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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.73 no.2 Ciudad de México oct./dic. 2023  Epub 29-Sep-2023

https://doi.org/10.24201/hm.v73i2.4448 

Reseñas

Sobre Martín Albornoz, Cuando el anarquismo causaba sensación. La sociedad argentina, entre el miedo y la fascinación por los ideales libertarios

Carlos Alberto Álvarez1 

1Universidad Nacional de Rosario

Albornoz, Martín. Cuando el anarquismo causaba sensación. La sociedad argentina, entre el miedo y la fascinación por los ideales libertarios. Buenos Aires: Siglo Veintiuno Editores, 2021. 256p. ISBN: 978-987-801-101-1.


Martín Albornoz, doctor en historia por la Universidad de Buenos Aires e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), es uno de los historiadores más reconocidos en el campo de los estudios del anarquismo continental. En esta oportunidad, a partir de largos años de vínculo con el campo de estudios y de reflexiones sobre el tema, publicó una obra cuyo mayor aporte es la originalidad de la perspectiva de análisis utilizada. Lejos de constituir un estudio sobre el anarquismo argentino del cambio del siglo XIX al XX -del que por cierto es especialista-, esta obra indaga en los imaginarios y representaciones que las élites, burguesías y diversos actores locales construyeron del anarquismo. De esta manera, el autor se propone un abordaje de este actor clave de la historia obrera, cultural e ideológica del país desde una mirada que hasta entonces constituyó un hueco en el campo historiográfico.

De esta forma, el libro indaga no sólo en aquellas representaciones formuladas por los sectores opositores al anarquismo, sino también en cómo fue percibido éste en el país tiempo antes de constituirse en un actor con peso propio en la agenda política local y la preocupante cuestión social que ayudó a configurar. Así, el autor propone una sugerente hipótesis de trabajo: el anarquismo fue un fenómeno local antes de ser una realidad en la costa rioplatense. La espectacularización de los atentados y magnicidios anarquistas en Europa llegaban a las costas de Buenos Aires causando una mezcla de pánico y fascinación, motivo por el cual Albornoz afirma que el anarquismo fue esperado y deseado, pero también fue narrado e idealizado antes de ser combatido. Es por ello que cuando esta corriente ideológica y cultural se instaló con fuerza en la gramática política nacional de inicios del siglo XX, mucha gente hacía al menos una década que creía conocerla.

A contrapelo de la mayoría de estudios en el campo del mundo obrero y anarquista, el autor busca reponer una arista del complejo vínculo entre anarquismo y autoridades/élites a partir de indagar en los mecanismos discursivos que permitieron incorporar al anarquismo dentro de los imaginarios y preocupaciones locales. De esta forma, el libro alumbra la dimensión inclusiva del anarquismo previa a ser un fenómeno a ser reprimido y combatido. Como si de un vaivén pendular se tratara, la curiosidad y fascinación que generaban en el público local los magnicidios de reyes y presidentes en Europa, abrían paso al pánico de creer que dicho fenómeno podría reproducirse en el país. El inicio del siglo XX se encargaría se desmentir aquel temor, al comprobarse que el anarquismo local no se vistió con las ropas que los imaginarios locales les tenían confeccionadas, es decir, un anarquismo dinamitero, tira bomba y criminal. No obstante, la no correspondencia del estereotipo con la realidad no agotó el rosario de malestares que tensó los vínculos entre mundo obrero, anarquismo y sectores dominantes.

Desde una construcción calidoscópica, el autor estructura el libro en cinco capítulos que dan cuenta con maestría de cuáles fueron los principales ángulos que articularon aquellas representaciones y recepciones del fenómeno ácrata. De esta manera, el autor se focaliza en la prensa comercial, en el mundo obrero opositor al anarquismo, en la cultura científica vinculada a la criminología y finalmente en los vínculos con las policías. Si pudiese observarse tan sólo una crítica a la obra, ésta sería la presentación de una problemática nacional que sin embargo transcurre mayormente en la ciudad de Buenos Aires, siendo deseable conocer más sobre otras latitudes del país.

El primer capítulo, que se sitúa cronológicamente en una etapa de “anarquismo sin anarquistas”, se titula “Espectros mundiales del anarquismo: un tema de todas las conversaciones”. En él se realiza un destacable recorrido por la prensa comercial y las revistas gráficas del periodo, analizando cómo el anarquismo constituyó parte fundamental en el proceso de modernización de dicha prensa, la cual, al calor de las mejoras tecnológicas, podía tener información de sucesos internacionales gracias a la velocidad de las comunicaciones vía telégrafo. Este punto constituye nuevamente un aporte ingenioso del autor, al proponer que el anarquismo pudiera formar parte de un proceso modernizador del periodismo inclusive antes de materializarse en el país como una corriente con agencia propia. La prensa local se hizo eco rápidamente de los atentados y magnicidios ocurridos en Europa, como el del presidente francés Carnot, quien fuera asesinado por el anarquista italiano Sante Caserio. La cobertura de los hechos no sólo permitió delinear un perfil idealizado del anarquismo, sino también ayudó al desarrollo de una prensa sensacionalista que encontraba en estos atentados un nutrido material para llenar extensos editoriales semanales.

El segundo capítulo se titula “¿Anarquistas en Buenos Aires? Los periódicos que todo lo averiguan”. En este apartado Albornoz problematiza el vínculo incómodo con el anarquismo en la etapa inicial de su evidente presencia en el territorio porteño. Ya lejos de constituir un mito fascinante y tenebroso como en los últimos años del siglo XIX, a inicios del siguiente siglo era momento de buscar comprobar el estereotipo. Sin embargo, las miradas sobre el mundo ácrata, como adelantamos, no se correspondieron con las esperables, más bien crearon una situación de perplejidad puesto que el anarquismo podía estar representado tanto por magnicidas como Salvador Planas -quien intentó sin éxito asesinar al presidente Manuel Quintana en 1905- como por hombres humanistas y letrados de la talla de Pietro Gori, ampliamente respetado por todo el arco cultural e intelectual de su tiempo. El autor analiza aquella construcción de un vínculo y narrativa bifronte ante un anarquismo que se resistía a la camisa de once varas que la prensa del siglo XIX había preparado por él una vez desembocado en el Río de la Plata.

El tercer capítulo se llama “Socialistas y anarquistas: como perros y gatos”. No pasaría desapercibido el anarquismo en el mundo obrero tampoco, engrosando tanto sus apoyos como los de sus antagonistas. Aquí Albornoz recorre el derrotero de conflictos e interpelaciones que caracterizaron las tensiones entre las principales corrientes del campo obrero del período, materializadas fundamentalmente en las miradas que el socialismo arrojó sobre su anatema. El autor afirma y demuestra cómo el socialismo echó mano de la semántica disponible del periodo previo para construir una mirada del anarquismo que se vinculaba de forma más fiel a la que la prensa comercial había construido tiempo atrás, remarcando el costado violento y peligroso del anarquismo que la propia prensa para entonces ya había comenzado a relativizar.

El cuarto capítulo, quizá el más renovador desde la perspectiva de análisis propuesta por el autor, se titula “Los criminólogos frente a los anarquistas: son todo y nada”. El mayor aporte de este capítulo es poner en entredicho un sentido común historiográfico por el cual ha sido considerada la mirada criminalística y científica de la época como acérrima opositora al anarquismo y deudora a ultranza de la matriz de pensamiento instalada por Cesare Lombroso, reconocido teórico y criminalista italiano del siglo XIX. Sin embargo, con agudeza crítica, el autor demuestra a partir del estudio de caso cómo esto no siempre fue así, existiendo un variopinto mundo de interpretaciones sobre el anarquismo, al punto de interceder algunos criminólogos para aliviar condenas argumentando a contracorriente de los postulados lombrosianos en torno a la natural propensión a la violencia o delincuencia del anarquismo.

Finalmente, el libro cierra con el apartado titulado “Entre policías y anarquistas: la zona gris”. Al igual que en el capítulo previo, Albornoz busca evitar lecturas lineales, identificando aquellas zonas grises donde los vínculos entre anarquistas y policías no fueron meramente de represión desembocada, sino también de mutuo conocimiento y contacto. Para ello, el autor indaga en las representaciones que la policía de la División de Investigaciones tuvo sobre el contexto político del periodo. Si bien el estigma que cubría al anarquismo como causante de grandes males sociales no sería cuestionado, en cambio sí lo sería la política que generaba las condiciones de posibilidad para que aquello tuviera lugar. De esta forma, no sólo se reprimían las huelgas, también se apoyaban las propuestas reformistas tendientes a descomprimir la cuestión social que las generaba, como fue la elevada por Joaquín V. González en 1904 para regular los vínculos entre trabajo y capital.

Como puede observarse, la obra tiene la singular virtud de permanecer en toda su extensión en los pliegues de las lecturas dicotómicas, buscando explicar aquello que está más allá de los opuestos. De esta manera, el autor se propone reconstruir de forma original una dimensión del mundo cultural, discursivo, político y social hasta entonces poco abordada, refrescando el campo de estudios sobre el anarquismo desde una perspectiva atenta a los grises que allí habitan, deconstruyendo toda lectura lineal. Las hipótesis planteadas son efectivamente demostradas, con una escritura amena pero rigurosa, aportando un libro largamente esperado.

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