Introducción
El siglo XIX atestiguó el surgimiento de las exposiciones universales como escaparates para mostrar el progreso y grandeza de los imperios de la época; dichos eventos generaron una amplia literatura que aborda desde diferentes perspectivas, disciplinas e intereses la relevancia y repercusiones de esas exposiciones universales.1 El origen de estas exposiciones se dio en un contexto de afianzamiento del sistema capitalista, de los Estados-nación y la emergencia de las identidades nacionales. Las exposiciones universales de la época constituyeron espacios donde se yuxtapusieron diversas manifestaciones, una de ellas era la representación a escala de una nación y del mundo,2 así como ejercicios de pedagogía y la exhibición de los avances técnicos e industriales más relevantes de los países;3 la impronta de civilización y progreso; la expresión de cierta cultura visual y el enaltecimiento de la modernidad.4
En relación con esto último, las exposiciones universales han sido consideradas por la historiografía como un “fenómeno geopolítico de la modernidad, asociado al surgimiento de las clases medias en todo el mundo y a los movimientos nacionalistas y colonialistas que moldearon las relaciones internacionales de la época, así como la emergencia de una red de exhibiciones o ‘cultura de la exhibición’ que conecta diferentes lugares y épocas en la historia de la humanidad, haciendo posible desarrollar un repertorio y patrón en el lenguaje de dichas exhibiciones”.5
Asimismo, las exposiciones universales se entendieron como espacios trasnacionales que contribuyeron a la movilidad de personas y objetos convirtiéndose en “espacios de conocimiento global”,6 también significaron una oportunidad para exhibir lo más representativo de cada país con la finalidad de atraer inversiones y ampliar mercados para sus productos naturales e industriales.7 Otra de las finalidades fue fortalecer los vínculos entre los participantes y mostrar al mundo una imagen de progreso y modernidad, principalmente en las ciudades sedes. De tal suerte que en donde se llevaron a cabo estos eventos fueron centros urbanos e industriales de Europa y América (Londres, Nueva York, Filadelfia, Nueva Orleans, Chicago y París) que se consideraban el epicentro de la modernidad y el cosmopolitismo cultural y financiero de la época.8
El primer país en organizar una exposición universal fue Inglaterra en 1851, y a partir de esa memorable exposición, la cual fue una muestra exponencial de lujo, talento e ingenio humanos, varios países replicaron la idea, por lo que hubo una multiplicidad de ellas como: la Exposición de Nueva York en 1853, que se llamó oficialmente The Exhibition of the Industry of All Nations que retomó el nombre y la construcción del Crystal Palace, pero ahora en Reservoir Square; la Exposición Universal de París en 1867; la Exposición Universal de Filadelfia de 1876; la Exposición de Boston, llamada Exposición Americana de los Productos, Artes y Fábricas de las Naciones Extranjeras en 1883; la Exposición Mundial del Centenario del Algodón de Nueva Orleans” de 1884, la Exposición Universal de 1889 en París; la Exposición de Chicago de 1893, denominada La Exposición Colombina del Mundo; la Exhibición Internacional de los Estados Algodoneros en Atlanta de 1895; la Exposición Internacional de los Estados del Mississippi en Omaha de 1898 y la Exposición Universal de 1900 en París. En todas ellas, cada país exhibió lo más característico de su producción agrícola, materias primas, productos comerciales e industriales, desarrollo técnico a través de la maquinaria, obras de ingeniería y arquitectura que luego serían íconos nacionales; el ejemplo más emblemático es la Torre Eiffel. Asimismo, se difundieron los avances industriales más relevantes que mostraban la transición del barco de vapor a la electricidad.
En el caso de América Latina, en el que el avance científico y tecnológico era modesto y distaba del modelo de los países líderes de la época, como Inglaterra, Estados Unidos o Francia, esta brecha era muy marcada. En las primeras exposiciones universales las muestras presentadas por los latinoamericanos tenían una característica en común: eran productos exóticos o curiosidades que, si bien llamaron la atención de los visitantes, estaban lejos de ser innovadores o contribuir al desarrollo científico o técnico en la era de la Revolución Industrial. Por otro lado, la mayoría de ellos ni siquiera mostraron su diversidad de recursos naturales, como la silvicultura, peletería, orfebrería o minería, lo cual les hubiera dado una ventaja comparativa con los países europeos. Ese fue el caso de México en su primera participación. No obstante, como veremos más adelante para los países latinoamericanos y en particular para México, la relevancia de estos escaparates residió en que éstos ofrecieron la oportunidad de mostrarse como partícipes en la senda del progreso, pues su presencia los validaba como parte de las naciones progresistas y civilizadas de época.9 Además, les proporcionó la ocasión para exhibir la riqueza de su patrimonio cultural, así como la posibilidad de conocer las innovaciones que en los ámbitos técnico, científico y cultural se presentaban en el mundo para replicarlas.
La participación de México en las exposiciones universales sucedió en momentos significativos del país. Es decir, la segunda parte del siglo XIX constituirá una etapa definitoria de lo que más tarde será el Estado mexicano. El período que se inició con la guerra de reforma durante el gobierno de Benito Juárez (1858-1872) seguido de la intervención francesa en 1862 y pasando por el intento de Segundo Imperio mexicano (con Maximiliano de Hasburgo)10 representaron momentos cruciales para la posterior consolidación de un Estado republicano, federal y laico. El triunfo del gobierno de Juárez y los liberales, en 1867, resolvió la perenne dicotomía entre monarquía y república; centralismo y federalismo; conservadurismo y liberalismo que tanto daño le hizo al país desde el inicio de su vida como país independiente. Sólo hasta ese momento México pudo ir construyendo una narrativa centrada en un pasado heroico (el uso de la historia), en la exaltación del indigenismo y el mestizaje (la cultura), así como en el uso de los monumentos (símbolos) para la difusión de los contornos de la identidad nacional. Evidentemente, ideas sustentadas por la élite gobernante y que estaban relacionadas con la idea de modernidad y cosmopolitismo de la época.11
Al comparar la participación de México en las tres exposiciones podemos constatar la importancia y el peso específico que el país le otorgaba en el siglo XIX a sus relaciones bilaterales con Inglaterra, Francia y Estados Unidos. Con Estados Unidos como vecino histórico y futuro socio comercial, con Inglaterra buscaba renegociar la deuda inglesa, hecho que resultó en una reducción considerable del monto global,12 y a cuya operación se le llamó la “Conversión Dublán”.13 En el caso de Francia se buscaba reanudar las relaciones diplomáticas que se habían deteriorado con la Intervención Francesa del Imperio Napoleónico y la caída del Segundo Imperio mexicano. Porfirio Díaz buscaba conciliar para atenuar las ambiciones expansionistas de los tres países a través de una imagen de unidad nacional y progreso civilizado. Por ello, el gobierno de Díaz veía a las exposiciones universales como un medio para diversificar sus relaciones con otras naciones del mundo.14
En este artículo, por razones de espacio sólo se abordará la participación de México en tres de las más importantes: la de 1851, la de 1889 y la de 1900. En parte, porque esta periodicidad nos permite comparar los distintos contextos en los que se decidió acudir; y por otra, porque esa selección contribuye al análisis de la evolución de la narrativa exhibida por México en esos eventos. Con ello pretendemos mostrar que las exposiciones universales fueron para México una oportunidad para dar a conocer no sólo sus expresiones culturales y artísticas, sino también para promover una idea de país que se alineaba a los cánones de la época: progreso, civilidad y paz. Esto es, mostrarse como un país en pleno desarrollo en la era del progreso industrial, científico y técnico. En otras palabras, esas exposiciones nos permitirán responder a las preguntas ¿Cuál fue el propósito de México al participar en las exposiciones universales más importantes de la época? ¿Qué idea de México generaban los objetos y productos exhibidos en las exposiciones universales? ¿En qué consistía la narrativa que se promovía en los pabellones de México en las exposiciones universales?
Eso resulta relevante porque la idea que subyace en este texto es que la proyección de la cultura de un país hacia el exterior es una acción característica de lo que a partir del siglo XX se denominó diplomacia cultural.15 Una acción llevada a cabo por diversos países para promover su identidad, valores, símbolos, tradiciones, estilos de vida, así como las manifestaciones artísticas más sobresalientes para posicionarlos como un país admirable, de tal suerte que generen un clima propicio para la cooperación y los negocios con países con los que se mantiene relaciones.16 Evidentemente, en el período aquí abordado esta estrategia de diplomacia cultural estaba en ciernes, pero ese vínculo entre exposiciones universales como espacios para la yuxtaposición de una variedad de ámbitos (comercial, cultural, industrial, tecnológico y educativo) fue el antecedente inmediato de lo que más tarde se denominaría diplomacia cultural. El artículo consta de tres apartados. En el primero se describe la Exposición de Londres de 1851; en la segunda parte se aborda la Exposición Universal de París de 1889 y en la tercera se analiza la Exposición Universal de 1900. Finalmente, se presentan unas reflexiones finales.
Est Etiam in Magno Quaedam Respublica Mundo. La Exposición Universal de 1851 (Los primeros pasos)
La presencia de México en las exposiciones universales se puede rastrear desde la primera mitad del siglo XIX con su participación en The Great Exhibition of the Works of Industry of All Nations mejor conocida como la Exposición de Londres de 1851, considerada la primera en su tipo que sentó las bases de todas las exposiciones universales en el mundo. Esta exposición en Inglaterra se dio en un contexto de cambios; por un lado, el surgimiento de la nueva clase obrera y trabajadora con sus conquistas sociales que daban cuenta del progreso y la entrada a la modernidad de la sociedad británica; y por otro, el Imperio Británico vivía una especie de boom económico y progreso industrial, científico y técnico que le permitió a la alta burguesía tener condiciones económicas de bonanza en la era victoriana. En este marco de optimismo de una burguesía en pleno desarrollo, el Príncipe Alberto encabezó la Comisión Real y concibió la idea de la construcción del Crystal Palace en Hyde Park,17 creado por Joseph Paxton, como escaparate y pasarela para los países que deseaban mostrar sus productos, pero sobre todo para que el Imperio Británico manifestara su poderío económico y sus prodigios industriales, así como hacer gala de un cierto nacionalismo británico que refrendara la imagen de un país industrializado, moderno y vanguardista frente a las otras naciones del mundo.18
La Exposición de Londres fue inaugurada por la Reina Victoria el 1 de mayo y se clausuró el 15 de octubre de 1851. Fue una demostración de las transformaciones, los prodigios industriales y técnicos en el mercado mundial. Como bien señala un investigador del siglo XIX mexicano: “La máquina de vapor, verdadera alma de la técnica moderna que impulsaba todas las ruedas era brillantemente aclamada como el invento máximo del que se enorgullecía el hombre”.19 Asimismo, fue el parteaguas que permitió la emergencia de un nuevo grupo de espectadores y turistas que se maravillaron ante la opulencia de las naciones líderes y el descubrimiento de otros países del orbe que ahí se presentaron. En efecto, aparecieron nuevos espectadores: la aristocracia, mandatarios y funcionarios de países extranjeros al igual que las clases trabajadoras, obreros y campesinos. Esto fue posible gracias a los avances en los modos de transporte que permitieron en décadas anteriores el surgimiento del ferrocarril y el barco a vapor con lo que se inauguraría una nueva era de viajeros.
Por otro lado, fue un impulso para la prensa y la publicidad. La industria editorial de la época se benefició con la impresión de folletos, catálogos y libros en varios idiomas que daban cuenta de la Exposición, así como diversas guías turísticas de Londres, lo cual contribuyó a la promoción nacional e internacional del Imperio Británico.20 Algunos analistas estimaron que la asistencia a dicho evento contribuiría a la mejora de la educación y el conocimiento de los asistentes y la consideraron un hito para la generación que asistió debido a que la presenciaron 6,039,195 millones de personas.
Pero no todo fue “miel sobre hojuelas”, mientras que la mayoría de la prensa alabó la iniciativa, al mismo tiempo varias voces críticas a través de caricaturas y sátiras políticas plasmaron la idea de que más que buscar la unión o la paz internacional, el Imperio Británico quería mostrar su grandeza y superioridad dejando en evidencia la “otredad” de las naciones que no estaban al mismo nivel abriendo así la brecha entre países ricos y pobres en un mundo industrializado.21 Algunos caricaturistas ingleses llegaron incluso a comparar el palacio de cristal con una jaula o peor aún, con un zoológico. Por un lado, se mostraba el poderío británico y europeo, y por otro, el “exotismo” del resto de la comunidad internacional en donde reinaba lo salvaje, lo bárbaro; en pocas palabras, lo atrasado, y con ello se exacerbó el racismo con tintes xenofóbicos.22
Los países asistentes a la Exposición en Londres no participaron en igualdad de circunstancias, como fue en el caso mexicano en el que no obstante su riqueza cultural y agrícola, las limitaciones económicas y la inestabilidad política le llevó a presentar una muestra fútil perdiendo la oportunidad de demostrar que tenía mucho que ofrecer al mundo en materia agrícola y artesanal. El contexto mexicano en el que se dio la exposición era complejo. El país vivía un período convulso, pocos años antes Estados Unidos había declarado la Guerra a México y como consecuencia de ello perdió gran parte de su territorio. Por otro lado, en un manifiesto de la Cámara de Diputados se expusieron los problemas económicos y hacendarios por los que atravesaba México:
En la más completa anarquía la administración financiera, enagenadas ó [sic] destruidas las rentas más pingües, del erario, consignado el 57% de los productos marítimos a privilegiados acreedores, subyugado el gobierno por créditos imprevisivamente elevados al rango de convenciones diplomáticas, y suspensos los pagos de deudas dignas de considerarse con toda preferencia, la presente era de descrédito y de injusticia el porvenir de bancarrota y de disolución… La crisis aparecía sembrada de dificultades y peligros: era una crisis realmente sin salida.23
De acuerdo con este manifiesto las causas de esa severa crisis recaían en la imprevisión de los gobiernos que permitieron el robustecimiento de los intereses particulares hasta el extremo de hacerlos más poderosos que los intereses públicos, aunado a la especulación y el peculado. En este contexto de inestabilidad política y crisis económica en México aconteció la Gran Exposición Universal de Londres en 1851, en la que el país anfitrión buscaba la expansión de nuevos mercados, el progreso industrial y la bonanza económica inglesa.
En este entorno nacía un nuevo tipo de literatura: la literatura de viajes;24 es decir, varios de los países asistentes, particularmente los europeos, contaron con escritores que dejaron testimonio sobre dicha exposición. Luego de que los visitantes extranjeros regresaran a sus países de origen, muchos de ellos escribieron sus experiencias y fue en este período que la literatura de viajes vivió una etapa muy fructífera. Payno lo deja entrever al afirmar:
No hay estranjero [sic.] ilustrado de los que visitó Londres que no haya escrito algo de la Exposición; y franceses, españoles, italianos, alemanes y turcos, todos han regresado a su país a referir de palabra ó por escrito lo que vieron, lo que observaron y lo que aprendieron.25
La asistencia de México quedó registrada por uno de los ilustres personajes del siglo decimonónico, quien reseñó de manera ágil y cargada de evocaciones su experiencia. Esta figura fue Manuel Payno Flores, escritor y diplomático mexicano, quien visitó la Gran Bretaña con la representación de la Agencia Financiera, cargo oficial que le otorgó el gobierno mexicano.26 La descripción que el diplomático hace del stand mexicano es aleccionadora, ya que consideró que México no estuvo a la altura al señalar que los mexicanos: “se mostraron indignos de ocupar un espacio en el regio palacio de cristal construido con alto costo y derroche de talento y energía humanos”.27
Los expositores mexicanos, de acuerdo con Payno, presentaron productos paupérrimos y de mala calidad en un aparador con el nombre “Figuras Mexicanas de Cera”.28 En un tono de decepción lo describió así: “En uno de los departamentos ingleses había un aparador y en él colocadas debajo de capelos de cristal hasta treinta figuras de cera que representaban un fraile confesando, un ranchero coleando un toro, una poblana, ocho ó diez figuras diferentes de salvages [sic] o mecos como aquí se llaman, un indio carbonero y algunas otras por ese estilo… Las tales figuras estaban muy distantes de tener la perfección el pulimento y verdad que muchas de las que todos los días se venden en el portal o en las calles de México. Eran hechas por un italiano llamado Montanari que había formado de esto un ramo de comercio en Londres”.29
La única participación mexicana fue consignada por Payno:
…especial mención de nuestro compatriota el Sr. D. Rafael Adorno. Hace algunos años siendo ministro de Estado el Sr. D. Luis de la Rosa, se le presentó el Sr. Adorno, manifestándole que había inventado una máquina para torcer cigarros y hacer puros con mucha velocidad y economizándose un 80% de costo de la manufactura.
El Ministro de la Rosa logró conseguirle un préstamo de entre 10 y 12 mil pesos y lo envió a Londres para que construyera la citada máquina y luego con ayuda de otros dos mexicanos que apoyaron este ingenioso invento, finalmente, el señor Adorno logró exponer a título personal en el departamento destinado a la maquinaria inglesa, la cual fue muy bien recibida y elogiada por los asistentes debido a la precisión y sencillez del artefacto. Este hecho le mereció una medalla del jurado que le fue otorgada por la Reina Victoria y el Príncipe Alberto, quienes le prodigarían grandes elogios.30
El diplomático mexicano criticó la falta de interés del gobierno de esa época para enviar otros productos que hubieran representado mejor al país.31 El investigador Napoleón Rodríguez lo resume de esta forma:
México al menos era un país rico en materias primas y objetos de la más variada cerámica y rica orfebrería, materiales con los que hubiera levantado los más encendidos elogios. Muebles y telas de algodón exquisitamente producidos por la industria nacional hubieran llamado también la atención.32
En una atinada crítica con tintes de orgullo nacional, Payno reconoce que México no hubiera podido competir con países como Inglaterra o Francia ni tampoco con países europeos menores, pero sí hubiera podido ocupar un lugar distinto en el Palacio de Cristal. Al hacer énfasis en la rica producción agrícola mexicana, minería, peletería y silvicultura señala que hubiera sido mejor enviar:
muestras de oro, plata, cobre, plomo, plomo argentífero, fierro, azufre, sal-gema, cal, alumbre, amianto, resinas, goma, maíz de 6 u 8 calidades diversas, trigos, harina flor, salvado, garbanzos, frijol, habas, chicharos, alverjones, pimienta, clavo, cacao, vainilla, liquidámbar, linaza, semilla de nabo, y otras oleaginosas, café, caracolillo, algodón, añil, cochinilla, ruibarbo y raíz de Jalapa.33
Asimismo, menciona frutas, conservas, aguardientes, frutos secos y más de trescientas clases diferentes de madera para la construcción de casas y muebles finos, pieles de venado y gamuza, para la fabricación de calzado, encuadernación de libros y otros objetos de peletería debido a que el país tenía abundancia de ganado y caza en las praderas mexicanas.
La presencia de México, así como la de América Latina, en esta exposición universal de 1851 fue poco significativa, casi testimonial.34 El camino para aprovechar estas vitrinas internacionales se construyó poco a poco; pero en esta primera experiencia, como lo afirma Majluf, las reconstrucciones arqueológicas o etnográficas no figuraron en las primeras ferias mundiales, por el contrario, sobresalían las secciones industriales y de las bellas artes.35
Al conocerse en México el éxito y lo rentable que había sido para Inglaterra la realización de la Exposición Universal de 1851, en noviembre de 1854 la prensa mexicana dio a conocer la intención del gobierno para que se llevara a cabo un proyecto similar para atraer inversión extranjera al país. Sin embargo, dicho proyecto no prosperó. En 1872 se volvió a plantear nuevamente la idea en el marco de la inauguración del ferrocarril que uniría a México y Veracruz, pero no contó con la anuencia del poder legislativo para discutir el dictamen argumentando la falta de recursos económicos y que, en caso de haberlos, era mejor destinarlos al ejército. Un tercer intento fue promovido por el General Vicente Riva Palacio, secretario de Fomento, quien motivado por los diversos premios que obtuvo México en la Exposición Centenaria de Filadelfia de 1876,36 proyectaba que la exposición tendría lugar del 1 de noviembre de 1879 a principios de febrero de 1880. La historiadora Clementina Díaz y de Ovando estudió ampliamente este episodio y señaló que el deseo de Riva Palacio era lograr que a través de esa empresa ambiciosa y civilizadora se diera impulso a la agricultura y el comercio, así como una importante derrama económica para el país con los beneficios que obtendrían el sector hotelero, de transportes y el de servicios; al mismo tiempo impulsaría la ciencia y las artes. De acuerdo con ella, el responsable del fracaso de la idea fue el propio presidente Díaz, quien veía en Riva Palacio un adversario fuerte para las elecciones presidenciales. Por tal motivo, con la intención de descalificarlo y sacarlo de la contienda electoral se canceló abruptamente el proyecto y como consecuencia, Vicente Riva Palacio renunció a la secretaría de Fomento en mayo de 1879.37
Image Building. México en la Exposición Universal de 1889 en París
Luego de sortear un período de reconstrucción nacional debido a los largos años de constantes luchas políticas internas, de períodos intervencionistas por parte de potencias extranjeras y de una crisis económica, México se empeñó en mostrar el progreso y modernización logrados por el gobierno del presidente Porfirio Díaz. La Feria de Filadelfia de 1876 es considerada la primera participación oficial de México y junto con la Exposición Universal de Nueva Orleans de 1884 dio inicio a la proyección internacional de México. Es decir, para 1889 México ya tenía alguna experiencia en las exposiciones y ferias mundiales. Ello fue posible gracias a la estabilidad política y económica lograda durante el mandato de Díaz, los vínculos internacionales de la élite porfiriana (muchos de ellos formados en el extranjero; particularmente en Francia), así como el expertise de los encargados de las exposiciones y la habilidad de los artífices de la modernidad, los cuales contribuyeron a la construcción de una imagen moderna para México.
El siglo XIX mexicano no sólo fue un período histórico caracterizado por las constantes pugnas ideológicas y políticas de sus clases dirigentes que hicieron de México un país dividido y en guerra permanente,38 sino también un país en que a pesar de ese ambiente procreó una generación de hombres destacados que darían lustre a la literatura, la pintura y las artes, como Joaquín Fernández de Lizardi (conocido como El Pensador Mexicano), autor del El Periquillo Sarniento; Manuel Payno, escritor, periodista y diplomático creador de Los bandidos de Río Frío y El fistol del diablo; José Tomás de Cuéllar, escritor y diplomático, autor de la obra en 24 tomos titulada Linterna mágica (que reúne varias novelas); Juan A. Mateos, dramaturgo, poeta y escritor de El Cerro de las campanas y de la novela histórica Sacerdote y caudillo (memorias de la insurrección); Vicente Riva Palacio, abogado y escritor, autor de las novelas Martín Garatuza y Monja casada, virgen y mártir; Guillermo Prieto, historiador, escritor y poeta, autor de Lecciones de historia patria y los poemarios El romancero nacional y Musa callejera; Eligio Ancona, novelista, periodista y autor de las novelas históricas El filibustero, Memorias de un alférez y La Cruz y la espada; Manuel Acuña, poeta, fundador de la Sociedad Literaria Nezahualcóyotl y creador de Nocturno (considerada su obra maestra); Manuel Gutiérrez Nájera, poeta y escritor autor de Cuentos frágiles y Cuentos color de humo; Ireneo Paz, historiador, escritor, periodista y autor de una considerable obra, entre la que podemos mencionar dos de sus novelas históricas Doña Marina y la Piedra del sacrificio o sus monografías como Algunas campañas y México actual: galería de contemporáneos, así como sus leyendas históricas en trece tomos; finalmente, Ignacio Manuel Altamirano, abogado, escritor y periodista quien produjo una considerable obra literaria, poética y periodística entre las que sobresalen Navidad en las montañas, El Zarco y Clemencia.
En la pintura destacaba el nombre de Pelegrín Clavé, de origen catalán y director de la Academia de San Carlos entre 1846-1868, quien tuvo una gran influencia en los pintores de la época, así como la obra de Juan Cordero, cuyas obras más significativas son: El regreso de Colón en América y Moisés; Felipe Santiago Gutiérrez cuyo cuadro El juramento de Bruto y La cazadora de los Andes; José Agustín Arrieta, pintor costumbrista que retrató escenas decimonónicas, en particular de Puebla, y cuyo lienzo los Bodegones es uno de sus cuadros más destacados; finalmente, la obra de José María Velasco con sus lienzos de paisajes mexicanos como Valle de México siglo XIX, Valle de México desde el cerro de Santa Isabel, La Barranca del muerto, Patio del Exconvento de San Agustín, Hacienda de San Antonio Coapa y Ahuehuete de la Noche Triste, sobresalen en las postrimerías del siglo XIX. Todos ellos contribuyeron a dar forma a la riqueza artístico-cultural y al carácter nacional de México.
En este contexto, Díaz vio con beneplácito la participación de México en la Exposición Universal de 1889 que se llevaría a cabo en París, Francia, y alentó tres objetivos principales: 1) dar a conocer la situación actual del país en tierras galas; 2) promover la inversión extranjera; y, 3) fomentar la inmigración a nuestro país. México no había podido asistir a la Gran Exposición Internacional de 1878, pues las relaciones diplomáticas México-Francia estaban suspendidas debido a la intervención francesa en México. Sólo tras un arduo trabajo diplomático fue posible que el país participara en el gran evento parisino de 1889 con motivo del centenario de la “Toma de la Bastilla”.
En efecto, la presencia mexicana en la Ville Lumière fue posible gracias a la estabilidad política y económica que logró el gobierno de Díaz, aunado a la francofilia del presidente, así como la admiración que sentía por las proezas militares de Napoleón Bonaparte.39 La participación de México en esta exposición tuvo un doble acierto; en primer lugar, significó un acto simbólico de reconciliación con Francia y, en segundo lugar, propició la imagen de un México moderno. En un contexto de orgullo nacional (tanto para México como para Francia) se dio la Exposición Universal de París de mayo a octubre de 1889. La República Francesa conmemoraba el Primer Centenario de su Revolución y lo hacía con toda pompa y circunstancia. Era la primera ocasión que podía mostrar por todo lo alto su progreso y sofisticación, por lo que aprovechó la oportunidad para mostrarse ante el mundo como una nación líder.
Durante el mandato de Porfirio Díaz (1876-1911) se transformaron la arquitectura y el urbanismo mexicano.40 Los arquitectos porfiristas sentaron las bases de una metamorfosis de la arquitectura mexicana, pero siguiendo los lineamientos de la vanguardia francesa en la disciplina.41 Esta influencia marcó el perfil urbanístico de la Ciudad de México y ello se reflejó en el carácter arquitectónico que presentó el país en sus pabellones eclécticos en las exposiciones de 1889 y 1900, donde buscaba definirse con una marcada tendencia indigenista (azteca y maya) fusionada con el modelo neoclásico, en la búsqueda de un estilo arquitectónico nacional.42 En ese sentido, lo mexicano o la mexicanidad en las exposiciones universales pretendía retratar la naturaleza de la identidad nacional tomando como base las culturas prehispánicas y las manifestaciones artísticas representadas mayoritariamente por la pintura o la arquitectura.43
La colaboración mexicana se planeó desde 1884 a través de la Embajada de México en París. Luego de varias negociaciones, el presidente Díaz comisionó al ministro de Fomento, el General Carlos Pacheco. La ardua labor de construcción de una imagen nacional fue prolongada y diligente, tarea que se realizó mediante libros, folletos, discursos y parafernalia consagrada a la Exposición. El Comité Organizador estuvo integrado por el círculo cercano a Díaz y por personajes que ya tenían experiencia en exposiciones previas, como la de Londres (1851 y 1862), París (1855, 1876 y 1878), Viena (1873), Filadelfia (1876), Melbourne (1880) y Ámsterdam (1883) en donde se obtuvieron reconocimientos y premios.44
Como bien apunta un estudioso del tema: “para el equipo mexicano el componente más importante de la imagen de México era la obra pública, de la cual la élite porfiriana estaba muy orgullosa, pues ferrocarriles, puentes y fabricas eran signos de progreso, nacionalismo y civilización”.45 La imagen del pabellón estuvo a cargo de Antonio M. Anza y Antonio Peñafiel, quienes presentaron un edificio rectangular construido sobre una plataforma que rememoraba los teocallis aztecas, conocido como el “Palacio Azteca”,46 el cual sintetizaba los ideales de una nación con un pasado glorioso en búsqueda de un nacionalismo cosmopolita que estuviera en sintonía con los dictados vanguardistas del momento como lo proponían las grandes potencias. En casi todas las exhibiciones internacionales después de la mitad del siglo XIX estuvo presente en el Pabellón de México una réplica de la Piedra del Sol, mejor conocido como “Calendario Azteca”. En ese sentido, podemos considerar que la intención era crear un símbolo que representara “la mexicanidad” e identidad nacional de aquella época. De Pedro afirma que:
Ya en pleno periodo republicano bajo la presidencia de Don Porfirio se decidió mostrar a la Nación y también al mundo, los símbolos de la ‘patria mexicana’ de la que el ‘Calendario’ ocupaba un lugar privilegiado. A la vez que la arqueología indígena se convirtió, bajo su impulso, en un instrumento de publicidad de su poder político. Entre los años 1887 al 1910 el porfiriato desarrolló una intensa labor de propaganda exterior teniendo el trinomio Estado-Arqueología-Museo como referente.47
México presentó en esa ocasión diversas muestras de sus productos agrícolas, de su industria, de su ciencia y artes.48 Esto se logró, en gran parte, gracias a los artistas que dieron forma a los pabellones mexicanos. En esa ocasión, José María Velasco, el famoso paisajista mereció el beneplácito del gobierno francés que lo condecoró con la Cruz de la Legión de Honor.49 Asimismo, destacó la obra escultórica de Jesús F. Contreras, por lo que ambos fueron elogiados por los críticos y la prensa.50
En la Exposición Internacional de París de 1889 la sección artística mexicana tuvo tres tendencias: la paisajista, la indigenista y la religiosa.51 La primera estuvo representada por el pintor José María Velasco (quien presentó más de sesenta piezas), Alberto Bribiesca, Gonzalo Carrasco, José María Ibarrarán e Isidro Martínez. La labor de promoción del pabellón mexicano y el despliegue de relaciones públicas se llevó a cabo en gran parte gracias a Auguste Génin, un rico empresario franco-mexicano con dotes de cabildero, quien formó parte del Comité Central de la Organización Mexicana, además de editor del Boletín de la Exposición Mexicana en París 1889-1891.52
Uno de los asistentes mexicanos que narró posteriormente su experiencia fue Don Ireneo Paz, abuelo de Octavio Paz.53 En esa ocasión pasó revista a diversos eventos importantes que se llevaron a cabo en el Pabellón Mexicano y señaló las palabras del presidente francés Marie François Sadi Carnot, quien se volcó en elogios sobre los aspectos educativos de la exposición mexicana.54 De igual manera, el ministro plenipotenciario de México en Francia, Ramón Fernández, recibió expresiones similares del mandatario francés en las que señaló estar complacido por la manera en que México había participado y que ésta: “superaba y en mucho a las exposiciones que habían dispuesto las demás naciones amigas de Francia”.55 Con dichas muestras de afecto y beneplácito el gobierno francés refrendaba el estado de la relación bilateral México-Francia y el lugar que ocupaba la nación mexicana en el concierto de naciones que concurrieron.
La asistencia mexicana a la Exposición de París de 1889 se organizó de acuerdo con el Reglamento de la Exposición y a las categorías estipuladas por el Comité Organizador francés.56 El Comité Organizador estuvo dividido en grupos y uno de los que más destacó fue el que se consagró a los temas educativos. Los liberales mexicanos le dieron un acento marcado a la educación a tal grado que por número de objetos presentados fue solamente superado por el país anfitrión.57 El grupo 2 comandado por Fernando de Ferrari Pérez, quien había sido profesor en la Ciudad de México, además de Antonio García Cubas y Alfredo Chavero, así como Justo Sierra (eminente intelectual y político) fueron los encargados de montar la exhibición que consistía en ejemplares de los periódicos y revistas más importantes de circulación nacional, estadísticas, manuales escolares, programas de estudio, material estadístico sobre la demografía, las condiciones de higiene y las bibliotecas, así como cientos de trabajos escolares que fueron enviados por las escuelas a las que asistían los párvulos mexicanos. En ese mismo grupo también se presentaron muestras de historia natural y de pinturas de Velasco que retrataban animales originarios del país, paisajes naturales mexicanos, así como una pequeña colección de taxonomía en la que destacaban aves disecadas que llamaron mucho la atención del público francés e internacional. El propósito de esta extensa muestra era exponer el sistema educativo mexicano y la importancia que éste revestía para los liberales mexicanos a través de sus programas de instrucción pública en las escuelas profesionales y sociedades científicas. Con ello se pretendía mostrar que el sistema educativo era liberal, laico y organizado.
Con todas estas acciones, México buscaba cambiar la imagen que de él se tenía como un país violento, insalubre y atrasado. El gobierno pensaba que en el marco de su participación en París en 1889 esta nueva imagen le aseguraría un lugar especial en el club de países modernos y cosmopolitas, lo cual le permitiría lograr sus objetivos principales; es decir, atraer la migración y además la inyección de capitales con la inversión extranjera.58 Como parte de esta estrategia se distribuyeron folletos de información y libros especiales en los que se narraban las facilidades y los procesos burocráticos para los migrantes, cuya intención era modificar la mala reputación de México como tierra salvaje e inhóspita.59 Desafortunadamente, una errática estrategia impidió que fuera exitosa. La idea que se promovió fue que México ofrecería trabajo y grandes porciones de tierra, pero hizo énfasis en los bajos salarios en franca contradicción con lo que se pretendía atraer, por lo que los migrantes europeos prefirieron destinos como Estados Unidos o Argentina en donde se hacía hincapié en mejores salarios y nuevas tierras que resultaron ser condiciones más atractivas para los migrantes.60 No obstante, a pesar de algunas fallas y errores de cálculo en las estrategias del gobierno mexicano, podemos decir que el balance fue positivo para México, pues logró dar a conocer al país, cambiar la mala imagen que se tenía de él y al mismo tiempo, obtener el respeto y admiración del gobierno francés, así como el de otros países que compartieron el escenario de la Exposición Universal de 1889.
Los Artífices de la Modernidad. La Exposición Universal de 1900 en París
La relevancia de esta exposición radica en que fue considerada la más grande del siglo XIX; fue una exposición finisecular que se dio entre dos centurias en la era del desarrollo industrial y la electricidad. París volvió a ser el escenario del desfile de naciones y se convirtió en la ciudad luminosa para siempre. En esta ocasión no había una fecha conmemorativa o histórica que celebrar, como había sido la costumbre en este tipo de exposiciones; el tema fue “Le Bilan de un Siècle”, cuyo propósito fue simplemente despedir al siglo XIX con un evento de gran magnitud en el que se hacía un balance en las postrimerías del siglo y se pretendía dejar constancia del genio galo y la grandeza de Francia para refrendar su espíritu vanguardista; al mismo tiempo se hacía énfasis en el gran descubrimiento, la invención de la luz eléctrica en 1879. De ahí que la antigua Lutecia fuera reconocida posteriormente como la “Ciudad Luz”.
La exposición se llevó a cabo durante los meses de abril a noviembre de 1900. El gobierno francés invirtió importantes sumas de dinero y al mismo tiempo logró atraer a 50 millones de visitantes durante el tiempo que duró la exposición.61 Este evento de fin de siècle ocupó la misma zona que la de 1889, aunque en esta ocasión se extendió por Champ de Mars, la Colline de Chaillot, Trocadéro, L’Esplanade des Invalides, le Cours-la-Reine, le Quai d’Orsay a las orillas del Sena, Le Pont de l’Alma y la Place de la Concorde.62 El atractivo principal de la Exposición fue el uso de la electricidad, las proezas hidroeléctricas, como el Palacio de la Electricidad y el Castillo de Agua, así como les Petit et Grand Palais, le Pont Alexandre III, entre otras proezas de la ingeniería y arquitectura francesas que maravillaron a los asistentes.63 Asimismo, se construyó una noria de 100 metros en la Avenue Suffren. Todo esto de conformidad con los cánones urbanísticos y arquitectónicos de la época.
En cuanto a México, las recurrentes crisis económicas y el endeudamiento del país afectaron sus finanzas por lo que su participación fue modesta.64 En esa exposición, al igual que la de 1889 se tenía nuevamente como finalidad modificar la imagen de una nación violenta, inestable e incivilizada.65 Según De Mier, la presencia de México en esa exposición tenía como propósito: “el de disipar multitud de preocupaciones y errores relativos a nuestro país, demasiado extendidos entre los que, no conociéndole, ignoraban sus verdaderas condiciones materiales, políticas y sociales”.66 Un diario de la época menciona que a pesar de las críticas y los “pesimistas” la asistencia de México fue:
una elocuente lección el hecho de que México haya figurado y figure hoy entre las naciones cultas, en lugar distinguido: el que le corresponde como nación joven, llena de vigor, y casi en posesión de una prosperidad cimentada que puede perfeccionarse cada día más.67
Ireneo Paz da cuenta del evento en un libro en el que describe cada uno de los departamentos en los que estuvo dividida la exposición, una serie de correspondencias, así como diversas ilustraciones como las de la Escalera de Honor en el Palacio de los Campos Elíseos concebida por M. Émile Loubet,68 las Galerías del Pabellón Mexicano y de la Iluminación de éste con vistas al Sena. Paz consideró a la Exposición de 1900 una suntuosa fiesta parisina en la que el trabajo humano se manifestó de diversas formas:
Esta colosal Exposición, con que se despiden del siglo XIX las naciones civilizadas, presentando a la vista del mundo todo, lo que ha hecho el trabajo del hombre en los siglos pasados hasta las postrimerías de 1900. Muy pálido, muy pobre es lo que hemos dicho comparado con lo que se puede decir ante este formidable conjunto de objetos y diversiones que representan cuanto hay en la tierra de más notable.69
El Pabellón mexicano se ubicó en la desembocadura del Pont de l’Alma en la rive droite del Sena en un estilo “neo-griego”.70 La fachada principal fue pintada de blanco y rosa que desde la entrada del puente estaba flanqueada por banderas tricolores y en la noche era iluminada con focos incandescentes. La entrada principal era por Quai d’Orsay en donde se podían admirar las armas mexicanas, las banderas, las escalinatas, los cactus y otros ejemplares representativos de la vegetación árida mexicana que flanqueaban los muros exteriores. De acuerdo con Ireneo Paz, nada de la belleza exterior se compararía con lo que se mostraba al interior, además de las piezas exhibidas deambulaban 50 hombres mexicanos de servicio con uniformes militares, así como la belleza de las galas, pedrería y vestimenta de un centenar de mexicanas que asistieron al evento.71
A pesar de las penurias económicas por las que atravesaba México una parte de la élite porfirista y de la clase alta mexicana se dio cita en el magno evento, además de la colonia mexicana que residía en París, muchos de ellos conocidos o allegados del General Díaz y de su esposa Carmen Romero Rubio, como por ejemplo, el mexicano de origen francés, José Yves Limantour, Consejero del Presidente Díaz y líder del Grupo los Científicos, quien fue enviado a París en 1899 durante la cuarta relección presidencial con el pretexto de atender asuntos relativos a la deuda, particularmente con Francia y así poderlo descartar de la sucesión presidencial.72
El equipo que diseñó el Pabellón de 1900 trabajó durante meses en su construcción y fue decorado por el Ingeniero Antonio M. Anza, acompañado de su hijo Manuel, quien era dibujante en el Comisariato Mexicano encargado de la exposición. Debido a la experiencia que habían obtenido en la Exposición de 1889 repitieron gran parte de los objetos expuestos. Uno de los momentos más recordados y emblemáticos lo marcó el premio que obtuvo la escultura de Jesús F. Contreras, “Malgré Tout”, así como los premios obtenidos por la Comisión Geográfico-Exploradora que presentó sus especímenes marinos y su colección de aves disecadas,73 los de tabaco, minería, textiles, así como las del consejo de salubridad.74 Además del talento de los expositores, a este éxito contribuyó la labor de cabildeo de Díaz Mimiaga, Génin y Gostkowski.75
En las exposiciones universales que siguieron a la de Londres, en 1851, utilizaron la misma estrategia. Es decir, la búsqueda de mercados internacionales para las materias primas, las industrias extractivas y fabriles, además de atraer la inversión, los capitales extranjeros y la inmigración que tenía una doble finalidad; por un lado, le permitiría poblar las extensiones deshabitadas del país, particularmente el Norte, además de contar con una fuerza de trabajo al crear asentamientos de colonos extranjeros; por otro lado, mostrarse como un país civilizado y pacífico que estaba en pleno desarrollo y que pretendía ser moderno. La narrativa expresada por el gobierno mexicano en las exposiciones de la segunda mitad del siglo XIX estuvo centrada en destacar su pasado heroico y legado cultural, pero sobre todo, se trataba de mostrar a un país que se encontraba en la senda del progreso y el desarrollo bajo los cánones de la época.76 La percepción de país estuvo asociada a la idea de que México adoptaba los valores de las sociedades capitalistas desarrolladas (al menos en el discurso), principalmente cercano a Francia por la admiración que el presidente Díaz sentía hacia el país galo.77
Por otra parte, a México también le interesaba proyectar la imagen de una nación heredera de grandes civilizaciones (azteca y maya) encaminada a lograr el progreso, así como ser un país apropiado para la inversión extranjera debido a la riqueza de sus recursos naturales.78 La promoción de su historia, tradiciones, estilos de vida y costumbres reflejadas en sus expresiones artísticas y culturales fueron la carta de presentación que México exhibió ante el mundo en esas exposiciones universales. De un inicio modesto (1851), en cada ocasión fue superando deficiencias y retos, pero el objetivo no varió: dar a conocer al país y crear una idea de México (mediante mapas, almanaques, lienzos, artesanías, álbumes y estadísticas, todo ello debidamente organizado por sectores (minería, agricultura, etc.) para mostrar a un país en plena transformación. Asimismo, el diseño de los pabellones mexicanos contribuyó a orientar esa idea de país que quería exhibir el gobierno mexicano: una nación heredera de una gran civilización y en los cauces civilizatorios de la época (capitalista, liberal y laico).79
En este sentido podemos afirmar que, en la segunda mitad del siglo XIX, México inició una tradición que repercutió hasta bien entrado el siglo XX y que permanece hasta el día de hoy, en donde la proyección de su historia, valores y costumbres, así como la riqueza y diversidad de su producción artística y cultural fueron su carta de presentación que le permitiría ser apreciado y reconocido (la mexicanidad, lo mexicano y el arte mexicano)80 a nivel internacional. Podemos decir que el orgullo nacional quedó reflejado en nuestro pasado prehispánico y en la riqueza natural y cultural del país a través de las bellas artes que fueron particularmente resaltadas durante el período de Porfirio Díaz.
Como bien lo recomendó en el siglo XIX Manuel Payno:
Las naciones como los hombres, para merecer el aprecio y la consideración, necesitan ser conocidos en su carácter, en sus costumbres, en sus maneras y en su saber. México, pues no puede reclamar esas consideraciones mientras no procure darse a conocer de una manera distinta; es decir, por la industria, por la riqueza de su suelo, por la literatura y por las artes, y no por las revoluciones, por el desorden y por la constante difamación que vuela en las columnas de nuestros diarios a las columnas de los diarios extranjeros.81
Reflexiones finales
La narrativa cultural de la historia de México exhibida en las exposiciones universales estuvo constituida por tres etapas: prehispánica, colonial y moderna, Esta narrativa poco a poco floreció y no sería sino hasta la primera mitad del siglo XX cuando ésta maduró (con el curador Fernando Gamboa). No obstante, las bases se dieron en el siglo XIX. La presencia de México en las exposiciones universales puede ser considerada como el antecedente inmediato de lo que en el siglo XX se denominaría más propiamente diplomacia cultural. Lo anterior por dos razones; la primera, porque en esas exposiciones la presencia del elemento cultural va de la mano con otros objetivos de política exterior, como son el fomento de las relaciones económicas, la atracción de inversiones de capitales, la cooperación y la promoción de intercambios industriales entre los países asistentes. La segunda, porque mediante la exhibición de las expresiones artísticas y culturales el gobierno mexicano realizó una proyección de su identidad como nación.
Desde luego, esta segunda razón se fue conformando y afinando a lo largo de los años, pero las bases de lo que en el siglo XX sería la estrategia de proyección cultural de México al exterior se dieron en la segunda parte del siglo XIX. En esta estrategia los pabellones construidos en las exposiciones universales de finales del siglo XIX siguieron un libreto que continuaría en la primera mitad del siglo XX. En ese sentido, la curaduría sería el intérprete y vocero de la promoción de una historia patria y de la construcción de una identidad nacional.
El factor cultural es y ha sido un componente sustancial de la política exterior del país. Así, México, desde que pudo articularse como Estado-nación, con el triunfo de los liberales mexicanos, y dotarse de un gobierno relativamente estable inició la promoción de sus intereses con la ayuda del elemento cultural en su política exterior; para ello, una vía privilegiada de la época la constituyeron las exposiciones universales realizadas en el orbe. A través de esa participación, México exhibió sus avances en materia industrial, pero también la riqueza de sus productos agrícolas, manufactureros y culturales que reflejaban la esencia del país. El propósito de esta estrategia fue no sólo incentivar la inversión y los negocios en el país, sino también proyectar una cultura nacional que resultase atractiva y tendiera puentes de comunicación con el mundo, finalidad que se encuentra en el centro de lo que posteriormente se conocería como diplomacia cultural.
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