SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.56 número1Leopoldo José Manuel Valiñas Coalla. 27 de febrero de 1955 - 14 de enero de 2022Medina Miranda, Héctor (2020). Vaqueros míticos. Antropología comparada de los charros en España y en México. México: Gedisa índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Anales de antropología

versión On-line ISSN 2448-6221versión impresa ISSN 0185-1225

An. antropol. vol.56 no.1 Ciudad de México ene./jun. 2022  Epub 05-Mayo-2023

 

Reseñas

Pascual Soto, Arturo (2019). Divinos Señores de El Tajín. El culto al gobernante en los comienzos de la civilización. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México

Óscar H. Flores Floresa 

a Universidad Nacional Autónoma de México, oscarhff@hotmail.com

Pascual Soto, Arturo. 2019. Divinos Señores de El Tajín. El culto al gobernante en los comienzos de la civilización. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México,


En 1804, el jesuita novohispano Pedro José Márquez, al publicar en Roma su célebre opúsculo titulado Due antichi Monumenti di Architettura messicana, describía la Pirámide de los Nichos de El Tajín con las siguientes palabras:

La forma del monumento es piramidal, como piramidales son los más antiguos monumentos del mundo, que existen en Egipto, y como piramidal se suele dibujar la célebre Torre de Babel, primer monumento que se sepa haya sido levantado por mano de los hombres para eternizar la memoria. Que si tales dibujos de la torre babilónica están fundados sobre la verdad, es muy probable que de la idea de ésta, hayan tomado norma tanto los egipcios en el mundo antiguo como los mexicanos en el nuevo para sus grandes obras ejecutadas en semejante forma (en Márquez 1972: 133).1

La humanidad es una, pero son muchos los pueblos. Esto se hace evidente en las coincidencias y diferencias entre muchas culturas cuyas mitologías están permeadas de tópicos relacionados con sus teogonías, los mitos de origen, la fundación de ciudades por héroes y semidioses, así como la destrucción del mundo como un recurrente castigo. Todo esto refleja la existencia de problemas comunes y el anhelo constante por comprender un mundo complejo en donde los hombres, como si se tratara de personajes de una obra divina, actúan en un escenario salvaje que solo es domado mediante el trabajo continuo que habrá de brindarles los elementos que les permitirán transitar de la barbarie a la civilización, del mundo rural a la urbe y del ámbito de lo profano a lo sagrado.

Estas palabras podrían parecer ajenas en un evento académico como el que nos ha convocado, pero al leer el primer párrafo del libro de Arturo Pascual Soto que tengo el honor de reseñar, no pude dejar de pensar que ese mundo sombrío e inhóspito que él describe tras el paso de un huracán en las costas del Golfo de México es muy semejante a la historia del Diluvio que narran las tablillas cuneiformes de Mesopotamia. En ambos casos se trata de una naturaleza salvaje que ha sido domada y transformada por el hombre, pero también es el mudo relato del clima de temor e incertidumbre que sucede en las catástrofes, donde las lluvias e inundaciones, por su lamentable frecuencia, no solo conformaron y reconfiguraron el paisaje, sino que se convirtieron en referentes trágicos que contribuyeron a delimitar una línea de tiempo que marca el surgimiento de los distintos asentamientos en periodos sucesivos a partir de una historia en la que “la cronología del agua”, si se nos permite la expresión, estaría estrechamente ligada con el desarrollo cultural de los respectivos pueblos, en tanto que los patrones de poblamiento y las principales actividades productivas estaban estrechamente relacionados con ésta.

Pero si lo expresado anteriormente fuera tan solo una coincidencia de índole mitológica, al leer el libro Divinos Señores de El Tajín. El culto al gobernante en los comienzos de la civilización, seguiremos encontrando algunas similitudes con otros pueblos del Viejo Mundo que, con sus debidas reservas, Arturo Pascual ha sabido detectar.

Éste es el caso del proceso que implicó la conformación de los estados tempranos en los orígenes de una civilización a partir del surgimiento y desarrollo de la agricultura como base del sistema económico, un problema que se ha podido vislumbrar en los inicios de las principales culturas originarias, como Egipto, Mesopotamia, el Valle del Indo y China. A este respecto, Forest (1966) ha realizado importantes investigaciones para el caso de Mesopotamia y Kemp (2006) ha hecho lo propio para Egipto, y es precisamente a partir del ejemplo del Egipto Predinástico que el dr. Pascual, siguiendo a este último autor, vincula el surgimiento del estado con el establecimiento de la agricultura y el consiguiente incremento poblacional como base de un sistema económico incipiente. Acorde con ello, la formación de los estados tempranos en la zona del Golfo de México es explicada a partir de un modelo que, para el caso de Mesoamérica, hasta donde tengo entendido, no había sido aplicado.

Divinos Señores de El Tajín. El culto al gobernante en los comienzos de la civilización es el último libro de una serie de obras escritas por Arturo Pascual que están dedicadas a trazar la historia de lo que, parafraseando al autor, en tiempos antiguos fuera “La ciudad más culta del oriente de Mesoamérica”.

A lo largo de casi veinte años ha publicado cuatro importantes libros y una interesante memoria de excavaciones en donde se pueden apreciar, no solamente los intereses académicos que han orientado sus investigaciones, sino también las aportaciones de su trabajo arqueológico, cuyos resultados le han permitido corroborar y, en algunos casos, reformular las hipótesis planteadas a lo largo de dos décadas. De tal forma que, así como en cada temporada de campo el arqueólogo va en busca del pasado con sus excavaciones, al leer los libros escritos por dicho autor, el lector va descubriendo y comprendiendo la historia de El Tajín. En sentido figurado podríamos decir que cada uno de sus libros corresponde a una capa estratigráfica del pasado remoto de un pueblo que, de manera lenta pero continua, va revelando sus misterios.

Así pues, la conformación de este corpus bibliográfico inició con su opera prima: Iconografía arqueológica de El Tajín (Pascual 1990), continuó con la obra En busca de los orígenes de una civilización (Pascual 2006), posteriormente publicó El Tajín. Arte y Poder (Pascual 2009), luego vino Guerreros de El Tajín. Excavaciones en un edificio pintado (Pascual 2009a) y es con el libro que reseñamos, Divinos señores de El Tajín. El culto al gobernante en los comienzos de la civilización, que Arturo Pascual completa esta serie de estudios que nos brinda una acuciosa e interesante investigación, en donde trabajo y talento se conjugan para brindarnos la que, sin duda, es la visión más completa de una de las ciudades más importantes del México antiguo.

El libro está escrito con un lenguaje pulcro y preciso que permite seguir un discurso claro y continuo, en donde la complejidad del tema estudiado corresponde con la estructura interna con la que el autor ha organizado y sistematizado la información. Si bien es cierto que está dirigida a los estudiosos del México Antiguo, es una obra accesible para todo lector culto interesado en la historia y la arqueología.

Son varios los ejes temáticos que se entrecruzan en este libro, y con ello no me refiero solo al más obvio que está descrito en el índice, pues si este fuera el caso, bastaría decir que está dividido en cuatro capítulos a los que hay que agregar el prólogo de Annick Daneels, la presentación del autor y un epílogo. En realidad, me parece que su estructura es más compleja y requiere una explicación, pues como dijera Samuel Noa Kramer en la introducción de su célebre libro Dioses, tumbas y sabios (1985: 13), “Para mejor comprender los acontecimientos más sensacionales de las prodigiosas aventuras de la Arqueología, se necesita un plan”.

En efecto, partiendo de una lectura tradicional, tendríamos que empezar por los temas centrales del capitulado, para lo cual me permito consignar lo que, desde mi punto de vista, son sus ideas centrales.

Después del breve pero interesante prólogo de la dra. Aneek Daneels, quien resalta las aportaciones de Arturo Pascual dentro de la historiografía especializada de El Tajín, y de una elocuente introducción del autor en donde explica cómo los orígenes de la civilización estuvieron supeditados al entorno natural y a la forma en que los nativos interactuaron con su medio, tenemos el primer capítulo titulado “El culto al gobernante” que no solo constituye el punto de partida de un itinerario histórico cuya duración abarcó todo un milenio, sino que es el apartado central dentro del discurso general de la obra.

Efectivamente, es en este capítulo donde el autor establece como premisa la estrecha relación entre la fundación y consolidación de los primeros asentamientos en la zona de la montaña, y el desarrollo incipiente de un sistema agrícola, en el que Morgadal, Cerro Grande, Vista Hermosa y El Tajín fueron los primeros focos locales de desarrollo que, debido a ciertas particularidades geográficas y económicas, pudieron consolidar áreas de influencia a nivel regional sin que por ello se pueda hablar propiamente de un estado políticamente unificado.

De acuerdo con este modelo, estaríamos hablando de los primeros estados tempranos con un entramado social simple pero efectivo, a tal grado que propició la conformación de una ideología dominadora por parte del Estado, permitiendo también el surgimiento y consolidación de la figura del gobernante y su veneración como intermediario entre la divinidad y su pueblo. Es así que la construcción ideológica de una estructura política a comienzos del Clásico propició, no solo el surgimiento del gobernante, sino su representación como encarnación del Estado y de una de las asociaciones más tempranas entre arte y poder cuyas repercusiones se harían evidentes en la traza de los centros políticos y ceremoniales.

En el capítulo II, “Forma y confines del universo”, a partir de la Teoría del lugar Central, propuesta por Christaller en 1933, que explica el surgimiento de ciudades que constituyen áreas de influencia y focos de gobierno ubicadas en posiciones centrales con relación a una serie de asentamientos menores, el autor aplica el modelo a la costa del Golfo para explicar los desarrollos urbanos locales plenamente diferenciados dentro de un entorno regional más amplio que suele caracterizarse por una uniformidad geomorfológica del paisaje. No obstante, y como bien ha señalado Pascual Soto, esta condición debe matizarse, pues ni en las llanuras costeras ni en la montaña se cumple y tampoco sucede en otras áreas culturales donde el modelo se ha utilizado como marco referencial; Mesopotamia es un ejemplo semejante, estudiado no solo por Johnson desde 1972, sino también por Oppenheim, quien se refirió a esta región en su ya clásico “Retrato de una civilización extinguida” publicada en 1964.

Desde luego hablamos de cómo una naturaleza compuesta influye en los orígenes de la civilización, pero también nos referimos a ella como una construcción cultural del territorio donde los referentes geográficos se convierten en referentes culturales que contribuyen a unir territorios y delimitan fronteras y vías de comercio, en donde el hombre, al interactuar activamente con su entorno, lo crea y lo recrea. Para explicar la complejidad de este problema, Arturo Pascual sigue a Hagget (1969) al plantear una tipología urbana que caracteriza los distintos asentamientos en ciudades, pueblos, mercados, villas y áreas tributarias.

En el capítulo III “Señores de la llanura”, el autor desarrolla una línea argumentativa de gran interés, pues, a partir de los resultados de largas temporadas de campo, analiza los vestigios arqueológicos, no solamente como restos de cultura material de los pobladores de las tierras bajas, sino como verdaderos testimonios de una relación entre la política y el arte evidente en muchas representaciones plásticas de los gobernantes y en la conformación de estructuras urbanas tipológicamente diferenciadas. También llama la atención el estudio de los materiales y técnicas constructivas que son un reflejo de los problemas esenciales e inherentes a las redes de interacciones sociales, cuya complejidad se manifiesta, tanto en la construcción de los grandes conjuntos urbanísticos, como en la estructura política y religiosa, donde el soberano local, como parte de una tradición cultural epiolmeca que convive con otra herencia procedente de Teotihuacan, tiene una gran importancia como lo señala el autor al referirse a las características y alcances de esta interacción cultural que cobra sentido a partir de los análisis de los artefactos estudiados que permiten interrelacionar modelos foráneos que se convirtieron en elementos propios y les otorgaron un carácter identitario.

En el último capítulo titulado “Señores de la montaña, parte de una premisa que para el lector no especializado es desconcertante: “no hubo un Tajín totonaco”. Afirmación que se fundamenta en el análisis acucioso de los restos materiales, pero también en la imposibilidad de sostener una filiación étnica por el solo hecho de la antigüedad de su procedencia. Se trata de un problema central cuya complejidad se remonta a la naturaleza compuesta de los orígenes de la civilización, pues así como Mesopotamia se conformó a partir de diferentes estratos culturales, en la zona del Golfo de México sucedió un proceso semejante, donde la presencia totonaca debe entenderse como la última estratigráfica de una región en donde distintas capas se alternan y superponen mostrando, como dice Openheim, “evidencias de situaciones nuevas, conceptos importados y reinterpretaciones fundamentales de expresiones tradicionales” (1964).

En este capítulo se proponen nuevas lecturas de viejos problemas referentes a la interpretación pétrea de los soberanos a partir de los nuevos descubrimientos arqueológicos y de la confrontación de fuentes históricas novohispanas en las que el nombre del cabo de ronda Diego Ruiz, descubridor de El Tajín, se alterna con los del capitán de dragones Guillermo Dupaix, explorador de la zona, y el jesuita Pedro Márquez, quien dió a conocer la Pirámide de los Nichos en la Europa tardo ilustrada de principios del siglo XIX.

En su epílogo, Arturo Pascual concluye de manera magistral su elaborado discurso señalando cómo El Tajín, después de una historia de procesos culturales, políticos y económicos, dejó de ser un centro local para convertirse en una capital regional, en un Primus inter pares, es decir “un primero entre iguales”, locución latina que define perfectamente el prestigioso estatus alcanzado por la ciudad en el Clásico tardío, cuando todos los elementos civilizatorios propios y extraños se cohesionaron de tal forma que El Tajín pudo convertirse en la ciudad más culta del oriente mesoamericano.

Como había señalado anteriormente, siguiendo la propuesta de Kramer, este libro puede tener diversas lecturas, ya que está estructurado a partir de las dos premisas básicas de la historia, es decir: tiempo y espacio, pero, aun cuando puede pensarse que se trata de una obviedad, acertadamente la dra. Daneels ha señalado en su prólogo que, a diferencia de sus precedentes historiográficos, este libro no se ha enfocado en el estudio de la ciudad propiamente dicha, sino en la relación que ésta tiene con su entorno. De igual forma debe resaltarse el interés del autor en concatenar la historia de la cultura de El Tajín en un contexto histórico más amplio y la insertó en el desarrollo que tuvo Mesoamérica durante el periodo clásico. En este sentido, y como ya lo había señalado el profesor Wilkerson al prologar en 2009 el libro El Tajín. Arte y Poder, “El estudio de Arturo Pascual es un bienvenido retorno al productivo enfoque de las interrelaciones en el tiempo y el espacio desde una perspectiva interdisciplinaria” (2009: 15). Huelga decir que, diez años después de esta aseveración, nuestro autor ha continuado en esta misma línea afinando su discurso con nuevos conocimientos e interpretaciones que permiten comprender el surgimiento de focos culturales centrales plenamente identificados que fueron coetáneos de pequeños asentamientos cuya existencia sigue siendo anónima, pues, aunque se intuye su presencia, no se ha podido corroborar a cabalidad por la falta de vestigios materiales, situación que, si bien es cierto que en las regiones de la montaña es menos problemática, en las tierras bajas es recurrente por las inclementes condiciones meteorológicas patentes en los vientos huracanados, las lluvias torrenciales y las consiguientes inundaciones que han sepultado las huellas de sus antiguos pobladores.

Una lectura diferente es a través de la imagen, la pintura y los relieves escultóricos; a partir de un análisis riguroso de la iconografía en el que se hace evidente el estudio de los textos clásicos de Panovski (1971), Gombrich (1979), Eco (1975), Saussure (1983) y Benveniste (1977), logró una acertada aplicación de los enfoques de la historia del arte, la semiótica y la lingüística a las necesidades interpretativas de la arqueología.

Otra ruta de lectura posible es la identificación de un modelo cultural originario en el mundo olmeca que ejerció a lo largo de toda la historia de la zona del Golfo un papel referencial. Incluso puede inferirse que, así como sucedió en Oriente, el papel desempeñado por el gobernante-sacerdote en la consolidación de un sistema sígnico destinado a perpetuar su memoria, en Mesoamérica hubo una dinámica similar, por lo que no es extraño que la imagen de los señores, presente en estelas, vasijas y muros, esté acompañada de datos relacionados con su historia, tanto sagrada como profana. Pero, como señala Pascual Soto, el enorme valor simbólico que estas estelas tenían como un artefacto legitimador del poder era solamente temporal, pues a la muerte o caída del gobernante eran despojadas de su significado y se destruían para ser reutilizadas en la construcción de nuevos edificios; aquí las semejanzas con las culturas orientales del Viejo Mundo terminan, pues mientras en Mesopotamia y Egipto, a la luz de los vestigios conservados, la memoria dinástica era preservada como parte central de su historia, en el contexto local mesoamericano que estamos analizando no se conservó.

Andrae (2010: 193) señaló en sus Memorias sus primeras impresiones tras el descubrimiento de Assur en 1899:

Quien esté más alejado del tema se habrá extrañado de que no se hablé aquí de columnas ni muros, cosas que en Europa relacionamos con el término de “ruina”, y que en el suelo de la Hélade suelen cautivar la mirada, antes incluso de que la pala y el azadón comiencen su labor. Lo que de los muros está en pie y a la vista suele limitarse a una masa informe, aunque sea colosal. Sólo el ojo avezado del arqueólogo reconoce aquí y allá restos comprensibles de edificios, pero si no, la capa dejada por los milenios es impenetrable a la mirada. Sólo la excavación puede levantarla.

Esta primera impresión escrita a finales del siglo XIX, con sus matices, puede aplicarse a los yacimientos arqueológicos de El Tajín, pues más allá de las estelas y relieves historiados y la paradigmática Pirámide de los Nichos, sus representaciones plásticas están muy lejos de tener el atractivo que ejercen en el visitante otros grandes conjuntos monumentales del Altiplano Central o del sureste de México, sin embargo, a través de las páginas de su libro, el autor nos va conduciendo por un recorrido en donde muros y taludes, estelas y vasijas, plazas y basamentos, adquieren significado a través de una narración en la que texto e imagen son discursos paralelos de la historia de una cultura local cuyos alcances le otorgan un sitio de honor dentro de la civilización mesoamericana de la que forma parte.

En este sentido, como afirmaba Frankfort (2008: 11), “Es el arqueólogo quien debe construir el andamiaje desde donde podamos contemplar esos antiguos monumentos como obras de arte” y esto es precisamente lo que el dr. Pascual ha hecho en libro Divinos señores de El Tajín. El culto al gobernante en los orígenes de la civilización, una obra que, al igual que las otras que le precedieron, sin duda será un marco de referencia para futuras investigaciones debido al enfoque integral con el que ha sido concebido, aun cuando fue escrito con un enfoque predominantemente arqueológico, el método antropológico también está presente y ésta es, desde mi punto de vista una de las grandes virtudes de esta obra.

Primus inter pares, es desde mi punto de vista el lugar que este libro de Arturo Pascual Soto tiene ya en el amplio y selecto corpus historiográfico de El Tajín.

Referencias:

Andrae, W. (2010). Memorias de un arqueólogo. Viajes y descubrimientos alemanes en Babilonia y Asiria. La Coruña: Ediciones del Viento. [ Links ]

Barry, K. (2006). Ancient Egypt: Anathomy of a civilization. Londres y Nueva York: Routledge. [ Links ]

Benveniste, É. (1977). Problemas de lingüística general. México: Siglo XXI. [ Links ]

Christaller, W. (1933). Central places in Southern Germany. Englewood Cliffs: Prentice Hall. [ Links ]

Eco, U. (1975). Trattato di semiotica generale. Milán: Studio Bompiani. [ Links ]

Forest, J. D. (1996). Mesopotamia. L’Invenzione dello stato. Milán: Jaca Book. [ Links ]

Frankfort, H. (2008). Arte y arquitectura del Oriente antiguo. Madrid: Cátedra. [ Links ]

Gombrich, E. H. (1979). Arte e ilusión. Estudio sobre la psicología de la representación pictórica. Barcelona: Gustavo Gili. [ Links ]

Hagget, P. (1969). Locational analysis in Human Geography. Londres: Edward Arnold. [ Links ]

Johnson, G. A. (1972). A test of the utility of central place theory in archeology. P. Ucko, R. Tringham y G. W. Dimbley (eds.), Man, settlement and urbanism (pp. 769-785). Herfordshire: Gerald Duckworth and Co. [ Links ]

Kramer, S. N. (1985). Dioses, tumbas y sabios. Barcelona: Orbis. [ Links ]

Márquez, P. J. (1972). Sobre lo bello en general y dos monumentos de arquitectura mexicana: Tajín y Xochicalco, estudio y edición de Justino Fernández. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

Oppenheim, A. L. (2003). La antigua Mesopotamia. Retrato de una civilización extinguida. Madrid: Gredos. [ Links ]

Panofsky, E. (1971). Estudios sobre iconología. Madrid: Alianza. [ Links ]

Pascual Soto, A. (1990). Iconografía arqueológica de El Tajín. México: Fondo de Cultura Económica, Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

Pascual Soto, A. (2006). El Tajín. En busca de los orígenes de una civilización. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

Pascual Soto, A. (2009). El Tajín. Arte y poder. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

Pascual Soto, A. (2009a). Guerreros de El Tajín, Excavaciones en un edificio pintado. México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

Saussure, F. de (1983). Curso de Lingüística general. Madrid: Alianza. [ Links ]

Wilkerson, J. K. (2009). La ciencia de El Tajín. A. Pascual Soto (coord.), El Tajín. Arte y poder (pp. 11-18). México: Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México. [ Links ]

1Due antichi monumenti di architettura messicana. Ilustrati da D. Pietro Marquez, socio delle Accademia di Belle Arti di Madrid, di Firenze, e di Bologna, dedicati alla Molto Nobile Ilustre ed Imperiale Citta di Messico, Roma, Presso il Salomoni, 1804 con permesso. [Traducción española] “Dos monumentos antiguos de arquitectura mexicana”.

Creative Commons License Este es un artículo publicado en acceso abierto bajo una licencia Creative Commons