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Foro internacional

Print version ISSN 0185-013X

Foro int vol.57 n.2 Ciudad de México Apr./Jun. 2017

 

Reseñas

Alexandra Pita González, Educar para la paz. México y la cooperación intelectual internacional, 1922-1948

Elmy Lemus Soriano

González, Alexandra Pita. Educar para la paz. México y la cooperación intelectual internacional, 1922-1948. México: Universidad de Colima, Secretaría de Relaciones Exteriores, 2014. 316p.


A ciento un años de su estallido, la Primera Guerra Mundial representa todavía un parteaguas en la historia de Occidente. Si dejamos de lado las consecuencias políticas –la desaparición de los viejos imperios y el nacimiento de los Estados Unidos como potencia internacional–, la Gran Guerra se convirtió en el acertijo por resolver para la intelligentsia: ¿cómo fue que la ciencia objetiva, sistemática, neutral, provocó la muerte de más de diez millones de personas?

Algunos intelectuales optaron por el repudio de todo cientificismo, por la desesperanza. Otros, en cambio, decidieron poner manos a la obra y crear un nuevo proyecto cultural que permitiese a la humanidad mantener la frágil paz alcanzada en 1918, participando en la Organización Internacional de Cooperación Intelectual de la Sociedad de Naciones. Dividido en siete capítulos, este libro, que trata de la historia de esos hombres, es el resultado de una investigación exhaustiva en los Archivos de las Secretarías de Relaciones Exteriores y Educación Pública, así como de una estancia de investigación en el programa de Historia Intelectual de la Universidad de Quilmes.

Pita González demuestra tanto una erudición exhaustiva, como una capacidad admirable para relacionar fuentes de naturaleza distinta, a más de lograr una interpretación de largo alcance. Se in vi ta al lector a tomar en cuenta, antes de iniciar el recorrido por esta obra, las diferentes siglas que la autora ha utilizado para que su obra fluya, pues las diferencias entre, por ejemplo, el Centro Internacional de Cooperación Intelectual (CEICI) y la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual (CICI), son sustanciales.

Es de advertir, con todo, que el lector no encontrará sólo un recuento de la formación y principales decisiones de un organismo político, sino un panorama intelectual complejo en el que la “diplomacia cultural” desempeña un papel fundamental para la conformación y funcionamiento de la Sociedad de Naciones. La peligrosa línea que separa al investigador científico del funcionario político debía cruzarse para la consecución de un proyecto internacional de largo alcance, del que se obtuvieron provechosas consecuencias económicas, comerciales y culturales (p. 25).

Pita González estudia las relaciones de los intelectuales europeos y americanos, así como la interpretación nacional que este proyecto suscitó, respondiendo a las necesidades de México en el periodo que se prolonga desde el gobierno de Álvaro Obregón hasta la presidencia de Miguel Alemán. Ante el lector, desfila un grupo de intelectuales mexicanos apasionados, responsables y comprometidos, inmersos en el proyecto de reivindicación de las clases bajas, así como en la proyección de un futuro nacional e internacional, libre de violencia, democrático y moderno. Su lucha consistía en dar a México una voz en el mundo y en proyectar, con la pluma, un proyecto cultural y educativo posrevolucionarios.

En principio, habrá que destacar el tema central del libro. El proyecto Educación para la paz significaba, en realidad, hacer un balance entre el nacionalismo que se necesitaba para el desarrollo de las Naciones y el diálogo intercultural, con el propósito de evitar una nueva conflagración mundial. Aunque la Segunda Guerra Mundial interrumpió este proyecto, la fundación de la Organización de las Naciones Unidas y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) habían marcado el inicio de un espacio institucional e internacional permanente de diálogo y proyección cultural, si bien la sustitución de la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual por la Unesco acentuó la prioridad en asuntos educativos en detrimento de dos estrictamente culturales e intelectuales que la originaron.

Con todo, resulta sugerente la defensa de las raíces profundas, culturales, de los desencuentros entre potencias que desembocaron en la Gran Guerra y que, de nueva cuenta, resultarían cruciales para entender el desarrollo del totalitarismo y la Segunda Guerra Mundial. La “Educación para la paz” pretendía, por tanto, la defensa de una modernidad integradora, tolerante y dialogante, que permitiera a los distintos pueblos el reconocimiento del otro antes que su rechazo constante. La manera de lograr este objetivo incluía un espectro de trabajo muy amplio que iba desde la difusión de archivos documentales, pasaba por el intercambio académico, y llegaba hasta la reelaboración de la historiografía nacional y la creación de legislaciones nacionales que permitieran redefinir la propiedad intelectual.

En México, el proyecto de Educación para la paz tuvo un cariz especial, pues significaba también evidenciar el fin de la Revolución mexicana, las rencillas entre facciones políticas y, sobre todo, la posibilidad de entablar relaciones diplomáticas en condiciones de igualdad, especialmente con Estados Unidos, país con el que se habían tenido múltiples conflictos desde los últimos años del gobierno de Porfirio Díaz. Sin embargo, la nueva perspectiva colocaba a México en un dilema. El país había comenzado por defender la no intervención en las Conferencias Panamericanas celebradas desde 1889, por lo que Educación para la paz podía fácilmente interpretarse como un proyecto contrario a la búsqueda de autodeterminación de los pueblos, en tanto que había resultado de discusiones y lineamientos dictados por organismos internacionales. Mediar, tanto en el discurso, como en la política internacional mexicana, fue la tarea de los intelectuales activos en este periodo. Su mayor carta era defender el espacio americano –no pretendemos aquí adentrarnos en la polémica sobre los conceptos de panamericano, latinoamericano e interamericano, la cual, por cierto, ha sido tratada por la autora en otra obra–1 de la cultura y el despertar intelectual del continente.

Esa defensa sería de sumo provecho para México, porque podría participar activamente en la conformación de los espacios americanos de cooperación intelectual, específicamente en la fundación del Instituto Panamericano de Geografía e Historia y el Instituto Interamericano de Cooperación Intelectual. Es indispensable destacar la función protagónica de Alfonso Reyes en el largo y complejo proceso de conformación del ámbito de diálogo americano, que examina profusamente la autora, colocándolo, de nueva cuenta, en el lugar que merece en la historia cultural de América.

El proyecto de Educación para la Paz obligaba a repensar la educación como una tarea tanto científica, como moralmente comprometida con la sociedad; retomaba las bases humanistas, que muchos de los intelectuales mexicanos habían constituido como la piedra de toque luego de la formación del Ateneo de la Juventud. El proyecto, que se concretaría formalmente en el sexenio de Manuel Ávila Camacho, sería un modelo de nacionalismo, pero claramente marcado por “un interamericanismo a modo de solidaridad continental, [que] mantenía cierta distancia al defender los principios (universales, no regionales) de paz y cultura” (p. 141). El hecho de que Jaime Torres Bodet fuese designado como Director General de la Unesco, como bien menciona la autora, es muestra del éxito de la diplomacia cultural mexicana por esos años, aunque no se refleja, cabría añadir, en los avatares y tropiezos del proyecto educativo nacional.

Claro ejemplo de análisis del discurso y prácticas históricas es este libro, que logra profundizar en el complejo mundo de la diplomacia cultural. Sin hacer concesiones, la autora logra, empero, comprender las inevitables limitaciones políticas en la aplicación real de un vasto proyecto de transformación social, que debía repercutir directamente en las relaciones internacionales. Sin duda, esta obra será pronto una referencia indispensable en el ámbito de la Historia intelectual y cultural mexicana del siglo XX.

Elmy Lemus Soriano

1“La discutida identidad latinoamericana: debates en el Repertorio Americano”, en Aimer Granados y Carlos Marichal, Construcción de las identidades latinoamericanas. Ensayos de historia intelectual, siglos XIX y XX, México, El Colegio de México, 2004.

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