Introducción
Los contextos de pobreza urbana presionan a los jóvenes a participar tempranamente en actividades económicas que les permitan recibir y aportar ingresos al hogar y/o cubrir consumos personales que sus familias no pueden proveerles. Logran, por lo general, una inserción precaria en el mercado de trabajo que, lejos de ser transitoria, tiende a persistir en el tiempo. Esta situación incide no sólo en su capacidad económica, sino en sus procesos de independencia, autonomía, y construcción de identidades y proyectos de vida.
Los problemas de empleo afectan en general al conjunto de los jóvenes, quienes presentan mayores tasas de desempleo y precariedad que los adultos. Estudios sobre la temática en América Latina coinciden en que a pesar del incremento en los años promedio de escolaridad de los jóvenes, este segmento poblacional ha sido y continúa siendo uno de los más perjudicados por los procesos de apertura económica, crisis financieras y ajustes estructurales (PNUD, 1996, 2010; CEPAL, 1997; BID, 1998; OIT, 2004, 2010). En el caso de Argentina, Salvia (2013) identifica que durante el periodo 2001-2010 la tasa de desocupación de los jóvenes ubicados entre los 16 y los 24 años casi cuadruplica a la de la población que se sitúa entre los 25 y los 64 años. Si bien después de la crisis de 2001 a 2002 ésta descendió, se ha mantenido en torno al 19%, mientras que la tasa de desempleo de los adultos declinó de manera importante (de 13 a 5.5 por ciento).
Dentro del segmento analizado, los jóvenes en condiciones de pobreza son los que enfrentan mayores desventajas. Las tasas de desempleo de este grupo suelen duplicar o más a las de los jóvenes no pobres, a lo que se suma la baja calidad y escasa productividad del trabajo al que pueden acceder (Gallart, 2001; Jacinto, 2004; Miranda, 2007). Los que proceden de familias pobres y residen en espacios residenciales marginales –de manera independiente del nivel de instrucción y calificación alcanzado– son los más afectados por las condiciones laborales precarias (Salvia, 2008).
En el presente trabajo se analizan experiencias en el mundo del trabajo de jóvenes que viven en áreas de pobreza crítica en el Gran San Miguel de Tucumán (GSMT). Esta ciudad de tamaño intermedio, que es la más importante en el noroeste argentino en términos de economía y dinámica poblacional, registra elevados niveles de pobreza y problemas de empleo. En el caso de los jóvenes, la tasa de desocupación es significativamente superior al promedio general, al igual que el empleo no registrado.1 Partiendo de este marco, los interrogantes que guían el análisis, son: cuáles son los principales obstáculos de los jóvenes pobres para insertarse en el mercado de trabajo, y cuáles son los sentidos atribuidos al trabajo en relación con otras experiencias vitales.
Consideraciones teóricas para la interpretación del problema
Nos interesa destacar a la juventud como etapa vital en la conformación de la identidad social, la cual se construye espacio-temporalmente a través de dos procesos: uno biográfico y otro relacional.2 El proceso biográfico se va delineando mediante las distintas trayectorias de los jóvenes en relación con las instituciones sociales (la familia, la escuela, el mercado); mientras que el proceso relacional remite al reconocimiento que los otros hacen de la propia identidad y de los saberes y competencias asociados a los diferentes espacios sociales (Jacinto, 1997).3
Al referirnos a los jóvenes, no los consideramos un grupo social, y por lo tanto una categoría homogénea (Margulis y Urresti, 1996), puesto que las diferencias se relacionan con las desigualdades de “clase” que emergen de las condiciones económicas y sociales de los hogares a los que pertenecen (Salvia, 2008).
Siguiendo esta línea, la pobreza urbana da particular fisonomía a las experiencias y tránsitos de los jóvenes por las instituciones. Nos referimos no sólo a la pobreza ligada a las privaciones habitacionales –vivienda, acceso al suelo urbano, infraestructura y servicios básicos– y de ingresos (económicas) –vinculadas con las condiciones de inserción en el mercado de trabajo–, sino también a las manifestaciones espaciales que se derivan de su localización y distribución en la ciudad (Bayón y Saraví, 2006; Bayón, 2012). A la discontinuidad física y morfológica de las áreas de pobreza, con la consiguiente segmentación en la calidad de los servicios, se suman barreras simbólicas que suelen traducirse en una patologización de los espacios (barrios, escuelas, calles, etc.) (Janoschka, 2002; Bayón, 2012).
Dentro de las instituciones que cobran centralidad en esta etapa nos abocamos en las vinculadas al trabajo. La situación laboral de los jóvenes está estrechamente relacionada con sus posibilidades de emancipación, desarrollo de proyectos de vida propios y de integración social (Salvia, 2013). Tiene repercusiones, además, en otras experiencias vitales como los vínculos familiares y de pareja, los grupos de pares, los consumos y el tiempo libre, entre otras. Los sentidos atribuidos al trabajo, por lo tanto, están relacionados no sólo con la capacidad económica, sino también con la autonomía, la reconfiguración de las relaciones intergeneracionales de poder en el interior del hogar, las relaciones con los pares de igual y distinto género, las actividades cotidianas, la capacidad y tipo de consumo, entre otras.
En el caso de los jóvenes que viven en contextos de pobreza, la precariedad laboral extendida –y los límites estructurales del sistema productivo para absorber toda la fuerza de trabajo– ponen en cuestión estos alcances y sentidos del trabajo.4 Jacinto (2004) plantea la dificultad, en estas condiciones, de construir “trayectorias laborales calificantes” que favorezcan procesos de movilidad social ascendente. “Para ellos, la inestabilidad y precariedad laboral, los bajos ingresos, las malas condiciones de trabajo, la ausencia de una carrera laboral, etc., no sólo constituyen un rasgo de juventud, sino un porvenir casi seguro en la vida adulta” (Salvia, 2008: 27).
El abandono escolar temprano por las presiones para ingresar al mundo del trabajo –en contraposición a las mayores exigencias educativas–, la importancia del capital social y la carencia de contactos personales y recomendaciones para acceder a empleos decentes –en el marco de crecientes estigmas de las áreas de pobreza– son las desventajas que enfrentan.
Aspectos metodológicos
Para caracterizar la pobreza en el GSMT se utiliza la medida de intensidad del Índice de Privación Material de los Hogares (IPMH), indicador elaborado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC) sobre la base de la información del Censo de Población, Hogares y Vivienda del año 2001. Dicha metodología tiene la virtud de identificar diferencias en el interior de los hogares pobres y presentar un elevado nivel de desagregación para su análisis. Se obtiene a partir de la combinación de dos indicadores: el de condiciones habitacionales (Condhab) y el de capacidad económica del hogar (Capeco). El primero combina características de los materiales constructivos y de la infraestructura sanitaria que componen la vivienda: hogares con piso de tierra, techos sin cielorraso (de chapa, fibrocemento, plástico, cartón, caña, tabla, paja con barro, paja sola) y posesión de inodoro con descarga de agua. El segundo se aproxima al nivel de ingresos del hogar combinando los años de educación formal aprobados por los perceptores de ingresos y la cantidad total de miembros del hogar. Según el tipo de privación, distingue cuatro categorías de hogares: a) sólo con privación de recursos patrimoniales; b) sólo con privación de recursos corrientes; c) con privación convergente (combinan carencias patrimoniales y coyunturales); y d) sin privación (Gómez, Silva y Olmos, 2003). La medida intensidad reconoce la gravedad de las privaciones en el conjunto de hogares con carencias (Bolsi et al., 2009).
Cabe destacar que la medición del IPMH no se encuentra disponible en el Censo Nacional de Población, Hogares y Vivienda 2010. En función de ello se considera también el método de las Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) con el propósito de captar las manifestaciones más actuales de la pobreza. Este último, a diferencia del IPMH, capta principalmente carencias vinculadas a la pobreza estructural como condiciones de vivienda deficitaria y bajo nivel educativo.
Una vez detectadas las áreas de mayor pobreza se seleccionaron tres barrios (Costanera Norte, Juan Pablo II y Villa Muñecas Norte) con el propósito de abordar los interrogantes planteados. Se efectuaron entrevistas abiertas a un muestreo teórico de jóvenes entre 15 y 24 años, realizando 50 en total. La selección se hizo a partir de las redes sociales, por medio de amigos, parientes, contactos personales y conocidos utilizando la técnica denominada “bola de nieve”. Se buscó dirigir la elección de los jóvenes entrevistados en función de las necesidades de información localizadas en la indagación y discusión teórica del tema de investigación. Al respecto, se intentó examinar la pluralidad de actores contemplados como universo de población (diferencias de género, de edades, de trayectorias educativas y laborales).
Contexto de los jóvenes estudiados
Gran San Miguel de Tucumán como ciudad intermedia
El GSMT es considerado el principal aglomerado urbano del norte de Argentina, conformando una ciudad intermedia según la jerarquía urbana nacional. Ocupa esta posición no sólo por el tamaño de su población, sino también por las funciones que desempeña. Abarca un conjunto de localidades que se distribuyen entre cinco departamentos provinciales, incluyendo distintos municipios y comunas rurales, cuyo núcleo incluye a la capital de la provincia de Tucumán: San Miguel de Tucumán (mapa 1).
Fuente: Elaboración del Laboratorio de Cartografía Digital, Instituto Superior de Estudios Sociales, Conicet- UNT, con base en información de la Dirección Provincial de Estadística, 2001.
Según el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas, en el año 2001 contaba con alrededor de 740 000 habitantes, y para 2010 la cifra ascendía a 839 904 personas.
En relación a sus funciones, el GSMT constituye el centro comercial, financiero y cultural del noroeste argentino (NOA) por la cantidad y la calidad de actividades, funciones e instituciones que alberga. Tal relevancia guarda estrecha relación con el desarrollo de la principal actividad económica de la provincia, la agroindustria azucarera.
Sin embargo, pese a su papel regional destacado en términos de economía y dinámica poblacional, presenta elevados niveles de pobreza. El devenir de la agroindustria azucarera y las políticas económicas de corte neoliberal, implementadas en las tres últimas décadas del siglo XX, acrecentaron el proceso de urbanización de la pobreza y el deterioro del mercado de trabajo.
Manifestaciones actuales de la pobreza y su distribución espacial
Los datos censales en el 2001, a partir de la aplicación del IPMH, reflejan que aproximadamente la mitad de los hogares del aglomerado presentaban algún tipo de carencia y, dentro de ese conjunto, los hogares con privación patrimonial y de ingresos eran los predominantes (Longhi, 2012).
El cálculo de la intensidad del IPMH, como se observa en el mapa 2, muestra que en la periferia del aglomerado prevalece un cordón de pobreza crítica, junto a la presencia de algunas islas, con umbrales que superan el 50% de intensidad. Por otro lado, si bien los niveles de privación mejoran en los sectores más próximos al área central, siguen concentrando una significativa presencia de hogares con severas carencias. Finalmente, la mayor cantidad de hogares sin privaciones se concentran en el área central y en el sector oeste del aglomerado.
El IPMH no puede calcularse para el año 2010, por lo que no es factible comparar y analizar la evolución de dicho índice para este periodo. El método de las NBI, que como se explicó mide principalmente carencias estructurales, identifica en el 2010 una reducción del 5% en los hogares con al menos una condición de pobreza –pasa del 16 al 11%–; no obstante, refleja, una distribución similar de la pobreza.
Dentro de las áreas de mayor pobreza en la ciudad, definidas por la última categoría cartográfica de intensidad del IPMH, se seleccionaron tres barrios (Villa Muñecas Norte, Juan Pablo II y Costanera Norte) para realizar las entrevistas abiertas a los jóvenes (véase el mapa 2). Tales barrios tienen en común la persistencia de la pobreza durante al menos medio siglo. En 2010, según el método de las NBI, tenían 30% de hogares con alguna condición de pobreza, lo que implica una disminución del 5% respecto de 2001.
Barrios seleccionados: áreas de pobreza crítica
Si bien son diversas las privaciones en los barrios en cuestión, nos interesa centrarnos en las dimensiones que tienen mayor incidencia sobre las experiencias laborales de los jóvenes.
La precariedad de las inserciones laborales de los asalariados y cuentapropistas es una característica extendida en los tres barrios, según se pudo constatar en las entrevistas semiestructuradas realizadas en los hogares.5 Predominan las bajas calificaciones de las ocupaciones, característica que se traduce en bajos niveles salariales y de carácter inestable. En el caso de los varones, los asalariados se desempeñan principalmente en la construcción, y en el de las mujeres, en el servicio doméstico. Un sector participa en planes de empleo sin acceso a ningún tipo de protección social, y otro en cooperativas de trabajo promovidas por el Estado en las que si bien cuentan con ciertos beneficios sociales –como obra social o aseguradores de riesgo de trabajo (ART)–, perciben ingresos de pobreza y sus contrataciones son temporales. Los trabajadores cuentapropistas son principalmente vendedores ambulantes y cartoneros que tienen como lugar de trabajo la zona céntrica del aglomerado.
Estas condiciones, además de incidir en el ingreso temprano de los jóvenes al mundo del trabajo para poder realizar aportaciones al hogar o cubrir sus gastos, configuran el horizonte de posibilidades para su ingreso a las actividades laborales.
Las condiciones educativas de los jefes/as de hogar, variable que se relaciona con la escasa calificación de las ocupaciones e influye en las oportunidades de inserción laboral, son también críticas. Alrededor del 50% no tiene instrucción o no terminó la escuela primaria. En el caso del barrio Costanera Norte esta situación se agrava, llegando al 70%. Estos bajos niveles influyen también en el clima educativo de los hogares.
Destacan también las desventajas que atraviesa la población resultado de los estigmas ligados al lugar de residencia. En sus relatos los vecinos refieren los obstáculos asociados a su barrio, como: el escaso ingreso de taxis, servicios de flete o correspondencia; los camiones de recolección de basura no pasan diariamente por el barrio, tampoco lo recorren internamente salvo algunas calles centrales; en el ámbito de la sociabilidad, no pueden utilizar sus casas como lugares de reunión o festejo con compañeros de trabajo o de estudio que no sean del barrio, ya que los foráneos evitan ingresar por miedo a que les pase algo; en ocasiones, el habitar en su barrio puede ser causal de que no los empleen, por lo que prefieren ocultar su domicilio.
Las situaciones relatadas se asemejan a la descripción que realiza Kessler (2012) sobre el barrio Ejército de los Andes, situado en el conurbano bonaerense, en tanto aspectos comunes de los territorios estigmatizados:
Y de hecho, la mala reputación del barrio circula persistentemente, está presente en las conversaciones de quienes se acercan al lugar, en las decisiones de agentes públicos y privados concernientes a asuntos de la zona, y tarde o temprano interviene en las relaciones e intercambios que sus habitantes establecen en las escuelas, en los trabajos, en los comercios o con los servicios públicos y privados [Kessler, 2012: 174].
De cuáles jóvenes hablamos
Se entrevistaron 50 jóvenes en total, de los cuales el 70% tiene entre 15 y 19 años y el resto pertenece a la franja etaria de 20 a 24 años; el 53% son varones y el 47% mujeres. En el análisis de las experiencias laborales se tomaron en cuenta las distinciones de género. Las formas de organización doméstica en las que participan los jóvenes siguen generalmente el modelo de división sexual del trabajo en el interior del hogar, ubicando al varón en su rol de proveedor y a la mujer como la principal responsable del cuidado y la atención del grupo familiar (Dionisi, 2007). La responsabilidad femenina por el trabajo doméstico se presenta generalmente como ineludible, lo que condiciona la actividad laboral de las jóvenes. De los jóvenes entrevistados, el 40% vive en el barrio Juan Pablo II, el 30% en Villa Muñecas Norte y el 30% restante en Costanera Norte.
Los que permanecen en el sistema educativo se localizan principalmente en la franja etaria de 15 a 19 años. En su mayoría cursan el nivel secundario, presentando una mayor inserción educativa que el grupo de jóvenes que ya no asiste. Se incluye en este grupo a los jóvenes que se encuentran en formación en algún oficio, aunque dicha modalidad se inscriba en el campo de la educación no formal (véase el cuadro 1). Cabe destacar que hay una mayor inserción educativa de los varones. Entre los jóvenes entrevistados que no asisten, el abandono escolar temprano tiene una magnitud sustantiva en tanto que el 40% no terminó el nivel primario.
15 a 19 años | 20 a 24 años | |||
---|---|---|---|---|
Varones | Mujeres | Varones | Mujeres | |
Nunca asistió | 0 | 0 | 0 | 2.3 |
Asistió | ||||
Primaria incompleta | 7.0 | 16.3 | 7.0 | 7.0 |
Primaria completa | 2.3 | 0 | 4.7 | 0 |
Secundaria incompleta | 2.3 | 0 | 0 | 0 |
Secundaria completa | 0 | 0 | 0 | 0 |
Terciaria | 0 | 0 | 0 | 0 |
Total asistió | 11.6 | 16.3 | 11.6 | 7.0 |
Asiste | ||||
Primaria | 7.0 | 7.0 | 0 | 2.3 |
Secundaria | 23.3 | 2.3 | 0 | 0 |
Terciaria | 0 | 0 | 2.3 | 2.3 |
Formación en oficios | 4.7 | 0 | 0 | 0 |
Total asiste | 34.9 | 9.3 | 2.3 | 4.7 |
Fuente: Entrevistas abiertas, junio a diciembre de 2011.
A continuación distinguimos la condición de actividad de los jóvenes entrevistados según su vinculación con el mercado de trabajo y/o el sistema educativo. Como se aprecia en el cuadro 2, alrededor del 40% de los jóvenes se encuentra vinculado al mercado de trabajo, y dentro de este grupo el 10% trabaja y estudia a la vez. Principalmente se dedican a actividades ligadas al cuentapropismo6 o a la contraprestación de planes sociales. Los cuentapropistas trabajan limpiando vidrios en las avenidas, haciendo “changas” (cortan pasto, ayudan en tareas de albañilería, venta ambulante) o en el cartoneo. Los ligados a planes sociales son beneficiarios del Plan Argentina Trabaja o los denominados Programas de Empleo Comunitario (PEC), realizando la contraprestación exigida en comedores de sus barrios.
La representación de los asalariados es exigua. Ellos se desempeñan principalmente en la cosecha del limón, por lo que su condición tiene carácter temporario.
Varones | Mujeres | Total | |
---|---|---|---|
Sólo estudia | 23.3 | 16.3 | 39.5 |
Estudia y trabaja | 7.0 | 2.3 | 9.3 |
Sólo trabaja | 18.6 | 9.3 | 27.9 |
No trabaja y no estudia | 9.3 | 14.0 | 23.3 |
Total | 58.1 | 41.9 | 100 |
Fuente: Entrevistas abiertas, junio a diciembre de 2011.
En todos los casos se encuentran en condiciones de precariedad, es decir, sin acceso a ningún tipo de protección social. Esta característica de la inserción laboral de los entrevistados coincide con estudios sobre la temática que indican que la pertenencia al sector informal7 es más frecuente entre los jóvenes pobres que en el resto de dicho segmento poblacional (Gallart, 2001; Saraví, 2009). La facilidad de entrada y la alta rotación que caracterizan a este sector hacen posible que jóvenes sin la edad legalmente necesaria, sin calificación y sin experiencia encuentren una oportunidad de trabajo, lo cual además empalma con retribuciones mínimas que otros trabajadores no estarían dispuestos a aceptar (Saraví, 2009).
Dentro del grupo no trabaja y no estudia se encuentran los jóvenes que, por distintas dificultades, no logran ni continuar sus estudios ni insertarse laboralmente. Sin embargo, como resultado de las entrevistas, se destaca que muchos realizan quehaceres domésticos como el cuidado de hermanos o hijos, o tareas de limpieza y cocina. Si bien estas actividades son más frecuentes entre las mujeres, varios de los varones entrevistados también las realizan.
La menor participación de las mujeres tanto en el sistema educativo como en las actividades económicas, que refleja el cuadro 2, se explica por la responsabilidad que a ellas se les delega –en mayor medida que a los varones– sobre las tareas domésticas como el cuidado de hermanos o hijos, la limpieza, la protección de la vivienda y los bienes familiares, etc., en colaboración o sustitución de sus madres.8 Salvia (2013) sostiene que en el periodo 2001-2010 hubo mayor presencia de mujeres jóvenes pobres en la esfera doméstica. La proporción de jóvenes identificadas como amas de casa se incrementó dos puntos porcentuales en la última década (alcanzando al 9.6% del total de jóvenes en 2010); tal modificación sería el resultado de la recuperación económica y los programas sociales. Como se expuso, los principales programas de transferencia de ingresos exigen condicionalidades referidas a las tareas reproductivas, las cuales, social y culturalmente, recaen sobre las mujeres.
Experiencias laborales. La precariedad como horizonte
Los jóvenes entrevistados, como ya se mencionó, se encuentran insertos en actividades laborales precarias (principalmente como cuentapropistas) situadas en los eslabones más débiles del mercado de trabajo. Quienes se encuentran en condición de asalariados, en su mayoría están ligados a planes de empleo realizando servicios comunitarios.
Los relatos de los jóvenes evidencian que no aspiran e incluso no llegan a circular por el mercado de empleo formal. Las redes familiares y vecinales constituyen la puerta de entrada al mundo del trabajo, pero, tratándose de contextos atravesados por la precariedad laboral, tales inserciones también tienen características precarias.9
Trabajo en el limón […] Con mi cuñado voy yo [Diana, 15 años].
En el comedor trabajo […] Mi mamá trabaja ahí [Daniela, 16 años].
[Trabaja en el limón] Me llamaron por teléfono [se ríe]. No, mentira, mi hermano me ha dicho [Alfonso, 16 años].
Comencé a trabajar con el carro porque ya lo teníamos, mi mamá ya lo tenía y después lo tomamos nosotros [Fabricio, 18 años].
Voy [a limpiar vidrios] porque me llevaron mis amigos y a veces tarjeteo10 [Ángel, 15 años].
Sí, en la peluquería […] Por mi papá, es amigo de la dueña [Alina, 19 años].
Vendiendo comida, salía con mi papá [Gustavo, 16 años].
Limpio vidrios [¿Entonces sí trabajas?] Bueno sí, voy a la mañana y a la tarde […] Voy con mi amigo, caminando [Franco, 24 años].
Como se observa, las actividades no requieren credenciales educativas y son relativamente sencillas de realizar y de aprendizaje rápido. No les permiten acumular capitales ni competencias para aspirar a trabajos de mayor calificación, retroalimentando el circuito pobreza- precariedad.
El ingreso al mundo del trabajo en los jóvenes entrevistados se produce en edades tempranas, en algunos casos desde la infancia. Los jóvenes entrevistados refieren que comenzaron acompañando a los padres o amigos y que de forma gradual asumieron mayores tareas hasta llegar incluso a independizarse.
Cuando yo empecé a ir al cartón tenía ocho años… pero cuando me llevó mi papá yo tenía cinco años […] Ahora yo voy con mi carro o bien trabajo en el limón [Bruno, 15 años].
Bah, digamos la verdad. Yo lo quería, primero cuando iba, lo iba a acompañando a mi papá nomás. Iba del bolsillo de mi papá […] De compañía. Y hasta que después bueno… él no quería que haga nada. Y yo me iba, me escapaba de ahí en la Rioja y me iba a abrir puertas de taxi. Y de ahí hacía mi plata, hasta que después empecé a vender yo [Hugo, 20 años].
No sé, yo vendo limón […] Porque mi mamá no, eso vendimos nosotros desde hace años [Mica, 15 años].
Desde los diez años maso que voy […] mis amigos me invitaban a ir [Mauro, 15 años].
Voy desde los seis años a limpiar vidrios. Iba con mis amigos [Ángel, 15 años].
Si bien la colaboración con la labor que realizan padres o amigos en un comienzo no se reconoce como actividad laboral, se trata de las primeras experiencias.
Los jóvenes que se encuentran ocupados en planes de empleo presentan situaciones heterogéneas. Algunos tuvieron experiencias laborales previas, con similares características a las descritas, y otros iniciaron su experiencia con las llamadas contraprestaciones laborales. Los beneficiarios del Programa Argentina Trabaja realizan tareas de mayor calificación y tienen mayores ingresos. El mecanismo de entrada es clientelar; es decir, por la intermediación de dirigentes barriales que responden al gobierno de turno. Los otros planes a los que hacen referencia los jóvenes entrevistados serían de alcance provincial y de un monto irrisorio ($150). La contraprestación como consecuencia no es sistemática (una vez a la semana) y apunta a tareas comunitarias. Estos planes, que son referenciados por los jóvenes de uno de los barrios, son administrados por la organización comunitaria independiente Carballito, anteriormente mencionada, que consigue las oportunidades mediante la movilización.
Trabajo en la Argentina Trabaja. [¿Cuántas horas trabajan ahí en la cooperativa?] Emmh… cinco horas generalmente. [¿A dónde trabajan?, ¿aquí en el barrio?] Sí, en el barrio. Hacemos mantenimiento digamos, limpieza, mejoramiento de espacios verdes y módulos habitacionales. [¿Y cómo te enteraste?, ¿por medio de quién?] No sé, yo no me quería anotar al principio porque no le creo a nadie, vienen a prometer cosas y nos van anotando. Esta vez salí [Juan, 21 años].
Trabajo en Argentina Trabaja en la cooperativa de jóvenes. Limpiamos la plaza y tenemos que estudiar […] Trabajamos seis horas más o menos […] Entré por las actividades del comedor [Alina, 19 años].
Trabajo en el comedor, dos o tres horas [¿Qué haces en el comedor?] Nada, me voy a sentar ahí [Daniela, 16 años].
Los relatos contraponen las experiencias laborales, en un caso asociada al aprendizaje de oficios y en el otro a la falta de motivación que consideramos se origina en los irrisorios estímulos económicos y en la falta de reconocimiento a las tareas comunitarias.
Si bien el Programa Argentina Trabaja tiene la virtud de brindar herramientas de formación laboral, representa una forma de inserción precaria impulsada por el propio Estado, y en la que los criterios de continuidad son discrecionales, pues dependen de la disponibilidad presupuestaria del gobierno nacional y de los vínculos clientelares.
Frente a las experiencias laborales analizadas, en las que los jóvenes no llegan a circular por el mercado de trabajo formal, observamos que los bajos niveles educativos de los entrevistados no constituyen un obstáculo directo en tanto no requieren presentar sus credenciales. Sólo en uno de los relatos la condición educativa compromete las posibilidades de acceso a un mejor empleo.
Como mi primo es encargado del Carrefour, allá me quería hacer entrar y no pude por los estudios. Aunque para arreglar las góndolas, qué sé yo, para cobrar los impuestos [Hugo, 20 años].
Los estigmas vinculados al lugar de residencia guardan similares características, pues actúan como limitante cuando intentan acceder al empleo formal.
Estaba buscando trabajo el otro día. Hice secundaria completa y estudié computación. Dejé curriculum en Mac Donalds y cuando dije el nombre del barrio no me llamaron más [Sonia, 20 años].
Como puede observarse, existe una suerte de confinamiento de los jóvenes entrevistados a la hora de participar en el mercado de trabajo. Por lo general, sólo logran acceder a actividades vinculadas al cuentrapropismo de subsistencia o a planes sociales de empleo, siendo los canales de acceso las redes familiares y vecinales. Más allá de los esfuerzos que realizan los jóvenes para alcanzar mejores condiciones, estas experiencias laborales precarias tienden a persistir en el tiempo, en tanto no les permiten acumular calificaciones ni ampliar el capital social.
Sentidos del mundo del trabajo
Los motivos por los cuales los jóvenes entrevistados comenzaron a trabajar se vinculan principalmente con la necesidad de colaborar con el sustento familiar, y en segundo orden aparecen necesidades personales. Frente a la urgencia económica se prioriza el dinero, por sobre otros aspectos. La asociación del trabajo con un oficio, una ocupación o un gremio de pertenencia, tal como tradicionalmente se presentó para la clase obrera, está completamente ausente en su imaginario e incluso en sus posibilidades. Svampa (2000) denomina trabajadores tribales a los jóvenes que atraviesan esta situación. El trabajo es percibido desde una óptica individualista y con un rol netamente instrumental, en tanto ya no es el medio privilegiado para alcanzar un lugar en la sociedad, sino sólo un medio para obtener dinero.
Porque a mi mamá no le alcanzaba la plata [Daniela, 16 años].
Por una necesidad económica de la casa […] Mi primer trabajo fue de ayudante de panadero o algo así, cuando tenía 12 años más o menos [Juan, 21 años].
Porque necesitaba plata, comprar algunas cosas [Romina, 21 años].
Además del aporte para la satisfacción de las necesidades del hogar, cobra centralidad el poder acceder a ciertos consumos –la vestimenta, la salida con amigos, la música, e incluso las drogas– que la situación de sus hogares no les permite alcanzar. Éstos constituyen importantes mediaciones para la construcción identitaria en un contexto de declive de instituciones como la educación y el trabajo que otrora tenían mayor presencia en la construcción de referentes.11 Materializarlos constituye también una búsqueda de integración frente a las interpelaciones de la sociedad de consumo (Pegoraro, 2002).
Para la casa, para comer, para poder invertir en la construcción de la casa [Juan, 21 años].
Le doy a mi mamá para que cocine [Mica, 15 años].
Para la casa y a veces para gastos personales [Fabricio, 18 años].
A veces le doy a mi mamá para que cocine, para pagar la luz y cuando hago mucha plata la junto y me compro ropa, leche Ades [Mauro, 15 años].
Le doy a mi mamá, y ahora voy a cobrar y voy a retirar la moto (Alfonso, 16 años).
Me compro cosas, si junto compro ropa [Néstor, 21 años].
Lo gasto para salir [Rodrigo, 16 años].
La centralidad que adquieren estos objetivos provoca que, frente a las dificultades o condiciones precarias de inserción laboral, los jóvenes busquen otras fuentes de obtención de recursos. En algunas situaciones recurren al delito como medio de subsistencia.12 Si bien en las entrevistas no se indagó este problema de manera explícita, en algunos de los relatos de los jóvenes, principalmente de los varones, aparecen referencias.
[¿Qué problemas tienen los jóvenes en el barrio?] Algunos padres no tienen trabajo y los hijos salen a robar [Gabriel, 18 años].
[¿Vos consumís alguna droga?] Si faso, a cada rato. Mi mamá se enoja, me reta. Antes robaba hasta que perdí una moto y ya no robo más. Me convidan, por eso no robo [Gerardo, 15 años].
Lejos de generalizar el fenómeno, nos interesa incorporar este “medio” que se les presenta a los jóvenes para obtener ingresos frente a las mutaciones del mercado de trabajo y el lugar que ocupa la experiencia del consumo.
La paternidad de los jóvenes aparece como un punto de inflexión relacionado con la asignación de los gastos, donde las necesidades de sus hijos desplazan al interés por los consumos juveniles.
A mis hijos. Ahora, porque antes no. Antes, yo le voy a decir la verdad, era todo droga, joda y nada más. Ropa, zapatillas… [Hugo, 20 años].
Para las mujeres, el nacimiento de los hijos implicó un repliegue a la esfera doméstica, a diferencia de los varones, que resignifican la utilidad del trabajo. Una parte de las jóvenes entrevistadas refiere distintos antecedentes laborales, pero salieron del mercado de trabajo cuando tuvieron sus hijos o formaron familia.
Empecé a trabajar a los 15 años. […] Empecé en el limón, en la frutilla, en la papa y después ya dejé porque tuve mi hijo [Amanda, 19 años].
Empecé a trabajar a los 15 años en el limón [¿Por qué dejaste?] Porque he conseguido un marido, que trabaje él [se ríe] [Romina, 21 años].
En esta posición se conjugan, podemos decir, tres factores: la presencia de hijos de corta edad, la concepción del cónyuge y de la propia mujer sobre el trabajo extradoméstico frente a la maternidad, y la autoevaluación acerca del tipo de empleo al que pueden acceder, en casi todos los casos de tipo precario. De esta manera, las representaciones sobre los roles familiares juegan un papel decisivo en las decisiones laborales de las jóvenes, reforzadas también por la falta de oportunidades que ofrece el mercado de trabajo.
En los jóvenes entrevistados, el trabajo también actúa como organizador del tiempo en la vida cotidiana. Pese a que en la mayoría de los casos autogestionan la actividad –son cuentapropistas–, sostienen una rutina diaria. En el tiempo libre se reúnen con los grupos de pares en el espacio público del barrio, pero la permanencia está condicionada a la actividad laboral. Incluso puede haber consumo de drogas, pero éste se suspende por el trabajo.
En los contextos en cuestión la información recabada evidencia que los sentidos atribuidos al trabajo ya no se anclan al desarrollo de una carrera laboral que permita una proyección al futuro –en un panorama social que bloquea esta posibilidad–, sino que tienen un valor vinculado al presente. El trabajo mediatiza la satisfacción de necesidades y el acceso a consumos que tienen que ver con el aquí y el ahora. Sin embargo, al profundizar el análisis y vincularlo con otras experiencias vitales, se identifican otros sentidos: aportar al sustento de la familia reposiciona a los jóvenes dentro del grupo familiar y les permite cierta independencia; asimismo, comprarse cierta ropa y zapatillas o tener una moto les da un estatus dentro del grupo de pares y frente al resto de los jóvenes del barrio.
Algunas reflexiones finales
Las transformaciones en el mercado de trabajo de la región latinoamericana plantean la precariedad laboral como horizonte para los jóvenes que viven en contextos de pobreza. Tal situación afecta profundamente sus procesos identitarios y de movilidad social, modificando los sentidos atribuidos al trabajo.
El contexto donde se sitúa el estudio, GSMT, evidencia la estrecha relación entre los problemas de empleo –vinculados a la evolución de la estructura productiva provincial– y los niveles de privación. Si bien en su carácter de capital provincial concentra la actividad comercial, de servicios y administrativa, su mercado de trabajo no logra absorber a importantes sectores de la población, explicando, en gran medida, la magnitud que adquiere la pobreza en los inicios del siglo XXI.
Las áreas de pobreza crítica seleccionadas evidencian este proceso en tanto la precariedad laboral alcanza a gran parte de su población, a lo que se suma la baja calificación de las ocupaciones. El carácter persistente de esta condición refleja que, más allá de los ciclos económicos y de las políticas aplicadas en cada periodo, constituye un problema estructural para esta población.
La mirada puesta en los jóvenes refleja que este segmento enfrenta mayores obstáculos a la hora de insertarse laboralmente. No logran circular por el mercado formal y, en cambio, acceden a actividades, como cuentapropistas o asalariados, situadas en los circuitos de la informalidad.
Los contactos familiares o vecinales en los escenarios estudiados tienen fuerte incidencia en el ingreso al mundo del trabajo, pero si bien actúan como posibilidad tienen alcance limitado ya que entre éstos prevalecen las inserciones precarias.
Las experiencias laborales precarias de los jóvenes tienden a persistir en el tiempo, más allá de sus aspiraciones y esfuerzos por alcanzar mejores ocupaciones. No les permiten acumular calificaciones para competir en el mercado de trabajo en mejores condiciones. Los bajos niveles educativos alcanzados, por su salida temprana de la escuela, inciden en este circuito de precariedad.
En este panorama, los sentidos atribuidos al trabajo por los jóvenes en los contextos estudiados están relacionados con lo inmediato. No tienen posibilidades de proyectar una carrera laboral y, por lo tanto, de pensar en un proyecto de vida asociado a ésta. Esto genera que vivan un continuo presente donde lo central es cubrir los consumos cotidianos. De esta manera, la identidad que se construye en torno al trabajo se asocia al estatus que les genera acceder a determinada vestimenta, salida o droga; a la posibilidad de independizarse de los padres o adultos a cargo; y a colaborar con la manutención familiar. La paternidad/maternidad suele resignificar el sentido e identidad, aunque estos cambios no encuentran correspondencia por las limitaciones estructurales del mercado laboral.
El trabajo también tiene que ver con la organización del tiempo de los jóvenes en tanto estructuran su cotidianidad en función de la jornada laboral que cumplen, aun cuando se trata de actividades por cuentapropia. En función de ello, regulan también otras experiencias vitales como los grupos de pares, la permanencia en el espacio público y los consumos.
La incidencia de las políticas sociales en materia de empleo es exigua e incluso tiende a reproducir las condiciones de precariedad e informalidad, como lo demuestran los programas en los que se encuentran insertos algunos jóvenes.
Frente a este profundo deterioro laboral en la juventud, resulta fundamental revertir las transformaciones económicas regresivas que tuvieron lugar en las últimas tres décadas del siglo XX y que instalaron la precariedad como forma de vida.