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Acta poética

On-line version ISSN 2448-735XPrint version ISSN 0185-3082

Acta poét vol.25 n.1 Ciudad de México Mar./May. 2004

 

Reseñas

 

Cosmópolis: del exilio, o la historia como duelo infinito

 

Ernesto Priego

 

Enzo Traverso, Cosmópolis. Figuras del exilio judeo-alemán. Edición de Silvana Rabinovich y Esther Cohen. Traducción de Silvana Rabinovich. Colección Ejercicios de memoria, UNAM/Fundación Cultural Eduardo Cohen, México, 2004

 

Otros emigrantes, otros errabundos, otros muertos, otros
fracasos, otras desolaciones. Uno se exilia para salvar la
vida del terror que es la represión y que es, también, la falta
de esperanza.

Cristina Peri Rossi

 

Dicen que quienes han sufrido la mutilación de una parte del cuerpo todavía, al despertar a la media noche, o en los momentos más cotidianos, pueden sentir la presencia del miembro ausente, inclusive el dolor de esa herida que pensaban que hace tiempo había cicatrizado. Los miembros fantasmas, esas partes mutiladas, se hacen presentes, dolorosos, incluso mucho tiempo después de haber sido cercenados. Porque tras la mutilación no es sólo que se pueda sentir, físicamente, el brazo, la pierna, el dedo que ya no está, que fue arrancado por la fuerza, con la violencia de la tortura, de la agresión contra la integridad del cuerpo humano. Es que el mutilado sabe que ese miembro ausente todavía duele, que el brazo, la pierna, el dedo, que ya no están, causan dolores, tienen manifestaciones físicas. Al mismo tiempo, lo que duele es la mutilación misma, el acto violento, ese lugar, la juntura donde empezaba el brazo, donde surgía la pierna, donde el dedo salía de la mano. Tras la mutilación, lo que duele es pues tanto la presencia ausente del miembro fantasma, el recordatorio presente de su falta, de su robo, como el lugar mismo de la mutilación, el lugar que aunque se vea ya cicatrizado, aunque ya no sangre sin parar, es en sí mismo la huella de la herida, y de una herida abierta, presente y por lo tanto inevitable. Puede que el mutilado logre integrarse, asimilarse en la vida "normal" del resto de la humanidad, caminar por las calles sin siquiera ser mirado. Y sin embargo, el mutilado está condenado al perpetuo recordatorio de su condición, de su diferencia. Al mutilado le falta algo. El mutilado se ve obligado a suplir esa carencia, a trabajar con ella, a encontrar maneras de interactuar en el mundo en que la falta sea menos dolorosa, a descubrir herramientas que permitan no sólo suplir la falta, sino incluso superarla. A quien se le mutila el cuerpo no se le puede hacer olvidar: su duelo es infinito.

Como nos recuerda Enzo Traverso en su libro Cosmópolis. Figuras del exilio judeo-alemán (2004), Theodor Adorno se refería a la experiencia del exilio como "una vida mutilada" (1991). Y es que el libro de Traverso se preocupa por la experiencia de uno de los exilios más significativos, en el plano intelectual, del siglo XX. El exilio judeo-alemán, inserto en un "momento de intensidad" de la historia occidental reciente, constituye una experiencia de mutilación, de mutilación no sólo individual sino colectiva, no sólo judía y alemana sino cosmopolítica. Como lo detalla Traverso, "entre 1933 y 1938, serán más de 450,000 judíos de lengua alemana los que abandonarán la Europa Central nazificada, nueve décimos del exilio alemán en su globalidad". 450,000 vidas mutiladas en un periodo de cinco años, vidas forzadas al exilio y, muchas de ellas, al exterminio. Los ensayos que conforman Cosmópolis se enfocan en el estudio de las experiencias de exilio de intelectuales judeo-alemanes prominentes, cuyas aportaciones a las escenas literaria, filosófica, sociológica y política son innegables. Joseph Roth, Hannah Arendt, Theodor Adorno, Walter Benjamin, Kracauer, Marx, son los nombres que guían esta especie de genealogía de la experiencia del exilio judeo-alemán, las figuras paradigmáticas que se volverán topoi, lugares móviles, errantes, inscripciones vivas —y no sólo los nombres grabados en el monumento funerario— que permitirán al historiador trazar el recorrido de una mutilación, sus diferentes procedencias y sus diversas herencias. No es casual que Traverso trabaje a estos "judíos-no judíos", exiliados de sí mismos, arrancados de todas partes, extranjeros de la judeidad pero también de la cultura hegemónica alemana. Podríamos decir, como escribiera Julia Kristeva sobre Proust, que estos intelectuales judeo-alemanes de los años 1930-1940 eligieron para ellos "una única patria: la escritura como traducción". La escritura como traducción porque todos ellos se enfrentaron a la experiencia de la otra lengua, de ser ellos mismos otros en la otra lengua y en la propia. La traducción, como proceso abierto, destinado a la errancia infinita, a lo temporal y lo inestable, puede entenderse como una parte más de esta experiencia del exilio, experiencia de extranjería y extraterritorialidad. Quiero pensar que cuando Hannah Arendt dijo que "lo que permanece es la lengua", también se refería a la otra lengua, aquella marcada por el matricidio, por la separación, por el forzoso exilio de la patria, de la tierra y de la sangre de la lengua natal.

Traverso, historiador italiano radicado en París, profesor en Amiens, nos presenta un ejercicio de escritura que es, como lo quiere la colección en que se publica su libro, un ejercicio de memoria, y como tal un trabajo de duelo. Cosmópolis es un trabajo de historia, de una historia crítica, y, como lo piensa Jacques Derrida, otro pensador del exilio, un ejercicio genealógico que implica una localización de los restos, es decir, un trabajo de duelo. El exilio no permite duelos terminados, heridas cicatrizadas, olvidos consoladores. El exilio judeo-alemán, como lo presenta Traverso en esta constelación de ensayos, hizo y hace presente sus heridas a través de su escritura, de esa experiencia de la lengua tan dolorosamente específica. Cosmópolis reelabora la ruta del exilio judeo-alemán a través de una escritura sencilla pero apasionada, crítica y respetuosa. Traverso, un "no judío", nos ofrece una mirada histórica, llena de "empatía en la distancia". La discordancia de los tiempos le da al historiador la posibilidad de reconfigurar los signos, leer desde lejos, y, quizá, como dijera Kafka de la literatura, con un "reloj que se adelanta". En su preocupación por el cosmopolitismo, por estudiar la figura de una errancia que no es el viaje cómodo y comodificado de la globalización, sino la condición de "falta de mundo" o de "acosmia", Traverso no sólo ve los humos que se erigen hasta el cielo desde el pasado, sino que nos ofrece también una especie de "aviso de incendio", quizá uno similar, en espíritu, al que estos intelectuales judeo-alemanes redactaron para que nosotros podamos comprender mejor nuestro presente y nuestro porvenir. Cosmópolis es un libro para todo aquel que quiera comprender mejor una experiencia de exilio, que, como la mutilación, implica el duelo infinito por una falta permanente, en que no sólo duele lo perdido, sino la separación, el sitio mismo del desmembramiento, en que el tiempo quedó fuera de sus goznes. La historia como duelo, en estas páginas ejemplares de Traverso, se nos hace presente como un trabajo interminable, abierto hacia el futuro, intensamente preocupado por el porvenir. Cosmópolis, como trabajo de historia, intenta resarcir una de las facetas más dolorosas del exilio, su origen, pero también, en ocasiones, su consecuencia: la falta de esperanza.

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