientras que las figuras masculinas en los medios monumentales pueden aparecer estáticas, acompañadas de textos y sólo pueden entenderse como segmentos de acciones de individuos, las femeninas de formato pequeño y sus representaciones en la cerámica, ubicadas en los espacios domésticos, presentan una acción focal: tejiendo, moliendo, cuidando niños, fabricando objetos de cerámica, etc.

Joyce observa que la prominencia de mujeres en las imágenes monumentales mayas clásicas debió parecer extraña a los lectores de la Relación de las cosas de Yucatán del obispo
Landa: no hay concordancia entre lo que Landa afirma, posturas negativas del papel de la mujer, y lo que se observa en las imágenes.

En el mundo Clásico maya son raras las representaciones o alusiones a niños, algunas pocas en Bonampak, Palenque, El Naranjo y Tikal son de niños herederos al trono. En Chichén Itzá, las representaciones de niños pueden significar que se empieza a desarrollar la importancia de la transición niñoadulto, transformaciones que conllevaban prácticas de modificación de su cuerpo, vestidos y adornos específicos.

Chichén Itzá marca el final del periodo Clásico en el siglo IX: se abandonan los centros ceremoniales, se termina la tradición del arte y de la arquitectura maya clásica. El estudio de la producción de imágenes en este periodo le sirve a la autora como un puente espacial y temporal para marcar las transformaciones de las imágenes visuales entre el ámbito maya del Clásico y el ámbito azteca del Posclásico. En relación con el tema del estudio, para Joyce es significativa la pobreza de imágenes femeninas en Chichén Itzá; las que se tienen probablemente representen mujeres sobrenaturales y se asemejan en vestido y postura a las imágenes femeninas del Clásico Tardío. La representación del género en Chichén Itzá, para Joyce, se masculiniza. Las mujeres se concentran en espacios íntimos aunque continúan teniendo importancia en la acción política y ritual por las alianzas matrimoniales, la negociación de la posición social y la línea de descendencia, pero no vuelven a aparecer en las representaciones monumentales. Joyce menciona las imágenes identificadas como "donantes", que presentan pechos sin senos y que sugieren que en Chichén Itzá los rituales los llevaban a cabo los hombres.

Con el título "Becoming Human", Joyce aborda la cuestión del género y sus relaciones con el poder en el ámbito azteca. Estudió a Sahagún y a sus informantes, los diccionarios nahuas y el Códice Mendoza, sin perder de vista que se hicieron desde el punto de vista o la perspectiva de la "infidelidad". Joyce transcribe los discursos registrados en Sahagún para los niños, las metáforas poéticas que los comparan con elementos naturales como "la semilla que crece" o con objetos, el "precioso collar" o "pluma", y los discursos durante el embarazo, el alumbramiento, etcétera. Con los diccionarios nahuas trata de dilucidar las connotaciones morales o de valores de términos asociados con conceptos como casa, mercado, rituales del calendario agrícola y revisa las representaciones del Códice Mendoza que pudieran ser paralelas a los contenidos de los discursos de Sahagún en relación con lo anterior.

Joyce propone la idea de que entre los aztecas, a partir de un dualismo de género, el desarrollo de la masculinidad o de la feminidad no fue algo natural e inevitable, sino que requería de trabajo:

What this ethnographic analogy suggests is that, given an ideology of primordial gender dualism, the production of male and female adult genders is not something natural and inevitable; instead, it requires work to achieve adult gender status. This view of production of gender is far from that assumed in contemporary western European ideology, in which children already have an innate sexual identity and simply need to be taught how to behave as a good exemplar of their sex (p. 145).

Para Joyce, entre los aztecas había continuidad en la conceptualización de género, y requería para su estabilización de las oraciones, de los discursos y de los rituales en cada etapa del desarrollo del individuo. La designación del destino adulto del niño se señalaba con rituales fijados por el calendario, que literalmente marcaban los cuerpos de los niños al ser transformados en la sustancia social de una persona adulta marcada por su vestimenta, gestos y acciones que encauzaban su trabajo adulto y su posición social y sexual: los propios del nacimiento con el enterramiento del cordón umbilical, la designación de su nombre según el calendario, el baño, etcétera; la decisión de mandar al niño al calmécac o al tepochcalli o al varón al mercado, y el entrenamiento previo de la niña que empieza a hilar.

La ropa y ciertos ornamentos cumplían un papel retórico, imponían concepciones de identidades adultas masculinas y femeninas. Servían para marcar el paso de una etapa de la vida a otra, como se puede advertir en las páginas del Códice Mendoza que narran la vida del niño entre los 3 y 4 años, entre los 6 y 7 y entre los 12 y 13, así como los rituales de las fiestas de los meses quecholli e izcalli, durante los cuales el trabajo y el género se constituían y se fijaban: a los ocho años los niños empezaban a llevar a cabo autosacrificios; en el templo se les perforaba por primera vez el labio y el lóbulo de la oreja para llevar la orejera; otras prácticas asociadas a la fijación del género eran quemaduras en la cintura, los peinados, la deformación del cráneo, las incrustaciones dentales. Los textos aztecas relatan las transformaciones del cabello de los niños durante su entrenamiento como guerreros y las distinciones del mismo conforme se desarrollaban como tales, cuando capturaban su primer prisionero, su cuarto, etcétera. Los textos son menos explícitos para las mujeres, pero sí hay distinción en el peinado con el matrimonio.

En el hogar se llevaba a cabo lo que Joyce ha llamado la "fijación del sexo" y que implicaba, además de la modificación del cuerpo en los niños y los jóvenes, su entrenamiento en ciertas labores; en este punto Joyce observa la importancia de la disciplina y de los castigos para las transgresiones, que reforzaban la diferencia entre lo que era aceptable en lo público y en lo íntimo, y que muestran otra parte del ejercicio de control sobre el desarrollo individual.

Joyce abunda en el análisis y la interpretación de conceptos como la sexualidad y la belleza, la significación de las transformaciones físicas, el vestido, el peinado y el adorno según los rituales; reflexiona sobre lo escrito por Sahagún sobre las "buenas nobles mujeres" y las "plebeyas", sobre los hermafroditas y los homosexuales. Para ella, estar fuera de lugar en la sociedad azteca era lo peor que le podía pasar a un individuo: la casa era el lugar principal, para vivir, para hacer la vida diaria, lugar de los rituales, donde los mayores controlaban y limitaban la expresión de la sexualidad y donde los papeles de género eran encauzados dentro de muy pocas opciones aceptadas. Es dentro de la casa, en la vida diaria hogareña, donde hombres y mujeres realizaban actividades que afirmaban su individualidad frente a la autoridad con celebraciones y discursos verbales de la sexualidad alternativos a los de la ideología oficial.

Dentro de la casa se hacían distinciones individuales que reconocían el trabajo artesanal considerado de prestigio. Eran relevantes las actividades cotidianas dentro del hogar y en el mercado, principalmente la producción de ropa, y específicamente de mantas y alimentos y su presentación en el mercado. Además de la producción femenina de alimentos y ropa en el hogar se llevaba a cabo la socialización de los niños, las alianzas matrimoniales y las prácticas religiosas y rituales.

Joyce profundiza sobre el tema de la producción de ropa, así como su intercambio con otras casas y su provisión a las autoridades. En su opinión la ropa era el último bientributo para los aztecas: daba posición social y era muy importante en las ceremonias religiosas, "woven cotton cloth signified civilized existence for the Mexica" (p. 164). A través de su trabajo hilando y tejiendo, las mujeres aztecas afirmaban su sexualidad frente a los controles sociales y reclamaban distinciones individuales frente a una sociedad autoritaria. Advierte la importancia de la ropa en los textos de Sahagún, de su manufactura, de los adornos que dan posición social y reconocimiento, como en las descripciones de los hombres y las mujeres que vestían la indumentaria propia de alguna deidad durante las festividades y los rituales.

La ropa se ve como una capa más de las sustancias que forman el cuerpo a partir de la carne y los huesos. La persona está compuesta de múltiples sustancias, más o menos materiales, juntadas en un tiempo y espacio específicos por la acumulación de acciones de otros seres sociales: deidades, antepasados, los viejos, padres, mujeres tejedoras e hiladoras. Esta cadena de actividades se iba completando con los amantecas, los pintores y escribas, el esfuerzo de muchas clases de gente en la producción textil, hombres y mujeres, jóvenes y viejas, que sembraban las plantas de algodón y maguey, procesaban las fibras, las secaban, etcétera.

Para Joyce, también con la producción y venta de alimentos los hombres y las mujeres afianzaban su posición.

Un punto importante que Joyce advierte y que se tendrá que desarrollar con mayor precisión es el tema de la violencia contra las mujeres; para ella, la violencia del estado azteca ha sido vista como evidencia de misoginia. Pero centrada en el contexto de violencia, el mismo patrón de retórica visual y oral refleja que atentaban contra toda la población —hombres, mujeres y niños— en la persecución de fines militaristas y expansionistas.

Otras dos características que Joyce adjudica a la concepción de género en el mundo azteca son la complementariedad y la ambigüedad de género, interpretadas a partir de los patrones cosmológicos presentes en los mitos, en los rituales, en las representaciones monumentales y, muy importante, en las narraciones de los orígenes. Ometéotl, la deidad dual primordial y creadora, identifica los sexos opuestos como complementarios. A partir de ella, señala Joyce, numerosos investigadores han notado la tendencia de los mexicas a identificar los sexos opuestos como complementarios; así, muchas de las contrapartes femeninas de las deidades masculinas se anotan como "esposas" por los españoles y son descritas en términos "incompletos". La complementariedad de los sexos puede producir el efecto de "ambigüedad", como en el caso de las deidades del agua y la fertilidad agrícola en Teotihuacan. Eva Hunt, citada por la autora, observó la asociación de la ambigüedad con los fenómenos cíclicos, como el crecimiento del maíz (que puede caracterizarse como masculino o femenino según las etapas de su crecimiento) y las fases de la luna. La dualidad en el género puede darse también en los seres originales, Oxomoco y Cipactonal, los fundadores.

Otro aspecto que destaca Joyce es la inestabilidad en los límites o fronteras de lo humano, o de la especie, como cuando al recién nacido se le describe como mineral o vegetal y se dice que debe trabajar para adquirir la sustancia humana adulta, lo que tiene su expresión narrativa en la cosmogonía y en los tiempos mitológicos. Los enanos aparecen como una figura retórica de la inestabilidad de los intentos para disciplinar la subjetividad física y, como en el caso de los seres duales, se remontan a las narraciones de la creación, antes de la imposición de una organización necesaria para la vida diaria.

Una revisión de las tradiciones de la creación sugiere a Joyce tres diferentes clases de relaciones cosmológicas de cruce de género significativas: madres e hijos, hermanos-hermanas, y tal vez, la menos importante, esposoesposa. Las relaciones entre los hermanos, de diferente o mismo sexo, estaban condicionadas por la competencia y frecuentemente los hermanos mayores eran desplazados por los menores. Es la oposición al de mayor edad lo que ejemplifica el triunfo de Huitzilopochtli sobre sus hermanas y hermanos. Por su parte, las relaciones entre madres e hijos son positivas, caracterizadas por el apoyo que da Huitzilopochtli a su madre cuando sus otros hijos la amenazan. Susan Gillespie, citada por Joyce, ha observado que las relaciones madrehijo proporcionaban el modelo para los derechos de los linajes con las casas gobernantes: en mujeres nobles se basaban los derechos reales. En cuanto a la relación esposo-esposa, las parejas de deidades masculinas y femeninas eran particularmente importantes en las ceremonias agrícolas. Como modelos de conducta humana, las mitades de un todo podrían ejemplificar la pareja matrimonial, usualmente miembros del mismo calpulli, trabajando juntos en diferentes formas para el beneficio de su casa.

Joyce también ofrece interpretaciones de la práctica de la cihuacóatl, de Oxomoco y Cipactonal, del calendario, la medicina, de la parte socializadora de dar los nombres, de la diferenciación entre niños y niñas, etcétera.

La propuesta de Joyce de lo humano como construcción en la Mesoamérica prehispánica implica, además de la complementariedad o ambigüedad o dualidad de género, la inestabilidad en los límites de lo humano, el control del Estado sobre las posibilidades de expresión humanas, y la casa familiar, sitio donde el Estado estaba limitado. Joyce advierte que no se puede saber por los registros cuándo y cómo se marcaba esa inestabilidad, qué significaba la ausencia o presencia de genitales en algunas representaciones. Tampoco se pueden interpretar otras expresiones de la sexualidad como el deseo por el mismo sexo, las alternativas sexuales, la abstinencia o la actividad sexual sin reproducción, etcétera.

Joyce enfoca su estudio desde la perspectiva de los estudios de género para proponer que las actividades propias de hombres o de mujeres emergen como una "negociación" entre sexos y que no se pueden desasociar de otras dimensiones de la persona, especialmente de la edad, del trabajo y de la posición o rango social. Para Joyce el género en Mesoamérica tuvo que ver, fundamentalmente, con la actividad que se realizaba, de igual importancia que la edad.

 

Notas

1. Véase Peter Burke (ed.), Formas de hacer historia, Madrid, Alianza Universidad, 1999, 313 pp.         [ Links ] La llamada "Nueva Historia" privilegia la perspectiva "desde abajo", al revisar las experiencias de la "gente corriente", la historia de las mujeres distinguida de la de los hombres, expandiendo el universo de los historiadores y buscando el "diálogo creciente con otras disciplinas".

2. En la década de los setenta el objetivo de las historiadoras de las mujeres era integrar a éstas en la historia, al tiempo que fijar su identidad separada. El término utilizado para teorizar la cuestión de la diferencia sexual fue el de "género".

3. Joan Scott, "Historia de las mujeres", en Burke (ed.), op. cit., pp. 59-88.

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