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Andamios

versão On-line ISSN 2594-1917versão impressa ISSN 1870-0063

Andamios vol.19 no.50 Ciudad de México Set./Dez. 2022  Epub 29-Set-2020

https://doi.org/10.29092/uacm.v19i50.942 

Presentación

Presentación del dossier: la vida dañada. Aniquilación de cuerpos, geografías del terror y lugares de memoria en México (2006-hoy)

Gezabel Guzmán Ramírez* 

Carlos Alberto Ríos Gordillo** 

*Profesora investigadora en el Colegio de Humanidades y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. Correo electrónico: gezabel.guzman@uacm.edu.mx

**Profesor investigador en el Departamento de Sociología, Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco, Ciudad de México. Correo electrónico: car@azc.uam.mx


1. En Mínima moralia. Reflexiones desde la vida dañada, el filósofo alemán Th. W. Adorno escribió una obra con indicios, entradas, fragmentos y reflexiones breves, que pueblan las densas páginas de este ensayo sobre la vida dañada.

Escrita en el último tramo de la Segunda Guerra Mundial y el inicio de la Guerra Fría, Mínima moralia es una obra enigmática y densa. Su reflexión es la puesta a punto de una vida al filo del abismo, situada en el plano de la sobrevivencia cotidiana en un mundo en ruinas, en el momento en el cual el espíritu no se encuentra reducido a ruinas o rejuvenecido, diría Hegel, sino cuando se enfrenta a su absoluto desgarramiento, en razón de la desdicha, la desesperanza y el sufrimiento que habitan por doquier. Paradójica tan sólo en apariencia, su reflexión no es el canto de una sirena que presagia el naufragio; es, por el contrario, una dialéctica in extremis acerca de la vida a pesar de la desdicha, sobre la esperanza ahí donde parece no haberla. Para él, la lógica de la historia no es la del mundo soñado, sino la de la catástrofe que impera en éste, que se derrumba a pedazos. No es en las representaciones positivas de la sociedad donde Adorno fundamenta su reflexión, lo hace en la dialéctica negativa que se enraíza en un mundo trastornado por la barbarie: sustenta la felicidad en la medida del dolor inmenso que recorre el mundo, la resistencia a la vida dañada en la forma de un caído que se recupera, dándose cuenta de que aún vive y, por tanto, de que aún existe la vida y un mundo para la vida; incluso, en medio del infortunio reinante.

2. Décadas después de esta reflexión, su actualidad es de suyo inquietante para el caso mexicano, sobre todo para comprender la tragedia de la violencia exponencial desatada por la así llamada: “guerra contra el narcotráfico y el crimen organizado”, también conocida, en un sentido diferente y crítico al de la primera, como “violencia organizada” (2006-hoy). ¿Cómo caracterizar la violencia de una época como ésta?, ¿es nueva o sólo una prolongación de la que se vivió durante la Guerra Sucia?, ¿cómo entender las matanzas perpetradas durante todos estos años?, ¿cómo acercarnos al aniquilamiento de personas cuyos cuerpos fueron demolidos, incinerados o disueltos?, ¿cómo pensar el mancillamiento del territorio en razón de prácticas comunes para desechar cadáveres bajo tierra, o al sumergirlos en el agua de los ríos y lagunas, al disolverlos en ácido, incinerarlos hasta convertirlos en cenizas?, ¿cómo estos lugares de muerte se convirtieron en lugares de memoria, en altares de exhumación y recuerdo?

Consideramos que pocas etapas en la historia de México han sido tan cruentas, como ésta, en la cual vivimos. Convertido en una gigantesca fábrica de exterminio de la vida humana, el país rebasa continuamente los umbrales de las muertes violentas, los feminicidios, el desplazamiento y las desapariciones forzadas, mientras deja tras de sí un alud de problemas psicosociales que van a perdurar durante años. Los estragos de la violencia han profundizado las heridas abiertas por décadas de políticas neoliberales, agravando la endeble supervivencia de las familias y desmantelando el tejido social construido por los habitantes de este país. Así, a la acumulación por despojo, la explotación de una clase sobre otra, la exclusión acrecentada, la discriminación y el racismo que no cesan, el resentimiento social del lumpen, la marginación y el aumento de la pobreza, se añadió el efecto disgregador de la violencia que azotó a la población de nuestro país.

Encubierta e incluso negada por quienes desataron este tipo violencia (Urrutia y Castillo, 2011-01-13), (en un claro ejemplo de negacionismo histórico), atestiguamos una realidad innegable que se desenvuelve de manera salvaje. Hoy día, la idea del combate a la violencia sólo puede fundamentarse en la idea de catástrofe: sólo en el discurso oficial transexenal (2006-hoy) puede considerarse que hay una contención efectiva, o una disminución gradual de la misma. A fin de cuentas, rememorando a Magritte, sólo el discurso oficial puede decir: “esto no es una guerra”. Sin embargo, mientras más años transcurren, más se reproduce la violencia y transgrede los límites de lo conocido. Si tan sólo el escenario de la violencia fuera Kosovo, Afganistán o Ruanda, quizá nadie dudaría de lo que hoy sucede en esta latitud, pero imaginarse que tal grado de destrucción habita entre nosotros es un reto que desafía a la imaginación. Incluso entre las víctimas suele decirse: “Nunca esperamos que nos pasara esto”, o bien: “esto no puede estar pasando aquí”. Difícil de vivir, esta historia es también difícil de contar.

Estamos en una etapa de violencia que, si bien no es inédita en la historia contemporánea, al menos sí parece ser excepcional. De acuerdo con el Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO), de la Comisión Nacional de Búsqueda (CNB), dependiente de la Secretaría de Gobernación (SG) del Gobierno Federal, entre 1964 y 2022 ―de la Guerra Sucia a la actualidad― el total de personas desaparecidas, no localizadas y localizadas, es de 259,995. De este universo, 105,318 personas están desaparecidas y no han sido localizadas, mientras que 154,677 personas sí han sido halladas. En el primer caso, 92,451 siguen desaparecidas y sólo 12,867 no han sido localizadas. En el segundo, mientras que 144,078 personas han sido ubicadas con vida (mujeres, en particular), 10,599 lo fueron, pero sin vida, sobre todo, hombres (RNPDNO). De ahí que la búsqueda de su paradero sigue siendo una tarea pendiente, que sin embargo ha sido asumida con ahínco por los familiares de las víctimas, y en un sitio de primera fila, por las mujeres: las así llamadas “rastreadoras”, protagonistas de la dignidad y la esperanza de nuestros días, cuyos resultados son notables: mientras que el Movimiento por Nuestros Desaparecidos en México (MNDM), sostuvo recientemente que hay más de 50,000 personas sin identificar en Servicios Médicos Forenses, las brigadas de colectivos y familiares han localizado 3 mil 978 fosas clandestinas y exhumado 6,625 cuerpos, desde el año 2006 hasta la actualidad. En una extraña paradoja, signo de nuestros tiempos, en este país nace la esperanza ahí donde parece no haberla.

Normalizada, interiorizada, reproducida de manera silenciosa hasta que otro hallazgo o desaparición forzada interrumpe la violencia y la desnuda ante los ojos de la sociedad, ésta se ha convertido en algo cotidiano. La reflexión de hace [casi] una década, mantiene todavía toda su carga:

La normalización de la violencia ha conllevado a la familiaridad con la misma. Una vez iniciado el proceso, lo excepcional del episodio se ha banalizado, ha perdido su carácter extraordinario, volviéndose parte de la marcha natural del mundo; es decir, se ha convertido en un rasgo más del trayecto de la barbarie. Lo excepcional se ha convertido en algo normal, reduciendo la capacidad de sorpresa, de indignación y respuesta sociales[...]. Así, nos hemos familiarizado con el horror, al precio de minimizarlo para soportarlo, de interiorizarlo, para poder seguir existiendo “normalmente” (Ríos, 2013, p. 79-80).

La violencia en sus diferentes formas acontece diariamente en todo el orbe [...] [ésta] puede irradiar hacia objetivos diversos, expresarse en varias formas y tener disparadores específicos [...]. En ese panorama la naturalización ante la violencia existe, “cosificando” a las personas que la sufren...] ¿Cómo sensibilizarnos ante este problema?, cuando la violencia es naturalizada en nuestra cotidianidad, cuando las imágenes de ésta no nos sensibilizan y cuando la agresión por “pequeña” que sea no nos impacta (Guzmán, 2016, p. 66).

3. En este sentido, en tanto compañeros de ruta y con el objetivo de comprender las diversas dimensiones del fenómeno de la violencia en México, presentamos los contenidos del dossier titulado: La vida dañada. Aniquilación de cuerpos, geografías del terror y lugares de memoria en México (2006hoy), del número cincuenta de Andamios. Revista de Investigación Social, de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). De acuerdo con la convocatoria de este número, los contenidos del dossier giran en torno de tres ejes estructuradores: aniquilación de cuerpos, geografías del terror y lugares de memoria en México.

a. Aniquilación de cuerpos

Cuando hablamos de “aniquilación de cuerpos”, partimos de la idea de que el cuerpo que parece obvio, es contradictoriamente inaprensible, como lo explica David Le Bretón, el cuerpo es una falsa evidencia, no un dato inequívoco; es el efecto de una elaboración social y cultural (Le Breton, 2018). Pero, ponemos un énfasis en la erradicación del concepto de ser humano, momento donde la condición humana queda a merced de la tecnología de la tortura (cuerpos disueltos, desollados, descabezados, colgados, crucificados, mutilados, calcinados), estamos frente al eliminacionismo, y el femigenocidio, como lo explica Rita Segato, el cual responde a pedagogías de la crueldad (Segato, 2016).

Por ello, cabe preguntarnos, ¿quiénes son las personas receptoras de toda esta violencia? o ¿a quiénes se desea exterminar? Todo ello ¿para qué? y ¿por qué? Ahí, nos topamos muchas veces con la identidad culposa atribuida a las víctimas y también con la naturalización de la violencia donde los cuerpos de ciertos hombres y de las mujeres, se tornan en lienzos de escritura de la barbarie.

b. Geografías del terror

En la geografía nacional, los años que transcurren van tiñendo de muerte ciertos espacios públicos y privados, por ello se mancilla el territorio con prácticas de eliminación de cuerpos en agua o tierra; crematorios, fosas comunes, convirtiendo así al territorio en lugares de muerte. La Geografía del terror, no sólo es un espacio violento, como si el territorio fuese un mero accidente. Se trata de una recodificación del espacio desde la lógica del terror: disputar la soberanía, intimidar al enemigo, aniquilar al rival, generar la obediencia y controlar la geografía.

La especialización del trabajo que hemos presenciado en los casos de aniquilación a seres humanos (y la erradicación de sus restos, parar borrar toda evidencia del crimen y los criminales) ha sido espeluznante: fusilamientos colectivos (San Fernando, Tamaulipas, por ejemplo, con 70 cadáveres en una bodega) crematorios (en Ciudad Mante, Tamaulipas, hay registro de 500 cuerpos calcinados); cuerpos de mujeres en fosas de agua (en El Gran Canal de la Ciudad de México, que colinda con Ecatepec de Morelos, Estado de México), lanzados a los ríos para desaparecerlos; o bien, colgando de lo alto, enseñoreándose desde arriba para que los de abajo contemplen el castigo y aprendan a obedecer; restos mutilados (cabezas, torsos, manos, dedos) desmembrados y despedazados, que pueblan el espacio público en testimonio de lenguajes brutales que incitan miedo, pánico, intimidación y obediencia.

Las fosas comunes, desperdigadas por cientos, son el ocultamiento que el subsuelo ha hecho de los desaparecidos. En ocasiones, incluso autobuses han sido sepultados con todo y pasajeros. En este subsuelo macabro, múltiples cementerios han sido utilizados para esconder los cuerpos bajo tierra, o en socavones de minas abandonadas, orillas de caminos, pozos cartesianos, riberas de ríos, lagunas o mares. Aún así, la muerte es inocultable y la geografía nacional se ha convertido en un lugar para arrancar los cuerpos de la ignominia del anonimato o la identidad culposa (“por algo los mataron”).

Han sido sobre todo los familiares de los desaparecidos quienes han constituido la avanzada de la lectura de huellas: rastros fragmentarios que constituyen la evidencia de la humanidad destruida, ocultada o desmembrada, cuya obra en los procesos de exhumaciones ha sido penosa cuando no extraordinaria. Son las rastreadoras de cuerpos humanos e identidades positivas, quienes, al hallar el indicio, el fragmento, encuentran la memoria viva de quienes fueron víctimas de la violencia y disputan, al olvido y al oprobio, el fatalismo que pesa sobre ellas.

¿Qué pasa, sin embargo, cuando los cuerpos no aparecen y el dolor es infinito?, ¿cómo se cierra el ciclo de dolor y tristeza?, ¿a dónde se acude para rendirles homenaje, fijando un referente seguro del descanso y la memoria?

c. Lugares de la memoria

La memoria se alimenta de acontecimientos a ser evocados, el riesgo que se corre es perder en el tiempo detalles, sucesos, personas, más aún cuando nuestros recuerdos se tornan en fragmentos diluidos en este mundo trastornado por la violencia imperante. Sin embargo, los sucesos a recordar ocurren en un momento y en un lugar determinado. Por ello, estamos frente a un lazo indisoluble: memoria, espacio y tiempo.

Pero, ¿cómo podemos seguir recordando un hecho y al mismo tiempo reclamar justicia?, ¿cuáles son los lugares de la memoria?, ¿cuáles son sus acontecimientos, personajes, tramas?, ¿cuáles son sus símbolos, sus monumentos, sus estandartes? ¿Pueden los antimonumentos contrarrestar el olvido? En ocasiones, las evocaciones que se contraponen al silenciamiento y al olvido son rutas, peregrinajes, como las Caravanas por la Paz y Justicia (México y USA), entonces, ¿podríamos, en este caso, hablar de geografías de la memoria, mapas de solidaridad ante el dolor, rutas de peregrinación de las víctimas?

A tres lustros de haber iniciado la “guerra contra el narco”, cuando en los diarios nacionales y las revistas especializadas se hace referencia a una serie de macabras conmemoraciones, como la matanza de Allende, en Coahuila (III/2011), cuya historia ha sido recreada en un documental transmitido en Netflix, ¿hemos llegado al momento de conmemorar las tragedias? Justo cuando el programa estatal de las conmemoraciones tuvo como foco de atención en el año de 2021: setecientos años de la fundación de México-Tenochtitlan, quinientos de su dramática defensa contra los conquistadores y doscientos de la consumación de la Independencia, ¿vamos a conmemorar los diez años del ataque al Casino Royale, en Monterrey (VIII/2011), o del ataque al bar “Sabino Gordo” (IX/2011), o de qué se compone la memoria nacional en épocas de la Cuarta Transformación? Si la rueda de la historia gira sobre los 700-500-200 años, también lo hará sobre el pasado reciente. ¿Cómo recordaremos las tragedias, el dolor, las fechas infelices? ¿La reivindicación de la identidad positiva de las víctimas, desatará batallas entre los traficantes del olvido y los militantes de la memoria? ¿entre quienes apuestan por el negacionismo, el blanqueamiento y el silenciamiento y quienes buscan verdad, justicia y dignidad?

Por tanto, con base en los tres ejes de la convocatoria, la intención fue reflexionar en torno de la vida dañada, a partir de lo que Adorno explicó: “quien quiera conocer la verdad sobre la vida inmediata tendrá que estudiar su forma alienada”, desde “los poderes objetivos que determinan la existencia individual hasta en sus zonas más ocultas”, para que entonces, nada de esto que ha sucedido vuelva a pasar.

En este sentido, es en estos tres ejes donde se ubican los artículos que aquí se publican. En primer lugar, Los “cuerpos-territorios” del desplazamiento forzado en México: un análisis feminista de las geografías contemporáneas del terror, escrito por Emanuela Borzacchiello, Valentina Glockner Fagetti y Rebecca María Torres. Desde una perspectiva feminista decolonial, las autoras nos permiten comprender el desplazamiento forzado más allá de las narrativas pasivas y revictimizantes. Acto seguido, en La lógica de la crueldad y las desapariciones forzadas en México, escrito por Concepción Delgado Parra, se profundiza en el discurso moral de la lógica de la crueldad en las desapariciones forzadas durante el sexenio de Felipe Calderón. El análisis se realiza en cuatro ejes analíticos y desde dos perspectivas: una, filosófico-antropológica, y otra, político-periodística.

Posteriormente, en Cartografías del dolor, violencia letal y salud pública. Una aproximación al caso del estado de Morelos desde una perspectiva epidemiológica incluyente, escrito por Berenice Rodríguez Hernández y Ana Catalina Sedano Díaz, se estudia la violencia actual como un fenómeno relacional y multicausal que evidencia la ausencia de políticas públicas eficaces para la resolución de dicha problemática. Más adelante, en Ventanas de la memoria: duelo y memoria en mujeres buscadoras de Guanajuato, escrito por Matilde Margarita Domínguez Cornejo, se enfatiza cómo las mujeres de la presente investigación, a través de distintos objetos, recuerdan a sus familiares desaparecidos, pero que al no realizar un proceso de reelaboración/ resignificación, quedan en un estado de liminalidad.

A continuación, en Necropoder y subjetividad: la desaparición de personas en el norte de Veracruz, México, por David Márquez Verduzco, se aborda la importancia de comprender el necropoder de manera situada, cuyo argumento gira en torno de las “cocinas”. Frente a ello, se destaca la importancia de los colectivos de familiares de personas desaparecidas para hacer frente a la violencia que posibilita la agencia política. En Historias vividas con las Escuelas de la Muerte, por Julián Alveiro Almonacid Buitrago y César Jesús Burgos Dávila, la narración emerge de las historias vividas en Culiacancito, Sinaloa y nos permite conocer las geografías del terror que afectan el alma del lugar; aun cuando, desde una memoria crítica se rescatan pedagogías de la reconciliación comunitaria, que permiten pensar otros territorios posibles comprometidos con la defensa de la vida. Por su cuenta, en Contranarrativas en búsqueda de vida: historias para restituir la humanidad y combatir el olvido, de Lucía Leonor González Enríquez, la autora subraya que la desaparición también es un fenómeno discursivo. Por ello, propone generar contranarrativas para generar resonancias y tender puentes de acercamiento hacia aquellos que evaden las honduras de este crimen, que asciende a más de 100 mil personas desaparecidas en México.

Más adelante, en Búsqueda y saberes. Las desapariciones forzadas en México, de Valeria Fernanda Falleti y Atala del Rocío Chávez y Arredondo, las autoras se cuestionan: ¿de qué manera los familiares deben valerse de saberes nuevos para llevar adelante sus búsquedas? El texto nos adentra a las geografías del dolor y terror que colectivos de familiares de desaparecidos enfrentan, donde aprenden a descifrar señales del contexto. Finalmente, Los murales como artefactos de la memoria dentro de las geografías del terror veracruzano, signado por David Humberto Torres García, se desarrolla una reflexión sobre el uso del mural, el cual puede activar de forma expresiva la memoria de los actores sociales en contextos de violencia, resignificando el pasado y desarrollando un sentido con la experiencia presente y las expectativas de futuro.

4. Junto a estos artículos, presentamos una bibliografía especializada para quienes se interesen más a fondo en las dimensiones del fenómeno, a modo de inmersión, la cual se complementa con las referencias de los artículos del dossier. Así mismo, incluimos una traducción del francés al español del artículo Matar, exterminar, aniquilar de Ignacio Ramonet, publicado originalmente en Le monde diplomatique, cuya reflexión sobre los genocidios nos pareció pertinente. Además, con el objetivo de ampliar el horizonte de análisis, entrevistamos a Laura Castellanos, una de las más destacadas periodistas de investigación en México, cuya reflexión será de interés para las lectoras y los lectores de la revista. De igual manera, solicitamos al muralista Gustavo Chávez Pavón el derecho de publicar algunas fotografías de sus murales, no para que acompañen a los temas del dossier: a veces crueles, en ocasiones dolorosos, sino para que los transgredan y brinden luz, color y esperanza.

A quienes colaboraron con nosotros en las diversas tareas (transcripción, traducción, búsqueda documental) les hemos reconocido su participación en las secciones correspondientes, pues este número es resultado de una colaboración colectiva, amplia y profesional. Finalmente, agradecemos a la Directora de Andamios, Dra. Leticia Romero, al editor responsable Oscar Rosas; al equipo de redacción, Mara Montes, al igual que a todos aquellos quienes hacen las distintas actividades del trabajo editorial, por su profesionalismo y camaradería. A ellas, a ellos, les estamos sinceramente agradecidos.

Ojalá que estas páginas sean una exploración al fenómeno de la violencia en México, cuyo estudio demanda relaciones interdisciplinarias, equipos y programas de investigación universitarios, números especiales en publicaciones científicas, pactos y alianzas entre universidades, organizaciones no gubernamentales, redes de periodismo de investigación y colectivos de búsqueda, para ser adecuadamente comprendida, en todas sus dimensiones, en su real magnitud. Sobra decir que mientras la descomposición social avanza a pasos agigantados, en México la investigación de fondo apenas está mostrando sus primeros resultados.

En este sentido, esperamos haber contribuido con un indicio que permita pensar la realidad, mientras intentamos su transformación. Pues, como reza el lema de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México: “Que nada humano nos sea ajeno”. ¡Al tiempo!

Fuentes consultadas

Le Breton, D. (2018). La Sociología del Cuerpo. España: Siruela. [ Links ]

Guzmán, G. (2016). Periodistas y violencia en México. La naturalización de la violencia y el ejercicio periodístico. En G. Guzmán y R. Montesino (Coords.). Violencia: nueva crisis en México. Reflexiones y posibles interpretaciones. pp. 45-68. México: UACM. [ Links ]

Ríos, C. (2013). La violencia aniquiladora. Explorando el México Bárbaro. En C. Rodríguez y R. Cruz (Coords.). El México Bárbaro del siglo XXI. pp. 79-80. México: UAM-Xochimilco y Universidad Autónoma de Sinaloa. [ Links ]

Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas (RNPDNO). Disponible en Disponible en https://versionpublicarnpdno.segob.gob.mx/Dashboard/ContextoGeneral Consultado el 7 de septiembre de 2022. [ Links ]

Segato, R. (2016). La guerra contra las mujeres. España: Traficante de sueños. [ Links ]

Urrutia, A. y Castillo, G. (2011-01-13). Niega Calderón haber usado el concepto de guerra. En La Jornada. [ Links ]

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