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Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas

Print version ISSN 0185-1276

An. Inst. Investig. Estét vol.22 n.76 Ciudad de México Mar./Jun. 2000

 

Reseñas

 

El antiguo Occidente  de México. Arte y arqueología  de un pasado desconocido (Richard F. Townsend, editor general; Carlos Eduardo Gutiérrez Arce, editor en español)

 

por Beatriz de la Fuente

 

México, The Art Institute of Chicago-Secretaría de Cultura Gobierno de Jalisco-Tequila Sauza, 2000

 

Recientemente, el día 24 de enero de 2001, fue presentado en el Instituto Cultural Cabañas de Guadalajara la versión en español de El antiguo Occidente de México, gracias a los esfuerzos del director de Patrimonio Cultural de la Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, ingeniero Carlos Gutiérrez, quien funge como editor. Se trata de un libro que viene a llenar un vacío por años sentido, en lo que concierne al conocimiento del arte y de los pueblos que habitaron en el occidente del país, en tiempos anteriores a la llegada de los españoles. Es un esfuerzo conjunto que destaca por las colaboraciones señeras de sus participantes: los más destacados especialistas en este campo. La publicación original del libro que me ocupa se hizo de manera simultánea a la exposición Ancient West Mexico: Art of the Unknown Past, organizada por The Art Institute of Chicago, y presentada en el Regenstein Hall y en Los Angeles County Museum of Art, entre septiembre de 1998 y marzo de 1999. Participaron múltiples instituciones oficiales y coleccionistas particulares en la elaboración de los ensayos para el libro y en la exhibición de objetos. La mayoría de las obras escultóricas procedentes de las tumbas de tiro de esta región de Mesoamérica, espléndidamente fotografiadas en el libro, forma parte de colecciones estadounidenses. Entre los trabajos precursores de esta nación vecina, que conviene recordar por su esfuerzo y entusiasmo en el interés científico y en el impulso por difundir una cultura poco conocida, cabe mencionar el trabajo pionero del catálogo Sculpture of Ancient West Mexico. Nayarit, Jalisco, Colima. The Proctor Stafford Collection, de los autores Michael Kan, Clement Meighan y H. B. Nicholson, en 1970.

Por parte nuestra, en el Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México tuvo lugar en 1946 la primera magna exposición del arte prehispánico del Occidente. Entonces, casi el total de las obras expuestas había sido coleccionado por Diego Rivera. La coordinación del suceso estuvo a cargo del conocido poeta y aficionado a la arqueología Carlos Pellicer. El catálogo de la muestra contó con los ensayos de distinguidos pioneros en los estudios mesoamericanos como Salvador Toscano, Paul Kirchhoff y Daniel Rubín de la Borbolla. Es así como principalmente desde la década de los cuarenta la investigación de diversas disciplinas, como la antropología, arqueología, etnología e historia del arte, ha abordado de manera particular el tema del oeste prehispánico. Uno de los principales exponentes de tales tendencias ha sido el investigador Hasso von Winning al cual reconozco, en lo personal, su dedicación y sabiduría en estos terrenos. Entre las acciones recientes que se han desarrollado en el país, en particular en el estado de Jalisco, está la muestra El antiguo Occidente de México, que tuvo lugar en meses pasados en las galerías del Instituto Cabañas. Contó con las piezas de coleccionistas locales. La publicación en español y en México de la obra que ahora nos ocupa es uno más de los intereses por difundir y fomentar la investigación sobre un tema que convoca a la identidad de todos los mexicanos, aunque su espacio particular se circunscriba a la región occidental. Este breve recuento que brinca de lo pasado a lo actual refiere los diálogos que se establecen a lo largo del tiempo, en diversos espacios e instituciones y entre las diferentes áreas de estudio de los investigadores de ahora y de antes. Comunicación que apreciamos claramente en los ensayos que constituyen El antiguo Occidente de México. Estudios pluridisciplinarios con un enfoque histórico que incorpora los últimos descubrimientos en la zona. Era necesaria la opera actualizada: reconocer la excelente calidad de la plástica requería –para transmitirla– de voces creativas consecuentes y originales. De tal suerte que las esculturas de barro que acompañaban a los muertos en las tumbas de tiro no sólo revelan la elevada creatividad de los antiguos pobladores del Occidente: ahora es posible conocer algunos de los espacios arquitectónicos por los que transitaban en la superficie; observar in situ restos de los personajes enterrados y apreciar su parafernalia y contexto funerario; advertir, también, la manera como los vivos desarrollaban su vida cotidiana; continuar estudiando los rasgos fundamentales que compartieron con otras culturas mesoamericanas y, asimismo, acercarnos de modo contundente a algunos de los tempranos vínculos de larga distancia que establecieron. Aspectos todos que nos manifiestan la compleja historia y desarrollo de las culturas de esta región, pero que al mismo tiempo nos señalan un camino de estudio incipiente y promisorio. Es cierto que las obras con artisticidad comunican visualmente cantidades abrumadoras de información, pero también es verdad que los conocedores deben comunicar su sabiduría y emociones con el propósito fundamental de extender la visión del mundo para aquellos no ilustrados. Este doble aspecto se cumple justamente en la exposición y en el libro que reseñamos. Su labor de difusión para niños y adultos es reconocida. A continuación referiré algunas de las incógnitas y de las revelaciones planteadas por quienes escribieron los textos de El antiguo Occidente de México, y glosaré algunas aportaciones de los mismos, que en su diversidad abordan una materia común. Para ello seguiré el orden enunciado en el índice del volumen. Dentro de una completa visión global, Richard Townsend presenta en la introducción la historia y la identidad de la cultura de las tumbas de tiro a través de su arquitectura y escultura. Comienza desde los primeros contactos de los viajeros del siglo XIX hasta el descubrimiento reciente de los complejos arquitectónicos de superficie. Su panorama historiográfico posibilita el acercamiento, de modo puntual, a los intereses que ha despertado a lo largo del tiempo el Occidente prehispánico. De manera particular, Townsend se ocupa de distinguir los variados estilos artísticos de la escultura y de la cerámica. Al respecto, en El antiguo Occidente de México se dan otros nombres diferentes a los que tradicionalmente se han usado. He de destacar el novedoso enfoque geográfico, aún poco conocido, de tales asignaciones, como por ejemplo el nombre de Ameca-Etzatlán para las del estilo conocido como Ameca Gris y TalaTonalá para las del Sheep Face o Cara de Borrego. Por su parte, Phil C. Weigand y Christopher S. Beekman relatan el desarrollo histórico de la tradición Teuchitlán, por medio de las indagaciones arqueológicas en la región lacustre del centro norte de Jalisco. La exploración, iniciada por Weigand desde hace más de tres décadas, permite conocer los complejos arquitectónicos circulares y concéntricos asociados a las construcciones funerarias. Posibilita también la identificación de los asentamientos de antiguos pobladores y los medios para subsistir. En el ensayo de estos autores se muestra tanto la historia de los descubrimientos, como los tempranos antecedentes de la cultura, y diversos aspectos de su evolución y colapso. A la contextualización de la tumba hallada intacta en Huitzilapa, en Jalisco, en 1993, se dedica otro de los ensayos del libro. A partir del entorno arquitectónico de la superficie, Lorenza López y Jorge Ramos, sus descubridores, enmarcan temporal y culturalmente la cripta dentro de la tradición Teuchitlán. Conjuntando tales evidencias con las características particulares de la tumba, la naturaleza de las diversas ofrendas encontradas y con el ajuar de los difuntos, los autores abordan la jerarquización social en el Occidente precolombino. De igual modo, la interpretación de estos aspectos por parte de los arqueólogos López y Ramos identifica una profunda reverencia por los ancestros, la creencia en la vida después de la muerte y variados símbolos de fertilidad. El texto de Robert B. Pickering y María Teresa Cabrero continúa el estudio de la h oy famosa tumba de Huitzilapa. De interés relevante son los resultados del análisis de los restos óseos, ya que les permiten confirmar el uso reiterado de algunas tumbas, y la vinculación de las actividades de las personas enterradas con las figuraciones en barro. Los autores, uno antropólogo físico y la otra arqueóloga, conjuntan sus conocimientos y exploraciones en otras áreas del Occidente, para dar a conocer aspectos varios de las prácticas mortuorias de la región. En "Comida para los muertos: el arte de los banquetes en el Occidente", Kristi Butterwick se ocupa de conjuntos de figuras representados sobre plataformas y asociados a edificios; obras encontradas principalmente en Nayarit. Considera tales escenas como banquetes rituales, con fines sociopolíticos. Por la indumentaria, los atributos y las actividades de las figuras, deduce que se trata de la estratificación de la sociedad. La autora interpreta la igualdad de representaciones de hombres y mujeres, como una sociedad conjunta de tipo dual. Establece analogías etnográficas con los huicholes e infiere que se trata de la conmemoración de los ancestros. En un segundo ensayo, Townsend explora la representación en el arte cerámico del antiguo Occidente del sistema de creencias básico de Mesoamérica. Trascendiendo la ausencia de los atributos religiosos conocidos para otras culturas, el autor encuentra en los objetos simbolismos comunes. Reconoce en las figuras individuales a los gobernantes guerreros, las diosas de la tierra y a las parejas primordiales de la creación. En los conjuntos de figuras y en los modelos de edificios advierte el desarrollo de los rituales en torno a estos seres, y observa en la configuración arquitectónica de los centros ceremoniales una organización cosmológica. De igual modo, Townsend aborda incipientemente el papel que los muertos, sus moradas y ofrendas tuvieron para los vivos. Los complejos arquitectónicos de la tradición Teuchitlán son los considerados por Christopher L. Witmore. Para su estudio se sustenta en la homogeneidad de los principios cosmológicos de Mesoamérica y en las similitudes con la iconografía religiosa de etnias actuales, como los huicholes. Este arqueólogo interpreta los edificios circulares y concéntricos de la tradición mencionada en forma de cosmogramas. Recurriendo a diversas representaciones, Witmore supone en los complejos de Teuchitlán la celebración de ritos que aseguraban la continuidad vital. También sugiere que los edificios estaban dispuestos para hacer observaciones solares y mediciones del tiempo. La mayor antigüedad en Mesoamérica de la representación de jugadores de pelota, hasta ahora conocida, pertenece a Occidente. Así lo dice Jane Stevenson Day al hablar en su ensayo de las figuras de El Opeño en particular y del juego de pelota en general. La autora aborda las evidencias arqueológicas de canchas de juego en esta región, así como los modelos cerámicos y las esculturas individuales de los practicantes de esta trascendente actividad ritual. Su asociación con otros edificios, los aspectos formales de las canchas y la parafernalia de los jugadores con extensión y hondura. Los resultados del estudio le sirven para descartar el viejo concepto acerca de la marginalidad del Occidente en el concepto mesoamericano. Así, la serie de elementos vinculados con el juego exhiben relaciones panmesoamericanas y la comunión de tradiciones. Peter T. Furst trata en términos chamánicos la interpretación de las imágenes representadas en el arte del Occidente prehispánico. Apoyado de manera principal sobre los huicholes actuales, Furst concibe los objetos que ostentan algunas figuras, como atributos propios de quienes curaban y servían de intermediarios entre el mundo terrenal y el divino y espiritual. De igual modo, a través de las actividades que las figuras parecen realizar, este autor encuentra el "Simbolismo chamánico, trasformación y deidades en el arte funerario del Occidente". Por su parte, Mark Miller Graham rebate el anterior modelo chamánico de interpretación y encuentra en las esculturas del Occidente, según sus propias palabras, más bien signos que símbolos. Se propone aplicar el método de estudio iconográfico para entender las imágenes de manera contextual y a través de referencias. Su corpus de obras básico son esculturas colimenses de hombres con protuberancias cónicas en la cabeza. Siguiendo, según el autor, el método antes dicho, señala que las obras artísticas son resultado de la ideología sociopolítica que se vivía en el Occidente. De igual modo, establece un amplio margen de comparación con las imágenes de diversas culturas mesoamericanas. Otto Schöndube se ocupa de esculturas de Colima, su meta es proporcionar evidencia de la relación práctica entre los habitantes del área con su medio ambiente. A través de las figuras de cargadores y las representaciones de los más diversos animales y vegetales, Schöndube refiere las actividades agrícolas, de caza y recolección llevadas a cabo. Se sirve tanto de escritos novohispanos, como de sus hallazgos arqueológicos, para hablar de la riqueza y diversidad de fauna, vegetación y recursos minerales del antiguo Occidente. En otro orden de ideas, Francisco Valdez indaga acerca de los contactos interregionales que existieron entre los pobladores del área que nos ocupa, y que dieron lugar a las múltiples variantes estilísticas. Su enfoque es arqueológico y se centra en la cuenca de Sayula, sitio importante en la producción de sal, y territorio considerado como el más débil eslabón de la cadena cultural entre Jalisco y Colima. Valdez presenta un profundo estudio ambiental de la zona de Sayula. En conjunción con los restos arqueológicos, deduce el modo de vida de sus habitantes, su organización social, actividades productivas y fases temporales de su desarrollo. Expone sus modelos alternativos sobre la economía global del Occidente para el periodo de las tumbas de tiro y en particular con la posición política central de Teuchitlán. La continuidad cultural de las sociedades de las tumbas de tiro de los periodos Formativo y Clásico con los tarascos de Michoacán durante el Posclásico es uno de los aspectos que revela el estudio de la indumentaria. Éste es el punto de partida que lleva a Patricia Rieff Anawalt a plantear con abundantes y sólidas evidencias los tempranos contactos por vía marítima y a larga distancia entre los habitantes del Occidente con Sudamérica. Los rasgos comunes entre estas dos áreas han sido considerados en estudios previos; ahora, Anawalt aborda con certeza aspectos de vestuario, fauna, formas cerámicas y caracoles de uso ritual para postular el origen sudamericano de rasgos característicos del Occidente mexicano. Desde los primeros tiempos del poblamiento en Occidente, hasta el llamado periodo Clásico, Joseph Mountjoy ofrece una visión general y comparativa con las sociedades de otras regiones de América. En esta ocasión, el texto extiende la información sobre otras culturas diferentes a la de las tumbas de tiro. En tanto, de modo especial, discute el nivel de organización sociopolítica de la tradición Teuchitlán, y anota que la investigación arqueológica es a la fecha insuficiente. Una perspectiva contemporánea del arte prehispánico funerario es presentada por Barbara Braun. Su enfoque se dirige al impacto causado por la escultura cerámica antigua de Jalisco, Colima y Nayarit, en famosos pintores y escultores modernos. La autora contextualiza la representación plástica de las antiguas esculturas de la zona y explora su posible diversidad de usos.

He glosado, hasta ahora, lo dicho por los autores de este libro de excepción, el cual colabora, extiende y promueve con fundamento el arte y la arqueología del antiguo Occidente indígena. Se trata de una obra que marca un hito en el ascenso del conocimiento de tan rica –diría yo fascinante– región habitada por los abuelos de esas latitudes. Al mirar en las reproducciones del libro que comento las obras maestras de Colima, Jalisco, Nayarit y Zacatecas, ahora guardadas en museos locales y en muchos otros del extranjero, me iluminó sobremanera la esencia biofílica que a todas integra. No hay expresión en Mesoamérica mayormente vinculada a la alegría vital del barro modelado como la que se advierte en los objetos de esta región.

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