Hace un par de años, Guillermo Zermeño Padilla preguntaba si estamos en el umbral de una nueva teoría de la historia como parte de una tendencia que se interesa por pensar las condiciones de posibilidad de la historia. Al tiempo, cuestionó la necesidad de una reflexión de este tipo desde América Latina. Como parte de su respuesta, el historiador mexicano sugirió que las investigaciones actuales sobre la materia desconocen espacios privilegiados, pues “[…] Lo que sí hay y diferencia cada lugar, son las formas de la historia que se cultivan en cada región”.1De esta manera, el objeto de atención ha de ser el de los contextos particulares en que se despliegan problemas globales compartidos por comunidades de historiadores cada vez más interconectadas y preocupadas por su práctica.2Este planteamiento sirve de punto de partida para preguntarnos por qué y para qué convocar hoy a un dossier sobre historiografía a nivel iberoamericano.
Una posible respuesta la ofrece el historiador Chris Lorenz, radicado en los Países Bajos, quien señala que el interés por la teoría de la historia y la historiografía puede estar asociado a la existencia de una crisis disciplinar.3 Aunque preferimos tomar con cautela esta tesis, consideramos que existe una suerte de preocupación dentro del gremio, cada vez más evidente, por conocer cómo se ha desarrollado, institucionalizado y profesionalizado el trabajo de los historiadores, especialmente desde finales del siglo xviii. En la actualidad, circunstancias como el boom conmemorativo -particularmente en el mundo iberoamericano- la hiperespecialización en los objetos de estudio asociados a la crisis civilizatoria en materia climática, migratoria y social, aunado al impacto de la revolución digital en las metodologías históricas, han incidido en la eclosión de trabajos que se preguntan por la utilidad, pertinencia social y alcances del conocimiento histórico.4Esto se ha traducido en la problematización de las escalas temporo-espaciales, particularmente, la reivindicación de la larga duración como una forma de responder al presentismo imperante.5
Este contexto nos conduce a retomar la indisoluble relación entre teoría de la historia e historiografía en tanto dimensiones de lo que podríamos llamar, sin abusar de la expresión, el giro reflexivo de la historia.6Como se sabe, la primera remite a la fundamentación epistemológica, ética y política de la historia al considerar aquello que debe existir para transitar del pasado hacia la producción de saber histórico. Por su parte, la historiografía se interesa por la verificación de las formas como se ha escrito, producido y elaborado el análisis histórico a lo largo del tiempo.7Una y otra tienen como objeto la validez de la operación historiográfica, concepto que, según enseñó Michel De Certeau, pone el acento en la naturaleza práctica y social del oficio de historiar.8La tradición alemana también nos recuerda ese nexo inextricable entre teoría e historiografía pues, de acuerdo con Jorn Rüsen, se torna imposible hacer historia sin ahondar en la crítica de sus fundamentos epistemológicos, las condiciones sociales de posibilidad y sus implicaciones públicas.9
Junto a estos elementos de orden teórico, el presente dossier tiene tras de sí un hecho significativo que confirma el interés en varias latitudes por pensar y estudiar la historiografía. En 2021, se creó una red de historiadores e historiadoras de los dos lados del Atlántico interesados en visibilizar y potenciar investigaciones que venían desarrollándose de manera dispersa. Aunque novel, este espacio ha venido posicionándose como un lugar de encuentro -por ahora virtual-- entre interesados en los caminos que ha recorrido la labor de los historiadores y la fabricación del pasado por parte de letrados y profesionales de diferentes naciones entre los siglos XIX y XX. Con una importante participación de especialistas, principalmente del Cono Sur, la Red Iberoamericana de Historia de la Historiografía (RIHH), como es su nombre formal, celebró el pasado mes de octubre su primer coloquio. Allí se dieron cita los miembros fundadores de la red y jóvenes investigadores quienes presentaron sus trabajos en torno a las siguientes líneas: historiografía e historia de la enseñanza de la historia; intersección entre historiografía, historia intelectual y cultura escrita; procesos de institucionalización y profesionalización de la historia; sociabilidades, redes historiográficas, diplomacia cultural y circulación del saber histórico; historia de la historiografía de la ciencia y, por último, usos públicos del pasado, la historia y políticas de la memoria.
Las ponencias nos dejaron ver un renovado interés por el lugar que desempeñan las revistas -académicas, de letras y especializadas- en la divulgación del conocimiento histórico. A ello se suma el peso y lugar de la historia en las relaciones entre las provincias y las capitales dentro del proceso de formación de las comunidades nacionales. A tono con las actuales discusiones sobre las transferencias de saberes, algunos investigadores exploraron traducciones y vinculaciones con tradiciones historiográficas en diferentes marcos nacionales y subnacionales, así como la configuración de redes historiográficas de carácter transnacional. En este panorama mantiene su vigor un ámbito como el de los usos políticos del pasado y la historia por parte de diferentes actores institucionales y sociales quienes acuden a lo histórico para legitimar sus apuestas políticas.
El acercamiento que hemos tenido a los debates teóricos arriba señalados y la acogida que tuvo el evento en medio de la pandemia, nos condujeron a pensar en la posibilidad de organizar un dossier que sirviera para distinguir el estado de los estudios historiográficos en el mundo iberoamericano. A partir de tres entradas, procuramos dar a conocer las principales preguntas que orientan en la actualidad este tipo de estudios, algunos de los desarrollos alcanzados y las posibilidades que se abren en el horizonte para quienes inician en este campo. Entre los interrogantes que atraviesan el ejercicio historiográfico se destacan aquellos que inquieren por los sujetos y grupos interesados por dar forma al pasado, los mecanismos de agrupación y la creación de instituciones formales, medios impresos e incluso programas profesionales. De la inquietud por quiénes escriben la historia en nuestros países también se desprenden otros cuestionamientos acerca de qué tipo de historia es la que ha circulado, cuáles son los espacios sociales más relevantes y a través de qué medios se logra la apropiación del saber sobre lo acontecido.
Los artículos incluidos en el dossier constituyen en cierto modo la confirmación de tales tendencias, aunque también sugieren nuevas incursiones en terrenos que esperan ser transitados. En este sentido, Guillermo Zermeño abre el número con una reflexión acerca de la condición postnacional del quehacer historiográfico. Para ello, toma como prisma dos momentos de las relaciones historiográficas entre España y América: el primero, aquel protagonizado por Marcelino Menéndez y Pelayo y Rafael Altamira que se extendió hasta los años setenta y el segundo, del que hace parte el autor y que ha estudiado en otras ocasiones, que remite a la experiencia de Iberconceptos en un contexto marcado por la globalización y la superación de los marcos nacionales para hacer historia.
El interés por la historiografía decimonónica se extiende en el texto de Patricia Cardona a la pregunta por la institución de una nueva experiencia del tiempo luego de las independencias. A través de impresos populares como almanaques, calendarios y guías de forasteros, evidencia que estos artefactos también contribuyeron a la divulgación de recetas útiles, información política, comercial e histórica, a la par que expresaron los cambios políticos producidos por la modernidad. Con base en una documentación poco explorada para el caso colombiano, Cardona sostiene que estas tecnologías del tiempo fueron vitales en la formación de los lazos comunitarios que exigía la vida republicana, divulgando la idea de un pasado compartido y una temporalidad común que pretendía hermanar a los habitantes de los diferentes lugares del territorio colombiano.
A través de un estudio que abarca los siglos XIX y XX, Claudio Aguayo inquiere por la llamada historiografía reaccionaria chilena que ha pasado desapercibida por parte de los investigadores en buena parte de Latinoamérica. El autor analiza la ensayística de los intelectuales católicos del siglo XX y de otros pertenecientes a la derecha chilena del siglo XX, con el fin de mostrar el lugar que ocupa el anacronismo en los usos que estos actores han realizado de la historia para fundamentar sus posturas en el debate público austral. Apoyado en un considerable sustento teórico, Aguayo propone fijar la atención en las relaciones entre la no-sincronicidad, la interpretación schmitiana de la teología política y los aportes de Hans Blumenberg, para comprender cómo el pensamiento reaccionario no exaltó “una imagen lineal y sincrónica de la historia, sino que se nutre de una representación excepcionalista del evento revolucionario y de las respuestas que podrían dársele”.
Las entradas historiográficas al siglo XX se caracterizan por su amplia variedad y versatilidad, no solo por los espacios geográficos estudiados sino también por la novedad que representan en cuanto a objetos de estudio y enfoques de análisis. De esta forma, Camila Ordorica se ocupa de una institución fundamental para el desarrollo de la historiografía mexicana. A partir del estudio del Archivo General de la Nación, la autora propone entender la archivística como una ciencia auxiliar de la historia que ha sido feminizada y cuyo desconocimiento es resultado de supuestos argumentativos con referencia a premisas sexistas. Este trabajo permite apreciar una faceta inadvertida en la configuración de dicha institución cultural e introduce el interés por la feminización de ciertas profesiones ligadas estrechamente al devenir de la ciencia histórica en México.
Ahora bien, no todos los trabajos remiten al marco nacional de la práctica historiográfica. Alexander Betancourt investiga cuáles fueron las condiciones culturales que se dieron para la creación de un centro de historia en la ciudad de Manizales, capital del departamento de Caldas, ubicado en el centro-occidente colombiano. Para ello, enmarca su pesquisa en el papel que jugó la Academia Nacional de Historia en la apertura de tales espacios en otras ciudades y ofrece una visión general sobre el contexto editorial, intelectual y literario caldense. El artículo también trata algunos aspectos de la revista Archivo Historial, una de las principales realizaciones editoriales de la institución objeto de análisis. Este trabajo nos recuerda la relevancia que tiene la cultura letrada local, más allá de sus múltiples limitaciones, para la fabricación de pasados subnacionales y la formulación de proyectos identitarios de alcance nacional.
El problema de la profesionalización de la historia constituye un tema de especial interés, particularmente como una forma de evidenciar la transición entre formas consideradas tradicionales y el papel que comenzaron a jugar los primeros historiadores profesionales en la esfera pública. Así, Ricardo Teodoro Alejandrez estudia la cultura política conmemorativa mexicana en torno a la coyuntura del centenario de la Constitución de 1857, ocasión precisa para dar cuenta cómo la naciente historiografía universitaria hizo de la efeméride una plataforma para asentarse en el campo cultural e intelectual dominado por un discurso nacionalista. Con base en el estudio de las publicaciones conmemorativas, el autor escudriña en el complejo proceso de autonomización del campo historiográfico a mediados del siglo pasado, momento desde el cual se comenzó a reevaluar el sentido de la historia nacional elaborada desde el Porfiriato por algunos políticos-letrados.
A medida que nos adentramos en el siglo XX, los investigadores e investigadoras se han visto en la obligación de ampliar su mirada hacia la estrecha relación que tuvo la disciplina histórica con las ciencias sociales a nivel continental. En tal sentido, la contribución que cierra este dossier trata la experiencia del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (clacso) durante la última dictadura argentina. A través del estudio de su boletín, Martha Rodríguez propone entender esta institución como un refugio intelectual para varios académicos que vieron diezmadas sus posibilidades tras la afectación de la universidad pública por parte del régimen militar. Con ello, la autora abre una ventana para pensar la historia de las ciencias sociales en clave supranacional y los fuertes vínculos que, desde la segunda mitad del novecientos, han sostenido con la disciplina histórica. Cuál ha sido el impacto de este diálogo, preconizado por parte de los fundadores de Annales en la profesionalización y estandarización de la historia universitaria, es una tarea pendiente que la autora instala con su contribución.
Como se puede apreciar, las colaboraciones que aparecen en el dossier están lejos de agotar las inquietudes historiográficas de los interesados en estos temas. Muestra de ello fue la recepción de interesantes trabajos que, si bien no figuran en esta selección, dejan ver otros caminos a recorrer. Por ejemplo, llama la atención que varios colegas, ubicados en puntos geográficos distantes y pertenecientes a tradiciones académicas disímiles, se ocupen de profundizar las relaciones entre historia, literatura y filosofía. Ya sea a través de las historias literarias que se publicaron en algunos países en el siglo XIX o las discusiones de orden filosófico que se intersecan con la teoría de la historia, parece que allí hay una veta por trabajar sistemáticamente. De la misma forma, aparecen otros temas sugerentes como la historia del vínculo entre la historia profesional y el mundo escolar, así como las diferentes formas como se han representado figuras heroicas en los relatos históricos nacionales.
Para cerrar esta breve introducción solo me resta agradecer a los y las colegas que confiaron en la convocatoria y tuvieron a bien remitir sus manuscritos, a las decenas de evaluadores de toda América Latina, quienes con gran profesionalismo y eficiencia contribuyeron al mejoramiento del dossier. Finalmente, debo hacer reconocimiento público al trabajo adelantado por el Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH), institución que cumple una gran labor en la promoción de los estudios sociales en el hemisferio. Aspiramos que los siete artículos que conforman el dossier sean de interés para los lectores y, sobre todo, que contribuyan a animar la discusión acerca de la complejidad que entraña la reflexión historiográfica como una forma de mantener la creencia en la ciencia histórica en tiempos cada vez más presentistas.10