Introducción
Es sabido que la Comunicación Política,2 como rama de las Ciencias de la Comunicación y la Ciencia Política, entre otras,3 estudia y analiza fenómenos contemporáneos, especialmente los ocurridos en el siglo XXI en los ámbitos electorales y gubernamentales. Mensajes, discursos, campañas, encuestas, decisiones, acciones de gobierno, así como su expresión mediática-digital, constituyen la materia de trabajo de quienes hoy día nos dedicamos a la Comunicación Política.4 Pero, ¿podemos y debemos conformarnos con asumir que esta ciencia en formación tiene una historia relativamente corta,5 que se remonta hace más o menos 80 años, al término de la Segunda Guerra Mundial, como indican algunos especialistas?6 Nuestro punto de vista es que, cuando menos, esto debería ser materia de debate. ¿No resultaría útil explorar un pasado mucho más lejano y encontrar ahí los primeros fundamentos que han ido conformando nuestra Ciencia? Son estas, precisamente, las preguntas que nos planteamos en este texto en el que pretendemos mostrar que una mirada seria y profunda sobre la historia de la Comunicación Política arroja luz sobre las bases en que ésta se funda, tanto a nivel teórico como práctico, a través de los numerosos ejemplos que nos provee el tiempo.7 Es por ello que al regresar sobre los pasos y ver de qué modo se conformó nuestra Ciencia, podremos fundamentar mejor su quehacer.8 Se trata de retornar hasta un punto en que la Comunicación Política aún no tenía ese nombre porque, de hecho, estaba naciendo la reflexión no sólo acerca de la Comunicación sino también de la Política.
Aunque lo más probable es suponer que la comunicación nació desde el momento en que fueron posibles las condiciones biológicas requeridas para la emergencia de la voz en nuestra especie, es evidente que atravesó un largo proceso que, paulatinamente, la dotó de características cada vez más complejas y que posibilitó hacer una reflexión tanto acerca del lenguaje y de la palabra, como producir, en palabras de Roland Barthes, un metalenguaje, entendido como discours sur le discours (discurso sobre el discurso) (Barthes, 1970, p. 173). Esto ocurrió, según nos parece a nosotros,9 en los albores de la cultura griega, en un vasto territorio denominado por ellos mismos Hélade.10 Sin embargo, decir esto es casi una abstracción, debido al enorme periodo comprendido en lo que denominamos cultura griega, además de la gran diversidad de elementos involucrados en la misma: lo intelectual, lo cultural, lo religioso, lo social y lo político, cuando menos. Es por ello que, para efectos de este trabajo, haremos un abordaje puntual y modesto, dejando de lado todo aquello que no resulte central para encontrar el hilo que conduce a la historia de la palabra política, desde su expresión más prístina en dos poetas: Homero y Hesíodo,11 indiscutibles símbolos de los inicios de la historia intelectual de Occidente.12
Si bien este universo cultural parece quedarnos muy lejano en el tiempo (entre los siglos VIII y VII a. C, cuando menos), está mucho más cerca de lo que suponemos, en primer lugar porque nuestra cultura es occidental; y, en segundo, porque fue en la polis griega donde se pensó por primera vez el poder de la palabra en su dimensión práctica,13 nacida en las jóvenes estructuras políticas como la democracia,14 contexto que daría lugar al nacimiento de la filosofía,15 de las ciencias, de muchas de nuestras prácticas políticas, realidades jurídicas, y por supuesto, de las primeras formas de comunicación con un sentido político. Vamos, pues, con este primer momento, a los tiempos de un poeta llamado Homero, alrededor del siglo VIII a. C.
I
Hay una cuestión que es imposible de eludir en los estudios homéricos. Se trata de la llamada cuestión homérica, que consiste en que, en realidad, no sabemos, quién fue el poeta llamado Homero, ni tampoco la fecha exacta en la que vivió. Al mismo tiempo, no hay consenso entre los especialistas en si debemos atribuir la composición de ambas obras (Ilíada y Odisea) a un mismo poeta o grupo de poetas.16 Sin embargo, a pesar de la absoluta falta de certezas, lo que sí podemos afirmar es que el poeta representa un pilar intelectual para los antiguos griegos,17 y que en las principales obras que la tradición le atribuye, Ilíada y Odisea, se presenta en el formato de la poesía épica, una especie de síntesis de la cultura y visión del mundo que tenían. El primer poema centra su narración en el final de una larga guerra de diez años en la que los griegos, llamados ahí aqueos, se enfrentan a los troyanos.18La Odisea, en cambio, narra el venturoso retorno de uno de los protagonistas de la batalla, Odiseo, a su tierra llamada Ítaca.
En este marco se nos ofrece una serie de valores, anhelos y deberes,19 todo un universo moral que pasará muy rápido a constituir la base de la paideia (παιδεία) griega y que lo seguirá siendo durante siglos.20 Se trata de una sociedad con una profunda cultura guerrera, no únicamente por el enfrentamiento bélico narrado ahí, sino también por la incesante lucha por el poder, como se ve por ejemplo al final de La Odisea, cuando el héroe venga las afrentas de los pretendientes de su mujer y retorna a su lugar como rey de Ítaca (Canto XXIV, vv. 131-255 y ss.). Hay siempre una visión agonal, una moral nacida de la lucha y competencia, donde el honor, la fama y la justicia son de quienes empuñan la espada, pero también de los que saben del poder que tiene la palabra.
Es un hecho que en las obras de Homero abundan los recursos estilísticos y que están al servicio de la retórica, aunque como ya mencionamos, no fuera nombrada todavía de esa manera.21 Prácticamente en cada canto de La Ilíada y La Odisea, los personajes, ya dioses, ya hombres, muestran una gran capacidad de elocuencia, al construir discursos y diálogos convincentes que funcionan en más de un caso como medios para la sumisión. Del propio Aquiles,22 el héroe más importante de este universo literario, se dice que fue educado por Fénix para ser “decidor de palabras y autor de hazañas” (Ilíada, IX, vv. 442-443);23 o la descripción del viejo Néstor, que tenía “meliflua voz” y “de cuya lengua más dulce que la miel, fluía la palabra” (Ilíada, I, vv. 248-249). Esta palabra, claro está, se proponía llegar hasta las almas de los escuchas, para conmoverlas y disponerlas a aceptar un simple acuerdo o un fiero combate de espadas. Es un logos que convence, que busca un efecto y que en ese sentido es retórico.
En este punto, nos parece clave el estilo en el que los poemas fueron compuestos, pues la narración se intercala con diálogos en los cuales los personajes hablan en estilo directo cuando narran sus aventuras, al tiempo que, con la potencia de su logos, someten al enemigo despiadado o lanzan una bella loa a los dioses. Y todavía se puede ir más lejos, pues si reconocemos que quien está tras la voz de los personajes, el poeta, hace juicios sobre el actuar y el decir de los hombres y los dioses: “La epopeya homérica no sólo contiene un uso constante del discurso, sino también una reflexión sobre él” (Pernot, 2013, p. 29). Revisemos brevemente algunos pasajes que ilustran mejor lo que pretendemos mostrar.
El primero proviene de la Odisea y narra el momento en que Odiseo reemprende el viaje de retorno (su νόστοϛ, como se dice en griego) a Ítaca, su patria. Ha parado siete largos años en la isla de la ninfa Calipso, que ni con la promesa de inmortalidad puede retenerlo. Después de que zarpa, un nuevo naufragio lo arroja a las costas de la tierra de los feacios, donde gobierna Alcínoo. Odiseo es recibido ahí de manera sumamente favorable, entre fiestas y banquetes, además de conseguir la promesa de un barco, que incluye la tripulación de 52 hombres para emprender su camino. En la celebración canta un aedo las gloriosas batallas de Odiseo y Aquiles, mientras el vino y las viandas los acompañan; el discurso del intérprete es tan hermoso que Odiseo derrama lágrimas que pronto esconde tras sus manos. Debe notarse aquí algo que resulta fundamental y que se encuentra a lo largo y ancho de los poemas, a saber, el profundo impacto emocional que los personajes sufren en distintos momentos, por las acciones emprendidas (generalmente batallas) y por las palabras dichas u oídas, como en el caso que nos ocupa. Y en el marco de la fiesta, una vez saciadas el hambre y la sed, Odiseo y los anfitriones deciden salir a practicar algunos juegos, incluidos pugilato, lucha, salto y carreras. Esto constituye un reto que el héroe no desea asumir, por lo que responde de la siguiente manera:
Bien se ve que los dioses no dieron a todos los hombres por entero sus gracias, talento, facundia y belleza. Es el uno de aspecto mezquino y en cambio le colma de perfecta hermosura algún dios sus discursos; los otros arrobados le observan y él habla seguro en la plaza con modesta dulzura; distínguese así en la asamblea y le miran como a una deidad cuando pasa entre el pueblo. Hay tal otro que iguala en belleza a los dioses sin muerte. Mas sus dichos están desprovistos de gracia (Odisea, Canto VIII, 167-175).
Si, como se dice aquí, hay tres gracias que los dioses conceden a los hombres (talento, facundia y belleza), hay una cuarta que parece tener incluso mayor importancia, un gran poder que consigue que “los otros arrobados le observan”, por su gran seguridad y “modesta dulzura”. Se trata, por supuesto, de la palabra, del discurso que se proclama para que se escuche. Éste se pronuncia en el ágora o en la Asamblea,24 con la finalidad de que la mayoría pueda oír y, a su vez, opinar para hacer públicas sus ideas. Todos anhelan el don de la elocuencia y saben lo que permite hacer la palabra.
Un segundo pasaje, que proviene de la Ilíada, nos permite seguir con la descripción de lo que hemos identificado como el poder de la palabra. Conocido desde la antigüedad como “La embajada ante Aquiles”, el Canto IX resulta un punto de quiebre en la historia, pues Agamenón, el jefe de la expedición, reconoce que ha errado al robar el botín de guerra de Aquiles y haber provocado su cólera, e, impulsado por el sombrío estado de su alma y los momentos más duros del combate, escucha las palabras sabias del viejo Néstor: “Pero tú a tu magnánimo corazón cediste y el varón más valioso, recompensado hasta por los inmortales, has deshonrado, pues le has quitado y aún retienes su botín. No obstante, pensemos aún ahora en cómo repararlo y persuadirle con amables regalos y con lisonjeras palabras” (Ilíada, Canto IX, 109-113).
Para enmendar su error y seguir los consejos de Néstor, Agamenón enviará ante Aquiles una embajada compuesta por Odiseo, Fénix y Áyax, tres personajes de gran importancia en el relato. Como es sabido, la intención de esta acción es conseguir que el principal héroe del que los griegos disponen, Aquiles, regrese a la batalla. Si bien es cierto que el objetivo no se consigue aquí, parece que lo importante es la estrategia y el modo en que, primero Néstor y luego los tres personajes en cuestión, intentan convencer tanto al jefe militar como al héroe más importante de todos. En nuestro pasaje, lo que muestra el viejo sabio al gobernante es que ha caído en la desmesura, la hybris, y que el camino para recomponer la situación es el de la persuasión que, a su vez, tiene dos instrumentos para lograrlo: los amables regalos y las lisonjeras palabras. Es decir que se trata de lograr mover el ánimo y la voluntad, hacer que el otro haga, que acepte lo que en este caso se considera lo mejor para los griegos. Y esto será justamente lo que ocurra, cuando, muchos pasajes después y en un momento clave de la historia, Aquiles regresa a la batalla y con él los dioses, luchando cada uno por la causa de los bandos en disputa. Así, al reiniciar la batalla y enfrentar a Eneas, éste le dice lo siguiente:
Pero Zeus acrecienta o disminuye la valía de los hombres
según quiere, pues es el más poderoso de todos.
Mas ea, no sigamos hablando así como necios,
plantados en medio de la batalla y de la mortandad.
Ambos podemos decirnos denuestos sin número,
que ni siquiera una nave de cien bancos podría cargar.
Versátil es la lengua de los mortales; en ella hay razones
de toda índole, y el pasto de palabras es copioso aquí y allá.
Según hables, así oirás hablar de ti seguramente
(Ilíada, Canto XX, 243-250)
En este diálogo entre los combatientes, Eneas incorpora dos aspectos que son indisolubles: el hablar y el hacer, dos caras de un modo de ser donde lo que se dice debe ser siempre respaldado por aquello que se hace. La fama que precede a Aquiles (y en alguna medida también a Eneas), proviene de las decisiones tomadas y de las batallas libradas.25 Es decir, que se entiende aquí que la palabra y la acción deberían formar un binomio indisoluble, puesto que sólo eso es un verdadero motivo para el reconocimiento o la fama.
En esta breve revisión de pasajes de la obra de Homero, se puede ver, desde nuestro punto de vista, cómo es que la palabra tiene un poder indiscutible, hace cosas. Pero esto no es algo que se consiga exclusivamente a través del manejo hábil del lenguaje, sino que las acciones son siempre el soporte y respaldo que se requieren. En este sentido el logos se vuelve un baluarte para los griegos, como nos parece que también puede mostrarse con el siguiente autor que se revisará en este trabajo.
II
En la segunda estación de nuestro recorrido, revisaremos a otro poeta, un Beocio nacido en Ascra en un momento indeterminado del siglo VII a. C.26 Hesíodo fue ampliamente conocido y valorado en la antigüedad, al mismo tiempo que sus poemas se convertirían en modelo y referente para los griegos, como había sucedido con los atribuidos a Homero. De las obras que podemos considerar auténticas, las más significativas son la Teogonía y Trabajos y Días. 27 La primera dedicada a narrar la genealogía de los dioses, como su propio nombre lo indica. Se trata de la narración más completa y difundida en el mundo heleno acerca del nacimiento y desarrollo de la familia divina y el panteón griegos.28 En la segunda, en cambio, se hace una narración poética de mitos fundacionales de la cultura griega, como el de “Las edades de los hombres” o “Prometeo y Pandora”.29 Todo ello traza un universo verdaderamente complejo, en el que los antiguos mitos son presentados y organizados por Hesíodo,30 haciendo comprensible el origen y función de los dioses y los hombres.31
El poeta habla desde la primera persona, la cual le permite establecer una mirada crítica del ámbito que lo rodea. Acercó con sus obras una larga tradición de mitos y poesía al amplio público de la cultura popular y, como dice Néstor Luis Cordero, hay una diferencia importante a señalar respecto a la composición de las obras de Homero, pues “Hesíodo se expresó por escrito, no en forma oral, y es el autor de sus textos (él mismo lo dice), lo cual lo separa de la oralidad y del carácter anónimo de los mitos encontrados en otras culturas” (Cordero, 2009, p. 31).
Al revisar primero la Teogonía, se puede decir en líneas generales, que en la narración se distinguen tres generaciones sucesivas de diosas y dioses: la primera y de la que todo parte, encabezada por Caos, Gea, Eros, Érebo, Noche y Urano; una segunda, donde el protagonista es Cronos tras destronar a su padre Urano; y finalmente, una tercera, donde Zeus, de la misma manera, aunque con distintas artimañas, logra destronar a su padre Cronos. El padre de los dioses, como se le conoció a Zeus, se convertirá para la tradición en el dios más importante de la tercera generación, aquel que regirá de ese momento en adelante.32 Sin embargo, la presentación que hace Hesíodo no sigue necesariamente un orden o secuencia cronológicas, pues justo antes de hablar de la primera generación, se presenta a las hijas de Zeus.33 En efecto, al principio de la genealogía de los dioses (Teogonía, vv. 1-24) se cuenta cómo al propio Hesíodo, se le aparecieron las Musas olímpicas mientras llevaba a un rebaño de ovejas en el monte Helicón, experiencia que, en el último de los casos, podría interpretarse como una imagen de su despertar poético.34 De manera casi inmediata, las Musas tornan la mirada sobre el poeta y le dicen lo siguiente: “¡Pastores del campo, triste oprobio, vientres tan sólo! Sabemos decir muchas mentiras con apariencia de verdades; y sabemos, cuando queremos, proclamar la verdad”. Tras el inicial desprecio que resuena casi cruel, se pueden ver en estas breves palabras dos cosas fundamentales: la primera es la separación clásica entre dos mundos, el divino y el humano, el primero omnipresente y perfecto, mientras que el segundo está lleno de imperfecciones y expuesto a toda clase de avatares y desventuras. Si bien el segundo aspecto en alguna medida descansa sobre el anterior, conviene insistir en que, si las musas declaran que pueden decir “muchas mentiras con apariencia de verdades” y “proclamar la verdad”, esto aplica para cada uno de los ámbitos, el humano y el divino, pues ¿cómo podrían mentir las musas a su padre y a los dioses del Olimpo? En cambio, el hecho de que se reconozca que el terreno humano es por definición falible y débil, da pie al despliegue de la falsedad y el error, cosa que, en la palabra, en el sagrado logos pronunciado por las musas, se traduce en los cantos llenos de “mentiras con apariencia de verdades”.
[…] recibe la orden de alabar a los inmortales dioses y contar su genealogía, no sin antes hacer una referencia al origen de cada Musa que, conviene recordar, son hijas de Zeus y Mnemósine, la memoria. Éstas son, según Hesíodo, las siguientes: “Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Érato, Polimnia, Urania, y Calíope. Esta es la más importante de todas, pues ella asiste a los venerables reyes” (Teogonía, vv. 77-80).
De las musas, la que según Hesíodo es la más importante, Calíope, posee bella voz y asiste a los reyes y logra que de ellos broten “melifluas palabras”. Es decir que esta Musa provee a quienes gobiernan de un discurso, de una palabra que impacta entre los hombres y que tiene una función específica, pues “Todos fijan en él su mirada cuando interpreta las leyes divinas con rectas sentencias y él con firmes palabras en un momento resuelve sabiamente un pleito por grande que sea” (Teogonía, vv. 85-88).
Más adelante en la misma Teogonía (vv. 347 y ss.), otras diosas, hijas de Tetis y Océano, las Oceánides, se encargan de “la crianza de los hombres”. La primera en presentarse es Peito,35 quien personifica a la persuasión y que la tradición vincula también con Hermes, al ser éste el dios de la palabra elocuente. En este caso, lo que conviene señalar es el vínculo que existe entre la persuasión y la crianza de los hombres, entendida, sobre todo, como paideia, que conviene traducir desde nuestro punto de vista, como formación espiritual y no simplemente como educación. Es decir que, en el universo cultural de los griegos, la comunicación es persuasiva y política en sentido pleno. Y esa comunicación que aquí se describe requiere tanto del arte de la elocuencia como de un compromiso moral que, con la aparición de la filosofía pasará a llamarse Ética.36
Ésta es, sin embargo, una sola cara de la moneda. La otra aparece en Trabajos y Días,37 poema que nos ha llegado completo. Aquí Hesíodo le habla al pueblo, particularmente a los campesinos, sector mayoritario de la sociedad de aquel tiempo. Lo hace a través de una alocución directa a su hermano llamado Perses, alguien con quien parece haber tenido profundas desavenencias.38 El tema central es el trabajo, o mejor aún, una oda al trabajo y a la dignidad de quien se esfuerza en hacer lo que sabe y le corresponde en el marco social de la polis, “una especie de poesía moral que exalta la laboriosidad y la honradez”, como dice López Eire (López Eire, 2002, p. 173).
Luego de un proemio en el que se realiza la invocación a las musas y el resumen de lo que será en sí el poema (Trabajos y Días, vv. 1-12), muy pronto en el texto se presenta un pasaje conocido como la “división de las Érides” (Trabajos y Días, vv. 13-42), en el que se puede leer un reclamo con tintes biográficos que hace el poeta a su hermano Perses. Le dice lo siguiente: “Pues ya repartimos nuestra herencia y tú te llevaste robado mucho más de la cuenta, lisonjeando descaradamente a los reyes devoradores de regalos que se las componen a su gusto para administrar este tipo de justicia” (Trabajos y Días, vv. 34-40). Hesíodo lanza una crítica demoledora a la forma en la que su hermano procede, pero lo hace para señalar al sistema judicial que lo permite. Los que deciden acerca de lo justo e injusto, sobre lo que es legal y aquello que va en sentido contrario, resultan “devoradores de regalos”, que es una antigua forma de señalar que se corrompen con sobornos y favores.39
Hesíodo parece señalar que el poder persuasivo, el uso con fines perversos de la palabra resulta condenable por sus resultados, por los oscuros fines que lo alimentan. Pero al mismo tiempo sabe y en la práctica sostiene que hay otro uso que él mismo emplea para intentar que su hermano rectifique el camino. Por ello le dice: “¡Oh Perses! Atiende tú a la justicia y no alimentes la soberbia; pues mala es la soberbia para un hombre de baja condición y ni siquiera el noble puede sobrellevarla con facilidad cuando cae en la ruina, sino que se ve abrumado por ella”.40 La justicia, como se puede ver aquí, dice, marca un camino que deberá ser el recto proceder de los hombres, cosa que Hesíodo cree profundamente y sobre la que trata de convencer y persuadir a su hermano y, sobre todo, a los escuchas. Es ése otro uso de la palabra, uno que tiene como finalidad un actuar digno y justo.41
Éste es, pues, el aporte del poeta beocio a una enorme tradición cultural que dio lugar a lo que son nuestras modernas sociedades occidentales. Del mismo modo que ocurrió con Homero, el rastreo por algunas de sus ideas nos permite confirmar nuestra hipótesis inicial: hay una importante historia por contar de la palabra política, eso que hoy denominamos Comunicación Política y que tuvo su expresión más prístina en el mundo heleno de nuestros poetas, hace casi tres milenios.
Es por ello que, para concluir con nuestro recorrido por los orígenes de la Comunicación Política, se puede plantear que ya sea que se entienda como un sistema de control, como hace Karl Deutsch (Deutsch, 1971, pp. 13-27); como búsqueda del consenso y legitimación social, al modo de Gianpietro Mazzoleni (Mazzoleni, 2010, pp. 265-320); como un espacio de intercambio de los discursos, como opina Dominique Wolton (Wolton, 1999, pp. 376-377) como una utopía en medio de la profunda crisis del siglo XX, como piensa Philippe Breton (Breton, 2000, p. 11) o como un campo estratégico que pretende comunicar en el ámbito político, como supone Francisco Leonardo Figueiras (Figueiras, 2022, p. 117), por citar algunas voces, la Comunicación Política posee una historia que debe ser contada. Esto implica que el pequeño texto que ahora concluye es una contribución inicial en el largo camino por dar cuenta de la historia de una disciplina que buscamos que se fortalezca en su dimensión teórica y su quehacer práctico.