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Nueva antropología

Print version ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.24 n.75 México Jul./Dec. 2011

 

Reseñas Bibliográficas

 

Frida Gorbach y Carlos López Beltrán (eds.), Saberes locales: ensayos sobre historia de la ciencia en América Latina

 

Luis Avelino Sánchez Graillet*

 

Zamora, El Colegio de Michoacán (Debates), 2008,401pp.

 

* Posgrado en Filosofía de la Ciencia, UNAM.

 

Nada más difícil en un libro colectivo que lograr en él unidad, pero sin que a los autores se les perciba como encajados en presupuestos, marcos o conclusiones sobre impuestas. De ahí que resulta notable la sensación de unidad que produce Saberes locales: ensayos sobre historia de la ciencia en América Latina, aunque se trata aquí de una unidad muy particular, que resulta no tanto de las confluencias entre sus autores ni de las temáticas compartidas, sino del denso entramado de tensiones irresueltas —y quizá irresolubles— que generan sus variados intentos por responder a la pregunta que articula al libro: ¿cómo escribir la historia de la ciencia de y desde Latinoamérica?, o más en general: ¿cómo escribir las historias de los saberes generados y localizados en "la periferia", "los márgenes" o "el Sur", los que en alguna medida siempre han quedado excluidos de la corriente dominante de la ciencia? En palabras de los editores, Frida Gorbach y Carlos López Beltrán:

Cada autor [...] se aproxima a su trabajo desde un punto de mira, tanto disciplinar y teórico como personal, propio. Casi no hay en ellos empates entre los autores reunidos, aunque sí coincidencias. La idea de nuestros diálogos nunca ha sido [...] ni la homogeneidad discursiva ni analítica ni interpretativa. Nunca quisimos —sabiéndolo poco fértil— unificar intenciones ni orientaciones críticas; lejos de nosotros la idea de una "escuela". La aspiración más bien ha sido utilizar los hiatos, los silencios, las incongruencias, generadas por las diferencias para que empecemos a relativizar y suavizar nuestras "certezas" (explícitas o implícitas) [...] (p. 13).

Saberes locales es en lo medular, según comentan sus editores, el resultado de las discusiones que por varios años sostuvieron los participantes del Seminario de Historia de la Ciencia que operó dentro del Posgrado en Filosofía de la Ciencia de la UNAM, el cual reunió a estudiosos del tema provenientes de las más variadas disciplinas, ámbitos y enfoques. De ahí, la dialógica heterogeneidad del libro.

Además de editores, Gorbach y López Beltrán son autores de una introducción que resulta de lectura obligada, pues además de servir como prolegómeno a la problemática de la historia de la ciencia en América Latina (y en la periferia en general), constituye en sí misma un original ensayo sobre la materia, armado a partir de la discusiones grupales del Seminario. Y en dicha introducción aparece el que, de acuerdo a los participantes de dicho Seminario, resalta como el problema capital para la escritura de la historia de la ciencia en el Sur:

El Sur no podía tener cabida en una historia fundada sobre la idea de que el mundo moderno se hizo en Europa y que luego se extendió hacia todas partes, y que la ciencia, por tanto, era una producción de Europa occidental y del Norte que después, a pedazos, deformadamente, se difundió al resto del mundo. Desde esa visión, las otras ciencias, es decir, las periféricas, no podían ser más que "aventuras intelectuales de Occidente", "escenografía que requiere el gran teatro científico", "meros capítulos, en su mayoría fallidos o contaminados, por las condiciones locales, especialmente políticas y culturales, que "deforman" una supuesta ciencia universal (p. 15).

Ante tal situación parecería no haber sino dos opciones: o bien, aceptar la narrativa de una ciencia originaria y taxativamente Occidental, en la que "el Sur" no participaría más que como proveedor de datos y aspirante —siempre fallido— a replicante de la racionalidad científica europea; o bien, rechazar esta visión excluyente y eurocéntrica, y exaltar la valía, la originalidad y la irreductibilidad de lo local, lo autóctono, lo indígena y lo nacional, defendiendo la existencia de una sui generis "ciencia nacional", definida a la vez que aislada por su supuesto carácter idiosincrásico. El historiador que opte por la primera ruta, replicará el discurso dominante para tratar no de entender a la ciencia del Sur, sino para recortarla y encajarla en dicho discurso. Pero quien se decante por la segunda opción se verá tentado a echar mano de categorías y herramientas teóricas creadas en el Norte para lidiar conceptual e historiográficamente con ese otro sureño y tropical de las márgenes, tratando así de salvar el carácter idiosincrásico de la ciencia periférica, pero a manera tal de conseguir la aceptación de los núcleos académicos centrales: hablamos de discursos y categorías como los de los relativismos y los constructivismos, el posmodernismo, el poscolonialismo y (el más socorrido) el nacionalismo. Sea cual sea la vía que se transite, parece que al final el historiador de las ciencias desde la periferia acaba escribiendo su historia desde y a través de las categorías del centro. En este tenor, escriben los editores:

Sucedía que, de muchas maneras, esa historia central, aun cuando se le pretendiera cambiar, se repetía local-mente, una y otra vez, y al final no hacíamos más que importar métodos y teorías provenientes del Norte, mientras exportábamos datos y estudios de caso útiles para ensanchar la capacidad explicativa de aquellas historiografías. [...] Para unos la disyuntiva estaba entre domesticar con halagos la mirada controladora y exotizante de las historiografías dominantes, o unirse a los combates de la "guerra de las ciencias" al lado de los relativistas, posmodernos, poscolonialistas, aunque ambos extremos del dilema nos dejaran en el mismo desconcertante sitio: sin lugar histórico para nuestra ciencia. Para otros no había más alternativa que el difusionismo o el nacionalismo: o se reconocía que la ciencia del Sur constituía una mala copia de una historia que ya aconteció en otra parte, o se confiaba en que recurriendo a la historia nacional [...] se conseguiría llegar a definir la esencia de lo local, una expresión tan singular que resultaba inútil cualquier esfuerzo comparativo (p. 16).

A partir del reconocimiento de estos dilemas, los esfuerzos de los autores se dirigen no a elegir entre uno u otro de esos polos, sino a sondear posibles rutas de superación de estas dicotomías. Y en el proceso de dicha exploración: "Una de las cuestiones fundamentales que ese cambio de perspectiva abrió fue el hecho de hacer visibles los vínculos entre poder y conocimiento" (p. 18). De ahí la apuesta por acoger una nueva conceptualización de la materia, que permita visualizar con claridad los vínculo entre el poder y las formaciones cognitivas, y que haga posible pensar de otra manera la compleja relación entre las formaciones cognitivas locales (que a menudo no son validadas desde el centro como "conocimientos") y las formaciones cognitivas a la que desde el centro se le otorga la calificación de "científicas" (con las pretensiones de validez universal que ello implica). Ese nuevo concepto es de los saberes:

"[...] pensar hoy las ciencias significa entenderlas como saberes, es decir, prácticas culturales insertas en complejas relaciones de poder. Es a esto a lo que podríamos llamar el sesgo local, a la necesidad de analizar las raíces históricas y sociales de los problemas epistemológicos" (p. 19).

Y los artículos que conforman el volumen son otras tantas respuestas al propósito de re-pensar y re-escribir las historias de la ciencia en la América Latina desde una mirada premeditadamente sesgada hacia lo local, articulada por la noción de saber antes que por las nociones tradicionales de "ciencia" y "conocimiento", claramente apercibida de que toda formación cognitiva se halla cruzada por el poder, y encaminada a tratar de superar el dilema entre la narrativa dominante de una ciencia universal única y la respuesta reactiva de una supuesta "ciencia nacional", tan irreductible en sus particularidades como aislada en su insularidad. Describamos ahora, brevemente, la problemática tratada en cada uno de éstos:

En "Lo que aún no sabemos sobre los intercambios tecnocientíficos entre Sur y Norte", Alexis de Greiff y Mauricio Nieto hacen una excelente introducción teórica e historiográfica a los estudios sociales sobre ciencia, tecnología e intercambios tecnocientíficos en Latinoamérica, a la vez que dictan agenda en la materia, dirigiendo la atención de otros investigadores a temas como la retórica y las políticas del "desarrollo", las "Revoluciones Verdes", y la participación del Sur en los proyectos de la "Gran Ciencia" durante la Guerra Fría. Los autores rechazan y disuelven en esta revisión la idea de que la ciencia sea una práctica ajena al poder político, mostrando, en cambio, que la ciencia es en sí misma una forma de ejercer el poder político, y siendo que el supuesto proceso de "difusión" de una ciencia producida en el Norte que circula hacia un Sur es en esencia una formación ideológica, usada como herramienta retórica.

Desde terrenos distintos pero convergentes Metchild Rutsch y Haydeé López Hernández se abocan respectivamente a la historia de la antropología y la arqueología en México. En sus artículos no sólo revisan algunos supuestos sobre la formación e institutional acción de estas disciplinas en nuestro país, sino que ambas ponen en cuestión algo más: Rutsch analiza la relación entre el centro y la periferia para entender cómo en los vaivenes de ésta se han construido y articulado las categorías, fines y presupuestos de la antropología en México; mientras que López Hernández problematiza aquello que en tantas historias se da por sentado, la "nación", e indaga cómo es que la arqueología ha servido para conformar la identidad de esa "comunidad imaginaria" que es México. En "Centro, periferia y comunidades científicas: reflexiones a propósito de la antropología en México", Rutsch analiza, pues, la crisis de identidad que la antropología mexicana ha padecido desde 1968, cuando empezó a entenderse que la antropología "científica" podía interpretarse, más bien, como elemento integral de diversos proyectos colonialistas del Norte, en los que esta disciplina servía como instrumento para exotizar y aislar al otro, a la vez que para naturalizar diferencias raciales. Por su parte, en "Nación y ciencia: reflexiones en torno a la historia de la arqueología mexicana durante la posrevolución", López Hernández indaga las ligas entre la arqueología mexicana y el proyecto nacionalista posrevolucionario, analizando el modo como la metodología estratigráfica se convirtió en garante de la cientificidad de la arqueología, para que ésta, a su vez, pudiese utilizarse justificadamente como fundamento de la idea de la "nación" mexicana.

"La biología en México: un acercamiento historiográfico", de Rafael Guevara Fefer, constituye un provocador artículo de revisión, que le sirve a éste para apuntar a las dos indeseables antípodas que resultan de escribir historia desde el Sur, pero con las miras puestas en el Norte: "historias patrioteras, nacionalistas, anecdóticas, difusionistas, hagiográficas [...]" (p. 119).

El autor captura de modo contundente el esencial dilema de la historia de la ciencia en el Sur al señalar que ésta "importa métodos y teorías mientras exporta datos y, a veces, estudios de caso que ensanchan la capacidad explicativa de las historiografías foráneas que están de moda" (p. 120) ¿Pero qué hacer ante semejante situación? Por principio, tener historias críticas de nuestra historia de las ciencias, a fin de desnudar estos complejos y poder, eventualmente, superarlos.

En "La soledad 'local' y el cosmopolitismo nacional: La fisiología respiratoria de europeos y americanos en el contexto colonial", Laura Cházaro incursiona en un género escasamente visitado por la historia de la ciencia periférica (los estudios comparativos), para plantearse la siguiente pregunta: ¿cómo dar cuenta de que algunos saberes generados a partir de prácticas localizadas sean incorporados al corpus de una ciencia occidental, pretendidamente objetiva y universalmente válida, mientras que otros saberes periféricos no lo logran? La comparación entre los trabajos de dos médicos, uno mexicano y otro peruano, sobre la fisiología respiratoria de los habitantes de las regiones altas de América le sirve a Cházaro para reflexionar sobre la historiografía de la ciencia en el Sur, y sobre el problema más general de la fundamentación de las pretensiones de objetividad deslocalizada de la ciencia, cuando ésta se genera a partir de prácticas locales. Estas reflexiones tendrían que ayudarnos para buscar nuevas maneras de contar la historia de los saberes en el Sur, sin caer en el falso cosmopolitismo de las visiones eurocéntricas difusionistas, pero tampoco en las historias nacionalistas, puesto que la idea de "nación" es ella misma un producto de esa visión eurocéntrica y colonial de la que se quiere escapar, y que ha servido para aislarnos en la soledad de lo irreductiblemente "local".

En "La histeria en México: una reflexión en torno a la historia", Frida Gorbach inicia notando que la "historia" y la "histeria" comparten algo más que la paronimia, pues tanto el discurso del historiador como el de la histérica son producto de una exclusión: el historiador construye su discurso a partir de la exclusión de todo cuestionamiento por su presente (ello al menos en la historiografía tradicional), en tanto que la etiqueta de "histérica" se construyó en el siglo XIX mexicano —según muestra Gorbach— como epíteto para marcar y apartar a un otro que no se dejaba aprehender y reducir por la lógica de una racionalidad masculina, materialista y cientificista para la cual la histérica era, en última instancia, una mentirosa que fingía un padecimiento que no podía ser tal, por cuanto que éste no se manifestaba con alteraciones orgánicas visibles. Esta impensada similitud le permite a Gorbach valerse de la histeria para "mostrarle a la disciplina histórica como la lectura del pasado no puede más que organizarse en función de las problemáticas que plantea una situación actual" (p. 148), y, simétricamente, el estudio histórico de la histeria le permite restituir a ésta su actualidad, la que radica en que "en los finales del siglo XIX esa enfermedad delineó los rasgos del sujeto moderno, un sujeto con 'doble personalidad', escindido entre la razón y las pasiones, entre el yo y algo parecido a ideas de animalidad [...]" (p. 150).

A partir del artículo de Irina Podgorny "La prueba asesinada: el trabajo de campo y los métodos de registro en la arqueología de los inicios del siglo xx", el libro da un giro hacia trabajos más ceñidos a nuestra idea tradicional de un estudio de caso, aunque sin dejar de lado las consideraciones teóricas más amplias. La pregunta central de Podgorny puede entenderse así: ¿cómo se hacen portables experiencias esencialmente localizadas como las de la arqueología? La pregunta lleva a la autora a explorar el concepto (original del arqueólogo William F. Petrie) de las "antigüedades portátiles", que remite no tanto a los vestigios arqueológicos transportables, sino al conjunto de prácticas (trabajo de campo sistematizado, estratigrafía...) y a las 'tecnologías literarias' (diarios de campo, mapas, ilustraciones, fotografías...) con las cuales un grupo de investigadores buscó construir, a inicios del siglo XX, el espacio disciplinario para una naciente arqueología argentina, a la que buscaron dotar con un objeto de estudio propio: la controvertida cultura calchaquí del noroeste argentino.

En "Intención conceptual, utopía y logro jurídico: vigilancia y control legal del matrimonio a partir del discurso médico decimonónico sobre la herencia", Fabricio González describe la forma como los médicos mexicanos se hicieron de un espacio de poder al conseguir convertirse en los legalmente facultados para sancionar o prohibir los matrimonios civiles, ello al vincular lo hereditario con lo patológico en el estudio de los enlaces entre parientes consanguíneos, y utilizar esto para persuadir a los actores sociales relevantes de la necesidad de que la sociedad mantuviera —por su conducto— una estricta vigilancia profiláctica sobre los matrimonios, si es que se quería evitar la propagación de taras congénitas. Es de notarse que para esto los médicos no sólo hayan tenido que movilizar sus endebles pruebas empíricas y los escasos recursos cognitivos con que entonces se contaba sobre la herencia biológica, sino que también debieran apelar a nociones como "nación", "bien social" y "progreso", en lo que constituye una muestra del modo como una decisión política puede clausurar una polémica científica.

La tensión entre lo local y lo universal (o que lo que se supone tal) aparece desde otro ángulo en el artículo que Miruna Achim dedica al sabio novohispano José Antonio Álzate. En "La querella por el temperamento de México: meteorología, hipocratismo y reformas urbanas" la autora recupera la polémica que Álzate sostuvo por años (y que envolvió a otros americanos) con sus corresponsales del Viejo Mundo sobre el supuesto —que en Europa era moneda corriente— de que los americanos debían ser débiles e inferiores, por cuanto que el malsano temperamento de América no podía sino producir creaturas contrahechas y deficientes. Achim destaca el alegato de Álzate a su condición de testigo privilegiado —testigo presencial— del temperamento de América, siendo que su presencia en la localidad le permite describir y comprender esta naturaleza y sus efectos de maneras y a través de métodos que los europeos no podrían poner en práctica. La querella resulta, por tanto, en un alegato contra el presunto universalismo de las prácticas cognitivas europeas, al que Álzate contrapone los resultados de las prácticas nativas (una suerte de "epistemología local"), que no sólo no son de menor valía, sino que para el estudio de la naturaleza y los hombres de América son las únicas realmente adecuadas. El estudio sirve a Achim, además, para analizar los usos del discurso científico en la Nueva España. Y el uso que Álzate hizo de éste resultó ser político: Álzate tratando de dictar una reforma urbana desde su privilegiado conocimiento local del verdadero temperamento de la ciudad de México.

En "Hibridación: historia natural y sexo contranatural en la Francia ilustrada", Javier Moscoso parece romper con la temática del libro. Ello podría no ser así, si se considera que la condición de "ser periférico" no necesariamente se corresponde con una localizacion geográfica, pues el "centro" y la "periferia" no son —o no son sólo— lugares geográfico, sino son, sobre todo, lugares culturales y políticos. De ahí que sea posible habitar las márgenes aun residiendo en el centro. Moscoso trata aquí, pues, de un personaje marginal en la historia de la ciencia —Rene Antoine Ferchault de Réaumur—, quien en el París de la Luces se dedica al marginal tema de la hibridación, y escribe con amplitud sobre el improbable episodio del contranatural ayuntamiento carnal de un "infame" conejo y una "modesta" gallina, la que tras mucho resistirse a los requerimientos amatorios del mamífero finalmente cede ante las acometidas lascivas del macho. Este suceso, que se pensaría no es sino una anécdota chusca, sirve al autor para ejecutar una amplia reconstrucción de los horizontes culturales de la Europa ilustrada, en la que se dibuja una peculiar área de temas alternativos a nuestros supuestos corrientes sobre la cultura europea del periodo, y que ilustra varios aspectos sobre la manera como circulaba entonces el discurso científico.

Por último, en "Sangre y temperamento: pureza y mestizaje en las sociedades de castas americanas", Carlos López Beltrán se propone deconstruir la historia del sistema de castas español en América Latina. En palabras del autor: "El episodio de las castas es central en la historia moderna, pues ese traslado de la otredad desde el hábito moral (como en Montesqieu) hacia el hábito fisiológico es la nuez del racialismo científico y del racismo concomitante" (p. 290).

Se trata así de historizar el proceso que llevó a la naturalización de lo que en origen no fue sino una diferencia moral (o cultural); proceso en el que la ciencia o lo que se pretendía fuese tal (la fisiología hipocrática, la anatomía y la fisiognomía) sirvió para convalidar la conversión de la ideología en naturaleza. Pero el espectro del estudio no se circunscribe al componente científico de la cuestión, sino que abarca también el recuento y análisis de fuentes tales como los escritos de los cronistas y viajeros, y el de la tradición de los "cuadros de castas". La atención del autor se enfoca de manera particular, además, en ese peculiar fenómeno de conformación de nuevos cuerpos que fue el mestizaje, y a su obligado correlato que es la noción de la "pureza" de la sangre, pureza que podía ganarse o perderse, y que suponía no sólo un cambio en el gradiente de pigmentación corporal, sino también un ascenso o descenso en la escala moral y social, en una especie de juego de "serpientes y escaleras" en el que el ascenso del mestizo a la cúspide estaba prescrito de antemano por la propia naturaleza, pues la mácula de la mezcla de sangres era una condición degradada imborrable, que tarde o temprano volverá para ensuciar a la descendencia.

Concluyo señalando que más allá de la aprobación que pueda concederse a las tesis de cada uno de los autores, lo que parece cierto es que este libro supone una lectura necesaria no sólo para el especialista en historia de la ciencia, sino para quienquiera que desee explorar otras maneras de entender los procesos históricos, políticos, sociales y culturales del Sur, pues a la vista de lo dicho parece claro que las prácticas cognitivas, entiéndaselas como saberes o como ciencia, no son actividades autónomas con respecto a las otras prácticas sociales y al ejercicio del poder, sino que todas ellas conforman un todo, en el que a las prácticas cognitivas les tocó jugar a presentarse como autónomas y objetivas a fin de lograr la común anuencia en algo que a las otras prácticas sociales les ha quedado mayormente restringido: justificar los órdenes de lo social, lo político y lo cultural en referencia a algo supuestamente extrasocial a lo que conocemos como "naturaleza".

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