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Historia mexicana

versión On-line ISSN 2448-6531versión impresa ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.67 no.3 Ciudad de México ene./mar. 2018

https://doi.org/10.24201/hm.v67i3.3544 

Reseñas

Rogelio Hernández Rodríguez, Adolfo López Mateos. Una vida dedicada a la política

Andrew Paxman* 

Traducción:

Adriana Santoveña

*Centro de Investigación y Docencia Económicas

Hernández Rodríguez, Rogelio. Adolfo López Mateos. Una vida dedicada a la política. México: El Colegio de México, 2015. 412p. ISBN: 978-607-462-836-4.


¿Quién fue en realidad Adolfo López Mateos? ¿El idealista seguidor de Vasconcelos que luchó por el candidato presidencial de oposición en 1929? ¿O el autócrata diazordacista que toleró el disenso sólo hasta cierto punto, antes de reprimirlo? ¿El cardenista que redistribuyó la tierra, nacionalizó el sector energético y defendió la soberanía nacional? ¿O el alemanista amigo de los monopolios que mantuvo informado a Estados Unidos sobre Cuba? ¿El que se decía “dentro de la Constitución, de extrema izquierda”? ¿O el que encarceló a Demetrio Vallejo y a David Alfaro Siqueiros?

López Mateos sigue fascinando y desafiando a historiadores y al público en general. Para el observador casual, es la respuesta mexicana a John F. Kennedy, el carismático y atractivo internacionalista de la Guerra Fría que inspiró la popular broma “¿Hoy qué me toca, viajes o viejas?”. Para el historiador, es una especie de enigma, defensor de una aparente variedad de posturas ideológicas que podría etiquetarse generosamente de pragmático, o menos generosamente de promiscuo. La cuestión ideológica no sólo es relevante para nuestra apreciación de López Mateos el hombre, sino también para responder las preguntas centrales del presidencialismo durante la época dorada del PRI: si los presidentes desde Manuel Ávila Camacho hasta Gustavo Díaz Ordaz no eran tan todopoderosos como apuntaba el discurso oficial, ni estaban tan debilitados por las amenazas externas, el descontento en las provincias y los movimientos subalternos como varias líneas de investigación recientes han sugerido, ¿dónde habría que ubicar a cada uno en el espectro de poder que se extiende entre el autoritario imponente y la piñata perfumada?

Puesto de otro modo, ¿qué tanto ha logrado incidir cada presidente para conformar el rumbo de la nación? La biografía es, por supuesto, el género ideal para responder esta pregunta, siempre y cuando evite la condescendencia y aborde su labor con base en un empirismo estricto. Las mejores biografías políticas responden dos preguntas fundamentales: qué tanto el mundo ha moldeado a la persona y qué tanto la persona ha moldeado su mundo. Adolfo López Mateos. Una vida dedicada a la política, bajo la experimentada dirección de Rogelio Hernández Rodríguez, es una biografía escrita entre varios autores que presta atención a ambos aspectos. Esto por sí solo le da importancia al libro, más aún porque el bosquejo más difundido hasta el momento sobre López Mateos, un capítulo en La presidencia imperial de Enrique Krauze, lo muestra extrañamente ausente de algunos de los episodios más importantes de su sexenio. En la lectura de Krauze, el expresidente parece haber sido Orador en primer lugar, Delegador en segundo (sobre todo respecto de Díaz Ordaz, su secretario de Gobernación) y Político en tercero.

La importancia del libro también radica en que su coordinador incluyó a historiadores en su mayoría experimentados, aprovechando su considerable pericia para analizar distintas facetas de la carrera de López Mateos. El libro no es una interpretación ni holística ni nueva del expresidente -evidencia varias lagunas cronológicas y temáticas, y pocos autores recurren a fuentes primarias (en especial archivos)-, pero sirve como un compendio muy útil de lo que se sabe sobre López Mateos y, por ende, como punto de partida sólido para nuevas investigaciones. Hernández Rodríguez divide su colección en tres secciones: Los primeros años (capítulos I y II), La formación política (capítulos III y IV) y La presidencia (capítulos V-X). Sin embargo, para los propósitos de esta reseña, resulta más útil abordarla en términos de los tres tipos de ensayo que contiene: los contextuales, los narrativos y los evaluativos.

Hay dos capítulos contextuales: el primero es de María José García Gómez y cubre el periodo 1924-1940, cuando López Mateos cumplió la mayoría de edad y entró a la política. García Gómez brinda un inicio desafortunado para la colección. Ello no se debe a la calidad de su análisis de los años de Calles y Cárdenas, que es excelente, en especial cuando considera las limitaciones del cardenismo. El problema es que el capítulo parece como si estuviera tomado de otro libro, con la inserción de párrafos ocasionales sobre el Estado de México y sin señales de López Mateos. El biógrafo presidencial estadounidense H. W. Brands sugirió que las biografías no deben dejar pasar más de dos páginas sin mencionar a su sujeto de estudio. Aquí pasan 40 páginas.

Rodríguez Kuri se apega mejor a la máxima de Brands y trabaja a partir de una rica base historiográfica para contextualizar el ascenso de López Mateos como político durante los sexenios de Alemán y Ruiz Cortines. La consolidación del Estado presidencialista por parte de Alemán fue posible gracias a los conciliadores centristas en el Congreso, entre los que Rodríguez Kuri cataloga al senador López Mateos como una voz notable, aunque no necesariamente la más importante. (El autor comienza con el útil recordatorio de evitar “la tentación teleológica” cuando se escribe sobre quienes ocuparán cargos más altos). Ariel Rodríguez Kuri le concede un papel similar como secretario del Trabajo durante el sexenio de Ruiz Cortines, argumentando lo importante que fueron las capacidades de López Mateos para evitar la violencia. Sin embargo, no queda claro en qué medida la mitigación de las huelgas se debió a sus talentos como negociador, a la cooptación de los sindicatos y la imposición de líderes charros, o al éxito del modelo económico de Ruiz Cortines. Cubrir doce años en la vida de un político importante en un solo ensayo es una labor difícil; dos capítulos habrían sido más satisfactorios para los lectores.

Hay tres capítulos narrativos, que comienzan con el relato colorido y acompasado de Mílada Bazant sobre la niñez y adolescencia de López Mateos. En un persuasivo despliegue de habilidades biográficas, la sección más placentera del libro también es la mejor fundamentada, pues recurre a numerosas fuentes secundarias, materiales de archivo y sujetos vivos, incluyendo una fructífera entrevista con la hija de López Mateos, Ave. Para Bazant, López Mateos fue en buena medida un idealista, liberal y nacionalista desde una edad temprana. Más aún, fue un agradable joven de clase media que buscaría dejar huella haciendo del mundo un mejor lugar, mientras disfrutaba de los placeres de la vida en el camino. Si bien el tono de Bazant es ligeramente hagiográfico -algo evidente en buena parte del libro-, es un rasgo que puede disculparse, pues es más difícil encontrar zonas grises cuando se examina la juventud de un sujeto, en particular cuando no hay cartas ni diarios.

Pedro Castro retoma la narración donde Bazant concluye, examinando el apoyo de López Mateos a José Vasconcelos, quien se opuso al callista Pascual Ortiz Rubio cuando el mexiquense tenía 19 años. Castro escribe con una agilidad similar. Cuando en un concurso de oratoria López Mateos declara que “El arbitraje es la expresión de la civilización”, podemos entrever al futuro conciliador. Empero, hay una incómoda vena de teleología en el relato de Castro. A Vasconcelos lo juzga como una figura menor porque no logró ganar y porque más tarde simpatizaría con el nazismo, mientras que a López Mateos lo muestra como un futuro héroe. Castro pregunta ¿“Qué quedaba del vasconcelismo” en el sexenio de López Mateos? Menciona los intereses del presidente en la educación y las artes, su nacionalismo y su gusto por la compañía de intelectuales. No obstante, debido a la ausencia de fuentes primarias, nunca escuchamos las opiniones privadas de López Mateos al respecto. Durante su campaña, fue golpeado salvajemente en la cabeza con el mango de una pistola. ¿Será posible que una de las lecciones que aprendió fuera que, como en política, es mejor ser quien apunta la pistola?

Aquí sigue una de las lagunas de la colección, pues casi no aprendemos nada sobre nuestro sujeto entre 1930 y 1944, cuando asumió el cargo de director del Instituto Científico y Literario del Estado de México. Carlos Escalante Fernández es el encargado de relatar su periodo de dos años al frente del Instituto (la actual Universidad Autónoma del Estado de México). Este capítulo, lleno de largas citas de decretos y discursos, será de poco interés para los no mexiquenses.

La segunda mitad del volumen cambia a un modo evaluativo cuando cinco académicos resumen y analizan los logros de López Mateos como presidente. Hernández Rodríguez comienza con un panorama general sobre los varios retos que enfrentó, en especial en los ámbitos de la política corporativa y la geopolítica. Este ensayo es el núcleo del libro y podría presentarse de manera individual como estudio de caso interpretativo sobre qué tanto puede hacer un presidente considerando las presiones que lo aquejan. En el caso de López Mateos, estas presiones eran muchas: una huelga de ferrocarrileros heredada del sexenio anterior; el problema de cómo responder a la revolución cubana sin renunciar al legado de la mexicana; el impacto polarizador de Cuba en el ámbito político interno; la influencia antagonista y activista de Cárdenas y Alemán; un creciente abismo entre ricos y pobres; una Iglesia cada vez más militante; el gran descontento en el sindicato de maestros; y el activismo agrarista de Rubén Jaramillo en Morelos. En la lectura de Hernández Rodríguez, López Mateos respondió a estos retos, muchos de ellos coexistentes, con un hábil acto de malabarismo que involucró tanto llamados retóricos como iniciativas concretas en infraestructura, educación y otras áreas. Este análisis corrobora en parte algo que el autor afirma en la introducción del libro, que no hay ningún político mexicano “recordado con más afecto” que López Mateos.

Hernández Rodríguez modera su tono laudatorio dedicando la sección final de su ensayo a lo que denomina la “sombra que empaña sus aciertos”, a saber, sus severas respuestas a los movimientos relacionados con los ferrocarrileros y los maestros, y con el asesinato de Jaramillo en 1962. Como sugiere el autor, a pesar de la intransigencia de la dirigencia sindical, la reacción represiva del Estado resulta desconcertante; después de todo, López Mateos había manejado el tema laboral de manera muy competente en el sexenio de Ruiz Cortines. De esta sección podría preguntarse si es lo bastante inquisitiva. Hernández Rodríguez escribe que, al principio del sexenio, varios movimientos sociales “lo obligaron a tomar el camino de la represión”. ¿En verdad es posible que un presidente se vea obligado a usar la represión? En el caso de Jaramillo, Hernández Rodríguez es más cuidadoso y reúne suficiente evidencia para concordar con varios políticos de ese entonces en que “López Mateos no lo ordenó ni estuvo al tanto del asesinato” y que el probable autor intelectual fue Díaz Ordaz en Gobernación. Confróntese esto con la atrevida afirmación de Krauze en el sentido de que el asesinato sin duda fue perpetrado con la venia del Presidente.1

En el siguiente capítulo, Ana Covarrubias desarrolla uno de los puntos de Hernández Rodríguez, a saber, que la política exterior es inseparable de la política interna, y explora las complejidades de la actitud cambiante de López Mateos hacia Cuba. El convincente análisis de Covarrubias sigue la tradición de Olga Pellicer, en tanto argumenta que la revolución de Fidel Castro radicalizó a la izquierda mexicana, asustó y endureció a la derecha y, en consecuencia, obligó a López Mateos a seguir el camino de la cuerda floja. La autora desarrolla la tesis de Pellicer utilizando fuentes de archivo de Estados Unidos y muestra cómo, a pesar del famoso rechazo de México a romper relaciones diplomáticas una vez que Castro adoptara abiertamente el comunismo, López Mateos pacificó a Estados Unidos tras bambalinas enviando información sobre el país caribeño a Washington.

Graciela Márquez ofrece un estudio estadísticamente sofisticado sobre la política económica en una época que introdujo el “desarrollo estabilizador”. El de López Mateos fue un sexenio de crecimiento económico, estabilidad de los precios y una tasa de cambio estable, aunque fracasó en su ambicioso intento de reforma hacendaria. Como concluye Márquez, esas políticas “no alcanzaron para convertir el crecimiento en desarrollo”. Desafortunadamente, éste es el capítulo más corto del libro. Hay mucho más que decir sobre la paradoja de un sexenio que logró grandes avances en educación y seguridad social (véase más adelante), pero que también experimentó una concentración continua de la riqueza. Un capítulo complementario, dedicado de lleno al comercio propiamente dicho, podría haber explorado cómo el sector privado echó abajo la reforma hacendaria, y cómo otras estrategias para controlar a la élite empresarial fallaron en sus objetivos: la ley de radio y televisión de 1960, la expropiación del monopolio de cines del Grupo Jenkins ese mismo año, etcétera. Éste también fue el sexenio en que el poderoso sector automotriz fue “mexicanizado”, ¿quiénes fueron los verdaderos beneficiados?

Los últimos dos capítulos abordan los principales pilares del programa social de López Mateos: la educación y la seguridad social (Un tercer pilar, la redistribución de la tierra -que durante estos años alcanzó un auge poscardenista-, queda sin examinar). El panorama sobre la educación que ofrece Aurora Loyo Brambila muestra lo ambiciosos y trascendentes que fueron los planes de López Mateos: la primera política sobre educación que cubría más de un sexenio; un proyecto de enorme escala para construir escuelas; la jornada escolar de “doble turno”; el programa de libros de texto gratuitos; y la creación de numerosas escuelas técnicas. Sin embargo, el impacto de tales políticas requiere de una medición más precisa. Al evaluar un sexenio, no basta con comparar estadísticas de 1950, 1960 y 1970. Por último, Ricardo Pozas Horcasitas ofrece una historia elegantemente escrita sobre el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), en la que muestra cómo López Mateos superó los fracasos de presidentes anteriores y asignó al Instituto suficiente presupuesto para que tuviera un amplio impacto social. (Dicho esto, el presidente no abordó la sobrecentralización en la Ciudad de México, un problema evidente en varios capítulos.) Pozas también destaca la ironía de que, en términos de la política de salud, el sexenio sea mejor recordado por la huelga de doctores con la que concluyó, siendo que los avances en atención médica gratuita con López Mateos fueron enormes.

Casi todos los volúmenes editados tienen puntos débiles e incluso los clásicos. Fragments of a Golden Age2 es una compilación pionera de estudios sobre el México de mediados del siglo XX que, raramente, incluye un ensayo etnográfico sobre Cablevisión y un análisis de Televisa en la década de 1990. En la colección que nos ocupa, los capítulos más débiles al menos tienen relevancia cronológica y ofrecen materiales a los que podrían recurrir como referencia los futuros académicos. Sin embargo, al tratar de redondear nuestro conocimiento sobre el sexenio de López Mateos prestando atención a sus fallas y a su lado más oscuro, los académicos deben buscar más lejos, y en este punto los estudios en idioma inglés son particularmente ricos. Pienso en los trabajos de Robert Alegre, Renata Keller, Gladys McCormick, Tanalís Padilla, Jaime Pensado, Thom Rath y Jonathan Schlefer, ninguno de los cuales se citan aquí. 3 Un apunte más: es lamentable que el Colegio de México sigue publicando libros sin índices onomástico temáticos, como se nota también en su serie Historia mínima.

Con todo, las fortalezas de la colección de Hernández Rodríguez son muchas. Ofrece una interpretación bien argumentada de López Mateos como un pragmático consumado, una lectura con la que no todos estarán de acuerdo, pero que tiene la virtud de ser consistente a lo largo de diez capítulos. Muestra cómo un hombre interesado desde sus años universitarios en el mejoramiento de la educación en México continuó dedicado a ese fin durante toda su vida. Es probable que Alemán goce de mayor fama en este sentido, en tanto constructor de la Ciudad Universitaria, de la UNAM, pero López Mateos sin duda hizo más para fomentar la educación en todos los niveles. Por último, Adolfo López Mateos demuestra que un presidente recordado popularmente como mujeriego y viajero frecuente fue en realidad un político muy capaz que logró abrirse camino a través de los polvorines nacional e internacional de la Guerra Fría. Ese contexto geopolítico, que atinadamente permea la segunda parte del libro, complicó en buena medida su acto de equilibrismo político. López Mateos cometió errores y permitió abusos, pero ninguno tan grave como para empujar a México hacia el camino de una dictadura descarada, destino que sufrieron tantas repúblicas hermanas del sur.

REFERENCIAS

Enrique KRAUZE, Mexico. Biography of Power, Nueva York, Harper Collins, 1997, p. 642 [ Links ]

">Enrique KRAUZE, La presidencia imperial, México, Tusquets, 1997, p. 260 [ Links ]

G. M. JOSEPH (ed.), Gilbert MICHAEL, Anne RUBENSTEIN y Eric ZOLOV (coed.), Fragments of a Golden age: the politics of culture in Mexico since 1940, Durham, N.C. Duke University, 2001 [ Links ]

1Krauze hace esta afirmación en Enrique KRAUZE, Mexico. Biography of Power, Nueva York, Harper Collins, 1997, p. 642, pero la omite en La presidencia imperial, México, Tusquets, 1997, p. 260

2G. M. JOSEPH (ed.), Gilbert MICHAEL, Anne RUBENSTEIN y Eric ZOLOV (coed.), Fragments of a Golden age: the politics of culture in Mexico since 1940, Durham, N.C. Duke University, 2001.

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