Introducción
Este artículo se inserta en el amplio campo de estudio de las trayectorias laborales, con referencia específica en este caso a los sujetos que se desempeñan como asalariadas y asalariados de la agricultura de la provincia de Tucumán, en el noroeste de la Argentina, históricamente caracterizada por una presencia mayoritaria de trabajo temporario, migraciones y situaciones de precariedad e inseguridad laboral.
El trabajo funciona como el eje ordenador del curso de vida de los sujetos analizados, pero está entrelazado a otras dimensiones críticas en la construcción de las respectivas trayectorias laborales, por ejemplo, educación, migraciones, dinámica de los hogares, subjetividades y economía.
A partir del relato de trabajadores temporarios sobre sus recorridos laborales emergen eventos sociales, políticos, económicos y productivos que se articulan con los tiempos subjetivos y familiares, vinculando en última instancia lo sucedido en los espacios del trabajo, el contexto general en el que se desenvuelven las prácticas laborales y la vida cotidiana. No se aborda de forma lineal las trayectorias como se suele hacer en un sentido clásico, sino que se profundiza en el análisis de ciertos núcleos objetivos y de sentido que son críticos a las trayectorias y que adquieren una significación especial en su construcción.
Primero, presentamos las condiciones histórico-estructurales que condicionan al devenir laboral de los trabajadores y las trabajadoras agrícolas de Tucumán; luego, a partir de la reconstrucción que los sujetos realizan de sus propias historias laborales, buscamos comprender la interacción de elementos estructurales y subjetivos que llevan a convertir al trabajo agrícola en un “destino inevitable”.
La posición y trayectoria como trabajadores y trabajadoras agrícolas debe considerar distintos tópicos que se encuentran fuertemente vinculados entre sí, pero que escindimos con fines analíticos: i) una subjetividad en donde la reproducción social está íntimamente ligada a las dinámicas del trabajo agrícola; el trabajador y la trabajadora agrícolas aprenden el oficio a partir de transmisión generacional y se asientan en territorios (barrios, parajes, asentamientos rurales) de trabajadores agrícolas, por lo que su vida cotidiana se encuentra imbricada con este tipo de trabajo; ii) los eventos de la vida familiar (rupturas familiares, enfermedades, conflictos) repercuten en el inicio del trabajo agrícola y en las decisiones para su sostenimiento a lo largo del tiempo, traduciéndose muchas veces en verdaderas inflexiones en los recorridos laborales y de vida de los individuos; iii) la educación, incluyendo el acceso y las posibilidades de mantener la escolarización en el tiempo, que aparece valorada en tanto proyección para obtener mejores empleos (de nuevo, no agrícolas), pero que está tensionada por una multiplicidad de circunstancias que dificultan o, directamente, interrumpen el proyecto educativo, iv) las posibilidades propiamente dichas de inserción laboral a partir de los cambios estructurales que experimentan las actividades productivas.
Trayectorias laborales y trabajo agrícola
En general, se acepta que las trayectorias personales entrelazan tiempos y espacios diversos (Godard, 1996; Pries, 1999; Kohli, 2005), condensando algunos elementos que otorgan diversidad y marcan de forma particular los recorridos laborales individuales; al mismo tiempo se revelan patrones que otorgan regularidad, coherencia y unidad a los comportamientos de ciertos colectivos cuyos integrantes comparten experiencias, prácticas y proyectos.
La importancia de tomar en cuenta la dimensión temporal se evidencia en que las trayectorias se encuentran insertas y moldeadas por los tiempos históricos, aquellos procesos que son externos y condicionantes de la acción social (Coninck, Godard, 1998; Dombois, 1998; Elder, 2001), más allá que estos fenómenos “externos” se los puede encontrar internalizados en los recorridos laborales que realizan los sujetos. Así, las trayectorias se van definiendo y construyendo de manera no lineal a través del tiempo, de acuerdo con la experiencia biográfica, el momento del ciclo de vida, las condiciones y oportunidades ofrecidas por el mercado de trabajo, la percepción de los límites y potencialidades personales, además de los cambios sociales y culturales (Mauro, 2004).
Específicamente, “ser un trabajador o trabajadora agrícola” es el resultado de la compleja interacción entre las condiciones estructurales del mercado laboral, los márgenes de acción que tienen las trabajadoras y los trabajadores para construir sus trayectorias y, al mismo tiempo, sus subjetividades a través de sus modos de identificarse, de proyectarse en el futuro y de reflexionar en torno a las condiciones de las generaciones pasadas y futuras. De esta manera, se comprende el trabajo y su trayectoria en tanto actividad transformadora del entorno que permite la reproducción social humana, así como con relación a su función estructurante en las subjetividades de los trabajadores (Wallace, 1999).
El “saber hacer” de las trabajadoras y los trabajadores agrícolas en contextos de inestabilidad y precariedad como el que se analiza acá, además de proporcionarles las habilidades necesarias para ejecutar las tareas agrícolas, se expresa al mismo tiempo en su capacidad de elaborar estrategias para combinar constantemente distintas actividades laborales a lo largo de la vida. De esta forma, logran articular una amplia gama de temporalidades y espacialidades, con el objetivo de lograr cierta regularidad en el ciclo de empleo o lograr “el año redondo”, como lo expresan los propios trabajadores refiriéndose a estar ocupados durante la mayor cantidad de meses del año. Alcanzar ese propósito puede significar aceptar trabajos con condiciones laborales más precarias o priorizar inserciones que les garanticen un mayor tiempo ocupado antes que otros de menor duración, pero con remuneraciones más altas.
La organización espacial de los colectivos de trabajadores agrícolas y sus familias se constituye en un dispositivo crítico al permitir que las relaciones en el ámbito de la reproducción social se articulen con las dinámicas laborales y, a su vez, faciliten los distintos tipos de movilidades de la mano de obra. Barrios periurbanos, localidades rurales y parajes o asentamientos más o menos dispersos, se constituyen en verdaderos “territorios laborales” en los cuales conviven trabajadores y otros agentes que intervienen en los mercados de trabajo y que se conforman como una red de relaciones para la gestión de la movilidad de la mano de obra. En el caso del territorio que se analiza en este artículo, sujeto a fuertes desplazamientos internos de población asociados a cambios productivos, considerar este aspecto resulta de particular interés.1
Específicamente para el caso de los trabajadores agrícolas, un elemento común en todas las trayectorias que atraviesa el género y la generación, es la proyección o deseo de poder pasar del trabajo agrícola a otro tipo de empleo con características más estables, mejores ingresos, mayor cobertura social y que implique menos esfuerzo físico. Sin embargo, paradójicamente, de los mismos relatos se desprenden múltiples motivos y condicionantes que terminan truncando el proyecto de cambio de empleo.
Asimismo, los acontecimientos del ámbito personal y familiar parecerían adquirir mayor significado y generar cambios más profundos en los recorridos laborales de las mujeres (León Gin, 2012). La necesidad de conciliar el mundo del trabajo con las tareas domésticas y el cuidado de los hijos (ciclos de vida) se ven reflejados en sus trayectorias, donde las inflexiones, las entradas y salidas del mercado de trabajo se relacionan con el nacimiento de los hijos y con otros hechos vinculados a la esfera del funcionamiento del hogar. Asimismo, las migraciones de mujeres hacia otras regiones se vuelven excepcionales cuando hay niñas y niños pequeños.
Aún, en contextos de reducción de los requerimientos de trabajo, se ha venido observando en las agriculturas globalizadas el aumento relativo de las ocupaciones temporarias. En Argentina, esto se advierte asociado a cambios tecnológicos como el aumento de la densidad de plantación de ciertos cultivos, el incremento de los rendimientos por hectárea, el desarrollo de modelos productivos basados en la calidad con nuevas tareas de tipo estacional o eventual. También, están las estrategias de las empresas para reducir sus costos y los procesos de concentración de la tierra que, en conjunto, llevan a una estructura del empleo con creciente presencia de asalariados y asalariadas de tipo temporario (Neiman, 2010 y 2017).
Metodología
La metodología utilizada en la investigación es de tipo cualitativa. Este tipo de abordaje permite reconstruir el sentido que los sujetos le otorgan a sus prácticas, de una manera situada y ubicándolos en el contexto particular en el que estos se desenvuelven (Vasilachis de Gialdino, 2006). Específicamente, en este caso resulta pertinente para comprender cómo el trabajo agrícola es una dimensión constitutiva en la conformación de subjetividades, a su vez, los hitos familiares moldean, al menos en parte, la trayectoria laboral del trabajador y de la trabajadora. La técnica implementada fue la entrevista semi estructurada, cuyo punto de partida es la elaboración de una guía de temas orientativos para abordar distintas dimensiones de la problemática investigada (Sautu et al., 2005).
Las entrevistas se realizaron durante el año 2015 a trabajadores y a trabajadoras agrícolas del departamento Monteros, localizado en la zona centro-sur de la provincia de Tucumán, residentes en barrios periféricos de la ciudad del mismo nombre (con algo menos de 30 mil habitantes) que, a su vez, es cabecera del departamento y en pequeñas localidades rurales cercanas (tales como Villa Elina, Acheral, Santa Lucía y León Rougés). Se seleccionó este departamento por tener una importante y variada actividad agrícola, demandante de volúmenes significativos de fuerza de trabajo temporaria.
El diseño de las entrevistas versó en torno a la inserción laboral de los sujetos, teniendo en cuenta la reconstrucción de la historia laboral del sujeto a lo largo de su vida; al mismo tiempo, se indagó sobre la relación entre el recorrido laboral del entrevistado y la entrevistada con los distintos hitos familiares (nacimientos de hijos, fallecimientos de parientes, situaciones de violencia familiar, entre los principales) y sobre la percepción del trabajo agrícola como un elemento que opera en la conformación de subjetividades, tomando en cuenta las valorizaciones de las entrevistadas y de los entrevistados, las expectativas con respecto a continuar con el mismo trabajo o cambiar de rubro, y la percepción de la relación entre el trabajo y la educación.
En total se realizaron 32 entrevistas a asalariados y asalariadas (22 varones y diez mujeres), cubriendo una diversidad de grupos etarios. El criterio de selección para las entrevistas estuvo guiado por la inserción agrícola como asalariado o asalariada en el año anterior a la realización del trabajo
Condicionantes histórico-estructurales del trabajo agrícola en la provincia de Tucumán
Desde mediados del siglo XIX la demanda de trabajo asalariado en la provincia de Tucumán, ubicada en la región noroeste de la Argentina, se incrementa junto con la expansión de la caña de azúcar asentada sobre modelos de producción de tipo campesino, tendencia que se acelera definitivamente hacia finales de siglo (Campi, 1991, 2002; Giménez Zapiola, 1975; Balán, 1976). Esta actividad se integra tempranamente a la economía nacional y el complejo agroindustrial pasa a ser el principal generador de ingresos y de trabajo de la provincia (Campi, 1995; Giarracca, Bidaseca, y Mariotti, 2001). Para el inicio del siglo XXI se hicieron evidentes ciertas transformaciones que incidieron en la demanda de mano de obra local de la actividad azucarera -principalmente por la mecanización de sus tareas- y en el surgimiento de nuevas producciones fuertemente globalizadas como la del limón.2
Las particularidades de la caña de azúcar que integraban en un mismo territorio las plantaciones y su industrialización no solo constituyó el principal motor económico provincial, sino también desempeñó un papel primordial en el asentamiento y localización de la población en pequeñas localidades rurales y centros urbanos (Nassif, 2015).
Desde los meses de mayo hasta octubre la cosecha de caña de azúcar concentraba el mayor volumen de mano de obra temporaria, a la que concurrían no solo trabajadores de origen campesino de la provincia, sino también de provincias colindantes. Se estima que, para 1960, solo esa tarea ocupaba alrededor de 50 mil jornaleros (Giarracca, Bidaseca, y Mariotti, 2001: 308).
La actividad creció regulada por el Estado y amparada por políticas proteccionistas que beneficiaban mayormente a la burguesía local propietaria de los ingenios azucareros. Históricamente, su desarrollo se vio afectado por sucesivas crisis ocasionadas por la sobreproducción, la disminución del consumo interno y las variaciones en los precios internacionales, pero es en los años 1960 cuando la crisis se profundiza, afectando severamente a pequeños productores, provocando el cierre de varios ingenios (Murmis y Waisman, 1969).
El aumento de la superficie implantada y el importante crecimiento de la industria durante el primer quinquenio de esa década, a la que se suman las disputas gremiales, el retraso tecnológico de los ingenios y el golpe militar de 1966, conducen a que el Estado ponga en marcha el “Operativo Tucumán”. La supresión de precios máximos y la aplicación de estrictos cupos de producción fueron algunas de las medidas que se tomaron en el marco del Operativo. Los productores de mayor escala y los grandes ingenios fueron los principales beneficiarios, afectando al eslabón más débil de pequeños productores cañeros y a un número importante de obreros y cosecheros que perdieron su trabajo ante la reducción de la superficie con caña y el cierre de varios ingenios (Gómez Lende, 2014; Ovejero y Nassif, 2017).
Simultáneamente, en esa década se introduce la quema del cañaveral como práctica destinada a limpiar la caña y prescindir de la tarea de pelado, lo que implicó también una reducción del número de trabajadores ocupados en el surco (Jaldo, Ortiz y Biaggi, 2016). La gran pérdida de puestos de trabajo ocasionó una importante migración de población hacia el Área Metropolitana de Buenos Aires y, también, un éxodo rural-urbano dentro de la misma provincia.
En los años 1970, el Operativo Independencia y la dictadura militar a partir de 1976 desmanteló las organizaciones gremiales de los trabajadores del azúcar, secuestrando y asesinando a un número importante de sus dirigentes, además de disciplinar a la mano de obra (Jemio, 2019). En esta época se inicia la reconversión de la actividad donde la mecanización jugó un papel central como ahorradora de mano de obra a partir de la incorporación de cosechadoras integrales en las plantaciones de los ingenios (Nassif, 2015). La introducción de tecnología no solo redujo el número de personas ocupadas, sino que produjo un cambio en el perfil de la mano de obra demandada, junto con un acortamiento del periodo de cosecha de nueve a seis meses (Giarracca, Bidaseca y Mariotti, 2001), que luego se reduce aún más con la incorporación de máquinas cosechadoras de última generación (Giarracca; Aparicio y Gras, 2001; Jaldo et al., 2016).
La retracción de la demanda de mano de obra en la zafra y en los ingenios generó altos niveles de desempleo en toda la provincia, una sobreoferta de fuerza de trabajo, así como también un aumento de personas en situación de pobreza en la periferia de la capital provincial y en las capitales departamentales donde se asentaron los trabajadores expulsados del campo.
La migración temporaria de los zafreros tucumanos hacia otras regiones durante los meses de escasez de trabajo en la provincia ha estado presente en la historia laboral de varias generaciones de trabajadores, práctica que se remonta a mediados del siglo pasado. Sabalain y Reboratti (1980) daban cuenta del desplazamiento de trabajadores “golondrinas” tucumanos a la provincia de Mendoza para la cosecha de la vid, migración estacional que forma parte de la estrategia histórica de multiocupación de los mismos y se presenta casi como un legado que se transmite intergeneracionalmente (Giarracca, 2000; Giarracca, Sabatino y Weinstock, 2005; Bidaseca, 2002).
La caída de la participación de la producción azucarera tucumana en las dos últimas décadas del siglo pasado, a la que se agrega la desregulación del mercado azucarero en la década de 1990 (Decreto 2284/91), termina de modificar el complejo agroindustrial del azúcar en Tucumán. La desaparición de los cupos de producción, la falta de controles de precios mínimos entre los cañeros y el sector industrial, así como también de créditos a la producción, fue devastador para los pequeños productores, lo que ocasionó el cierre de varios ingenios industriales.
Además, desde el Estado se comienza a alentar la diversificación productiva de la provincia, en donde la citricultura (limón) empieza a ocupar un lugar relevante. Primero orientada al consumo interno y a la exportación de subproductos industrializados (principalmente aceites esenciales y jugos concentrados), aunque a fines de los setenta se realiza el primer embarque de exportación en fresco.
Efectivamente, en las últimas décadas del siglo pasado se produce una expansión sostenida de la superficie implantada con limón (que actualmente supera las 43 mil hectáreas; INTA, 2018), acompañada por un proceso de integración de las empresas en las tareas de cosecha, empaque, selección según tamaño de los frutos, conservación para el consumo en fresco, y procesado.
Desde la primera década de este siglo, se intensifica la integración vertical de las empresas y se produce un acelerado proceso de concentración (los productores grandes y medianos actualmente representan 90 por ciento de la producción de limones de la provincia), de transnacionalización del patrimonio empresario y del comercio exterior. La inserción en los mercados externos implicó el cumplimiento de nuevas normas de calidad de los productos frescos, la tecnificación de toda la cadena y la certificación del proceso productivo. Además de la importancia que cobró la citricultura en la economía provincial, también pasó a ser el sector organizador del mercado laboral agrícola provincial (Crespo Pazos, 2014).
El limón presenta una relación inversa entre el volumen de trabajadores requeridos, las escalas y los niveles tecnológicos de las unidades productivas, donde en las grandes empresas la demanda de empleo prácticamente triplica a las de los pequeños productores pasando de 30 a 85 jornales por hectárea y por año, correspondiéndole 90 por ciento a trabajadores temporarios (Torres Leal y Jiménez, 2010); la contratación se realiza mayoritariamente a través de intermediarios (Ortiz y Aparicio, 2006 y 2007).
Una actividad agrícola relativamente nueva es la del arándano, producción que ha evidenciado un crecimiento sostenido desde principios de este siglo. Actualmente ocupa el segundo lugar en el país por el volumen producido y el primero por la exportación en fresco favorecido por la oferta en contraestación (Ministerio de Hacienda y Finanzas Públicas, Presidencia de la Nación, 2016; Dell´Acqua et al., 2019). La cosecha, que se extiende desde octubre hasta fines de noviembre-principios de diciembre, demanda importantes volúmenes de mano de obra estacional, tarea en la que se incorpora un número significativo de mujeres.
Las condiciones económicas, productivas y sociales descriptas se reflejan en las trayectorias laborales de los asalariados/as agrícolas de la provincia de Tucumán. El carácter mayoritariamente temporario junto con otras características dominantes de los puestos de trabajo en el sector (salarios bajos,3 limitado alcance de la seguridad social, condiciones de trabajo, entre las principales), inciden decisivamente en las historias laborales de los asalariados y asalariadas de la provincia. Una encuesta implementada en el año 2014 permitió corroborar que la gran mayoría (más de 70 por ciento) se había desempeñado bajo esa condición a lo largo de toda su vida y, una proporción muy baja (15 por ciento), había combinado esa inserción con una actividad como campesino o pequeño productor (Ministerio del Trabajo, 2014).
Además, casi la mitad había comenzado a trabajar antes de los 15 años y solo uno de cada diez a partir de los 19 años. Sin embargo, se observan diferencias entre varones y mujeres: la incorporación de las mujeres resultaba más equilibrada en los distintos tramos de edad, pero tiende a diferenciarse claramente de los varones en las edades mayores. Así, un tercio de las mujeres comenzó a trabajar a partir de los 19 años, mientras que entre los varones eso ocurre en ocho por ciento (Ministerio del Trabajo, 2014).
Por último, con respecto a la escolarización en tanto rasgo crítico que entra en tensión con las oportunidades laborales y las necesidades económicas de los individuos y sus familias, hay una clara relación entre edad de inicio de la trayectoria laboral con el máximo nivel educativo alcanzado por los trabajadores agrícolas en la provincia. Por ejemplo, entre los que comenzaron a trabajar antes de los 15 años, solo 11 por ciento completó la educación secundaria, mientras que casi la mitad de los que trabajan desde los 19 años finalizó ese nivel. Confirmando este comportamiento, en el primer grupo 25 por ciento tiene primaria incompleta y, en el último, siete por ciento.
“Estamos acostumbrados a esto”. Articulación entre trabajo y subjetividades en la construcción de las trayectorias laborales
Partimos de la base que las prácticas laborales atraviesan la subjetividad de los/as trabajadores/as y al mismo tiempo esta subjetividad cumple un papel relevante en la organización de sus trayectorias laborales. En este sentido, abordamos la relación entre subjetividad y trabajo agrícola a partir de tres dimensiones que se articulan de modo simultáneo, aunque las escindimos con fines analíticos: la transmisión intergeneracional del trabajo agrícola como un “saber hacer” que no se restringe a saber ejecutar ciertas tareas laborales (como, por ejemplo, usar ciertas herramientas como las tijeras para la cosecha de limón o las técnicas para el corte de la fruta en el arándano, en línea con las exigencias de calidad imperantes), sino también para generar determinadas estrategias de acceso al empleo; en segundo lugar, los espacios de socialización cotidianos están atravesados por el trabajo agrícola, lo que exige que las trayectorias laborales individuales sean analizadas en interacción con las dinámicas sociales del lugar de residencia y la familia; en tercer lugar, destacamos las valoraciones que le dan a este tipo de actividad laboral los propios sujetos.
El ciclo del limón que transcurre centralmente entre los meses de marzo y septiembre, puede combinarse con el ciclo del arándano (octubre a noviembre), mientras que en los meses del verano (diciembre a febrero), se activa la migración a la cosecha de fruta en distintas provincias (Berger, Jiménez y Mingo, 2012; Berger y Neiman, 2015). Al mismo tiempo, todos estos trabajos agrícolas se mezclan, en distintas circunstancias y por periodos de tiempo variables, con trabajos no agrícolas.
Entonces, frente a un mercado laboral que no otorga estabilidad en el empleo, el “saber hacer” de los trabajadores y las trabajadoras se traduce en la construcción de una cierta regularidad laboral, aunque fragmentada y precaria, que implica poner en práctica ciertas habilidades vinculadas al acceso al empleo. La capacidad de movilidad en el cambio de producciones agrícolas o entre empresas de una misma producción e incluso a través de migraciones laborales, es valorada por los/as trabajadores/as agrícolas como un atributo positivo.
Miguel comenzó a trabajar a los 12 años en la caña y el limón; actualmente articula distintos empleos agrícolas para completar “el año redondo”. En su testimonio, el “no quedarse quieto” es una cualidad que le ha permitido subsistir a él y a su familia.
(...) voy a Río Negro (a trabajar en la cosecha de fruta) los primeros días de enero, vengo (a Tucumán) los últimos días de marzo y, de ahí, entro los primeros días de abril al limón, y trabajo abril, mayo, junio, hasta junio, julio, y de ahí ya, empiezo, voy a la caña, trabajo en la caña. También voy al arándano. (...) Todos los años, es así, el año redondo (Miguel, 23 años).
Esta capacidad de movilidad adquiere su máxima expresión a través de la migración laboral temporaria; el oficio de trabajador agrícola implica un “saber circular” (Tarrius, 2000: 55-56) por distintos espacios en relación a este empleo que involucra a una amplia red de actores que facilitan los desplazamientos, como por ejemplo amigos, parientes (que en algunos casos quedaron residiendo en las provincias de Mendoza o Río Negro), vecinos e incluso el gobierno provincial que, en los últimos años, se hace cargo parcialmente del costo del transporte por ómnibus hacia Río Negro y Mendoza durante la cosecha de frutas en las respectivas provincias. El testimonio de María refleja estas cuestiones:
(...) ya teníamos patrones en Mendoza que antes se viajaba en camión y después, cuando ya empezábamos a ir a Río Negro, el gobierno nos ponía los colectivos para poder ir, viajar más cómodos y con la familia. De esa manera, es bastante duro, también porque donde van chicos, en ese tiempo no teníamos las comodidades, ahora hay baño en los coches de línea, en cambio en los que manda el gobierno no… se va parando, parando y se hace bastante larga la llegada. En los primeros tiempos es duro, hasta que uno después se adapta, pasan los años, yo fui conociendo, me gustó el lugar, me gustó el trabajo y después ya me gustaba” (María, 57 años).
Por lo tanto, los distintos tipos de movilidad de esta mano de obra (de una cosecha a otra, entre empresas de la misma cosecha, hacia otras provincias de modo temporal), necesarios para el funcionamiento de la dinámica de estos mercados, es autogestionada por los trabajadores y las trabajadoras en articulación con las empresas mediante contratistas (que, en general, son personas con estrechos vínculos con la mano de obra, como parientes o vecinos) y el Estado provincial que financia el traslado para migrar.
Otra cuestión importante en la conformación de la subjetividad de los/as trabajadores/as es que los tiempos, relaciones y significaciones propias de la vida laboral atraviesan todas sus redes de socialización. Desde la infancia aprenden el oficio y, a lo largo de su vida, se vinculan con sujetos inmersos en esta misma actividad; estas personas residen en barrios (zonas urbanas) o en parajes (rurales) compuestos principalmente por trabajadores y ex trabajadores de la agricultura, por lo que la cotidianidad de esta población no puede pensarse disociada del trabajo agrícola, no solo en un sentido estrictamente laboral o económico; la información sobre el trabajo agrícola circula en distintos espacios de socialización que van desde el espacio doméstico de vecinos y parientes, hasta los encuentros sociales, como las peleas de gallo u otras actividades recreativas.
En relación con estas cuestiones, en las situaciones de entrevista en principio dirigidas a un trabajador o a una trabajadora en particular, se fueron sumando otras voces de vecinos y/ o parientes; todos tienen algo para relatar sobre esta actividad, una experiencia propia o familiar sobre el tipo de pago, las diferencias entre distintas tareas, o en torno a los cambios y las similitudes que había entre el trabajo agrícola en tiempos de abuelos o padres con el presente. De este modo, los significados de la experiencia individual se insertan en una trama más amplia de la experiencia colectiva.
“Nadie elige ser trabajador agrícola”, condensa la multiplicidad de testimonios en torno a las trayectorias de los trabajadores. El trabajo agrícola, socialmente desvalorizado (Berger y Mingo, 2012), como toda posición subalterna implica violencia simbólica (Bourdieu y Wacquant, 2005), es decir, ciertos mecanismos mediante los cuales los sujetos subalternos naturalizan las condiciones objetivas que constriñen sus prácticas. En este sentido, los relatos de los entrevistados discurren entre el deseo de que ellos o sus hijos, en algún momento, puedan tener otro tipo de empleo más estable y la percepción de sentirse atrapados en esta actividad.
José, nieto e hijo de trabajadores agrícolas, aunque identifica a este tipo de empleo como pesado y precario, expresa que es el único trabajo que sabe hacer, al punto de no “interesarle” una opción de tareas generales y de mantenimiento ofrecida por el municipio local, aunque le hubiese “gustado”. Este testimonio, en apariencia contradictorio, da cuenta del efecto que ha tenido en su subjetividad ser socializado en el mundo del trabajo agrícola:
Nunca hice otro tipo de trabajo que el agrícola, yo siempre me crié trabajando en lo que estoy trabajando, incluso si hubiese tenido oportunidad de hacer otro trabajo capaz que no lo hubiese hecho; porque antes había posibilidad de entrar a la comuna, te daba una quincena trabajando y yo nunca fui, porque antes ibas a trabajar quince días y te pagaban a los dos meses. Nunca me interesó, pero por supuesto que me hubiese gustado trabajar en otra cosa… (José, 46 años).
En relación con esto, a través del relato de la trayectoria de María es posible observar cómo el tiempo histórico de la producción de la caña de azúcar dejó huellas en su historia subjetiva y familiar. Originaria de la limítrofe provincia de Santiago del Estero, llegó a Tucumán a la edad de ocho años a trabajar en la caña de azúcar junto con su familia.
(...) sí, a mí me gustaba el trabajo en la caña, nosotros venimos ya arrastrando una sangre santiagueña, nosotros estamos acostumbrados a esto… parece que viene ya de la descendencia de uno. Llevamos en la sangre que la gente sale a trabajar así y que nos gusta prácticamente, nos gusta” (María, 57 años).
La imposibilidad de dejar el trabajo agrícola resulta de la combinación de factores estructurales, subjetivos y familiares, a pesar del deseo de cambiar de trabajo. En primer lugar, las opciones objetivas de alternativas de empleo no agrícola (mayoritariamente albañilería para los varones y empleo doméstico para las mujeres) son igual o más inestables y peores pagadas que el empleo agrícola. Luego, la transmisión generacional cultural del “saber hacer en el campo” sumada a una amplia red eficiente para el acceso al trabajo (amigos, contratistas, parientes, el Estado a través de algunas políticas provinciales) convierten al empleo agrícola en una opción casi siempre disponible (aunque en una temporalidad fragmentada). Asimismo, la socialización cotidiana fuertemente vinculada a este tipo de trabajo se articula con un sujeto que significa al “trabajo en el campo” desde sus categorías como “trabajo bruto”, “trabajo sacrificado”; esta autopercepción de desvalorización de la tarea, en donde no se reconocen las habilidades y saberes necesarios que aparecen naturalizados como cualidades innatas -“el trabajo en el campo se lleva en la sangre”, “estamos acostumbrados a esto”-, se integran moldeando las trayectorias de vida y laborales de los sujetos.
“Quiero que mis hijos estudien, que se sepan defender”. Tensiones y expectativas de la relación entre educación y trabajo
Entre los asalariados agrícolas -y también, aunque con algunas diferencias, en situaciones de similar condición social- la vinculación entre trayectorias laborales con las educativas se estructura como un espacio de tensiones y, al mismo tiempo, de expectativas. Además, adquiere relevancia cierta naturalización incorporada, incluso, por los propios trabajadores y sus hogares respecto del recorrido laboral/educativo que pueden efectivamente desplegar a lo largo de su vida, considerando sus condiciones familiares, sociales, las oportunidades propias del contexto económico y ocupacional que los abarca.
En este sentido, las cuestiones de orden generacional, de localización rural o urbana, de género o las mismas historias familiares pueden introducir ciertas diferencias en la estructuración de ese vínculo y, por lo tanto, en la trayectoria que finalmente experimenten los sujetos.
En primer lugar, hay una alta valoración de la educación primaria y, más recientemente, de la de nivel secundario e incluso terciario, pensadas como un medio para mejorar sus condiciones de vida, para acceder a empleos no agrícolas y, aunque en menor medida, a mejorar su inserción laboral en el sector.
En este sentido, las expectativas por acceder a un empleo permanente y con seguridad social -las dos condiciones básicas de un “buen trabajo”- aparece también vinculado con el progreso en el nivel educativo, aun cuando se reconozca que en la práctica la mayoría de los empleos disponibles no poseen esas condiciones.
La escolarización inconclusa que, dependiendo de la generación, se observa para el nivel primario o para el secundario, es una constante entre las poblaciones rurales en general y, particularmente, entre los hogares pobres y de asalariados agrícolas. La necesidad de generar ingresos para el hogar es la explicación más generalizada que se asocia a dichos comportamientos.
El resultado es el ingreso temprano a los mercados de trabajo junto con la conformación de trayectorias laborales muy prolongadas; el tamaño de los hogares, la presencia de situaciones de pobreza más o menos extremas, según se trate de varones o de mujeres, introducen algunas diferencias hacia el interior de esos comportamientos. Con respecto a esto último, cuando las madres permanecían exclusivamente dedicadas al trabajo doméstico, también las hijas tendían a permanecer ajenas a las tareas de campo y, con ello, a tener más posibilidades de completar especialmente el nivel primario (y, en todo caso, retrasar algo su ingreso a los mercados de trabajo agrarios o no agrarios).
José con sus ocho hermanos se iniciaron con trabajos en el campo y todos aún continúan. Comenzó acompañando a su padre en la caña de azúcar (sus abuelos paternos también trabajaban en la caña), al poco tiempo, empezó a migrar a las provincias de Mendoza, Río Negro y Neuquén para las cosechas de frutas. Con respecto a su escolaridad cuenta:
Nuestros padres querían que estudiemos, por supuesto, pero imagínese que éramos nueve hermanos, el presupuesto para mandar a estudiar con tantos chicos y un solo sueldo, lamentablemente no alcanzaba…Todos fuimos a la primaria, yo terminé y creo que otros dos más. El resto habrá llegado hasta cuarto o quinto grados. Yo empecé a trabajar a los 13 años en la caña de azúcar y desde ahí no paré (José 46 años).
Por otra parte, una trabajadora nos comenta respecto a la interrupción de su escolarización:
Estoy separada y tengo dos hijos de seis y cuatro años. Terminé noveno y a los 16 años empecé a trabajar, primero de niñera y después en el campo, en limón y arándano. No seguí estudiando, por la situación no se podía, por la clase de vida que uno lleva. No podían pagarme para que yo termine la escuela y, entonces, decidí empezar a trabajar. Yo quiero que mis hijos estudien, que se sepan defender, así el día de mañana ya no van a depender tanto de mí, no va a ser tan duro para mí (Noelia, 27 años).
El trabajo, sin embargo, no es la única causa de abandono escolar seguido del consecuente inicio inmediato de la trayectoria laboral. Hay al menos otras dos razones ligadas a la misma condición económica de los hogares: el costo de desplazamiento hasta la escuela y los gastos que insume la asistencia escolar.
María relata con relación a la percepción de la educación que tenían las generaciones anteriores:
No seguí estudiando una porque también era un problema la situación económica, al ser muchos nosotros a veces teníamos que viajar, eran siete kilómetros y había que viajar y no llegaban mis padres a cubrir los gastos de la escuela, entonces yo llegué hasta ahí y lo poco que aprendí lo ejercí en mi casa. Todos mis hermanos terminaron la primaria, algunos han llegado a la secundaria, pero cuando tuvieron la posibilidad de trabajar blanqueados, dejaron la escuela para trabajar (María, 57 años).
Los procesos de desestructuración de las familias son también desencadenantes de abandono escolar y comienzo de la vida laboral, produciéndose un efecto de “reemplazo” entre integrantes de un mismo hogar en lo que respecta a sus funciones y a su contribución económica al presupuesto familiar. Estas situaciones reflejan, por un lado, la fragilidad de las condiciones de subsistencia de los hogares, pero también la ausencia de mecanismos de contención que permitan al menos la continuidad educativa de los afectados por estas circunstancias y el retraso del inicio laboral.
Coco llegó hasta el segundo año de la escuela técnica. Trabajó en la caña de azúcar y ahora tiene un trabajo en blanco en arándanos y limón; migra regularmente con su familia a Río Negro y, en un período que no tenía trabajo, se dedicaba junto con un familiar a la instalación de equipos de aire acondicionado.
Tengo hasta segundo año de la técnica, dejé el colegio porque en ese tiempo falleció mi papá y eran tiempos difíciles, estaba mi mamá que nos mantenía y mis hermanos estaban en otra y yo tenía que aportar también en la casa… digo me voy a trabajar y voy a ayudar. No me quedó otra. Me hubiera gustado terminar la técnica, pero se me complica mucho. Además, acá no hay una técnica nocturna como para que yo pueda decir, bueno, me voy a terminar (Coco, 28 años).
Por último, la maternidad y los matrimonios entre jóvenes operan restringiendo la escolaridad, si bien muchas veces se mantiene la inserción laboral, especialmente en aquellos casos que disponen de alguna ayuda proveniente del grupo familiar ampliado. Frecuentemente se inicia durante los periodos de receso escolar, luego se convierte en una inserción que se va haciendo más estable en el tiempo, pero que puede incluir períodos más o menos prolongados de prácticas educativas y laborales simultáneas.
Una trabajadora relata cómo se frustró su proyecto de continuar sus estudios terciarios al casarse a la finalización del nivel secundario e, incluso, el esfuerzo que significaba estar escolarizada y trabajar simultáneamente.
Yo quería estudiar profesora de geografía, me gusta la geografía y, bueno, conocí al papá de las chicas y ya quedé ahí… estaba por hacer el examen de ingreso, pero no pude (...) Nosotros cosechábamos a la mañana e íbamos a la escuela a la tarde. Mi mamá se quedaba hasta un cierto horario, iba a cocinar y nosotros después íbamos a comer, nos bañábamos e íbamos a la escuela, era solamente a la mañana y los sábados trabajábamos hasta la tarde, hasta las cuatro más o menos (Fátima, 31 años).
Sandra tiene tres hijas de 14, 12 años y seis meses y llegó hasta cuarto año de escuela técnica. Es capataz en una finca de arándanos, asalariada temporal en limón y migra a Río Negro con la familia. Está registrada, aunque aclara que, por opción, no por condición de la empresa. Trabajó desde niña con la familia en tareas de cosecha de caña, migrando en el verano a Mendoza; también de joven se ocupó como servicio doméstico en la capital provincial.
Yo dejé en cuarto año de la técnica y no la terminé. Dejé porque no me daban los horarios porque yo estudiaba a la mañana y pasábamos derecho a cortar limón. Toda mi vida trabajé en esto, pensá que yo empecé a los ocho años a ayudar en la caña, ahora estoy en blanco en el limón, no tengo ni idea cómo será hacer otro tipo de trabajo (Sandra, 32 años).
En las nuevas generaciones tanto de padres como de hijos e hijas, la valoración por la educación secundaria e incluso terciaria está más difundida y, con ello, la posibilidad de demorar más el ingreso al mercado de trabajo de al menos algunos de los integrantes del hogar; en este caso no parece observarse diferencias entre varones y mujeres como lo era en la etapa anterior en la cual el objetivo principal era completar el nivel primario.
“Mi viejo no nos ha preguntado qué queríamos hacer, así que tuvimos que trabajar”. Las dinámicas de los hogares y el trabajo agrícola
La experiencia vital de los trabajadores y las trabajadoras discurre en un contexto social de vulnerabilidad en donde el hogar y la familia emergen como un espacio central de construcción de identidades -donde se aprenden tareas, se comparten experiencias y se adquieren habilidades-, también donde ciertos eventos acaecidos en el transcurrir histórico, operan como inflexiones o quiebres en las biografías laborales de los sujetos.
Es así como acontecimientos de la esfera personal y/o familiar son clave para comprender las prácticas de trabajadores, cuya capacidad de acción se mueve entre márgenes muy estrechos por las particularidades del contexto donde viven. El trabajo asalariado agrícola atraviesa la historia de las generaciones que los precede -abuelos y padres- en donde predominan la escasez, la pobreza y el ingreso al mundo del trabajo en la niñez.
La fragilidad de estos hogares se pone de manifiesto cuando deben hacer frente a imponderables que afectan la vida de la familia y su estabilidad. En los relatos, los entrevistados apelan continuamente a contingencias por las que atravesó la familia, otorgándoles un significado de cambio en sus vidas. En este sentido, se identifican diversas situaciones problemáticas o nudos comunes a varias biografías.
La muerte del padre o problemas de alcoholismo de este devienen en falta de sustento para familias con hijos pequeños, ocasionando en varios casos el abandono de la escuela y el inicio temprano en la vida laboral de los hijos mayores. Este asumir responsabilidades prematuramente se ve reflejado en varios testimonios:
Mi papá en ese tiempo era una persona muy tomadora, entonces había tiempos en que había en la casa y a veces que no había nada. Entonces era estudiar o ayudar en la casa. Como nosotros éramos los tres más grandes, para que mi mamá se quede en la casa, nosotros trabajábamos (Sandra, 32 años).
El fallecimiento del padre de una trabajadora en su niñez durante la cosecha en la patagónica provincia de Río Negro hacia donde había migrado temporalmente, llevó a que su madre siguiera trabajando en la caña acompañada por sus hijos pequeños. En la adolescencia ocupó el lugar de su madre en el corte de la caña, hasta que esta pudo jubilarse. De no haber fallecido el jefe del hogar, según su testimonio, ella y sus hermanos no hubieran tenido que trabajar desde temprana edad con tanta intensidad.
(...) No hubiéramos luchado tanto. Porque es realmente que vos trabajás en la caña, que te lleven a la una de la mañana, a las 12 de la noche hasta las cinco de la tarde, yo creería que trabajás como esclavo… (Silvia, 38 años).
En el caso de otro trabajador, cuando a los siete años su madre abandona el hogar, queda a cargo de su padre alcohólico. La desestructuración de la familia genera una falta de contención y cuidado de los niños que se pone de manifiesto en el hecho extremo de no ingresar al sistema escolar: “… mi viejo no nos ha preguntado qué queríamos hacer, así que tuvimos que trabajar…” (Walter, 32 años).
La fragmentación del hogar por la separación de la pareja y la necesidad de generar ingresos para mantener a los hijos, en muchos casos motivó la inserción agrícola de la mujer (arándano y limón). Una cuestión no menor que se les presenta a aquellas que no trabajaban previamente o lo hacían junto a sus maridos, es construir su propia red de relaciones para el acceso al trabajo.
A los 21 años me casé y ahora hace tres años que me separé. Yo estando casada empecé a trabajar en el empaque y a plantar y cosechar el arándano. Ya quedé embarazada de ella y dejé de trabajar; después la tuve a la otra, son seguidas. Y después de tener a la más chiquita, empecé a trabajar en el empaque de arándanos… después cuando me separé, ahí empecé a trabajar en el limón y en el campo en el arándano (Fátima, 31 años, jefa de hogar).
La viudez de su hija y la posterior conformación de una nueva pareja llevó a María (jefa de hogar) a quedar a cargo de sus nietos, trámite legal de por medio para conseguir la tenencia. Esto le significó dejar de migrar a otras provincias y redoblar esfuerzos para generar ingresos a través de distintos trabajos agrícolas combinados con actividades por cuenta propia.
Las separaciones y divorcios desencadenan también conflictos judiciales por el pago de la cuota alimentaria de los hijos e hijas en hogares con jefatura femenina que, por lo general, no pueden ejecutarse frente a la falta de trabajo permanente del hombre. Las exigencias laborales suelen entrar en conflicto con los requerimientos familiares (cuidado de las niñas y niños cuando se ausentan del hogar), sobre todo cuando no cuentan con la ayuda de familiares y deben destinar parte del salario al pago de una persona para que quede al cuidado eventual de sus hijos e hijas.
No tengo suerte con el padre de ellos. No, ya me ha cansado el tema ese porque nosotros hemos ido a tribunales y todo eso, ¡pero está el tema de que él no consigue trabajo, porque como él no es estable entonces… a mí me da bronca porque cómo yo lo puedo hacer y él no! (Noelia, 27 años).
Como se desprende de los relatos, estos imponderables desencadenan situaciones de mayor precariedad material que ocasionan cambios en los roles de los integrantes del hogar, independientemente del ciclo vital que atraviesa. Hijos que pasan sin transición entre la niñez y la adultez a ser proveedores de recursos económicos del hogar; mujeres que, tras la separación de sus parejas, se convierten en las únicas responsables de proveer el alimento a sus hijos e hijas.
Por otra parte, momentos históricos del país como la dictadura militar luego del golpe de Estado en 1976, particularmente en la provincia de Tucumán con la militarización a través del llamado Operativo Independencia, terminan atravesando las historias personales con repercusiones directas en los hogares, en general, y en las trayectorias laborales, en particular.
José relata que luego del golpe de Estado de 1976 fue secuestrado por los militares y liberado después de 45 días. Este hecho es un antes y después en su vida ya que el miedo le impidió por décadas sacar el documento de identidad y registrar la paternidad de sus hijos (recién a los 50 años se animó a gestionar un resarcimiento del Estado, trámite que se encontraba en curso al momento de ser entrevistado).
Andrés nos relata también la historia de su padre, que fuera secuestrado durante la dictadura y despedido del ingenio donde trabajaba, debiendo apelar a otras prácticas laborales.
(...) trabajaba en el ingenio Santa Rosa que está acá y después con el año de 1976, creo que había un golpe de Estado acá en el país, a mi papá lo llevaron los militares y bueno, vos viste que en ese tiempo fue duro para muchos ciudadanos argentinos y él ha sido uno de los que lo han pillado, digamos, y ha estado secuestrado (…) Mi papá quedó sin trabajo, en ese tiempo trabajaba en la fábrica del ingenio y lo han dejado sin trabajo porque a él lo habían secuestrado (…) Después cuando lo han soltado, a la vuelta ya entró a trabajar en lo que se podía, la caña, como golondrina en otra provincia… (Andrés, 35 años).
Con base en lo analizado, según las contingencias que debe sortear la familia, sufre transformaciones en su estructura y en el papel que juega cada integrante. Si bien es el espacio privilegiado donde los sujetos encuentran contención y refugio, también es un ámbito donde se construyen relaciones asimétricas de poder entre sus miembros, se presentan conflictos, además de producirse rupturas que desencadenan nuevos rumbos en la vida laboral de los individuos.
Conclusiones
En el marco de una agricultura provincial históricamente intensiva en el uso de mano de obra temporaria, en las últimas décadas, un proceso de reestructuración y globalización atraviesa sus actividades productivas y su territorio, profundizando el carácter inestable del trabajo sin implicar mejoras sustanciales en las condiciones de empleo y de vida de la población.
Este artículo aborda no solo el papel que juega el contexto histórico estructural de la provincia de Tucumán -como pueden ser los cambios productivos y tecnológicos, las estrategias de las empresas y la violencia institucional del Estado-, sino también cómo las dinámicas familiares, las experiencias de socialización y las subjetividades, son dimensiones clave en la conformación de las trayectorias laborales de los asalariados y asalariadas temporales.
El trabajo actúa simultáneamente como una práctica destinada a garantizar la reproducción social de las familias y como un elemento conformador de subjetividades. Esto se concreta a través de procesos de socialización continuos que abarcan distintos espacios y en los que sobresale el hecho -hasta cierto punto paradójico- de la coexistencia, por un lado, de un sentido de desvalorización de las tareas en el campo con expectativas y deseos de salida de estas y, por otro, el de cierta convicción acerca de la imposibilidad práctica de que esto suceda efectivamente.
La percepción que tienen los sujetos sobre la educación ocupa también un lugar clave para comprender las inflexiones experimentadas por las prácticas y expectativas que sostienen, en cuanto a pensarse a ellos mismos o a las generaciones futuras en trabajos distintos al del empleo agrícola actual. Esto ocurre a pesar de los múltiples factores que terminan tensionando y, en algunos casos, truncando definitivamente el proyecto de vida o las posibilidades de inserciones laborales alternativas.
Los eventos que tienen lugar en el transcurso de la vida familiar resultan centrales para comprender la conformación de las trayectorias ya que terminan conectándose con situaciones laborales específicas. Esto permite observar cómo la familia es al mismo tiempo un soporte de contención material y afectiva y un espacio en donde se expresan las relaciones de poder (vinculadas al género y a la generación) y de violencia simbólica, tal como lo demuestran las tensiones entre trabajo productivo y reproductivo que experimentan las trabajadoras agrícolas o las experiencias entre los y las jóvenes que llevan a cancelar sus proyectos personales. Las contingencias en el ámbito de la familia operan como quiebres que refuerzan frecuentemente la condición de vulnerabilidad de las asalariadas y los asalariados temporarios.
En conclusión, el estudio de las trayectorias nos permite comprender al trabajo agrícola entrelazado a la vida cotidiana de estos sujetos, que crecen aprendiendo a trabajar en el campo, se socializan durante toda su vida en barrios o parajes de trabajadores agrícolas, en donde los sucesos acontecidos en el seno familiar modelan los trayectos y la educación se proyecta en la expectativa de un futuro diferente que redunde en inserciones laborales más estables y mejor remuneradas. Más aún, implica considerar que la precariedad en el trabajo no es únicamente un fenómeno de orden laboral, sino que está encarnado y muchas veces determinado por las mismas condiciones de vulnerabilidad de las vidas de estos sujetos.