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Agricultura, sociedad y desarrollo

Print version ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.9 n.3 Texcoco Jul./Sep. 2012

 

Manejo, control del dinero y otros logros. Mujeres migrantes de retorno en Tlaxcala, México

 

Money management and control, and other achievements: returning migrant women in Tlaxcala, México

 

Aurelia Flores-Hernández*, Landy Ley Cuatepotzo-Cortés, Adelina Espejel-Rodríguez

 

Centro de Investigaciones Interdisciplinarias sobre el Desarrollo Regional (CIISDER). Universidad Autónoma de Tlaxcala (UAT) (aure7011@yahoo.com). *Autor responsable.

 

Recibido: febrero, 2012.
Aprobado: abril, 2012.

 

Resumen

En este trabajo se reflexiona acerca de los cambios generados en mujeres migrantes de retorno a una localidad rural del estado de Tlaxcala, derivados de su experiencia migratoria. A partir de la opinión de las mujeres nos interesó aclarar si la habilidad de ganarse la vida en el lugar de emigración la adoptarán como una destreza de largo plazo, necesaria para hacer frente el reto después del regreso. En concreto, se explora aquello que subyace en el manejo y control del dinero estando fuera y una vez de vuelta. El trabajo es de corte cualitativo, fundamentado en las aportaciones de la migración y el empoderamiento, desde el enfoque de las relaciones de género.

Palabras clave: autonomía, empoderamiento, género, migración, rurales.

 

Abstract

In this study, we reflect upon the changes generated in migrant women who return to a rural locality in the state of Tlaxcala, México, derived from their migratory experience. Based on the women's opinion, we were interested in clarifying whether their ability to earn a living where they migrated to, would be adopted as a long-term skill, necessary to face challenges after returning. In short, we explore whatever underlies the management and control of money while being abroad and once back. It is a qualitative study, based on the contributions of migration and empowerment, from the approach of gender relations.

Key words: autonomy, empowerment, gender, migration, rural people.

 

Introducción

En los últimos años una de las discusiones centrales en el fenómeno migratorio es el que compromete el estudio de la participación de las mujeres en tales flujos como protagonistas y partícipes centrales. Algunos registros indican que la migración internacional ha sido durante varias décadas predominantemente masculina; sin embargo, al finalizar la primera década del Siglo XXI, la migración internacional femenina es un segmento significativo dentro de estos procesos. Las mujeres en todo el mundo representan más de la mitad de las poblaciones inmigrantes (Mazarrasa et al., 2004).

Para el caso mexicano, la migración femenina hacia EE. UU. presentó un crecimiento importante a partir de los años ochenta del siglo pasado. Predominó principalmente la participación de mujeres casadas o unidas, como de mujeres solas (López, 2011). Este aumento se relacionó con las transformaciones en la distribución de los ingresos y los mercados de trabajo ofertados por el país de destino que preferirían la contratación de mujeres por tener atributos sociales "femeninos" y estereotipos de género -delicadeza, docilidad, aguante, obediencia, resignación- y ciertas características físicas como el tamaño pequeño de las manos; además, las mujeres eran mano de obra de menor costo (Woo, 1997).

La política migratoria estadounidense también representó otro factor que estimuló la migración femenina. En el año 1986 con The Immigration Reform and Control Act (IRCA), una de las leyes inmigratorias más importantes de EE. UU. (citada en López Pozos, 2011) se permitió la legalización de miles de trabajadores migrantes, y por consiguiente el traslado del resto de su familia (esposas y descendientes) para favorecer la reunificación familiar (Levine, 2004; López Pozos, 2011). Registros del año 2004 señalan que las mujeres mexicanas representaban casi la mitad de la población migrante de este origen residente en EE. UU.: a pesar de la proporción, el mercado de trabajo femenino es segmentado y sesgado en su contra (Levine, 2004).

Más allá de estas cifras, y siendo insuficiente para mostrar la proporción de migrantes varones y mujeres de diferentes corrientes poblacionales, la reflexión referente a la "feminización de la migración" sugiere abordar el análisis de este atributo migratorio comprendiéndolo como un fenómeno social que contiene matices e impactos diferentes y distintos al fenómeno migratorio encabezado por hombres (Mazarrasa et al., 2004; Castles y Miller, 2004 citados en García Zamora, 2007; Ariza, 2000). Gregorio Gil (1998) había ya propuesto explorar la complejidad migratoria a la luz de las relaciones de género. Esta autora introduce el concepto de "generización de las migraciones" para referirse a la reflexión del sistema de género como principio organizador de las migraciones (Ariza, 2000).

Desde el enfoque de las relaciones de género, el interés no solo está orientado a la diferenciación sexual y de identificación numérica de hombres y mujeres participando en estos tránsitos. Esta perspectiva analítica se constituye como modelo teórico/metodológico útil para comprender las relaciones de género, poder y jerarquía establecidas entre los miembros de estas familias divididas, así como los cambios en las funciones de hombres y mujeres, afectados en gran parte por el fenómeno migratorio (Gregorio Gil, 1998; Zambrano Camacho y Hernández Basante, 2005). En este sentido, este trabajo tiene la intención de reflexionar acerca de los cambios generados en mujeres migrantes de retorno de una localidad rural del estado de Tlaxcala, derivados de su experiencia migratoria. A partir de la opinión de las mujeres interesa aclarar ¿qué tanto el haber aprehendido a ganarse la vida allá lo asumirán como una habilidad de largo plazo, útil para enfrentar el reto del retorno? ¿Qué subyace en el manejo y control del dinero estando allá y una vez de vuelta acá"?

 

Género y migración

Desde hace varios años el mito y modelo del hombre-proveedor migrante ya no tiene vigencia, la ausencia de estudios específicos sobre la migración internacional femenina era justificada por su menor proporción o participación numérica en comparación con la masculina. Se argumentaba que si las mujeres migraban lo hacían para acompañar al esposo, padre o hermano, el papel de las mujeres en los trayectos migratorios era secundario (Woo, 1997; Woo, 2002). La "nueva era de la migración" recubre una faceta distinta del rostro migratorio del siglo pasado. Las masas migrantes rurales son empatadas o remplazadas por poblaciones urbanas, con altos niveles educativos o de calificación para el mercado laboral receptor. Además del incremento acelerado de personas en los últimos años, esta nueva ola se caracteriza también porque mujeres y otros integrantes de los grupos domésticos -niñas y niños- forman parte ineludible de estos traslados humanos, culturales y simbólicos, sin obviar los circuitos económicos y políticos (Aragonés et al., 2011).

En el debate migratorio los estudios de género han constituido un enfoque central en el análisis, sus intereses han sido orientados a la reflexión sobre los impactos de la migración en las relaciones genéricas. La incorporación de la categoría género como un elemento cardinal, integró novedosos componentes en la reflexión (las dinámicas familiares, la identidad migratoria, la salud, los derechos, entre otros) o promovió el esclarecimiento de otros aspectos poco explorados (las relaciones de poder, la división sexual del trabajo, y más); enfatizando la heterogeneidad, más que la homogeneidad de dichos flujos (Ariza, 2000).

En el análisis de la complejidad migratoria se ha integrado recientemente la perspectiva de la economía política feminista (Zapata Martelo et al., 2011). Desde este enfoque se resalta el interés sobre aspectos no considerados en miradas teóricas clásicas, tales como los sentimientos, las emociones, las tristezas y los pesares; en sí los costos dolorosos y los sufrimientos que acompañan tanto a quienes protagonizan el tránsito migratorio como a quienes esperan con incertidumbre su regreso. En concreto, los aportes feministas superan la invisibilidad de las mujeres en la migración, producida en gran parte por el vacío conceptual y metodológico, conduciendo a proponer la construcción de nuevos modelos teóricos, útiles para comprender la especificidad femenina en relación con los contextos sociales, culturales y políticos que involucra la migración.

Marina Ariza y Orlandina de Oliveira (2001) explican que el incremento de mujeres migrantes está relacionada con el aumento de la participación femenina en actividades remuneradas y la transformación del mercado de trabajo, transformaciones que tienen como telón de fondo los procesos complejos de la globalización. La migración internacional femenina está respondiendo a la emergencia y el fortalecimiento de circuitos vinculados con las dinámicas y los impactos propios de la globalización -incremento de la deuda externa pública, crecimiento del desempleo, caída de los ingresos de los varones como sostén del hogar, políticas migratorios, emergencia de nuevas identidades colectivas, y ruptura de las organizaciones sociales tradicionales situadas en el medio rural mexicano. (Aragonés et al., 2011; Sassen, 2002; Levine, 2004).

Estudios específicos apuntan que, a diferencia de los tránsitos migratorios masculinos, el aumento de la participación femenina en los flujos migratorios responde más a causas sociales (deseo de independencia, embarazos prematrimoniales, ruptura matrimonial y situación de viudez) que a consideraciones económicas (Torres Ramírez, 2007). Ofelia Woo (1997) precisa que para las mujeres la decisión de migrar es más que una estrategia de sobrevivencia, ésta ciertamente se basa en expectativas individuales para trabajar —razones económicas y laborales— pero también para conocer —aventurarse— o por problemas familiares. Agrega esta autora que las mujeres no sólo emigran en función de un proceso de unificación familiar (Woo, 2002).

Lo anterior ha llevado a distinguir entre migraciones asociativas o autónomas; es decir una decisión tomada por otras personas o de manera individual (Ariza, 2000). Ofelia Woo (2002) menciona que las migraciones autónomas son aquellas que involucran a mujeres solas, mientras que las asociativas son aquellas donde las mujeres migran con familiares. Szasz (1999) agrega que las migraciones autónomas o independientes son más comunes entre hombres que entre mujeres, especialmente en poblaciones donde existen fuertes factores culturales que ejercen un gran control sobre las mujeres y que las obligan a permanecer bajo la protección y vigilancia de los hombres. En estos lugares los hombres tienden a tener más libertad en la decisión de migrar que las mujeres, y suelen insertarse en una gama más amplia de ocupaciones.

Ramírez García et al. (2005) clasifican en tres grupos a las mujeres migrantes, según la posición que ocupan en su grupo doméstico: a) las que migran para el sostenimiento del grupo familiar y son las principales proveedoras de éste; b) las que migran de manera autónoma, habitualmente solteras; y c) las que migran dependientes del marido. Pierrette Hondagneu-Sotelo (1994) encontró dos posiciones en las modalidades de migración femenina; las que quieren emigrar y encuentran resistencia del esposo; y aquellas que emigraron obligadas por él. Las particularidades migratorias femeninas y las razones o causas que estimulan estos tránsitos son complejas y diversas, dependen en gran parte de la situación de vida, del entorno familiar y local, así como de factores estructurales más amplios.

La migración es un factor potencial de cambio en todas las áreas de la vida de un individuo (Gregorio, 1998; Woo, 2002; Ariza y Oliveira, 2001). El proceso migratorio altera las relaciones de género produciendo efectos ambiguos. Para las mujeres uno de los riesgos es la mayor vulnerabilidad a la explotación económica y sexual, mientras que ciertos beneficios pueden ser la potenciación de algunos aspectos de sus vidas, tales como el ejercicio de mayor autonomía que representa un paso al empoderamiento, tanto de aquellas mujeres que migran como de aquellas que permanecen en sus comunidades de origen. Agrega Irma Arriagada (2007) que una de estas mudanzas es la modificación de los papeles de las mujeres y la ampliación de su autonomía.

En otras palabras, la migración para las mujeres es un detonador del incremento de poder en la toma de decisiones al interior de los grupos domésticos que supone mayor apertura hacia la autonomía económica, el acceso a nuevos espacios de participación social y la renegociación de roles de género (Deloris, 2007; Almeida, 2007). Se han documentado cambios en las relaciones familiares, en las redes sociales, mayor grado de autoestima de las mujeres, incremento en su capacidad en la toma de decisiones y en las relaciones de poder de la familia (Hondagneu-Sotelo, 2001). Sin embargo, coincidimos con Josefina Manjarrez (s/f:18) quien enuncia que:

"la migración no es el único factor que contribuye a modificar las relaciones de género, sino que éste se articula con cambios en el modelo de género hegemónico mediante el surgimiento de nuevas socializaciones y procesos de corte estructural que inciden en las generaciones. No obstante, la migración incide en los nuevos arreglos familiares y coadyuva a las negociaciones entre los géneros".

Es importante considerar la interrelación entre migración y estos factores para comprender mejor sus efectos en la estructura jerárquica de las relaciones de género. Al interior de los grupos domésticos, las dinámicas y lógicas internas tradicionales son sustituidas, matizadas o disfrazadas; algunas transformaciones generarán impactos positivos para cada uno y una de sus integrantes, mientras otros no favorecerán ni a unas, ni a otros. La separación entre los y las integrantes por tiempo indefinido tiene un efecto profundo en los procesos de negociación del grupo doméstico, las relaciones de poder pueden tensarse e intensificarse o, contrariamente, los comportamientos dominantes pueden tender al establecimiento de relaciones de género más equilibradas. En los hogares las mujeres ganan mayor autonomía personal e independencia, mientras los hombres pierden terreno en la toma de decisiones. En estos grupos domésticos divididos ciertos cambios distinguibles son los producidos en la comunicación, en las prácticas rutinarias y cotidianas; y en las estrategias económicas generadas tanto por los aportes económicos enviados —remesas— como por las nuevas habilidades de las y los migrantes como administradores/as de recursos (Deloris, 2007).

Además, el acceso regular a salarios y su consecuente contribución al hogar permitirá a las mujeres mayor control y decisión sobre el presupuesto y otros dominios del ámbito doméstico (Hondagneu-Sotelo, 2001). Sin embargo, la migración no necesariamente significa la ruptura con modelos de género hegemónicos, y la reasignación de roles no es una regla general en las localidades migrantes, en algunos casos los papeles tradicionales femeninos y masculinos permanecen intactos (Almeida, 2007). Algunas investigaciones han precisado que en casos de mujeres —parejas de migrantes— en tanto ellos se encuentran fuera, ellas logran insertarse en la vida laboral y mantener cierta independencia, aunque esto no es para siempre, cuando los maridos regresan a la localidad las relaciones subordinadas y los roles tradicionales de género vuelven a reproducirse y establecerse casi de manera indemne (Suárez et al., 2007). En los casos de mujeres migrantes, una línea de discusión ha apostado por el cambio en los roles de género a partir de la participación económica femenina vía el trabajo extra-doméstico remunerado y la migración. Esta perspectiva plantea modificaciones en las relaciones de género en el contexto de la sociedad receptora, particularmente en lo que se refiere al manejo de los recursos del hogar. No obstante, como señala Marina Ariza (2000), se ha documentado que el retorno al lugar de origen puede producir un reacomodo, en el que las mujeres retoman el papel que tenían antes de migrar en favor del bienestar familiar. De esta manera, una vez de vuelta en casa, las condiciónes propicias de la migración se diluyen, y en consecuencia, el modelo hegemónico de género previo a la migración es reestablecido al retorno (Manjarrez, s/f).

Yanet Almeida (2007) precisa que cuando las mujeres regresan, continúan realizando las mismas actividades domésticas que efectuaban antes de la migración. Estos patrones permanecen por igual para hombres como para las mujeres, ya que representan la columna de un sistema de reglamentación, prohibiciones y opresiones de género. Quizás esta sea una de las razones por las cuales las mujeres se ven menos tentadas a regresar, pues al fin la sociedad que las hospeda les está garantizando relaciones más equitativas que aquellas ofrecidas en su lugar de origen (Torres, 2007, Manjarrez, s/f). Los cambios en las relaciones de género que experimentan los grupos migrantes, y cada uno de sus integrantes —hombres y mujeres, niñas y niños— muestran que en este proceso de renegociación existe una gran diversidad de realidades y posibilidades.

Compartimos con Josefina Manjarrez (s/f) la proposición de tener cautela en cuanto a que las asimetrías de género son reestablecidas una vez que las mujeres regresan a sus localidades de origen, ya que la migración no es el único factor que está contribuyendo a modificar las relaciones de género, ello está también condicionado por procesos contextuales —estructurales, globales, regionales, locales— y generacionales en las que pueden surgir configuraciones novedosas. En todo caso, debemos considerar que en el contexto globalizante la migración representa un factor desencadenante y estimulante para la autonomía femenina y la adquisición de poder, cuyos impactos son diferenciales según la vida de las mujeres y de los hombres —de manera individual—, y de sus familias y de sus localidades de origen (Woo, 2002; Ariza, 2000; Manjarrez, s/f; Flores Hernández, 2010).

 

Autonomía: un paso hacia el empoderamiento femenino

Los términos autonomía o empoderamiento son empleados con frecuencia como sinónimos, sin cuestionarse el significado de cada uno, ni las semejanzas o las diferencias entre éstos. Jejeebhoy (1995) precisa que la autonomía es un concepto estático que refleja el nivel de poder de decisión de una mujer en un momento determinado, en tanto que el empoderamiento tiene un carácter dinámico, procesual. Brígida García (2003:239) enuncia que la autonomía es una capacidad humana que refiere a la "independencia y actuación según interés propio", como tal es una de las posibles manifestaciones inmediatas que permiten impeler el empoderamiento, entendido a éste como "el desafío y eventual acceso a las fuentes de poder y al control de diferentes tipos de recursos que puede tener lugar en los niveles social o individual". El empoderamiento femenino es una herramienta individual que permite el acceso y el control sobre los recursos necesarios, como también tomar una decisión de manera informada.

La autonomía puede ser identificada como sinónimo de independencia y libertad. En la esfera individual, ésta significa ejercitar la capacidad de autogobierno. Una persona autónoma es aquella que expresa opiniones propias, toma sus decisiones sin influencia o manipulación de otras y las lleva a cabo por sí misma. La autonomía dota a la persona de capacidad de elegir sus propios valores y defenderlos frente a la imposición colectiva y la presión social. Este atributo es relacionado con lo masculino, en gran parte por los procesos de socialización, donde a las mujeres les resulta difícil autopercibirse como agentes independientes; y más bien se identifican en una red interpersonal (Gregorio Gil, 1998). La socialización produce y determina que las mujeres actúen en relación con los otros y muchas veces para otros. Emma Zapata et al. (2002) señalan que la autonomía y lo relacional son una función que emerge de la posición social, más que del género. El término empoderamiento es pertinente para analizar los cambios en la situación de las mujeres y las relaciones de género.

Este mismo proceso entraña cambios en la conciencia, en la autonomía, en las identidades individuales y colectivas, en la percepción del mundo y del propio ser (Venegas, 2005). Diversas autoras (Batliwala, 1997; Rowlands, 1997; Zapata et al., 2002; Delgado-Piña et al., 2010) coinciden en entenderlo como un proceso. Beatriz Martínez (2000:60) acota que, como tal, el empoderamiento "involucra la interacción entre cierto grado de desarrollo personal y sus acciones". En el terreno de las prácticas, el empoderamiento posibilita evaluar la dinámica de este proceso y su multidimensionalidad; no se limita a la acción y el cambio individual, involucra las relaciones interpersonales en muy diferentes ámbitos, y con las transformaciones institucionales y culturales (Delgado-Piña et al., 2010; García, 2003).

El proceso de empoderamiento implica cambios en la propia identidad, en la autopercepción y en la percepción que se tiene sobre los y las otros(as) (Delgado-Piña et al, 2010). La transformación de la propia identidad no es placentera para quien la experimenta, al contrario es dolorosa y lastimera porque trastoca la fibra más íntima del yo, este golpeteo conduce a cambiar aquello que no resulta agradable a cada ser. Joanna Rowlands (1997) enuncia que el empoderamiento tiene tres espacios de acción: el nivel personal, el de las relaciones cercanas y el colectivo. Interesa en este trabajo enfatizar sobre el primero, aunque se reconoce, como bien lo plantea Nidia Hidalgo (2000), que los cambios generados en una dimensión afectan o hacen accionar a las otras.

El empoderamiento individual consiste en desarrollar el sentido del ser, la confianza y las capacidades individuales (Zapata et al., 2002). Ello incluye la capacidad de realizar aquellas acciones que antes se temían emprender o que se desconocían (Delgado-Piña et al. , 2010). En el nivel personal se cobijan cambios en la percepción, en la confianza individual, y en la capacidad de desprenderse de la opresión de largo plazo internalizada, en las mujeres se produce una transformación de la identidad y de las habilidades, y un aprendizaje paulatino o acelerado -según el caso- de nuevas y mejoradas capacidades, se asume el control en la toma de decisiones y sobre el destino de sus propias vidas; y muchas veces en éstas va implícito el destino de quienes dependen de ellas. Estas modificaciones van acompañadas de factores facilitadores que las promueven, como también irán custodiadas por factores inhibidores que las condicionan (Rowlands, 1997). Dichos factores no son unilaterales e independientes.

En el núcleo de la dimensión personal radican las habilidades de negociación, comunicación, y para obtener apoyo y defender derechos, la confianza, la autoestima, el sentido para generar cambios, la dignidad y el sentido de "ser" en un amplio contexto. En esta dimensión, el empoderamiento se manifiesta en el incremento de: (a) habilidades para aprender, formular ideas, expresarse, participar e influir en nuevos espacios; (b) respeto personal y de otros y otras; (c) sentimientos de que las cosas son posibles; (d) toma de decisiones propias (controlar recursos e interactuar fuera del hogar); y (e) control sobre las circunstancias personales (ingreso, fecundidad, libertad en la movilidad y en el uso del tiempo personal) (Rowlands, 1997). Para esta exposición interesa retener los dos últimos aspectos, sobre todo aquello que involucra la autonomía económica y sus contradicciones. Entre los aspectos que caracterizan a las mujeres como autónomas se encuentran el desempeño activo de su papel en la sociedad; la influencia real en las decisiones sobre su propia vida; la libertad de movimiento y de interacción con los y las otras; y la autoconfianza social y económica (Jejeebhoy, 1995).

Una de las etapas que involucra el empoderamiento se relaciona con el componente económico; cuanto más independencia económica tenga una persona, las posibilidades de tener independencia general serán mayores. Srilatha Batliwala (1997) sugiere que el empoderamiento económico tiene impacto positivo en otros aspectos de la vida de las mujeres. En general, la integración de las mujeres al mercado de trabajo, su participación como generadoras de ingresos, y el acceso y control sobre ciertos recursos materiales fortalecen la seguridad económica y contribuyen a reducir la situación de vulnerabilidad. El acceso y el control de las mujeres sobre el dinero permite autonomía financiera o independencia económica, y posibilita ocupar mayores espacios familiares, grupales y comunitarios, aspectos todos relacionados con el empoderamiento (Coria, 2004). Para esta autora el manejo del dinero es diferenciado según género, socialmente el dinero no es considerado "dominio" de las mujeres y genera conflicto. En Suecia, uno de los países más igualitarios del mundo, aún persisten entre las parejas prácticas tradicionales en la división del trabajo, y un desequilibrio de poder respecto a la toma de decisiones económicas, el control y uso del dinero, en el cual las mujeres son más vulnerables (Nyman y Reeinikainen, 2001). Clara Coria (2004:52) puntualiza que "el dinero como instrumento de poder permite a quien lo administre no sólo esto, sino la administración real y simbólicamente de la movilidad del otro y la de sí mismo". En el caso de los grupos domésticos fragmentados por la migración, sin duda, los papeles femeninos y masculinos acerca del manejo y control del dinero —y sus implicaciones— son transformados (Deloris, 2007).

 

Metodología y el contexto de estudio

En este estudio se privilegió una investigación de corte cualitativo. El trabajo de campo se hizo durante los meses de abril y mayo del año 2010, utilizando para la recopilación de la información la entrevista a profundidad y la observación directa. A través del método de bola de nieve se identificaron 55 personas reconocidas como migrantes internacionales, número que sobrepasa el registro —cinco migrantes— del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática correspondiente al año 2005. La distribución según sexo fue de 39 hombres y 16 mujeres, lo que muestra que durante el año 2010, de cada 10 migrantes tres eran mujeres que habían o estaban participando en tránsitos migratorios internacionales. En comparación con datos de Flores Hernández (2010) referidos al año 2004, el número de migrantes ha aumentado.

La información analizada para este trabajo corresponde a un total de siete mujeres con experiencia migratoria de retorno, residentes en la localidad de La Aurora (cerca de 44 % en relación con las 16 mujeres migrantes identificadas). El número de mujeres podría considerarse estadísticamente poco representativo, sin embargo, nos sumamos a la consideración de Marroni (1995:158) acerca de que los relatos de las mujeres entrevistadas conjuntan "experiencias, sentimientos e ideas presentes en casi todas las mujeres con las que se tuvo contacto". Además, coincidimos con la propuesta de Delgado-Piña et al (2010) y Flores Hernández (2010) al no pretender generalizaciones a partir de la experiencia migratoria de estas mujeres, aunque sí creemos que el testimonio de cada una de ellas —el cual es protegido utilizando seudónimos— podrá permitir la representación de cada caso y la extrapolación de situaciones particulares a contextos más amplios.

Todas las informantes habían migrado bajo estatus de "ilegal". El promedio de edad fue de 30.7 años; cuatro son oriundas de La Aurora, mientras el resto proviene de otras poblaciones cercanas, y al casarse emigraron a esta poblado. Todas cuentan con estudios básicos, la mayoría terminó la secundaria; en cuanto a su estado civil, solamente una declaró estar soltera y una divorciada1. El promedio de hijos e hijas es de 2.6. Solamente dos mujeres dijeron haber migrado con motivo de reunificación familiar —con el padre y con el marido. Contrariamente, en los cinco casos restantes, todas ellas protagonizaron antes que sus parejas esta experiencia, durante el trabajo de campo, ellas se encontraban en la población, mientras que sus maridos estaban en EE. UU.

Los destinos de las mujeres fueron New Haven, Bronx, Nueva Jersey, Maryland, Washington, Queens, Nueva York, Brooklyn, en estos lugares permanecieron la mayor parte de su estancia, un promedio de tres años (el mayor tiempo fue de cinco años y el menor de sólo uno). Las tres últimas ciudades están caracterizadas por concentrar la mayor población latina (Marroni da Gloria, 2009). Las actividades a las que las mujeres se dedicaron siendo migrantes fueron en el área de los servicios: empleadas domésticas, niñeras, empleadas en restaurantes, en hoteles, en tiendas comerciales y fábricas, actividades económicas altamente feminizadas.

La Aurora, localidad de reingreso de las mujeres, es parte del municipio de Tepeyanco del estado de Tlaxcala; se localiza a medio kilómetro de la carretera Puebla-Tlaxcala, vía de comunicación que la conecta con la ciudades de Puebla y la capital del estado de Tlaxcala. Para el año 2010 estaba habitada por 641 mujeres (53.7 %) y 551 hombres (46.2 %), un total de 1192 habitantes, lo que oficialmente la clasifica como localidad rural. El 17.3 % de los hogares registrados (43 de 248) son encabezados por mujeres (INEGI, 2010). La tenencia de la tierra es totalmente manejada bajo el régimen de la pequeña propiedad, prevaleciendo el minifundio, con una superficie total de 1250 ha, de las cuales, 41.4 % se destina a la producción agrícola, principalmente de maíz (Zea mays), fríjol (Phaseolus vulgaris) y calabaza (Cucurbita pepo) (Flores Hernández, 2010).

La población económicamente activa (PEA) es de 428 habitantes (316 hombres y 112 mujeres), mientras que la población económicamente inactiva (PEI) es de 442 habitantes (88 hombres y 354 mujeres). En cuanto a las actividades productivas principales prevalecen aquellas del sector terciario —servicios y comercio principalmente—, enseguida el sector secundario, y finalmente el sector primario (INEGI, 2010). En la actualidad, las mujeres y los hombres de La Aurora participan en distintas opciones de empleo ejerciendo diversas funciones, encontramos a mujeres que se dedican a la comercialización de productos agrícolas en los mercados locales (comercio "al menudeo") mientras otras más son profesionistas con estudios de posgrado ocupando puestos de alta jerarquía en instituciones educativas o de la iniciativa privada. Igualmente algunos hombres, a través del comercio a gran escala, (comercio "al mayoreo") han adquirido gran poderío económico, en tanto otros continúan dedicándose de manera exclusiva a sembrar la tierra y cuidar los campos; algunos y algunas más desde el año 2005 han salido en busca del "sueño americano" (Flores Hernández, 2010).

La Aurora es una localidad, como muchas otras en México y en Tlaxcala, donde el incremento de migrantes se está intensificando. Para septiembre del año 2011 se identificaron a nueve mujeres migrantes, sumando un total de 61 migrantes. Esta situación demuestra que la migración en este poblado, en vez de un proceso que se esté frenando, contrariamente se ha acelerado. Los hombres fueron los primeros en irse, luego las mujeres. La razón principal es la oportunidad de trabajo que permita algo más que la supervivencia. Los "migradólares" han alentado la salida de los y las jóvenes. El impacto material de las remesas es notorio en las casas construidas al estilo norteamericano, las camionetas con alto sonido y música ranchera o corridos y, más recientemente, en el esplendor de las fiestas patronales, de Carnaval y Navidad donde participan familiares de los y las migrantes.

En este contexto, cada vez el número de mujeres que han decidido emprender la travesía y asumirse como protagonistas de la migración internacional va en aumento: hacer planes, empacar las escasas pertenencias y "armarse de valor" para dejar atrás el pueblo, rebasar los límites del municipio, salir del estado, atravesar el país, y finalmente cruzar la frontera para llegar a una tierra desconocida que se anuncia ya cruel, y que sin embargo, parece ser les genera esperanza para encontrar algo que la propia no les está ofreciendo: trabajo y también ingreso.

La experiencia migratoria: todos lo vieron mal

La experiencia migratoria no influye de la misma manera en hombres y mujeres. El modo de inserción en la corriente migratoria, la estructura y dinámica familiar, el estado civil, el número de descendientes, la edad, etcétera, marcan diferencias y afectan significativamente las formas en las que cada persona se integra en la sociedad receptora y se reincorpora en la sociedad de origen. Las vivencias migratorias son muy distintas para cada mujer o cada hombre.

El proceso migratorio ha complejizado los acuerdos y los arreglos producidos antes, en el momento de tomar la decisión de migrar, durante y al retorno. Tomar la decisión de irse es la primera elección que las mujeres tienen para redefinir el rumbo de sus vidas. El proceso de empoderamiento se empieza a hacer presente, desde el momento que las mujeres deciden migrar, acción que convertirá al sujeto en agente activo. Con esta decisión comenzará una serie de otras más que alentarán la adquisición de poder en "lo personal", gestando su propia capacidad para incrementar su independencia y fuerza interior; tal decisión permitirá ir construyendo las bases para la conformación del "poder desde dentro", lo que indudablemente trae consigo costos y beneficios desde el momento en que se decide irse "allá" hasta el momento en que se regresa para estar "acá".

Al tomar esta decisión, las mujeres se posicionan como protagonistas en los tránsitos migratorios. De las siete entrevistadas, todas dijeron haber tomado la decisión de migrar por sí mismas, en cuatro casos consultaron la conveniencia de esta determinación con sus parejas, padres o hermanos; sin embargo, la iniciativa nació en ellas. Inicialmente, los primeros no estarían de acuerdo y ello generaría enfrentamientos entre la pareja.

Cuando decido irme lo primero que pensé es que lo iba a hacer para darle a mis hijos lo que no tenían, lo platiqué con ellos y mi esposo, al principio él se negaba, lo que nos ocasionó algunos problemas porque no le parecía, quizás por lo que dirían sus familiares y los vecinos, no lo sé; era herir su orgullo machista, y tuve que afrontar nuevos problemas, más de los que se habían presentado al tomar la decisión, discusiones y más discusiones, hasta que lo aceptó, aunque le dolió (Azucena, 34 años).

Existen posiciones contradictorias y no siempre de armonía cuando se decide emigrar, las relaciones de conflicto y de solidaridad dependen de la posición de las mujeres en la estructura familiar, del ciclo de vida y de los motivos de emigración (Zapata et al., 2011). Estos conflictos se sustentan en relaciones de autoridad y poder entre los miembros de la familia, particularmente como lo refiere Woo (2002) cuando quien emigra es mujer, las contradicciones se agudizan y complejizan, no sólo en el ámbito familiar sino también en el comunitario.

Creo que todos lo vieron mal, mis familiares también, siempre dijeron que 'cómo había dejado a mis hijos', pero ellos no sabían lo que yo no tenía, y mucho menos me dijeron 'ten lo que te hace falta', por esa parte nunca me importó lo que dijeran o dejaran de decir. A esas cosas se enfrenta una cuando decide irse, pero claro, si fuera un hombre, nadie diría nada (Carolina, 29 años).

Marina Ariza y Orlandina de Oliveira (2001) precisan que las familias con migrantes son familias en transición, en las cuales se han trastocado las relaciones entre sus integrantes, estas rupturas no han sido pacíficas ni para unas, ni para otros. Aun así, las mujeres de La Aurora decidieron emigrar. Al explorar las motivaciones centrales que condujeron a las mujeres a partir, cuatro respondieron directamente que por razones económicas; es decir, la falta de recursos suficientes para continuar viviendo. Solamente dos mujeres expresaron como motivo la reunificación con su esposo y padre, respectivamente. La última mujer dijo que por aventura, para conocer y trabajar, respuesta que podríamos considerar como interés en ganar dinero. La precariedad económica y la falta de empleo se presentaron como una respuesta constante que estimuló la migración entre las aurorenses; sin embargo, de manera indirecta, al menos tres mujeres manifestaron la necesidad de huir de los problemas con su pareja y la violencia intrafamiliar.

Ganar nuestro propio dinero y otros logros

El acceso y control sobre los recursos económicos, así como la negociación acerca del uso del dinero son factores potenciales para estimular la capacidad de acción entre las mujeres. La generación de ingresos propios —incluidos aquellos producidos por la migración— abre una posibilidad para que ellas tengan autosuficiencia económica. Del total de entrevistadas, cuatro dijeron que antes de tomar la decisión de migrar habían tenido experiencia laboral ya estando casadas, el resto —tres— dijo no haber trabajo nunca sino hasta haber migrado. Es importante precisar que las mujeres que habían trabajado antes de migrar lo hicieron a una edad relativamente temprana, y afirman que a pesar de ello no habían logrado autonomía e independencia en la toma de decisiones, sino hasta después de haber migrado y regresado.

Todas las entrevistadas dijeron que estando en situación de migrantes habían aportado dinero para apoyar a su familia, éste iba dirigido principalmente a cubrir necesidades básicas —alimentación, educación y cuidado de la salud—; y en algunos casos fue orientado a la construcción de vivienda y compra de automóviles. El dinero era enviado en primer lugar a la pareja, en segundo a la suegra, en tercero a la madre o padre, y finalmente a hermanos.

Enviaba dinero, se lo mandaba a mi esposo, yo le decía qué hacer pero él también podía decidir, si faltaba algo para la casa, gastos de la escuela, uniformes, cuando se enfermaban mis hijos o querían algo, él me hablaba y me decía lo que hacía falta y yo lo enviaba. Le decía qué comprar, para qué y cuánto en cada cosa, pero no siempre lo hacía, a veces lo agarraba para invertir en su negocio de nieves. Otra parte del dinero era para ahorrar, pero eso se lo mandaba a mi papá, él abrió una cuenta bancaria para depositar el dinero. A mi esposo solo le enviaba para gastos de mis hijos y la casa, la otra parte a mi papá, con eso compré una casa, mi coche y los ahorros que aún tengo (Mónica, 30 años).

Destaca en el testimonio de Mónica que ella destinaba el dinero con dos fines, por un lado la sobrevivencia de su familia, y por otro, el ahorro y la inversión; el primer fin se constituiría como una responsabilidad del marido, mientras que el segundo como una responsabilidad del padre, posiblemente está determinación de enviar dinero al padre para asegurar su futuro —bienes materiales y ahorro— se debía a la confianza en él, preferentemente que al esposo; en el testimonio Mónica asegura que el marido no siempre usaba el dinero en lo que ella le decía. En otros trabajos (Ramírez et al., 2005; Deloris, 2007) se ha documentado que la preferencia de enviar el dinero a varones no radica tanto en la confianza que se les tenga, sino en el hecho de saber que para las mujeres (madres, hermanas o suegras por ejemplo) les resultaría más difícil realizar las gestiones de abrir una cuenta bancaria, acudir a cobrar los envíos, entre otros; ello en parte dependerá de la modalidad de transferencia o el tipo de servicio financiero que se utilice.

Con complacencia, las mujeres reconocen que durante su etapa migratoria eran activas generadoras de ingresos y proveedoras económicas centrales: ganar y contar con recursos económicos propios para ellas representó la oportunidad de tomar decisiones respecto a qué hacer con éstos. Según respuestas, todas las mujeres tomaron directamente la decisión del destino de los recursos enviados, aunque dos compartieron la decisión con la pareja y la suegra. Tener dinero propio les permitió a las mujeres migrantes fijarse objetivos que antes del proceso migratorio no les fue posible hacer.

"Aporté dinero para construir la casa, para los gastos de mis hijos, y eso me hace sentir bien, tranquila de poder ayudar a mi familia. Es bonito que una decida qué hacer con lo que una gana, y no depender de lo que tu esposo te da". Esta experiencia es muy similar a las expresadas por otras de las informantes. (Azucena, 34 años).

Tomar sus propias decisiones respecto al destino de sus ingresos, decidir a quién enviar el dinero y cuándo gastarlo, las fortalecía interiormente para constituirse como seres independientes económicamente, sin mantener una relación de codependencia con sus parejas. Esta situación gestó una concientización de sentirse capaz de hacer las cosas. Ofelia Woo (2002) afirma que cuando las mujeres tienen "éxito" en su travesía y se convierten en proveedoras económicas fundamentales, es más posible que puedan cambiar sus roles tradicionales, lo contrario redunda en una pérdida de autonomía. En el caso estudiado, estamos comprometidas con explorar qué ocurre entre las mujeres migrantes de retorno de La Aurora una vez adquirida y reforzada esa capacidad de poder en sí mismas: hasta qué punto esas potencialidades positivas que las mujeres adquieren se mantienen al regreso; en otras palabras, qué tanto el haber aprehendido a ganarse la vida allá lo asumirán como una habilidad de largo plazo, útil para enfrentar el reto del retorno.

Ciertos elementos velan el manejo y control del dinero estando allá y una vez de vuelta acá. Una vez de regreso a casa, las mujeres dijeron que comparten las decisiones referentes a los ingresos familiares con la pareja —mujeres unidas—, con el padre o madre —mujer soltera— y dos respondieron que por sí mismas toman las decisiones (divorciada y en proceso de ruptura marital). Las respuestas afirman que al regresar a su lugar de origen las mujeres se comprometen directamente en la toma de decisiones o cuando menos participan activamente en ésta.

Yo soy quien decido qué comprar para mí y para los demás. Creo que es algo justo que podamos comprar las cosas que nosotras decidamos, ya que trabajamos, de alguna forma es un sacrificio que se hace, en mi caso por eso compro lo que quiera, ahora tengo dinero, ya no tengo que limitarme para comprar algo que me gusta. Es bonito trabajar y ganar dinero para no depender de tu marido (Blanca, 31 años).

Yo decido qué hacer con una parte pero mi esposo también me dice, además de ocuparlo para los gastos de la casa y los niños, me dice qué hay que hacer y con mi dinero también, decimos cuánto juntamos los dos y qué hacer con todo (Violeta, 27 años).

Muy posiblemente esta habilidad positiva ganada por las mujeres tiene que ver con el hecho de que continúan generando ingresos propios o al menos cuentan con dinero ahorrado que les permite independencia. De las siete mujeres migrantes de retorno entrevistadas, cuatro continúan trabajando, intentando mantener este patrón laboral, ya que por experiencia saben que les representa la vía para manejar y controlar sus propios recursos económicos y favorecer su independencia.

Sí, tengo un ingreso propio porque sigo trabajando, también cuento con el dinero que mi esposo me da para los gastos. Él tiene que seguir cooperando. El que yo trabaje no significa que él pueda desobligarse. A pesar de ya no estar en EE. UU. sigo trabajando para tener mi propio dinero y no estar atenida a lo que mi esposo me quiera dar (Blanca, 31 años).

Tengo mi dinero porque continúo trabajando, además tengo dinero que ahorré, y lo sigo gastando como yo quiero. De igual forma tengo dinero que me envía el papá de mis hijos para sus gastos. Aunque es poco, como la mitad de lo que yo le enviaba cuando estuve allá, pero puedo contar con ese dinero. Es una ayuda que cuentes con otro ingreso, pero creo que lo mejor que puede pasarnos a nosotras las mujeres es ganar nuestro propio dinero (Mónica, 30 años).

Los testimonios precedentes indican algunas de las circunstancias que han sido transformadas a partir de la participación de las mujeres en el proceso migratorio: a) su posición respecto al trabajo está enmarcada en saber que éste les representa autonomía y libertad; b) exigir las aportaciones masculinas como una obligación de la relación de pareja; y c) compartir los gastos. Estos son algunos de los cambios generados. Destaca en el testimonio de Mónica la crítica a la cantidad enviada por el padre de sus hijos. Otra migrante enuncia los sacrificios que ella tuvo que hacer para "juntar dinero" y enviar lo suficiente, además de contar al regreso con ahorros:

Allá casi no gastaba en nada, sólo lo necesario. La casa en la que vivíamos nos las rentaba el dueño de la empresa, era muy poco lo que gastaba, prefería mandar el dinero para que se ahorrara, lo tengo en el banco y me va generando intereses, por eso es que tengo dinero propio para gastar aunque no trabaje, es dinero del cual yo puedo disponer en cualquier momento (Azucena, 34 años).

Precisamente, tres de las siete mujeres entrevistadas dijeron que si bien ya no realizaban alguna actividad económica, cuentan con ahorros que pueden usar en lo que ellas quieran. También es importante señalar que al menos dos, aunque no cuentan con ahorros ni trabajan, si expresaron tener derecho a disfrutar y hacer uso del dinero dado por sus parejas sin ningún tipo de malestar.

Por el momento sólo tengo el dinero que me manda mi esposo, es el que utilizo para los gastos de la casa, mis cosas personales así como las cosas de mis hijos. Pero espero muy pronto volver a trabajar, a pesar de no tener un ingreso propio, sí puedo decidir en qué gastar el dinero y no tengo que decirle a mi esposo en qué lo gasto, yo sola sé que hago con el dinero, él no me dice por qué o en qué gasto. Yo compro todo lo que quiera, también a veces ayudo a mi mamá con los gastos de la escuela de mis hermanos y la comida. Cuando estuve en EE. UU. me di cuenta de que hay que tener confianza en sí misma para decir lo que a una le agradaría, en mi caso antes no habría podido tomar dinero de mi esposo para ayudar a mí mamá, pero hoy es diferente (Carolina, 29 años).

Las mujeres consideran que el dinero que llega a sus manos es "propio" y como tal pueden tomar la decisión de cuando disponer de éste, situación que muy probablemente entre otros grupos de mujeres pudiera no ocurrir de esta manera, incluso, en este mismo grupo esto era de esa manera hasta antes de que ellas tomaran la decisión de emigrar. Los testimonios denotan las posibilidades de cambio que alberga la migración. El control y las decisiones sobre el manejo del dinero no es el único aspecto que ha sido transformado. El control sobre la movilidad femenina es un cambio que también resaltó en las entrevistas. La libertad de movilización es un recurso ganado.

Antes de irme a EE. UU. si pedía permiso, tenía que decirle a mi esposo, y podía hacerlo solo con su consentimiento. Ahora que regresé, una reafirma sus derechos, la libertad de decidir, pensar y hacer lo que a una le guste. Allá es diferente, respetan a la mujer mucho, aquí en el pueblo es diferente. Hoy no pido permiso a nadie para salir, solo les digo a mis hijos que voy a salir, pero definitivamente no pido permiso y creo que no tengo que pedir permiso, pues una tiene ganado el derecho a decidir lo que quiere hacer o no (Mónica, 30 años).

Esa obligación marital socialmente atribuida de "pedir permiso" representa para las mujeres entrevistadas algo ajeno, avisar y pedir permiso no tiene el mismo significado. La experiencia y la vida distinta llevada en el "allá" las hace reflexionar asertivamente. Las mujeres participantes en esta investigación pueden decidir salir, en qué momento y con quién, la preferencia enunciada fue salir en compañía —principalmente de los y las hijas—, aunque esto responde sobre todo a una decisión individual mas que a una imposición familiar. En parte, esta reacción ("salir con los hijos") intenta resarcir el abandono al que los sometieron y para recompensarlos por su ausencia, recuperando el tiempo perdido, mitigando el dolor, el remordimiento y la culpa.

Cuando salgo, llevo a mis hijos, no porque alguien me diga que me los lleve, sino porque me gusta. Ahora que estoy con ellos no quiero dejarlos solos, lo hago porque siento remordimiento de haberlos dejado solos, pero también salgo sola cuando no están o están haciendo su tarea, voy a la tienda, a ver a mi mamá, al mercado, a recoger el dinero que me envía mi esposo (Carolina, 29 años).

Aun cuando las mujeres expresan un "ahora puedo salir un poco más que antes", y que ellas deciden libremente su movilidad y su tiempo, no han escapado del mandato sociocultural de la femineidad moldeado en esta población. Muy pocas de las salidas fuera de casa que las mujeres realizan quedan al margen del modelo tradicional asociado con sus funciones de madre-esposa (seres para otros): juntas en la escuela, pagos de servicios, compras en el mercado, y visitas a casas de familiares son espacios frecuentados; solamente una mujer refirió salir a practicar ejercicio, y a divertirse a fiestas.

La libertad en la movilidad de las mujeres está condicionada y continúa dependiendo del cumplimiento social de sus obligaciones maternas sobre todo que por sus intereses personales. También suponemos que hay ciertos espacios que todavía continúan tejiendo rígidas resistencias. En este sentido, uno de los aspectos sobre el cual intentamos saber si había cambiado fue el referente a la participación de hombres y mujeres en las responsabilidades domésticas. Al respecto una informante contó:

Ahora ya no les hago a mis hijos todo, les he enseñado a hacer solos sus cosas, a lavarse, plancharse. Incluso cuando no estoy, ellos calientan su comida, comen solos, o se hacen cualquier cosa, recogen su mesa, lavan los trastes. A mi hija le he dicho que no tiene que soportar humillaciones, que nadie puede hacerla sentir menos, nadie es más ni mejor que otra persona. Sobre todo le he dicho a mi hija que nunca debe dejarse humillar por un hombre por un simple plato de frijoles. A mi hijo le he enseñado a respetar a las mujeres, le he dicho, 'nosotras no somos un mueble más de la casa, somos seres humanos, sentimos, lloramos, reímos, todo, y debes respetar a las mujeres para que todo sea mejor' (Mónica, 30 años).

La experiencia de Mónica trasmitida a su hija intenta resguardar su integridad como persona y enaltecer el valor que le corresponde en el mundo; al mismo tiempo, la exigencia a sus hijos -varones- trata de educar en miras a relaciones más justas. Las actividades del cuidado de la casa y de la familia, si bien continúan considerándose una encomienda femenina, el reclamo de "las ayudas" se ha convertido en una demanda femenina entre las migrantes de retorno. Hay que precisar que algunas son tareas que obligan a la cooperación familiar (lavar ropa, trastes, limpiar, trapear y cocinar, entre otras), mientras otras aunque pudieran ser de este modo, siguen siendo actividades domésticas realizadas exclusivamente por las mujeres (cocinar, planchar, costurar).

Hoy mis hijos me ayudan en los quehaceres de la casa, no importa que sea cosa de mujeres o hombres, aquí todos ayudan a lavar trastes, tender camas, acomodar, limpiar a todo lo que se realice en la casa. Mi esposo, como también ya estuvo en EE. UU. y allá él hace sus cosas solo, cuando viene también ya las hace, me ayuda a lavar los trastes, a hacer la comida, y eso ya se les inculcó a mis hijos, no hay cosas o tareas para hombres o mujeres, somos seres humanos y tenemos las mismas obligaciones y derechos (Carolina, 29 años).

Los testimonios precedentes corroboran la mayor participación de las mujeres en las decisiones que se toman en sus hogares; sin embargo, aun estas decisiones siguen matizadas por relaciones de género inequitativas. A pesar de ello, el comportamiento y la autoestima de las mujeres ya no es igual que antes de irse, ellas reconocen su capacidad para efectuar actividades por sí mismas que antes no realizaban, "ganar mi propio dinero y no depender de nadie" fue una frase bastante repetida, trabajar y salir del hogar, poner un negocio o bien enfrentar situaciones difíciles, son sin duda retos que las mujeres han aprehendido a sortear, y en los cuales el proceso migratorio ha contribuido de manera importante.

 

A manera de reflexión

A través de esta exposición hemos querido resaltar que la partida y el regreso de mujeres que han participado en tránsitos migratorios internacionales, marcan una reinterpretación de sus derechos y de sus obligaciones en el contexto de un modelo de género patriarcal. Aunque hemos dejado a un lado los costos emocionales que las mujeres han padecido para llegar a ser lo que son y estar donde están, sí reconocemos que éstos tienen un peso significativo en sus vidas. Los daños colaterales al "éxito migratorio" y al camino hacia el empoderamiento —soledad, abandono, tristeza, separación, culpabilidad, y más— es un tema poco trabajado. Esta complejidad de sentimientos y emociones que afectan la vida, no sólo de quienes se quedan sino también de quienes se van, obliga a prestarles atención. Uno de éstos, entre las mujeres de este estudio se conjugó en el binomio mujeres-madres. Haber abandonado a los hijos e hijas, no verlos y verlas crecer, perderse momentos importantes de sus vidas, no ser su compañía en las enfermedades y en las alegrías, no disfrutar a la familia, representan para las migrantes espacios vacíos emocionales que cargarán lastimosamente y experimentarán durante largo plazo con culpabilidad.

Sin embargo, una realidad para las mujeres migrantes de retorno era clara: la disfrazada cuestión económica fue una variable central de las ganancias obtenidas por la migración; y el dolor del abandono eran el único camino para alcanzar bienes y satisfactores materiales para sus hijos e hijas. Es importante destacar que en el contorno de estos logros financieros, la capacidad de acceso y control sobre "lo material" es reflejado en la toma de decisiones que las mujeres hacían para: decidir a quién enviar las remesas, dirigir desde la distancia su uso, y sobre todo intentar asegurar su bienestar futuro al regreso, al considerar en los destinos de las remesas las inversiones en una casa, una camioneta o a los ahorros, aunque destaca que por el hecho de que la mayoría de las mujeres fueran madres intentaban, asegurando su propio bienestar, el de sus descendientes.

Las mujeres al regreso ya no son las mismas que cuando se fueron; además de más años encima, regresan nutridas de complejas experiencias y aumento de otros saberes. Las mujeres de vuelta son más seguras de lo que hacen y pueden llegar a realizar, son capaces de expresar sus opiniones, pero también de defenderlas. Indudablemente tener dinero propio ha hecho que las mujeres sean capaces de hacer frente a las adversidades de una manera distinta. Contar con mayor autonomía y poder en la toma de decisiones son pasos significativos que conducen a un proceso de empoderamiento en el nivel personal. Este refinamiento de sus habilidades les ha permitido tener libertad en la movilidad y en el manejo del dinero. La participación de las mujeres como protagonistas de la migración ha contribuido a la adquisición de poder, sobre todo interiorizando ese poder dentro de sí, poder que permite la libertad de pensar y de actuar, de opinar y de expresar, de inducir un cambio en una misma, pero también de generar el cambio en otros u otras. Debemos reconocer que todavía no todas las áreas de sus vidas han sido transformadas, el trabajo doméstico, por ejemplo, continúa siendo un compromiso social y culturalmente atribuido a las mujeres.

Para las mujeres, haber aprehendido a ganarse la vida allá, lo asumirán como una habilidad y aprendizaje que permanecerá en su interior durante el resto de sus vidas: en expresiones de nuestras informantes: "lo mejor que puede pasarnos a nosotras las mujeres es ganar nuestro propio dinero... para no depender de lo que te da tu esposo... y así comprar lo que yo quiera... no tener que limitarme para comprar algo que me gusta". El costo de la migración es de gran impacto como lo son sus posibles beneficios. La autonomía económica es un paso certero al empoderamiento individual, ambas herramientas personales serán útiles para enfrentar no sólo el regreso, sino su supervivencia y la de generaciones venideras de esta población rural tlaxcalteca.

 

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Nota

1 Estas características corresponden a respuestas en el momento de aplicar las entrevistas, sin embargo es importante precisar que, por ejemplo en el caso del estado, civil una mujer que respondió estar divorciada, previo a la migración y durante la experiencia migratoria se encontraba casada. Misma situación ocurrió con el número de hijos(as) ya que algunas mujeres solamente tenía uno o dos antes de migrar y al regreso se embarazaron nuevamente.

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