Introducción
El propósito de este ensayo es compartir el desarrollo de algunas reflexiones sobre los sismos ocurridos en México los días 7 y 19 de septiembre de 2017, con referencia a los planteamientos de Cornelius Castoriadis. Las siguientes ideas han sido formuladas por l@s1 integrantes del seminario “Psicoanálisis y antropología en el proyecto de autonomía” de El Colegio de San Luis. Dicho seminario tiene como sedes el Programa de Estudios Antropológicos de El Colegio de San Luis y la Maestría en Psicoanálisis de la Facultad de Psicología de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí.
El ejercicio que compartimos lo hacemos desde una colocación2 explícita hacia el proyecto de autonomía. Consideramos que la tragedia, el dolor y la solidaridad que provocaron los pasados sismos nos hicieron visibles las instituciones. A raíz de la conciencia de dicha visibilidad, exponemos nuestra intención y deseo de llegar a ser capaces como sociedad de establecer y modificar nuestras propias instituciones (con sus normas y valores) de manera reflexiva, consciente, explícita, dilucidadora y deliberada, para que contribuyan a la posibilidad de estar siendo autónomos. La iniciativa de hacerlo la formulamos con el principio de que “No puede hacerse autónomo a alguien con medios heterónomos. La autonomía es al mismo tiempo la meta buscada y algo cuya presencia llamemos virtual, digamos, debe suponerse al comienzo de un análisis o un movimiento político” (Castoriadis, 1992, p. 126).
La colocación precedente por la autonomía la apoyamos en la afirmación de Castoriadis (1996, pp. 87-112) acerca de que el momento del nacimiento de la política fue “en el hacer efectivo de la colectividad en su puesta a tela de juicio de la ley. ¿Qué leyes debemos hacer? Es en este momento cuando nace la política y la libertad como social-históricamente efectiva”. Con el antecedente de la política, constituida en tanto y cuanto la colectividad social pone en duda sus propias leyes, nos preguntamos ¿cuál es el fin de la política? Castoriadis considera que “no es la felicidad, sino la libertad. La libertad efectiva”, que corresponde a lo que denomina autonomía. Más adelante, Castoriadis explicita que el fin de la política consiste en “crear las instituciones que, interiorizadas por los individuos, faciliten lo más posible el acceso a su autonomía individual y su posibilidad de participación efectiva en todo poder explícito existente en la sociedad”. Recapitulando, coincidimos en que el proyecto de autonomía, individual y colectivo, es el objetivo de la política, y la política es la modificación de las instituciones de la sociedad con la participación consciente de tod@s para posibilitar a tod@s el estar siendo autónomos. Para complementar la idea de política como hacer humano y social compartimos la definición de praxis de Castoriadis:
Llamamos praxis a ese hacer en el cual el otro, o los otros, son considerados como seres autónomos y como agente esencial del desarrollo de su propia autonomía. En la praxis hay un por hacer, pero este por hacer es específico: es precisamente el desarrollo de la autonomía del otro o de los otros (Castoriadis, 2013, p. 120).
Con Castoriadis, consideramos que la sociedad es creación y transformación permanente de sí misma, pero casi ninguna lo ha hecho de manera consciente. Este ensayo busca contribuir al debate y la reflexión sobre los efectos histórico-sociales que tuvieron los sismos para el país y sus habitantes (tanto en lo colectivo como en lo subjetivo). Sentimos, consideramos y pensamos que los terremotos, como acontecimientos vitales, relevantes, significativos y emotivos, al hacer visibles las instituciones, sirven como analizador de estas y sus correspondientes significaciones imaginarias sociales que se encuentran detrás de la diversidad de motivaciones, disponibilidades, valoraciones y comportamientos que teníamos antes, durante y después de estos eventos desafortunados. Ese hacer visible las instituciones, con la mediación de los sismos y la respuesta de la gente, constituye una coyuntura y un contexto que posibilitan la reflexión para ponerlas en duda, resignificarlas y, de manera consciente y explícita, transformarlas, de modo que, si así lo queremos, contribuyan a la creación y al ejercicio del proyecto de autonomía.
Dicho esto, el presente ensayo se divide en cinco secciones. En la primera conceptualizamos los terremotos como trauma, analizador y posibilitador de la ruptura. En la segunda sección hacemos un recorrido por algunas de las instituciones que los sismos nos han hecho visibles. En el tercer apartado abordamos lo instituido y lo instituyente en las relaciones entre ciencia y sociedad en el contexto del desastre. En la cuarta parte examinamos y contrastamos la ayuda autogestionaria de la sociedad civil frente a la ayuda instituida y vertical del Estado y las empresas privadas. Finalmente, concluimos con una reflexión sobre los terremotos, más que como acontecimientos trágicos, como “posibilidad crítica” para mirarnos a nosotr@s mism@s y sabernos capaces de cambiar la sociedad por ser y devenir autónoma.
Algunas precisiones metodológicas
El presente análisis se llevó a cabo a partir de la reflexión colectiva entre l@s autor@s del texto. La información fue recabada de diferentes medios de comunicación en el día en que ocurrieron los sismos y en fechas posteriores. Los medios de comunicación consultados fueron las redes sociales digitales (Twitter y Facebook), los programas de radio comunitarios Ké Huelga Radio, Enlace Zapatista, Koman Ilel, Radio Pozol, Regeneración Radio, Radio Chimia, Los Tejemedios, Radio Zapote, Somos el Medio, Zapateando, Más de 131, La Voladora Radio, Centro de Medios Libres, Proyecto Ambulante y Desinformémonos, y testimonios de personas con las que tuvimos contacto en el lugar de los sismos. El ambiente y el contexto tecnológico en los que estamos imbuidos nos permitió presenciar el acontecer y el sentir de las personas que vivieron los sismos, en lugares distantes, de manera instantánea prácticamente, a través de las redes sociales digitales.
A partir de la información relevada, llevamos a cabo un proceso de puesta en común en el que discutimos y reflexionamos acerca de las opiniones, creencias, discursos y sentires de comunicadores, científicos, jóvenes indígenas, padres y madres de familia que perdieron a sus hijos durante el sismo, incluyéndonos a nosotr@s mism@s. La discusión teórica se abordó considerando la perspectiva de Cornelius Castoriadis.
El presente ejercicio analítico no pretende ubicarse en el ámbito de los aportes de una sola disciplina, ya que construimos el texto colectivamente de un modo multidisciplinario (antropología, sociología, geografía, estudios sociales de la ciencia y la tecnología y la literatura). El acercamiento, el análisis, la interpretación y la reflexión parten de las representaciones, afectos y sentidos que nos provocó esa situación coyuntural, emergente y no planeada, del terremoto, y para ello consideramos viable situarnos con los planteamientos filosóficos aportados por Cornelius Castoriadis.
Los sismos como trauma, analizador y posibilitador de la ruptura
México está situado geográficamente en uno de los tres cinturones sísmicos del mundo, el cinturón de Fuego del Pacífico, en donde las regiones centrosur y sureste del país son las de mayor actividad sísmica. Uno de los sismos más destructivos de la historia contemporánea del país es el ocurrido el 19 de septiembre de 1985, con epicentro en las costas de Michoacán, pero cuyos efectos se sintieron principalmente en la Ciudad de México. El sismo del 85, como se le conoce, tuvo una magnitud de 8.1 grados en la escala de Ritcher, con una estimación de 9 500 muertes (Vega, 2006). Este sismo, sin duda, quedó en el imaginario nacional como el desastre natural en el que el pueblo mexicano se unió para salvar vidas entre los escombros y reconstruir el país con sus propias manos. Es un evento recordado como aquel en el que los ciudadanos trabajaron juntos para levantar a la Ciudad de México, mientras que el gobierno evidenció su impericia para responder a la emergencia.
En aquel 1985 se formó el colectivo Unidad de Vecinos y Damnificados, reconocido como un grupo de vecinos que se organizaron para brindar alojamiento a quienes se quedaron sin un techo bajo el cual vivir. Esta organización bien puede entenderse como uno de los gérmenes de la sociedad civil organizada en el país, institución generada a partir del qué hacer y el por hacer.
La madrugada del 8 de septiembre de 2017 amanecimos con la noticia de que un sismo de una magnitud de 8.2 en la escala de Richter en las ciudades de Oaxaca y Chiapas había provocado la caída y daños en edificios, iglesias, escuelas y cientos de viviendas. Se trataba de un sismo de similar magnitud al ocurrido el 19 de septiembre de 1985, con la característica de ser el de mayor duración en más de un siglo (Sarlis et al., 2019). Apenas se conocía la trágica situación (ante la poca cobertura de los medios de comunicación y el poco interés de las instancias de gobierno), cuando, doce días después, justamente el 19 de septiembre, la Ciudad de México se vio azotada por otro sismo de una magnitud de 7.2 grados. A través de los medios de comunicación fuimos testig@s de cómo varios edificios colapsaron y quedaron reducidos a escombros en cuestión de minutos. Como hace 32 años, de inmediato se hizo presente el hacer del conjunto de la sociedad civil que organizó una gran cantidad de brigadas de ayuda, de rescate y centros de acopio para los afectados. También apareció la rapiña de aquellos que aprovecharon la situación para beneficiarse y lucrar con el dolor ajeno.
Las catástrofes históricas suelen producir desconcierto, y tienen la posibilidad de servir como analizador de las instituciones no conscientes, ya sea en lo individual o en el colectivo social, en el cual las dos se encuentran unidas a un hecho traumático inicial. Durante esos momentos coyunturales es cuando se abre una posibilidad de ruptura, una grieta en la sociedad establecida. En el contexto de los terremotos, colapsan la seguridad y la certidumbre de lo establecido, de lo dado, en el imaginario de la sociedad. De manera individual y colectiva se nos manifiesta la muerte como abismo no consciente, la cual conduce a una mayor sensibilidad en el individuo. Por un lado, lo hace vulnerable y, por el otro, le permite visualizar lo que en su cotidianeidad permanece oculto. Ante esto, pone en duda la repetición, la interpela, y se abre la posibilidad de alterar lo instituido. Podría decirse que durante ese frágil instante, con su hacer, de cualquier modo, dándose o no cuenta, la sociedad civil, en su anonimidad individual y colectiva, se encuentra realizando o ejerciendo un instituyente que emerge del imaginario radical del colectivo anónimo, asociado a esa situación límite, encarnado en su propia individualidad.
Lo instituido y lo instituyente ante los terremotos
Ser testig@s de la vulnerabilidad humana ante los terremotos, la evidencia de la mortalidad y la condición de incertidumbre que dejan los desastres nos permitieron mirar y cuestionar nuestras instituciones, las cuales han sido creadas en y por la sociedad misma. ¿Esta situación desafortunada, entonces, puede posibilitar una transformación? ¿Hasta qué punto la respuesta de la sociedad civil ante los pasados terremotos ha hecho temblar lo instituido?
En este contexto, una institución que se hizo evidente fue la religión católica que, de la mano de la Iglesia y la creencia en una divinidad salvadora o protectora, se ha concentrado en restaurar los valores morales de su doctrina, oponiéndose a la posibilidad de cambio y al proyecto de autonomía. Tras los terremotos, hubo quienes afirmaron que estos sucedieron como castigo de Dios, que, así como destruyó Sodoma y Gomorra, Dios estaba molesto por la violencia, el aborto, la unión entre personas del mismo sexo y otros hechos. Es así como los creyentes, bajo esa “concepción sacralizada de la vida humana”, transfieren estos eventos reales hacia una voluntad suprahumana; como si los sismos fueran producto de una fuerza invisible que actúa inexorablemente contra los humanos y sobre la que no tienen control alguno, ni ningún derecho de intervenir en asuntos que solo le competen a Dios. Dicha significación imaginaria social puede, por un lado, inhibir la acción y, por el otro, sublimar el hacer como una subordinación u obediencia divina o hacia el Estado, lo cual conduce a la reiteración de lo instituido.
Sin embargo, la puesta en duda del pensamiento religioso en la que no se plantean los sismos como sucesos “naturales” determinados desde afuera se ha manifestado en los reclamos de la sociedad civil que buscan atribuir la responsabilidad de lo sucedido a la mano del hombre: corrupción, viviendas construidas de forma irregular, etcétera. Los terremotos han hecho que el mundo se parezca menos a Dios, que el hombre se piense menos eterno y, en su lugar, se asuma como mortal, lo que le posibilita el desarrollo de su imaginario radical como creación. Esta capacidad la pudimos ver en la ayuda y la solidaridad desplegadas hacia las personas afectadas, capacidad que respondió más al ingenio, a la creatividad, a la voluntad y al hacer individual y colectivo.
La familia es otra institución que se hizo presente imbricada con la de la religión. Esta se constituye en tanto red de relaciones de parentesco, depositaria de la confianza mutua y posibilitadora de la supervivencia. En algunas familias fue relevante la respuesta al adoptar como hij@s y herman@s a desconocid@s, brigadistas y personas que quedaron sin hogar, otorgándoles refugio, alimento o energía eléctrica para cargar celulares; pero también hubo familias indiferentes, subordinadas, dependientes, sometidas, encerradas en casa tras el televisor, permaneciendo pasivamente, mirando lo que otr@s hacían.
En esa circunstancia, en general, las familias dieron prioridad y atendieron las relaciones y vínculos de su entorno inmediato en la Ciudad de México, mientras que se omitió relativamente la atención a las otras entidades afectadas. El foco de atención para los medios, las instituciones y l@s ciudadan@s fue, en primer lugar, la Ciudad de México, en segundo lugar, Puebla y Morelos y, de manera marginal, los estados alejados del centro y excluidos como lo son Guerrero, Oaxaca y Chiapas, con sus comunidades indígenas. Lo anterior denota un imaginario de la centralización y del poder de la cobertura mediática de los grandes corporativos privados de la comunicación, que heteronorman la agenda y el quehacer del día de las familias. Esta “centralización de la catástrofe” hizo evidente la reproducción incuestionada de la institución del Estado y su lógica impuesta.
Otra institución que se hizo evidente tras los terremotos en procesos emergentes de autogestión fue la academia. El proceso emergió desde las diversas universidades de la Ciudad de México y otros estados, así como de profesionistas independientes. Hubo brigadas de atención psicológica formadas por estudiantes y docentes de psicología; grupos de arquitect@s e ingenier@s revisaron y evaluaron inmuebles afectados; abogad@s dieron asesoría a afectad@s;3 científic@s de diversas disciplinas interactuaron para crear aplicaciones para georreferenciar y registrar de manera fidedigna las zonas y viviendas afectadas. Estos casos fueron esfuerzos de vinculación y autogestión entre académic@s, profesionistas y sociedad civil, quienes encarnaron una postura que la educación pareciera haber olvidado actualmente: tener como fin la implicación ciudadana y superar esa frontera que circunscribe a l@s académic@s y estudiantes a no más allá del campus o los salones de clase. Como hemos venido diciendo, los sismos, en tanto situaciones límite, en el caso de la academia, tienen el potencial de hacernos reflexionar en el quehacer, el propósito o la finalidad de esta, que hoy parecieran estar reducidos a lo económico-funcional, antes que a lo colectivo y social.
La significación imaginaria social de ayudar, creada en y por la sociedad, como la historia misma, ha estado sometida a diferentes atribuciones de sentido según el momento histórico-social. Con la aparición del Estado neoliberal, la ayuda (o la eliminación de la pobreza) se soportaba en la noción de beneficencia pública o asistencia social. Hoy en día, mucha de la ayuda corresponde a estas concepciones instituidas de ayuda puntual, prestada en un momento concreto, efímera, clientelar y dependiente.
Esta forma de ver la ayuda, que en el fondo plantea como natural la existencia de desigualdades en la sociedad, constituye, en definitiva, un mecanismo de control para asegurar la dependencia de aquellos a los que se les da asistencia. En este sentido, es lo contrario a la praxis, entendida como “ese hacer en el cual el otro, o los otros, son considerados como seres autónomos y como el agente esencial del desarrollo de su propia autonomía” (Castoriadis, 2013, p. 120). ¿Cuánta de la ayuda desplegada ante esta crisis propicia o no el germen del desarrollo de la autonomía del otro o de los otros?
Ciencia y tecnología como instituciones
Los sismos de septiembre, que en esta reflexión son el analizador, proporcionan una oportunidad para hacer visible lo instituido en las relaciones ciencia y sociedad, en particular en un mundo donde la actividad científica y tecnológica constituye los factores principales de transformación de la vida social. Como bien apunta John Ziman (2003, p. 5), “la ciencia impregna la sociedad en que vivimos: es ubicua”. No obstante, la ciencia es una institución socialmente construida y, como tal, sus valores y normas pueden ser resignificados y recreados. En términos de Castoriadis (cit. en Ibáñez, 2005), la ciencia se identificaría como una “institución transhistórica”, pues está presente en todas las sociedades, aunque sus formas, características y significaciones son distintas según el momento histórico-social, lo cual marca el hecho de que cada sociedad es distinta. Aun en el presente siglo, en el que la ciencia ha pasado por periodos de intensos cuestionamientos, se considera que la ciencia es una de las instituciones que provee de certidumbre y control, tanto de la naturaleza como del propio quehacer humano, de ahí que, ante un evento como este, en el que se despliegan los productos de la ciencia, el análisis de sus implicaciones no puede dejarse de lado.
A partir de los mensajes transmitidos por internet y las redes sociales pudimos observar la presentificación de diversas significaciones sociales relacionadas con la ciencia. Estas significaciones las podríamos enmarcar en al menos dos concepciones: la primera, dentro de la concepción tradicional o positivista de la ciencia; la segunda, dentro de lo que podríamos llamar una concepción de ciencia abierta, compartida y socializada.
En la concepción tradicional, la ciencia es una actividad específica, objetiva, racional y universal, supuestamente alejada de interferencias externas y subjetivas. Para Castoriadis (2013), estaríamos ante la concepción heredada de la ciencia en la que solo es válido y confiable el conocimiento producido por los expertos en los establecimientos apropiados para ello, como son las universidades y los centros de investigación. Un ejemplo es la declaración de la responsable del Laboratorio de Procesamiento de Datos de la Red Sísmica del Centro de Investigación de Educación Superior de Ensenada (CICESE), quien, tras recibir una gran cantidad de preguntas por parte de la ciudadanía acerca de si vendría otro sismo de mayor intensidad, respondió: “Ha sido una labor de estar informando, de tratar de educar a la sociedad, de calmar un poco el pánico, entonces nosotros generamos notas, datos informativos en los que explicamos que los sismos no se pueden predecir y que hay que estar preparados” (CONACYT Prensa, 6 de octubre de 2017).
En esta declaración es posible ver que la ciencia es considerada la institución que genera confianza y certidumbre a fin de “calmar un poco el pánico”. La idea de “educar a la sociedad”, entendida esta acción como instruir o informar, deja entender la verticalidad y la heteronomía de la relación entre científic@s y público; nos habla de una relación jerárquica en la que la sociedad civil se presenta como carente de conocimientos y con poco raciocinio, mientras que el papel de l@s científic@s o divulgador@s consiste en llenar estos huecos cognitivos.
Otro ejemplo de la concepción instituida de la ciencia es la declaración del presidente de la Academia Mexicana de Ciencias, quien, durante un discurso emitido una semana después del sismo en un evento académico, señaló el papel que corresponde a l@s científic@s como puede verse en la siguiente nota de prensa:
Los científicos tenemos la obligación de ofrecer nuestra ayuda, nuestra reflexión, nuestras ideas y propuestas para varios aspectos que tiene que ver con desastres, tales como entender mejor a la naturaleza. Asimismo, dijo que se debe apostar por desarrollos tecnológicos y la robótica para este tipo de eventualidades, para que en un futuro cercano los robots rescatistas sean una realidad (CONACYT Prensa, 26 de septiembre de 2017).
En esta cita identificamos elementos de la concepción de ciencia heredada de la sociedad capitalista y tecnológica del México de hoy, pero también un discurso congruente con el modelo establecido desde las políticas de ciencia, transformadas hoy día en políticas para la innovación, y lo que l@s científic@s consideran el bien de la sociedad (Velho, 2011). Aquí se puede leer la idea de que la ciencia y la tecnología tienen la respuesta a los problemas de la humanidad, y se presupone que invariablemente (un cambio en la permanencia, esto es, sin cambiar, porque el cambio ya está predeterminado) sus productos generan per se un supuesto “beneficio social”.
La segunda concepción de ciencia que encontramos los días posteriores a los sismos es la de una ciencia abierta; es decir, identificamos una serie de acciones por parte de los usuarios de las redes sociales digitales en las que se ponía a disposición una infinidad de datos y conocimientos para actuar ante una posible réplica del sismo y ante las consecuencias de este. Por ejemplo, fue constante que los usuarios de las redes compartieran información acerca de qué hacer durante un sismo, cómo preparar una mochila para emergencias, cómo cargar el teléfono celular con una batería alcalina, cómo identificar grietas en edificios que indican el potencial derrumbe de un inmueble. Al mismo tiempo, el entorno de las redes sociales digitales permitió la creación de innovadoras formas de organización social a partir de la construcción de etiquetas o hashtags como #AyudaCDMX, #AquíSeNecesita, #AquíNecesitamos, que permitían a la ciudadanía digital comunicarse y organizarse para llevar la ayuda de manera más eficiente. Lo notable, en cuanto a la observación de procesos de autonomía, fue que much@s de quienes posteaban la información o generaban las aplicaciones, no lo hicieron en nombre de una institución científica o gubernamental; eran personas u organizaciones sociales con conocimiento y expertise para crear y compartir. En nuestra opinión, estas acciones que emergieron en el mundo de las redes ante la urgencia de la situación pueden interpretarse como una fractura de la institución del monopolio de la ciencia académica porque muestran otros modos de producción de conocimiento.
En el caso de las relaciones sociotécnicas que se tejieron durante el sismo en la reticularidad de las aplicaciones Twitter, Facebook y otras, estas constituyeron un vehículo para el hacer en la política de la ciudadanía, porque la creación de conocimiento no se quedó en lo virtual, sino que pasó a lo real, a las calles, al proporcionar herramientas para actuar ante la crisis, donde seguramente quedaron experiencias y tejidos de solidaridad y confianza, con una posibilidad de reinvención de la participación política autónoma.
Circunstancialmente, esta capacidad imaginaria de la sociedad que señala Castoriadis (2013) fue posible de esa manera digital en la Ciudad de México; pero se presentó de modo diferente en las comunidades afectadas, en su mayoría indígenas, en latitudes como Oaxaca, Chiapas y en zonas rurales del Estado de México y Morelos, donde no existe la cobertura de internet o las personas no tienen teléfonos celulares inteligentes, los cuales se requieren para tener acceso a las aplicaciones y a las redes sociales digitales.
El hacer de la sociedad no puede entenderse hoy sin lo material artificial, sin los artefactos y dispositivos tecnológicos que construimos y a los que damos significado, que forman parte inherente del mundo que hoy vivimos. En los sismos, la dinámica sociotécnica desplegada en las plataformas de comunicación digital permitió movilizar los afectos y sentir el dolor de quienes sí los vivieron. También facilitaron la organización de la ayuda desplegada y autogestionada por la sociedad civil. El uso y la apropiación de los equipos informáticos y los nuevos celulares o smartphones, “aparatos nómadas”, multimedia, fáciles de transportar, con la capacidad de tomar fotografías y videos, de compartir contenidos con cientos o miles de personas casi de manera instantánea por medio de las redes sociales, han contribuido a hacer visible la heteronomía de la telecomunicación de masas y su complicidad con el Estado.
Después de los terremotos (sobre todo el de la Ciudad de México), l@s ciudadan@s mediad@s por las redes sociales en internet se volcaron a la ayuda y organización de la sociedad civil. Publicaciones en Facebook como “urge motosierra en multifamiliar de Taxqueña, hay gente viva”, “en Eugenia y División del Norte se requieren impermeables, linternas y pilas”, por mencionar dos, no se hicieron esperar. Mientras que las televisoras y la prensa escrita se dedicaron a informar los hechos ocurridos y a cubrir las brigadas de rescate. Incluso, a manera de reality show y bajo la premisa del rating, orquestaron un “simulacro de rescate” donde supuestamente una niña se encontraba atrapada con vida bajo los escombros. Tras horas de drama novelesco, se confirmó que se trataba de información falsa.
Podemos plantear que la comunicación por las redes sociales y el uso de la tecnología por parte de la sociedad civil, orientada al hacer, a la autoorganización, a la solidaridad y a la ayuda, no se subordinaron a lo instituido. El potencial interactivo de estos dispositivos y, sobre todo, las acciones emprendidas por los mismos usuarios (sus procesos de cooperación y de intercambio) permitieron forjar conjuntamente una cibercultura con posibilidad de autonomía y una política por ser. Frente a lo instituido, el uso de las tecnologías en torno a los sismos refleja un posible instituyente que encuentra en lo tecnológico disponible un medio útil para la ruptura.
Sostenemos que la ciencia, la tecnología y las telecomunicaciones están centralizadas y concentradas en la metrópoli del poder del Estado tecnocrático neoliberal. No obstante, en su apertura, compartida y socializada, adquieren una resignificación importante en la producción de cambios sociales, pues, dependiendo de la ruptura, pueden favorecer procesos de inclusión o exclusión.
La autogestión frente a la ayuda instituida del estado y el capital
En este apartado nos referiremos, por un lado, a las acciones solidarias y autogestionarias como respuestas organizativas de la sociedad frente a los terremotos.4 Estas acciones presentificaron la creatividad y la imaginación de un poder popular latente en contextos urbanos, rurales y en comunidades indígenas. Por otro lado, se menciona la ayuda instituida del Estado y las grandes empresas, que entraron en tensión con la capacidad organizativa y autogestiva de la sociedad.
Durante el terremoto del 7 de septiembre, del que l@s afectad@s fueron en gran parte comunidades indígenas, una de las acciones autogestionarias fue la información que se transmitió por los medios libres, alternativos o comunitarios,5 que todo el tiempo estuvieron dando información y conectando redes de apoyo,6 a diferencia de la cobertura mediática, burocrática y heterónoma de los medios privados de comunicación que se centraron en darle preponderancia al hacer de los gobernantes locales y nacionales. En estos medios alternativos lo que importa es colectivizar la información que es generada con un posicionamiento político desde abajo. No existe un protagonismo individual ni empresarial que atienda a una lógica de mercado para una sociedad de consumo. De esta manera, las comunidades deciden por sí mismas y actúan con base en la información relevante para ellas.
Fue inmediata la reacción de la sociedad civil y de la sociedad organizada en colectivos y organizaciones sociales con una definición explícita por la autonomía. El 9 de septiembre, el Congreso Nacional Indígena, mediante un comunicado, expresó: “apoyo y solidaridad con las y los compañeros de los pueblos hermanos de la región del Istmo de Tehuantepec, Oaxaca, así como nuestros hermanos y hermanas de la costa de Chiapas” (Enlace Zapatista, 10 de septiembre 2017). Al margen del gobierno, hicieron llamados a la sociedad para solidarizarse. Ese mismo día se inició el traslado de apoyo a Oaxaca y Chiapas desde el centro de acopio en la Ciudad de México habilitado por la sección 22 de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación. La colaboración en estos espacios fue colectiva y participativa con las comunidades afectadas.
En múltiples lugares donde se organizó la ayuda se puso en cuestión a las instituciones gubernamentales; se buscó de manera directa a las comunidades afectadas, a la gente, para que pudieran recibir y distribuir el apoyo según sus necesidades. No se confió ni en las autoridades municipales, ni en la Cruz Roja, ni en el Sistema Nacional para el Desarrollo Integral de la Familia (DIF), ni en las asociaciones civiles y muchos otros organismos gubernamentales. Las fronteras identitarias se difuminaron y se produjo en cierta medida la apertura a la alteridad. Colectivos e individuos, sin importar sus diferencias, fueron conscientes de la organización horizontal, y evidenciaron la prescindibilidad del Estado: “Queremos que todos estos militares se vayan, queremos organizarnos como sociedad” (Aristegui Noticias, 21 de septiembre de 2017).
Por otra parte, no hubo una situación “químicamente pura”; la participación estuvo entremezclada con muchas instituciones preexistentes no conscientes, instituciones interiorizadas por las personas, como el patriarcado y el machismo. Algunos hombres les quitaban las palas a las mujeres diciéndoles que no era trabajo para ellas. La solidaridad de las mujeres fue muy sobresaliente, como en el caso de la fábrica textil de Chimalpopoca, donde ellas fueron quienes se colocaron y dieron batalla. “¡Una trabajadora vale más que toda la maquinaria del mundo!”, gritaban en su consigna.
A diferencia de estas formas de organización horizontales, autogestivas y participatorias (es decir, con el cuerpo), la ayuda instituida del Estado y la sociedad heterónoma, que no implica “estar ahí”, se manifestó de manera vertical, oportunista, clientelar y amplificada mediante la cobertura mediática. El Estado, el capital inmobiliario y los bancos, al otorgar créditos para la reconstrucción de viviendas y el reordenamiento urbano, ejercen presión sobre l@s afectad@s, pues esta deuda disfrazada de ayuda controla y somete a una relación de dominio basada en el capital. De esta forma, el capital gana a través del préstamo, al igual que el Estado que, como institución paternal, promete la reconstrucción del país con tarjetas y tandas, cual en tiempo electoral. Por otro lado, las grandes empresas privadas que ayudaron utilizando la estrategia comercial “compra-donación” transformaron el dolor en mercancía, con lo cual obtuvieron ganancias y dedujeron impuestos de manera oportunista por sus “obras caritativas”.7
Después de los terremotos se produjeron disputas de la sociedad civil versus el capital y el Estado, ya que estos últimos, en busca de un beneficio o ganancia de ello, pretendían tomar decisiones por encima de la gente. Sin embargo, y a pesar del conflicto, se organizaron asambleas urbano-populares para decidir entre ellas mismas cómo ayudar. En algunos medios libres que compartieron los testimonios de la gente organizada se manifestó que:
El fantasma de gobiernos criminales que no les importa la vida, sino restablecer su viciosa normalidad para que los negocios sigan como siempre, vuelve a cabalgar en la “Ciudad Monstruo”. Ya en 1985 muchos cuerpos acabaron en los depósitos de cascajo, tratados como basura y sacados por trascabos y palas mecánicas. No lo permitamos hoy (Ké Huelga Radio, 24 de septiembre de 2017).
Nos preguntamos ¿cómo podemos contribuir a enfrentar la situación de manera que no sea vertical, con fines de negocio, paternalista, caritativa, de asistencia o de experto, sino de respeto mutuo, de respaldo al otro? ¿Cómo hacer para que sea praxis entendida como la consideración de que el otro es un ser autónomo y gestor de su propia autonomía? ¿Cómo contribuir a la ruptura y transformación de la heteronomía de las instituciones de la sociedad?
A modo de cierre (y por hacer)
Los terremotos ocurridos en 2017 se han experimentado como eventos desastrosos que han dejado una marca indeleble en nuestra memoria. Ante este “trauma”, existe un potencial de resignificación por ser, no como algo inherente a los terremotos, sino como resultado de un proceso de imaginación y elaboración simbólica sobre esta trágica experiencia. Asimismo, representan una “oportunidad crítica” para mirar a nuestra sociedad y la manera en que hemos venido realizando nuestra participación en ella en la política, poner en duda los referentes dados que operan como soportes de nuestras instituciones, y de esta manera reinventarnos en lo individual y en lo colectivo.
Es en esa situación de contingencia donde el individuo se enfrenta a la muerte (y se le hace tangible masivamente ese abismo que es la muerte, la cual se deja de lado durante el proceso de socialización), cuando se abre una posibilidad de ruptura, una grieta en la sociedad establecida. La sociedad es creación. La coyuntura de los terremotos permite poner en duda la “certidumbre” de lo dado por las instituciones de la sociedad y hace emerger un por ser de la política que crea y posibilita la autonomía, que por sí misma es autotransformación de la sociedad por la sociedad misma.
No se trata de quedarnos quietos a ver qué sucede, sino de hacer que sea lo que no es, una sociedad por devenir autónoma. Eso implica que consideremos que la sociedad se instituye a sí misma y que esos sismos abrieron una grieta para ver las instituciones que definen y marcan las normas y los valores de las instituciones de la sociedad. Nos permitieron ver que, como nosotr@s, hay otr@s much@s que queremos cambiar la institución de la sociedad, y que ese cambio lo podemos hacer precisamente porque lo queremos. Se trata de cambiarnos a nosotr@s mism@s. Recordamos la respuesta de Castoriadis cuando le preguntaron acerca del proyecto de autonomía:
No necesitamos a algunos “sabios”. Necesitamos que la mayor cantidad posible adquiera y ejerza la cordura, lo que a su vez requiere una transformación radical de la sociedad como sociedad política, instaurando no solamente la participación formal, sino la pasión de todos para los asuntos comunes. Ahora bien, lo que menos produce la cultura actual es seres humanos sensatos.
-¿Qué quiere entonces?, ¿cambiar a la humanidad?
No, algo mucho más modesto: que la humanidad se cambie a sí misma, como ya lo hizo dos o tres veces (Castoriadis, 2008, p. 72).