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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.6 no.2 Mérida ene. 2011

 

Reseñas

 

Mario Humberto Ruz (coord.), Paisajes de río, ríos de paisaje. Navegaciones por el Usumacinta

 

Ana Bella Pérez Castro

 

México, UNAM, CEPHCIS e IIFL y Consejo de Ciencia y Tecnología del Estado de Tabasco (CCYTET), 2010. 614 pp. ISBN 978-607-02-1802-6

 

UNAM, IIA.

 

Memorias del cambio que manan por el Usumacinta

Tabasco es uno de los estados más ricos en recursos hídricos de México, pues recorren su territorio los ríos Grijalva, Usumacinta, Carrizal, Mezcalapa y varios más. Ocupa el segundo lugar nacional en la producción de plátano, con una superficie de 10 636 ha, cuyo valor de producción superó en 2010 los $957 millones de pesos. Así también, de acuerdo a datos de la Secretaría de Recursos Naturales y protección ambiental del estado, es el núcleo de las operaciones de extracción y transportación de petróleo y gas natural de la Región Sureste, aportando diariamente el 21.3% de la producción nacional de gas natural y el 13.7% de petróleo crudo.

Pese a la gran riqueza de recursos existentes en las tierras tabasqueñas, el estado es considerado de pobreza extrema alta. Las penurias que se padecen contrastan con las riquezas que se generan y la abundancia del recurso hídrico provoca desastres ambientales1 que aumentan la pobreza de los diversos poblados que se asientan en las márgenes ribereñas.

Con tal preámbulo doy inicio a la reseña del libro Paisajes de río, ríos de paisaje. Navegaciones por el Usumacinta, coordinado por Mario Humberto Ruz. Una obra que nos lleva navegando por ese gran río, nos adentra en aguas que han sido testigo, a lo largo de casi seis siglos, de encuentros y desencuentros culturales, y nos aproxima a la historia ambiental de sierras, planicies, selvas, manglares, sabanas y pantanos. Sus 612 páginas incluyen una excelente introducción y ocho capítulos en los que destacan los grandes cambios acontecidos en un espacio que fue considerado "verdaderamente deleitable" hace apenas unos cientos de años atrás; transformaciones del medio natural y animal, de su economía, de formas de vida y maneras de pensar de los pueblos que viven entre el río, la laguna y el pantano. Descubrir la razón del porqué Tabasco ha llegado a ser considerado un estado tan pobre es factible, gracias a la meticulosidad con la que los autores obtuvieron y plasmaron el dato histórico y científico, la habilidad para trabajar la estadística y el conocimiento especializado sobre la diversidad vegetal y animal que pulula en los paisajes. Buenos mapas y excelentes fotografías son otros más de los recursos que sus autores nos ofrecen para tener una idea visual de lo que el texto asienta. Destaca, asimismo, la habilidad con la que supieron registrar esas voces de tierra y agua que, en el fluir de la vida cotidiana, rememoran épocas buenas y malas de tiempos pasados y escupen, con dejos de rabia mezclada con el conformismo, los graves daños ocasionados a su ámbito natural, el fracaso de los planes turísticos y los males sociales que se viven en la frontera con Guatemala.

Paisajes de río que otrora fueron asiento de selvas altas, medianas y bajas, de encinares tropicales, sabanas, manglares y tulares despertando la admiración, de acuerdo con lo anotado por Mario Humberto Ruz en su capítulo "Un lugar verdaderamente deleitable. El pasado virreinal", de aquellos primeros expedicionarios europeos que el siglo XVI, como Juan Díaz, no dudaron en apuntar que esa tierra "... parece ser... la mejor que el sol alumbra"; "un traslado del cielo", de acuerdo con fray Tomás de la Torre; un lugar en el que tanta belleza, a decir de Ximénez, "... es para alabar a Dios". Paisajes de río que todavía para el siglo XIX despertaron la admiración del naturalista francés Arthur Morelet plasmando su primer encuentro con las riberas del Usumacinta:

Desde los primeros pasos creí que me hallaba en un mundo encantado: era aquello una profusión de palmeras, de vegetales extraños y monstruosos. De lianas que se retorcían en un desorden inexplicable, de ramas seculares cargadas de plantas bulbosas, como otros tantos jardines aéreos; en una palabra, un esplendor, una riqueza, una diversidad capaz de confundir la imaginación más exagerada... Al respecto de aquella escena extraordinaria que parecía pertenecer a la primera edad del mundo, me detuve confundido, deslumbrado, como el que, en una noche obscura, ve brillar de repente un meteoro (Morelet, 1990: 72, apud Ruz, p. 93).

Paisajes de río en los que ahora casi ha desparecido la selva alta y la baja se encuentra profundamente alterada por el método de cultivo de roza, tumba y quema que emplean los campesinos, la población mayoritaria del estado. Las sabanas han aumentado por la ampliación de las áreas de pastura y la explotación petrolera, que tanta riqueza genera y tan poco le retribuye a Tabasco, ha provocado que los derrames y deshechos arrojados en las aguas azul-verde del Usumacinta amenacen en convertir a esta añeja culebra de vida en corriente muerte, como le sucedió a su vecino, el río Coatzacoalcos.

Hoy en día, si bien Tabasco todavía nos deja ver mucho de aquella belleza "para alabar a Dios", también es cierto que en este traslado del cielo, parafraseando a López Velarde, el Diablo se empeñó en regalarle el petróleo, buscando tal vez con ello ser también enaltecido.

Ocho trabajos integran el texto, aunque los firmantes de los mismos, como alude Mario Ruz, no son siempre los principales autores. Tal es el caso de los ensayos que dan cuenta de la tradición oral y en los cuales estoy convencida, aunque se diga lo contrario, que se rescató la "sabrosura" de las pláticas sostenidas con los tabasqueños. Crédito también, bien merecido, lo tiene el Usumacinta, que supo entusiasmar a este equipo de científicos sociales y biólogos para hacer esta investigación y permitirnos conocer todo lo que fueron y siguen siendo estos paisajes de río.

Los temas tratados son diversos como lo es el proceso complejo de interacción que pareciera conformar otro de los ejes que guía la obra. La historia detallada de la ocupación poblacional de Tabasco prehispánico da paso para entender el período virreinal caracterizado por el mestizaje socio-cultural. Una y otra etapa no sería posible entenderla sin considerar asimismo la historia ambiental que con detalle plasma Miguel Ángel Pinkus Rendón. Que si a tierras americanas llegaron hombres con cultura diferente para conquistar, no es menos cierto que los recursos que con ellos vinieron también conquistaron el medio natural.

Culturas y naturalezas conforman binomios cuya relación sólo es posible entender, como los autores nos muestran, en su devenir histórico. Si el desarrollo cultural, de acuerdo con Ruz, ha de vincularse primeramente a algunos grupos de la familia cholana2 y a los que se agregaron en épocas posteriores, como fue el caso de otras etnias mayas, su asentamiento en tales tierras no es comprensible si dejamos de lado la riqueza que en ellas había de recursos naturales, destacando la importancia del cacao.

La fisonomía de la región, sin embargo, cambió drásticamente después de la llegada de los conquistadores. Con ellos, se dio el exterminio de los chol-lacandones y su afán de riqueza atrajo la presencia de los piratas ingleses y franceses. Así, todo lleva a suponer que "... al despuntar el siglo XVIII el rostro étnico de la cuenca, en particular en las riberas del gran río, era radicalmente distinto al que ostentaba al llegar los hispanos". La diferencia se fue acentuando en el siglo XIX, con la llegada de tzeltales, tzotziles, tojolabales y de mestizos enganchados por compañías nacionales y extranjeras para llevar a cabo la intensa explotación de maderas preciosas y el palo de tinte.

Todo pasa y nada queda y de las maderas preciosas poca cosa quedó. Permaneció, sin embargo, el interés por expandir la producción ganadera y afanes gubernamentales por atraer población de otros estados, provocando lo que fue conocido como la marcha al mar. Para liberar la presión sobre la tierra que había en los estados del centro de la República, el Gobierno Federal, allá en la década de los años cuarenta del siglo pasado, decidió iniciar una campaña de dotación de tierras en el sureste. De Michoacán, Guanajuato, Veracruz e incluso de otros municipios del estado de Tabasco llegaron campesinos que sabían sembrar, pero poco conocimiento tenían de la forma de explotar la riqueza de selvas, ríos y pantanos. Su presencia cambió la fisonomía étnica, pero también, su acción fue más allá porque trajeron sus propias prácticas, como fueron, entre otras cosas, bombas para ultimar peces y motosierras para abatir árboles. La expansión de milpas y las quemas intencionales modificaron las selvas. Por su parte, el ganado vacuno fue apisonando la tierra e impidiendo el crecimiento de muchas plantas.

La lógica de la explotación fue cambiando, como también se transformó la diversidad de los habitats con la introducción de los monocultivos de plátano y caña de azúcar. La explotación petrolera, por su parte, ha contribuido a tal metamorfosis contaminando la cuenca del Usumacinta. Sus aguas azul verde parecieran teñirse con el negro del petróleo. Los colores y las texturas del paisaje de ríos se transforman, como también se remplazan los sonidos de una diversidad de animales cuyo hábitat eran la selva y los pantanos para dar paso a gruñidos, cacareos, ladridos y mugidos.

Las iglesias y sectas procedentes de Guatemala o los Estados Unidos también han contribuido a desdibujar el rostro de la región, aunque a decir de Mario Humberto Ruz, ésta sigue siendo "vertebrada por un mismo río y culturalmente marcada por su reiterada filiación mayanse, aún observable" (p. 19).

Unidad y pluralidad regional, conjunción de factores geográficos, económicos, demográficos, políticos, culturales y religiosos conforman la base actual de la conformación plural de la Cuenca del Usumacinta.

Es en esta diversidad, entre el río, la laguna y el pantano donde mana la vida cotidiana. Un fluir que podemos conocer gracias a la buena pluma del coordinador del proyecto y a la riqueza de información obtenida en el campo.

Así, tomando en forma arbitraria algunos párrafos de Ruz, y privilegiando algunos aspectos, daré cuenta de ese pasar de la vida en la que se ensartan recuerdos, imaginaciones, creencias, tradiciones y hechos del diario acontecer. De esta suerte, Canitzán, desprovisto de comunicación terrestre hacia Tenosique, mira al río. Sus vecinos lo atraviesan una y otra vez usando para ello una lanchita. Desde lo profundo de la laguna que lleva su nombre, brota y se despliega el imaginario que se empeña en ver en el fondo de sus aguas "la metaleada" que dejaron los españoles cuando mataron a Cuahtémoc. Imaginario que compite con el de los campechanos de Candelaria, empecinados en alzarse con el dudoso honor de haber sido el último sitio que contemplaron los ojos del tlatoani antes de que arteramente Hernando Cortés deshiciera deshacerse de él (p. 288).

Poblados donde la historia juega con la memoria, o la memoria lo hace con la historia llevando a que sus habitantes, con imperioso afán, defiendan estar asentados en lugares de antiguos señoríos, como fue el caso de Itzamkanac.

Si algo caracteriza este texto es el dar cuenta también de lo que se pierde y lo que fluye. Así, mana la vida en el poblado de La Isla, que debe su fama tanto a la explotación del achiote, como a la existencia de sus piedras redondas que son de esta forma a fuerza de ser arrastradas, golpearse y rodar por el lecho del Usumacinta. Piedras que hoy se constituyen como atractivo producto de mercadeo, atrayendo a los compradores de Puebla, Cancún, Querétaro y Cuernavaca.

Uno y otro poblado son descritos, de algunos se destacan sus tradiciones, características de la población, los recursos con los que cuentan; en otros, Ruz se explaya dando cuenta de los cambios en el arte de pescar, en la multietnicidad, en los cambios de vegetación, la migración, en la pobreza y en los intentos fallidos por introducir nuevas producciones, como la de palma de aceite y por convertir estos lugares en atractivos turísticos.

El autor describe paso a paso un mundo que cambia, de recursos que se pierden, como el mico de noche o miquito, que por desgracia, apuntan los entrevistados, a alguien se le ocurrió afamar como afrodisíaco, lo que ha llevado casi a su extinción, víctima de cazadores empeñados en despojar a los machos de sus genitales.

No obstante lo vertiginoso de los cambios, sorprende el afán de perdurar de los aluxes, esos duendes chiquitos tocados con un gran sombrero, que aferrados a vivir entre selvas y montes no descansan en su ánimo por seguir la diversión nocturna montando caballos, trenzando sus colas y hasta en robarse a los niños para llevarlos a sus cuevas. También se empeñan en existir, seres tan extraños como "El jirafudo" y la "Luz del guiral". Unos y otros habitan en el monte y reproducen sus propios lenguajes. Como los reproducen también los que danzan el pochó para la celebración de su famoso carnaval.

No podían faltar en este fluir de la vida cotidiana, las referencias a los que viven del comercio. Y un listado de productos y herramientas desfilan ante los ojos del lector. Mercaderías pensadas en un pasado para aviar a los capataces y trabajadores de las monterías. Dejemos volar un poco la imaginación y pensemos en esas tiendas donde se acomodaban los fideos, tallarines, latas de sardinas, sagú, cabezas de ajo, pimienta de la tierra, orégano, comino, clavo, romero, alhucema, eneldo, canela en rama, botellas de miel de abeja, tamarindo, manzanilla, galletas de crema, el crémor tártaro, latas de chícharos molidos, tablillas de chocolate, latas de cacao, batidores de madera de guayacán para preparar las bebidas, vinagres... No es difícil imaginar esos escaparates y mostradores de las tiendas de Frontera desplegando un mundo de sabores, colores y esencias. Productos que difícilmente un habitante de esos pantanales podría adquirir. Más lejos del bolsillo del paisano, incluso de su vista, estaban los pañuelitos de almidón, las pantuflas, las bandas de lana realzadas, las toallas afelpadas, las medias para las señoras, las garrafas y botellas de vino, los garrafones de habanero, las cervezas. Cercanos a su bolsillo quedaban el aguardiente de caña y los cigarros corrientes.

Mario Ruz borda fino y narra con gracia tabasqueña la vida cotidiana de los pueblos de los pantanos, a más de ofrecer comentarios críticos acerca de la pérdida de recursos naturales, de la contaminación provocada por los gigantescos volúmenes de jabón y plaguicidas, por la proliferación de aguas negras y basuras de todo tipo que desde Guatemala a Tabasco se vierten sobre las cuencas del Grijalva, el San Pedro y el Usumacinta; inmundicias que vienen a concentrase precisamente en estos pantanos. Problemas ecológicos, económicos y sociales cuya solución se agrava por la incapacidad del trabajo coordinado entre los diversos niveles del gobierno y la sociedad.

Por su parte, Flora L. I. Salazar, en otro extenso trabajo, describe los pueblos del río, perfiles urbanos de una unidad territorial. Lo hace recurriendo a la historia, consultando fuentes, oponiendo sus datos con los de otros investigadores de la historia tabasqueña. Realiza un recorrido en el tiempo, traza la política que lleva a dibujar los cambios en las conformaciones territoriales. Disputas por el poder, el asentamiento y la primacía de determinadas ciudades, las políticas de colonización, la explotación maderera, la del chicle y del hule. Desfilan personajes políticos y finaliza con la preponderancia de San Juan Bautista como capital del Estado. En 82 páginas, Salazar sintetizó en forma por demás documentada, más de 300 años en los que se fue delineando el perfil urbano de Tabasco.

Mauricio Hernández Sánchez colabora con un interesante texto sobre los hongos y los cambios en la vegetación en Centla y Tenosique desde la perspectiva de sus habitantes; destaca el empobrecimiento de la naturaleza, la reducción de la vegetación y la fauna causada por la expansión de la agricultura, la ganadería y el petróleo.

Perla Petrich se explaya en forma por demás amena, y sobre todo armada con buena teoría, en dar cuenta de las voces de tierra y agua. Para ello recurre a la palabra y la memoria, de los relatos de vida que arrojan experiencias concretas, de informaciones sobre su realidad, de apreciaciones subjetivas y de imágenes llenas de significados personales y culturales surgidas de la relación que estos habitantes han establecido con su medio (p. 431). Nos lleva por las representaciones de una "realidad empírica" y nos desliza por un mundo fascinante donde hombres y seres malignos y misteriosos habitan en paisajes de ríos, pantanos, manglares, selvas y lagunas. También en este texto, el cambio es parte crucial en los testimonios, de la bonanza del pasado, la migración como realidad del presente no sólo de hombres, sino también de seres como los duendes que, ante la transformación de su medio, se fueron buscando mejor sombra. Pobreza, fragmentación social, formas de concebir la ciudad y los cambios productivos, son otros de los temas que surgen en los relatos que compiló Petrich. Relatos en los se puede ver dejos de denuncia, pero también de nostalgia por un pasado. Uno y otro relato, cada memoria y la suma de las memorias dan pie para que la autora finalice señalando que no existe una identidad, sino una pluralidad identitaria, que no hay una sola manera de evocar el pasado, sino una multiplicidad de memorias.

Manuel Jesús Pinkus Rendón presenta un texto sobre los pueblos mayas y mestizos de Boca del Cerro, Tenosique y sus alternativas turísticas. En éste aborda la contradicción que se dio al buscar un proyecto sustentable que apoyara la economía de estos pobladores frente a un modelo de desarrollo basado en optimizar las ganancias. Pesadillas y sueños caminaron de la mano de los pobladores de los pueblos ribereños, ilusiones por lograr un desarrollo sustentable explotando las posibilidades turísticas de la región señoreada por el Usumacinta; sueños que se transforman en pesadillas al toparse con fraudes y engaños de funcionarios gubernamentales. El fracaso y desencanto envuelven la historia, lo que me hace preguntarme y también preguntar ¿Hasta cuándo el turismo seguirá marcando el afán de buscar ser sustentables cuando la naturaleza es vista con fines de lucro?

El último texto del libro, el Tabasco fronterizo, escrito por Jorge Ramón González Ponciano, trata algunas de las realidades más crudas que se viven en el estado: la presencia del contrabando y el narcotráfico y con ellos toda la historia de violencia que desatan, pero no por ello más terrible que lo que en los anteriores capítulos se ha tratado: la brutalidad con que se ha arrasando con un medio y sus recursos.

En fin, Paisajes de río, ríos de paisaje... es un libro cuyas contribuciones nos muestran, entre la buena pluma y el saber especializado, la realidad de los pueblos que viven entre ríos, selvas y pantanos.

Termino con un párrafo de Ruz que, a mi parecer, resume el sentir del grupo de investigadores que escribieron Los paisajes de río, ríos de paisaje. Navegaciones por el Usumacinta:

Día tras día, mañana y noche, la oficina de control fitosanitario que hay entre Tabasco y Campeche, a orillitas de la reserva, vigila que no se introduzcan palmas ("por aquello de la baba"), ni cítricos, "para no desperdigar" la tristeza (plaga provocada por el pulgón verde), pero basta recorrer el imponente Usumacinta, con sus riberas deforestadas y sus aguas contaminadas, para darse cuenta de que hay tristezas más graves e inmisericordemente desperdigadas (p. 368).

 

Notas

1 En 2007 el estado vivió uno de los mayores desastres, no sólo por el número de damnificados, sino por las pérdidas materiales y los recursos necesarios para levantar nuevamente a la región. Las lluvias torrenciales superaron la capacidad de las cuencas de estos ríos, e incluso la de la presa Peñitas que llegó a su máxima capacidad el 29 de octubre, haciendo necesario abrir las compuertas y desfogar 2 millones de litros por segundo, originándose finalmente la tragedia de la inundación.

2 Conformada por chontales, chol-lacandones, ch'oles, topiltepeques, pochutlas, choltís del Manché y chortís.

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