I. Introducción. La búsqueda de la CTA y sus laberintos
En 1992, en un artículo ya clásico publicado en Punto de Vista, Carlos Altamirano expuso la tesis del peronismo verdadero versus el peronismo empírico. Para ello usó como disparador un reportaje que Página/12 le hizo a Germán Abdala donde el dirigente de ATE y fundador del espacio sindical que daría lugar a la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) declaró “Nosotros quisimos ser la conducción del verdadero peronismo, pero en esto hay que ser sinceros: hemos perdido. En las elecciones de 1991 quedó demostrado que el PJ como estructura es la que gobierna el país, y el peronismo que intentamos expresar es ya sólo un dato histórico”.1 Por supuesto que Abdala se refería a la disputa emprendida en el seno del peronismo contra las orientaciones neoliberales que Carlos Menem le imprimía a su gobierno. La desarticulación del ideario peronista ocasionada a partir del abandono de su componente nacional-popular suscitó importantes corrimientos (Aboy Carlés, 2001). El primero ocurrió en el plano político-partidario, cuando en 1990 el llamado “Grupo de los ocho” -conformado por el propio Abdala junto a Carlos “Chacho” Álvarez, Juan Pablo Cafiero, Darío Alessandro, Moisés Fontela, Luis Brunati, Franco Caviglia y José Carlos “Conde” Ramos- abandonó la estructura del Partido Justicialista (PJ) para integrar un núcleo peronista alternativo. El segundo sucedió en el plano sindical. En 1991, luego del triunfo menemista en las elecciones legislativas, el encuentro de 164 dirigentes sindicales en la localidad de Burzaco dio lugar al “Grito de Burzaco” del 17 de diciembre, embrión del Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA).
El Frente Grande (y luego el Frepaso)2 por un lado y el CTA por el otro, fueron apuestas organizativas que incluyeron a sectores del peronismo y que permitieron afrontar una nueva etapa con el PJ en el poder, aplicando recetas neoliberales y subordinando a la Confederación General del Trabajo (CGT). Dos decisiones marcaron sus estrategias, jugar por fuera del Partido Justicialista y de la CGT, respectivamente. Por supuesto que los campos en que cada una de las experiencias se desarrolló (el sistema de partidos y el espacio sindical), impusieron dinámicas propias, pero ambas requirieron lidiar con el espectro de la identidad peronista. El Frente Grande (y su continuidad en el Frepaso) se fue orientando progresivamente a plantear su construcción política en la disputa por el modo de representación de la opinión pública en el marco de transformaciones de prácticas y lenguajes (un modelo de “partido moderno”), mientras que la naturaleza de la CTA y su potentia siguió vinculada en gran medida a la matriz sindical clásica devenida de su composición gremial, aunque con intentos de replantear tanto los mecanismos de representación de la clase trabajadora en las nuevas condiciones como la estrategia de acumulación en y hacia otros sectores sociales.
Veintiún años después, el 27 de octubre de 2013, la CTA publicó una solicitada en Página/12 y Tiempo Argentino por el tercer aniversario de la muerte de Néstor Kirchner donde expresaba “transformó en realidad el sueño por el que siempre luchamos”. La CTA de la solicitada ahora se apellida “de los trabajadores”, sostiene una estrecha relación con el kirchnerismo y desde las elecciones sindicales del 23 de septiembre de 2010 funciona de manera relativamente autónoma respecto a la “otra” CTA, conducida por Pablo Micheli. El Frente Grande, por su parte, quedó reducido a un puñado de agrupamientos distritales encuadrados a nivel nacional en el Frente para la Victoria.
¿Qué sucedió en el medio? Tal vez nominar las etapas -menemismo, Alianza, 2001 y kirchnerismo- basta para mostrar la tarea excesiva de abordar esta pregunta en un artículo. No obstante, en aras de aportar a la comprensión de las vicisitudes actuales de las experiencias organizativas surgidas al calor de la resistencia al neoliberalismo, este trabajo se propone abordar el derrotero de la CTA desde su conformación como central sindical alternativa hasta su partición en dos fracciones. Tres claves analíticas proponemos para ello: el lugar de la identidad, la definición de la estrategia y el momento de la decisión. En la primera parte de este trabajo presentamos una reconstrucción histórica de la CTA que también articula preguntas por el lugar de la decisión, la estrategia y la identidad, desde su conformación hasta la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia. Allí nos interrogamos sobre las lógicas políticas de configuración de un actor. En la segunda, nos abocamos a desentrañar el devenir de la CTA hasta su ruptura interna producida en 2010. En las conclusiones proponemos recuperar las claves analíticas para aportar a la comprensión histórica y política de la Central.
II. La conformación de la CTA
La irrupción del menemismo en 1989 afectó diferentes dimensiones del orden social, las reformas neoliberales no sólo supusieron una transformación económica sino que implicaron una recodificación del régimen político y entramados identitarios. Entre ellas pueden destacarse, por un lado, la relación entre Gobierno (menemismo), partido (PJ) y sindicatos (CGT) y por otro las querellas por la identidad peronista como portadora de un proyecto político (Martuccelli y Svampa, 1997). Ambos procesos son claves para comprender la constitución y la fragmentación de la Central de los Trabajadores de la Argentina.
El 17 de diciembre de 1991 en la localidad de Burzaco tuvo lugar un encuentro de organizaciones sindicales -predominantemente estatales, con ATE y CTERA a la cabeza- que se oponían a las reformas neoliberales y vislumbraban las limitaciones de la CGT para enfrentar el avance de los sectores hegemónicos. Convergieron allí vertientes peronistas, socialcristianas, de izquierda y socialdemócratas. Muchos de los participantes provenían de experiencias disidentes en el seno de la CGT durante los años ochenta (Andriotti Romanin, 2008; Gusmerotti, 2009). El “Grito de Burzaco” -la declaración final- contenía fuertes críticas al desmantelamiento del Estado y a las políticas neoliberales en su conjunto (Armelino, 2005). La doble inscripción de la CTA, como organización de trabajadores y como articuladora del movimiento político, quedó seminalmente plantada y con ello la inscripción de la lógica gremial/corporativa -la herramienta de los trabajadores para defender sus intereses- y la lógica populista como instancia de aglutinación y producción de una nueva identidad popular (Laclau, 2005).3
El segundo encuentro -en abril de 1992- convocó formalmente a la constitución del Congreso de los Trabajadores Argentinos (CTA), nombró una mesa nacional provisoria y expuso una serie de líneas de acción. El encuentro fue significativo por dos decisiones que terminaban por plasmarse. La primera, una ruptura definitiva con la CGT, y la segunda, la opción de construir una central de trabajadores como modo de intervención política por sobre la apuesta a configurar un partido de los trabajadores al modo del pt brasileño. No fue menor lo que se dirimió allí puesto que implicó un modo de vincular lo gremial con la política que marcaría la vida de la central. El 14 de noviembre 2 600 delegados se reunieron en el Parque Sarmiento (Buenos Aires), ratificaron los ejes planteados y fijaron uno de los atributos más novedosos que tendría el CTA: el mecanismo de afiliación directa,4 lo que significó un quiebre con el modelo de la CGT.5
La primera acción del CTA fue la “Campaña por el millón de firmas” contra la jubilación privada. La selección del tema a instalar vislumbra el intento de articular una preocupación transversal a toda la clase trabajadora. La inclusión de repertorios de acción en cierto modo novedosos para la tradición sindical ha sido una característica de la Central. Acciones como la recolección de firmas y las consultas proponen gramáticas de matriz ciudadana (antes que sindicales clásicas) (Schuster y Pereyra, 2001). Mediante dicha práctica, el Congreso buscó instalar nuevos modos de representación en un marco de desprestigio de la acción gremial y obtener visibilidad en el espacio público. El CTA convocó a una serie de marchas y huelgas en contra de la política neoliberal de Carlos Menem en la que estableció alianzas con distintas organizaciones sociales y sindicales como el MTA6 y la Corriente Clasista y Combativa, amalgamando el reclamo gremial con las demandas ciudadanas (Palomino, 2005). En las primeras elecciones por voto directo de sus afiliados más de 150 mil trabajadores (CTA, 1999a) eligieron a la Lista 1 “Germán Abdala” que proponía a Víctor de Gennaro (ATE) y a Marta Maffei (CTERA) como secretario general y adjunto, respectivamente. La conducción consensuada de la CTA entre ATE y CTERA quedaría plasmada también para futuras conducciones, así como ratificada la primacía del sector estatal en la composición de la Central.
El 4 de noviembre de 1996, finalmente el Congreso se convertiría en la Central de los Trabajadores Argentinos (CTA). En la declaración final se consolidaron dos ejes de lucha: la Democratización (del campo sindical, en la toma de decisiones sobre política pública, del Poder Judicial, etc.) y el rol del Estado como coordinador social. Además, allí quedó definido el desempleo como principal problema y el modelo neoliberal como delimitante de la frontera antagónica. La estrategia de acumulación de la CTA se plasmó en cuatro ejes: la consolidación de los sindicatos estructurantes (ATE y CTERA) y la acción gremial, la expansión hacia otros sectores de trabajadores -empleados o desocupados-7 mediante las Federaciones (FETERS, FETIA, FNS, FTV), el vínculo con organizaciones sociales que por diferentes demandas enfrentaban al neoliberalismo (organismos de derechos humanos, federaciones estudiantiles, de género, cooperativas, de infancia,8 etc.) y acciones de matriz ciudadana que la posicionaban en la opinión pública.9
Las estructuras sindicales que sostuvieron a la CTA desde su nacimiento fueron ATE y CTERA, cuyo desarrollo como organizaciones gremiales es previa y en muchos casos independiente de la CTA. La presencia de los sindicatos estatales es clave puesto que el apoyo financiero, económico y de infraestructura permitió sustentar muchas de las acciones de la CTA (esto les permitía ejercer un poder indirecto de veto). Por otro lado la centralidad del Estado se hace doble, ya que se convierte en patronal y actor de negociación, a la vez que se le adjudica un rol articulador y productor de políticas. La “cuestión del Estado” se instaló desde un inicio en el horizonte de la CTA,10 a él se atribuyó la responsabilidad de “expresar lo público” (CTA, 1996: 4) y de representar “el interés general de la comunidad” (CTA, 1999a: 18) como parte constitutiva del horizonte nacional-popular-estadocéntrico.
En la lógica gremial, la CTA participó de una serie de huelgas en conjunto con organizaciones disidentes (Iñigo Carrera y Cotarelo, 2000). A su vez, con la creación de las Federaciones buscó penetrar en diferentes espacios, tanto allí donde no tenía representación sindical (como modo de incorporar sectores escindidos de la CGT) como en terrenos que no habían sido permeables a la sindicalización (como los desocupados, los informales y los barrios populares). Mediante este instrumento la CTA consiguió la adhesión de seccionales gremiales locales enfrentadas a conducciones enroladas en la CGT, así como también la de trabajadores a título individual (Armelino, 2012).
Las federaciones posibilitaron cierta inserción de la CTA en los nucleamientos territoriales, organizando y articulando las demandas y los repertorios de acción desplegados por dichos actores a lo largo de la década.11 En especial la Federación Tierra, Vivienda y Hábitat (FTV) (Cross, 2004; Calvo, 2006; Manzano, 2007) supuso una adaptación de la representación sindical a un mundo laboral en crisis, con altos índices de desocupación y empleo informal. La FTV permitió abordar la problemática ligada a la reterritorialización12 de la clase, a la vez que atender demandas de movimientos campesinos y pueblos originarios. Operativamente, se convirtió en la principal organización de mediación entre los desempleados y la CTA a partir de la gestión de planes de asistencia social, la organización de protestas (piquetes) y la demanda por “trabajo” que se cristalizó en experiencias cooperativas (Retamozo, 2009).
Desde el Frenapo hacia el Movimiento Político y Social
El triunfo de la Alianza UCR-Frepaso en 1999 marcó un desafío para la Central que había coordinado acciones con sectores partidarios de la coalición ahora en el poder. Aunque muchos cuadros de la CTA habían ingresado al Congreso Nacional de la mano de la coalición gobernante, la relación con la Alianza sufrió desgastes y tensiones desde el inicio de la gestión de De la Rúa a partir de hechos de represión a trabajadores ocurridos en la provincia de Corrientes, que originaron un paro general de la Central (CTA, 2006b). Unos días después, el 30 de diciembre de 1999, como un gesto hacia el nuevo gobierno CTERA levantó la Carpa Blanca, uno de los símbolos de la lucha contra la avanzada neoliberal en el plano educativo.
La continuidad de las políticas de la Alianza con respecto al neoliberalismo fue el contexto político en el que la CTA planteó una nueva estrategia de articulación de lo social con lo gremial: el Frente Nacional contra la Pobreza (Frenapo) que promovió una Consulta Popular en pos de garantizar un seguro de empleo y formación para los jefes de familia desocupados y una cobertura previsional para los ancianos sin protección. El Frenapo fue concebido como una instancia articuladora de las organizaciones del campo popular con el doble objetivo de situar una agenda social y promover la unidad de los sectores en lucha (Armelino y Pérez, 2003).13 En medio de la aceleración de la crisis y las medidas que restringían la posibilidad de retirar depósitos de los bancos, entre el 13 y 16 de diciembre de 2001 se desarrolló la Consulta que, según los propios organizadores, alcanzó los 3 200 000 votos.
El alcance de la Consulta Popular fue opacado por la dimensión de las jornadas del 19 y 20 diciembre de 2001 (Armelino, 2004). Las movilizaciones populares, la represión y la posterior renuncia de De La Rúa cambiaron drásticamente el escenario y el cuestionamiento alcanzó también a importantes sectores del sindicalismo. La Central hizo su propio balance al respecto reconociendo la incapacidad de ofrecer una salida superadora de la crisis (CTA, 2006a: 26). La asunción de Eduardo Duhalde trajo la devaluación de la moneda y la implementación de políticas sociales de contención como el Plan Jefes y Jefas de Hogar Desocupados. Las movilizaciones sociales continuaron, protagonizadas por desocupados y asambleas barriales, y se multiplicaron luego de los asesinatos de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán en junio de 2002. Sin embargo, los intentos de articular las iniciativas desde el Frenapo fueron poco efectivos. La dinámica de lo impensado en diciembre de 2001 que se había llevado consigo a cuatro presidentes se llevó también la herramienta de acumulación neonata.
El 13 y 14 de diciembre de 2002 se desarrolló el Sexto Congreso Nacional de Delegados de la CTA en Mar del Plata con el propósito de lanzar un “Movimiento Político, Social y Cultural” (Armelino y Pérez, 2003).14 La agenda del evento estuvo marcada por el documento de la Mesa Nacional (“Cómo construir unidad popular”), que fue debatido en comisiones de trabajo. El documento caracterizaba la etapa con la noción gramsciana de “crisis de hegemonía” y diagnosticaba la vigencia de un “régimen autoritario”, puesto en cuestión a partir de las jornadas de diciembre de 2001 pero con capacidad de respuestas represivas. De allí que la tarea que se auto-adjudicaba la Central era la de funcionar como articulador de un nuevo bloque y construir una “dirección consciente de la comunidad”, es decir, actuar bajo una lógica de producción de un nueva hegemonía. El Congreso ofreció la oportunidad para precisar la estrategia de la Central, la construcción de un “Movimiento Político-Social”, además de definir dos tácticas para la coyuntura: “Organizar la resistencia frente al autoritarismo, el ajuste y la represión” y “Precisar, ante el conjunto de la sociedad, el carácter restringido y ‘tramposo’ de la convocatoria oficial a elecciones anticipadas”.
Los dilemas que la creación del Movimiento Político, Social y Cultural presentaron a la CTA cristalizaron en el intento de articulación de cuatro lógicas políticas. La lógica corporativo-gremial, en tanto representante de los intereses de la clase trabajadora; la lógica político-partidaria, en cuanto la opción electoral se introducía si no como una decisión orgánica al menos como problema colectivo; la lógica populista (Laclau, 2004), que procuraba sobre-determinar a las anteriores en un horizonte articulador de demandas insatisfechas en perspectiva de la producción de una nueva síntesis identitaria; y la lógica hegemónica, en tanto proyecto de “devenir Estado” por parte del nuevo bloque de poder.
Sin embargo, la elección presidencial convocada para 2003, sindicada como “trampa” por la CTA, logró estructurar la politicidad al interior del campo de la política (Lefort, 1990); las expectativas y la participación ciudadana en la contienda electoral fueron una muestra de ello. A su vez esta centralidad motivó el juego de diversos referentes de la Central por fuera de las decisiones orgánicas y del mentado Movimiento Político y Social. El fortalecimiento de la FTV le había otorgado centralidad y preponderancia al liderazgo de Luis D’Elia que en ocasiones tensionaba la estrategia de la central en su conjunto.15 Así, las limitaciones de la Central como horizonte de resolución política, la legitimidad de las elecciones y la aparición de Néstor Kirchner interpelando a organizaciones y militantes produjo efectos de desestructuración del campo en el que se había constituido la organización.16
III. Sorpresa, expectativa y desconfianza: la CTA en la era K
La irrupción de Néstor Kirchner significó una nueva tensión para la CTA al recodificar la temporalidad del proceso, trastocar condiciones de posibilidad y contextos de emergencias. Las tácticas planteadas en diciembre de 2002 habían perdido su razón de ser. Por un lado las elecciones habían mostrado un nivel aceptable de legitimidad y concitado expectativas, por otro la tarea de “resistir el ajuste y la represión del régimen autoritario” perdía su sentido ante las orientaciones que Kirchner le imprimía a su gobierno desde el momento mismo de su asunción. La estrategia quedaba nuevamente jaqueada por la coyuntura.
El discurso kirchnerista que reinstaló sentidos de lo nacional, lo popular y lo estatal fue acompañado por medidas que disputaron el campo semántico que la CTA había ayudado a construir. La propuesta de un Estado activo como promesa de inclusión y el establecimiento de fronteras antagónicas con los mismos “enemigos” de la CTA (el neoliberalismo, la dictadura, los organismos internacionales como el FMI, la Corte Suprema de Justicia, etc.) desde un lugar de enunciación privilegiado, afectaron el lugar de la CTA en tanto el gobierno nacional se erigía como representante legítimo de las demandas populares (Biglieri y Perelló, 2007; Muñoz y Retamozo, 2008). Además, el kirchnerismo ofrecía un espacio de reconocimiento a actores (organismos de derechos humanos, intelectuales, artistas) que eran parte del campo gravitacional de la CTA, así le disputó sus aliados históricos (Retamozo, 2011). No es difícil advertir que las condiciones de posibilidad de la CTA como experiencia colectiva se vieron afectadas por un cambio en el contexto y en el exterior constitutivo a partir de una redefinición de las fronteras antagónicas.
En el intento de lograr respaldos que consolidaran su debilidad de origen,17 Kirchner mantuvo reuniones con referentes de la CTA para escuchar sus demandas.18 La estrategia de la transversalidad (Torre, 2004; Armelino, 2005; Natalucci, 2011; Pérez y Natalucci, 2012) incluyó a algunos sectores ligados a la CTA y dirigentes (como Edgardo Depetri y Luis D’Elía) tuvieron significativos acercamientos al gobierno, mientras que otros fueron buscando otras opciones de representación partidaria en el arco opositor.19 A principios de 2004 surgió el Frente Trasversal Nacional y Popular a iniciativa de Depetri y progresivamente la FTV, en aras de su autonomía táctica, fue incorporando militantes en funciones de gestión en el área de vivienda, tierra y hábitat, incluido el propio D’Elía (Cross, 2012; Pagliarone, 2012). La proximidad de la FTV con el gobierno nacional provocó la ruptura del “eje matancero” (Svampa y Pereyra, 2003; Isman, 2004) del que formaba parte junto a la CCC y luego, en 2006, la salida de la CTA, donde se había constituido como principal estrategia de acumulación territorial (FTV, 2006).20
En junio de 2004 un conjunto de organizaciones produjeron un documento llamado “La Hora de los Pueblos” en expreso apoyo a Kirchner. Allí se encontraban expresiones que habían sido contenidas por la CTA como el FTNYP, la FTV, el Movimiento Barrial Octubres o muy ligados como Barrios de Pie o Los Pibes de la Boca. Finalmente éstas convergieron en el Frente de Organizaciones Populares y el Frente Patria para Todos, instancia de coordinación que duró pocos meses pero que marcó un giro en la estrategia política de sectores de la CTA que pasaron a actuar en el campo político bajo la conducción del kirchnerismo21 y en los escenarios propuestos por éste.22
La irrupción del kirchnerismo también concitó desafíos en el ámbito gremial a partir de los cambios en la dinámica del mercado laboral y la restitución de mecanismos formales de negociación colectiva (Palomino, 2005). Autores como Etchemendy y Collier (2007) han definido el modelo como “neocorporativismo segmentado”, un sistema de negociaciones a nivel de cúpulas pautadas entre empresarios y sindicatos centralizados relativamente autónomos y organizadas por un Estado liderado por un partido pro-sindical. El carácter segmentado alude a que el esquema involucra sólo a los trabajadores del sector formal y, en consecuencia, los beneficios obtenidos son sectoriales.23 Esta situación reestructuró el campo de la protesta y las lógicas de disputa en tanto la conflictividad social se desplazó hacia el escenario gremial.
Los sindicatos docentes enrolados en CTERA, uno de los pilares de la CTA, tuvieron especial relevancia por el lugar que el gobierno nacional les otorgó como interlocutores válidos para definir las políticas educativas (Etchemendy, 2001). La Ley de Educación Nacional núm. 26206 sancionada en diciembre de 2006, que reemplazaba a la cuestionada la Ley Federal de Educación, es una muestra de ello.24 A su vez, la Ley de Financiamiento Educativo25 y la creación, tiempo después, del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva estuvieron en sintonía con los reclamos históricos de CTERA y la CTA (CTA, 1999b).
En un escenario dominado por el kirchnerismo la CTA lanzó en 2007 una nueva estrategia para reubicarse como organizadora de las demandas de distintos sectores sociales en el nuevo contexto. Ella cristalizó en dos propuestas: la Paritaria Social y la Constituyente Social. Aunque fueron presentadas como complementarias (CTA, 2007a), los horizontes esperados y los planos en los que se inscribieron fueron disímiles y así también la fuerza que diferentes sectores dentro de la CTA le dieron a uno y a otro instrumento. La Paritaria Social se proponía la articulación de demandas sectoriales excluidas de la agenda gubernamental y huérfanas de representación en las mesas tripartitas.26 La convocatoria se lanzó con una movilización al Ministerio de Trabajo, cuyo objetivo era instalar la necesidad de un nuevo “modelo productivo y distributivo” fundado en un gran convenio colectivo que incluya a los “trabajadores y el pueblo”.27 El encuentro tuvo como oradores a Hugo Yasky y Carlos Heller28 quienes reconocían el cambio de rumbo operado en 2003. No obstante, se admitía también que la participación de los trabajadores en el ingreso nacional no había variado de manera significativa y esto daba origen al nudo de la convocatoria: la exigencia de equidad en la distribución de la riqueza (CTA-IMFC-FAA-APYME, 2007). Esto suponía un reconocimiento al Estado en su rol de mediación y articulación intersectorial, y a la vez la elevación de un reclamo por la inclusión y la orientación de las políticas públicas a partir de un ejercicio de presión movilizada.
Mientras que la Paritaria Social se inscribió en la lógica de los actores -demandas que son tramitadas en instancias de negociación establecidas- la Constituyente Social pretendió ubicarse en el terreno de la conformación de subjetividades. Partiendo de un diagnóstico que extendía hasta 2007 la crisis de representación puesta en evidencia en 2001, la CTA buscó dar continuidad a los ejes planteados en el Congreso de 2002 en pos de la construcción de un movimiento político, social y cultural a través de la Constituyente (Constituyente Social, 2008). El documento ¿Qué es la Constituyente Social? (2012) consignaba la inscripción de la iniciativa en la generación de una nueva experiencia política y social que recupere la capacidad de “autogobierno por parte de los pueblos”. Las asambleas de la Constituyente confluyeron por primera vez en Jujuy (octubre de 2008), luego en Neuquén (noviembre de 2009) y en La Plata (Buenos Aires, abril de 2010). El objetivo de la Constituyente ha sido el de constituirse en el instrumento capaz de producir un programa de gobierno alternativo y superador del instalado desde 2003.
La disputa con la entidades patronales agropecuarias conocido como “conflicto del campo”29 en 2008 supuso para la central un nuevo cimbronazo por dos motivos. Primero porque la contienda involucró a uno de los aliados históricos de la CTA, la FAA, que actuó en bloque con entidades que tradicionalmente habían estado en las antípodas de la CTA, como la Sociedad Rural Argentina. En consecuencia, el posicionamiento de la Central en un espacio político binario originó arduos debates. Por otro lado, porque la radicalidad discursiva y la presencia de una lucha de calles sin violencia directa, dicotomizó el espacio político en torno a dos polos antagónicos representados por “el gobierno” y “el campo”, e instaló un escenario en el que significantes como “oligarquía”, “gorila”, “terratenientes”, “autoritarismo”, “democracia” y “dictadura” se articularon en dos cadenas de significados bien diferenciados. A su vez, a la derrota de la iniciativa gubernamental en el Congreso30 le siguió lo que Maristella Svampa denominó la “exacerbación de lo nacional-popular” (2011) y en ese contexto el gobierno impulsó medidas que atravesaron demandas históricas de la CTA. Aquello de buscar que “nuestra prioridad de agenda sea prioridad en la agenda de quienes administran las instituciones del Estado” (CTA, 1999b: 66) se realizó -al menos en parte- en ciertas políticas impulsadas por Cristina Fernández de Kirchner como salida a la crisis de gobernabilidad ocasionada por la derrota en el conflicto con las entidades patronales y en las elecciones legislativas de 2009.
La política en torno a los medios de comunicación audiovisual -cristalizada en la sanción de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en octubre de 2009-, por ejemplo, incorporó actores y debates de la CTA que adhirió a los “21 puntos básicos por el derecho a la comunicación” propuestos por la Coalición por una Radiodifusión Democrática. La estatización de las Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones en 2008 y la de Aerolíneas Argentinas en 2009 fueron otros hitos clave puesto que habían sido demandas históricas de la CTA. La recuperación del manejo previsional31 permitió que el gobierno nacional contara con fondos para financiar políticas públicas. En particular, hizo posible la implementación de la Asignación Universal por Hijo para protección social que produjo un replanteo del modo de intervención estatal en materia de política social. Las demandas de la CTA fueron, en este sentido, insumos de potencia para la expansión de los horizontes del gobierno de Cristina Kirchner, quien lo ha reconocido en diferentes intervenciones públicas (CFK, 9/11/09; 20/11/13).
Los senderos se bifurcan: las elecciones de 2010
Lo sucedido en las elecciones de la CTA para septiembre de 2010 fue consecuencia de las diferencias al interior de la conducción de la Central, sobre la caracterización de la etapa post 2003 y la valoración del kirchnerismo como proceso histórico. Como consecuencia, la Lista 1 “Germán Abdala”, que condujo la central desde su fundación, se fraccionó. Por un lado, la corriente que reconocía profundas transformaciones promovidas por el kirchnerismo encabezada por Hugo Yasky (Secretario General desde 2006) formó la Lista 10 -“CTA de los trabajadores”-. Por otro, se agruparon bajo la dirección de Víctor De Gennaro y Pablo Micheli los sectores opositores al gobierno nacional (Lista 1 “Germán Abdala”).32
El 23 de septiembre de 2010 se llevaron a cabo las elecciones y el escrutinio oficial de la Junta Electoral Nacional dio el triunfo a la Lista 1 “Germán Abdala”.33 Sin embargo, las acusaciones cruzadas de fraude34 llevaron a la impugnación de los organismos de control eleccionario y la intervención del Ministerio de Trabajo, quien otorgó una prórroga a la conducción elegida en 2006 (con Yasky en la secretaría general) para evitar la acefalia de la organización hasta tanto se resuelva el conflicto.35 Los representantes de la Lista 1 hicieron un llamado a elecciones complementarias que fueron impugnadas cuando el Juzgado Nacional de Primera Instancia del Trabajo núm. 25 dio curso al amparo presentado por la otra lista e impidió que la Junta Electoral pusiera al mando de la Central a Pablo Micheli. El hecho quedó ratificado por la Cámara de Trabajo el 13 de julio de 2011. La fractura se acentuó con cruces mediáticos y el funcionamiento paralelo de las dos CTA. La auto-adjudicación de legitimación por parte de cada fracción derivó en que cada una convoque a elecciones para elegir a su secretario general en 2014.
IV. Conclusiones: atisbando la diáspora
La CTA surgió en el campo sindical como experiencia para enfrentar tanto a las políticas neoliberales como a las nuevas condiciones del escenario político: un gobierno peronista aplicando las políticas neoliberales del Consenso de Washington y subsumido a la política de Estados Unidos; y un sindicalismo que dio aisladas batallas a las privatizaciones pero que terminó negociando el avance de las reformas a cambio de cuotas de poder. En este contexto, la identidad peronista y “lo nacional y popular” quedaban obturados como discurso político sintetizador de la experiencia política. Las palabras de Abdala que citamos en la introducción son representativas.36
Sin embargo, las inercias sindicales y la tradición que, como decía Marx, oprime el cerebro de los vivos, fueron espacios de intervención del espectro del peronismo y lo “nacional-popular”.37 Allí la CTA se dio una tarea de reconstruir la historia de los trabajadores sin por eso construir una memoria. Y, sabemos, no hay sujeto sin memoria. Sin memoria hay actores. Como afirma Gurrera (2008), la conformación identitaria de la CTA como sujeto político involucró cierta ambigüedad respecto a las rupturas y continuidades con el peronismo como identidad política. Fue precisamente ese carácter el que habilitó la convivencia de distintas tradiciones al interior y permitió el apuntalamiento político e institucional de la Central en las etapas en que el peronismo empírico borraba las ilusiones de un peronismo esencial -para usar los giros de Altamirano-. En efecto, si como decía De Gennaro “había que empezar a construir de cero, y eso creo que nos llevó a decir que el peronismo se acabó, empieza una nueva etapa” (De Gennaro, en Rauber, 1997: 224), las opciones de encuentro con tradiciones políticas críticas del peronismo quedaban planteadas al instalar una frontera antagónica que equiparaba neoliberalismo y peronismo, y decretar el final del peronismo como experiencia plebeya. Esta distancia marcó las condiciones de posibilidad pero también las limitaciones para la nueva experiencia.
La cuestión de la identidad se constituyó en un dilema que llevó a desprenderse del arsenal simbólico del peronismo pero no de su imaginario nacional-popular-estadocéntrico. Es decir, los universales tramitados (liberación, justicia, democracia, soberanía) fueron desacoplados de sus contenidos históricos ligados al peronismo.38 Sin embargo, no pudieron reponerse los mitos movilizadores necesarios39 con capacidad de inscripción de proyecto (futuro) (Zemelman, 2010), ni en el plano de la identidad colectiva (como identidad de clase) ni de la identidad política (como identidad popular). Las dificultades en la producción del sujeto político quedaron evidenciadas en la fragilidad a los cambios en los contextos políticos que jaquearon la experiencia surgida a comienzos de la década del noventa.
Mientras el contexto se mantuvo estable (por la permanencia de la frontera antagónica), la CTA pudo crecer en referencia y en alcance, aunque no pudo trascender su armado inicial en el campo sindical donde -con excepción del SUTNA- se limitó a una representación de parte de los trabajadores estatales. Mientras que ATE y CTERA mantuvieron sus autonomías a la vez que sustentaron a la CTA a través de recursos (económicos y cuadros) para las acciones colectivas, la incidencia en el sector industrial ha sido mínima luego de dos décadas de existencia. Las federaciones se han diluido y las dos expresiones de organización de trabajadores no formales (la FTV y la Túpac Amaru) poseen una independencia táctica y una marcada cercanía con el gobierno nacional. El no reconocimiento gremial -el juego de las instituciones laborales- inhabilitó la experiencia de la CTA como tal en el campo de la negociación como entidad de los trabajadores frente al Estado y los empresarios, dejando librado su potencial sólo al campo de la resistencia y la denuncia.
En la etapa de resistencia a la ofensiva neoliberal la propia negatividad generada por el orden instaló condiciones y fronteras de reconocimiento comunes para un conjunto de experiencias para las que la CTA funcionó como lugar más que como principio articulador identitario con capacidad de inscribir una voluntad colectiva con proyecto. La diferencia entre una experiencia de articulación hegemónica con la de una situación de alianza está dada por la transformación identitaria de los elementos que ingresan en el proceso de configuración de un sujeto nuevo, sin embargo la CTA no logró convertirse en un campo estable que sintetice y conserve a los diferentes colectivos y organizaciones y los provea identidad (Laclau y Mouffe, 2004). La conformación del Frenapo fue una muestra de ello, ya que los sectores que participaron no confluyeron en experiencias (ni identitarias ni organizativas) superadoras. Además esta estrategia de acumulación fue arrasada por las jornadas del 19 y 20 de diciembre de 2001, que supusieron una irrupción (en el sentido del tiempo kairos, Valencia García, 2007) y una recodificación del escenario político. La estrategia del Movimiento Político y Social, lanzada en diciembre de 2002, que también buscó erigirse en el lugar de la articulación política fue rápidamente subvertida por la aparición de Néstor Kirchner y la apertura del espacio del devenir kirchnerismo, en el cual muchas de las organizaciones y cuadros de la CTA decidieron participar del proyecto y reasumieron la identidad nacional y popular.
La actualidad de la CTA la encuentra en un momento de repliegue en el marco de dos campos que confrontan. La “CTA de los trabajadores”, liderada por Hugo Yasky, reconoce que el kirchnerismo a pesar de sus contradicciones y falencias constituye una avanzada popular que hay que defender y profundizar. Por otro lado, la CTA conducida por Pablo Micheli y apadrinada por su histórico líder Víctor de Gennaro, planea una Asamblea de la Constituyente Social para 2014 a la vez que lanzó el Instrumento para la Unidad Popular que luego de una experiencia en un armado con partidos socialdemócratas (el Frente Amplio Progresista) convergió con partidos de izquierda con un magro resultado electoral en las elecciones legislativas de 2013.40
Las transformaciones políticas acaecidas desde 2003 trastocaron las condiciones del escenario de acción histórica. Las dificultades de la articulación de las lógicas (gremial, política, populista y hegemónica) pusieron en evidencia los límites de la CTA en su construcción como central sindical (incrementada por la sistemática negación a su personería gremial), su destiempo para una estrategia política propia (que supera la de introducir sus cuadros en diferentes armados electorales) y los problemas de configurar una identidad política capaz de subjetivar la experiencia de clase como instancia de devenir Estado (la lógica hegemónica). La política -o mejor “lo político”- es el terreno de la contingencia pero no de la indeterminación histórica. Acontecimientos inesperados (2001, el kirchnerismo, el conflicto de 2008) impactaron en las estrategias de la CTA y son partes ineludibles para comprender su situación actual. El camino de la división parece trazado mientras el contexto se mantenga estable, pero atisbar un futuro ceteris paribus parece no ser un buen precepto metodológico para comprender la política argentina. La misma historia de la CTA da cuenta de ello.