Introducción
Las críticas al boliviano Alcides Arguedas y a sus obras, se desataron desde su juventud, lo acompañaron en su madurez y persistieron tras su muerte. Pese a ser cuestionado por el racismo, el elitismo y el pesimismo que imprimió en algunas de sus publicaciones y a ser tachado de un “fascista boliviano”,1 actualmente es reconocido en América Latina como un representante de la corriente indigenista de la narrativa hispanoamericana junto a otros escritores como José Eustasio Rivera, Ricardo Güiraldes y Rómulo Gallegos.2
Esta afirmación se sustenta en su libro Raza de bronce (1919). En cambio, Pueblo enfermo. Contribución a la psicología de los pueblos Hispano- Americanos, cuyas tres ediciones en 1909, 1910 y 1937, han generado desde su publicación y hasta el presente numerosas polémicas dentro y fuera de la academia boliviana. A raíz de esto, Arguedas es considerado por algunos un “intelectual respetado”, mientras que otros lo tachan de “un enemigo de la patria”, debate que tiene un fuerte componente político. Ambas versiones contrastan con la buena recepción del libro en el extranjero desde su primera edición.3
Pasando por alto la crítica patriótica para entenderlo como un intelectual, encontramos dos observaciones importantes. A nivel nacional, Arguedas es considerado miembro del primer grupo de intelectuales de Bolivia que se reconocen como tal por intervenir en los debates públicos a partir de asumirse conscientemente como especialistas que dominan “símbolos culturales” y deben emitir mensajes cargados de “ética social”. Esta función era novedosa en ese país a inicios del siglo XX y se relaciona con otros elementos de modernidad de una nación que pasó de lo rural a lo urbano. Estos primeros intelectuales bolivianos residieron en París a principios del siglo XX y desde Europa postulaban una “pedagogía sociohistórica” para contrarrestar el influjo de los “caudillos carismáticos” de su país.4
A nivel regional, Arguedas es considerado un exponente importante de la mirada médica que denuncia las enfermedades latinoamericanas, la cual puede entenderse como parte de una tradición latinoamericana que enfatiza en los males nacionales. En este grupo de pesimistas sociales se encontraba también el mexicano Francisco Bulnes (El Porvenir de las Naciones,1899), el venezolano César Zumeta (Continente enfermo, 1899), los argentinos Octavio Bunge (Nuestra América, 1903) y Manuel Ugarte (Enfermedades sociales, 1905). Carlos Marichal señala sobre esta generación, que sus preocupaciones por lo racial desde el punto de vista cientificista era producto de la confluencia de ideas neodarwinistas, de la sociobiología y la psicología. Que estas lecturas -no en su idioma original sino a partir de traducciones y de manera bastante ecléctica- fundamentaría su discurso pesimista durante un período donde se denuncia la degeneración racial como el problema más significativo de América Latina. Para el caso de Arguedas, menciona que el escritor boliviano se familiariza con autores españoles de la generación del 98 y con autores latinoamericanos contemporáneos, pero retoma en su ensayo planteamientos de autores ingleses y de antropólogos y sociólogos franceses. Por esto es que su argumento se fundamenta en la descripción geográfica como determinante del comportamiento de esos pueblos bolivianos. Un último punto es necesario señalar de la interpretación de Marichal: la tensión entre estos “pesimistas” y los idealistas arielistas, pese a que Pueblo enfermo fue recibida elogiosamente por José E. Rodó.5
Otros autores enfatizan más la cercanía con la generación española que, fruto del desastre español (la pérdida de sus colonias), planteaban la necesaria regeneración. Sin embargo, algunos no están de acuerdo en considerar que Arguedas aplicaba de manera literal las ideas de este grupo, argumento que propició Ramiro de Maeztu en la carta que sirvió de prólogo a las primeras dos ediciones de Pueblo enfermo. Para Gomes, la “inquietud médica” recoge una mirada fatalista de las masas populares de estas tierras, por lo que la retórica arguediana respondería, en primera instancia, a la corriente racialista (de la mirada médica) que tiene como antecedente el fatalismo de los males nacionales en la generación argentina de 1837.6
Estas observaciones sobre las cercanías interpretativas del autor y la obra llevan a preguntarse hasta qué punto la degeneración racial fue un punto de contacto con la generación de españoles, y si pese a las tensiones con el idealismo arielista existió algún punto de contacto. Puesto de otra forma, queremos entender por qué Arguedas utilizó como prólogo una carta del español Ramiro de Maetzu (1909 y 1910) y agregó en la advertencia de la tercera edición (1937) una parte de la carta del uruguayo José E. Rodó. Dos visiones distintas de América Latina, dos formas de recepción distintas. Por ello, el presente texto se pregunta por el contexto de creación/producción y de difusión de una obra. Aunque este no pretende ser un estudio biográfico del autor, es necesario plasmar algunos aspectos de su vida para comprender no sólo cómo y por qué el escritor boliviano decidió enviar ejemplares de su obra a tal o cual, sino también las expectativas que tenía y sus reacciones ante las críticas. Esto significa pensar el fenómeno de la recepción no sólo de quién recibe sino también desde quién envía. Para reconstruir estos sentidos, se utilizan dos tipos de fuentes documentales, ambas de carácter personal: los diarios de Arguedas (publicados tiempo después) y las cartas entre éste y otros intelectuales latinoamericanos y europeos. La trama que se sigue transcurre en una amplia temporalidad, pero se concentra en dos grandes escenas. La primera abarca algunos antecedentes de la vida de Arguedas para entender la publicación en 1909 de la obra y la primera ola de difusión de ésta. La segunda, es mucho más amplia temporalmente, inicia cuando Arguedas regresa a Bolivia en 1909 y termina cuando se publica la nueva edición en 1937.
Primera escena
El que Arguedas fuera pesimista parece tener sentido si se observa el contexto familiar y nacional en el que creció. Nació el 15 de julio de 1879 en la ciudad capital de La Paz; hijo primogénito de Fructuoso Arguedas y Sabina Díaz, “distinguida familia terrateniente, supuestamente castiza”.7 Fue parte de esa generación decimonónica de liberales que nació en el interludio del fin de las guerras civiles que se suscitaron tras la independencia y aquellas que conformaron el último eslabón de los Estados Nación. Para Bolivia, el año de 1879 marca una coyuntura importante, al iniciar el conflicto armado que enfrentó a Bolivia y Perú con Chile (conocido como la Guerra del Pacífico), la cual terminó casi cuatro años después, en 1883. Su infancia transcurrió en la ciudad capital de La Paz, donde ingresó en 1892 al prestigioso Colegio Ayacucho (fundado por Antonio José de Sucre en 1826), que desde 1831 compartía espacio con la Universidad Mayor de San Andrés. Era un espacio republicano, de ciencias y artes. En él, se graduó de bachiller en 1898, involucrándose en la revolución liberal que se levantó el 8 de septiembre de ese año contra el presidente Arce. Tras este levantamiento inició una guerra civil conocida como Guerra Federal, la cual duró casi dos años enfrentando a liberales y conservadores de las ciudades de Sucre y La Paz, hasta el triunfo liberal, gracias al apoyo del líder indígena Pablo Zárate.
En medio de este conflicto, ingresó en 1899 a la Universidad para estudiar derecho, donde traba amistad con personas que transcurrirían años después por la política, la diplomacia y el periodismo.8 Mientras estudiaba derecho incursionó en la política y la literatura. Como corresponsal de la Guerra Federal brindó información sobre los avances del bando liberal. El mismo año de 1899 expuso en una velada literaria el texto “Era un sueño nada más”, que se publica en El Comercio de Bolivia. Su capacidad periodística se amplía en los años siguientes, al publicar textos en los que defendía la libertad de la prensa a realizar una crítica. En 1903 se gradúa y, a sus 24 años, publica en La Paz su primera novela, Pisagua, en la que se remonta al año de 1871 para, a través de la historia de un personaje ficticio, recorrer las dificultades de aquella gran guerra con Chile. Fue un libro inspirado en los relatos de la Guerra del Pacífico que le había relatado su padre.9
Arguedas viaja a Europa costeado por su padre. Junto con su amigo Bautista Saavedra conoce Francia, Suiza y España, viviendo temporalmente en Sevilla y París. Entra en contacto con los regeneracionistas españoles Altamira, Gavinet, Maetzu y Costa, quienes le convencen para solidificar su visión del problema nacional mediante la exploración de las causas profundas de sus crisis (ya antes había descubierto a Émile Zola y a Gustave Le Bon e Hypólito Taine).10 Se instala en París, donde colabora en el Diario de La Paz con una columna que se titula “A vuelta de pluma”, mientras escribe su libro Wuata Wuara, el cual se publica el año siguiente por la prestigiosa editorial de Barcelona Luis Tasso.11
Para cuando se publica este libro, en 1904, Arguedas está de regreso en Bolivia y es recibido con una “conspiración de silencio y la burla” de sus compañeros de generación, quienes critican duramente ambas obras. Este rechazo causó (según Otero), su “sentimiento de protesta, de rebeldía y de resentimiento” contra los intelectuales de su país.12 Según el recuerdo de Arguedas (plasmado en sus diarios), las deficiencias de esa segunda obra se debían a que se encontraba enamorado de una hermosa sevillana y esto lo tenía absorto en otros menesteres amorosos.13
En 1905, publicó otro libro, Vida Criolla. La Novela de la ciudad (por la librería paceña E. Cordova), la cual tampoco parece haber tenido repercusión. Durante su estadía fundó junto a otros jóvenes liberales paceños el grupo literario “Palabras libres”, dedicado a denunciar los problemas políticos y sociales del país a través de la publicación de textos diversos (poemas, ensayos, entre otros), que fueron publicados tres veces a la semana en el periódico El Diario. En él, Arguedas jugó un papel relevante al otorgar una mirada realista y crítica que impactó para que el resto de los miembros tomaran distancia de la visión romántica. La iniciativa duró sólo diez meses (de mayo de 1905 a marzo de 1906) pero publicó más de 250 artículos. Concluyó porque una buena parte de sus integrantes se dispersó ante la presión del gobierno. Desterrado del país, Arguedas regresó a París en 1906, publicando antes de partir su “Manifiesto de despedida” (octubre 1905).14
En su segunda etapa parisina publicó artículos periodísticos y fundamentalmente se dedicó a escribir un nuevo libro. Según Arguedas, los tres libros anteriores no habían logrado “sacudir la modorra de nuestro ambiente”, por lo que se propuso dejar la “fábula” para escribir “observaciones directas, lleno de datos recogidos de diversas fuentes y que, bajo una idea central, estudiase nuestros problemas poniendo a las claras las deficiencias de nuestro medio y educación”.15 Esta nueva mirada, de diagnóstico social (posicionado más en el lugar del intelectual que del novelista), culminó en la obra Pueblo enfermo. Contribución a la psicología de los pueblos, publicada en 1909 por la misma casa editorial de Barcelona, ahora llamada viuda de Luis Tasso.16
En enero de 1909 recibió las pruebas de imprenta de los últimos dos capítulos y la carta que serviría de prólogo del español Ramiro de Maetzu, a quien le había solicitado que lo escribiera. Estaba contento con esos capítulos: “podría ser la frase incorrecta, pero es precisa, clara, sin redundancias ni frondosidades tan comunes en nuestra literatura tropical”. Estaba contento también con la letra y el papel que utilizaría la imprenta, aunque se mostraba preocupado porque sabía que el libro levantaría “polvo en el país”.17
La edición se demoró, por lo que el autor se molestó porque le resultada “inaudita e intolerable” la lentitud de la casa Tasso. El manuscrito había sido entregado en abril de 1908 (casi un año antes) y la condición que habían pactado con la editorial era que el libro apareciera en agosto de ese año, pero “entre la pereza de Maetzu y la del impresor, he aquí corridos a once meses y el bendito libro sin aparecer”. Se queja de no haber elegido otra casa editorial como la Ollendorff, donde otros escritores latinoamericanos han publicado más rápido, o haber pagado a la casa Garnier. Esperaba que la editorial Tasso cumpliera su palabra y enviara en abril los primeros ejemplares impresos.18
La promesa se cumplió y en marzo de ese año recibió los primeros treinta ejemplares. Su actitud era expectante a la reacción que tendría. Era consciente de que sería una gran obra y que causaría mucho revuelo:
Sé que este libro no ha de desquiciar al mundo ni es la cabada (sic) expresión del ingenio humano. Es un libro cualquiera, más malo que bueno en estos centros de gran cultura; pero más bueno que malo en Bolivia donde nadie trabaja. Y sin embargo ha de ser precisamente en Bolivia que me ataquen e insulten. Todos han de sentirse con derecho a arrojarme su piedra sin detenerse a reflexionar que hay desinterés en quien, por ser leal, con sus propios pensamientos, echó -como dice Maeztu- a la otra orilla del río la bolsa que contiene toda su fortuna. Es allí que proclamarán la inutilidad de mi obra, su intención corrosiva; mas en voz baja que se me ha de dar la razón. Y es que somos desleales, hipócritas y envidiosos.19
A manera de prólogo, como ya comentamos, se utilizó una carta del español Ramiro de Maetzu. En él, el escritor español destacó la relación existente entre esa generación española y la obra del boliviano, al señalar los “males” existentes y las posibles soluciones. Esta acción de ver desde afuera las pérdidas los une. La diferencia es que ellos constituyen un grupo (de 15 o 20 intelectuales) y cada uno abordó un aspecto del problema, mientras él sólo tuvo el valor de afrontarlos juntos, sistematizando “asuntos tan complejos y diversos, que mi simpatía la había ya ganado el gesto mismo de encarar el problema”. Al hacerlo, “quemó las naves, como Cortés”, por lo que recibiría numerosas críticas y sería rechazado en su país. Esta posición empero, lo colocaba en el lugar del verdadero intelectual hispanoamericano, del “pensador hegeliano”, que tiene una posición objetiva. Se distancia de los que tienen una posición mística adoptada por poetas naturalistas, de la postura moralista “que compara el ideal con las realidades” y por supuesto de los que no tienen moral “que cierran los ojos a las realidades para abrirlos a la mitología wagneriana y a los refinamientos de Versalles”. Acusa también a quienes tienen una posición intelectualista, como Anatole France, al perdonar. El observar y comprender debe servir para cuestionar a la patria para reformarla, para equilibrarla poniendo orden al hacer diagnósticos certeros. Para el español, el ver y comprender es un deber patriótico y moral; es un sentimiento que no impide reformar, buscar el equilibrio a través de la crítica. Implícitamente lo interpela al afirmar: “No somos el Hombre-Providencia, ni creemos tampoco en el Cirujano de Hierro y Hacedor de Pueblos. Sabemos demasiado para creer en la arbitrariedad de ese Yo Creador.20
No por casualidad, la obra tuvo buena acogida en España. Vicente Gay, director de la prestigiosa revista España Moderna y profesor de la Universidad de Salamanca, dijo del libro, que se trataba de un estudio cuidadoso de su país, donde se observaba la influencia de las ideas regeneracionistas de Joaquín Costa, así como el procedimiento analítico de Macías Picavea. De modo que la obra es digna de una atenta lectura pues el escritor boliviano está “nutrido con savia de pura cepa española”.21 Efectivamente el contenido del libro abarcaba 267 páginas divididas en XI capítulos en los que se repiten las palabras de decadencia (colectiva, física), las de enfermedades (asociadas a la nación) y el problema étnico. De ellos, el último capítulo, el onceavo, titulado la terapéutica nacional resume los males y expone los remedios a esta “fatalidad étnica”. Para salvarla, echa mano al principio de regeneración social que tiene en la educación (y por ende en los intelectuales y no en los políticos tan despreciados), un medio para cambiar la psicología de los pueblos.
Pese a estos puntos de contacto, Arguedas se encargó de presentar su obra por su carácter de diagnóstico social (no novelesco) de su país y de la región. En 1909, desde París escribe a Pedro Dorado, profesor en la Universidad de Salamanca para enviarle copia de su libro, el cual espera llame su atención para conocer la situación “en que se desarrolla mi país, que es, más o menos, como los demás de América de habla castellana, salvo excepciones”.22 El español respondió en dos misivas. En la primera sólo acusaba de recibido del ejemplar enviado mientras que en la segunda le confiesa que lo leyó con gran interés al encontrar en él un estudio de ese estado “constituyente”, de una “incipiente civilización” en el que se encuentran las ex colonias de España en la América del Sur, crítica que aqueja también a España, al menos en algunas cosas. Por ello lo considera una obra útil.23
Al tiempo que se difundía la obra, Arguedas recibió la amnistía decretada por el presidente de Bolivia, pero temía el regreso por la reacción negativa que esperaba tuviera su libro en aquel país. Para despedirse, Maetzu le escribe una cariñosa carta en la que le desea que tenga un buen regreso a su país, recordándole que el libro Pueblo enfermo, era bueno y estaba destinado “si mucho no me engaño, a marcar huella en la historia de su país”.24
La despedida de París se demoró, por lo que Arguedas aprovechó el tiempo para ordenar papeles mientras recibía salutaciones y buenas críticas de su libro. Recibió la carta de Miguel de Unamuno, quien le confiesa que apartó su libro del montón que tiene por leer porque sentía curiosidad por leer sobre Bolivia, país del cual sólo ha leído a través de peruanos, chilenos o argentinos, pero no por bolivianos. Espera que la lectura sea interesante como para publicar una reseña en La Nación de Buenos Aires. Tras despedirse, Unamuno agrega una nota que surge de impresiones que le surgen tras leer las primeras páginas del libro: la descripción de la puna boliviana (en las páginas 18 y 19), le recuerdan a Castilla. Lo felicita por estas primeras páginas leídas. Recibió otra carta de Unamuno, felicitándolo y confirmando que el comentario que haría de su libro servirá para varios artículos. Pese a esto, le aclara que no está de acuerdo con su afirmación de que el alcoholismo en las razas indígenas era causado por su inadaptabilidad a la civilización. En España también hay alcohólicos, por lo que lo relaciona más con una degeneración individual que con la incivilización colectiva. Le señala también un equívoco grave (en la página 61 de su libro), al describir erróneamente la relación entre presión atmosférica y altura.
En esos días, Arguedas también recibió una postal con dos líneas del poeta mexicano Amado Nervo, felicitándolo por el libro. Pese a esto, se lamentaba de no tener noticia de los otros escritores (la mayoría españoles), a los que había enviado también un ejemplar: los españoles Eduardo Gómez Baquero (conocido por su seudónimo como crítico de Andrenio), Gregorio Martínez Sierra (escritor y dramaturgo), José Martínez Ruiz (escritor conocido por su seudónimo Azorin), Francisco Ganmontagne (periodista y escritor), Francisco López Acebal (editor y periodista conocido como Francisco Acebal), Luis Morote y Greuss (escritor, periodista y político), Pedro Dorado Montero (abogado y catedrático), Federico Rahola Tremols (economista, jurista, escritor y político), Rafael Altamira (historiador), Pablo de Azcarate (político, jurista, diplomático e historiador), Marcos Rafael Blanco Belmonte (poeta, traductor y periodista), González Blanco (novelista, poeta y crítico literario), José María Hinojosa (poeta), José María Llanas Aguilaniedo (militar, escritor, periodista y crítico literario); Buylla (posiblemente Vicente Álvarez Buylla Lozana o Vital Aza Álvarez Buylla). A estos se sumaban dos latinoamericanos relacionados con España: Antonio Corton (crítico, escritor y periodista puertoriqueño, diputado a Cortes durante la Restauración) y Enrique Deschamps (periodista, escritor y diplomático dominicano).25
En los días que siguieron, algunos de los que no habían respondido al envío del libro comenzaron a hacerlo. Carlos Rahola lo define como “un libro heroico”, al actuar a través de la escritura por su país, aunque posiblemente sea reconocido por las nuevas generaciones y no por las actuales.26 Rafael Altamira, se extiende en su carta para agradecer el libro, porque le permite conocer más de su país y compartir “la común aspiración a penetrar la psicología de las actividades”. Coincide con el autor en que es la educación la base de los remedios para reorganizar una sociedad. Lo invita a aunar fuerzas para trabajar por la “intimidad de espíritu” a través de una comunicación intelectual intensa entre americanos y españoles. Esta tesis había sido definida en su libro América en España (próximo a publicarse) y sería el objeto de un próximo viaje por América Latina. Lo que más llamó la atención de Arguedas es la “gran modestia del sabio”, quien en lugar de juzgar dice “coincidimos”. Las cartas son tan halagüeñas, que Arguedas piensa en publicarlas, porque la modestia le parece, hasta cierto punto, un artilugio de simulación del intelectual. La realidad, empero, le señala que debe ser cauteloso al recibir una carta del cónsul boliviano en España quien le aconseja retrasar el regreso porque teme la reacción de sus paisanos, a lo que Arguedas reflexiona “sería estúpido, tonto, ridículo. Ni siquiera podían acusarme de que los calumnio, porque allí están los hechos para darme razón”.27
El único halago que recibe de un compatriota es de J. Avelino Aramayo, quien recibió el ejemplar enviado y lo leyó con avidez. Aramayo lo felicitaba por exponer los “defectos y nulidades”, y esperaba que el libro sea leído por hombres que inicien una “reacción favorable”, para lo que le comenta escribirá a la editorial para que le remita 100 ejemplares a fin de enviárselos a sus amistades. Arguedas se complace de que su acaudalado amigo tome esta acción.28 En cambio, otro acaudalado amigo, Manuel Crespo, le confiesa en un encuentro en París que, aunque sea verdad lo que dice hubiera preferido que no lo publicara en un libro, porque así causará más daño al identificar a Bolivia como un “país de salvajes”, “la patria es una madre y no hay que sacar a relucir los defectos de una madre”. Tras oírlo, Arguedas se puso a temblar de miedo porque si todos pensaban como él debería expatriarse, toda vez que no lo dejarían vivir en Bolivia. Confiesa, “sí, tengo miedo”, pero ese día recibe una carta del español Vicente Blanco Ibañez quien lo felicita por su obra. Al mismo tiempo, comienzan a aparecer en Bolivia los anuncios de la obra, en buena medida porque el padre de Arguedas se lo propuso para difundirlo al enviarle una parte del prólogo de Maetzu a El Diario, a fin de que éstos anunciaran que saldría el libro. Para Alcides empero, el corto anuncio lo calificaba de laborioso (en lugar de inteligente), con lo que creía que la crítica había ya comenzado sólo por conocer el título, aún sin leer el libro.29
Mientras tanto, para aligerar sus maletas se dedicó a romper papeles. Entre ellos encontró una lista de títulos posibles que hacía un año había pensado para bautizar el libro: Tierras baldías, Savia mestiza, Tierras vírgenes, Savia enferma, Cosas del yermo, Ab ovo, Tierra de cóndores y de siervos, Raza caída, Raza vencida y Pueblo enfermo. Confiesa que estuvo días y aún meses ocupado en la cuestión, por temor a que como aconsejaba Schopenhauer eligiera un mal título y como una dirección equivocada en una carta, se extraviara. Decidió que el contenido de la obra respondía mejor al último. Junto a ese recuerdo anotó en su diario con beneplácito, que había recibido carta de Emilio Bobadilla, el crítico agresivo al que había admirado en otros tiempos, quien prometió leer Pueblo enfermo.30
Pese a los halagos, Arguedas confesó a su amigo argentino Manuel Ugarte su temor al regreso, lo cual demoró hasta mediados de año, en espera de que para ese entonces se aplacara el escándalo y la irritación que seguro provocaba el texto:
Ya Ud. sabe que por allí somos en extremo quisquillosos. Una nada nos remonta a las nubes; y como mi pueblo está muy metido en el fondo de nuestras breñas andinas, no sabe discutir y ni aun creo que razonar. Las mejores razones no valen allí lo que una tanda de golpes inmoderadamente propinada. Y pues sería humillante verme con las espaldas sobadas”.
Por esto termina su carta afirmándole que él (Ugarte), debería sentirse feliz porque “está libre de no tener que ejercitarse en puñetazos para lanzar sus ideas. Nada es vencer la hostilidad de un medio: lo grave es tener que luchar con gentes ignorantes, vanidosas y patrioteras”.31
Arguedas continuó recibiendo comentarios. El escritor francés Max Nordeu respondió escuetamente, definiendo la obra como valiente y temeraria, profundo en su patriotismo, pero Arguedas duda que lo hubiera leído.32 Estaba ansioso por ver la recepción que tenía. Compró dos meses seguidos la revista española Nuevo Mundo en busca de alguna nota, la cual finalmente apareció de un colaborador regular, Emilio del Villar, quien lo declaró hijo preclaro de Bolivia y definió como indispensable la lectura de la obra.33 Para Arguedas, el más significativo de los elogios fue el del argentino Carlos O. Bunge, quien había publicado en 1903 Nuestra América, libro del cual el propio Arguedas confiesa que le debe mucho porque es uno de los mejores sobre psicología hispanoamericana. La carta es interesante por varios motivos: halaga al autor tanto como estudioso como patriota (con lo que remarca el perfil de intelectual que busca él mismo representar); halaga la obra, defendiendo que su interpretación desde la psicología social y la sociología diagnostica los males y busca sus remedios, defendiendo también la necesidad de adaptar un método europeo a la realidad latinoamericana. El que un miembro de esta generación pesimista enfatice estos argumentos, es importante para comprender cómo estos libros retroalimentaron mutuamente una posición que los diferenciaba dentro del campo intelectual latinoamericano. Por ello, vale la pena la lectura completa:
Con apasionado interés he leído su hermoso libro Pueblo enfermo. Ha llegado en momentos en que, por ciertas circunstancias, estudiaba yo sociológicamente a Bolivia. Sus hondas observaciones, sus copiosos datos, sus vividas páginas han aportado gran luz a mis estudios. Ante todo, después de agradecerle su obsequio valioso, he de felicitar a Ud. por la entereza de su alma. Se atreve Ud. a decir verdad, y la dice alta, categórica y valientemente. Desafía Ud. a la fiera en su antro. Acto temerario es el suyo. Prueba su temple guerrero y una intención pura. Con patriotas de su fibra sí se puede “hacer patria”, como decimos nosotros por acá en expresión muy gráfica. Trata Ud. sin falsas retóricas ni pueriles sensiblerías, el problema básico de la organización en su primer fundamento: la psicología colectiva. Y estudia la psicología colectiva según sus factores étnicos, geográficos e históricos y en sus manifestaciones de sociabilidad y de cultura. Sigue Ud. un excelente método que no puedo menos de aprobar y aplaudir. Así, la psicología social y la sociología son verdaderas ciencias. Me admira el cúmulo de datos que ha reunido Ud., no menos que su perspicacia para interpretarlos. No hallo en su libro una sola generalización que no tenga base y fundamentos suficientes. ¡Es esto por desgracia tan raro aún en nuestros escritores hispanoamericanos…! Su estudio sobre el problema étnico es completo y sus conclusiones me parecen acertadas. Estudia Ud. el tema con métodos europeos y con un criterio verdaderamente nacional. Ese me parece que debe ser el sistema de los sociólogos hispanoamericanos: utilizar la experiencia científica universal en beneficio propio nacional. Admirables sus páginas sobre la historia de Bolivia. Bien hace Ud., mil veces bien, en decir las cosas como han sido y son. ¿Para qué engañarnos con mentiras y ficciones? Las primeras víctimas del engaño seríamos nosotros mismos, pues que, desconociendo nuestros males, no les aplicamos el indicado remedio. También apruebo el tratamiento que aconseja Ud. para la enfermedad de su patria. Su terapéutica es excelente. ¡Ojalá se le entienda y aplique! Veo que está Ud. en vísperas de regresar a esa patria que tan varonilmente ama, cooperando a su progreso. Mis deseos son que la halle en prospero estado. A pesar de todo, estos países de América adelantan; aumentan de población, multiplican sus recursos, mejoran su cultura. No sé por qué -tal vez por mi vehemente deseo y mi sincera simpatía-, se me ocurre que no han de caer sus consejos en olvido, y, como decimos vulgarmente, en “saco roto”. Éste es al menos el anhelo de su amo. C. O. Bunge.34
Tras recibir esta carta, Arguedas recibe de su padre los fondos para pagar el viaje de regreso a su país y dos recortes de periódicos en que se anuncia la publicación del libro. La primera nota es corta pero amable, y la segunda es un artículo elogioso escrito por Bautista Saavedra (a quien respeta). Tras leer la nota se siente contento “porque me basta ser loado por Saavedra para no hacer caso de las piedras que me arrojen los politiquillos menudos que se han de sentir molestos, heridos por mis ataques”.35
Finalmente se despide de París, con tristeza porque a esa ciudad deba no sólo el estilo de vida que llevaba con el círculo de latinoamericanos, sino también a una pequeña hija, a lo que suma su preocupación por el recibimiento que tendría en su país. Pese a esto, se embarca rumbo Bolivia a inicios de julio. En el barco Orcoma, escribe a Ugarte para comentarle de su fastidio y mal humor, que sólo lo consuela el leer el tercer artículo que publicó el “bondadoso y bien amable” Miguel de Unamuno sobre su libro. “Hay en él frases que me halagan no como escritor sino como hombre”. Desesperado por cómo estaba tratando su país los conflictos con los países limítrofes, Arguedas esperaba poner distancia al llegar, residiendo en el campo. Pero le aclaraba que, si la guerra se desataba entre Bolivia y Perú, entonces “echaré al diablo a todos y me iré donde pueda porque sé que iríamos al matadero y yo no soy carne de cañón; yo no pago las estupideces de nuestros politiquillos con vista de topo”.36
En el barco, conoció a un español que le habló del último artículo publicado por Unamuno en el periódico argentino La Nación. En él, a razón de Pueblo enfermo, habla de la envidia. Los tres artículos del español lo llenaban de emoción y alegría, los considera una recompensa por su labor y lo convencen de que “la labor seria y honrada tiene muchas posibilidades de alcanzar recompensa algún día”. Necesitaba ese aplauso en particular porque es de una persona a la que considera “inteligente, sincero y con gran nombre”. Lo que más le gustó de ese tercer artículo es que el español se detuviera en partes del libro que le emocionan, aquellas en que “he sentido y sufrido con más fuerza. Ha sabido penetrar, a través de las páginas, en la conciencia del autor; ha sabido comprender. Y esta es cualidad de almas sensibles y superiores”. Las palabras de Unamuno -que transcribe por partes en su diario íntimo-, lo llevan a reafirmar que las personas sensibles e inteligentes pueden ser tenidos por locos en su sociedad. Demostrando que ese intelectual se siente herido por la incomprensión y por la envidia que causa el ser valiente y poder expresar las verdades.37
Segunda escena
Es difícil sintetizar los acontecimientos de vida de Arguedas en el amplio margen de tiempo que transcurre entre su regreso a Bolivia en 1909 y la publicación de la tercera edición de Pueblo enfermo en 1937. Por ello sólo mencionaremos algunos hitos que permiten contextualizar sus idas y vueltas como diplomático, escritor y su breve incursión en política.
Al llegar a La Paz, el 20 de agosto de 1909 lo esperaba su padre, hermanos y algunos amigos. Se siente sin energías y se retira a una casa de campo, pero pronto encuentra a una mujer que conoció de niña, Laura, con la que se casa poco después. El enamoramiento le permite retirarse al campo a observar y reflexionar. Su amigo Saavedra lo visita para ofrecerle ser diputado, lo cual rechaza, pero le pide que lo nombren en alguna secretaría de Europa (de preferencia París), petición que se cumple a los pocos días.38 Mientras aún estaba en La Paz, recibió de parte de la editorial Tasso una carta solicitando la autorización de una segunda edición de Pueblo enfermo, la cual correría por cuenta de la editorial (suponemos que porque se agotó la edición anterior, pero no hay información al respecto). No había cambios en la forma ni su contenido, por lo que autoriza. Al respecto, afirmó con orgullo “quiero llenar el país con ese libro: quiero que todos lo lean y sepan definitivamente que no fincan mis aspiraciones en una diputación o en un ministerio. Ese libro, me aparta de estas funciones”.39
Efectivamente para mayo de 1910 Arguedas y su esposa se encontraban ya en el barco que los llevaría a París. El largo viaje incluía una parada por Montevideo, la cual aprovechó para visitar a Rodó en su casa y buscar en las librerías el libro de José E. Rodó, Motivos de Proteo (publicado también en 1909). El libro no lo consiguió por estar agotado, pero Rodó, que sólo guardaba dos ejemplares le dedicó uno. El recibimiento de Rodó sorprendió a Arguedas:
Apareció el hombre en el hueco oscuro de la puerta, con la cabeza inclinada sobre la cartulina que tenía en las manos. -El señor Arguedas? -Si, señor, a sus órdenes... Me miró detenidamente y un gesto de estupor se pintó en su rostro. Se detuvo algunos momentos mirándome y luego me preguntó: -Es Ud. el autor de “Pueblo enfermo”? -Sí, señor… Entonces abrió los brazos y me atrajo a ellos. -Permítame que lo abrace. Su libro es un libro de madurez y usted es muy joven todavía… No cesaba de mirarme con curiosidad e interés. Al fin me dijo: - ¡Ah, el señor Arguedas! Pues tengo gusto de conocerlo. Siéntese aquí”.
El relato señala un encuentro amigable, en el que Arguedas tuvo tiempo para observar al sabio, mientras que Rodó le comentaba que había comprendido muchas cosas de su país a través de su libro y que lo había recomendado a varios para que lo compraran porque lo consideraba un libro valioso, que enseña. Le preguntó si estaba escribiendo algo más y le comentó que él ya no escribía para La Nación, pues el periodismo es para que los jóvenes escritores se formen. La charla continuó hablando de los métodos de trabajo del escritor. Rodó le aseguró que escribe una o dos páginas al día, las guarda, al tiempo lo lee y si le gustan las guarda, si no las rompe. Le aconseja hacer lo mismo y no apresurarse porque no es bueno publicar todo lo que se escribe. El encuentro terminó con la entrega de Rodó de uno de los dos únicos ejemplares que había guardado de su libro Proteo, al que tuvo que arrancar la primera hoja de dedicatoria que había escrito para otro, pero estaba seguro de que, en sus manos, tendrían mejor futuro. Esa fue la única vez que se vieron.40
Antes de este encuentro habían intercambiado cartas. Además, Rodó había pedido a un amigo en común, el uruguayo Hugo Barbagaleta, a quien Arguedas conoció en casa de Manuel Ugarte en París. Como amigo y compatriota, Barbagaleta estaba en contacto con Rodó, intercambiaban noticias e información útil del medio literario, de las casas editoriales (le ayudaba con la editorial Ollendorff de esa ciudad), de los estudios que estaba realizando Barbagaleta en aquella ciudad y de sus escritos. Entre estas idas y vueltas, Rodó le pregunta si conoce a un estudiante boliviano Arguedas, el autor de Pueblo enfermo. Quería saber si le había llegado una carta suya en la que le comentaba algunas ideas sobre su “excelente obra”. Asegura estar muy interesado en la labor del boliviano “por lo reflexiva y bien orientada. Espíritus así necesitamos en la juventud americana, harto fecunda en poetillas decadentes y en vanos imitadores de imitadores”. Un mes después, escribe nuevamente a su compatriota porque no había tenido respuesta de Arguedas, por lo que le comenta que aquella carta, así como el ejemplar del libro Proteo, lo envió a una dirección en París (posiblemente para que revisara si era la correcta).41 La carta, que veremos un poco más adelante, fue utilizada en el prólogo a la tercera edición de Pueblo enfermo.
Al llegar a Europa se dirige a la ciudad de Bruselas, donde su amigo Saavedra (ministro de instrucción) lo había enviado como delegado en el Congreso Internacional de Educación Popular que se reuniría el 30 de agosto.42 Ya instalado en París participa del banquete fúnebre celebrando el aniversario de la muerte de Zola, se reúne con el argentino Manuel Ugarte quien le presenta al peruano Francisco García Calderón. Hablaron de sus proyectos: Ugarte había enviado a imprenta su libro de “sociología americana” (El porvenir de la América Latina) porque estaba convencido que era necesario prevenir a estos países del “peligro yankee”, el cual considera es inminente y no lo han querido ver (los latinoamericanos) porque se preocupan por “pequeños intereses”. “¡Y así no se hace patria, mi querido amigo!”. Arguedas, que al parecer ya conocía la obra, la define como un estudio valiente y crítico. El boliviano les confiesa que estaba trabajando en una novela, Vida Criolla. Esto genera inquietudes a García Calderón porque le dicen que lo creía más sociólogo que literato, a lo que Ugarte responde que se puede hacer sociología a través de una novela (recordando que Zola era un sociólogo). De hecho, tiene muchas ventajas para América, donde los escritores se reducen a reflejar “otros medios y no el suyo propio”.43
A inicios de 1911 Arguedas recibe carta de la editorial barcelonesa Tasso, quien le envía los primeros ejemplares de la segunda edición de Pueblo enfermo (el cual está fechado en 1910). Ésta consistía en 3100 ejemplares (a cargo de la editorial), quien le pagaría 500 francos cuando se agotara, lo cual ve poco probable “Ya puedo esperar esperando con calma”. Avanza con Vida criolla, aunque aún no sabe con quién se publicará.44
Al parecer la segunda edición corrió con la misma suerte que la primera, a saber, con grandes comentarios en la prensa internacional y con desprecio por parte de la de su país. Arguedas se lamenta del maltrato que recibe, de la hipocresía de muchos que, en voz baja, casi en secreto reconocen que lo dicho es verdad, pero fomentan que o no se diga nada de su obra o si se hace, se la denigre. Para demostrar este malestar copia en su diario fragmentos de un artículo titulado “Creación de la Pedagogía Nacional” publicado en El Comercio de Bolivia (18 de febrero de 1911), de autor anónimo que se escribe como respuesta a otro aparecido con el mismo título en El Diario (en el que se lo trataba con “alguna consideración”, escrito por Franz Tamayo). La crítica del primero es feroz porque, aunque indirectamente acepte que existen vicios en la población del país, lo acusa de exagerar los males, de reducir a Bolivia en una especie de podredumbre nauseabunda que “difama a la raza” al no rescatar lo bueno que sí se tiene. Ataca también el método. Las supuestas verdades sociológicas son para el crítico sólo “divagaciones de gabinete”, sin las características de una “ciencia positiva con aplicaciones inmediatas a la vida real”. No da una verdadera explicación de la raza, de sus condiciones psicológicas y biológicas, concluyendo que lejos de ser un estudio serio, es una obra, de tipo panfletaria, que sólo busca lastimar al desacreditarlos en el extranjero. El otro artículo, el publicado en El Diario el 14 de febrero, lo firma José Luis Reyes. Arguedas lo define como una “enconada respuesta de El Comercio de Bolivia”. En éste defiende a Pueblo enfermo porque, al igual que la obra de Tamayo, muestra -sin violencia, sino con curiosidad científica- lo valioso de la literatura nacional. Compara ambas obras: la de Arguedas es científica, sociológica y busca “arrancando la venda que cubría nuestros ojos”. La única contra es que desanima. En cambio, el mérito de Tamayo es que les da fuerza y valor al encontrar el lado bueno de los hombres.45
Lo que resta del año de 1911, Arguedas anota en su Diario una detallada narración de la vida bohemia que llevaban esos latinoamericanos de la generación del 900 en París, sólo que a diferencia de sus primeros años en La ciudad luz cuando conoció a Ugarte y a otros más, ésta es ya una visión desencantada de los estragos que genera ese tipo de vida en los escritores latinoamericanos (una mezcla de alcohol, cabarés, pobreza). Remarca la soledad y la incomprensión en que viven, las dificultades que enfrentan los que ya estaban hace tiempo y de los recién llegados. De las dificultades de vivir de publicar artículos en la prensa y de las tensiones entre ellos (sobre todo el alejamiento entre Rubén Darío y Manuel Ugarte, y entre Darío y Alejandro Sux). La desilusión vuelve a ser un problema compartido por un grupo que ya no encuentra lugar en su tierra pero que tampoco encaja ya por completo en París. De su vida diplomática habla poco y nada. Menciona el nacimiento de su hija y eso lo hace reflexionar nuevamente sobre la necesidad de tener alguna ilusión. Arguedas publica Vida Criolla, que sale a la luz en 1912 pero el proceso de escritura y de negociación con la editorial es anterior, la cual recibe buenos comentarios, pero no tan halagüeños como Pueblo enfermo. Su amigo Rubén Darío le escribe para pedirle remita una nota biográfica para sus artículos. Él responde que “no tiene historia qué contar”. Da algunos datos básicos, nacimiento, su viaje a Europa, el choque y dolor que le provocó su regreso a Bolivia de joven, lo que motivó que al regresar a Europa se dedicara a escribir Pueblo enfermo, por haber comprendido que su misión, como hombre honrado, era “mejorar el medio en que vive”. Cataloga esa obra como su mejor libro, aunque haya sido combatido por los escritores de su país. Fue halagado por los de otros países, donde personas con talento fueron bondadosos:
Darío, Unamuno, Posada, Ugarte, Buylla, H. del Villar, Vicente Gay, Blanco Fombona, Rahola Cristóbal de Castro, García Calderón, Darío Pérez y otros. También -y en reconocerlo hay patriótica complacencia- lo fueron los políticos de mi patria. Vieron sin duda la buena intención que me obligó a ser franco hasta la brutalidad, y me dieron la misión de representar a esa patria en una modesta situación diplomática, que hoy ocupo.46
Los días que siguieron a ese año narran la alegría que le da su hija, la tranquilidad de su hogar, la esperanza de su nuevo libro y, sobre todo, la emoción que le genera leer los versos de Unamuno, aquellos en los que proclama la desesperanza. Ese largo y detenido diario, termina ahí.47
Lo que sabemos es que en 1914 regresa nuevamente a Bolivia inicando un período de actuación política intenso, del que no saldría bien parado: fue jefe del Partido Liberal por el cual tuvo el cargo de Diputado entre 1916 y 1918. En 1919 publica la primera edición de Raza de bronce, libro del que salió una segunda edición en 1924, ahora con un prólogo/carta de Rafael Altamira (firmada en 1923). Se ha planteado que la idea de Arguedas fue repensar el argumento principal de Wuata Wuara (1904), dedicada a narrar la violencia entre indígenas y hacendados. En Raza de bronce se retoman algunos personajes y nudos de la trama anterior, pero desarrolla de manera reflexiva una construcción narrativa que excede aquella lectura costumbrista de tono romántico de la obra de 1904. Se ha planteado también que esta obra contrasta con Pueblo enfermo porque en ella abandona su racismo y moralismo, y se aleja del positivismo. En Raza de bronce, Arguedas veía plausible la incorporación del indígena de su país, por otra donde en lugar de ser débiles fueran fuertes, resistentes, poderosos y saludables. Al parecer, no advirtió ni hizo juicio sobre este cambio, sólo lo expuso.48 Para otros autores, ambas obras tienen “un sustrato positivista”, que busca en el análisis de la región precisar “las condiciones históricas específicas que generaron el abatimiento y degradación de los indios”.49
En 1922, tras la caída del partido liberal en el gobierno, Arguedas vuelve a París (cuarta estadía), como cónsul general “por haber cometido la insigne tontería de criticar los actos del nuevo gobierno”.50 Posiblemente esto le permitió dedicarse de nuevo a la escritura, sólo que ahora sobre historia, publicando en los siguientes años varias obras de corte histórico sobre Bolivia.51
En 1929 deja Francia al ser nombrado embajador en Colombia, donde radica cerca de un año, pero pierde de nuevo su puesto bajo el pretexto de que no existían fondos públicos. Para Arguedas la explicación recaía en que “la verdad, no resultaba muy cómodo en la diplomacia”. Ese mismo año regresa a Bolivia donde recibe la noticia del inicio de una nueva guerra que enfrentará a su país con su vecino Paraguay (entre septiembre de 1932 y junio de 1935). La disputa por el control del Chaco Boreal finalizó con una pérdida material y humana enorme para ambos países y la división del territorio en conflicto entre ambas partes (pero no de manera igualitaria, favoreciendo el acuerdo al Paraguay).
Pese a sus desencuentros con la política nacional, el gobierno lo envía de nuevo a París ese año como cónsul general, pero antes de cumplir dos años lo echan de nuevo, “porque dije que la guerra con el Paraguay era un absurdo y un crimen”. Estando en Europa muere su esposa, por lo que vende su casa en Francia y regresa a Bolivia en septiembre de 1934, donde vivirá los siguientes diez años de su vida. Al llegar, aparece su libro La Danza de las Sombras en dos tomos publicados en Barcelona nuevamente, pero con otra editorial, Sobs. De López Robert y Cª, fruto de su diario donde recopila sus experiencias de viaje como diplomático y sus críticas a la actitud tomada por el gobierno boliviano en la Guerra del Chaco. El libro ofende e irrita a los militares que estaban en el poder, por lo que sufre numerosas críticas y es prohibido en Bolivia.52 Aunque se ha dicho que es un diario, se trata de un texto en el que se mezcla el recuerdo del pasado con el análisis político latinoamericano (ya no sólo de Bolivia).53 El libro recibe buenos comentarios y es premiado en Roma por la Italia fascista en 1936.
Ese año también Arguedas viaja a Buenos Aires para participar del Congreso Internacional de los pen Clubs donde presenta “la historia en Bolivia”, conoce al historiador peruano Luis Alberto Sánchez, quien después hará el prólogo de las Obras Completas de Arguedas. Pese a estos éxitos, Arguedas ensombrece por la muerte de su esposa.54
Poco después, aparece la tercera edición de Pueblo Enfermo. Aunque el contenido del libro no se modifica radicalmente, hay algunas diferencias que deben señalarse. Fue editada en Santiago de Chile por la editorial Ercilla (fundada en 1933 por Laureano Rodrigo y Luis Figueroa y dirigida para el año de la publicación por el peruano Manuel Seoane Corrales). Al parecer, el libro debía publicarse en 1934 por la editorial Barcelona Viuda de Tasso (la misma que publicó las dos ediciones anteriores y varias de las obras de Arguedas), pero la edición se detuvo de manera indefinida mientras estaba en proceso.55
Este cambio de editorial posiblemente influyó en que el libro tuviera una nueva portada que evoca un mapa de toda América Latina, lo cual da la impresión de que las enfermedades no eran exclusivas de Bolivia. La editorial chilena agrega una nota titulada “nuestro propósito” (firmada por los editores), en la que menciona que su deseo al publicar esta nueva edición era llegar a “las nuevas generaciones” para mostrarles una realidad que, lamentablemente, no había cambiado mucho desde su primera edición en 1909. Definen al autor como un patriota que demostró con sinceridad las “verdades dolorosas”. Aclaran que los “males y defectos” no son exclusivos de los bolivianos, otros pueblos los padecen y para corregirlos es necesario leer al “noble” escritor y “extraer saludables enseñanzas”.56
El prólogo de Maetzu se mantuvo, pero la nueva edición incorporó algunas modificaciones en su contenido. De inicio, cambió el subtítulo del último capítulo, dedicado con anterioridad a dar una especie de recetas para curar los males sociales. El nuevo, en tono pesimista es “Inutilidad de los consejos para curar los males del país”. Al parecer la amargura por la derrota de la Guerra del Chaco daban al autor la convicción plena de que la terapéutica era imposible. Otro elemento fatalista se incorporó para reafirmar la inferioridad racial boliviana y arremeter contra el mestizaje. Para este argumento citó a Hitler, afirmando que el alemán había puesto de relieve los peligros del mestizaje de los pueblos.57
Arguedas agrega una advertencia a la tercera edición (redactada unos meses antes, en enero de 1936). En ella, el autor recuerda cómo tras publicar la primera edición de este libro en 1909 recibió una carta confidencial del uruguayo José Enrique Rodó, “el severo maestro ilimitado de la juventud estudiosa hispanoamericana”. En ella, tras expresarle su reconocimiento por la obra, lo felicitaba por señalar los males que no eran sólo de su país, sino de toda Hispanoamérica, pues en menor o mayor grado todos padecían estos males. Sin embargo, le advertía que este estado lamentable no debía desanimarlo pues era necesario mantener la “esperanza y fe en el porvenir”. Por ello, enfatizó a Arguedas que su libro no debería llamarse “pueblo enfermo” sino “pueblo niño”. Este concepto no sólo era más amplio, sino también justo porque incluía al otro: “la primera infancia tiene enfermedades propias y peculiares, cuyo más eficaz remedio radica en la propia fuerza de la vida, nueva y pujante, para saltar sobre los obstáculos que se le oponen”.
Arguedas recordaba cuan profunda fue su impresión al leer esta carta 28 años atrás. El “reparo” como llama al comentario de Rodó, es absolutamente cierto, escribe. Esto se debe a que hispanoamérica no puede compararse con el occidente europeo porque son países de reciente formación que contrastan con la madurez europea. Citando a Unamuno menciona que su “reciente formación” como naciones “es un obstáculo a todo desarrollo”, sin contar con que “sus primitivos elementos étnicos estaban muy lejos de encontrarse aptos y adaptables a las nuevas condiciones de cultura y civilización que se les exigía”. Esta toma de conciencia, años después de haber recibido la carta de Rodó, lo llevó a realizar algunos cambios en la nueva edición del libro, puesto que observando su propia evolución, él mismo como autor pasó de ser un joven en la primera edición a un adulto. Pese a las enmiendas y adiciones, que ensanchan para el autor las perspectivas del libro, la desilusión vuelve a aparecer: “La tela es nueva: sus perspectivas son más abiertas, aunque siempre se presenten limitadas en el fondo por un cortinaje de oscuras sombras que ojos humanos todavía no pueden penetrar”.
Advierte que el libro fue -en sus ediciones anteriores- “fuente de desencanto” porque generó polémicas y calumnias a su persona, quien fue presentado como “recalcitrante pesimista”. Los años pasaron y aquéllo que se había expuesto como males, aparecieron de nuevo en “la tragedia del Chaco”, donde otra vez, se los condujo “a la derrota, a la vergüenza y a la desmembración”. Esta nueva edición entonces buscaba explicar a los bolivianos el porqué de la desgracia, mostrando cómo “el desencanto y la desesperanza de los llamados pesimistas y denigradores era lo sólo honrado que se dejaba escuchar en ese concierto de loas y alabanzas que han mareado al país y conducido a su sacrificio estúpido y estéril”.58
Es interesante señalar que en el archivo Rodó se encuentra un borrador de esta carta (sin fecha), en el que se explaya un poco más sobre esta idea de minoridad:
Bienvenido su interesante libro. Desde antes de leerle, ya me predispuso bien, por el tema, por la tendencia meditativa y fina de su espíritu. No puede usted imaginar cuánto me complace ver en la juventud hispanoamericana manifestaciones de éstas, que revelan una clara noción del deber social del escritor y prometen para un cercano porvenir en nuestros pueblos un movimiento intelectual henchido de ideas y sentimientos fecundos y una (sic) y animado por la fuerza de (sic) en que hallan la superior finalidad del arte. Además, la condición de boliviano aumentó el interés con que empecé la lectura de su libro. Su patria de usted es quizá la nación suramericana de cuyo movimiento intelectual estoy menos enterado; por usted empiezo a conocer y a estimar a la novísima generación boliviana. Preserve usted en su orientación actual; inspírese siempre, como ahora, en ideas de interés real y merecerá bien de los suyos.
A continuación sigue un texto bastante parecido al que transcribe Arguedas en el prólogo: “Nuestra América triunfará de las enfermedades de su infancia y será grande y fuerte. Pero para ello es necesario que el espíritu amor de la verdad, digan dónde está el mal, como usted lo dice”. Al margen de la hoja, Rodó anotó una idea más, que no fue incorporada al prólogo: “El pesimismo es un optimismo paradójico y de eficacísima acción, cuando tiene un carácter relativo y provisional que reconoce por límites la posibilidad y la necesidad de acudir al remedio de los males que se denuncian”.59
Cabe mencionar también, que ésta no era la primera ocasión en que Rodó utilizaba la metáfora del menor de edad, del infante, el cual retoma un sentido filosófico.60 En la correspondencia con el español Miguel de Unamuno (iniciada tras la publicación de su Ariel en 1900), el uruguayo explicita en una carta fechada el 12 de octubre de 1900, que ambos comparten un mismo propósito: “Nuestros pueblos (España por ser anciana y América por infantil) son perezosos para todo lo que signifique pensar o sentir de manera profunda y con un objetivo desinteresado. No importa; trabajaremos mientras nos quede un poco de entusiasmo, estimulándonos recíprocamente los que formamos la minoría más o menos pensadora”.61 En respuesta, Unamuno le escribe el 13 de diciembre de ese año para felicitarlo por esta definición, “Qué exacto lo que me dice de que España es anciana y América infantil, hay que trabajar”. Con ello quiere decir que era necesario “sacudir a los pueblos dormidos y que penetren en sus honduras, que en ellas nos encontraremos todos”. Ese deseo es un fin común y los reúne pese a sus diferencias.62
Conclusión
Aunque hay diferencias generacionales significativas entre Rodó, Unamuno y el joven Arguedas, los tres coinciden en la reafirmación del papel del intelectual en sus diagnósticos de las enfermedades sociales y su seguridad en que eran ellos (y no los políticos), quienes debían prescribir los remedios. Pese a esto, es factible pensar que la metáfora del menor de edad no modificó la metáfora de la enfermedad en Arguedas. Lo que se produjo no fue un cambio, sino un acomodo producido en buena medida por el propio Rodó al intentar encontrar puntos de contacto con el boliviano, superando las diferencias generacionales entre idealistas y pesimistas. Hizo alusión al espíritu, pero en relación con la verdad, elemento sustancial de la matriz cientificista a la que aspiraba el boliviano. Lo identificó como “pesimista paradójico”, pero le dio una vía de escape al convertirlo en un optimista que busca a través del diagnóstico de los males, encontrar remedios sociales. Arguedas tomó el cumplido de Rodó y aunque dijo haber ensanchado su mirada, lo cierto es que no rompió con el biologicismo social. Seguirá siendo esta matriz desde la que asume los males de la infancia de estas naciones. Estamos de acuerdo con Aronna al decir que la inclusión de esta carta responde más a un acto de reafirmación del autor que a un verdadero cambio porque éste siguió sosteniendo que era el problema racial -no importaba si por ser niños o jóvenes naciones- el que desde un punto de vista psico-biológico daba esa inferioridad que hacía imposible para algunos países latinoamericanos adaptarse a la modernidad.63
Si esta matriz se mantuvo, no es extraño que la desilusión también continuara. Sabemos que en los siguientes años, aunque intensos en vida política, no mejoraron este problema. Después de la publicación de la nueva edición de Pueblo enfermo, Arguedas, ya radicado en Bolivia, continuó publicando cartas públicas en oposición a los gobiernos en turno, lo que le acarrea problemas políticos y una seria golpiza que lo lleva al hospital, convirtiéndose en un “símbolo de la oposición”. Por esto, es electo senador por La Paz y en 1940 nombrado Ministro de Agricultura, cargo al que renuncia al año siguiente. Ese mismo año es nombrado embajador de su país en Venezuela, puesto diplomático al que renuncia en 1943. Los siguientes dos años viaja a Buenos Aires, donde se queda tres meses para firmar el contrato de reedición de Raza de bronce con la editorial Losada y pronuncia una conferencia, invitado por la Comisión de Cooperación Intelectual Argentina. A su regreso a Bolivia, sufre un ataque al corazón y fallece en su país el 6 de mayo de 1946 pero se publica como obra póstuma.64
Años después Pueblo enfermo es reeditada en varias ocasiones, al tiempo que las polémicas sobre su autor y la obra se amplían y reproducen, generalmente en la politización ya señalada.
El objetivo de este trabajo no fue entrar en esos debates, sino encontrar nuevas rutas. Una de ellas, la que subtitula este texto, hace referencia a la desilusión como problema. Lo visto hasta aquí permite ratificar la concepción de que Arguedas fue parte de ese grupo cientificista, que al buscar males sociales se enfrentó con la frustración de que sus obras en lugar de ser consideradas como rutas a seguir por parte de los dirigentes, fueron un recordatorio de que su relación con el presente de su país era frustrante. Lo que salvó al libro de Arguedas en todas sus ediciones del fracaso editorial fue su buena acogida en ciertos círculos de España y Francia. En este contexto, es interesante dejar para futuras investigaciones la posibilidad de ahondar en el estudio del influjo que tuvo en Arguedas, como en otros miembros de este grupo de pesimistas, la idea de desilusión.
Como Andrés Kozel plantea, no existe una relación simple entre fracaso, pesimismo y desilusión porque todo pensamiento de fracaso es predominantemente pesimista, pero no todo pensamiento pesimista es necesariamente de fracaso o desilusión. Este pensamiento parece caracterizarse por una compleja relación con “un conjunto de certezas más o menos nítidas acerca del porvenir de la colectividad”. Para el autor, la aparición de los pesimismos tiene que ver con la crisis de esa “experiencia de modernidad”, donde el progreso ya no fue percibido lineal y la modernidad no había resuelto todos los problemas. Es necesario entender esas reflexiones sin etiquetarlas, sino al contrario, entenderlas como formas a través de las que los intelectuales se descentraron del papel de las etapas decimonónicas anteriores, donde fungían como consejeros del poder.65
Como menciona Paula Bruno, el replanteo del compromiso intelectual en el cambio de siglo se presentó en distintos escenarios donde simultáneamente jugaron fuerzas en paralelo para forjar “repertorios identitarios”. Pese a sus diferencias, comparten estos “desencuentros de la modernidad”, ayudan a ubicar esta literatura cientificista en un marco de ideas diverso -y a veces contradictorio-, que no puede ser entendido sólo como un positivismo latinoamericano de carácter lineal. El “ensayo social pesimista” mantiene la búsqueda “por alcanzar una unidad y garantizar un futuro posible para América Latina”.66
Retomando estas ideas, me pregunto hasta dónde la elaboración discursiva de la desilusión de Arguedas en Pueblo enfermo puso de manifiesto las crisis que resonaban en distintos actores de la intelectualidad latinoamericana: la de los residentes en París que con matices miraban a sus naciones y alertaban de los peligros; la de los cientificistas que, imbuidos de lecturas varias, diagnosticaban males; la de sus propios compatriotas bolivianos que habían resentido las pérdidas de su país. Para responder con mayor claridad es necesario desentrañar aún las especificidades de esta desilusión. El estudio de las metáforas permitiría romper la falsa idea de que idealistas y pesimistas no compartían ideas más profundas y arraigadas para los intelectuales latinoamericanos como la de civilización y modernidad.
Siglas
FMU, Fonfo Manuel Ugarte, Archivo General de la Nación, Buenos Aires, Argentina.