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Debate feminista

versión On-line ISSN 2594-066Xversión impresa ISSN 0188-9478

Debate fem. vol.56  Ciudad de México oct. 2018  Epub 20-Nov-2020

https://doi.org/10.22201/cieg.2594066xe.2018.56.07 

Reseñas

Mujeres y poder, un manifiesto

Alejandra Tapia1 

1Centro de Investigaciones y Estudios de Género, Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México, México. Correo electrónico: alejandra_tapia@cieg.unam.mx

Beard, Mary. 2018. Mujeres y poder, un manifiesto. Barcelona: Crítica, Traducción: Silvia Furió, 112p.


Mary Beard es una reconocida profesora de Literatura Clásica en la Universidad de Cambridge e integrante del Newnham College. Es autora de numerosos libros y artículos, incluyendo Pompeii: Life of a Roman Town, que ganó el Premio de Historia Wolfson. Es parte de la academia británica y con frecuencia participa en la radio y televisión inglesas. En 2016, se le otorgó el premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales.

Este libro busca explicar los mecanismos que silencian a las mujeres, evitan que se les tome en cuenta y las excluyen -algunas veces de una manera muy literal- del poder y cómo dichos mecanismos se encuentran profundamente entreverados en la cultura occidental. Su objetivo es brindar una perspectiva amplia de la relación culturalmente enrarecida entre la voz de las mujeres y la esfera pública donde se crean el discurso, el debate y el comentario en el sentido más amplio.

En Occidente, silenciar a las mujeres ha sido una práctica milenaria. Los ejemplos literarios empiezan con Telémaco, quien es consciente de que parte de crecer es aprender a tomar el control del discurso público y silenciar a la parte femenina de la especie, en este caso, a su madre Penélope. Otro ejemplo son las Metamorfosis de Ovidio, en que la idea recurrente es la de silenciar a las mujeres mediante su transformación. Las únicas excepciones en que a las mujeres se les permite hablar sin reparos, en la literatura clásica, es cuando están al borde de la muerte, cuando son víctimas o mártires. Y solo hablan por ellas mismas, nunca por la comunidad. Esto se debe a que el discurso público era un atributo definitorio de la masculinidad. De hecho, según un tratado científico de la antigüedad, una voz grave indicaba valor masculino y una voz aguda cobardía femenina. De manera que desde antaño tenemos una idea fija de lo que es bueno y malo en la oratoria, y a quién se debe escuchar.

Se dice que en las redes sociales las mujeres “lloriquean” y se quejan. Cuando varios hombres describen la participación de las mujeres, las palabras importan, porque su objetivo es restar autoridad, fuerza y humor de aquello que las mujeres tienen que decir. Reposicionan a las mujeres en la esfera de lo doméstico al trivializar sus palabras. Es más, cuando una mujer expresa un punto de vista controversial, poco popular o diferente, se interpreta como una señal de su estupidez. No es que se esté en desacuerdo: es que es tonta e ignorante; es decir, la reacción es desproporcionadamente hostil, más allá de una crítica o enojo justos.

Entre más se observan las amenazas e insultos que reciben las mujeres, más parecen encajar en viejos patrones. No importa mucho la línea que tome una mujer; si se aventura en algún terreno tradicionalmente masculino, el abuso llega de una forma o de otra. No es lo que diga lo que lo provoca, sino el simple hecho de que lo esté diciendo. Las amenazas incluyen un repertorio bastante predecible de violación, bombardeo, asesinato y así sucesivamente; todas están dirigidas a silenciar a la mujer. “Cállate, puta” es una frase bastante común y pareciera que las mujeres deben seguir el consejo de “aguantar y callarse”, corriendo el riesgo de dejar que los abusivos de siempre se adueñen de la discusión sin que nadie los desafíe.

¿Cómo hacer para que el punto de vista de las mujeres se escuche? ¿Cómo formar parte de la discusión? Si hay algo que une a las mujeres de todos los orígenes, colores, tendencias políticas y profesiones, es la experiencia clásica de la intervención fallida. Aquellas que logran expresarse con mucha frecuencia suelen adoptar alguna versión del andrógino, haciendo referencia consciente a ciertos aspectos de la retórica masculina. Eso fue lo que hizo Margaret Thatcher cuando se entrenó para bajar el timbre de su voz y así ganó la autoridad que sus asesores consideraban que le faltaba. Sin embargo, todas las tácticas de ese tipo tienden a provocar que las mujeres sigan sintiéndose afuera. Para ponerlo sin rodeos, hacer que las mujeres pretendan ser hombres puede ser una solución rápida, pero no atiende la esencia del problema.

Es necesario pensar más profundamente en las reglas de las actuaciones retóricas de las mujeres. Con esto, la autora no se refiere al viejo cliché de que “los hombres y las mujeres hablan diferentes idiomas” -y si lo hacen, es porque se les ha enseñado diferentes idiomas- ni busca sugerir que nos vayamos por la vía de la psicología pop de que los hombres son de Marte y las mujeres son de Venus. Su intución es que necesitamos regresar a algunos de los principios sobre la índole de la autoridad hablada, sobre lo que la constituye y cómo hemos aprendido a escuchar a la autoridad.

Es una realidad que hoy en día hay más mujeres en posiciones de poder que hace diez o cincuenta años. Sin embargo, la premisa básica es que el modelo mental y cultural en torno a una persona poderosa sigue siendo resueltamente masculino. En otras palabras, no tenemos una imagen para una mujer poderosa, excepto una que se parece bastante a un hombre, porque la debilidad tiene género femenino. Si queremos que las mujeres como género -y no solo unos cuantos individuos determinados- tengan su lugar dentro de las estructuras del poder, será necesario pensar más en cómo y por qué pensamos como lo hacemos.

El pensamiento griego ha ofrecido a nuestra imaginación una serie de mujeres inolvidables: Medea, Clitemnestra y Antígona, entre muchas otras. No son, sin embargo, modelos a seguir; de hecho, están muy lejos de ello. En gran parte, se presentan como abusadoras en lugar de usuarias del poder. Lo toman de manera ilegítima, de una forma que conduce al caos, a la fractura del Estado, a la muerte y a la destrucción. De hecho, es el lío que las mujeres hacen con el poder, en el mito griego, lo que justifica su exclusión en la vida real y justifica el gobierno de los hombres. La lógica inquebrantable de estas historias es que las mujeres deben ser destituidas y puestas en su lugar.

El punto es simple pero importante: en la historia occidental hay una separación radical, real, cultural e imaginaria entre las mujeres y el poder. La cabeza de Medusa, una de las tres hermanas míticas conocidas como las Gorgonas, es uno de los más antiguos símbolos del dominio masculino sobre los peligros destructivos que ha representado la posibilidad misma del poder femenino. Incluso hoy en día, la decapitación sigue siendo un símbolo cultural de oposición al poder de las mujeres. La cabeza de Angela Merkel se ha superpuesto una y otra vez a la imagen de Caravaggio. Sin embargo, es con Hillary Clinton con quien vemos el tema de la Medusa en su más abrupta y desagradable reinterpretación.

¿Qué se necesita para construir cada vez más espacios de poder para las mujeres? Aquí, es preciso distinguir entre una perspectiva individual y otra colectiva. Si observamos a algunas de las mujeres que “la hicieron”, veremos que las tácticas y estrategias detrás de su éxito no se reducen simplemente a imitar modismos masculinos. Algo que muchas de estas mujeres comparten es la capacidad para revertir a su favor los símbolos que usualmente se niegan a las mujeres. En otras palabras, no hay que ser “uno de ellos”, sino forjar un territorio independiente para nosotras, para ganar poder y libertad más allá de la exclusión.

Si no se percibe que las mujeres están completamente dentro de las estructuras del poder, quizá sea necesario redefinir el poder, antes que a las mujeres. El tipo de poder a que Beard se refiere es la capacidad para tener un impacto real, hacer una diferencia en el mundo; es el derecho a ser tomadas en serio, tanto individual como grupalmente. Es un poder que muchas mujeres quieren y sienten que no tienen.

Este libro demuestra de manera efectiva la relación problemática entre la voz de las mujeres, el poder y la esfera de lo público. A pesar de que este problema es muy añejo, si queremos avanzar con pasos más firmes hacia la igualdad, es necesario lanzarlo y relanzarlo a la mesa de discusión, debatirlo y desafiar a quienes buscan silenciar a las mujeres. Si bien una posible desventaja del libro es que deja muy abierta la manera en que se puede resolver el problema de las mujeres y el poder, es claro que no hay respuestas fáciles ni inmediatas, y que ninguna propuesta será sencilla, dada la amplitud y complejidad de la cuestión. Se menciona la apropiación de los símbolos masculinos a nuestro favor, se habla de replantear nuestra noción de poder; al final parece que será necesaria mucha creatividad y resistencia para superar aquello y a aquellos que buscan silenciarnos y replegarnos en la esfera de lo doméstico mediante violencias de todo tipo. Queda la posibilidad de desafiar siempre el silencio y a quienes buscan acallarnos, como lo planteara la Premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai: “Teníamos dos opciones, estar calladas y morir o hablar y morir, y decidimos hablar”.

Referencias

Beard, Mary. (2018). Mujeres y poder, un manifiesto. Barcelona: Crítica. Traducción: Silvia Furió, 112 pp. [ Links ]

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