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 issue168Whose bones are these? Archives and literature in the CaribbeanMatei Chihaia y Guillermo Ferrer Ortega (eds. del dossier), Ficción, idea y realidad del exilio antifascista en México, en iMex. México Interdisciplinario, año 12, núm. 23, 143 pp., issn: 2193-9756, doi: https://doi.org/10.23692/iMex.23 author indexsubject indexsearch form
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Revista de historia de América

On-line version ISSN 2663-371X

Rev. hist. Am.  n.168 Cuidad de México May./Aug. 2024  Epub May 02, 2025

https://doi.org/10.35424/rha.168.2024.5720 

Reseñas

Rashkin, Elissa, Soy de nación campesino: Representación y memoria en el agrarismo veracruzano, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2022, 247 páginas, 978-607-8858-74-3

Emmanuel Armenta Romero* 
http://orcid.org/0009-0003-8390-1487

*Universidad Veracruzana, Xalapa, México. Correo electrónico: armentaromeroe@gmail.com.

Rashkin, Elissa. Soy de nación campesino: Representación y memoria en el agrarismo veracruzano. Xalapa: Universidad Veracruzana, 2022. 247 páginasp. ISBN: 978-607-8858-74-3.


Esta reseña sobre la más reciente publicación de Elissa Rashkin tiene como eje central analizar el papel político y social del campesinado en el contexto veracruzano de la posrevolución mexicana. El papel del sector campesino ha sido de suma importancia en la historia veracruzana y en cada momento histórico del país. El rol del campesino y la fuerza de este sector ha significado una evolución, tanto en la adopción de técnicas modernas para realizar el trabajo en el campo como en su forma de tratar con los gobiernos en turno.1

Elissa Rashkin es investigadora del Centro de Estudios de la Cultura y la Comunicación de la Universidad Veracruzana, especialista en estudios de la comunicación y casi toda su obra se centra en la historia cultural. Es autora de los libros Atanasio D. Vázquez, fotógrafo de la posrevolución en Veracruz; Mujeres cineastas en México. El otro cine y La aventura estridentista. Historia cultural de una vanguardia. Además, es autora de artículos y capítulos de libros (propios y compilaciones) sobre temas de cine, fotografía, literatura e historia cultural mexicana e internacional. Co-coordinó, junto con Esther Hernández Palacios, Luz rebelde. Mujeres y producción cultural en el México posrevolucionario. Actualmente dirige Balajú, Revista de Cultura y Comunicación de la Universidad Veracruzana.

En sus obras, Elissa Rashkin se acerca al estudio de la cultura, sin embargo, es necesario recalcar que no se centra en el estudio de la cultura de la élite, sino en la cultura de los denominados subalternos, los de abajo, los olvidados, los nadies.2 Al acercarnos a la obra de Rashkin nos damos cuenta que sus intereses giran alrededor del estudio de las costumbres, las tradiciones y las formas de hacer dentro de ciertos sectores populares. En la mayoría de sus obras, la autora aborda el tema de los grupos subalternos, poniendo especial atención a mujeres y campesinos. Cabe aclarar que ha trabajado también sobre otros grupos, personajes y movimientos culturales. En suma, podemos decir que el estudio de la cultura -las culturas- es el hilo conductor de las obras y preocupaciones de Elissa Rashkin.

Soy de nación campesino. Representación y memoria en el agrarismo veracruzano, es una publicación que llega como un homenaje en vísperas de los 100 años de la fundación de la Liga de Comunidades Agrarias del Estado de Veracruz. Esta novedad editorial supone una continuación y un nuevo acercamiento a fuentes como la prensa y la literatura regional para abordar el tema de la cultura del campesinado.

La estructura del libro cuenta con una introducción y cinco apartados. En el primero “Negociar el poder”, la autora desmitifica la idea de que los campesinos anteriores a la revolución y de la posrevolución se entendían como individuos bajo el yugo de aquéllos que estaban en el poder. Si bien los campesinos eran iletrados y analfabetos, al menos en la mayoría de los casos, esto no significaba que no contaran en sus comunidades con maestros, escribanos y algún representante de los gobiernos municipales. Estas figuras, muchas veces ajenas a la comunidad, eran quienes les ayudaban a escribir peticiones de tierras o bien a pedir ayuda a los gobiernos estatal y nacional para reclamar alguna restitución o repartición de tierras. Sin embargo, aún cuando contaban con la ayuda de algunos individuos, también había intereses, amenazas, corrupción y trampas que venían a echar abajo los intentos del campesinado por exigir sus derechos.

Estos espacios rurales encontraron en 1923 una especie de brazo derecho con la formación de la Liga de Comunidades Agrarias en el estado de Veracruz que, entre muchas otras cosas, vino a proporcionar recursos de mediación, así como un lenguaje legal y revolucionario que sirvió para expresar las demandas de los campesinos y dar forma a su discurso.

En el segundo capítulo titulado “¡Un periódico campesino!” la autora nos ofrece un acercamiento a cómo se percibían las diferentes perspectivas desde dos tipos de prensa durante los años veinte en el estado de Veracruz. En primer lugar, el diario El Dictamen, que representaba la voz de los terratenientes y que atacaba en cada oportunidad a los gobiernos de Adalberto Tejeda y Heriberto Jara,3 así como al reparto agrario, las políticas públicas del gobernador en turno y a la Liga de Comunidades Agrarias. En segundo lugar, La Voz del Campesino, un diario creado por campesinos que tuvieron acceso a una mayor educación,4 daba respuesta a los ataques de la prensa privada y defendía la causa posrevolucionaria. La Voz del Campesino contaba, además, con el apoyo económico del gobierno estatal y de los comités agrarios. Cabe mencionar que este capítulo trata sobre las particularidades de la prensa agraria de Veracruz, la cual contó con influencia de periódicos comunistas, de modo que se encuentra repleta de ideas y tendencias de corte izquierdista. La Voz del Campesino no sólo fue la contraparte de El Dictamen, significó además un intento de crear una prensa rural que llegara a todas las comunidades agrarias. Podemos decir que este objetivo se cumplió, ya que mediante la formación ideológica anarquista y socialista que los periodistas agrarios obtuvieron durante la revolución, nacieron lo que David Skerrit denomina “campesinos medios”, cuyo papel fue clave para el desarrollo de sus comunidades, debido a que estos actores eran capaces de desenvolverse tanto en el medio rural como urbano.

En el capítulo tercero “Lucha, fiesta y oratura” la autora se pregunta si además de la palabra escrita e impresa, las comunidades agrarias contaban con otras prácticas culturales que bien podrían entenderse como tradiciones. De modo que hace un recorrido por las tradiciones del fandango y el corrido5 como medios de comunicación y expresión adoptados durante el periodo revolucionario. De estas tradiciones se desprende la llamada “fiesta jarocha”,6 que Rashkin califica como una especie de performance en los contextos de intercambio de bienes, toda vez que estas expresiones culturales, acaso artísticas, servían (sirven) para construir y reforzar la identidad del campesino, al poseer una fortísima carga identitaria del yo.

En el cuarto apartado “Recordar no es velorio: testimonios agraristas”, se aborda la herencia agraria dentro de la literatura y se enfatiza la importancia de los textos autobiográficos escritos por aquéllos que participaron en la lucha por la tierra. La literatura testimonial es el punto central de este cuarto apartado, que funciona ya no sólo como testigo de primera fila, sino también como una barrera contra el olvido. Al recurrir a la literatura, se aborda, además, la dicotomía entre los mundos urbanos y rurales. Tal división muestra a la ciudad como el lugar autoritario donde la higiene se entiende como un rito obligado. El campo, por su parte, representa lo insalubre, lo sucio, el lugar de la tierra y del polvo. Se trata entonces de mostrar el choque que existía, y persiste en nuestros días, entre estos dos espacios que comparten un mismo mundo físico y sin embargo pareciera que uno niega y busca eliminar la existencia del otro.

El capítulo quinto “El agrarismo en la literatura regional” como su nombre lo indica, trata de la influencia de la lucha agraria en Veracruz y cómo, a pesar de su importancia, es poco recordada en la literatura de la región. Tres novelas son los hilos conductores de este penúltimo apartado, La hacienda de Xavier Icaza, Milpa potrero y monte de Gregorio López y Fuentes y Otilia Rauda de Sergio Galindo. La primera de corte elitista, a favor de los terratenientes que se oponen a los obreros corruptos; la segunda de corte costumbrista debido al lenguaje y las descripciones que usa, las creencias que en ella se describen y las costumbres que reinan en el campo veracruzano; la tercera, además de ser más conocida, abarca los temas agrarios y va más allá del fondo histórico descriptivo-narrativo para abordar el carácter moral. Tres novelas diferentes entre sí, con una perspectiva propia rescatan el tema agrario y le otorgan una interpretación única que bien podría resumirse en la lucha entre quienes poseen el poder y aquéllos que no.

El último capítulo “El agrarismo en tiempos de olvido”, crítica tanto al movimiento agrario como a los gobiernos que hacen del agrarismo una especie de agenda qué cubrir durante sus campañas, discursos y promesas políticas. En este apartado, Elissa J. Rashkin enlista las problemáticas que enfrenta el campo veracruzano desde hace algunos años hasta la fecha. Pasa por temas de migración, abandono, arrebato de tierras algunas veces a manos de fuerzas militares y otras por la delincuencia organizada, bajo la pasiva acción de los gobiernos que aún hoy se autodenominan revolucionarios, aunque están tan lejos de la revolución, como lo estamos nosotros de la paz y del bienestar.

Los campesinos han sido un tema de estudio importante en la producción académica de disciplinas como la historia, la sociología, la economía, la geografía y la antropología, sin embargo, aún hay mucho por rastrear en las historias y geografías particulares de América Latina. Como historiadores y científicos sociales nos hemos interesado por los procesos y dinámicas bajo los cuales se teje y transforma la vida campesina en contextos específicos, pero aún hay mucho por conocer.

Si bien planteamos acercarnos a las prácticas identitarias de individuos y agrupaciones vinculadas a los espacios rurales, esto debe hacerse como un proceso de construcción de fronteras mediado por un horizonte de experiencias, discursos hegemónicos, estructuras de desigualdad y luchas en que dichas prácticas se hallan envueltas.

Es fundamental entender la manera en que el campesinado latinoamericano emerge como sujeto de estas tensiones y luchas territoriales, vinculado al neoliberalismo, al acaparamiento de tierras y al neoextractivismo. Finalmente, esperamos que estos aspectos contribuyan a una discusión histórica, espacial, relacional y política de las formaciones campesinas viejas y actuales en América Latina.

Referencias

Knight, Alan y Urquidi, María, “Los intelectuales en la revolución mexicana” en Revista mexicana de sociología, Vol. 51, núm. 2, abril-junio 1989, pp. 25-62. doi: 10.2307/3540678. [ Links ]

Skerrit, G. David, Una historia agraria en el centro de Veracruz, 1850-1940, Xalapa, Universidad Veracruzana, 2003. [ Links ]

1Es importante mencionar que en América Latina, la imagen del campesino sigue ocupando un lugar ambiguo y a menudo contradictorio en los discursos sobre desarrollo, diferencia cultural, legalidad, violencia, conservación ambiental y papel político, entre otros.

2Como los llamaría Eduardo Galeano.

3Ambos representan a los primeros gobiernos posrevolucionarios del estado veracruzano.

4 Alan Knight los llamará intelectuales del pueblo.

5Ambas, músicas populares mexicanas.

6Como el nombre lo indica, consiste en una especie de celebración con música, gritos, ruidos y festejos propios del ámbito veracruzano, que normalmente tiene lugar en mercados establecidos y ambulantes.

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