Introducción
La prevalencia de comportamiento agresivo en adolescentes constituye una de las principales problemáticas a nivel mundial desde hace varios años (Llorca-Mestre et al. 2017). De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2014), la agresión interpersonal (v. g., maltrato infantil, violencia juvenil, violencia en la pareja, violencia sexual y maltrato a personas mayores) representa un problema de salud pública al ser una de las principales causas de muerte de personas entre 15 y 44 años, y un factor de riesgo ante problemas sociales y de la salud, que incluyen problemas psicológicos, como trastornos de ansiedad o depresión, abuso de sustancias y comportamiento suicida por parte de la víctima; así como problemas sociales, aislamiento, consecuencias legales y desempleo para el agresor (Carroll et al. 2018). A pesar de las diversas estrategias que se han implementado buscando su prevención, se sigue observando un constante incremento en las tasas y prevalencias de estas problemáticas (Institute for Economics and Peace, 2018; OMS, 2014; OMS, 2020).
Además de ser uno de los principales motivos de consulta tanto en el ámbito clínico como en el educativo, gran parte de la investigación de los últimos años señala que la agresividad y otros comportamientos denominados “externalizantes” afectan aproximadamente a uno de cada cinco adolescentes (Carter et al. 2010). De esta forma, se hace imperativo el estudio de los factores con los que la conducta agresiva se encuentra asociada, sus causas, procesos y consecuencias, así como los posibles abordajes que de ella se puede hacer desde técnicas eficaces que permitan alcanzar un mayor bienestar individual y social (Dishion et al. 1995; Llorca-Mestre et al. 2017; Medrano et al. 2019; Sabeh et al. 2017).
Históricamente, se ha abordado el comportamiento agresivo desde diversos enfoques, generándose múltiples definiciones conceptuales para el término “agresión” y otros relacionados, como “agresividad” o “violencia”. Aún en la actualidad no existe un consenso respecto a su definición, por lo que en muchas ocasiones son empleados indistintamente en la investigación (Massanet-Rosario, 2011). Sin embargo, la mayoría de las definiciones comparten al menos tres elementos: 1) intencionalidad; el emisor generalmente tiene un objetivo; 2) sus consecuencias son aversivas hacia el receptor y 3) se manifiesta de diversas formas (Medrano et al. 2019).
Se ha encontrado que la conducta agresiva no aparece de manera espontánea cuando la persona alcanza cierta etapa, como la adolescencia; sino que se aprende desde la infancia temprana y a partir de diversas variables contextuales. De hecho, constituye un comportamiento normativo en los primeros años de vida, el cual tiende a disminuir con el tiempo (Loeber et al. 2013; Loeber y Hay, 1994; Tremblay et al. 2004). Uno de los factores asociados con su aprendizaje y mantenimiento es la interacción que se da en el núcleo familiar, el cual representa el primer contexto en el cual se desarrolla el individuo y donde, a través de dicha interacción con los miembros de su familia, principalmente sus padres y madres, el individuo aprende que el comportarse agresivamente le puede traer consecuencias deseables, las cuales fomentan dicho comportamiento (Patterson, 1982).
De este modo, las conductas específicas que los padres y las madres emplean con un objetivo concreto en la socialización de sus hijos, denominadas prácticas parentales (Darling y Steinberg, 1993; Segura-Celis et al. 2011), juegan un papel muy importante en la frecuencia e intensidad de conductas agresivas del menor. Existe evidencia de que, en adolescentes, la disciplina ineficiente, al igual que la denominada disciplina severa, caracterizada por el uso de castigo físico, agresión verbal, control e imposición excesivos, además de una escasa supervisión, resultan factores determinantes del comportamiento agresivo (Patterson, 1982; Qi, 2019; Vale et al. 2018). Por el contrario, la crianza caracterizada por niveles adecuados de comunicación, apoyo, fomento de autonomía y control conductual se ha relacionado con bajas tasas de comportamientos agresivos en los hijos (Luk et al. 2016; Ruiz et al. 2019).
El estudio del comportamiento agresivo y su relación con las prácticas parentales es particularmente importante durante la adolescencia, puesto que esta etapa representa un periodo crítico en el cual la conducta agresiva, principalmente física y verbal, tiende a intensificarse, alcanzando un pico en la tasa de emisiones alrededor de los 16 años (Fite et al. 2013; Tremblay, 2000). A pesar de esto, la mayoría de los estudios realizados se centran en poblaciones infantiles o de la adolescencia temprana (Llorca-Mestre et al. 2017; Medlow et al. 2016; Ruiz et al. 2019).
Fenómenos como el acoso escolar o bullying, caracterizado por comportamientos de agresión física y verbal, son cada vez más comunes entre la población adolescente en diversos países, e incluso se han trasladado a nuevas modalidades, como el llamado “ciberacoso” (Chu, 2019). Respecto a esta modalidad de comportamiento agresivo, se ha observado que también tiene relación con las prácticas parentales, pues los adolescentes que participan del ciberacoso, tanto víctimas como acosadores, perciben a sus padres y madres como permisivos; es decir, que suelen ejercer poco control conductual sobre ellos. Mientras, los adolescentes que no reportan haber participado en estos comportamientos, perciben a sus padres como mayormente autoritativos, estilo caracterizado por un adecuado ejercicio de control conductual, comunicación y autonomía por parte de los padres y madres (Vale et al. 2018).
Además, la investigación referente a la crianza ha seguido mayormente un enfoque tipológico al categorizar a los padres en uno de los estilos parentales propuestos por Baumrind (1968): autoritativo, autoritario, permisivo y negligente. Sin embargo, en años recientes se ha señalado que el estudio de las prácticas parentales permite predecir comportamientos en los hijos de forma más efectiva (Carlo et al. 2007; García-Méndez et al. 2014; Ruvalcaba-Romero et al. 2016). Por ello, el presente estudio se propone analizar la relación de las prácticas parentales de comunicación, autonomía, imposición, control psicológico y control conductual con la conducta agresiva en adolescentes de 14 a 19 años, partiendo de la hipótesis de que las prácticas de comunicación, autonomía y control conductual, tanto paternas como maternas, se relacionarán negativamente con la conducta agresiva del adolescente. Por otra parte, se espera encontrar datos que indiquen una asociación positiva entre las prácticas de imposición y control psicológico de ambos padres y la conducta agresiva.
Metodología
Se realizó un estudio cuantitativo de tipo correlacional con diseño transversal.
Participantes
Se tomó una muestra no probabilística por conveniencia de un total de 1171 estudiantes de bachillerato de la ciudad de Aguascalientes, de entre 14 y 19 años, con una media de edad de 15.95 años (D. E. = 1.07). 617 participantes fueron de sexo femenino (53 %) y 554 de sexo masculino (47 %). El 59 % de los participantes reporta vivir con sus dos padres, mientras que el 19 % vive únicamente con su madre y el 2 % vive sólo con su padre. Otro 2 % señala que vive con otro tutor, en su mayoría otros miembros de su familia, como abuelos o tíos. El 68 % vive también con uno o más de sus hermanos. El 13 % de la muestra reporta no tener ningún tipo de convivencia con su padre, y únicamente el 2 % menciona que no convive con su madre.
Cabe señalar que la participación de los adolescentes fue totalmente voluntaria y anónima, y con previa autorización de las autoridades de los distintos planteles educativos, esto como parte de las consideraciones éticas del estudio. Asimismo, se informó a los participantes que no había ningún tipo de riesgo ni beneficio personal o académico por aceptar o negarse a participar en el estudio.
Instrumentos
Cuestionario de agresividad (Buss y Perry, 1992) en su versión reducida a 20 ítems (Vigil-Colet et al. 2005). Este cuestionario evalúa cuatro factores: agresión física (e. g., “de vez en cuando no puedo controlar el impulso de golpear a otra persona”), agresión verbal (e. g., “cuando no estoy de acuerdo con mis amigos, discuto abiertamente con ellos”), ira (e. g., “me enfado rápidamente, pero se me pasa enseguida”) y hostilidad (e. g., “en ocasiones siento que la vida me ha tratado injustamente”), con una escala Likert que va de 1 (nunca) a 5 (siempre). A mayor puntaje, mayor es el nivel en el que la dimensión medida se está presentando. El instrumento se encuentra validado en población mexicana (Morales-Vives et al. 2005), y cuenta con una adecuada consistencia interna (α = 0.87).
Escala de Prácticas Parentales (EPP) de Andrade y Betancourt (2008). Este instrumento evalúa la percepción que tiene el adolescente sobre las prácticas empleadas por sus dos padres por separado. Mide cinco dimensiones en el caso de la madre, y cuatro en el caso del padre: comunicación (e. g., “mi mamá/papá habla conmigo sobre mis problemas”), autonomía (e. g., “mi mamá/papá me deja tomar mis propias decisiones”), imposición (e. g., “mi mamá/papá me impone las cosas que ella/él piensa”), control psicológico (e. g., “mi mamá/papá me hace sentir que soy un/a inútil”) y control conductual (e. g., “mi mamá/papá sabe dónde estoy cuando salgo de casa”). Esta última se evalúa junto a la comunicación en el caso del padre. El instrumento consiste en una escala de tipo Likert que consta de 80 reactivos (40 por cada padre) con cuatro opciones de respuesta (nunca, pocas veces, muchas veces y siempre), las cuales se puntúan del 1 al 4 y, posteriormente, se promedian para obtener el puntaje de la dimensión evaluada. Un mayor puntaje indica que el adolescente percibe mayor manifestación de la dimensión evaluada por parte de sus padres. Fue diseñado para población mexicana y sus nueve dimensiones cuentan con una adecuada consistencia interna, con alfas de Cronbach que van del 0.80 hasta 0.97.
Procedimiento
Con el objetivo de facilitar la aplicación y la captura de datos, se diseñó una hoja de respuestas que agrupa los dos instrumentos anteriormente descritos. La hoja de respuestas fue elaborada utilizando la aplicación ZipGrade, misma que permitió la captura de los datos mediante el escaneo de las hojas de respuesta a través de dispositivos móviles (teléfonos celulares). Una vez escaneadas, la aplicación permite descargar los datos en documentos de hoja de cálculo (Excel). Asimismo, se incluyeron en las hojas espacios en los que se solicitaba al evaluado anotar su nombre, edad, sexo y plantel educativo al que pertenecía, así como el número de identificación (ID) que se le asignó en la institución, en caso de contar con uno.
Posteriormente, se gestionó el permiso necesario en cada una de las instituciones donde se administraron los instrumentos de medición. y se procedió a llevar a cabo la aplicación de dichos instrumentos en cada uno de los grupos que forman parte de cada plantel educativo. Se otorgó a cada participante un cuadernillo con los reactivos de ambos instrumentos y sus opciones de respuesta, y este respondió a cada uno de los reactivos (100 en total; 40 de la escala de prácticas parentales para la madre, 40 de la escala de prácticas parentales para el padre, y 20 del cuestionario de agresividad) en la hoja de respuestas que también le fue proporcionada. Cada aplicación duró aproximadamente 45 minutos, y se llevaron a cabo en el horario escolar, durante una de las horas de clase, en las instalaciones de las instituciones participantes. Se dio la instrucción a cada adolescente de responder utilizando lápiz de madera número 2, y se le proporcionó uno a cada estudiante que no contaba con él.
Análisis de datos
Los datos obtenidos fueron capturados utilizando los programas Excel y SPSS v. 22. Una vez capturados, se utilizó el paquete estadístico SPSS 22 para calcular, primeramente, los niveles de consistencia interna de cada una de las escalas utilizadas, considerando como aceptable un alfa de Cronbach mayor a 0.7; posteriormente, se obtuvieron estadísticas univariadas para las variables sociodemográficas: medias y desviaciones estándar para las variables continuas como edad; frecuencias y porcentajes para las variables categóricas como género.
De igual forma, se utilizó la prueba de normalidad Kolmogorov-Smirnov para comparar la función de distribución acumulada empírica (ECDF) de los datos de la muestra. Los resultados indicaron que el valor de p (p>0.05) fue menor que el nivel de significancia elegido, por lo que se rechazó la hipótesis nula, concluyéndose que no se trató de una distribución normal. Por ello, se optó por utilizar estadísticos no paramétricos para realizar comparaciones entre los grupos.
Se calcularon las medias y desviaciones estándar de los puntajes totales del cuestionario de agresión y, con base en ellos, se clasificó a los participantes en tres categorías de acuerdo a su nivel de agresividad: 1) agresividad baja (puntajes iguales o menores a 34); 2) agresividad media (puntajes entre 35 y 58) y 3) agresividad alta (puntajes iguales o mayores a 59). Se hizo el análisis estadístico de los datos, examinando la asociación que las prácticas parentales tienen con el comportamiento agresivo en el menor. Se utilizó el coeficiente rho de Spearman para calcular las correlaciones entre las variables y se compararon las medias de los tres grupos a través del estadístico H de Kruskal-Wallis.
Resultados
Se calculó el alfa de Cronbach para calcular la confiabilidad de cada una de las escalas utilizadas. Los resultados, como se muestra en las Tablas 1 y 2, arrojaron niveles de aceptables a buenos de consistencia interna para cada una de las escalas.
Escala | Alfa |
---|---|
Escala de prácticas parentales | 0.892 |
Escala de prácticas parentales de la madre | 0.83 |
Comunicación materna | 0.936 |
Autonomía materna | 0.880 |
Imposición materna | 0.863 |
Control psicológico materno | 0.839 |
Control conductual materno | 0.842 |
Escala de prácticas parentales del padre | 0.870 |
Comunicación y control conductual paterno | 0.963 |
Autonomía paterna | 0.915 |
Imposición paterna | 0.883 |
Control psicológico paterno | 0.885 |
Fuente: elaboración propia
Escala | Alfa |
---|---|
Cuestionario de conducta agresiva | 0.863 |
Agresividad física | 0.80 |
Agresividad verbal | 0.69 |
Ira | 0.704 |
Hostilidad | 0.68 |
Fuente: elaboración propia
Con base en los puntajes totales obtenidos por cada participante en el cuestionario de agresividad (x=46 D. E. = 13), se clasificó a los mismos en tres categorías: 1) agresividad baja, 2) agresividad media y 3) agresividad alta. De esta manera, el primer grupo se conformó por aquellos adolescentes que arrojaron puntajes iguales o menores a la media menos una desviación estándar, es decir, iguales o menores a 34 (n = 225). El segundo grupo, se conformó por los participantes que obtuvieron puntajes ubicados entre la media menos una desviación estándar, y la media más una desviación estándar; es decir, entre 35 y 58 (n = 754). Finalmente, el tercer grupo estuvo integrado por los participantes con puntajes iguales o mayores a la media más una desviación estándar, es decir, iguales o mayores a 59 (n = 192). La Figura 1 muestra la distribución de la muestra por nivel de agresividad.
En la Figura 2, se muestran las medias que cada grupo obtuvo en la escala de prácticas parentales de la madre (PP-M). La prueba H de Kruskal-Wallis arrojó como resultado que existen diferencias significativas entre las medias de los tres grupos en las cinco dimensiones de la escala PP-M, como se observa en la Tabla 3.
Dimensión | H | Gl | Sig. |
---|---|---|---|
Comunicación materna | 63.059 | 2 | .000 |
Autonomía materna | 62.818 | 2 | .000 |
Imposición materna | 93.818 | 2 | .000 |
Control psicológico materno | 156.022 | 2 | .000 |
Control conductual materno | 68.402 | 2 | .000 |
Fuente: elaboración propia
En la Figura 3, se presentan las medias de cada grupo en los puntajes de las variables de prácticas parentales del padre (PP-P). Nuevamente se observan diferencias estadísticamente significativas al observar los resultados de la prueba estadística Kruskal-Wallis presentados en la Tabla 4.
Dimensión | H | Gl | Sig. |
---|---|---|---|
Comunicación y control conductual Paterno | 63.059 | 2 | .000 |
Autonomía paterna | 62.818 | 2 | .000 |
Imposición paterna | 93.818 | 2 | .000 |
Control psicológico paterno | 156.022 | 2 | .000 |
Fuente: elaboración propia
Se calcularon las correlaciones entre variables mediante el estadístico rho de Spearman, encontrándose correlaciones estadísticamente significativas entre las cinco dimensiones que componen la escala de prácticas parentales de la madre y las cuatro que conforman la variable de conducta agresiva (CA). Lo anterior puede observarse en la Tabla 5.
AF | AV | Ira | Host | CM | AM | IM | CPM | CCM | |
Agresión Física | 1 | ||||||||
Agresión Verbal | .405** | 1 | |||||||
Ira | .382** | .536** | 1 | ||||||
Hostilidad | .285** | .382** | .530** | 1 | |||||
Comunicación materna | -.200** | -.114** | -.175** | -.204** | 1 | ||||
Autonomía materna | -.192** | -.098** | -.207** | -.231** | .656** | 1 | |||
Imposición materna | .178** | .261** | .289** | .226** | -.379** | -.501** | 1 | ||
Control psicológico materno | .261** | .277** | .337** | .331** | -.513** | -.565** | .662** | 1 | |
Control conductual materno | -.315** | -.135** | -.163** | -.153** | .625** | .463** | -.169** | -.293** | 1 |
Nota: AF = agresividad física, AV = agresividad verbal, Host. = hostilidad, CM = comunicación materna, AM = autonomía materna, IM = imposición materna, CPM = control psicológico materno, CCM = control conductual materno. **La correlación es significativa en el nivel 0.01.
Fuente: elaboración propia
También se encontraron correlaciones estadísticamente significativas entre las dimensiones que integran la variable de prácticas parentales del padre (PP-P) y las que conforman la variable de conducta agresiva (CA), como puede observarse en la Tabla 6.
AF | AV | Ira | Host | CCP | AP | IP | CPP | |
Agresión física | 1 | |||||||
Agresión verbal | .409** | 1 | ||||||
Ira | .391** | .544** | 1 | |||||
Hostilidad | .309** | .391** | .542** | 1 | ||||
Comunicación y control conductual paterno | -.166** | -.132** | -.161** | -.237** | 1 | |||
Autonomía paterna | -.264** | -.111* | -.179** | -.256** | .613** | 1 | ||
Imposición paterna | .291** | .199** | .233** | .206** | -.232** | -.498** | 1 | |
Control psicológico paterno | .289** | .224** | .289** | .300** | -.434** | -.597** | .643** | 1 |
Nota: AF = agresividad física, AV = agresividad verbal, Host.= hostilidad, CM = comunicación materna, AM = autonomía materna, IM = imposición materna, CPM = control psicológico materno, CCM = control conductual materno.**La correlación es significativa en el nivel 0.01.
Fuente: elaboración propia
Discusión
El presente trabajo de investigación tuvo como objetivo analizar la relación entre las prácticas parentales y la conducta agresiva en adolescentes de la ciudad de Aguascalientes, partiendo de la hipótesis de que existe una relación negativa de las prácticas de comunicación, autonomía y control conductual con los comportamientos agresivos en los jóvenes, mientras que las prácticas de imposición y control psicológico, por el contrario, se asociarían positivamente.
La relación entre las variables de estudio se comprobó mediante el cálculo de correlaciones entre variables a través del estadístico rho de Spearman, que arrojó como resultado que las prácticas de comunicación, autonomía y control conductual, tanto del padre como de la madre, se asocian de manera negativa con la conducta agresiva, mientras que las prácticas de imposición y control psicológico se relacionan positivamente con ella. A pesar de que los índices de correlación son de moderados a bajos, son estadísticamente significativos. Estos resultados concuerdan con lo reportado en la literatura (González et al. 2017; Gunn et al. 2019; Luk et al. 2016; Márquez et al. 2014; Morales et al. 2015; Palacios y Andrade-Palos, 2008; Varela et al. 2013).
El hecho de que los índices de correlación sean de moderados a bajos puede ser indicativo de que, aunque las prácticas parentales siguen estando asociadas a determinados comportamientos en los hijos, el comportamiento de los padres pierde influencia conforme el hijo se acerca a la adultez, tomando mayor relevancia otras variables como, por ejemplo, la influencia de los pares (Bosmans et al. 2006; Deutsch et al. 2012; De la Torre et al. 2014).
Por otra parte, y siguiendo la línea conductista radical, emociones como el enojo y la ira no serían consideradas mediadores o estímulos antecedentes que llevan a la respuesta agresiva, como sucede desde otras posturas teóricas; sino que se presentarían en el sujeto debido a eventos o estímulos externos y que, de esta manera, serían sensaciones fisiológicas que acompañarían a la respuesta agresiva que posiblemente sea emitida por el sujeto. Los pensamientos hostiles, por su parte, constituirían respuestas verbales encubiertas que también seguirían a estímulos o eventos que pudieran resultar aversivos para el sujeto, o ante la presencia de un estímulo discriminativo que se ha asociado con la posibilidad de la obtención de un reforzador. De esta manera, ni el componente emocional (ira) ni el cognitivo (hostilidad) representarían las causas de la conducta agresiva, sino que serían sensaciones fisiológicas y respuestas verbales encubiertas, respectivamente, que acompañarían a la misma (Skinner, 1953).
En este estudio, la ira se relacionó en mayor magnitud con la agresión física y verbal que la hostilidad, lo cual tiene sentido desde un punto de vista fisiológico, ya que la emoción que denominamos “ira” está integrada por reacciones físicas que preparan al organismo a atacar, tales como tensión muscular, incremento de la frecuencia cardiaca, aumento de los niveles de testosterona y reducción de los de cortisol, estando los niveles de estas dos hormonas relacionadas con la agresión, mediando en ella a través de la empatía (Pascual-Sagastizabal et al. 2019). Skinner (1953) también concibe a las emociones como una predisposición del organismo a comportarse de cierta manera. En este caso, la ira o el enojo predispondrían al sujeto a emitir conductas agresivas, es decir, a acciones que ocasionen un daño en otra persona o en un objeto, mismas que resultarían reforzadas en presencia de dichas emociones y, en consecuencia, estarían controladas por las mismas condiciones que controlan a las emociones antes mencionadas.
A pesar de que la ira se correlaciona en mayor magnitud que la hostilidad con la conducta agresiva, los participantes arrojaron puntajes más altos en esta segunda variable que en la primera. Quizá, al tratarse de comportamientos verbales encubiertos, resulta más sencillo para el adolescente inhibir la emisión de una respuesta agresiva a pesar de presentar pensamientos hostiles hacia otro sujeto u objeto, que inhibir dicha respuesta cuando está experimentando la respuesta emocional catalogada como ira. Resultaría interesante ahondar en el estudio de estas variables para comprobar o rechazar esta hipótesis.
Desde el modelo de Patterson (1982) y el paradigma del conductismo radical (Skinner, 1953), es posible hipotetizar respecto al origen de las conductas agresivas de la muestra: las prácticas inadecuadas de los padres han propiciado que el adolescente aprendiera a comportarse de manera agresiva a través del moldeamiento y modelado de dichos comportamientos; y que esto le puede traer consecuencias deseables (e. g., acceso a objetos o actividades) o le puede permitir evitar o escapar de consecuencias desagradables (e. g., regaños y castigos de cualquier tipo), siendo estas consecuencias las que estarían manteniendo la conducta agresiva del adolescente. Sin embargo, la naturaleza del estudio y su diseño no permiten aseverar que esto sea así, pues no es posible identificar cuáles son las consecuencias que están manteniendo estas conductas; es decir, no es posible determinar cuáles son las variables que están actuando como reforzadores de estos comportamientos en los adolescentes que fueron identificados como agresivos.
Se ha planteado en otras investigaciones que pudiera existir un impacto distinto de las prácticas del padre y las de la madre, pudiendo influir también el sexo del hijo o hija (Ruiz et al. 2019; Lansford et al. 2014). En este caso, los resultados del presente estudio no muestran diferencias en cuanto a la relación que guardan las prácticas del padre y de la madre con la conducta agresiva, dándose dichas relaciones en el mismo sentido y en magnitudes similares.
La inconsistencia entre las prácticas del padre y la madre, es decir, el uso de prácticas distintas entre uno y otro (e. g., mucha comunicación de uno y poca de otro, mucho control conductual de uno y poco de otro) ha sido señalada también como un factor de riesgo ante el desarrollo de problemas conductuales del menor (Jiménez-Barbero et al. 2016). Por su parte, otros autores (Gómez-Ortiz et al. 2015; Lansford et al. 2014) indican que, más allá de que existan diferencias entre las prácticas de uno y otro, el hecho de que al menos uno de los dos emplee prácticas positivas (i. e., comunicación, autonomía, afecto, control conductual) puede ser suficiente para que los beneficios de estas sean mayores que los resultados negativos de prácticas menos efectivas (i. e., imposición, control psicológico). Es necesario ahondar en la investigación al respecto para esclarecer si estas inconsistencias entre padres representan o no un factor relevante en el desarrollo de los hijos.
Conclusiones
La conclusión que podemos alcanzar a raíz de los resultados es similar a lo que se ha observado en otros estudios: prácticas como la comunicación, la autonomía y el control conductual se relacionan de forma positiva con consecuencias deseables en el desarrollo del adolescente, en este caso, funcionando como un factor que disminuye la probabilidad de que el joven actúe agresivamente (Cutrín et al. 2015; Deutsch et al. 2012; González et al. 2017; Ruvalcaba-Romero et al. 2016; Varela et al. 2013), mientras que las prácticas de imposición y control psicológico tienen una relación negativa con los comportamientos deseados en los hijos, por ejemplo, incrementando su propensión a la emisión de conductas de agresión (De la Torre et al. 2014; Méndez et al. 2013; Palacios y Andrade-Palos, 2008; Qi, 2019). Esto puede observarse al comparar los puntajes de los participantes respecto a las PP: los adolescentes del grupo de agresividad baja puntuaron significativamente más alto que los grupos de agresividad media y alta en las prácticas positivas (C, A y CC), y sus puntajes fueron más bajos en las prácticas negativas (I y CP) que los de dichos grupos.
Una limitante importante que se debe señalar en esta investigación es que no se evaluó la percepción de los padres sobre sus propias prácticas de crianza, lo cual habría enriquecido la información y, por ende, los resultados del estudio (Oudhof et al. 2012). Evaluar la perspectiva del padre sería de especial importancia, pues es un factor que ha sido poco retomado en la literatura referente a este tema, normalmente centrada en el adolescente y su madre (Lansford et al. 2014).
Otra limitante es el muestreo realizado: a pesar de que se tomó a una cantidad de participantes mayor a la que normalmente se utiliza en esta clase de estudios, no se les seleccionó aleatoriamente ni se puede asegurar que sea una muestra representativa de la población, lo cual limita la generalización de los resultados aquí presentados.
Además, el evaluar la conducta agresiva desde un instrumento de auto reporte no garantiza que no existan respuestas influenciadas por la deseabilidad social, al tratarse de conductas desaprobadas socialmente. Finalmente, al tratarse de un estudio correlacional, no puede determinarse el grado en el que las conductas de los padres pueden estar influyendo en las de los hijos, únicamente se puede establecer la asociación entre las variables estudiadas. De igual forma, por ser transversal, la investigación no permite identificar el comportamiento de las variables con el paso del tiempo, como podría hacerse mediante un estudio longitudinal.
Se propone que, para futuras investigaciones, se considere el uso de metodologías distintas para la medición de las variables de carácter experimental, por ejemplo, empleando la observación directa de interacciones padre/madre-hijo, y que permita delimitar con mayor precisión qué conductas de los padres anteceden a la conducta agresiva en el adolescente, además de qué comportamientos parentales pudieran estar manteniendo esas conductas en este. Cabe señalar que dicha metodología estaba contemplada en el desarrollo de esta investigación, sin embargo, debido a la pandemia por COVID-19, tuvo que descartarse.
Asimismo, puede ser relevante el tomar en consideración otras variables que pueden guardar una mayor relación con la conducta agresiva del adolescente, como la influencia de sus pares, o variables individuales, como la empatía y el autocontrol que, según algunos autores (Llorca-Mestre et al. 2017), pueden ayudar a inhibir la conducta agresiva. De igual forma, se propone el estudio de patrones de prácticas parentales en conjunto, no como estilos de crianza estáticos e inflexibles que se mantienen a lo largo del tiempo, sino como conjuntos de prácticas parentales que, utilizadas en conjunto ante situaciones específicas, pudieran disminuir o favorecer el comportamiento agresivo en los adolescentes.
En conclusión, los resultados de este estudio permiten corroborar la importancia del correcto ejercicio de las prácticas de comunicación, autonomía y control conductual por parte de los padres y madres de familia, confirmándose dichos comportamientos como factores que favorecen el correcto desarrollo psicosocial de los hijos en distintas áreas, en este caso, en cuanto a la prevención del desarrollo de comportamientos agresivos en ellos. Además, se confirma que las prácticas de imposición y control psicológico, tanto paternas como maternas, favorecen la aparición de esas conductas agresivas en los adolescentes. Esto puede resultar de especial utilidad en la elaboración de programas de entrenamiento para padres que, con base en los resultados, tendrían que centrarse en la promoción y el aprendizaje de las prácticas parentales relacionadas con resultados positivos (comunicación, autonomía y control conductual) y la evitación del uso de las prácticas asociadas con resultados negativos en el desarrollo del menor (imposición y control psicológico).