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Revista mexicana de opinión pública

versión On-line ISSN 2448-4911versión impresa ISSN 1870-7300

Rev. mex. opinión pública  no.36 Ciudad de México ene./jun. 2024  Epub 04-Feb-2025

https://doi.org/10.22201/fcpys.24484911e.2024.36.87573 

Presentación

Breve marco teórico: Relatos, identidades y desapego hacia la democracia

* Profesor-Investigador de la Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ). Actualmente, es Becario de la Fundación Carolina y Profesor Visitante en la Universidad Complutense de Madrid (España). rodolfo.sarsfield@uaq.mx

** Profesora de Ciencia Política en Newcastle University (Reino Unido). rosario.aguilar@newcastle.ac.uk


Introducción

Alrededor del mundo, la democracia se encuentra en un estado de malestar (Graham y Svolik, 2020; Levitsky y Ziblatt, 2018; Lührmann y Lindberg, 2019; Wuttke et al., 2020). Como lo señalaran recientemente König, Siewert y Ackermann (2022, p. 2016), “hay signos de fatiga creciente y de una adhesión superficial generalizada a las normas y principios democráticos, así como de retroceso democrático en varios países”. En muchas sociedades se han difundido ampliamente ideas iliberales y antipluralistas, lo que ha afectado tanto a la satisfacción con la democracia como al nivel de apoyo mismo a los regímenes democráticos (García-Rivero, 2023, pp. 3-4). A mediados de la década de 1990, la mayoría de los ciudadanos de los países para los que había datos de series temporales (desde América del Norte hasta Oriente Medio) estaban satisfechos con el desempeño de sus democracias. Sin embargo, desde entonces, la proporción de personas que están “insatisfechas” con la democracia ha aumentado alrededor de un 10%, del 47.9 al 57.5% (Foa et al., 2020). El aumento de la insatisfacción democrática ha sido especialmente agudo desde 2005: la proporción de ciudadanos “insatisfechos” ha aumentado en casi una quinta parte de la población.

Este proceso no se limita simplemente a una disminución del indicador estándar que mide la satisfacción con la democracia. Además de la caída de los valores frente a esta pregunta sobre cuán satisfechos están los ciudadanos, existen otras señales que sugieren una erosión de la legitimidad de la democracia lo que, conjuntamente, justifica hablar de lo que ha sido denominado como una “fatiga democrática” (e.g., García-Rivero, 2023). Así, la insatisfacción con la democracia, junto con otras expresiones de malestar hacia este régimen político, como la tolerancia a un retroceso democrático (Gessler y Wunsch, 2023), el apoyo a formas autoritarias de gobierno como un líder fuerte (Donovan, 2021) y el apoyo a partidos populistas (Wegscheider et al., 2023), parece caracterizar a diferentes países alrededor del mundo. En cuanto a las consecuencias para la estabilidad de las democracias como régimen político, explorar los fundamentos de tal malestar democrático a nivel de la opinión pública es un desafío central para la ciencia política.

América Latina no ha sido una excepción en esta materia. En nuestra región, junto con el aumento de la insatisfacción con la democracia, la fatiga democrática también parece expresarse en un creciente apoyo al autoritarismo, apoyo a la expansión del poder ejecutivo sobre los demás poderes, apoyo a las alternativas populistas, tolerancia a un retroceso democrático y una creciente movilización social, muchas veces violenta.

Como en otras regiones, varios factores parecen ser las causas de la fatiga democrática en América Latina, que van desde crisis económicas hasta ciertas narrativas sobre la política. La secuencialidad temporal entre una década de fuerte contracciones económicas con políticas neoliberales (es decir, los años 1990) durante el llamado “Consenso de Washington” que fue seguida de una década expansiva como resultado del llamado “boom de las commodities” (es decir, los años 2000) parece constituir la base económica de la oferta y demanda populistas en la región.

En otras palabras, tales ciclos económicos parecen estar en el origen de la demanda de populismo: en la medida en que la llegada al poder de gobiernos populistas coincidió con el auge en los precios internacionales de las materias primas (“La década ganada” según Cristina Fernández de Kirchner), sus políticas se basaron en una fuerte redistribución y, en consecuencia, contaron con el apoyo de amplios sectores populares. Sin embargo, más difícil de explicar es el vínculo entre este proceso y el creciente desapego con la democracia, que se inicia en esos años. Después de todo, los líderes populistas que llegaron al poder lo hicieron mediante elecciones. En ese sentido, cierta narrativa del populismo -y la polarización que parece producir- podría ser el eslabón faltante para dar cuenta de la animosidad hacia la democracia en la región. En este sentido, la retórica populista -definida aquí como una narrativa caracterizada por una cosmología maniquea que divide la comunidad política entre un “pueblo”, concebido como una entidad homogéneamente virtuosa, y una “élite”, concebida como una entidad homogéneamente corrupta (por ejemplo, Mudde, 2004)- podría activar el descontento con la democracia.

Por otra parte, ciertas nuevas políticas identitarias -muy incipientes en América Latina pero con una larga presencia en otros países y regiones (por ejemplo, Le France Profonde, el “pueblo estadounidense” en Estados Unidos, o el “la tierra húngara” en Hungría)- podrían constituir los mecanismos discursivos que incitarían a la insatisfacción con la democracia. En este sentido, estas narrativas emergentes que pueden ser brevemente definidas como ideas que exaltan diferentes formas de identidad en temas como la religión, la inmigración, la etnicidad o las orientaciones de género -y que acentúan la pertenencia a un grupo por encima de las ideas de la democracia liberal sobre derechos individuales universales-, podrían profundizar las divisiones o clivajes sociales preexistentes en las sociedades latinoamericanas. En ese sentido, la retórica populista y las llamadas “políticas de las identidades” parecen compartir un rasgo común: constituyen narrativas que presentan las relaciones entre diferentes tipos de actores a lo largo de múltiples dimensiones como un juego de suma cero. El resultado es una polarización creciente que ignora la legitimidad misma de diferentes actores en la arena democrática y un profundo malestar con la democracia misma.

Fatiga democrática: una definición

En este punto, se necesita una distinción conceptual entre las nociones de fatiga democrática y crisis democrática. La fatiga democrática se refiere a un proceso que ocurre al nivel de la opinión pública: la caída en la satisfacción y en el apoyo a la democracia son sus principales indicadores, aunque el apoyo por un partido populista (Wegscheider at al., 2023) y la tolerancia a un retroceso democrático (Gessler y Wunsch, 2023) son otros. Una crisis democrática (a veces también llamada “desdemocratización”, “fracaso democrático” o “retroceso democrático”) es analíticamente diferente y conforma un fenómeno que se produce a nivel de las instituciones: el debilitamiento de la independencia del poder judicial o el ataque al Congreso son indicadores típicos de una crisis democrática. La fatiga democrática y una crisis democrática pueden estar relacionados causalmente, aunque analíticamente son diferentes. En definitiva, la relación o no entre ambos es un problema empírico.

La agenda de investigación sobre la fatiga democrática se interesa por las causas de la disminución de la satisfacción con y en la caída del apoyo a la democracia. Con esa pregunta principal en mente, las contribuciones en este número especial exploran algunas de las posibles respuestas a los motivos que han conducido al desapego democrático.

Dentro de este amplio mandato temático, los artículos aquí se centran en cuestiones relativas a la relación entre la narrativa populista, la polarización y la fatiga democrática. Si bien los textos recopilados en este número especial se refieren a América Latina, las respuestas encontradas para nuestra región buscan contribuir a la política comparada. En esta introducción resumimos brevemente algunas de las claves para abordar el importante problema de la fatiga democrática. El objetivo no es proponer una respuesta exhaustiva sino más bien exponer algunas de las posibles vías de investigación de este fenómeno que caracteriza a buena parte de las comunidades políticas contemporáneas no solo en nuestra región sino en todo el mundo.

Dicho esto, sin embargo, es evidente que responder a la pregunta sobre las causas de la fatiga democrática es una empresa compleja que claramente no se agota en explorar sus vínculos con el populismo y la polarización. En esta agenda de investigación no parece posible excluir a hipótesis que enmarquen el estudio de la fatiga democrática como resultado de diferentes crisis sociales (como, por ejemplo, El Estallido Social en Chile).

Otra vía de estudios a abordar es la cuestión sobre cómo interactúa la fatiga democrática con el entorno emergente de desinformación que circula en las redes sociales. Por ejemplo, a la hora de explicar el cansancio democrático no podemos dejar de tener en cuenta el uso de mecanismos de inteligencia artificial y la “gestión” de redes sociales como medio creciente para “construir una carrera política” (Alcántara 2023). En ese sentido, otro camino prometedor para analizar la fatiga democrática parece surgir del estudio de las expectativas. El acceso a mayor información sobre los estilos de vida a los que se accede en otras partes del mundo (y en las sociedades a las que se pertenece) parece haber influido en lo que los ciudadanos le exigen a la política. El cansancio con la democracia podría provenir de las expectativas crecientes que la gente (a través de las nuevas tecnologías) tiene sobre la política -y sobre los bienes públicos y privados que aquella “debería” proveer.

La narración populista

Una comprensión más integral del populismo y sus efectos sobre la fatiga democrática debería concentrarse en estudiar las “historias” que los líderes populistas emplean para atraer tanto a sus electores como a una audiencia más amplia (Aslanidis 2016; De Cleen y Stavrakakis, 2017; Halikiopoulou, 2019; Moffitt, 2016; Sarsfield y Abuchanab, 2022; Taş, 2020, p. 218). Los políticos populistas “cuentan historias para hacer reivindicaciones, conseguir apoyo y desactivar la oposición” (Taş, 2020, p. 140). Con la apelación a historias, los líderes populistas buscan contribuir a la credibilidad pública de la ideología del populismo, centrada en la oposición maniquea entre un “pueblo puro” y una “élite corrupta”. Debido a que es crucial garantizar que el nexo entre la narración populista y las experiencias cotidianas de los votantes “no se vuelva demasiado artificial” (Nordensvard y Ketola 2021, p. 5), los líderes populistas utilizan deliberadamente historias que suenen creíbles para las vidas de personas comunes y corrientes.

En términos generales, contar historias implica crear narrativas que “simplifican la complejidad, apropiándose selectivamente de personajes y eventos” (Nordensvard y Ketola 2021, p. 4), que se presentan como si tuvieran una relación causal y temporal entre sí (Ewick y Silbey, 1995). Hay evidencia en la literatura psicológica que muestra el papel central que desempeñan las historias para ayudar a las personas a comprender el mundo social y político en el que viven (Bruner, 1991; Hase, 2021, p. 686; Koschorke, 2018; McAdams, 2011; Polkinghorne, 1988). La narración, en este sentido, es una “herramienta para dar sentido” que “no consiste simplemente en agregar episodios unos a otros”, sino que “también construye totalidades significativas a partir de eventos dispersos entre sí” (Alvesson y Sköldberg, 2018, p. 128). Por lo tanto, “los actos de narración son muy eficaces para dar sentido a eventos y hechos complejos” (Nordensvard y Ketola, 2021, p. 5), brindando certeza a las personas que se enfrentan a la naturaleza ambigua y poco clara de la política. El poder de la narración radica en su capacidad para ayudar a los individuos a navegar por la ambigüedad y darle sentido (Stenmark, 2015, p. 931).

En consecuencia, contar historias tiene un efecto cognitivo al abordar la incertidumbre mediante el uso de una narrativa clara y creíble. Esta narrativa ayuda a las personas a comprender las complejidades de los aspectos sociales, económicos y políticos del mundo. Las historias sobre política, en particular, influyen en los votantes porque crean atajos cognitivos que ayudan a los ciudadanos a surcar la incertidumbre y la ambigüedad inherentes a la política.

Dentro de estas características generales de la narrativa en política, lo que caracteriza específicamente a la narración populista es un recuento selectivo de acontecimientos y personajes del pasado, no principalmente en términos causales, sino más bien en términos morales (Monroe, 1996; Taş, 2020). En ese sentido, la narración populista se centra principalmente en establecer distinciones morales en lugar de presentar información fáctica. Más aún: la narración populista, como un tipo específico de narrativa, está hasta cierto punto separada de los acontecimientos (Hase, 2021, p. 786; Koschorke, 2018, pp. 7-9, 202). Aunque la narración populista se basa por momentos en hechos reales, es principalmente una “historia moral con un claro sentido del bien y del mal, donde los actores están ubicados en un lado o en el otro” de diferentes cuestiones políticas (Nordensvard y Ketola, 2021, p. 14). Así, a través de este poder moral de “creación de significado y simplificación [... ] los líderes populistas contemporáneos ganan seguidores y adeptos” (Taş, 2020, p. 130).

La narración populista no sólo apela a absolutos morales, sino que también recurre a las emociones. Su propósito es conectar emocionalmente a los ciudadanos con cuestiones políticas complejas, generando así un vínculo con líderes populistas que de otro modo no habría ocurrido (Rico et al., 2017; Salmela y Von Scheve, 2017). Por lo tanto, los impulsores afectivos que subyacen a la narración populista le dan un inmenso poder de influencia (Skonieczny, 2018). Al evocar emociones fuertes como la ira y el miedo, la narración populista desafía, debilita y socava los marcos cognitivos y normativos existentes a través de los cuales los ciudadanos comprenden los acontecimientos políticos (Bronk y Jacoby, 2020).

Polarización

Existen diferentes definiciones de polarización en la ciencia política. El significado del concepto se ha convertido en un tema de debate con el aumento de la investigación sobre polarización en los últimos años. La expansión de los procesos de polarización en diferentes regiones del mundo y la multidimensionalidad inherente del fenómeno (Roberts, 2022) han llevado a una proliferación de formas o tipos alternativos del concepto. Así, ha sido propuesto recientemente que existen varios ejemplos de polarización “con adjetivos” (Roberts et al., 2023), como la polarización social (McCoy y Rahman, 2016), la polarización populista (Enyedi, 2016), la polarización afectiva (Iyengar et al., 2012) y la polarización perniciosa (McCoy y Somer, 2018). Cuando se examinan estas diferentes definiciones del concepto, se hace evidente la falta de consenso y la naturaleza multidimensional de la polarización.

Dentro del extenso debate conceptual en torno a la polarización, los conceptos de polarización afectiva y polarización ideológica juegan un papel crucial en cómo se entiende la polarización en la literatura. La polarización ideológica se centra en la distancia espacial entre las preferencias políticas de partidos o votantes (Abramowitz y Saunders, 2008; Roberts, 2022), mientras que la polarización afectiva se refiere al nivel de animosidad mutua entre estos grupos. En otras palabras, la polarización afectiva, mide el grado en que los grupos políticos o sociales se ven entre sí como grupos externos que no se agradan (Iyengar et al., 2019; Iyengar et al., 2012; Druckman y Levendusky, 2019; Levendusky, 2009), hasta el punto de que un grupo puede no considerar al otro como un actor legítimo dentro de la arena democrática (McCoy y Rahman, 2016).

La definición de polarización afectiva más comúnmente utilizada se deriva del concepto clásico de distancia social (Bogardus, 1947). Según esta definición, la polarización afectiva implica no sólo tener sentimientos positivos hacia el propio grupo, sino también albergar sentimientos negativos hacia individuos que se identifican con grupos opuestos (Iyengar at al., 2012, p. 406).

Breve presentación de los trabajos

Los artículos incluidos en este número especial consisten en dos estudios comparativos sobre América Latina (uno por Mona Lyne, Tayla Ingles, Celeste Beesley, Annie Ackerman y Darren Hawkins; y otro por Sergio Rivera Magos y Gabriela González Pureco), así como por dos estudios de caso, centrados sobre El Salvador (por Luis Ernesto Montaño Sánchez) y México (por Adalberto López Robles). En cuanto a los artículos comparativos, es interesante notar que mientras Rivera Magos y Gónzalez Pureco estudia la presencia del populismo y la polarización afectiva en la comunicación política de cinco presidentes latinoamericanos, el trabajo de Lyne et al. se interesa -de una manera diferente y original- en “cómo opera el populismo entre los burócratas, un conjunto de actores con un papel crucial en la gobernabilidad democrática”.

Así, por un lado, Lyne et al. examinan la relación entre las actitudes hacia cada dimensión del populismo por separado (es decir, antielitismo, orientación favorable hacia el pueblo y maniqueísmo) y la satisfacción y el apoyo a la democracia entre los burócratas latinoamericanos. Tras un conjunto de hallazgos a favor de que los votantes populistas son demócratas insatisfechos, encuentran que “aquellos que obtienen puntuaciones altas en las dimensiones subyacentes del populismo califican la calidad de la democracia como inferior, pero no están por ello menos satisfechos con el sistema democrático”. Por otra parte, este trabajo halla que “aquellos con actitudes pro-pueblo apoyan consistentemente la democracia, incluidos los controles al poder ejecutivo” y que “aquellos con una perspectiva maniquea, por el contrario, apoyan menos la democracia y favorecen mayores poderes al ejecutivo”. Lyne et al. concluyen que “estas complejidades sugieren la necesidad de realizar más investigación sobre la relación entre las actitudes hacia el populismo y la democracia”.

En un segundo texto comparativo, por otro lado, Rivera Magos y González Pureco realizan un estudio sobre los estilos de comunicación de cinco líderes políticos latinoamericanos, a menudo denominados populistas. Estos líderes incluyen a Alberto Fernández de Argentina, Luis Arce de Bolivia, Gustavo Petro de Colombia, Nayib Bukele de El Salvador y Andrés Manuel López Obrador de México. Los investigadores encuentran que existe una presencia consistente y significativa del populismo en la comunicación de estos líderes. Tal comunicación se caracteriza por frecuentes referencias al “pueblo virtuoso” y la “voluntad general”, así como por su uso repetido de la dicotomía entre el “pueblo” y la “élite”.

Asimismo, los autores encuentran “que la desinformación es una característica importante en la comunicación de estos líderes, representando más de 50% de su contenido”. Esta desinformación “incluye el uso de contenidos engañosos, conexiones falsas y discursos de odio, que a menudo se utilizan para validar y difundir información falsa que respalda la narrativa populista”, así como apelaciones a la “polarización” [...] “caracterizada por el uso constante de términos como ‘ellos’ y ‘nosotros’, así como la expresión de emociones políticas como la justicia, la alegría o la ira”.

Presentando el primer estudio de caso del número especial y analizando el discurso en la red social Twitter (hoy llamada X) del presidente de El Salvador, Nayib Bukele, y con base en técnicas de análisis cualitativo, el trabajo de Luis Ernesto Montaño Sánchez encuentra que “el presidente exhibe rasgos populistas, con fuertes tendencias autoritarias”, llegando a la conclusión de que dicho discurso, junto con “los nuevos gobiernos en Centroamérica”, contribuye a la fatiga democrática, lo que “puede representar un revés para la democracia en la región”.

En la misma línea, el trabajo de Adalberto López Robles estudia el uso de Twitter o X por parte del presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO), utilizando para ello el análisis de contenido tanto cuantitativo como cualitativo de 2,673 publicaciones del presidente. El objetivo del trabajo es, como señala el autor, el que “al centrarse en cómo el presidente utiliza sus redes sociales con fines populistas, el estudio busca contribuir a la conceptualización y medición del fenómeno a partir de datos obtenidos de las redes sociales”. Sus hallazgos sugieren que la narrativa de AMLO manifiesta un carácter populista en tres aspectos clave: “pueblocentrismo, antielitismo y soberanía popular”.

Las obras reunidas en este volumen brindan un panorama completo y complejo de los vínculos entre la narrativa de los líderes, la polarización y el cansancio de la democracia. El populismo y la polarización no parecen coexistir bien con la satisfacción y el apoyo a la democracia en América Latina. En los cimientos mismos de la llamada fatiga democrática parecen encontrarse narrativas como las analizadas en este número especial y la polarización que aquellas producen. Aunque se necesita más investigación, los artículos de este volumen brindan una descripción general que, sin dudarlo, guiarán a los estudios futuros. La salud de la democracia en nuestra región depende de ello.

Rodolfo Sarsfield
Rosario Aguilar
Coordinadores

Referencias

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