Fui directora de Estudios Sociológicos (ES) de 1984 a 1985, durante la época heroica en que estuvimos construyendo la revista, aprendiendo al hacer haciendo, tanto quienes nos mandaban manuscritos como quienes los revisaban y el equipo que coordinaba este esfuerzo. Aunque equipo, en realidad, es una gran palabra, porque consistía en dos personas: yo y la secretaria, que utilizaba una vieja máquina mecánica de marca Olympia si bien recuerdo, y tenía un horario laboral reducido. Además, por los azares de la vida de una revista, cuando tomé la dirección, se disponía solamente de cuatro meses para entregar un nuevo número a la dirección de publicaciones, sin tener un solo manuscrito “en proceso” ni acceso a la lista de dictaminadores reconocidos para temas especiales que rebasaban a los miembros del consejo editorial, todos profesores-investigadores del CES. Esto último se debía a la regla establecida por “usos y costumbres” de que cada director tenía que conformar su propia lista discrecional y secreta de dictaminadores externos benévolos, capacitados y confiables, tarea difícil en aquellos tiempos cuando todavía no estaba fuertemente arraigada entre los académicos del país la norma profesional de dedicar tiempo pro bono a revisar proyectos y dictaminar manuscritos para diversas instituciones (además de mandar los dictámenes bien hechos y a tiempo). En aquel momento era particularmente difícil, para una revista nueva como ES, obtener manuscritos de autores latinoamericanos. Éstos eran pocos y tendían a dar la preferencia a revistas más establecidas como la Revista Mexicana de Sociología de la UNAM. En cambio, recibíamos una amplia variedad de solicitudes de publicación de manuscritos de autores norteamericanos y europeos conocidos, algunos de los cuales colaboraban ampliamente con El Colegio de México para invitar a los profesores de la institución a varios eventos y estadías. Por tanto, era un problema espinoso establecer criterios para escoger entre éstos y autores mexicanos o de otros países de América Latina sin cometer injusticias, más aún cuando un número tenía que conformarse en un tiempo récord, como me tocó inicialmente.
Quizá el problema mayor era el de las comunicaciones, especialmente para crear redes de autores ubicados fuera de México. Es difícil hoy recordar las condiciones de cuasi-incomunicación en las que teníamos que trabajar. En El Colegio de México teníamos un servicio de mensajería para la Ciudad de México, lo cual era un lujo del que no gozaba la mayoría de las instituciones académicas. Para otras ciudades y para el extranjero, no había más que el correo oficial que funcionaba peor que hoy, lo cual es difícil de imaginar ahora, ¡aun habiéndolo vivido! Los teléfonos funcionaban relativamente bien, por lo menos algo mejor que en algunos países del Cono Sur, como en Argentina y Brasil, donde había secretarias contratadas exclusivamente para marcar repetidamente números hasta obtener la comunicación. Pero la telefonía, aun con sus deficiencias, era muy cara, y por tanto era mal visto hacer llamadas de larga distancia, siquiera nacionales. Se aliviaría esta situación a medias con la llegada del fax, que repentinamente sacó América Latina del aislamiento. Finalmente podíamos corresponder ¡en cuestión de segundos! Pero el fax, aun cuando resolvió los intercambios de documentos cortos, no podía utilizarse para los manuscritos. La razón era que la líneas telefónicas no permitían comunicaciones largas, por lo que mandar un texto de más de cinco cuartillas era un vía crucis, además de un proceso caro (por los repetidos intentos fallidos).
Habría que esperar muchos años más para llegar a la internet, y con ello a la posibilidad de corresponder rápida y eficazmente a autores tanto de América Latina como de América del Norte y Europa. Personalmente, yo había entrado a la era digital desde 1981, al comprar la primera computadora personal y procesadora de palabras que Radio Shack lanzó al mercado mexicano el año anterior. Pero para ES seguíamos con la tecnología anterior a la Segunda Guerra Mundial, al grado que la secretaria de la revista se negaba a escribir con una máquina eléctrica. Por tanto, el trabajo de revisar manuscritos y corresponder con autores y revisores siguió siendo artesanal por un largo tiempo. Paradójicamente, la institución no agregaría más equipo moderno y colaboradores a la revista (dos asistentes y una secretaria realmente de tiempo completo) hasta después de que estos problemas tecnológicos se hubieron resuelto, cuando de hecho el nivel de trabajo exigido para formar números era mucho menor.
Con mucha dificultad, entonces, se lograba hacer el trabajo necesario, y pude sacar a tiempo el número doble 5-6 con el tema general de la salud pública, además de varios artículos con temas distintos. En el contexto internacional se había celebrado, unos años antes, la famosa reunión internacional de la OMS en Alma Ata, durante la cual los países miembros se habían comprometido a ofrecer la “Salud para todos en el año 2000”. Pero dicha declaración no especificaba si se vislumbraba para el futuro un sistema universal de salud, o uno selectivo en función de costos y “años de vida” ganados, como más tarde se institucionalizaría en casi toda América Latina.
El éxito de ese doble número inicial fue tal, que seguí con el formato mixto entre trabajos temáticos y no temáticos con el tema de la nutrición: asunto fundamental tanto para la salud como el bienestar y la capacidad de aprendizaje escolar de las clases populares. Finalmente, esta serie se cerró con un tercer número sobre vivienda popular, tema en que México era líder en la región.
A fines de 1985, luego de que estos tres números especiales tuvieron una respuesta favorable, y de haber preparado tres números más para su publicación ulterior, respondí a una invitación de la Universidad de Columbia para pasar un año sabático como profesora invitada, lo cual me ofrecía la oportunidad de dedicarme 100% a escribir El pacto de dominación, libro que cambió el rumbo de mi vida intelectual. La experiencia de dirigir una revista de alto nivel había sido muy enriquecedora; pero me había dado cuenta de que llevar simultáneamente docencia, direcciones de tesis, investigación y dirección de revista a los niveles que yo me exigía (además de ser mujer sola y con hija pequeña), era una meta inalcanzable. Por tanto, había que escoger, y yo escogí pasar la batuta al director que me siguió.
En los años que siguieron, ES fue creciendo, aprovechando los cambios políticos y tecnológicos radicales que acercaron los países de nuestra región unos a otros, permitiendo que esta revista expandiera su alcance para incluir autores, temas y lectores cada vez más variados y relevantes para las realidades cambiantes de los países de América Latina. Lastimosamente, dejaron de ofrecerse números temáticos, pero tuve la oportunidad, en 1997, de ser invitada por la revista Current Sociology a conformar un número temático sobre el análisis del cambio en América Latina, al que contribuyeron varios profesores del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México. Incluso estuve a punto de ceder a la tentación de ser editora de la revista Current Sociology, pero luego de acordarme de la experiencia con ES, otra vez tuve que escoger, y decidí enfocarme exclusivamente a ser profesora e investigadora, que lo sigo siendo hasta hoy, a pesar de estar oficialmente jubilada.