Este libro de Víctor Urquidi es la suma tanto de su profundo y extenso conocimiento de la economía y de los mecanismos del desarrollo de la región latinoamericana como una poderosa reflexión crítica acerca de su propia acción como organizador en instituciones nacionales e internacionales. El resultado es un volumen que obliga al lector a reflexionar y a revisar las ideas corrientes respecto al presente y el futuro del desarrollo económico de la América Latina.
Urquidi nos plantea otro desafío que es el de interiorizar su análisis que conjuga el pesimismo de la razón, visible en el título del volumen Otro siglo perdido, con el optimismo de la voluntad, observable en sus consideraciones de los requisitos necesarios para dar vida a una nueva fase de desarrollo en el siglo XXI.
El doble registro de su análisis acerca del desarrollo económico lo conduce constantemente a entrecruzar la presentación de las variables económicas con las acciones que desarrollan tanto los operadores económicos como los actores implicados en las políticas públicas. Emerge así que para Urquidi el desarrollo económico es un proceso activo y consciente y no un resultado mecánico del desempeño económico, mensurable a partir de la evolución de los elementos económicos.
Precisamente porque el desarrollo económico se funda en la participación consciente y espontánea de todos los actores sociales, se puede comprender la necesidad que siente Víctor Urquidi de reconstruir las ideas y las concepciones relativas al desarrollo económico. Nos habla de que hasta el decenio de los cincuenta, aún no existía una idea compartida de desarrollo económico y que la idea prevaleciente hasta fines de la segunda Guerra Mundial era la de recuperar las condiciones precedentes a la crisis de 1929.
Urquidi precisa que la difusión de la idea de desarrollo, si bien fue estimulada y acelerada con la creación de la CEPAL, se convierte en operativa sólo en el decenio de los sesenta cuando converge la idea de desarrollo sustentada por la generación fundadora de la CEPAL, de la cual él forma parte, con la preocupación por el desarrollo de los gobiernos latinoamericanos, entre los cuales figura México y donde la acción desplegada por Urquidi fue importante.
La importancia de ilustrar la idea compartida de desarrollo depende, como apunta Urquidi, de que propició la participación democrática de los actores latinoamericanos. La participación de los actores sociales se convierte así en la fuerza subyacente para impedir la consolidación de los obstáculos que conoce el desarrollo latinoamericano a partir de los años ochenta. De allí que Urquidi pueda decir que hoy se percibe que “muchos de los problemas del desarrollo se habían agudizado y se descubría que sus orígenes eran más pro fundos que los supuestos” (p. 30).
El análisis diacrónico que realiza Urquidi a lo largo de todo el volumen no es entonces un simple historiar de las fases que conoce el desarrollo económico en la región latinoamericana, sino que es una reconstrucción de cómo se superan los obstáculos que emergen en los diferentes periodos, gracias a la reactivación de las fuerzas sociales y culturales que constituyen el sostén inmaterial del proceso de desarrollo económico.
Son los actores sociales los que hacen posible que las fuerzas económicas del mercado, del Estado y del contexto internacional puedan ser reactiva das para dar vida a una fase inédita de desarrollo, gracias a una nueva relación entre mercado interno y comercio exterior y entre economía real y economía financiera. En suma, sin tomar en cuenta el nexo entre los actores sociales y las fuerzas económicas no se logra comprender que cada fase de desarrollo se caracteriza por una diferente relación entre economía real y economía financiera y entre mercado nacional y mercado internacional.
El análisis de Urquidi permite entender que las asimetrías en las interacciones entre mercado y Estado y entre estas dos dimensiones nacionales con las del comercio exterior y de las finanzas internacionales generan des de los años treinta del siglo XX una serie de obstáculos que son sólo parcialmente resueltos en la posguerra y durante la edad dorada de la industrialización. Obstáculos que repuntan con fuerza en la fase de la inestabilidad y de la reestructuración que caracteriza el momento que se vive y que comenzó en el decenio de los ochenta.
Este volumen nos dice también que el desarrollo económico se bloquea, no porque los obstáculos se acumulen o amontonen uno sobre el otro, sino más bien porque los mecanismos obstaculizadores conocen un proceso evolutivo. De allí que en algunos momentos los obstáculos se aligeren, gracias a una mayor participación en el comercio internacional o a una expansión de la demanda por la ampliación del mercado interno. En otros momentos los obstáculos, en cambio, pueden converger y transformarse en recesivos, como ocurre a partir de los años ochenta, principalmente debido al mayor endeudamiento internacional. Implícitamente Urquidi sugiere -tanto al economista como al historiador de la economía- indagar con mayor profundidad y no conformarse con mirar sólo los indicadores del producto interno bruto total, sectorial y percapita.
Si se da la debida importancia a las transformaciones que conocen los factores dinámicos y obstaculizadores del crecimiento económico se logra entender mejor la agudeza del análisis de Urquidi relativo al desempeño económico latinoamericano y en tender así su insistencia en que no obstante que en algunos periodos el desempeño haya sido bueno, como el que se dio entre 1950 y 1973, la región latinoamericana conoce a partir del segundo tercio del siglo XX un rezago no sólo en relación con los países de otras áreas industrializadas, sino también en relación con otros países en desarrollo.
Nos recuerda igualmente que el rezago no significa que, a pesar de la imperfecta interacción entre mercado y Estado y entre las dimensiones nacionales e internacionales, se desconozca que la región latinoamericana hubiera “registrado efectivamente una transformación de la sociedad durante casi tres generaciones, de los años treinta en adelante, con todo y las desigualdades que han surgido al mismo tiempo” (p. 523).
A partir de esta constatación se entienden sus acertadas críticas a las políticas de desarrollo de la fase de la industrialización espontánea de los años treinta y cuarenta y de la fase de la industrialización sustitutiva de importaciones (ISI) del periodo 1950- 1973, que caracteriza acertadamente como una fase de industrialización deliberada pero sin un plan integral preconcebido (p. 146).
Sus críticas son una gran ayuda para replantear ideas innovadoras, que permitan elaborar nuevas políticas públicas que encaucen el área latinoamericana hacia una nueva fase de desarrollo y que la alejen de la inestabilidad que ha vivido y aún vive.
Considero que la reconstrucción del proceso de desarrollo económico contemporáneo realizado por Urquidi tiene el mérito, como lo sugiere el incipit del libro, de reconocer en la historia el papel de recordar que quien no conoce su pasado corre el riesgo de desaprovechar una rica experiencia y de repetir con nuevas formas los errores de ese pasado histórico.
La ausencia de una memoria histórica, déficit que se constata en la formación cultural de los economistas y en particular de los que operan en los gobiernos, los lleva a ver el presente como una novedad absoluta. De allí que, al contrario de lo que hace Urquidi, lean el momento actual como una discontinuidad, una ruptura, respecto al desarrollo económico precedente, con el resultado de atribuir de modo maniqueo todas las ventajas y todas las desventajas de la actual fase económica a la transnacionalización de la economía, de la sociedad y de la cultura.
Que el año de 1973 sea, como justamente escribe Urquidi, el parte aguas entre el ayer y el hoy implicare conocer que debemos continuar o mejor dicho volver a estudiar el pasado próximo con el fin de desentrañar su funcionamiento y comprender cómo los obstáculos del periodo 1950-1973 pueden estar todavía presentes en la actual fase de inestabilidad. Por ejemplo: ¿quién puede asegurar que el proteccionismo de la edad dorada del desarrollo no se encubrió en los últimos decenios del siglo pasado en un proteccionismo en favor de los intereses de los grandes empresarios y de la clase política que se han beneficiado de las privatizaciones?
Se debe entonces reconocer, como lo hace Urquidi, que uno de los elementos positivos de la ISI (p. 160) fue evitar y atenuar los choques externos. Estos choques externos son nuevamente recurrentes en la etapa de inestabilidad reciente por la inexistencia o poca congruencia de las políticas públicas y sobre todo por la ausencia de una política industrial respecto al papel regulatorio que es todavía facultad del Estado y que los gobiernos se han olvidado, consciente o inconscientemente, de instrumentar.
Sólo colocando la ISI en su contexto histórico pero sin considerarlo, como sugiere Urquidi “en términos de una forma ideal de desarrollo” (p. 165), al cual de modo anacrónico algunos desean regresar, se pueden alcanzar indicaciones nuevas y sugerentes para dejar atrás la inestabilidad y las continuas reestructuraciones que destruyen el capital social acumulado a lo largo de las pasadas tres generaciones.
¿Cuál es entonces la lección que emerge del análisis de las políticas de desarrollo que hace Urquidi y, en particular, de las políticas que puedan reorientar se hacia una nueva forma de desarrollo sustentable y equitativo para el siglo XX?
Si reflexionamos respecto a las sugerencias presentes en Otro siglo perdido constatamos que entre los últimos decenios del siglo pasado y el primero de éste hay algunas constantes que no se han modificado. Estas son: el rezago de las economías latinoamericanas respecto a las economías de otras áreas del mundo, la persistencia de la idea de que la región latinoamericana es la suma agregada de los países del subcontinente (p. 49), y la persistencia de la pobreza y de la desigualdad social.
No basta ser consciente del rezago en la participación de las economías latinoamericanas en la economía mundial con sólo medir la distancia del PIB percapita de cada país res pecto a la de los países industriales y a la de otros países semiindustrializados, si no exige mucho más: tomar en cuenta la productividad total de factores, el desfase de la escolaridad y en la asignación de recursos a la investigación científica y tecnológica. La es casa competitividad de la producción latinoamericana en el mercado internacional no es sólo un dato estructural, pues la competitividad evoluciona y lo hará positivamente si existen instituciones públicas de regulación. Evolucionará asimismo en presencia de políticas industriales que favorezcan la innovación tecnológica y den vida a nuevos bienes públicos impuros, es decir, los ofrecidos conjuntamente por el sector privado y el sector público.
Urquidi insiste muchísimo en el déficit que representa para la región latinoamericana su colocación en el panorama mundial como un simple agregado de realidades nacionales. Sugiere reactivar el espíritu de integración regional y subregional que fue uno de los datos positivos del decenio de los sesenta. Una de las tantas excelentes ideas de Urquidi es que para superar el obstáculo del viejo regionalismo se requiere que seamos realistas y se reconozcan las diferencias presentes al interior del subcontinente entre economías semiindustrializadas y economías productoras de bienes básicos. Las diferencias inter e intraregional debe dar vida a políticas de desarrollo sinérgicas que articulen eficazmente el mercado interno con el regional y el internacional con recaída positiva en los precios relativos. De allí que nuestro autor vea en el Merco sur una experiencia muy valiosa para el desarrollo latinoamericano y señale las tareas ineludibles: reorientar las políticas de desarrollo con el fin último de reducir la pobreza y la desigualdad social.
La pobreza y la desigualdad social no lograron ser abatidas ni siquiera en la fase de las políticas populistas, como tampoco han sido reducidas en el actual periodo de políticas liberistas y por tanto pseudoliberales. Urquidi considera que uno de los principales problemas de las políticas populistas es el exceso de intervencionismo estatal, como también sostiene que “el desarrollo no se da por arte de magia”. Afirma también que la actual fase económica de la apertura que caracteriza como “indiscriminada” (pp. 409-411) no es capaz de regular el mercado; en consecuencia las políticas de mercado han favorecido una mayor concentración de la propiedad y de la riqueza, han favorecido políticas salariales condicionadas por “la necesidad de pagar deuda externa” (p. 445), lo cual agrava la pésima distribución del ingreso y por encima de todo genera subnutrición y bajos niveles de salud.
Al releer estas escuetas consideraciones me percato que de una nueva lectura del libro, nacieron nuevas preguntas para Urquidi. Constato con satisfacción que ayer como hoy Urquidi me abre horizontes, ideas inéditas acerca del desarrollo latinoamericano. Espero que lo mismo les provoque a todos quienes tengan la oportunidad de leerlo y en especial, como él escribe, para el estudiante, la sociedad civil, el sector empresarial y el sector político y de gobierno; de modo que sus ideas fomenten un repunte de optimismo racional, fundamento imprescindible del salto de calidad del desarrollo económico latinoamericano por el cual tanto bregó Urquidi.