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El trimestre económico

On-line version ISSN 2448-718XPrint version ISSN 0041-3011

El trimestre econ vol.87 n.345 Ciudad de México Jan./Mar. 2020  Epub Dec 09, 2020

https://doi.org/10.20430/ete.v87i345.1023 

Notas y comentarios bibliográficos

¡Aleatorízalo! Sobre Poor Economics*

Randomise this! On Poor Economics

Sanjay G. Reddy** 

Traducción:

Luis Arturo Velasco Reyes

**Departamento de Economía, The New School for Social Research, Nueva York (correo electrónico: reddys1@newschool.edu).

Reddy, Sanjay G.. Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty. Nueva York: Public Affairs, 2011.


Keywords: Poor Economics; randomized controlled trials (RCTS); MIT Poverty Lab; Abhijit Banerjee; Esther Duflo; randomistas; Washington Consensus; econometric identification; technofix

Palabras clave: Repensar la pobreza; evaluaciones controladas aleatorizadas; MIT Poverty Lab; Abhijit Banerjee; Esther Duflo; randomistas; Consenso de Washington; identificación econométrica; technofix

Pocos estudios de economía contemporánea han sido tan elogiados y han logrado sintetizar el espíritu de la época como Repensar la pobreza (Poor Economics), de Abhijit Banerjee y Esther Duflo. Esta obra ha recibido premios internacionales destacados (por ejemplo, el premio al libro de negocios del año de la revista The Financial Times y de Goldman Sachs), y ha sido leída, analizada y aplaudida incluso por los economistas y los filántropos más prominentes.1 Se trata del punto culminante de la obra de estos autores, que refleja su esfuerzo por transmitir a un público amplio la perspectiva sobre el des arrollo que ya habían expresado en influyentes artículos académicos y en sus actividades profesionales, las cuales también han sido elogiadas por una extensa cobertura de los medios de difusión y la obtención de prestigiosos premios en los Estados Unidos, Francia, la India y otros países.

No sería una exageración afirmar que este libro presenta un panorama sobre la economía del desarrollo que se ha propagado rápidamente y que, durante un periodo considerable, ha puesto otros enfoques a la defensiva. Esta perspectiva, además, ha influenciado en gran medida a gobiernos, agencias internacionales y organizaciones no gubernamentales (ONG). Las razones de su éxito se deben, principalmente, a los argumentos estadísticos fundados en el método de evaluación aleatorizada, que los autores han defendido como un medio para identificar los factores que “funcionan” en el desarrollo. A pesar de que ellos aseguran haber implementado un método más científico para determinar “lo que funciona”, el libro da menos prioridad a los argumentos estadísticos que a la narración de las observaciones de los propios autores sobre la naturaleza de las vidas de la gente pobre, así como de sus juicios personales, con base, en algunos casos, en la información que resulta de las evaluaciones aleatorizadas sobre las “intervenciones” que “funcionarían” de manera más adecuada para mejorar las condiciones de vida de estas personas.

Banerjee y Duflo insisten en que hay soluciones a los problemas que enfrenta la gente pobre, y que éstas, normalmente, consisten en pequeñas modificaciones en el diseño de iniciativas ya existentes y, en su caso, en la expansión (scaling up) de las intervenciones resultantes. La narración se centra en los individuos (o familias) como actores capaces de tomar decisiones en un ambiente de pobreza, las cuales pueden moldearse de forma que les permita salir de esa condición. Los autores aceptan la existencia de trampas que evitan que estos actores salgan de la pobreza, incluso tras haber tenido las mejores reacciones posibles ante sus circunstancias, las cuales, de hecho, pueden terminar por reforzarlas aún más (poniendo en práctica ampliamente un modelo formal conocido por los economistas que incluye una relación ganancia-esfuerzo en forma de S con un posible umbral crítico antes del cual los esfuerzos realizados son suficientes para justificar el costo de llevarlos a cabo). Sin embargo, insisten también en que es posible salir gradualmente de la pobreza aun sin recursos adicionales, siempre y cuando los individuos cuenten con apoyo para distinguir y elegir mejor sus opciones. En este sentido, los autores concuerdan con los economistas conductuales que arguyen que un “empujoncito” ocasional facilita que los individuos tomen mejores decisiones. Esta representación de los pobres inevitablemente pone énfasis en sus errores (por ejemplo, la tendencia a gastar en vez de ahorrar, o a gastar en cosas “equivocadas”), aunque destaque su ingenuidad y heroísmo cotidianos. Los autores sugieren, parafraseando una cita famosa, que los pobres son diferentes a ti y a mí, pues ellos tienen menos dinero. Al igual que nosotros, hacen lo mejor que pueden según sus circunstancias, aunque éstas los lleven a cometer errores y a carecer de motivación suficiente.

De acuerdo con la obra en cuestión, aunque no sepamos “qué funciona”, una observación cuidadosa de los pobres ayudaría a diseñar intervenciones que, sustentadas con evaluaciones aleatorizadas que las estudien, nos llevarían a identificar lo que sí funciona. Supuestamente, los actores con el poder de intervenir -gobiernos, organizaciones internacionales, ONG, filántropos y las clases media y alta globales- tienen buenas intenciones, de forma que, una vez que superen su déficit de conocimientos (en parte, gracias a la ayuda de los autores), actuarán. En suma (citando el subtítulo de la obra), se trata de una “reformulación radical de la forma de combatir la pobreza global”.

Asímismo, los autores aseguran que ofrecen soluciones simples para lidiar con problemas aparentemente difíciles o intratables, relacionados con la pobreza, soluciones que, además, podrían “extenderse” (es decir, aplicarse de forma mucho más amplia) una vez que se pruebe su funcionamiento. A menudo describen las recetas como poco evidentes e incluso contradictorias. De este modo, justifican su afirmación de que los estudios basados en evaluaciones aleatorizadas que defienden desempeñan un papel muy importante en la identificación y la validación de las intervenciones propuestas.

Argumentan también que su enfoque en las intervenciones pequeñas pero especulativamente críticas ha generado un avance decisivo en la resolución del problema de la “identificación”, que consiste en la dificultad de evaluar el efecto “real” de una variable causal, en particular, sobre el resultado que se pretende. La inversión masiva en costosas evaluaciones aleatorizadas diseñadas para enfocarse en dicho efecto está sostenida en el argumento de que éstas brindan los mejores medios para llegar a inferencias no contaminadas por el impacto de variables que provocan “confusiones”. (Discutiremos más adelante si éste es realmente el caso.)

A su vez, la obsesión con la identificación está moldeada por las exigencias internas de la “profesión” de los economistas, como ocurre en las metrópolis. Esta tendencia va en aumento debido en parte a que, en los últimos 30 años, la potencia computacional a precios accesibles ha permitido la proliferación de datos y de análisis econométricos que a menudo presentan conclusiones contradictorias. Aunque el precio a pagar por el supuesto éxito en la identificación implica concentrarse sólo en preguntas específicas, los autores quieren soplar y sorber al mismo tiempo cuando afirman que sus descubrimientos brindan un punto de Arquímedes que puede cambiar el mundo, pues los cambios pequeños que su método propone pueden acumularse hasta originar una “revolución pacífica”.

¿Cómo se pueden evaluar los argumentos de la obra?

La premisa implícita del libro es que las intervenciones que funcionan en un lugar podrían funcionar en otro. Esto no sólo supone que los resultados de estas “micro” intervenciones son esencialmente independientes del “macro” contexto, sino también que basta con enfocarse en este tipo de intervenciones y no en aquellas que moldean el contexto para lidiar con el problema de la pobreza. Estas premisas de “separabilidad” y “suficiencia” no son triviales; sin embargo, los autores no ahondan mucho en ellas. Las relaciones causales que afectan a los individuos y las familias no pueden entenderse desde un aislamiento atómico. Ocurre, más bien, que los efectos de las decisiones de los individuos están influenciados por las condiciones del macrocontexto en el que se encuentran. Sus decisiones individuales pueden acumularse de formas inesperadas, y, en ocasiones, las corrientes que afectan a los individuos y determinan sus destinos pueden ser más poderosas que los efectos de sus decisiones individuales.2 Existen razones por las que no es posible discutir los destinos individuales sin, a la vez, tomar en cuenta la macroeconomía, la historia, la cultura y la política. Lamentablemente, dichos conceptos parecen desempeñar un papel de poca importancia en la cosmovisión de los partidarios de los métodos aleatorios.

No es sorpresa que una de las consecuencias del enfoque sobre economía del desarrollo que defienden los autores sea que las preguntas planteadas por esta disciplina se hayan vuelto mucho más estrechas. La postura de los autores parece indicar que esto está bien, pues las preguntas específicas son, de hecho, de gran importancia. Pero esto no es tan fácil de aceptar. Las grandes preguntas planteadas por esta disciplina, relacionadas con, por ejemplo, el efecto de las instituciones y las políticas económicas alternativas (sobre acuerdos de la propiedad, el comercio, las políticas agraria, industrial y fiscal, y el papel de los mecanismos de protección social), así como con el impacto de las dinámicas políticas y los procesos de cambio social se han hecho a un lado para beneficiar otras preguntas, como si vale la pena distribuir o no mosquiteros con insecticida, o si dos maestros en un aula son mejores que uno. Aunque los autores afirman que están haciendo descubrimientos vitales y potencialmente transformadores, el resultado es un pianissimo de la economía del desarrollo que genera ansiedad en el lector consciente de la situación general, pues muchas de las preguntas importantes no son siquiera mencionadas. Esta obra refleja la corriente metropolitana más prominente de la economía del desarrollo contemporánea, y sus prescripciones son ejemplares y una muestra de sus limitaciones.

Es posible argumentar, de hecho, que el estilo de la economía del desarrollo metropolitana que presenta esta obra no conduce a un rigor mayor, sino a un rigor mortis, pues limita de forma severa las preguntas que podrían plantearse y defiende una filosofía práctica que resulta ineficaz ante muchas preguntas importantes que el método de análisis propuesto por los autores no puede contestar debidamente. Por ejemplo, cuestiones sobre la estructura y la dinámica de los mercados, las instituciones gubernamentales, las políticas macroeconómicas, el funcionamiento de las clases sociales, las castas y las redes interpersonales, entre otras. Y si sólo es posible analizar estas preguntas por medio de otros métodos, eso no significa que sean menos importantes.

Se ha reconocido ampliamente que por medio de evaluaciones aleatorizadas sólo se puede responder a preguntas muy específicas, relacionadas con las respuestas de los individuos o las familias ante un “tratamiento” bien definido. Es decir que por este método es imposible responder todas las preguntas que surgen del contexto macroeconómico (sobre políticas nacionales, por ejemplo), así como muchas, incluso quizá la mayoría, de las interrogantes importantes que surgen en un contexto de meso o microeconomía (Rodrik, 2008). Sin embargo, los autores intentan convertir estas debilidades en fortalezas; argumentan que ellos, al menos, brindan respuestas “basadas en evidencias” cuando las circunstancias lo permiten. Con ello -aseguran- crean una base científica para diseñar políticas que, de otra forma, no podrían estar disponibles, y prometen, además, cambiar el mundo de esta manera.

Podrá decirse, sea cual sea la contribución potencial de dichas microintervenciones, que la mera capacidad de plantearse las preguntas “pequeñas” tratables en evaluaciones aleatorizadas proviene de una actividad anterior, por parte de quienes se plantean las preguntas más grandes y, en particular, de quienes aspiran a resolver problemas mientras exploran innovaciones posibles en el proceso. La reducida dimensión natural de una pregunta que puede responderse utilizando una evaluación aleatorizada contrasta con la esencia, de mayores dimensiones, de la realidad económica y social. Una evaluación aleatorizada calcula un coeficiente de impacto que pone en relación un solo “instrumento” político con un resultado mesurable. En cambio, quienes enfrentan una realidad compleja deben luchar contra ella sin la presunción del “rigor” y la “precisión”. Por ejemplo, podemos mencionar las muchas y diferentes razones del fracaso de algunos sistemas educativos en países tanto desarrollados como en desarrollo, y las diversas maneras en las que se puede entender este fracaso. Poner a dos maestros en un aula en lugar de a uno, monitorear la asistencia de los profesores por medio de cámaras u otorgar incentivos económicos para un mejor desempeño escolar son tan sólo algunas ideas que podrían ocurrírsele a alguien interesado en dichas reformas. Pero ¿por qué concentrarnos en estas ideas y no en otras? En última instancia, las ideas que vale la pena probar surgen de esfuerzos reales por mejorar las escuelas, que, a su vez, provienen de la experiencia práctica y de la percepción de los involucrados.

Pocas innovaciones posibles pueden interpretarse en un modo lo suficientemente simple para hacer productiva la metodología de aleatorización. Cabría considerar el ejemplo hipotético de una evaluación aleatorizada que aspira a dilucidar si conviene entablar relaciones entre padres y maestros para mejorar los resultados académicos. Sin embargo, poco puede esperarse de los resultados de esta evaluación, tomando en cuenta que estas relaciones pueden funcionar de maneras muy diversas y que existen muchas razones por las que podrían ser eficaces o no. Las evaluaciones aleatorizadas no son muy efectivas para evidenciar los méritos de las propuestas más amplias y complejas de diseño institucional que buscan solucionar problemas reales.

Banerjee y Duflo tratan el concepto de la intervención como si no fuera problemático: para ellos es una acción simple y bien definida que puede llevarse a cabo. Sin embargo, en la práctica, las medidas que generan diferencias en las vidas de las personas son a menudo conjuntos complejos de acciones que mutan con el tiempo y que, a la larga, generan efectos cambiantes. Con frecuencia, un proceso de acción social y de compromiso político es lo que revela cómo deben evolucionar estas acciones para llegar a ser efectivas. Podríamos pensar en la evolución de programas gubernamentales complejos, como el Servicio de Empleo Rural (National Rural Employment Guarantee Scheme [NREGS]) en la India, mediante la experiencia in situ y la interacción indeterminada de diversos actores. Incluso, una medida tan específica y técnica como la aplicación de una vacuna puede evaluarse de forma efectiva sólo por medio de este proceso, como lo demuestra la historia pasada y presente de las campañas de inmunización que, conforme avanzaban, se encontraron con obstáculos que evolucionaron con el tiempo.3 Es probable que una prueba elaborada de manera aleatoria para encontrar lo que “funciona” no logre reconocer cómo se desarrolla el aprendizaje en el tiempo y dentro de un contexto complejo y politizado. Sin embargo, es probable que la idea de la intervención haya logrado popularizarse por su enfoque técnico, según el cual los interventores dentro de un sistema son percibidos como si estuvieran fuera de él, y sus posibles acciones están bien definidas sin importar cómo reacciona el sistema ante ellas. Normativamente, esta visión se opone a un entendimiento democrático de la sociedad, en el que las preocupaciones comunes sólo pueden atenderse debidamente con un esfuerzo colectivo. Dicho de otro modo, se riñe con un entendimiento no mecanicista de la sociedad, en el que todas las acciones están definidas, tanto como sus resultados, por un proceso de interacción complejo y que a veces es impredecible.

Los métodos que defienden estos autores se han vuelto no sólo comunes, sino también dominantes (como lo muestra el número desproporcionado de alumnos de doctorado en economía del desarrollo de las instituciones estadunidenses más importantes que, en los últimos años, se ha comprometido a ejecutar una evaluación aleatorizada, y el hecho sorprendente de que tan sólo el Poverty Lab del Instituto de Tecnología de Massachusetts está involucrado en aproximadamente 350 evaluaciones aleatorizadas en todo el mundo, tomando en cuenta que dirigir cada una de ellas cuesta una cantidad sustancial de dinero). Por ello, ha habido una respuesta negativa por parte de algunos economistas. Probablemente, ésta tiene un impacto mayor en la disciplina cuando viene de económetras preocupados profundamente por los problemas de la identificación que los autores y sus partidarios de las evaluaciones aleatorizadas afirman resolver.4

Muchos han criticado las evaluaciones aleatorizadas porque pueden conducir a resultados sin validez “externa”, sea que tengan validez “interna” o no. Esto significa que el cálculo del impacto de un “instrumento” político en un resultado de interés particular (por ejemplo, el impacto que tienen dos maestros en vez de uno en el desempeño escolar) puede variar de un lugar a otro por distintas razones. La idea de que hay un impacto que puede descubrirse proviene de una metáfora mecanicista que asume que hay una lógica causal y (suficientemente) universal en juego. Sin embargo, la metáfora es falsa, pues los contextos sociales y ambientales influyen, desde luego y en gran medida, en la generación de relaciones causales. Además, saber cómo y por qué ocurre esto es esencial para entender muchos fenómenos, incluso aquellos que podrían variar de algún modo de forma paramétrica (además de que muchos no pueden variar de esta manera). Un ejemplo muy claro es que el impacto de una intervención microfinanciera dependerá de qué otras iniciativas se estén llevando a cabo en una comunidad, y a cuáles tiene acceso el prestatario o sus socios, pues esto influirá en la capacidad de los prestatarios para acceder a créditos de manera sostenible desde una sola fuente, de las opciones externas de prestatarios individuales, y de la disciplina a la que estén sometidos los prestamistas. Por esta razón, las enseñanzas que nos deja la experiencia en microfinanzas en un lugar como Andhra Pradesh, en la India, donde muchos prestamistas motivados por las ganancias han competido entre ellos, son diferentes a las del caso de Bangladesh, donde también hay saturación de instituciones microfinancieras, pero motivadas por objetivos diferentes. La clave para entender lo bueno y lo malo de las microfinanzas consiste en reconocer que estos dos casos juntos ilustran los distintos regímenes de microfinanzas posibles. Un ejemplo más complejo podría involucrar los efectos de una política que afecta el tamaño de las granjas, las relaciones de arrendamiento y el acceso al fertilizante o a otros productos. El impacto de la política dependerá en forma crucial de los aspectos del marco agroecológico; el patrón de las estaciones y las cosechas; la dependencia y las condiciones del acceso a recursos comunes, como aguas subterráneas; la permanencia y las cualidades de los trabajadores contratados; las condiciones de disponibilidad de crédito, y el nivel y la forma de la comercialización de productos (por medio de cooperativas de productores o de venta a intermediarios). Estas circunstancias, a su vez, tendrán efecto sobre el riesgo, el beneficio y otras variables económicas. Además, los efectos de dicha política pueden depender también del ambiente sociopolítico, el cual influirá de una manera que no se presta a especificaciones ex ante. (Pensemos en cómo políticas similares aplicadas con el fin de brindar derechos a arrendatarios agrícolas tuvieron efectos diversos en diferentes regiones de la India, dependiendo, en parte, del papel que desempeñaron los actores políticos al promover la conciencia y la participación social, así como del refuerzo efectivo de dichas políticas.) Incluso si se coincide en poner poco énfasis en las preocupaciones consecuencialistas, el concepto de investigación empírica ha sido trivializado por la idea de tratar de encontrar un impacto a raíz de una intervención determinada.

Pero esto no es razón para caer de lleno en la frustración. En cambio, al examinar la economía política de casos individuales mediante una investigación contextual e histórica más profunda, al comparar dichos casos en distintos espacios y tiempos para comprender las variaciones posibles, al rastrear los procesos individuales que están en juego y al reconocer sus características comunes, podemos entender cómo funcionan las políticas y por qué tienen éxito o no, yendo más allá de concluir que “es complicado”. Incluso aquellos que están comprometidos con una forma de análisis más sofisticada deben esforzarse en identificar las políticas que funcionan, las que no, y el porqué de su éxito o su fracaso, sin limitarse a repetir presuposiciones ideológicas. La enorme cantidad de aspectos en la que los casos pueden variar y el reducido número de éstos que puede estudiarse, así como el hecho de que en cada uno de ellos operan diversos factores no deterministas implican que, necesariamente, habrá un juicio personal involucrado en este ejercicio. Pero esto no es motivo de vergüenza. Se trata, simplemente, de confrontar la realidad.

La idea de que una intervención tiene un impacto es cuestionable también en otro sentido. Una intervención puede no tener validez externa porque sus efectos pueden variar de un contexto a otro, pero quizá también porque varían dentro de un mismo contexto cuando la intervención se “expande”. Nos referimos aquí a los efectos promedio que son el foco de las evaluaciones aleatorizadas y no a los efectos que cambian en segmentos diferentes (por ejemplo, en grupos geográficos o sociales) de una población, los cuales también pueden ser relevantes para la toma de decisiones, pero que las pruebas no pueden identificar fácilmente. Dichos efectos promedio pueden variar cuando una intervención cubre a una población mayor. La primera fracción de una población cubierta por una intervención, aun si ésta fue seleccionada aleatoriamente con el fin de eliminar al máximo los efectos de selección, puede mostrar un impacto muy diferente en comparación con otros fragmentos de esa misma población sujetos a dicha intervención. Una de las razones por las que esto puede ocurrir es que posiblemente los efectos de una intervención dependan de la percepción de “sentirse especial” al recibir dicha intervención, o de los efectos motivadores asociados con la obtención de un bienestar mayor al de quienes no la recibieron. Otra razón es que un entorno puede “congestionarse” conforme más personas vayan recibiendo la intervención. Por ejemplo, podríamos pensar en los beneficios que recibe una pequeña producción financiada por microcréditos o en una caída del comercio debido a que muchas personas se dedican a la misma actividad. El éxito de una intervención también puede depender de los efectos de red, relacionados con la fracción de las personas que reciben un tratamiento y que están ligadas de algún modo con alguien más que recibe el mismo tratamiento (podemos pensar, por ejemplo, en el impacto de una iniciativa educativa en la que el conocimiento o los efectos del conocimiento son transmisibles). Una razón más es que los factores políticos y sociales que se oponen a una intervención (o que la favorecen) y que hacen que ésta sea un éxito o un fracaso dependerán de su amplitud. Por lo tanto, sólo entendiendo la naturaleza sustantiva de la intervención y los procesos causales que probablemente intervendrán en un contexto específico se podrán tener los juicios necesarios para caracterizar los descubrimientos de una evaluación aleatorizada.

Entre otros problemas econométricos (los cuales también surgen en el contexto biomédico, aunque probablemente mucho más silenciados en ese ámbito) que han señalado los críticos de la aleatorización en la economía se encuentra la posibilidad de que, en la práctica, este método no necesariamente excluya una selección tendenciosa -en la cual quienes reciben el tratamiento aleatoriamente tienen distintas características, no observadas, en relación con quienes no lo reciben- que, en principio, se debería eliminar. Esto puede ocurrir por diversas razones: la posibilidad de que quienes no reciben el tratamiento puedan cambiar su ubicación u otros criterios, con el fin de recibirlo; que aquellos que aplican el tratamiento a nivel local puedan no seleccionar aleatoriamente a los individuos que reciben el tratamiento debido a su preocupación especial por personas específicas o por mostrar la eficacia o ineficacia del programa; que el número de unidades de muestra no sea suficientemente grande, aunque pueda haber una correlación entre la recepción del tratamiento y las características de las unidades, o que el mero hecho de saber que se está recibiendo un tratamiento con base en una selección aleatoria pueda influir en la respuesta del individuo, sea que lo obtenga o no.

Lejos de los problemas de identificación econométrica surgidos en cualquier contexto real, pero de ningún modo menos importantes, se encuentran los requerimientos éticos de dirigir una evaluación aleatorizada. Sorprendentemente, estas consideraciones no se toman en cuenta en absoluto en el libro. La noción kantiana elemental de que se debe tratar a los otros como fines y no como medios tiene implicaciones obvias en lo que concierne a la aleatorización. Dirigir una evaluación aleatorizada implica justificar el gasto de recursos mediante el valor del conocimiento que se obtiene con una prueba aplicada en diversas ubicaciones. Normalmente, este argumento presupone la validez externa de los resultados de la prueba y que los beneficios del conocimiento obtenido justifican el costo directo. Es más sutil pero igualmente importante que, cuando existen razones ex ante para creer que un beneficio particular debería destinarse a una persona y no a otra (por razones éticas o de eficacia), repartir los beneficios de forma aleatoria implica contribuir deliberadamente a la distribución desigual de los recursos, en detrimento de los individuos a los que se les negó el tratamiento. Por supuesto, también es importante que el tratamiento administrado aleatoriamente sea benéfico y no perjudicial, sea para quienes lo reciben o para otros, con el fin de no suscitar polémicas de carácter ético. No está claro si se ha cumplido con dichos requisitos en los casos en los que se han aplicado las pruebas aleatorizadas en la economía del desarrollo. Es ilustrativo el caso de los solicitantes de licencias de conducir, en el que se dieron incentivos financieros para que se consiguiera este permiso más rápidamente (presumiblemente, pagando sobornos), lo que, es fácil suponer, les causó un daño potencial a los conductores poco calificados y a otras personas.5 Que haya fallas institucionales en la expedición de licencias de conducir no es excusa suficiente para involucrarse activamente en crear un daño potencial. Los problemas éticos de este tipo se han discutido ampliamente en la literatura biomédica sobre aleatorización, y se ha reconocido que una de las obligaciones de los médicos investigadores es contemplar dichos problemas. No obstante, salvo por muy raras excepciones, estos problemas difícilmente se mencionan en la literatura económica.

Aunque existe un historial de experimentos sociales que involucran evaluaciones aleatorizadas para diseñar políticas gubernamentales en los países desarrollados, cabe destacar que la mayoría de estos experimentos ha tenido como meta comparar las respuestas de los pobres ante diversas políticas públicas (véanse J. Bhatt [2011] y O’Connor [2002]). El aumento (boom) actual de las evaluaciones aleatorizadas en la economía del desarrollo, en cambio, casi siempre ha implicado la experimentación con personas pobres en países pobres. Lamentablemente, algunas de las razones por las que esto ocurre son menos nobles que los supuestos objetivos filantrópicos de quienes dirigen los experimentos. No sería descabellado afirmar que entre estas razones se encuentra la desorganización relativa de los países y comunidades pobres, lo que permite que se experimente con ellos sin que opongan mucha resistencia. La flexibilidad relativa de las autoridades gubernamentales al permitirlo, en lugar de solicitar el consentimiento informado de los individuos, también facilita mucho la experimentación. Por ejemplo, en muchas de las evaluaciones aleatorizadas reconocidas que se han llevado a cabo en la economía del desarrollo los funcionarios de alto nivel que tienen a su cargo un programa han aceptado la aleatorización en unidades geográficas en las que vive un determinado grupo de personas, arguyendo que, en cualquier caso, un programa debe “desenvolverse” lentamente, por lo que, al inicio, sólo algunas áreas saldrán beneficiadas. Con mucha probabilidad, sería políticamente incorrecto proveer aleatoriamente un beneficio notorio a individuos o comunidades de clase media y alta, lo cual implicaría, como mínimo, una negociación política compleja. Por ello, no sorprende que un caso de asignación de beneficios de manera aleatoria para individuos de clase media o alta sea difícil de encontrar.

La filosofía implícita de los autores de la obra y de la constelación cada vez más amplia de economistas que están de acuerdo con ésta se basa en las siguientes premisas: la primera es que “lo que funciona” es simple, incluso engañosamente simple. De allí que, al igual que los partidarios de la freakonomics, los randomistas afirmen que hay respuestas simples que desafían el sentido común respecto de problemas aparentemente difíciles que surgen en un mundo complejo (Spiegler, 2012). La segunda, que “lo que funciona” en un lugar funcionará en otro; esto se debe presumiblemente (pues no se dice de manera explícita) a la existencia de “profundas causas estructurales” que están presentes de manera uniforme. No es de sorprender que los autores usen conceptos como “palanca” de políticas públicas, pues su marco epistémico es modular, reductivo y mecánico. La tercera premisa es que los individuos pueden salir por sí solos de la pobreza si se les brinda la oportunidad, o sea, si se les ofrecen los recursos necesarios para alcanzar un umbral crítico u otros apoyos cruciales a nivel individual. La cuarta premisa es que los individuos responden de manera confiable a incentivos económicos de tipo “la vara y la zanahoria”. Sin embargo, es importante comprender las especificidades de las situaciones de los pobres para ver por qué responden de una forma u otra. En ocasiones, esto implicará reconocer dichos fenómenos como debilidades en su voluntad, errores de comportamiento y motivación baja (lo cual, según los autores, puede ser consecuencia de la pobreza, ya que escapar de ella podría parecer un prospecto lejano). Esta premisa se menciona en muchos de los ejemplos y los estudios de Banerjee y Duflo. Por ejemplo, su estrategia para tratar el ausentismo de los profesores consiste en colocar una cámara en el aula, registrar su asistencia y establecer penalizaciones por sus faltas e incentivos para que concurran. Su meta no es cambiar las actitudes subyacentes. La prescripción surge, entonces, de la supuesta estructura motivacional de los actores y de un planteamiento del problema muy sesgado.

El papel central que desempeñan las motivaciones intrínsecas para moldear actitudes de trabajo y otras decisiones se ha reconocido desde hace mucho tiempo (véanse Kreps [1997] y, de forma más radical, Weber [2003]). Algunos sugerirán que los autores de la obra tienen una visión más completa de la motivación humana que muchos economistas, quienes tienen una perspectiva más estrecha. Sin embargo, aun así, su entendimiento de la psicología humana es simplista. Aunque los autores recurren a sus visitas de campo para adornar sus narraciones informales sobre la respuesta de los individuos ante la pobreza, muchas de sus descripciones de las motivaciones individuales involucran suposiciones a priori que hacen referencia a supuestos cálculos económicos necesarios para racionalizar el comportamiento observado. A pesar de que numerosas anécdotas subrayan la evidente familiaridad de los autores con los pobres y con sus experiencias, y de que admitan implícitamente que el reportaje etnográfico tiene mucho que ofrecer (aun si es sólo un suplemento del trabajo real que hacen los economistas de la aleatorización, con precisión científica pero con mente abierta), no hacen mucho por validar una labor sistemática de las diversas formas de conocer el mundo (por ejemplo, lo etnográfico), las cuales ayudarían a comprender las motivaciones de los actores y sus interdependencias sociales. La actitud de los autores ante las diferencias interpersonales y sociales refleja lo que frecuentemente se denomina “imperialismo económico”. Reconocen que sus motivaciones pueden tener especificidades locales (por ejemplo, que algunas personas y sociedades consideran importante que las bodas se celebren ostentosamente y ahorran para ello), pero, en última instancia, asumen sin lugar a dudas que pueden considerarnos a todos como homines economici.

Esta obra no hace alusión de manera convincente a mucha de la literatura económica, aparte de la más reciente y de la que proviene del venturoso círculo metropolitano (representada por unas cuantas revistas económicas “líderes”). Recurre aún menos a contribuciones de otras ciencias sociales, recientes o históricas. Aunque los autores subrayen el empirismo ostensiblemente riguroso de su enfoque y lo contrasten con el empirismo sin rigor de los económetras que no son partidarios de la aleatorización, y con las ideas no empíricas de los teóricos de la economía que en algún tiempo fueron prestigiosos, muestran muy poco interés en las diversas fuentes de conocimiento empírico, tanto reales como potenciales.

Sin embargo, lo importante aquí no es que no brinden un reconocimiento simbólico a estas alternativas, sino que las limitaciones de su pensamiento quedarían expuestas si se traspasaran los límites de las pocas referencias de su rango de visión. ¿Y cuál es el precio de esta ignorancia? Mínimamente, concebir muy pocas maneras de cambiar el mundo. Además, como han admitido incluso quienes reconocen el papel que desempeñan las evaluaciones aleatorizadas, es importante entender los procesos causales involucrados cuando algo “funciona”, con el fin de determinar exactamente cuál es la causa de este funcionamiento (por ejemplo, un principio que sostiene una intervención puede oponerse en un caso específico), y si debe implementarse a mayor escala y cómo es posible hacerlo. Para esbozar una forma de entender la realidad económica y social, es necesario recurrir a otros recursos (Barrett y Carter, 2010; Cartwright, 2010). Si se va a un nivel más bajo, ¿acaso algún estudiante de desarrollo serio, incluso uno que no haya escuchado sobre las evaluaciones aleatorizadas, obtiene algún provecho de la refutación de que las “microfinanzas lo arreglan todo, que la escolaridad es igual al aprendizaje, que una pobreza de 99 centavos al día es tan sólo una versión más extrema de la experiencia que vive cualquiera de nosotros cuando nuestros ingresos sufren una baja considerable”?6 Todos estos casos, y otros, muestran que las observaciones azarosas de los autores y las evaluaciones aleatorizadas probablemente no ofrezcan mucho más, en este nivel de generalidad, que los atentos observadores de campo e incluso la literatura económica actual.

Existen algunas consideraciones discursivas que deben mencionarse con el fin de comprender el éxito descomunal de esta obra, así como la perspectiva que ésta ofrece a las personas influyentes y los líderes de opinión académicos, “empresarios de políticas públicas”, los funcionarios gubernamentales y el público metropolitano en general. En un análisis del enorme éxito de la obra y, en general, del enfoque que muestra, basado en la “teoría de la recepción”, pueden identificarse al menos tres factores discursivos -más allá de los beneficios econométricos evidentes de las pruebas aleatorizadas al enfrentar un proceso de selección- que han ayudado a generar un ambiente apto para su éxito.

El primer factor discursivo en el que se basa la influencia que ha tenido la perspectiva de los autores es la vasta aceptación de una doctrina del entorno que podríamos llamar el “plus del Consenso de Washington”. Es decir, la idea de que, aunque las reformas de este consenso enfocadas en el mercado y que propician un arraigo de la propiedad privada, así como reformas similares, son necesarias para reducir la pobreza, éstas pueden no ser suficientes. Se requieren más medidas a nivel individual y nacional, particularmente, previas a las intervenciones para debilitar las trampas de la pobreza y otros obstáculos, con el fin de aprovechar las oportunidades del mercado. Esta posición (enfatizada, por ejemplo, por Sachs [2005]) critica el Consenso de Washington por su insuficiencia, y llama a enfocarse en lo necesario para debilitar los obstáculos para un crecimiento y un desarrollo espontáneos y autosostenibles, con base en el aprovechamiento de oportunidades de mercado.

Hablando con claridad, los autores no evidencian su postura sobre las preguntas más importantes de manera explícita, con lo cual dejan a la interpretación sus opiniones sobre políticas macroeconómicas, modos alternativos institucionales de organización de una economía, y demás. En efecto, a menudo parecen hacer demasiado énfasis en las microintervenciones que, según creen, pueden disminuir la pobreza, dando mayor preferencia a las soluciones pequeñas que a las grandes, justamente porque no se animan a llegar a conclusiones más generales en relación con lo “que funciona”.

La obra se centra en la mejora de situaciones individuales, pero presta poca atención a las condiciones de una transformación estructural prolongada y socialmente inclusiva de las economías nacionales, salvo en la medida en que considera que este cambio llegará con la mejora en la vida individual. En este sentido, Banjerjee y Duflo se preocupan por la pobreza, pero no por el desarrollo. Adoptan una visión de preocupaciones contextuales y estructurales y, a la vez, adoptan una actitud implícita hacia un capitalismo de mercado contemporáneo que es más conformista que crítica, y, en efecto, no se detienen mucho en las preguntas incómodas o difíciles relacionadas con el contexto institucional de la intervención. Esto se refleja en una visión ampliamente celebratoria de las microfinanzas (por supuesto, se ve como “sólo una de las posibles armas en la batalla contra la pobreza”, y se reconocen sus limitaciones al argumentar que no cualquiera es un emprendedor). No parecen distinguir fundamentalmente entre las firmas de microfinanzas con fines de lucro que mencionan (algunas de las cuales han estado involucradas en controversias importantes relacionadas con préstamos caros gracias a su poder en el mercado -loan-pushing- en Andhra Pradesh, la India) y las organizaciones de microfinanzas sin fines de lucro. Desde una perspectiva que favorece las intervenciones específicas, puede no haber una distinción crucial, pues los autores se centran en una intervención común que ambas ofrecen de forma evidente a los individuos. Su enfoque consiste en encontrar el elixir del éxito individual y no en entender o reformular el entorno económico en el que se espera que los individuos triunfen. Los individuos que logran transformar en prosperidad una pequeña cantidad de capital semilla gracias a sus hábitos de ahorro y a sus acciones empresariales son los héroes de este libro.

El segundo factor discursivo en el que se apoya la influencia de la perspectiva de los autores es el recurso a una orientación tecnocrática hacia el desarrollo, en la que el cambio se entiende como un bien que la intervención técnica baja desde los cielos (un technofix), el cual depende del conocimiento de los expertos sobre “lo que funciona”. Una vez que se llega a dicho conocimiento, éste puede aplicarse de forma modular, haciendo posible que se replique en otro sitio debido a un entendimiento mecánico de relaciones causales. La suposición de que existen regularidades empíricas casi universales y observables que subyacen bajo la conexión entre los insumos y los productos corresponde a un enfoque técnico y muy sesgado de la causación en temas sociales. No hay cabida para analizar las relaciones sociales que varían según el contexto, y mucho menos el papel que desempeñan los factores políticos que socavan esta imagen mecanicista de la sociedad. Aunque las energías de la gente ordinaria podrían emplearse para hacer un cambio, los expertos actúan como matronas que sugieren intervenciones basadas en la experiencia, necesarias para dar a luz estas energías, llevadas a cabo por políticos benevolentes con la capacidad de evaluarlas y ejecutarlas. La perspectiva de los autores deja poco margen para la política en cualquiera de sus formas, incluyendo, desde luego, la exigencia de una democracia abierta que se autogobierne.

El tercer factor discursivo es el recurso a citas pegajosas: la simple y simplista descripción o explicación que se transmite fácilmente y que, por lo tanto, puede difundirse con fluidez entre empresarios de políticas públicas, personas influyentes e inexpertos interesados con buenas intenciones. El estilo ligero del libro, sazonado con sus observaciones anecdóticas, se combina con el autorretrato de los autores como expertos técnicos (que, irónicamente, defienden que las pruebas aleatorizadas son un método que mejora notablemente con sus anécdotas) y brinda la legitimación necesaria para que dichas citas sean aceptadas rápidamente.

Probablemente no resulte muy difícil comprender por qué las recetas de Poor Economics han tenido tanta difusión, sobre todo entre las élites metropolitanas que elaboran las políticas del desarrollo, pero también en otros sectores.7 Resultan atractivas para las predilecciones poderosas pero inconsistentes de las metrópolis: el deseo de “arreglar” las cosas con un razonamiento simple y monocausal, aunado a la convicción de que la tecnología, por medio de un análisis de datos y evaluaciones aleatorizadas, lo hará posible. Sus premisas tecnocráticas, su ingenua visión de la política y la sociedad, y su inconsciencia de que las buenas intenciones no bastan ofrecen una visión demasiado positiva del mundo.8 Es una desgracia que la obra no ahonde más en estas explicaciones.

Agradecimientos

Mi más sincero agradecimiento a V. K. Ramachandran por su apoyo constante y por sus valiosos comentarios; a David Grewal, Sannjay Krishnan, Michael Pollak, Peter Spiegler y Nidhi Srinivas, por sus sugerencias extensivas por escrito, y a Arnab Acharya, Tanweer Akram, Jigar Bhatt, C. P. Chandrasekhar, Stuart Corbridge, Siddhartha Deb, Jayati Ghosh, Radha Gopalan, John Harriss, Atul Kohli, Pratap Mehta, Uday Mehta, S. Nanthikesan, Raj Patel, Thomas Pogge, Bharat Punjabi, Hugh Roberts, Rathin Roy, Anwar Shaikh, Ajit Sinha, Joseph Stiglitz, S. Subramanian, S. Vela Velupillai, Robert Wade, Thomas Wallgreen y a otros amigos y colegas por sus útiles respuestas. Aclaro que estas personas no necesariamente están de acuerdo, parcial o totalmente, con mis opiniones.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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*Poor Economics: A Radical Rethinking of the Way to Fight Global Poverty. Nueva York: Public Affairs, 2011. [Versión en español: Repensar la pobreza: un giro radical en la lucha contra la desigualdad, trad. de F. Javier Mato Díaz, 4a ed. Barcelona: Taurus, 2016.] Esta reseña fue publicada originalmente como: Randomise This! On Poor Economics. Review of Agrarian Studies, 2(2), 2013. Disponible en:http://www.ras.org.in/randomise_this_on_poor_economics [traducción del inglés de Luis Arturo Velasco Reyes]

2 La teoría de las capacidades de Amartya Sen (1981) brinda un destacable ejemplo de un análisis convencional en el que estos niveles múltiples de causación desempeñan un papel. Como dijo Karl Marx en El 18 Brumario de Luis Bonaparte: “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio”. Estas circunstancias “con que los [seres humanos] se encuentran directamente [y que] les han sido legadas por el pasado” suelen percibirse como hechos inamovibles a nivel individual, siendo que pueden cambiarse sólo colectivamente.

3 Un ejemplo interesante y perturbador es el de las dificultades actuales de la aplicación de la vacuna contra la polio en lugares donde hay resistencia social para aceptarla.

4 Véase, por ejemplo, Barret y Carter (2010), Deaton (2009), Heckman (1991), y Heckman y Smith (1995); los dos últimos están relacionados, pero son anteriores a la controversia reciente.

5 No tiene relevancia que los autores del estudio (Bertrand, Djankov, Hanna y Mullainathan, 2007) encontraran, en última instancia, que la verdadera habilidad para conducir importa muy poco en la expedición de licencias en Nueva Delhi. Quizá sólo Barrett y Carter (2010) reconocieron que este trabajo lleva a plantearse muchas preguntas éticas. Banerjee y Duflo (2011: 242) lo mencionan como un estudio informativo, mas no hacen ningún comentario al respecto. Dicha investigación, además, fue sacralizada por su publicación en una de las revistas más destacadas de su ámbito.

7 El título se puede interpretar por lo menos en tres formas distintas, y no todas favorecen a los autores.

8 Los autores tienen, por lo menos, bastante clara su escala de valores; en ella los economistas se encuentran bien posicionados: “algunas de estas personas casi seguramente tenían el potencial para ser profesores de economía o capitanes de industria. Pero, en cambio, se convirtieron en trabajadores cotidianos o en dueños de tiendas” (Banerjee y Duflo, 2011: 95).

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