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Estudios de historia novohispana

On-line version ISSN 2448-6922Print version ISSN 0185-2523

Estud. hist. novohisp  n.47 Ciudad de México Jul./Dec. 2012

 

Reseñas

 

Martín Ríos Saloma, La Reconquista. Una construcción historiográfica (siglos XVI-XIX)

 

Antonio Rubial García

 

México-Madrid, Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM, Marcial Pons Historia, 2011

 

Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Una concepción muy generalizada fuera de los ámbitos académicos, tanto en España como en América, considera la conquista islámica de la península ibérica sólo como un avance territorial de los árabes y bereberes norteafricanos que obligó a los pobladores, hispanos y cristianos, a replegarse en las montañas cantábricas y pirenaicas; desde esas regiones, estos "españoles" llevaron a cabo un largo proceso consciente y premeditado de recuperación territorial que duró ocho siglos y que terminó con la expulsión de los musulmanes y con el triunfo de los cristianos; a ese proceso se le conoció como la Reconquista.

¿Cómo se convirtió una concepción tan simplista e imprecisa en una verdad histórica irrefutable? El libro que hoy presentamos explica con gran claridad el proceso de elaboración de esa idea a lo largo de cuatro siglos y las cargas que se le dieron a conceptos como restauración y reconquista nacidos de las necesidades de cada época. El primero, aparecido en un contexto en el que las identidades colectivas en España se constituían con base en el sentimiento religioso (siglos XVI y XVII), evidenciaba el hecho de que el objetivo de los monarcas medievales, en especial Pelayo, era restaurar el culto y la libertad del pueblo cristiano. La segunda, aparecida en ambientes más secularizados e impregnados de sentimientos nacionalistas (siglos XVIII y XIX) privilegiaba, no tanto la liberación del yugo musulmán como la recuperación del territorio perdido a manos de unos enemigos extranjeros.

El libro está dividido siguiendo un orden cronológico comenzando por el siglo XVI y trata la manera cómo cada una de las etapas entendió los mitos fundadores de la pérdida de España, la batalla de Covadonga y la coronación del rey don Pelayo. Esas construcciones presentaban un carácter fuertemente centralista castellano, por lo que las otras provincias españolas también intentaron reivindicaciones sobre la participación de sus territorios en el proceso de reconquista.

Durante la segunda mitad del siglo XVI y la primera mitad del XVII se escribieron en castellano cinco crónicas generales de España cuyos autores tenían como objetivo explicar el proceso histórico por el cual la monarquía española se había convertido en la más poderosa del mundo. En todas ellas se insiste en una explicación providencialista, en la cual la pérdida de España por mano de los musulmanes se debió a los vicios de los reyes visigodos. En ellas se destacan también los hechos milagrosos acontecidos durante la batalla de Covadonga y se muestra a don Pelayo como el fundador de la monarquía hispánica, dispuesto a dar su vida por la religión y por la libertad. Frente a esas pretensiones generalizadoras, que centraban el inicio de la monarquía en el reino astur leonés, surgieron muy pronto crónicas regionales en Aragón y Cataluña dirigidas a resaltar el movimiento de resistencia pirenaico y a considerarlo tan importante como aquel para explicar los inicios del reino y del principado que formaban la otra parte de la monarquía. Estos autores no tenían empacho tampoco en mostrar admiración por la participación de los francos en la contienda contra los musulmanes y señalarlos como colaboradores de los visigodos en la lucha por la libertad. Ese sentimiento se nota más fuertemente arraigado en Cataluña donde se exalta la continuidad ininterrumpida con el reino visigodo y el papel central que jugó Wifredo el Velloso en la conquista del territorio.

De acuerdo con Martín Ríos los postulados providencialistas comenzaron a cambiar durante los siglos XVII y XVIII. A partir de entonces se privilegiaron las luchas por el poder en lugar de los vicios dentro del reino visigodo. En ese sentido los musulmanes dejarían de ser vistos como infieles y más como invasores, por lo que la lucha iniciada por Pelayo dejaría de tener una naturaleza exclusivamente religiosa para convertirse en una lucha política para recuperar el territorio. Así se hará más frecuente en los textos el uso de términos como "patria" y "españoles". Las nuevas propuestas nacían también de la necesidad de reforzar la preeminencia de Castilla sobre las demás regiones españolas y de mostrar el porqué de la hegemonía de España sobre las demás monarquías europeas. Pelayo se convertía así para los autores de este periodo en el rey que legitimaba la continuidad de la monarquía hispánica desde los visigodos hasta los Habsburgo, lo que la convertía en la más antigua de las de Europa. Con ello, para muchos de los historiadores de este periodo los godos se identificaban con los verdaderos españoles, incluso para los catalanes que veían en ellos el pasado común que unía al condado con el resto de España. Había sin embargo algunos que consideraban a los godos como otros invasores más y que sólo daban el título de españoles a los nativos iberos.

Con la llegada de la Ilustración el discurso histórico afianzó esta necesidad de descubrir las esencias nacionales y se verá cada vez con mayor claridad que la empresa de restauración fue una obra común que se desarrolló en todos los reinos hispánicos. Por otro lado, la crítica histórica despojó los relatos fundacionales de su carácter mágico y religioso para darles un sentido más político, lo que trajo consigo la sustitución paulatina del término restauración por el de reconquista.

Fue labor del siglo XIX, sobre todo a partir de la invasión napoleónica en España, que ese término tomó carta de naturalización. Es por ello que Martín Ríos le da a este periodo el mayor peso en su libro. Para él, dos movimientos muy relacionados entre sí influyeron en las nuevas concepciones, el nacionalismo y el romanticismo. Ambos encontraron en la historia un medio para construir sentimientos de pertenencia e identidad y para forjar un pasado común para todos los pueblos que conformaban España. En este proceso incidieron poderosamente tanto la profesionalización de la historia como la formación de Academias y Ateneos.

En esos dos movimientos se pueden insertar las corrientes historiográficas conservadoras y liberales que se prolongarán hasta principios del siglo XX. Las primeras destacarían el papel fundamental de la monarquía y la Iglesia en el devenir histórico nacional y propondrían que la solución a los problemas de España estaba en la recuperación de dichas instituciones. En cambio, las corrientes liberales (que Ríos clasifica en moderadas y progresistas), consideran que el pueblo es el verdadero protagonista de la historia, aunque no niegan el papel desempeñado por la monarquía y la Iglesia. Esta tendencia liberal fomentó la aparición de historias locales en el País Vasco y en Cataluña, marcadas por un nacionalismo alternativo al que prevalecía en las historias generales, centrado en el castellanismo. Estas corrientes se reforzaron con los esencialismos derivados de los filósofos alemanes, sobre todo Herder, que hablaban de abstracciones como "el espíritu de los pueblos". Con ello, personajes como Pelayo se volvieron paradigmas de las virtudes que constituían la esencia hispánica: valor, religiosidad, lealtad a la patria, espíritu de resistencia, etcétera.

En las últimas décadas del siglo XIX un nuevo factor fue determinante en la construcción historiográfica sobre los hechos fundacionales y en la total aceptación del término reconquista: el positivismo. Bajo esta óptica, señala Ríos, "los discursos estuvieron marcados por un criterio de cientificidad que pretendía, por una parte, alcanzar el mayor grado de objetividad posible y, por otra, establecer siempre la verdad de los hechos". Con este criterio sólo fueron aceptados aquellos suficientemente probados con documentación fidedigna, aunque no se menospreciaban las leyendas que formaban parte de la tradición popular. A pesar de la pretendida objetividad de esta visión, el nacionalismo seguía determinando los discursos de liberales y conservadores que exaltaban el carácter indomable del pueblo español, su resistencia ante la invasión extranjera y la supuesta continuidad de una idea reconquistadora iniciada con Pelayo y concluida por los Reyes Católicos.

Aunque durante este último periodo el nacionalismo fue patrimonio común de liberales y conservadores, existían profundas diferencias entre ambas posturas. Además de que el papel asignado en la reconquista a la Iglesia y a la religión en unos y otros era muy diferente, su actitud ante el mundo islámico era radicalmente opuesta; mientras que algunos historiadores liberales reconocían la importancia fundamental que tenía la cultura andalusí para la formación de España, por sus logros en las ciencias y las artes, para los conservadores ésta no merecía reconocimiento alguno. En cuanto a la importancia atribuida a la reconquista pirenaica, hay posturas castellanistas y catalanistas en ambos bandos. Existen, por otro lado, autores liberales que consideran que todos los movimientos que pugnaban por independizarse del islam en la península fueron contemporáneos y que todos ellos pueden ser considerados forjadores de la nacionalidad española.

El libro de Martín Ríos está construido de una manera lógica y con una argumentación impecable, concluyendo en cada capítulo con las líneas generales que se discuten en cada época. Siguiendo esta lógica, el texto termina con unas conclusiones generales entre las que se propone regresar al uso del término restauración, que contempla el ideario de los reinos por regresar al orden político y eclesiástico anterior a la invasión musulmana. El autor considera éste término más apropiado que la palabra reconquista, pues ésta sólo se refiere al avance territorial.

La lectura de este libro nos permite llegar a varias conclusiones. La primera, que la exaltación de los nacionalismos, que a la larga están detrás del término reconquista, ha ocultado la conformación de dos realidades hispánicas, una musulmana y otra cristiana, complementarias y que se influyeron mutuamente; en segundo lugar, confundir lo español con lo cristiano y lo musulmán con lo extranjero, ha impedido ver que los que huyeron a las montañas no fueron "todos los españoles" y que muchos campesinos iberos mal cristianizados no tuvieron ningún inconveniente en pasarse a las filas del islam. En tercer lugar, considerar que el ideario reconquistador y restaurador estuvo presente desde Covadonga y que se mantuvo idéntico en todo el territorio durante ocho siglos impidió contemplar la complejidad de los cambios tanto regionales como cronológicos del proceso. Por último, que en aras de la búsqueda de una nacionalidad española se sacrificó la realidad de una fragmentación política y la diversidad de proyectos y monarquías existentes en la península ibérica durante el medioevo, aunque al mismo tiempo se utilizó la historia para avalar las posturas nacionalistas como la catalana. Las investigaciones llevadas a cabo durante el siglo XX han subsanado estas fallas y han mostrado la complejidad de ese proceso reconstruyendo los hechos más allá de los mitos. El aporte fundamental del libro de Martín Ríos dentro de este contexto consiste precisamente en mostrar cómo se fueron elaborando tales mitos, que a pesar de los avances en la investigación siguen estando presentes en la conciencia colectiva de los españoles de hoy.

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