En los últimos años del siglo XIX, periódicos como El Partido Liberal, La Patria, El Siglo XIX y El Amigo de la Verdad publicaron una serie de críticas contra el movimiento decadentista mexicano, pues se decía que había contribuido a la “calenturilla” de “algunas cabezas juveniles”, motivo por el que no debe extrañar que se expresara que sus cultivadores eran unos hombres que trataban de “llenar con palabras huecas el vacío de su propio cerebro”, además de que eran unos simples plagiarios que “gimen en las sombras del error” a causa de su “extravagante amaneramiento”. De hecho, se llegó a calificar al decadentismo como una “escuela de los neuróticos y desequilibrados”, quienes revelaban por medio de sus escritos la “enfermedad” de su alma, misma que buscaban disimular mediante de “palabras rimbombantes [y] sin sentido”. ¿Qué explicaba los ataques prodigados a los decadentistas mexicanos? ¿Eran válidos los cuestionamientos al movimiento literario? ¿En verdad se podría pensar que sus representantes eran un grupo de enfermos y neuróticos? La respuesta a estas preguntas se puede encontrar en el libro de José Mariano Leyva, quien con bastante argucia trata de mostrar el lugar que el decadentismo ocupa en el panorama literario mexicano. No cabe duda de que el decadentismo ha sido uno de los movimientos literarios más cuestionados en la historia de México, situación explicable por el hecho de que los decadentistas se separaron de las corrientes imperantes en la época que propugnaban por entender a la literatura como una herramienta de construcción nacional, de tal manera que su objetivo último era instituirse en una aleccionadora moral.
Como los decadentistas apelaban a la libertad del arte, la literatura se concibió como un instrumento de estética pura, por lo que pensaban que el mejoramiento de la humanidad se lograría por medio de las letras, más que por los preceptos políticos o las recetas éticas. Un rasgo central del decadentismo es el malestar que sus miembros sentían ante la modernidad, malestar que sólo se manifestó en el ámbito cultural y no en el social. Los decadentes mexicanos, al igual que los franceses, se percataron de que era necesario escapar de su realidad inmediata, pues sabían que su entorno no les permitía reinvenciones o interpretaciones fuera del canon establecido. Ellos planteaban que su movimiento buscaba la renovación de la literatura mexicana, aunque también esperaban tener impacto en el orden moral y en la realidad social. Si bien es cierto que el abandono de los preceptos nacionalistas constituiría un primer rasgo de la postura subversiva de los decadentistas mexicanos, lo cierto es que su fama de perversos se generaría a partir de las temáticas que trataron en los diversos escritos que publicaron. Ellos, en general, fueron criticados por la inmoralidad de sus obras, en las que abundaban las referencias sexuales, la violencia y el deseo de destruir los pilares en los que se sostenía la civilización. Sus detractores afirmaban que sus textos no sólo carecían de pudor, sino que además eran “excesivos” y “escandalosos”. El punto central de los cuestionamientos residía en el hecho de que unos jóvenes discutieran sin tapujos las cuestiones morales más delicadas. Los decadentistas no sólo criticaron los valores concretos de la sociedad, sino que también aparecieron sus propias pulsiones personales, como en el caso de Alberto Leduc y su obstinado anticlericalismo.
Es de interés mencionar que los autores adscritos a esta corriente incidieron en la exposición de problemáticas como la miseria, la maldad, las perversiones, la sensualidad, la angustia, el temor y el hastío, situación que generó que fueran llamados pesimistas, “pervertidos” y “enfermos”, epítetos que evidenciaban que no se buscaba entender las raíces de su malestar y por ello se les llegó a considerar plagiarios del movimiento francés, el cual insistían en la decadencia de Francia y del modelo de civilización occidental sustentado en la idea de progreso. Ahora bien, ¿quiénes conformaban el movimiento decadentista mexicano? De acuerdo con Leyva, el grupo pionero estaba formado por José Juan Tablada, Alberto Leduc, Bernardo Couto, Jesús E. Valenzuela, Efrén Rebolledo, Ciro B. Ceballos, Rubén M. Campos, Jesús Urueta, Amado Nervo y Balvino Dávalos. Uno de los aciertos del texto de Leyva es que se muestra a los decadentistas en su faceta colectiva e individual. En lo que se refiere al primer aspecto, se menciona que ellos construyeron su propia imagen pública con base en ciertos atributos, tales como el uso del cabello largo, la exageración pública, la rebeldía y los excesos vinculados con el alcoholismo. De hecho, ellos manifestaban su anhelo de morir en la juventud antes que adherirse a lo que denominaban el “sistema hipócrita” de la sociedad. La muerte temprana representaría, según los decadentes, una manera de mantener la rebeldía por la eternidad y también una forma de preservar la tendencia vanguardista. A pesar de sus excesos, el único decadente que cumplió su deseo de morir en la juventud fue Bernardo Couto.
Los decadentes frecuentaban el Salón Bach, La Concordia, La Bella Unión, El Cazador, el Café de la Ópera, La América, el Salón Peter Gay, el New Orleáns, El Triángulo, el Salón Flanand, La Alhambra, el Salón Wondrack y el prostíbulo perfumería de la Baronesa de Liesta. La elección de estos lugares respondía a su deseo de escandalizar a los conservadores y a la buena sociedad de la ciudad de México. Leyva apunta que el decadentismo logró establecerse en México gracias a la libertad de la que se gozaba, misma que permitió la emergencia de diversos grupos radicales y de libre pensadores. De hecho, en los círculos sociales porfirianos se aceptaba la modernidad siempre y cuando no se perdieran las raíces conservadoras y progresistas. Si bien es cierto que la combinación de bebidas fuertes, rebeldía y literatura disgustaba a una buena parte de la sociedad, también atraía a otros personajes como fue el caso de Jesús Luján, un empresario que les extendió su patrocinio pues se sentía identificado con sus creaciones artísticas así como con su estilo de vida relajado, desenfrenado y contrario a los modelos sociales. En este punto resulta de particular relevancia entender el comportamiento individual de los decadentes. A través de las páginas de En Turania, Ciro B. Ceballos ofreció un vivido retrato de aquellos hombres que compartieron su misma tendencia literaria, aunque se debe aclarar que sus descripciones reflejaban su postura personal respecto a sus compañeros. Así, por ejemplo, decía que Julio Ruelas era reservado, taciturno y afecto a la rutina, en tanto que Rubén M. Campos mostraba una “personalidad enferma” que manifestaba en sus temas literarios, misma situación de Bernardo Couto cuyos temas lúgubres reflejaban sus “enfermedades perniciosas”.
Algunos como Amado Nervo y José Juan Tablada tenían un afán protagónico, situación que generó, según Ceballos, su aislamiento del grupo. De hecho, consideraba que Nervo debía su personalidad “extraña”, “fantástica” y “funambulesca” a su “excesiva irritabilidad nerviosa”. Los únicos decadentes que recibieron elogios de Ceballos fueron Balvino Dávalos y Jesús E. Valenzuela. Del primero destacaba su capacidad creativa y su honestidad con el arte, mientras que al segundo lo presentaba como un individuo ecuánime y calmado, pero a la vez como un iconoclasta y un rebelde que buscaba hacer alarde de su ingenio, valor y fortaleza física. El centro articulador del movimiento decadentista sería la Revista Moderna, que apareció en 1898. El autor reconoce que dicha Revista formaba parte de esos grandes proyectos editoriales que, en las últimas décadas del siglo XIX y los primeros años del XX, buscaron el progreso de la literatura nacional, como fue el caso de El Renacimiento (1867), La Revista Azul (1894), La Revista Moderna de México (1903) y Savia Moderna (1906). Es de destacar que los decadentistas ya habían publicado ficciones, poemas y traducciones de textos en diversos medios periodísticos, pero la publicación de la Revista Moderna les permitió articular sus ideas con la intención de crear una corriente de vanguardia, la cual se caracterizaría por su tendencia antiacadémica y su postura moralmente polémica. En ella no sólo se publicaban textos literarios originales, sino que también se ofrecían traducciones y se presentaban diversas manifestaciones de las artes plásticas.
La Revista Moderna se convirtió en una experiencia grupal que daba cabida a todos aquellos que sentían apego por una corriente literaria que cuestionaba los fundamentalismos, al mismo tiempo que promovía una escritura tendiente a ridiculizar y poner en evidencia la realidad. Un aspecto relevante de los textos de los decadentistas es el papel que se otorgaba a las mujeres, mismo que buscaba romper con los espacios en las que se les quería mantener restringidas. Así, las mujeres descritas por los decadentistas realizaban diversas actividades fuera de casa, no tenían hijos y eran imaginativas e inteligentes. Presentarlas de esta manera constituía una ruptura de los estereotipos decimonónicos que planteaban que el hogar era el territorio de las mujeres, por lo que su principal función debía ser el cuidado de la casa y la educación de los niños, a quienes les debían transmitir valores sociales y morales. En este sentido, el modelo ideal de mujer era la que mostraba los siguientes atributos: docilidad, integridad, mesura, discreción, prudencia y obediencia. El carácter contestatario de los decadentistas no contribuyó a crear una mujer feminista, pero sí ayudó a imaginarla con una mayor libertad de acción. La ciudad de México se convirtió en otro de los asuntos que los decadentes retomaron en su crítica, pues consideraban que el orden y la rectitud que mostraba la estructura urbana constituían una evidencia de la carencia de arte, pues concebían que la libertad y el azar eran esenciales para lograr la consecución de “creaciones exquisitas”.
Desde esta perspectiva, se apelaba a la contradicción y a la paradoja como los elementos complementarios de una ciudad que se buscaba presentar ordenada y radiante, es decir, como la esencia de la modernidad mexicana. En el fondo, los decadentes cuestionaban el deseo de emular a las urbes europeas y subrayaban los contrasentidos de la capital del país. El declive del decadentismo, según Leyva, comenzó en 1903 cuando se modificó el nombre de la revista, lo cual revelaba su necesidad de vincularse con otros grupos de escritores, situación explicable en un contexto en el que la mayoría de sus miembros habían muerto, se encerraron en su ostracismo o migraron a otras escuelas como el Ateneo de la Juventud, lo que significó, en última instancia, que modificaron su estilo de escritura en función de sus nuevos intereses. Un rasgo destacable de los decadentes es que ellos no saltaron a la política, aunque sí se asociaron a grupos que tenían intereses prácticos o políticos. Para finalizar, quiero mencionar que el libro de Mariano Leyva constituye una importante contribución en el campo de los estudios históricos y literarios, pues no sólo presenta el contexto en el que surgieron los decadentes, lo que explicaría el tipo de temáticas que desarrollaron, sino que también analiza el movimiento tanto en el plano grupal como individual. El estudio de Leyva evidencia que estos hombres no estaban locos ni enfermos, así como tampoco eran unos pervertidos o unos pesimistas, más bien no estaban de acuerdo con la realidad que les tocó vivir y lo manifestaron por medio de la escritura. El caso del decadentismo muestra que, tanto en el pasado como en el presente, cualquier expresión que se salga de los parámetros establecidos no siempre encuentra una buena recepción por parte de los sectores más conservadores de la sociedad o de aquellos que se ven afectados por su crítica.