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Tópicos (México)

Print version ISSN 0188-6649

Tópicos (México)  n.38 México Jul. 2010

 

Reseñas

 

Carlos Llano Cifuentes: Ensayos sobre José Gaos: Metafísica y Fenomenología

 

Eduardo Charpenel

 

México: UNAM Instituto de Investigaciones Filosóficas 2008, 213 pp.

 

Universidad Panamericana, México.

 

El reciente libro de Carlos Llano titulado Ensayos sobre José Gaos: metafísica y fenomenología es, en muchos sentidos, un tributo que un alumno le rinde a su venerado maestro. El conocimiento, como bien lo ha subrayado George Steiner en una obra reciente dedicada al tema (Lecciones de los maestros, 2004), se encuentra siempre cifrado en términos de una transmisión y un vínculo personal que une a los seres humanos más allá del terreno de lo estrictamente académico o profesional. Por más que se ufana en muchas ocasiones de ser una actividad sumamente conceptual, la filosofía tampoco logra escapar a este esquema. Las condiciones vitales y personales son núcleos de los que esta disciplina nunca puede ni debe desprenderse. ¿Qué hubiera sido Platón sin Sócrates? ¿Qué hubiera sido Aristóteles sin Platón? Estas preguntas que van a contracorriente con los hechos animan nuestra imaginación y nos inducen a pensar que, con un altísimo grado de probabilidad, algo importante se hubiera perdido si en momentos claves de la historia del pensamiento semejantes alumnos no hubieran contado con tales prodigios de maestros. Los lazos que se forman entre maestro y alumno van conformando un testimonio que se prolonga y que se afianza todavía más en la medida en la que uno aspira, con el trabajo del día a día, a estar a la altura de la labor de los que nos antecedieron. Mucho falta por escribir sobre esta cuestión todavía, particularmente, dentro del contexto mexicano, donde tantos ilustres educadores, en el pleno sentido de la palabra, han formado con bases sólidas a varias generaciones de filósofos. A este respecto, el último libro de Carlos Llano contribuye de modo sustantivo a reparar esta carencia. Como lo revelan las interesantes páginas del prólogo de Llano, esa deuda con su maestro, contraída bajo la forma de la gratitud por la gran cantidad de conocimientos y contenidos humanos recibidos, es lo que anima el examen de la obra de Gaos. Aquí, sin embargo, conviene hacer una precisión importante: si bien Llano no tiene reparo alguno en ocultar lo mucho que estima a este filósofo hispano-mexicano y todo lo que aprendió del mismo, también es verdad que esto no lo conduce a las loas y las alabanzas inmerecidas, en las cuales abundan otro tipo de escritos de contenido muy emotivo pero de escaso valor especulativo. Antes bien, tenemos un estudio serio y estructurado en nuestras manos; nada semejante a un panegírico nostálgico. Lo que descubrimos conforme avanza el ensayo es que el pensamiento de Gaos tiene mucho que decirnos y, como bien apunta el autor, hay tesoros intelectuales por los cuales uno se siente auténticamente obligado a luchar para que no sean relegados al baúl del olvido. Pensamientos y desarrollos filosóficos como los de José Gaos pertenecen a esta categoría. Llano realiza un recorrido extraordinario por el pensamiento del pensador de Gijón a través de un análisis serio y estructurado. Encontramos aquí una lectura cuidadosa de las obras publicadas en vida, una revisión de muchos manuscritos que no han sido editados para el grueso del público, así como un recuento de varias lecciones que recibió de viva voz por parte del filósofo. Una vez que ha trazado con sumo cuidado y detalle el marco donde estableció el primer contacto con el pensamiento de Gaos, Llano se adentra en discusiones metafísicas, epistemológicas, fenomenológicas y existenciales que se destacan por su rigor intelectual, su consistencia argumentativa, y su flexibilidad metódica. Aunada a las virtudes anteriores, me parece que una indudable cualidad del libro es su erudición, un término este último que a veces nos remite a un cúmulo de conocimientos de poca utilidad o a una soberbia actitud de autosuficiencia. Cierto: la erudición puede tomar esos tintes cuando el tema a tratar no la justifica. En cambio, en el desarrollo de un examen de la obra de José Gaos, el amplio conocimiento de la historia del pensamiento no es tanto un requisito como un imperativo: recordemos que Gaos fue un filósofo polifacético que tuvo contacto con una gran cantidad de tradiciones de pensamiento, entre las cuales destacan el neokantismo, la fenomenología en sus vertientes husserliana y heideggeriana, y el vitalismo de Ortega y Gasset y de Bergson. Además, tuvo un conocimiento profundo de los autores griegos, latinos, medievales y modernos. El alcance especulativo de José Gaos se debe en grandísima medida a esta sobresaliente capacidad de asimilación de los filósofos que le antecedieron. Traductor de Spinoza, Kant, Hegel, Husserl, Heidegger y Hartmann, entre otros, Gaos tuvo el innegable mérito de trasladar los contenidos, los planteamientos metodológicos y las geniales intuiciones del pasado a un contexto contemporáneo dentro del cual se ocupó nuevamente, con todas las ventajas que implica el poder apreciar un panorama desde la perspectiva de estas cumbres intelectuales, de las preguntas características que han ocupado a la filosofía desde su aparición. Hay pensadores que lo intimidan a uno. Gaos se cuenta entre ellos: tratar con sus aportaciones se antoja todo, menos una tarea sencilla. Pues bien, resulta palpable que Llano también ha podido superar con éxito esta empresa y con creces: no sólo ha sido capaz de reconstruir todos estos puentes conceptuales entre escuelas filosóficas tan diversas -lo cual ya habría bastado por sí mismo para formar una obra sólida y valiosa-, sino que además ha podido relacionar las discusiones de su maestro con problemáticas de la filosofía analítica clásica y, de modo más particular, con la filosofía de cuño escolástico. Una filosofía de la cual, dicho sea de paso, Carlos Llano es un insigne representante, tal como lo deja ver la enorme cantidad de escritos que ha dedicado tanto a las fuentes directas de la filosofia escolástica como a los problemas contemporáneos: problemas estos últimos a los que se ha aproximado con una metodología de esta inspiración, también con notable éxito. Mucho se ha desprestigiado a la filosofía escolástica y neoescolástica por ocuparse de forma tan celosa de las fuentes antiguas. Quizás, en algunos casos, esta crítica ha tenido algo de v erdad. Pero un reproche de esta naturaleza no puede hacérsele a Llano por todo lo que su misma trayectoria deja ver con claridad: si bien ha vuelto la vista hacia el pasado en búsqueda de directrices, esto no ocurre porque él crea que la disciplina que se ejerce sea una mera arqueología del saber, sino porque se tiene la certeza de que las grandes empresas en el terreno del conocimiento se construyen con el esfuerzo de muchos, y más puntualmente, no sólo de los que se encuentran presentes sino también de aquellos que le precedieron y que sentaron las bases para que uno se siga ocupando de tales planteamientos. Semejante modo de ver la filosofía es algo que Llano pudo aprender de su maestro y que, si se me permite hablar de mi propia persona, es algo que yo intenté aprenderle día a día desde que lo conocí.

La obra se divide en cuatro ensayos que abordan problemáticas como los objetos ideales y entes metafísicos, el conocimiento del singular, la filosofía del no, y la problemática de las antinomias filosóficas. Me limito en este espacio a realizar unas muy breves observaciones sobre los rasgos que me parecen particularmente interesantes y novedosos de los primeros dos ensayos. Rasgos que me llevarán a tratar el tema de las condiciones subjetivas del filosofar a las cuales anteriormente me referí. En el primer ensayo, en el marco de una discusión sobre las semejanzas de los objetos ideales (números), los objetos metafísicos físicos (el átomo, las ondas electromagnéticas) y los objetos metafísicos no físicos, es muy interesante ver que Llano, siguiendo a Gaos, nos muestra cómo incluso en teorías o investigaciones tan decididamente abstractas y complejas siempre se colará un resabio de la subjetividad humana. La definición clásica de la metafísica como "conocimiento del ente en cuanto ente" sólo es un ideal regulativo de ciencia o de saber al cual aspiramos de manera asintótica. Ninguna teoría metafísica ha podido consumar de forma perfecta y acabada semejante pretensión. Por supuesto, es una posibilidad a la cual el filósofo nunca renuncia, pero es una tarea que, si uno es prudente, sabrá que es y será imposible llevar a último término sin referencia a las situaciones vitales dentro de las cuales uno se encuentra inmerso. El siguiente pasaje de Llano muestra tanto su postura como la de su maestro: "José Gaos se muestra enemigo de lo que él llama la teoría clásica de la teoría (es decir, la teoría pura); esto es, la posibilidad de un pensamiento exento de toda influencia de las emociones y mociones [...], la posibilidad del desprendimiento del sujeto pensante y objetivante respecto del resto de su objetividad. (p. 20)" Esto, como se alcanza a ver a primera vista, es una aspiración a un rigor absoluto que nos hablaría, en términos clásicos, de aquel vicio del cual Aristóteles nos previene constantemente en su filosofía y del cual muchos planteamientos modernos adolecieron: la apaideousía, la falta de fineza intelectual que, por un lado, nos hace ser laxos en ámbitos donde no deberíamos de serlos y, de modo más importante para lo que aquí nos ocupa, nos hace exigir una objetividad y una exactitud que rayan en lo obsesivo. El conocimiento de Gaos de la obra de Heidegger y de Ortega y Gasset le permitió poder detectar lo desencaminado que se encontraría cualquier planteamiento que soslayara la disposición afectiva como un acceso privilegiado a ciertas experiencias y circunstancias vitales y, por qué no decirlo, metafísicas. La agudeza de Llano consiste en ver que toda la tradición filosófica se mueve dentro de estas coordenadas. Dentro de la tradición medieval, por ejemplo, me viene a la mente el caso de San Agustín, quien habla en las Confesiones de un "sobrecogimiento de amor y horror" (contremui et amore et horrore, Confesiones, 7, 10, 16) y de un "golpe de vista trepidante" (ictu trepidantis aspectu, Confesiones, 7, 17, 23) al momento de descubrir la luz interior de la memoria que lo conducirá a postular la existencia de Dios. Llano elabora una lectura de la obra de Gaos que se mueve en un terreno semejante. Entre otras cosas, el autor pone de relieve la metafísica del hombre de José Gaos: una metafísica que hay que entender como un análisis de la inventiva humana en vistas de la constante insatisfacción que posee el hombre con su entorno. La consciencia de la transitividad y de la fugacidad de la vida, como condición existencial a la que se ve sometida todo individuo, lleva a Gaos a realizar una fenomenología sobre las distintas respuestas que se pueden tener ante dicha circunstancia: o bien uno puede afanarse más a lo temporal y a lo transitorio buscando colmar nuestras necesidades materiales incansablemente -una actitud que a mí, en lo particular, me parece puede remitirse a la de Calicles dentro del Gorgias de Platón- o bien, uno puede fijar su vista, en (cito a Gaos en Del hombre), "una vida y un Dios eternos en la religión y en la filosofía", de suerte que "no hay un mal mayor que la fugacidad de la existencia o inexistencia, ni bien mayor que la existencia infinita". El hombre puede adoptar una u otra de estas opciones existenciales. Lo que se pone de manifiesto en esta fenomenología es que la actitud vital y la cosmovisión del hombre pueden rastrearse, en último término, a esta decisión de grandísima importancia. Toda construcción o cimiento filosófico posterior depende de este movimiento y de esta elección que se da antes del mismo desarrollo o cultivo de la ciencia. De alguna forma, el resultado de esta oscilación entre lo real y lo ideal -que, en términos de Gaos, reflejan el estado de desequilibrio del hombre- determinará tanto la predisposición de ánimo como la vida filosófica que uno puede desarrollar. La fenomenología de Gaos no soslaya ninguno de estos polos, pero tampoco se compromete seriamente a sentar las bases de una normatividad que nos permita distinguir la superioridad de un tipo de existencia con respecto al otro. En último término, y esto me parece que resulta particularmente acertado del estudio, Llano rastrea que la falta o carencia en Gaos sobre la "jerarquización" con respecto a los distintos tipos de vida que uno puede llevar, se remite en último término al método que Gaos decide adoptar para estudiar esta dicotomía. Creo que este punto muestra convincentemente por qué Llano es tan buen discípulo: con las bases teóricas de Gaos que remiten los sistemas filosóficos a cierto tipo de actitudes por parte de quien los esboza, Llano pasa examen de la obra del maestro y detecta, con enorme lucidez, por qué el de Gijón no se atreve a dar un paso todavía más allá. Que el alumno emplee las herramientas del maestro es una confirmación de que la enseñanza se llevó a buen término. En este caso, sin embargo, el asunto es todavía más destacado, pues vemos que Llano no se limita a hacer exégesis de estos planteamientos, sino que es capaz de tomar una distancia con el contenido de los mismos. La het erodoxia del alumno confirma su madurez y su fecundo desarrollo personal como filósofo.

Este énfasis en los aspectos existenciales del conocimiento se deja ver también cuando Llano discute sobre las emociones ligadas a los conceptos metafísicos. El ejemplo paradigmático sobre este punto sería el acto y la potencia: Gaos concluirá que la demostración aristotélica de la prioridad del primero sobre el segundo no es concluyente y que, en todo caso, podemos ver una preocupación vital en el Estagirita por subrayar "el afán de ser infinitamente" sobre "el horror del no ser", una sensación que, dicho sea de paso, animará las creaciones más fecundas del barroco. se trata de una actitud contraria, por ejemplo, a la que posteriormente expresaría Heidegger al decir "más alta que la realidad está la posibilidad". En este estudio, como Llano detecta con puntualidad, parece que Gaos se inclina más por afirmar que el hombre es más bien el ser que apunta hacia el infinito y no hacia la nada. Tal pensamiento, concluye Llano, es una muestra de que uno debe salir del agnosticismo y debe pronunciarse, ante un problema filosófico, por cierta postura. La justificación que podamos hacer de la misma irá de la mano de todos los aspectos volitivos, afectivos y situacionales del hombre, de modo que una cabal comprensión de un determinado problema metafísico y especulativo nunca podrá dejar de lado nuestra "razón impura", por decirlo en términos un tanto opuestos a Kant.

La imposibilidad de una teoría pura que se desprenda de todo tipo de instancias personales también se deja ver en el interesante estudio que se hace sobre la filosofía del lenguaje en Gaos y los matices objetivos y subjetivos que las expresiones lingüísticas pueden tener de cara al conocimiento del singular. Desde la tradición fenomenológica, Gaos detecta una peculiaridad lingüística que fue particularmente examinada y explorada por Austin, Ryle, Wisdom y otros destacados filósofos de la escuela del lenguaje ordinario: con las palabras no sólo designamos cosas sino que realizamos acciones que exceden por mucho un marco meramente descriptivo y pictórico de la realidad. Sin embargo, desde este planteamiento, encontramos distintos elementos novedosos. Según Gaos, la mera designación de objetos puede cambiar en cuanto a su significado dependiendo de la entonación del hablante y la caracterización contextual de la situación. En otros términos, no es irrelevante el tipo de hablante y la forma en que se expresa para entender la significación de sus aseveraciones.

Este planteamiento, tal y como nos lo muestra Llano, es radicalizado con la descripción de las acciones singulares de otras personas, toda vez que la descripción que se pueda hacer de las mismas, desde la perspectiva de la primera persona gramatical evaluando sobre la tercera, tendrá una incidencia directa en la inteligibilidad misma de cualquier discurso lingüístico. Sólo atendiendo a la forma de articular los distintos eventos desde la perspectiva de un observador puede entenderse que un concepto se individualice y que algo así como el conocimiento del singular llegue a ser posible. Citando las palabras del propio Llano: "Es, por tanto, la referencia a mí la que hace posible la determinación de él y la individuación de amar: si no fuera así, el acto de amar no sería individual, pues podría objetivarse como ejercido por cualquiera." (p. 51).

Con esto presente, el estudio es capaz de dar cuenta de la respuesta original que da Gaos al problema del conocimiento del singular: la materia "signada" no es la condición de la inteligibilidad singular de algo sino el sujeto mismo que la designa como tal. La presentación de una sustancia individual se hace a partir de un proceso complejo de percepción que nos hace designar a algo como sustancia. En contra de lo que sería cierto realismo metafísico ingenuo, no consiste en reconocer una cualidad privilegiada oculta que sólo se haría patente después de un largo escrutinio. La interioridad y la actividad noética son un principio privilegiado para afirmar tanto el conocimiento particular de las otras cosas como la identidad personal. En este punto, las palabras de Llano son particularmente esclarecedoras: "[...] el sujeto de conocimiento se constituye como principio propio noético de individuación de aquello que conoce individualmente. El sujeto cognoscente desde su propia, peculiar, y suprema individualidad, individualiza a su objeto noéticamente, al conocerlo." (p. 58). Con todo, no se trata de un estudio neutro, pues Llano, como el brillante neoescolástico que es, muestra varios puntos en los que la interpretación de la materia signada por parte de Gaos resulta sesgada, en tanto que parecen confundirse en su planteamiento la individuación ontológica (por qué este objeto es singular) y la individuación noética (cómo conozco que este objeto es singular). Con este punto crítico de fundamental importancia, Llano elabora un sólido estudio del lenguaje que señala los méritos, las carencias y los alcances teóricos de la propuesta del filósofo de Gijón. Una propuesta, la de Gaos que, como he procurado resaltar, se caracteriza por la cercanía de cada objeto al sujeto de la expresión. Tal cercanía permite a su vez la comprensión "indefinible" del singular y su inserción contextual en un mundo en el que, siguiendo a Wittgenstein y a Llano, tendríamos que afirmar más la existencia de los hechos que la de las cosas.

Esto en lo que toca a los aspectos interesantes y destacados de los primeros dos estudios del libro. Dejo de lado una discusión de los siguientes dos. Referirme a los temas de la filosofía del no y el de las antinomias filosóficas me obligaría a un estudio mucho más puntual y detallado del que podría realizarse en un espacio limitado. Lo que puedo permitirme distinguir grosso modo de los mismos es, nuevamente, el fino análisis que hace Llano de las propuestas de su maestro, atendiendo tanto a las fuentes y a los alcances de las mismas. Las respuestas escolásticas de Llano, lejos de oscurecer el discurso de Gaos, arrojan sobre él una nueva y brillante luz que, estoy seguro, abrirá el camino a nuevos y fecundos estudios sistemáticos de la obra escrita de Gaos, la cual, cómo he comentado, es amplísima, si consideramos tanto su obra publicada como todos los manuscritos que de él se conservan. Además, este libro continúa con la labor de abrir las puertas para que le demos el lugar que le corresponde a la filosofía escrita en lengua castellana. A mi parecer, lo que revela el estudio de Llano no es sólo que los filósofos hispanoamericanos estamos tan facultados para la especulación y el diálogo como los filósofos de otras latitudes, sino que además esto puede realizarse con aproximaciones que resultan francamente originales. A modo de contraste con este libro, me parece que hay varios escritos que, de manera poco seria y con un lirismo exacerbado, tienden a subrayar el aspecto existencial de la filosofía, sin bases sólidas de ningún tipo. El libro de Llano me parece que tiene el innegable mérito de franquear todas esas adversidades, plantear tesis y argumentos sólidos, y a su vez, no perder el contacto con el mundo de las experiencias vitales, fértil terreno en el cual se siembra y se cosecha toda reflexión valiosa. Libros así, en definitiva, no son nada fáciles de encontrar.

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