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Papeles de población

On-line version ISSN 2448-7147Print version ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.10 n.42 Toluca Oct./Dec. 2004

 

La exclusión laboral juvenil en Argentina. Propuesta de una tipología para su análisis*

 

The youthful labor exclusion in Argentina. Proposal of a typology for its analysis

 

Luciana Gandini

 

Centro de Investigación y Docencia Económicas.

 

Resumen

La idea central del artículo es que los jóvenes mantienen vínculos diferenciados con el mercado de trabajo y éstos pueden ser analizados en función del grado de inclusión y exclusión laboral. Tales vínculos pueden dar lugar a la conformación de grupos con perfiles sociodemográficos y laborales propios. Se propone caracterizar a aquellas inclusiones no plenas a partir de ciertos indicadores de las ocupaciones que han sido objeto de ajuste como consecuencia del proceso de flexibilización laboral de los últimos años. El trabajo utiliza una propuesta de operacionalización del concepto de exclusión social enfocado al mercado de trabajo, a partir de una tipología analítica de inclusión/exclusión laboral.

Palabras clave: jóvenes, exclusión, inclusión laboral, mercado de trabajo, Argentina.

 

Abstract

The main idea of the article is that the youths maintain bonds differentiated with the labor market and these can be analyzed in function of the degree of inclusion and labor exclusion. Such bonds can give rise to the conformation of groups to with own labor and socio-demographic profiles. It is proposed to characterize to those not full inclusions from certain indicators of the occupations that have been object of adjustment as a result of the process of labor flexibilization of the last years. The work utilizes a proposal of operacionalizacion of the concept of social exclusion focused al labor market, from an analytic typology of inclusion / labor exclusion.

Key words: young, exclusion, labor inclusion, labor market, Argentina.

 

Introducción

Este trabajo está centrado en el análisis de los tipos de vínculos que los jóvenes de Argentina establecen con el mercado laboral. Para eso, el documento se apoya en el enfoque de exclusión social, considerando que brinda una visión amplia de los procesos asociados a las desventajas sociales. La exclusión social puede manifestarse en los distintos espacios a través de los cuales las personas están situadas en la sociedad. Una de las dimensiones de mayor importancia es la que se refiere al mercado de trabajo, ya que la forma en que los jóvenes estén incluidos o excluidos en éste influye de manera muy significativa en su grado de integración a la sociedad.

El objetivo del artículo es el de presentar una propuesta de operacionalización del concepto de exclusión social enfocado al mercado de trabajo, a partir de una tipología analítica de inclusión/exclusión laboral. Se parte de la idea de que los jóvenes mantienen vínculos diferenciados con el mercado de trabajo y éstos pueden ser analizados en función del grado de inclusión y exclusión laboral. Tales vínculos pueden dar lugar a la conformación de grupos con perfiles sociodemográficos y laborales propios. Específicamente, es posible caracterizar a aquellas inclusiones no plenas a partir de ciertas características de las ocupaciones que han sido objeto de ajuste como consecuencia del proceso de flexibilización laboral acaecido en el país en los últimos años. El ajuste ha operado por medio de las nuevas formas contractuales, asociadas a un incremento de la desprotección e inestabilidad, así como por la flexibilización del tiempo de trabajo.

En la primera parte del trabajo se presenta una revisión somera sobre los conceptos de juventud y de exclusión. Posteriormente se presenta la propuesta analítica-metodológica y los fundamentos que le dieron origen. En el siguiente apartado se exploran, por medio del análisis descriptivo, las características sociodemográficas y laborales de los jóvenes de acuerdo con el tipo de vínculo laboral que presentan; en una siguiente sección se utilizan dos modelos de regresión con la finalidad de corroborar ciertos resultados. El análisis de la información se basa en la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) correspondiente a mayo de 2001 y se referirá a los jóvenes urbanos de Argentina. Finalmente, se presentan los hallazgos del trabajo y, a manera de reflexión final, los perfiles sociodemográficos y laborales de los jóvenes de Argentina.

 

Algunas reflexiones sobre juventud y exclusión social

La juventud es una etapa particular del ciclo de vida de las personas con características específicas en el plano biológico, psicológico y social. Aunque varios se empeñan en caracterizar a esta etapa como transitoria, parece más pertinente considerar que la juventud es un estado en sí mismo, atravesado por distintas transiciones: salida del sistema educativo, ingreso al trabajo, formación de un hogar independiente, de una familia, etc.; situaciones que le imprimen un alto grado de diversidad a este segmento poblacional. Todos los trabajos sobre juventud necesariamente dedican un apartado para esclarecer el concepto y el criterio adoptado en cada caso. Ese hecho da una idea acerca de la complejidad que alcanza el tema y de la inexistencia de acuerdos sobre cómo acercarse a él. Por motivos operativos, y aun reconociendo las tensiones que esta definición supone, en este trabajo se considera como población joven a aquellos individuos que se insertan en el tramo de edades de 18 a 29 años, entre los cuales es posible distinguir dos subtramos, 18 a 23 y 24 a 29,1 como una estrategia de abordaje de la población, ya que ambos grupos poseen una relación diversa con el mercado de trabajo, el estudio y otros planos sociales e individuales (características observadas a partir de la exploración de la información).

La juventud, como tema de estudio, ha sido abordado con cierta abundancia en las últimas décadas y buena parte de los trabajos relacionados con este tema dedican su atención a los jóvenes y su relación con el mercado de trabajo. La mayoría de estos trabajos acuerdan en que los jóvenes constituyen uno de los grupos sociales más perjudicados por los procesos de cambio (Salvia y Miranda, 2000a y 2000b; Pérez Sainz, 1999; Pieck, 2001; Navarrete, 2001). Por eso es frecuente que muchos trabajos que se dedican a estudiar grupos excluidos consideren como uno de ellos a los jóvenes (Pérez Sainz, 1999, 2000, 2001; Ruiz Tagle, 2000), o bien, quienes estudian a los jóvenes lo hagan en el marco de los procesos de exclusión social (Clert, 2001; Salvia y Miranda, 1997, 2000b; Pieck, 2001).

Existe cierto consenso en considerar a los jóvenes excluidos como aquéllos que no estudian, no trabajan ni son amas de casa (NET2). Varios trabajos encuentran que éste es un rasgo cada vez más evidente de la mayoría de los países de América Latina, incluso de otras partes del mundo (Balardini, 2000; Gallart, 2000; Carpio y Salvia, 1997; Clert, 2001; Salvia y Miranda, 1997, 2000a, 2000b). Sin embargo, es importante reflexionar en qué medida este grupo de jóvenes que no estudia ni trabaja se encuentra en una situación de exclusión social y en qué dimensiones se plasma. Quizá por la complejidad misma del fenómeno resulta conveniente referirlo a dimensiones específicas de análisis en donde resulta más clara la identificación de procesos excluyentes. Estos estudios se centran básicamente en el análisis del grupo de NET sin profundizar en el proceso de exclusión mismo, en las dimensiones en las que se expresa y en la heterogeneidad de las situaciones entre la inclusión y la exclusión.

El concepto de exclusión social surge en Francia en el año 1974, en referencia a varias categorías sociales de personas, tales como incapacitados mentales y físicos, madres solteras, usuarios de drogas y otros grupos desprotegidos del seguro social (Silver, 1994). En la década de 1980 su uso se fue generalizando y se extendió refiriéndose a una amplia gama de desfavorecidos sociales y se torna central en el debate francés sobre la "nueva pobreza". La exclusión social, en este nuevo contexto, se refería al crecimiento del desempleo cíclico y de largo plazo, expresiones de las crisis que estaba enfrentando aquel continente: la del Estado benefactor y la imposibilidad de lograr el pleno empleo. En estas circunstancias, la pobreza ya no es el único elemento que afecta a los grupos poblacionales, por lo que comienzan a atender otros factores que impiden lograr un nivel de vida decente. Esto llevó a la ampliación misma del concepto de pobreza y al posterior reemplazo por el de exclusión social, para dar cuenta de manera más pertinente de ese conjunto heterogéneo de factores (Quinti, 1999).

Aunque pueden reconocerse otras vertientes, los académicos de la escuela francesa han sido quienes desarrollaron en mayor medida esta perspectiva.3 Para ellos, el deterioro del mercado laboral es el detonante de la ruptura de los lazos entre la esfera individual y la social, fenómeno que se expresa en lo que Castel (1999) ha dado en llamar la "degradación de la sociedad salarial". Esta escuela predomina en el debate y es la que ha tenido más aceptación en los países latinoamericanos, posiblemente porque, a pesar de las diferencias contextuales, la degradación del mercado de trabajo constituye actualmente el mayor desafío común para los países de ambos lados del continente.

La exclusión social es tal porque reseña un fenómeno que hace referencia al hecho de no pertenecer a la sociedad -ya sea expresado a través de acceso a bienes, oportunidades o derechos-, es decir, refiere a aquellas condiciones que facilitan a ciertos miembros de la sociedad o grupos sociales para que sean rechazados o postergados mientras otros son integrados. La exclusión es un fenómeno complejo que puede ser definido y analizado a través de diferentes dimensiones. Una de ellas se centra en el mercado de trabajo, espacio en donde se muestran nítidamente los cambios acaecidos en las dos últimas décadas en Argentina, como consecuencia de las reformas económico-laborales impulsadas por el modelo de acumulación neoliberal.

Lo opuesto a la exclusión es la integración social, es decir, aquel proceso por el cual las personas son consideradas miembros plenos de la sociedad, en términos económicos, políticos, sociales y culturales. Pero la exclusión no significa completa desintegración y ruptura de lazos sociales (Wormald y Ruiz, 1999). A nivel social no es posible identificar la desintegración completa, sino que sólo es concebible a partir del estudio de dimensiones específicas. Desde la mirada del mercado de trabajo, esto significa tener acceso a un empleo y salario digno, disponer de servicios de seguridad social, formación y capacitación, así como acceso a ocupaciones socialmente valoradas (Ruiz, 2000).

El enfoque de este trabajo se centra en la exclusión laboral -es decir, en la exclusión social desde el mercado de trabajo-, por lo que la exclusión será definida con base en la falta de acceso al trabajo. El interés no sólo estriba en la identificación y análisis de los jóvenes que se ven afectados por la exclusión laboral, sino también la situación de aquellos que la sufren parcialmente o, en otros términos, de quienes logran incluirse pero manifiestan ciertos déficit. Estas inserciones son denominadas formas deficitarias de inclusión.

 

Propuesta teórico-metodológica

La propuesta analítica que se presenta se basa en la utilización de una tipología de inclusión/exclusión laboral a partir de la cual se identifican los vínculos que los jóvenes establecen con el mercado de trabajo; se intenta colaborar en los esfuerzos por superar los análisis dicotómicos que pueden resultar muy estáticos para explicar procesos más dinámicos y complejos. A través de este planteamiento se intenta ensanchar el análisis de aquellas situaciones que denominamos de inclusión deficitaria, las cuales no pertenecen ni al estado de exclusión ni al de inclusión plenas. Son tipos de inserción que manifiestan ciertos déficit, que pueden interpretarse como diversas expresiones de exclusión, a las que algunos autores, como Ruiz (2000), aluden como exclusiones de los empleos de buena calidad.

Los déficit laborales que se proponen analizar intentan dar cuenta de la exclusión de ciertas características, prestaciones y derechos que por mucho tiempo acompañaban a la adquisición de un trabajo. A partir de la modificación de ciertas normas legales en el mercado laboral argentino se fomentaron modalidades de contratación temporarias y con menores obligaciones por parte de los empleadores que repercutieron en las condiciones laborales de los trabajadores de distintas formas. Estas nuevas modalidades también incorporaron cláusulas de 'polivalencia funcional' (el empleador puede obligar al trabajador a realizar tareas para las que no fue contratado), 'compensación horaria' (el empleador no abona las horas extras), fraccionamiento de pago del aguinaldo y otorgamiento de vacaciones en cualquier momento del año (Mansueti, 2003). Es decir, estas nuevas formas de relación laboral afectaron no sólo a los tipos de contratación sino también a las horas de trabajo, los ingresos y prestaciones percibidos por los trabajadores. Pero estos ajustes del mercado de trabajo no sólo operaron sobre los asalariados, sino que también impactaron a los trabajadores independientes, quienes vieron afectados principalmente sus ingresos y sus jornadas laborales.

La selección de los criterios para la definición de las inclusiones laborales deficitarias responden a las transformaciones operadas en el mercado laboral en los últimos años. Los indicadores del tipo de inclusión laboral que logran los jóvenes son los siguientes (esquema 1):

1. Ingreso.

2. Jornada.

3. Estabilidad laboral (asalariados).

4. Prestaciones sociales (asalariados).

Se decidió adoptar el criterio del salario mínimo4 para la determinación del ingreso deficitario. De acuerdo con ello, y considerando una jornada normativa de 40 horas,5 el ingreso mínimo por hora equivale a 1.16 pesos. El salario horario permite controlar la duración del tiempo que trabajan los jóvenes, es decir, lo que ganan en función del tiempo que trabajan. El salario mínimo no varió significativamente desde la adopción del Plan de Convertibilidad en 1991 hasta el año 2001, rondando su valor en 200 pesos.

El objetivo de esta legislación es el del establecimiento de un "piso" por debajo del cual ningún trabajador debería encontrarse. A pesar de eso, una quinta parte de los jóvenes perciben ingresos por debajo de ese límite legal y más de la mitad percibe menos de dos SM (EPH, 2001).

La duración de la jornada ha sido uno de los mecanismos de ajuste más severos de la flexibilización operada en el mercado de trabajo durante la década de 1990, ya que la duración y configuración de la misma ha sido modificada de manera sustancial, la cual se observa en el aumento del número de trabajadores que laboran por jornadas extensas (Montes y Picchetti, 2000), que generan, además, un círculo vicioso en el problema de empleo. Las jornadas normales6 han dejado de ser el grupo más numeroso de los trabajadores, como era al principio de la década de 1990 (Neffa et al., 1999) y la nueva tendencia muestra una polarización en el tiempo de trabajo que se refleja en jornadas insuficientes y demasiado exigentes, estas últimas constituyen otra evidencia del deterioro de las condiciones laborales de la última década del siglo XX (Beccaria, 2001). Para la definición de las inclusiones deficitarias se consideran a aquellos jóvenes subempleados demandantes y a los sobreocupados.

Las estrategias de reducción de costos para sostener ciertos niveles de productividad o aumentarlos han tenido como efecto el aumento de los trabajadores sin contrato y, simultáneamente, la sustitución de los contratos por tiempo indefinido y de tiempo completo por otros de carácter atípico y temporal. A partir de las reformas operadas en Argentina desde 1991, pero especialmente en la segunda mitad de la década, se ha promovido, de diversas formas, el empleo no permanente, hecho que se demuestra en varios trabajos sobre el tema (Beccaria y López, 1996; Neffa et al., 1999; Carpio y Salvia, 2000; Perelman, 2001; Beccaria, 2001) y es en los jóvenes donde se ha presentado con mayor intensidad (Diez de Medina, 2001). En esta propuesta también se consideran como deficitarios a aquellos jóvenes que se encuentran insertos en ocupaciones asalariadas no permanentes.7

El acceso a la red de instituciones de seguridad social a través del trabajo opera como un mecanismo de protección ante el riesgo para el trabajador y su familia. Son derechos a los que acceden los trabajadores, reducen la incertidumbre y, consecuentemente, apuntan hacia la integración social (Beccaria et al., 1996). El no tener acceso a estos beneficios agudiza el grado de desprotección. Para la tipología de análisis se consideran como incluidos deficitarios a los jóvenes que no acceden a ningún beneficio social.8 La gran diferencia en los datos se presenta entre quienes tienen todas las prestaciones y quienes no tienen ninguna, siendo muy poco frecuente que quienes tienen algún beneficio sólo tengan uno (que pueden pensarse como los más cercanos a los deficitarios), de hecho estos casos sólo constituyen uno por ciento de los asalariados. Parece adecuado considerar como deficitarias a aquellas inclusiones que no poseen ninguna prestación social porque implica que los jóvenes no tienen ningún tipo de cobertura con la cual afrontar problemas de salud, accidentes laborales, su solvencia en el futuro (fondos de retiro), respaldo ante la exclusión laboral, tiempo libre y de descanso garantizado, etc., mientras que quienes poseen alguna de ellas se encuentran en una mejor situación, y a partir de los beneficios suscitados por la prestación se puede fomentar una mejor condición para afrontar otras necesidades. Es decir, en términos de exclusión laboral, lo que analizamos es la exclusión versus el acceso a derechos y condiciones laborales dignas o de calidad.

Por lo expuesto en los puntos anteriores, los jóvenes serán considerados deficitarios en la medida que sus ocupaciones lo sean. El déficit es un atributo de las ocupaciones o puestos en los que se insertan en el mercado que no "cumplen" con una serie de condiciones o derechos que fueron pilares del Estado benefactor y de la época del pleno empleo en la Argentina y que, hasta hace no mucho tiempo, seguían siendo distintivos del mercado laboral del país. En todos los casos se reconocen como deficitarios a quienes no tienen acceso a algunas de las características que por tiempo han sido definitorias del trabajo típico en Argentina. La definición de déficit en la inclusión laboral, entonces, se propone en relación con el contexto socioeconómico particular de Argentina a comienzos del siglo XXI. Es decir, los criterios tomados en cuenta para este análisis responden, en buena medida, a las transformaciones operadas durante la década de 1990 en la economía en general, y en el mercado laboral en particular.9 Es por eso que los indicadores propuestos para medir la exclusión laboral y los déficit de quienes logran incluirse se seleccionaron según un criterio de viabilidad, es decir, que pudiera utilizarse la información disponible, como sugieren Wormald y Ruiz (1999). La medición de la exclusión es tan compleja como el fenómeno mismo. Esta propuesta es un paso en el camino de colaborar en la construcción de indicadores que posibiliten la medición de este fenómeno complejo, dinámico, cambiante en tiempo y espacio.

 

Características sociodemográficas de los jóvenes trabajadores

La distribución obtenida al aplicar la tipología propuesta en el esquema 1 se presenta en las gráficas 1 y 2. A primera vista se observa un amplio segmento de jóvenes que busca y no puede establecer un vínculo con el mercado laboral, ya que queda excluido de él. Estos excluidos representan la tercera parte del subgrupo más joven. Este hecho no es nuevo, el desempleo en la población en general, especialmente en los jóvenes, adquiere cada vez mayor peso en Argentina desde hace más de una década.10

Entre un segmento etáreo y otro la distribución de los jóvenes en los estados presentados es diferente. Los excluidos laborales son menos importantes en los jóvenes mayores y, como contrapartida, los incluidos no deficitarios son más. Las mujeres están ligeramente más sometidas a quedar excluidas del mercado laboral,11 sin embargo, quienes pueden incluirse en él pareciera que tienen mayores posibilidades que los jóvenes varones de hacerlo de una manera no deficitaria, aunque las diferencias son leves. El mercado laboral muestra condiciones de trabajo deficientes, especialmente en los jóvenes de entre 18 y 23 años, aproximadamente sólo uno de cada seis jóvenes que quiere pertenecer al mercado laboral puede insertarse de una manera no deficitaria en el mismo. Para los jóvenes mayores, estas posibilidades mejoran: dos de cada seis logran hacerlo. Estos datos reflejan la importancia que adquiere la exclusión laboral para los jóvenes, pero también, una vez que logran incluirse, la forma en que lo hacen para pocos es la adecuada. Además, conforme su edad es mayor no sólo son menores las probabilidades de exclusión, sino también las de incluirse de manera deficitaria.

Éste es un hallazgo importante porque hasta el momento la bibliografía especializada resaltaba la relación entre juventud y exclusión, a la que podemos agregar la de juventud y déficit laboral o inclusiones laborales intermedias, no plenas. Esta realidad sugiere que, conforme los jóvenes son mayores, sus probabilidades de incluirse en el mercado también lo son, así como las de hacerlo de una mejor forma. Se verifica entonces que conforme la edad de los jóvenes es mayor los vínculos con el mercado son distintos.

Desde otro ángulo del análisis también se puede observar las particularidades de la estructura etárea de los jóvenes de acuerdo con el vínculo laboral (gráfica 3). Los excluidos y los deficitarios poseen una estructura muy similar: ambos grupos muestran un patrón más joven que el de los no deficitarios. La brecha que los diferencia se evidencia en casi todo el rango comprendido por esta etapa, y se hace más estrecha en las edades mayores de los jóvenes. Esta relación de la edad con el tipo de vínculo demuestra una mejor situación para los jóvenes mayores. Conforme la edad es mayor, los vínculos con el mercado son diferentes. Los mayores probablemente tienen ciertos capitales, como experiencia laboral acumulada y niveles de educación superiores, con los que pueden enfrentarse al mercado de una mejor manera.

La estructura presentada permite notar que el perfil etáreo es similar para excluidos y deficitarios. Sin embargo, vale la pena indagar sobre sus niveles educativos, que finalmente es un capital de importancia al momento de enfrentarse al mercado. Además, resulta de interés confirmar si estos perfiles se mantienen en las características laborales o sus patrones se diferencian.

Al analizar los vínculos con el mercado laboral en relación con el nivel educativo alcanzado se aprecia que, de los jóvenes que ya no asisten al sistema educativo formal,12 existe una amplia porción que ha alcanzado niveles educativos altos (gráficas 4 y 5). La composición educativa de la población económicamente activa (PEA) joven (tres últimas columnas) presenta niveles mayores respecto a la población total de jóvenes (primera columna), como ha sido destacado en otros trabajos (Siempro, 2000, 2001a). Las diferencias más claras se observan para los varones. El grupo de excluidos es el que más se asemeja a la estructura educativa del total juvenil, pero incluso presenta niveles mayores.

Una amplia bibliografía especializada ha estudiado la relación entre educación y trabajo, especialmente en el caso de los jóvenes (Gallart, 2002; Filmus et al., 2001). Actualmente, el debate cobra suma relevancia porque se ha dado una mayor cobertura del sistema educativo con más cantidad de años promedio de educación13 en un mercado laboral con serias limitaciones en la absorción de su mano de obra. De acuerdo a la información presentada, existe una clara relación entre el nivel educativo alcanzado y el tipo de vínculo laboral. A mayor nivel educativo, mayor probabilidad de incluirse en el mercado y de hacerlo de manera no deficitaria. Es decir, la educación es un claro diferenciador tanto de la probabilidad de inclusión (como contrapartida de la exclusión) como también de la inclusión no deficitaria (como contrapartida de la inclusión deficitaria).

La diferencia por sexo respecto a los niveles de educación formal alcanzados siempre es mayor para las mujeres, hecho que es percibido en toda la región, especialmente en las mujeres activas (Diez de Medina, 2001). Ahora bien, ¿qué tanto las beneficia esa mayor formación en promedio para lograr insertarse en el mercado? Poco más de una de cada tres jóvenes que están insertas de manera no deficitaria posee nivel educativo superior o universitario completo, lo cual es bastante alentador. En el otro extremo, ninguna de las jóvenes con primaria incompleta logra insertarse de manera no deficitaria y uno de cada cinco jóvenes varones con ese nivel lo logra.14 Se aprecia con claridad que las posibilidades de inserción laboral se encuentran ampliamente relacionadas con el nivel de educación formal pero, al mismo tiempo, también es claro que el mercado valora de manera diferencial los niveles educativos de los varones jóvenes y mujeres jóvenes.

Las características sociodemográficas dan cuenta de ciertos patrones típicos de cada una de las categorías de análisis de la tipología de inclusión/exclusión laboral. Si bien la estructura etárea muestra similitudes entre excluidos y deficitarios, al analizar la relación entre nivel educativo y tipo de vínculo laboral se apreció un patrón diferente para cada uno de los grupos de jóvenes. Es decir, habría un impacto diferencial de los procesos de exclusión laboral según grupos etáreos, sexo y nivel de formación, hecho que permite comprobar la hipótesis de la existencia de patrones sociodemográficos diferentes para cada subgrupo, que serán complementados a partir del análisis de las características de cada uno de los grupos en el mercado laboral.

 

El mercado de trabajo juvenil

A principios del siglo XXI se observa un escenario económico-laboral y social muy distinto al que presentó el país durante gran parte del siglo pasado. Durante el siglo XX, Argentina generaba expectativas de progreso y movilidad social ascendente para vastos sectores de la sociedad. Para los jóvenes, el encadenamiento que suponía primero el paso por el sistema educativo y luego la inserción laboral en un trabajo (con cierto grado de calificación), era el recorrido al que cualquier joven podía aspirar. El contexto económico-laboral y social argentino de la década de 1990 marca un quiebre con la historia de integración y movilidad social ascendente por los canales de la educación y del empleo. Ambos son cuestionados como vías alternativas pero también como complementarias en el logro de una adecuada inserción. El concepto de exclusión parece acoplar en esta escena y posee potenciales explicativos que pueden colaborar en la interpretación de esta realidad social.

Desde la perspectiva de la exclusión social aplicada al mercado de trabajo se resaltan tres dimensiones fundamentales de la inclusión: a) incorporación de la población a la fuerza de trabajo (PEA); b) acceso de la fuerza de trabajo al empleo (población ocupada), y c) acceso de los ocupados a empleos de buena calidad (Ruiz, 2000; Wormald y Ruiz, 1999; Neffa et al., 1999). El primer punto refiere a la población que logra formar parte de la PEA (sea como ocupado o desocupado). La exclusión, en este caso, debería medirse por quienes conforman la población económicamente inactiva de manera involuntaria (desempleados desalentados, por ejemplo). Sin embargo, este aspecto no se aborda en este trabajo. Un primer indicador de inclusión o exclusión laboral, entonces, lo constituye la tasa de actividad. Ésta permite evaluar el nivel de inclusión/ exclusión laboral pero en forma conjunta con las tasas de empleo y desempleo.

Las probabilidades de participar en el mercado no son homogéneas para todos los jóvenes y esto se puede apreciar a partir de dos características: la edad y la educación. La tasa de actividad presenta un comportamiento creciente con la edad de los jóvenes. Para quienes tienen 24 o más años —que son quienes tienen mayores niveles de participación (77.8 por ciento) en relación con los más jóvenes (52.8 por ciento)— el desempleo es menor (16.8 por ciento para los primeros y 31.3 por ciento para los segundos), lo que puede interpretarse como un signo de mayor integración al mercado. Por supuesto, indica una mayor incorporación pero no garantiza las condiciones en que lo hacen estos jóvenes, como se podrá explorar más adelante.

Del análisis de estos indicadores se observa una clara relación positiva entre la participación y el nivel de instrucción en todos los casos (cuadro 1). Ahora bien, aquí ya operó una selección previa, básicamente a causa del sector de pertenencia de los jóvenes y sus hogares, que es importante destacar. Si bien la educación se encuentra extendida en toda la población, alcanzar ciertos niveles educativos mantiene una estrecha relación con el sector socioeconómico, por lo que esta asociación entre inclusión laboral y educación también tiene un trasfondo de este tipo. La educación, entonces, se confirma como un instrumento facilitador de la inclusión. Surgen interesantes consideraciones:

1. El haber completado los ciclos educativos establece notables diferencias en el mercado de trabajo respecto a quienes no lo hicieron. Para quienes culminaron los ciclos escolares siempre es mayor la participación y esta tendencia es constante; para quienes no los culminaron, los niveles de participación son menores que para los primeros y el comportamiento es fluctuante. Podría pensarse que se debe a la menor participación de los jóvenes que aún se encuentran estudiando; sin embargo, si observamos la tasa de empleo y desempleo notamos que para los jóvenes que poseen niveles educativos incompletos hay una mayor probabilidad de estar desempleado que en aquellos que los terminaron. Es decir, son menos los que quieren ingresar al mercado pero, de los que lo hacen, son más los que no logran ocuparse, lo que estaría indicando, efectivamente, el importante papel que tiene la culminación de los niveles educativos en la inclusión laboral.

2. Se presentan notables diferencias por sexo en relación a la educación. La participación femenina es bastante alta pero siempre menor a la de los jóvenes varones, incluso en los niveles de instrucción más altos (aunque son ellas quienes en mayor medida los alcanzan). También se observa una tendencia de las mujeres más educadas a incorporarse más al mercado. Al mismo tiempo, la brecha entre varones y mujeres en los niveles de participación son menores conforme los niveles educativos son mayores.

3. Los niveles de desempleo son particularmente altos en los que tienen hasta educación media.

4. La aparente mejora de la disminución de la brecha en los niveles de participación entre varones y mujeres se ve compensada por la ampliación del desempleo en los mayores niveles educativos. La segmentación del mercado no deja de ser un hecho que afecta a los jóvenes, ya que a igual nivel educativo las mujeres siempre tienen tasas de desocupación mayores que los jóvenes varones y, en términos relativos, con diferencias más pronunciadas en los niveles superiores.

La exclusión laboral, entonces, manifiesta altos niveles para los jóvenes, pero con disímiles comportamientos en relación con la edad, el sexo y el nivel de formación. Al mismo tiempo, por medio de las diferencias educacionales es probable que se estén expresando otros determinantes, tales como el estrato social de pertenencia de los jóvenes. Así lo comprueba Salvia (2002), los jóvenes de 20 por ciento más rico de la estructura social alcanzan niveles muy superiores de educación. En este sentido, la probabilidad de caer en exclusión laboral no es la misma para todos los jóvenes argentinos en 2001.

Sin embargo, como se mencionó al comienzo del apartado, otra forma de analizar la exclusión -y complementar esta primera visión- es a partir del estudio de los puestos a los que acceden los jóvenes, indagando ciertas características de las ocupaciones (sector económico, tamaño del establecimiento, antigüedad y calificación ocupacional) y proponiendo encontrar una asociación con los tipos de vínculos laborales. Para eso se analiza la última ocupación de los que se encuentran incluidos y la de los excluidos cesantes,15 de los que tuvieron ocupación previa, con la finalidad de estudiar si a partir de aquéllas se pueden identificar patrones específicos para cada población.

En la década de 1990 se produjeron ciertos cambios en los países latinoamericanos respecto a la evolución de los sectores económicos. En estos años se registró, en general, una baja generación de empleos. Los sectores primario y secundario tuvieron un fuerte aumento en términos de productividad, pero no de empleo, mientras que fue en el terciario en donde se concentraron los nuevos puestos de trabajo, sector cuya productividad media quedó estancada (Weller, 2000). La mayoría de las jóvenes se insertan en el sector servicios y, en segundo lugar, en el comercio, mientras que para los jóvenes, aunque el primero es el que más los congrega, también lo hace la manufactura y el comercio (cuadro 2). Existe una gran concentración de los jóvenes varones cesantes en las actividades del sector secundario para ambos subgrupos de edad, incluso más acentuada para los jóvenes mayores, restándole peso al comercio y los servicios. Puede decirse que este sector, probablemente debido a las reestructuraciones y al decrecimiento sufridos durante los últimos años, es uno de los mayores expulsores de mano de obra juvenil, principalmente de los jóvenes varones.

En virtud de que este estudio se circunscribe a jóvenes urbanos, el sector primario carece de importancia, pues son muy pocos los que residiendo en estas áreas laboran en ese sector. No obstante, para los jóvenes varones cesantes, el peso de estas actividades casi duplica al de los incluidos. Las actividades primarias son en sí mismas temporales, vinculadas a los ciclos productivos. Dentro del sector secundario se encuentra la construcción, sector que también funciona de manera discontinua. Evidentemente, la importancia de ambos sectores en la exclusión laboral se relaciona con la intermitencia propia de ese tipo de actividades, por lo que, puede suponerse, son espacios del mercado que ajustan por medio de la exclusión laboral. Es decir, en la distribución de las ocupaciones previas de los cesantes hay bastante predominio de trabajos en sectores de mayor inestabilidad.

Al interior de los servicios se observan comportamientos disímiles y con asociaciones opuestas en relación con los vínculos laborales. La administración pública y los servicios sociales se relacionan con las inserciones no deficitarias, especialmente para las jóvenes mujeres. Resulta coherente con el tipo de ocupaciones que predominan en ellas (educación, salud, empleo público). Estos datos parecen indicar que, a pesar de la fuerte reducción del empleo en este sector durante la década de 1990, fundamentalmente de la precarización operada en las relaciones laborales (en los nuevos empleos generados prevalecieron los contratos temporarios, sin prestaciones ni aportes jubilatorios, sin aguinaldo, etc.), aún continuaría siendo un espacio del mercado no tan deteriorado para las ocupaciones de ellas. Además, no se visualiza una alta proporción de excluidos laborales provenientes de esta rama.

Otro sector con menores indicios de déficit es el de servicios financieros y a empresas, ampliamente vinculado a los procesos de reconversión y nuevos desarrollos tecnológicos, espacio donde se concentra un elevado número de personas con nivel educativo superior. Allí se observan las mayores proporciones de inclusiones no deficitarias para ambos sexos y subgrupos de edad, así como también pequeñas porciones de jóvenes cesantes.16 Por el contrario, el sector de servicios personales es el que se relaciona más estrechamente con las inclusiones deficitarias, incluso en mayor medida para los jóvenes mayores. Esto indicaría que las condiciones laborales no son mejores para estos últimos. Este sector aglutina en gran medida a personal no calificado.

La inserción de acuerdo con la rama de actividad presenta algunos patrones que relacionan sectores y actividades con tipos de vínculos, aunque no en todos los casos son claras estas asociaciones, especialmente en el caso de los varones. En trabajos previos se ha encontrado que el deterioro y precarización de la fuerza de trabajo juvenil se presenta en todas las ramas y en todos los países latinoamericanos, aunque ha sido relativamente más pronunciada en el comercio y en los servicios personales. El menor aumento relativo se observa en la industria y en la construcción, aunque en esta rama hay un alto grado de precariedad (Diez de Medina, 2001). Quizá por eso la industria y el comercio son los sectores que menos diferencias presentan en términos de tipo de inclusión. Es probable que la existencia de un deterioro tan generalizado explique la difusa relación en ciertos casos entre vínculos laborales y sectores, por lo que se han hecho más heterogéneos y sólo sea más clara la asociación con el tipo de inclusión, de manera positiva, en aquéllos que se relacionan estrechamente con el desarrollo económico y productivo y, de manera negativa, en aquéllos que han quedado fuera o han sido mayormente afectados por los procesos de reconversión.

La absorción limitada de fuerza de trabajo y la no generación de los empleos suficientes ha sido un rasgo estructural de las economías latinoamericanas (García y Tokman, 1985). De acuerdo con datos de la OIT, durante la década de 1980 se observa un desplazamiento de la creación de empleo de la empresa moderna a las microempresas y, posteriormente (1990-1996), del empleo público a las microempresas y empleos autónomos. En Argentina, las microempresas son un sector crecientemente importante en la generación de empleo (Tokman, 2000). Por ciertas condiciones que se han advertido en los pequeños establecimientos —tales como menor grado de cumplimiento de las obligaciones, malas condiciones contractuales, ingresos más bajos, importante desprotección a los trabajadores y mayor cantidad de horas trabajadas— el tamaño del establecimiento suele ser utilizado como una aproximación a la medición de la informalidad, ya que las condiciones mencionadas generalmente se asocian con ella. El concepto de informalidad fue desarrollado por la OIT a principios de los años setenta y aunque posteriormente surgieron otras miradas del tema, aquella definición fue la más difundida y la que, en términos empíricos, resulta más clara y factible de cuantificar.17

Resulta interesante, entonces, analizar en qué medida el tipo de establecimiento se relaciona con el tipo de vínculo laboral de los jóvenes. Los más jóvenes trabajan en mayor medida en pequeños establecimientos, lo cual indica una supuesta mejor posición de los jóvenes mayores (cuadro 3). Quienes trabajan en establecimientos grandes, de más de 51 personas, son muy pocos. En las edades superiores de los jóvenes, el empleo en empresas más grandes es mayor, lo que ha sido interpretado como reflejo de una migración de los ocupados, cuando crecen, hacia empresas menos precarias (Ministerio de Trabajo, 2001).

Esa destacada concentración en los establecimientos pequeños es mayor para quienes se incluyen de manera deficitaria. En el caso de los excluidos cesantes se observa una gran similitud con la distribución que presentan los deficitarios. Los no deficitarios trabajan en menor medida en establecimientos pequeños y más de la tercera parte de los jóvenes mayores que logran este tipo de inclusión lo hacen en establecimientos de más de 50 trabajadores. Las tendencias son similares para varones y mujeres.

En resumen, hay una estrecha relación entre el tipo de inserción y el tamaño del establecimiento: más de la mitad de los incluidos deficitarios lo hacen en establecimientos menores de seis personas y más de la mitad de quienes se insertan de manera no deficitaria lo hacen en establecimientos mayores de quince trabajadores.

La antigüedad en la última ocupación, si bien no necesariamente es coincidente con la antigüedad laboral, constituye una aproximación en ese sentido porque es probable que quienes hace más tiempo que están en su ocupación logren mejores condiciones laborales.18 Tal es el caso de la estabilidad o las prestaciones sociales, beneficios que se logran, en muchos casos, como consecuencia de un periodo previo de trabajo en condiciones de mayor precariedad. De acuerdo con la información del cuadro 4, resultan evidentes los altos porcentajes de jóvenes cesantes que trabajaron por menos de tres meses en su ocupación anterior. Este patrón es similar para ambos sexos y subgrupos de edad, lo cual nos sugiere que la exclusión laboral se asocia fuertemente con la corta duración de las ocupaciones. De estos jóvenes, una cantidad muy pequeña ha logrado trabajar por más de un año. Las diferencias también se advierten en relación con el tipo de inclusión lograda. Para los que tienen menos tiempo en esas ocupaciones existen mayores vínculos con las inserciones deficitarias, incluso con mayor incidencia en los más jóvenes. Por el contrario, seis de cada diez jóvenes menores de 24 años y cuatro de cada cinco mayores que se insertan de manera no deficitaria hace un año o más tiempo que se encuentran ocupados.

La relación entre la antigüedad en la ocupación mantiene una estrecha asociación con el tipo de inclusión laboral que se logra y con la posibilidad de exclusión, evidenciando patrones totalmente disímiles. Quienes están excluidos parece que permanecen en una alternancia entre ocupaciones de corta duración y desempleo, ya que esta relación no cambia con la edad de los jóvenes. La corta duración de los trabajos es un antecedente de la exclusión laboral, puesto que la diferencia del tiempo que permanecen en la ocupación es notablemente disímil en relación a los incluidos. Para estos últimos, conforme la antigüedad ocupacional es mayor, son mejores las posibilidades de inclusión laboral.

La estructura de calificación de las ocupaciones de los jóvenes presenta un peso importante de las tareas de baja o nula calificación.19 En relación al tipo de vínculo laboral, nuevamente encontramos un patrón bien diferenciado para los que logran insertarse de manera no deficitaria respecto a los deficitarios y a los excluidos (cuadro 5).

Estos últimos tienen mayores similitudes, aunque su perfil tampoco es totalmente igual. Más de la mitad de los cesantes más jóvenes y más de la tercera parte de los mayores pertenecían a ocupaciones que no requerían calificación alguna. En el caso de los deficitarios, también se concentran en las ocupaciones de menor calificación, pero conforme esta última es mayor concentran mayores porciones que los excluidos. Las tareas de mayor calificación (profesionistas y técnicos) se asocian, en mayor medida, con los tipos de inclusión laboral no deficitarias. Las tendencias son las mismas para varones y mujeres, pero para ellas las categorías de menor calificación tienen mayor peso que para ellos en las inclusiones deficitarias y la exclusión laboral.20 Ahora bien, esta asociación entre el tipo de vínculo laboral y la calificación ocupacional, si bien se mantiene en el subgrupo de edad mayor, no se manifiesta tan estrechamente. Quizá sean más los postulantes a ocupar espacios laborales de calificación porque han tenido más tiempo para formarse, dificultando la garantía de espacios no deficitarios en las ocupaciones más calificadas.

Las grandes porciones de trabajadores no calificados actualmente excluidos dan cuenta del problema de la empleabilidad a la cual se encuentran enfrentados (insuficientes niveles de calificación) debido a la elevación de las credenciales educativas en los requerimientos de los puestos de trabajo. Motivos por los cuales también es frecuente que sea en estos puestos en donde se presenten los mayores niveles de rotación. Es decir, esta situación es reflejo del llamado "efecto fila", a partir del cual, al elevarse los requerimientos de educación formal para puestos que en estricto sentido no los necesitan, los más perjudicados son los que se encuentran en la parte más baja de la estructura de calificación. Al tiempo que los jóvenes con niveles medios/altos de educación formal no encuentran los espacios laborales acordes para insertarse. En otras palabras, el mercado de trabajo no logra absorber íntegramente los niveles de instrucción formal de la oferta laboral.

El análisis previo permitió identificar ciertas características laborales que se asocian al estado de inclusión y al de exclusión. Si bien algunas de ellas son compartidas por incluidos deficitarios y excluidos cesantes, los patrones no resultan en todos los casos iguales. La Encuesta Permanente de Hogares no otorga demasiados elementos para ampliar el análisis previo con otros aspectos laborales. Los que se han podido considerar ayudaron a esbozar un patrón laboral característico para cada una de las poblaciones de análisis, que se suma a los perfiles sociodemográficos observados previamente. A continuación se utiliza la estadística inferencial para complementar y corroborar el análisis realizado a partir de la estadística descriptiva.

Con el enfoque propuesto fue posible identificar a segmentos de jóvenes que experimentan una situación de exclusión laboral relativa o absoluta. El análisis realizado ha otorgado elementos para identificar varias características de los jóvenes en relación con sus vínculos, con el mercado, así como también para delinear los perfiles que definen a cada una de las subpoblaciones de análisis.

Los niveles de participación laboral de los jóvenes son altos en relación con la población total. Las diferencias de género también se aprecian en esta población con un claro papel diferenciador de la educación en el acceso al empleo. Pero estos niveles de participación también se encuentran acompañados de altos índices de exclusión laboral. Lo que confirma la asociación planteada por varios autores (Pieck, 2001; Pérez, 2000) entre juventud y exclusión. Sin embargo, nuestro trabajo indagó sobre la incidencia de este fenómeno durante la etapa de juventud y se corrobora que si bien la exclusión se asocia a ella, es menor conforme la edad de los jóvenes es mayor. Es decir, que hay un comportamiento diferencial, el cual depende de la edad de los mismos, entre otros factores.

 

Factores asociados al acceso al trabajo y al tipo de inclusión laboral

A continuación se presentan dos modelos de regresión logística que nos permitirán examinar las características asociadas a las probabilidades de inclusión laboral, en primer lugar, y de inclusión deficitaria, en segundo lugar.21 La revisión bibliográfica sobre los jóvenes y la exclusión laboral, así como el análisis realizado previamente han permitido identificar algunos de los factores que se asocian con la probabilidad de estar incluido. En cuanto a la posibilidad de hacerlo de una manera no deficitaria, al ser la propuesta de este trabajo, es evidente que no existen antecedentes. Es por eso que para este último caso se ha estudiado algunos trabajos que analizan factores asociados a la precariedad o informalidad de las ocupaciones.

El universo de estudio del primer modelo son los jóvenes que pertenecen a la población económicamente activa, es decir, aquéllos que pertenecen al mercado de trabajo, sea como ocupados o desocupados. El cuadro 6 presenta los resultados obtenidos a partir de la aplicación de un modelo logístico para analizar los factores asociados a la propensión a estar incluido laboralmente.22 El sexo es una de las características que en mayor medida discrimina en la posibilidad de inserción laboral de los jóvenes. Para las mujeres la propensión a incluirse es casi la mitad que para los varones. La edad presenta un comportamiento positivo, es decir, que cada año adicional aumenta la propensión a la inclusión laboral aproximadamente en 13 por ciento. Al estimar las probabilidades por sexo a edades individuales se observa el aumento de la probabilidad de inclusión laboral; se muestra una tendencia positiva conforme los jóvenes son mayores y con una leve disminución de la brecha entre ambos sexos (gráfica 6). Estos resultados confirman la segmentación sexual del mercado; muestran que las posibilidades de inclusión laboral son bastante disímiles para varones y mujeres.

La asistencia actual al sistema educativo tiene el objetivo de funcionar como variable de control, ya que, una de las características de la población joven es que pueden encontrarse aún en la etapa formativa y esta característica, sin dudas, interfiere en su relación con el mercado. Sin embargo, se observa que la asistencia actúa como una barrera en la propensión a la inclusión laboral, lo cual refleja que los jóvenes que continúan estudiando se insertan en menor medida que quienes no lo hacen. Este hecho puede estar dando cuenta de la mayor dificultad que resulta para quienes estudian encontrar un empleo acorde, ya sea por la disponibilidad de tiempo o por el mismo nivel de estudio requerido. Es apropiado recordar que las tasas de actividad analizadas presentan valores mucho menores para quienes poseen niveles de estudio incompletos, para lo cual se sostuvo que evidentemente completar los ciclos es una condición que impacta en el mercado. Estos datos lo corroboran. Por otro lado, esta relación estaría respondiendo al planteamiento del efecto de selectividad generado por quienes están en la escuela.23

Sin embargo, y por las mismas razones, la relación con la probabilidad de inclusión para las mujeres que asisten actualmente al sistema educativo es inversa y de mayor incidencia que la asistencia medida para todos los jóvenes.

Sentido inverso al de la asistencia es el que advertimos respecto a los años de educación formal alcanzados. La propensión a lograr incluirse laboralmente aumenta por cada año adicional de educación. Este comportamiento es similar para varones y mujeres, aunque con diferencias en cuanto a sus magnitudes. Sin embargo, conforme los años educativos son mayores, las probabilidades para ambos sexos se asemejan más. Las mujeres sin educación poseen una probabilidad de inclusión laboral de 43 por ciento y los varones de 58 por ciento, para quienes tienen 17 años de educación formal (o nivel superior completo) las probabilidades ascienden a 86 y 92 por ciento, respectivamente (gráfica 7).

La variable de estado civil no resultó significativa, pero sí lo fue la interacción entre el estado soltero y el sexo. Tanto para los jóvenes como para las jóvenes esta situación los hace menos propensos a lograr la inclusión laboral, pero aún más para los varones. Esto podría indicar que el no estar unido permite a los jóvenes quedar excluidos del mercado, hecho que probablemente obligue a quienes sí lo estén a insertarse (aunque no sea en las mejores condiciones). Es decir, las cargas y presiones (económicas y familiares) de quienes se encuentran unidos o separados les dan menos oportunidades de permanecer excluidos del trabajo en relación con los jóvenes solteros (que en una gran mayoría viven en sus hogares de origen). Disponer de tiempo de búsqueda de empleo implica una serie de costos que no sólo tienen que ver con la no percepción actual de una remuneración, que no todos los jóvenes se encuentran en condiciones de afrontar. La soltería parece ser la mejor opción en ese sentido.

Finalmente, no resultó significativa la región geográfica de pertenencia de los jóvenes. Este hecho no es tan llamativo si tenemos en cuenta que el desempleo se ha extendido en todo el territorio argentino (y especialmente similares resultan los niveles de desempleo juvenil) y, aunque existen variaciones y han presentado comportamientos diferentes durante la década, los niveles son altos en todos los casos.

Los resultados del modelo permiten corroborar la hipótesis acerca de la importancia de los diferenciales sociodemográficos en la inclusión/exclusión laboral.

Como complemento del modelo anterior se presenta un segundo modelo de regresión logística cuyo propósito es el de identificar y estimar cuáles son las probabilidades de estar incluido de una manera deficitaria o no en el mercado laboral de los jóvenes y cuáles son las características sociodemográficas y de mercado que inciden en mayor medida en esta propensión.24 Para un mejor entendimiento de los resultados arrojados por el modelo de regresión se diseñó una tabla de análisis de clasificación múltiple25 que presenta las probabilidades de obtener una inclusión de tipo deficitaria en función de la posesión de una característica particular (cuadro 7). De esta manera se utiliza un elemento interesante, la probabilidad, que enriquece el análisis y aporta una nueva mirada, al tiempo que se constituye en una práctica alternativa de interpretación de los resultados. Trabajar en establecimientos pequeños (de cinco trabajadores o menos) se asocia fuertemente con obtener una inclusión de tipo deficitaria y esta relación se mantiene en los demás casos: conforme el tamaño del establecimiento es mayor, menores son las probabilidades de lograr ese tipo de inclusión. La antigüedad ocupacional también muestra una gran importancia respecto al tipo de inclusión laboral. Las probabilidades de poseer una inclusión deficitaria para quienes hace menos de tres meses que se encuentran en su ocupación se estimó en 85 por ciento, mientras que para quienes hace más de un año que trabajan la probabilidad diminuye a 69 por ciento. En la calificación ocupacional se observa la siguiente tendencia: a mayor calificación, menor probabilidad de déficit, aunque las diferencias en términos de probabilidades son pequeñas.

La condición de asalariado es otra característica que se asocia fuertemente con el déficit en la inserción. En el análisis previo no se presentó esta información porque no se pudo establecer una clara diferenciación del tipo de inclusión en relación con la posición en la ocupación, ya que las diferencias pueden deberse a la misma aleatoriedad de los datos.26 Los resultados del modelo muestran un comportamiento en donde se aprecia que el cuentapropismo no siempre es expresión de informalidad y precariedad. Específicamente en el caso argentino, este sector del mercado históricamente no presentó las características semejantes al resto de los países latinoamericanos y más bien agrupaba a un sector de trabajadores con niveles educativos e ingresos más altos que los asalariados. Incluso, durante años, el pertenecer a este sector era considerado como sinónimo de ascenso en la estratificación ocupacional. En el contexto de la "degradación de la sociedad salarial" (Castel, 1999) no resulta demasiado extraño que el sector de los trabajadores asalariados se encuentre afectado en gran medida. El trabajo asalariado perdió la capacidad de ser de los mejores, por lo que varios estudios muestran que no debe presuponerse que el trabajo independiente expresa el mayor deterioro de las condiciones laborales (Pacheco, 1996).

Sin embargo, existen algunos aspectos a tener en cuenta:

1. Las ocupaciones independientes son las de menor importancia en el grupo de trabajadores jóvenes, en relación con el total de los trabajadores.

2. En los trabajos que existen sobre jóvenes argentinos no se ha investigado sobre las peculiaridades del mercado juvenil en relación a la categoría ocupacional.

De acuerdo con la exploración que se realizó para la elaboración de este trabajo, no se han encontrado indicios que nos den cuenta de la supuesta mejor situación relativa de los trabajadores por cuenta propia.

3. Los trabajadores por cuenta propia son la categoría ocupacional de mayor peso dentro del sector informal (hecho que podríamos relacionar con el déficit que nos interesa analizar), pero en la década de 1990 se observa una marcada reducción frente a un alza en la participación de los asalariados (Monza, 2000).

Trabajar en el sector de servicios financieros y a empresas se asocia con menores probabilidades de tener una inclusión deficitaria, en relación con quienes lo hacen en el sector de servicios personales. Este último corrobora su peor situación relativa en términos de tipos de inserción. Un hallazgo interesante es que el sector de la administración pública es el segundo en importancia respecto a la probabilidad de inclusión deficitaria, indicándonos que el deterioro que se ha advertido durante la década en el sector público se presenta actualmente al considerar el tipo de inclusiones con el que se asocia. Este hallazgo difiere de lo advertido en el análisis descriptivo, pues muestra que, al controlar las demás variables, este sector sí se relaciona estrechamente con el déficit laboral.

La condición femenina se relaciona con mayores posibilidades de incluirse de manera no deficitaria. Ya se ha manifestado que la selectividad que opera en la entrada de las mujeres al trabajo es un factor que incide ampliamente en esta propensión, aunque las características de sus puestos laborales también influyen en el tipo de inclusión.27 De la misma forma, quienes asisten al sistema educativo formal son más proclives a poseer una inclusión no deficitaria. Al igual que en el modelo anterior, estos jóvenes se encuentran en una ventaja comparativa frente a quienes no asisten para ofertar en el mercado. Si bien, como se planteó, esta variable interviene como control, para el caso del acceso al trabajo (modelo uno) actuaba como barrera, pero una vez que los jóvenes logran insertarse, se comporta de manera opuesta en la obtención de una mejor inclusión (modelo dos).

Se confirma la relación entre edades e inclusión, cuanto más joven es el trabajador, mayores son las probabilidades de inclusión deficitaria. También se advierte que las diferencias de sexo favorecen, en este caso, a las mujeres (gráfica 8). Aquí resulta interesante apreciar que conforme la edad de los jóvenes es mayor, estas diferencias se mantienen,28 contrario a lo que se observó en la probabilidad de inclusión laboral (gráfica 6). Es decir que, conforme la edad de los jóvenes es mayor, las probabilidades de tener un trabajo y de hacerlo de manera no deficitaria son mayores, pero las brechas por sexo disminuyen sólo en el primer caso. Este hallazgo es muy interesante, toda vez que coloca en cierta ventaja a las jóvenes mujeres ocupadas.

Ellas se encuentran en una mejor posición en términos del tipo de inclusión que logran y con la edad aumentan sus probabilidades de inserción. No obstante, las diferencias son de importancia en la probabilidad de lograr ocuparse, por lo cual los varones quedan en todos los demás casos con probabilidades mucho más altas de inclusión, que es la primer barrera a afrontar para encontrar luego un tipo de inclusión apropiada.

Aquí vale la pena dedicar un espacio y presentar algunas explicaciones en relación con la condición más ventajosa de las mujeres, según el tipo de inserción laboral.29 Un hecho ya reconocido en la bibliografía especializada —y que se ha resaltado a lo largo del trabajo— es la mayor selectividad con la que ingresan las mujeres al mercado. Las mujeres que logran entrar al mercado son, en promedio, más calificadas, con mayor disponibilidad horaria y menor carga familiar y doméstica; estas condiciones explican parcialmente el mayor acceso de los jóvenes a ocupaciones menos deficitarias. Además, suele considerarse que el sector terciario, en donde se insertan tres de cada cinco mujeres jóvenes, al tratarse de un sector no manual, ocupa a personas relativamente más educadas y, por lo tanto, contribuye a generar una demanda con este perfil (Gallart et al., 1994). Esta situación las coloca en una ventaja comparativa respecto a los varones.

Los déficit utilizados para la confección de la tipología presentan niveles menores para las mujeres en tres indicadores (jornada, ingreso y prestaciones sociales deficitarios) de los cuatro indicadores seleccionados (tienen en mayor medida empleos no permanentes). Su mejor situación en términos de inclusión se debe especialmente al tipo de jornada y a los ingresos horarios que perciben. El tiempo por el que laboran marca grandes diferencias respecto a sus pares, ya que para las jóvenes son más frecuentes las jornadas parciales, y cierta porción no demanda más horas de trabajo, probablemente por su combinación de roles productivos y domésticos. En el otro extremo, también representa una porción bastante menor la de las jóvenes con jornadas extensas. Es por eso que, en ese tipo de déficit se encuentran en mejor situación. Además, las mujeres jóvenes presentan menores niveles de déficit en el subgrupo de edades mayores (entre 24 y 29 años), hecho que marca aún más las diferencias porque es en el grupo etáreo donde hay más jóvenes en el mercado. Es en este subgrupo de edad en donde se adquieren mayores niveles educativos y son ellas quienes, en promedio, más años de escolaridad alcanzan.30

El ingreso horario es otro factor que influye en su mejor situación laboral. Al ser la retribución monetaria por hora de trabajo las diferencias por género no se advierten como en el caso de las remuneraciones mensuales. De hecho, de acuerdo a la exploración de la información, en la mayoría de las edades de los jóvenes para ellas es más alta. Esto se explica porque las mujeres jóvenes, en promedio, trabajan menos horas que los jóvenes varones y, en términos horarios, son mejor retribuidas.

De todas formas, y a pesar de que en términos relativos las mujeres jóvenes estén levemente mejor que los varones, la discriminación salarial por sexo se encuentra presente para los jóvenes. Mayores niveles de educación y de calificación ocupacional se corresponden con ingresos más altos. Esta tendencia es continua, sin embargo, ellas ganan, en promedio, levemente más que ellos en las categorías de menor formación y calificación; pero en los niveles más altos, los jóvenes varones ganan más en promedio, aunque las diferencias son mucho más acentuadas que cuando ellas son las favorecidas (EPH, 2001). La información explorada refleja la existencia de dos fenómenos asociados a la inserción laboral de las mujeres en el mercado de trabajo. Uno, la discriminación salarial:jóvenes con igual nivel de formación son remunerados de distinta manera en el mercado. Dos, segregación ocupacional, que se expresa en la forma en que se asignan espacios laborales a hombres y mujeres (en este caso) basados en ciertos criterios no necesariamente asociados a la productividad.

Respecto al análisis de los años de educación, puede concluirse, a partir de los hallazgos de los modelos de regresión, que la educación no sólo incide sobre el acceso al trabajo, sino también en las condiciones en las que los jóvenes se insertan en el mismo. Al calcular las probabilidades se observa que cuando los jóvenes no poseen instrucción las diferencias por sexo en el tipo de inclusión no son significativas, pero en el resto de los niveles presentados sí lo son, manteniéndose en todos los casos (gráfica 9). Esto es distinto a lo observado en el modelo anterior, donde conforme los años de educación son mayores las diferencias entre ambos sexos disminuyen. A los 17 años de educación la probabilidad de tener un trabajo es muy similar para varones y mujeres, aunque continúan siendo diferentes.31

En el cuadro 7 también se aprecia que la condición civil discrimina muy poco en el tipo de inclusión laboral. Los separados son los más afectados pero en la población juvenil representan muy pocos casos. Por lo que, si bien el ser soltero es una condición que se asocia en mayor medida con la situación de exclusión laboral, una vez incluidos en el trabajo no se presentan diferencias para solteros o unidos. Por un lado, la influencia del déficit en las ocupaciones es importante pero, por otro, es probable que los motivos que hacen que ambos tengan la misma probabilidad de insertarse de manera deficitaria se deban a distintos aspectos relacionados a su condición civil. O bien, quizá la explicación no se relacione con los motivos anteriores y deba decirse que los niveles de déficit son tales que afectan de forma indiscriminada a unos y otros.

 

Reflexiones finales

Con el enfoque propuesto fue posible identificar segmentos de jóvenes que, en las condiciones actuales del mercado de trabajo, experimentan una situación de exclusión laboral relativa o absoluta. El fenómeno de la exclusión no sólo refleja la incapacidad del mercado de absorber a quienes quieren participar en él, sino también a la falta de espacio adecuado para los que logran hacerlo.

Uno de los principales hallazgos del trabajo fue la identificación de perfiles y patrones diferentes para cada tipo de vínculo que los jóvenes establecen con el mercado laboral. El proceso de inclusión laboral de los jóvenes es diferencial por sexo, edad y nivel educativo. Sin embargo, son las características de sus puestos ocupacionales las que juegan un rol muy importante en la definición del tipo de vínculo a entablar en términos laborales. En suma, existen factores asociados a cada uno de los vínculos que los jóvenes establecen en el mercado de trabajo, los cuales impiden que las probabilidades de inclusión laboral de los jóvenes y el acceso a ocupaciones no deficitarias sean homogéneas.

La educación se presenta en 2001 como un determinante claro en los tipos de vínculos laborales. A mayor nivel de educación, más probabilidad de incluirse en el mercado y de hacerlo de manera no deficitaria.

En el segmento deficitario confluye una mayor proporción de jóvenes trabajadores de los servicios personales, ocupaciones que se relacionan con personal con escasa o nula calificación. Las inclusiones deficitarias son las mayores demandantes de personal no calificado en el mercado de trabajo juvenil urbano, y al mismo tiempo, las más expulsoras de trabajadores, de donde provienen la mitad de los excluidos laborales.

La inclusión laboral deficitaria o la exclusión laboral son el destino laboral predominante de la fuerza de trabajo menos escolarizada; inversamente, los trabajadores con mayor nivel educativo se orientan hacia el sector no deficitario del empleo.

El núcleo duro de los excluidos se compone por mujeres, los jóvenes que actualmente asisten a la escuela, los que tienen menor nivel educativo y los que han desertado del sistema educativo. Además, el grueso del desempleo está compuesto por jóvenes que perdieron o abandonaron el empleo, sólo uno de cada cinco son nuevos trabajadores. Esto evidencia la importancia del trabajo a edades tempranas.

Los jóvenes con mayores niveles de escolaridad, que logran insertarse en ocupaciones de mayor calificación y quienes hace más tiempo que se encuentran ocupados son los que tienen mayores oportunidades de lograr una inclusión laboral no deficitaria. El sector servicios financieros y a empresas brinda amplios espacios laborales para estos jóvenes.

En términos comparativos, cada subpoblación de interés presenta un patrón propio, aunque también existen ciertas similitudes entre ellos.

Los trabajadores deficitarios comparten algunas de las características laborales que se presentan en el caso de los actuales excluidos, pero con ciertas diferencias que hacen que los primeros puedan permanecer en el mercado y sus pares no. Poseen una estructura etárea muy similar y niveles educativos relativamente más bajos. Se insertan en ocupaciones con baja o nula calificación y con frecuencia en establecimientos pequeños. Sin embargo, las características de los puestos de los excluidos son más inestables, con niveles importantes de rotación e insertos en sectores de la economía con esas características (más inestabilidad y desprotección).

Se identifican perfiles y patrones diferentes para cada tipo de inclusión y de los excluidos.

 

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Notas

* Este artículo es parte de la tesis que realizó la autora para la obtención del grado de maestría en población en la sede mexicana de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

1 La Dirección Nacional de Juventud del gobierno argentino (OIJ, 2000) subdivide a esta población en adolescentes (13 a 17 años), jóvenes propiamente dichos (18 a 24 años) y óvenes adultos (25 a 30 años). Sin embargo, aunque analíticamente resulte útil una diferenciación dentro de esta etapa vital, los procesos y transiciones que afectan sus vidas se suceden en un continuum y no en dos etapas estancas y definidas.

2 No estudian, no son amas de casa, no trabajan ni buscan empleo: ésta sería la definición adecuada dentro de esta perspectiva; sin embargo, no siempre se considera si son inactivos por ciertas causas (ama de casa) o si no trabajan pero buscan trabajo. De todas maneras, sigue existiendo una variedad de situaciones no incluidas en esta clasificación que pone en tela de juicio que, por ser NET, necesariamente sean excluidos sociales.

3 Para una breve pero clara descripción de los planteos de cada una de ellas se puede consultar a Gonzalo Saraví en "Youth and social vulnerability: becoming adults in contemporary Argentina", presented to the Faculty of the Graduate School of The University of Texas at Austin in partial fulfillment of the requirements for the degree of doctor of philosophy, 2002.

4 Estimado en 200 pesos mensuales para mayo de 2001. Durante la vigencia de la ley de convertibilidad (1991-2001) un peso argentino equivalía a un dólar estadunidense.

5 De acuerdo con la exploración hecha, la media y la moda de la duración de la jornada laboral de los jóvenes se sitúa en las 40 horas semanales.

6 Se entiende por una jornada normal a la que comprende entre 35 y 48 horas semanales, criterio utilizado por la OIT. Se considera 'sobreocupado' o 'sobrejornada' cuando trabaja más de 48 horas semanales. Se considera 'subocupado demandante' cuando el asalariado trabaja menos de 35 horas semanales y desea trabajar una cantidad horaria igual o superior a esa cifra.

7 Temporario: por plazo fijo, tarea u obra. De duración desconocida: inestable. "Changa", como la define la EPH, hace referencia a los trabajos que suponen una duración breve o la realización de una tarea puntual y que en ningún caso exceden el tiempo de un mes.

8 La pregunta 23 de la EPH releva el acceso a los siguientes beneficios: jubilación, aguinaldo, vacaciones, seguro de trabajo, indemnización por despido y "otro beneficio" (en el que se incluye las obras sociales), que son los beneficios sociales legalmente establecidos para los trabajadores asalariados

9 En este sentido, se entiende que el fenómeno de la exclusión debe circunscribirse en tiempo y espacio determinados.

10 Aunque el desempleo es superior en los jóvenes que en los adultos (prácticamente el doble), en los últimos años ha crecido más el desempleo de estos últimos (en términos relativos), disminuyendo la brecha entre ambos (Filmus et al, 1998).

11 Aunque las diferencias no son estadísticamente significativas en el subgrupo de edad más joven.

12 Se seleccionó a los jóvenes que ya no asisten a la escuela para controlar el efecto que puede ejercer su pertenencia actual. Sin embargo, las conclusiones a las que se arriba sin esta selección son las mismas, sólo que considerando a todos los jóvenes adquieren más peso los niveles educativos incompletos, justamente porque son en los que se encuentran los que aún están cursando.

13 En el subgrupo de 18 a 23 años, los varones tienen 10.9 años promedio de escolaridad, y la mujeres, 11.6; para el subgrupo de 24 a 29 años, 11.1 y 11.7 respectivamente (EPH, 2001).

14 Si bien es cierto que son menos las jóvenes que poseen ese nivel educativo en relación con los varones.

15 79.8 por ciento de los jóvenes entre 18 y 29 años tuvo ocupación previamente.

16 Aquí se contabilizan los servicios de informática, un sector que muchas veces es manejado por jóvenes con una capacitación adecuada para los nichos de mercado de desarrollo de software y de equipos sofisticados.

17 Desde esta perspectiva, la informalidad es una forma de producción típicamente en pequeña escala, con una organización rudimentaria debido al escaso monto de capital y tipo de tecnología, por lo que los pequeños establecimientos (unidades familiares y microempresas) darían cuenta en general de estas características. No se desconoce la existencia de la bibliografía de las décadas de 1970 y 1980 en donde se argumentaba sobre las diferencias estructurales del trabajo independiente en Argentina, que se diferenciaría del patrón latinoamericano a partir de una mayor heterogeneidad y niveles de ingresos relativamente altos. Sin embargo, en años recientes se ha evidenciado un aumento de las microempresas al interior del sector (en detrimento de las unidades familiares), lo cual ha generado una mayor flexibilidad en la entrada y salida de trabajadores, y le ha dado un giro al perfil del sector (Siempro, 2001b).

18 Lamentablemente, la Encuesta Permanente de Hogares no releva la antigüedad laboral, es decir, el tiempo de pertenencia al mercado desde el primer empleo. Esta información sería de utilidad, ya que conforme los jóvenes son mayores es más probable que haga más tiempo que pertenezcan a la población activa y que esa experiencia acumulada sea capitalizada, incidiendo en el acceso a mejores tipos de inclusiones.

19 La calificación de la ocupación se refiere a los requerimientos propios de cada ocupación en relación con el nivel de complejidad de la tarea. El nivel educativo puede estar en concordancia o no con el de calificación ocupacional. Con el proceso de elevación de los años de educación de la población en general y la estructura relativamente inmóvil de las ocupaciones se tiende a profundizar esta brecha.

20 A pesar de que, como se observó en las gráficas 4 y 5, los niveles educativos de excluidas y deficitarias son considerablemente mayores que los de sus pares varones.

21 Aunque en el análisis descriptivo estudiamos las características de las tres poblaciones, se decidió no utilizar un modelo multinomial, que permite que la variable dependiente posea tres o más categorías, ya que teóricamente es muy probable que las lógicas mismas de las inclusiones y de las no inclusiones difieran, por lo que no resulta tan sencillo teorizar en este sentido (para luego aplicar un modelo estadístico).

22 El modelo muestra un buen ajuste de los datos, ya que el porcentaje de casos correctamente estimados es de 76 por ciento, aunque explica en mucho mayor medida la inclusión laboral que la exclusión. La chi-cuadrada indica un buen ajuste para el modelo presentado, indicando que el modelo ajustado ayuda a explicar el fenómeno analizado.

23 La selectividad opera mediante varios factores, entre ellos, el sector social de pertenencia, por ejemplo.

24 De acuerdo con los valores arrojados por los estadísticos de evaluación de la calidad del modelo y de su capacidad explicativa, es posible decir que el modelo presenta un buen ajuste a los datos y posee un poder explicativo de consideración. La chi-cuadrada indica que el modelo ajustado es adecuado. El modelo muestra un buen ajuste de los datos (72.5 por ciento), con una buena explicación de los casos de inclusión deficitaria y de los de inclusión no deficitaria.

25 El interés principal es la evaluación de efectos de determinadas variables específicas en relación con la variable a explicar en términos de probabilidades. El cálculo de éstas se realiza de la siguiente

26 A partir del cálculo de los intervalos de confianza, se corroboró que las diferencias no son estadísticamente significativas entre los distintos subgrupos.

27 Como la situación de la mujer en el mercado de trabajo tiene sus peculiaridades, que no se agotan sólo en la mayor selectividad que opera en su inclusión, sino también en las características de las ocupaciones en las que se insertan, se exploraron las variables laborales asociadas y las posibles interacciones entre ellas y la condición femenina. Sin embargo, ninguna de ellas resultó significativa.

28 Incluso son levemente mayores para los más grandes. Entre los 18 y los 23 años la diferencia entre las probabilidades de inclusión deficitaria de varones y mujeres es de cinco por ciento y en el subgrupo de 24 a 29 años es de seis por ciento. Las pruebas de hipótesis correspondientes confirman las diferencias existentes entre ambos grupos de jóvenes a edades individuales.

29 La dimensión de género no es un eje central en este trabajo, sin embargo, atraviesa todo el análisis del mercado laboral juvenil. Se realizó una amplia exploración para entender en qué medida la situación de las mujeres es mejor y qué otras no en relación con los varones, aunque no toda esta información se presenta en este trabajo.

30 De acuerdo con el trabajo de Salvia (2002), las mujeres jóvenes logran mayor éxito relativo que los varones al acceder a un empleo pleno en la medida que cuenten con más años de escolaridad. Como se ha mostrado en este trabajo, ellas poseen en promedio mayores niveles educativos que ellos, porque asisten en mayor medida a la escuela; por ello logran mayores niveles e ingresan al mercado las más formadas.

31 Las pruebas de hipótesis lo corroboran.

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