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Revista interdisciplinaria de estudios de género de El Colegio de México

On-line version ISSN 2395-9185

Rev. interdiscip. estud. género Col. Méx. vol.1 n.1 Ciudad de México Jan./Jun. 2015  Epub Feb 24, 2021

https://doi.org/10.24201/eg.v1i1.21 

Nota de investigación

Literatura y masculinidad en la primera modernidad mexicana: apuntes de investigación en torno a tres novelas del México independiente

Literature and masculinity in Mexico’s first modernity: research notes on three novels on independent Mexico

Martín H. González Romero


Resumen

En estas notas se reflexiona sobre el proceso de investigación y los resultados de una tesis de maestría en Estudios de Género. En ella, se hizo una lectura de tres novelas mexicanas del siglo XIX:La Quinta Modelo, de José María Roa Bárcena,Clemencia, de Ignacio Manuel Altamirano yEnsalada de Pollos, de José Tomás de Cuéllar. La interpretación de la obra ilustra una transformación hacia una masculinidad moderna, propia del régimen liberal. La reflexión aborda problemas metodológicos respecto a la literatura como fuente histórica. Además se propone un diálogo con las teorías sociales sobre la modernidad.

Abstract

These notes discuss the research process and the results of a dissertation for a Master’s Degree in Gender Studies. It reads into three 19th-Century Mexican novels:La Quinta Modeloby José María Roa Bárcena,Clemencia, by Ignacio Manuel Altamirano, andEnsalada de Pollosby José Tomás de Cuéllar. The interpretation of these works shows a transformation towards a modern masculinity, in accordance to the liberal regime. The discussion addresses methodological problems of the use of literature as an historical source. It also proposes a dialogue with social theories about modernity.

Acaso es un lugar común decir que los Estudios de Género son un terreno fértil para la imaginación interdisciplinaria en el trabajo de investigación académica. Creo, sin embargo, que sigue siendo importante enfatizar las direcciones más o menos fructíferas a las que conduce dicha imaginación, así como apuntar las potencialidades y las tensiones de su puesta en práctica. En las siguientes páginas quiero comentar el desarrollo y presentar un trabajo de investigación de carácter interdisciplinario que realicé para mi tesis de maestría en estudios de género (González Romero, 2014). En ésta, desarrollo una lectura crítica de tres novelas decimonónicas mexicanas: La Quinta Modelo de José María Roa Bárcena, Clemencia de Ignacio Manuel Altamirano y Ensalada de Pollos de José Tomás de Cuéllar.

Escritas y publicadas entre 1857 y 1869, estas novelas abarcan uno de los períodos más convulsos e inestables para la conformación de México como un Estado independiente. Al establecer contrapuntos entre las posturas políticas de sus autores, ideólogos de una primera modernidad mexicana y miembros de una reducida clase letrada decimonónica, en dicho estudio pretendo mostrar las transformaciones que los discursos políticos modernos de libertad e igualdad provocaron en las concepciones de masculinidad de la época.

En las próximas líneas abordo el desarrollo de la investigación, presento sus particularidades y reflexiono en torno a sus resultados, articulando cuatro momentos. En primer lugar, comento las inquietudes académicas que dieron forma al problema de investigación, delineando el tránsito que llevó de una preocupación literaria a un problema de carácter histórico relativo a la masculinidad en México. En segundo término, presento el planteamiento metodológico de la investigación, explicando la selección de las novelas estudiadas y los elementos de análisis que surgieron de éstas. Más adelante, hago un balance del diálogo que este trabajo plantea con algunas aproximaciones teóricas relativas a los procesos de modernidad y al papel de la masculinidad en éstos. Finalmente, expongo algunos resultados de la investigación, que muestran la aparición de valores modernos de masculinidad. Estos valores, asociados a los nuevos paradigmas políticos del liberalismo y en consonancia con las discusiones públicas sobre la conformación política del México independiente, entraron en tensión con los discursos tradicionales de masculinidad.

Cabe mencionar que al presentar esta investigación, mi interés es, por un lado, enfatizar su carácter interdisciplinario, que toma como base a la literatura para, apoyado en la teoría social, hacer preguntas relativas a la historia nacional. Por otra parte, al hacer un repaso del desarrollo de la investigación, deseo promover la reflexión en torno a la historia de la masculinidad en México. Como advierte Farge (1991), la prevalencia de una dialéctica de la dominación de los hombres y subordinación de las mujeres puede a menudo acaparar los intereses de estudio de la historia de género y oscurecer otras áreas de indagación. En ese sentido, resulta importante confrontar la noción de universalidad de lo masculino y reconocer sus transformaciones. Si la tradicional historia política y económica ya ha sido criticada por su sesgo androcéntrico, que sólo se ocupa de ilustrar las transformaciones en los espacios públicos de poder masculino como si fueran los únicos o los más relevantes aspectos del pasado, lo cierto es que ésta no ha discutido la situación de los hombres en tanto hombres.

Por otro lado, ya se ha reconocido la necesidad de estudiar los efectos que las grandes transformaciones históricas tienen en las nociones de género como una estrategia metodológica que permite construir relatos de historia de género (Scott, 2008). Además, dada la centralidad que el poder político y el control de los medios de producción tienen para la constitución de una masculinidad hegemónica (Connell, 2003), realizar preguntas críticas a la historia tradicional, buscando ilustrar las transformaciones en las nociones de masculinidad, emerge como un ejercicio sugerente. La investigación que aquí presento pretende ser una contribución para repensar la historia nacional en ese sentido, cuestionando la universalidad de lo masculino. En la siguiente presentación busco exponer cómo surgieron estos intereses en el contexto de mi investigación, con la intención de despertar curiosidad en éste y otros planteamientos que aborden la transformación de la masculinidad en el contexto de la historia nacional.

El problema de investigación

Como estudiante de literatura, mi acercamiento al texto literario se vio alimentado por preocupaciones sobre su papel en la constitución del orden de género. Dichas inquietudes giraban, por un lado, en torno al carácter sexuado de la escritura como una actividad generalmente vedada a las mujeres. Por otra parte, me interesaba indagar la función que ha tenido la tradición literaria en las prácticas relacionales de género; es decir, en la forma en que interactúan social y culturalmente los sujetos sexuados. En la tradición hispánica, el peso que tiene lo caballeresco y el amor cortés en el origen mismo de la historiografía de la literatura en lengua española, invita a pensar en la importancia que, a su vez, ésta tiene en la construcción de formas normativas de relación entre los sexos. Dicha tradición hispánica llamaba mi atención porque implica una retórica del amor y del erotismo, delimitando las formas en que es permisible expresar el deseo heterosexual.

Esta afinidad por las expresiones literarias se veía estimulada, además, por los discursos más amplios y coloquiales que ven en la literatura, como una de las “bellas artes”, un crisol para las emociones y un vehículo para la expresión de la sensibilidad del artista. Como parte de mi formación en letras, la lectura de muchas novelas canónicas del siglo XIX europeo llamó mi atención por los mismos motivos. En Flaubert, Tolstoi y Balzac vi aparecer el protagonismo de las mujeres en el texto de ficción: en las protagonistas de las novelas decimonónicas veía la preocupación por la constitución de la pareja heterosexual moderna que añoraba las apasionadas relaciones con hombres libres, valerosos y sensibles, que dominaban la literatura caballeresca, frente a la conveniencia de relacionarse con aquellos constreñidos a su papel de proveedores en la familia. Posteriormente, descubrí que esta lectura estaba en consonancia con los estudios de Mosse (1996) sobre la imagen del hombre moderno. Como parte de los procesos de modernidad, que impulsaron la libertad en las formas de conformación del poder político y en la actividad económica, así como por el auge de la burguesía y el predominio cultural de las clases medias, los hombres debieron adoptar valores de mayor sobriedad y moderación que los favorecieran en el esquema de competencia y méritos.

Frente a los ejercicios comunes en la didáctica del análisis literario, que a menudo se preguntan por el rol que tienen las mujeres en la tradición literaria y al interior de los textos de ficción, me resultaba importante reconocer el predominio de la mirada masculina. Después de todo, las problemáticas de mujeres que, como Madame Bovary y Anna Karenina, se situaban como protagonistas de la narración y se debatían entre la elección de dos modelos de hombres, no reflejaban necesariamente las preocupaciones de ellas, sino una crisis en la imagen que los propios escritores tenían de sí mismos en tanto hombres. El protagonismo de las mujeres fue un vehículo a través del cual los autores se permitieron expresar ansiedades respecto a su propia masculinidad, ancladas a procesos históricos amplios de transformación económica, política y social. Reconocer estos elementos de ansiedad en el terreno de la ficción me hizo trasladar mis preguntas de investigación sobre el género y la literatura hacia terrenos cada vez más asociados a la idea de cambio y de transformación histórica.

Por otra parte, mis experiencias como estudiante de literatura, enfrentándome a discursos coloquiales contradictorios que, por un lado, denuncian el dominio masculino en la tradición literaria y, por otro, desdeñan las letras por ser una actividad improductiva y, por tanto, no masculina, aumentaron mi curiosidad por los discursos sobre masculinidad. El caso de la conformación de las nociones de modernidad en México surgió como un espacio ideal para plantearme preguntas asociadas a la transformación de las ideas de masculinidad. ¿Existen puntos de inflexión que dicten el tránsito hacia el modelo más o menos estable de sobriedad que caracteriza la masculinidad moderna? ¿De qué forma y por qué motivo perdieron fuerza los rasgos de suntuosidad y ornamento que acompañaban a los hombres de clases acomodadas?

Si las primeras novelas del México independiente buscaron contribuir al sentido de pertenencia a una nueva identidad de nación, misma que debatía su futuro político, éstas debían ilustrar la forma en que la noción liberal de ciudadanía desestabilizó las ideas de masculinidad. Así, decidí enfocar mis esfuerzos de investigación a la literatura decimonónica mexicana después de la Independencia porque en este período parecen surgir los debates más importantes en el tránsito a un proyecto de modernidad. Al cuestionar las formas de organización social, política y económica en un sentido amplio, dicho proyecto debía provocar las primeras ansiedades por la conformación de una masculinidad moderna.

Con la intención de ilustrar estas ansiedades, traté de indagar los efectos que los discursos de libertad e igualdad política, económica y social tuvieron en las nociones de masculinidad representadas en la literatura. Así, busqué primero comprender la función que la imaginación literaria tuvo para dilucidar los efectos sociales y culturales de los cambios políticos y económicos que se discutían en la arena pública.

Metodología

Aproximarme a la transformación de la masculinidad moderna en México significó tomar una serie de decisiones metodológicas en función de los intereses de investigación. En primer lugar, tuve que definir los límites cronológicos del problema.

Mi principal interés era discutir la masculinidad moderna desde su proceso de conformación, dado que me parecía que los estudios sobre masculinidad y modernidad en México comenzaban, en el mejor de los casos, durante el Porfiriato (Domínguez-Ruvalcaba, 2007). En ese sentido, normalmente se asume la existencia de una masculinidad moderna, producto de la aparición de los discursos liberales en América Latina, que en México cobraron forma en el positivismo del fin de siècle. Sin embargo, esto ignora el carácter crítico y problemático que estos discursos, propios de nociones modernas de supuesta libertad e igualdad social, tuvieron frente a las formas de organización social estamental de Antiguo Régimen. El resto del siglo XIX, en que se disputó el futuro político del México independiente, significó un momento nebuloso en el que los debates fueron tan intensos e inestables como la vida política nacional.

En sintonía con la idea de que las transformaciones en el imaginario público no son abruptas, sino que obedecen a una lógica de larga duración, y tomando como base lecturas que ven en el proceso de Independencia un conflicto amplio que no terminó sino hasta la caída del Segundo Imperio mexicano (Pérez Vejo, 2008), decidí estudiar una generación de escritores que nació después las guerras de insurgencia y creció expuesta a la inestabilidad política y las discusiones en torno a la forma en que se debía organizar la nación. Esto me permitió centrarme en un período particular en que dichas discusiones se exacerbaron: desde el año de 1857, en que se promulga la Constitución liberal que dará origen a la Guerra de Reforma, y hasta el fusilamiento de Maximiliano en 1867. La restauración de la República marcaría el éxito del proyecto liberal y una relativa estabilidad política que no se vería amenazada sino hasta la Revolución Mexicana.

Al revisar la literatura de la época, elegí un grupo de novelas que me ofrecía una lectura sugerente, acotada y lo suficientemente diversa para establecer contrapuntos de interés. La Quinta Modelo, de José María Roa Bárcena (2006) fue publicada en 1857, en plena crisis por la promulgación de la nueva Constitución. Desde una postura reaccionaria, a través de la historia satírica de un diputado que pretende instaurar un falansterio fourierista en su hacienda, el autor buscó exponer los vicios a los que llevarían las obsesiones liberales por la igualdad, la libertad y la repartición de los bienes. Clemencia, de Ignacio Manuel Altamirano (1990), aunque publicada en 1869, está situada en el año de 1863, durante la guerra de intervención que daría inicio al Segundo Imperio. Con una estética romántica y desde la exaltación del liberalismo, narra el triángulo amoroso que pone a dos soldados del ejército liberal en disputa y desenmascarará a uno de ellos como traidor a la patria. Finalmente, Ensalada de pollos, de José Tomás de Cuéllar (2007), fue escrita y se encuentra situada en 1869. Desde la postura crítica que ofrece el realismo social, su autor, aunque político partícipe del proyecto liberal, expone a través de la historia de un par de jóvenes abandonados por su padre, los efectos que el nuevo régimen político tiene para las pretensiones sociales de las clases populares. En su “ensalada”, Cuéllar critica los estilos de vida de los “pollos”, jóvenes citadinos mexicanos que se dedican al ocio y a mantener un estilo de vida elegante.

La selección de novelas comprende una gama amplia de momentos en el proceso de transformación política del México independiente, comenzando en la Reforma, pasando por los albores del Segundo Imperio y terminando en los primeros años de estabilidad de la República Restaurada. Por otra parte, el corpus elegido permite establecer comparaciones entre posturas políticas distintas, pasando del polo del liberalismo convencido de Altamirano a la actitud reaccionaria y conservadora de Roa Bárcena, pero nutriéndose de la síntesis crítica que realiza Cuéllar de sus tiempos. Además, entre las obras hay una variedad de tradiciones literarias que ilustran una transformación en el gusto y las técnicas literarias. La novela de Roa Bárcena es una sátira distópica muy transparente en sus intenciones políticas y en ese sentido tiene mucho del propósito educativo del neoclasicismo. Clemencia de Altamirano es una muestra de la forma en que el romanticismo halló su cauce en las expresiones del nacionalismo mexicano, con un interés particular por la sensibilidad que exalta los caracteres individuales en sintonía con la ética liberal. Finalmente, el trabajo de Cuéllar, que tiene como clara referencia la obra de Balzac, utiliza la voz crítica del narrador del realismo social y pretende denunciar los grandes vicios y las problemáticas de su tiempo.

Resulta oportuno contar con distintas tradiciones literarias que medien entre el texto y su lectura de la realidad porque, de esta forma, su ponderación crítica en conjunto obliga a mantener la cautela constante de sus implicaciones. Esto me permitió reconocer el carácter complejo de la literatura como un instrumento de análisis histórico. En este caso, además, las distintas tradiciones abordadas condensan las categorías de transformación de la personalidad masculina que surgieron de una primera lectura de las novelas. La sátira de Roa Bárcena es rica en reflexiones económicas, en su afán por ilustrar el experimento social de un político liberal enloquecido. Altamirano, en sintonía con los intereses de la estética romántica, retrata detalladamente la intensidad de los sentimientos y de la vida interior de sus personajes. Finalmente, las amplias descripciones de la novela de Cuéllar, por su naturaleza realista, se esmeran en el detalle de la cultura material de la época. A pesar de estas particularidades, cada una de las novelas hace eco en los recursos de la otra y aparecen reflexiones propias de estas tres categorías en cada uno de los textos. Esto permitió realizar una lectura sobre los retratos de masculinidad que pusiera atención particular a su relación con el dinero, las emociones y la imagen personal.

Aproximaciones teóricas

En esta investigación me propuse establecer un diálogo directo con un complejo y amplio desarrollo teórico que, desde distintas disciplinas, se plantea la manera en que cobraron forma las sociedades modernas, se pregunta cuáles son sus características y cómo sucedió su transformación política, económica y social. En general, estos planteamientos teóricos estriban entre los que explican con cierta aprobación la expansión de libertades individuales y los que realizan una crítica que ilustra la forma en que los proyectos de modernidad también lograron limitar a los sujetos en distintos sentidos.

Si la cosmogonía habermasiana de la modernidad en el espacio público explica la construcción de dinámicas de interacción en términos de igualdad basada en la deliberación (Habermas, 1997), las críticas feministas han señalado cómo las mujeres fueron aisladas de la conversación, en una operación que califica a sus asuntos como privados. Esta postura expuso la forma en que los problemas al interior de las familias fueron sistemáticamente eliminados de los intereses comunitarios, polarizando la reclusión de lo doméstico al espacio de lo privado. Además plantea que, más allá de ser neutral, la dinámica de deliberación pública privilegia un modelo de hombre racional acorde a los valores de una creciente clase burguesa (Pateman, 1996; Fraser, 1997).

Para el caso latinoamericano, Dore (2000) ha explicado que, contrario a lo que se pensaría, las revoluciones liberales en Latinoamérica no trajeron una mejor situación para las mujeres, pese a los discursos de libertad e igualdad. En una visión del cuerpo social conformado por sujetos en competencia, las mujeres quedaron recluidas en el espacio doméstico. La separación de las modernas esferas pública y privada limitó el acceso de las mujeres a los mecanismos de protección de corporaciones como la Iglesia. Además, el carácter laico del matrimonio y el divorcio en la época no hizo más que reforzar el poder de los hombres al interior de la pareja (García Peña, 2006).

Y aunque el protagonista del nuevo esquema político de libertades fue el sujeto varón, sus rasgos de personalidad tuvieron que entrar en una negociación con las necesidades de un sentido moderno de competencia entre iguales y de deliberación en el espacio público. Los escritores estudiados en esta investigación mostraron en sus novelas la ansiedad por entender las consecuencias que la idea de libertad tendría para su papel como varones en la sociedad. En sus textos encontraron un espacio creativo que les permitía ilustrar la visión que tenían de la sociedad que, en el terreno político, defendían acaloradamente. Si bien la noción de libertad e igualdad entre los hombres parece implicar la liberación de las formas de actuar, las novelas elegidas en este estudio ilustran que el cambio de organización social trajo consigo la aparición de unos rasgos normativos para participar en el espacio público.

Los antiguos elementos suntuarios, de los que los hombres de clases acomodadas podían gozar, debieron ser remplazados por un carácter de sobriedad, austeridad y mesura. Frente a una antigua seguridad de los bienes heredados apareció una ansiedad por hacerse merecedor de los propios y demostrar capacidad para administrarlos. Las libertades de expresión emotiva debieron constreñirse a una economía de las emociones que mostrara pragmatismo y fuerza de voluntad. A su vez, la apariencia externa debió reflejar cada vez más estos valores, desprendiéndose de adornos superfluos. La ponderación de las visiones de la modernidad que la entienden como un catalizador de libertades, frente a aquellas que señalan sus inconsistencias y limitaciones, ayuda a comprender las contradicciones que entraña este proceso, contradicciones tan profundas como las que existen entre los valores políticos de la libertad y la igualdad.

Por un lado, las ideas de Giddens (1992) sobre la transformación de las relaciones íntimas en las sociedades modernas pretenden explicar cómo éstas han reproducido un ideal de democracia. En ese sentido, las parejas modernas ya no vuelcan sobre su relación las estrategias de una sociedad estratificada, sino que depositan en ella su realización personal y sus sentimientos. Sin embargo, la realidad de desigualdad en las relaciones de pareja, que se evidencia en los altos niveles de violencia doméstica hacia las mujeres (Jamieson, 1999), muestra que la libertad en las relaciones no supera las complejidades de un orden de género. Como se verá más adelante, la modernidad masculina creó nuevos controles sobre la sensibilidad de los hombres, de tal forma que se constriñera a su función social de provisión y protección.

Por su parte, Lipovetsky (1990) pretende explicar también el fenómeno de la moda como un símbolo de la cultura individualista de las sociedades modernas que, en sintonía con los modelos de producción, ofrece en el mercado las herramientas para la conformación cambiante y novedosa de la imagen personal. Aunque esto podría hacer pensar en una libertad para la conformación de la estética individual ajena a los dictámenes de género, Zakim (2003) muestra que la industria de la vestimenta, que promovió el traje ready-made en los hombres frente a la relación de exclusividad con el sastre, también convocó a un tipo de homogeneidad de la imagen de los hombres, que enfatizara su adscripción a la ciudadanía universal moderna. En ese sentido, los hombres libres e iguales del liberalismo moderno debían estar desprovistos de rasgos de distinción.

Resultados

La lectura crítica de las novelas elegidas revela una transformación en la comprensión del cuerpo social que trastocó también el papel del hombre y su masculinidad. Si antes el orden político implicaba una división entre estamentos más o menos rígida, que daba a los hombres de los sectores más acomodados las libertades de la suntuosidad, los ideales de una sociedad conformada por hombres libres e iguales trajeron consigo la idea de una masculinidad normativa más sobria. En las novelas, analizar la importancia que tiene el dinero en el papel masculino de proveedor permitió reconocer una tensión entre una concepción de la estructura social en que la caridad y la preocupación por el otro tienen un papel preponderante y una nueva visión individualista que, aunque promueve la igualdad, constriñe el gasto y desatiende al prójimo. Del estudio sobre la dimensión emocional se pudo reconocer la ansiedad de las clases letradas porque las nociones de libertad promovieran la profusión de emociones descontrolada sin ningún compromiso social. Finalmente, atender la descripción de los personajes masculinos y su vestimenta permitió ver cómo esas ansiedades se reflejan en un miedo al afeminamiento y a la pérdida de las reglas de propiedad. Estas complejidades se revelan de forma distinta, y en función de las posturas políticas de sus escritores, en cada una de las novelas estudiadas.

Crítico de los excesos del liberalismo, Roa Bárcena (2006), en La Quinta Modelo, utiliza la ironía y un modelo distópico para señalar las terribles consecuencias de una ideología que creía nociva. La novela presenta el personaje protagónico de Gaspar Rodríguez, quien encarna la naturaleza empedernida de los políticos reformistas. El dinero, los bienes materiales y su administración son elementos esenciales del ejercicio crítico de Roa Bárcena. Frente al tradicional modo de administración de su hacienda, Gaspar decide ensayar un modelo democrático de repartición de bienes entre sus trabajadores, en el que cada uno se haga responsable de su propia producción y se supriman los castigos corporales. Por su carácter de “modelo”, la quinta de Gaspar constituye una alegoría de las consecuencias a gran escala de la realidad nacional. La supresión de las estructuras es entendida por Roa Bárcena como poco conveniente para el estado de la educación de los trabajadores, que se entregarían a la ociosidad y a los vicios, resultando en un caos total que debe finalmente ser reordenado por la guía moral y patriarcal de la Iglesia.

No es de sorprender que en el retrato de la “monomanía política” de Gaspar, éste acuse a su esposa Octaviana de representar a las clases privilegiadas en la pequeña república de su hacienda. En esta sátira alegórica, Gaspar piensa que su mujer defiende “la familia del propietario, que engorda y se refocila a costa de la familia de los obreros” (Bárcena, 2006: 55). Además pretende separar a su hijo varón del influjo de su madre, para que se haga de su propio destino en vez de apoyar las necias inquietudes femeninas. La novela de Roa Bárcena le otorga a Octaviana la sabiduría de prever el desorden de valores morales que seguiría al experimento de su marido. Como se ve, las ideas de transformación y cambio político no están exentas aquí de un carácter sexuado. Así, Roa Bárcena se enfrenta al modelo de masculinidad individualista enarbolado por los liberales mexicanos, defendiendo un esquema nostálgico de paterfamilias, de un hombre más apegado al hogar, a los esquemas tradicionales de herencia de la riqueza y a la caridad como una forma de mostrar responsabilidad frente a su comunidad.

Por su parte, en Clemencia,Ignacio Manuel Altamirano (1990), convencido defensor del liberalismo mexicano, plantea en un triángulo amoroso un modelo de masculinidad completamente opuesto. La novela relata la competencia entre dos comandantes por el amor de Clemencia: mientras Fernando Valle era un hombre poco agraciado y de modales limitados, Enrique Flores parece representar los ideales de belleza y gallardía. El desenlace demuestra que, a pesar de sus actitudes hurañas y parcas, es Valle quien tenía la mayor fidelidad a la causa liberal, mientras que el elegante Flores utilizaba su posición en el ejército mexicano para obtener el mayor beneficio, sin ningún ideal más que el de su ambición personal. Su antagonista Valle representa todas las características del individualismo que el modelo liberal enarbola y, sin embargo, eso no lo convierte en un ambicioso a toda costa.

Con particular maestría, Altamirano logra hacernos comprender que el control meticuloso de su dinero y su carácter reservado no significan que Valle sea un envidioso con ambiciones personales ocultas. Frente a un comandante Flores que hacía gala pública de su generosidad y revela los placeres que dicha vida le ha granjeado, Valle sólo es generoso una vez a lo largo de la novela, y decide hacerlo de manera anónima. El error de Clemencia, que desata la tragedia romántica, es no haber puesto atención a sus intuiciones, que le decían que Flores era un calavera cuyas galanuras no eran más que estrategias para obtener toda clase de placeres, y no reconocer que los miramientos de Valle demostraban el cuidado que un hombre virtuoso debía poner ante las decisiones más importantes.

El mensaje parece ser que los sentimientos masculinos son más genuinos cuando se expresan con mesura, o incluso con torpeza. Frente a las promesas de matrimonio que Flores le presentaba a su amiga Isabel, Clemencia, en una lucidez contradictoria, le advierte: “me parece el caballero Flores demasiado calavera para aventurar una promesa tan pronto, con intención de cumplirla.” Al contrario, le asegura: “si fuera Valle te diría yo: Querida mía: no tengas miedo; he ahí la sinceridad […] Los hombres encogidos como él cuando se deciden a declararse, tiemblan […] pero puedes creerles… toda esa timidez revela la pureza de un sentimiento que no sabe fingir.” (Altamirano, 1990: 104) Así, para Altamirano, los hombres honorables son aquellos con un natural tímido, porque esa timidez revela la severidad de sus decisiones frente a unas libertades que permiten expresar sentimientos fingidos.

Finalmente, situada algunos años después, ya durante la República Restaurada, la Ensalada de Pollos, de José Tomás de Cuéllar (2007), parece hacer eco tanto de las preocupaciones de Roa Bárcena por los excesos de las libertades, como de los intereses de Altamirano por enarbolar una masculinidad sobria. En Ensalada de Pollos, Pedro y Concha, dos adolescentes de clase popular, tras el abandono de su padre, deciden salir de la casa materna para perseguir sus ambiciones. Cuéllar lamenta el poder de atracción que, dadas las condiciones de una incipiente democracia, empuja a estos jóvenes a tratar de alcanzar estilos de vida más elegantes. La aversión a los oficios tradicionales y productivos, así como la desesperada búsqueda de empleos de cuello blanco que caracteriza a los “pollos” conforman el retrato de estos muchachos interesados en subir en el escalafón social. En la obra de Cuéllar, la apariencia no sólo es una herramienta para acceder a círculos sociales que podrían asegurar un bienestar a sus personajes, sino que en muchos casos es un incentivo en sí mismo. Las formas de vida elegantes y las vestimentas que vienen con ellos se convierten en un objetivo aspiracional para estos jóvenes ociosos.

Cuéllar logra retratar exitosamente el embelesamiento estético que motivaba a sus personajes adolescentes a dejar sus hogares y sus oficios ―propios de sectores populares― para perseguir empleos que, aunque quizá no estaban preparados para realizar, eran más acordes a sus aspiraciones. Si el único error de Concha fue haber aceptado los regalos y el bienestar que los hombres le ofrecían, sin perseguir el compromiso fundamental del matrimonio, que para Cuéllar es la única base moral de la sociedad, el caso de los “pollos” varones es diferente. Su error moral está en directa relación con lo que se espera de su sexo. Dejaron el trabajo esforzado para lanzarse a la aspiración de una vida elegante, que Cuéllar juzga como femenina.

Pedrito, al saber de la ausencia de su padre, se apresuró en buscar un lugar en el mundo que fuera digno de sus aspiraciones personales. Y “tardó muy poco en encontrar destino, y mucho menos en encontrar sastre, dos elementos tan indispensables para el pollo” (Cuéllar, 2007: 41). Iba a ser escribiente en la oficina de un general liberal, aunque poco supiera escribir. La imagen era parte esencial de su nuevo empleo, cuyas funciones apenas se mencionan porque, como se entiende al final de la novela, nunca logra cumplirlas. Mientras dura, sin embargo, Pedro disfruta del estatus que su nuevo empleo le ofrece.

Para Cuéllar, el drama social de jóvenes como éste no es sólo que son un lastre para el país y que no parecen contribuir al progreso nacional, sino que su interés por el carácter estético de su ascenso social entra en conflicto directo con su masculinidad. Así propone, acaso como argumento central de su obra, que “esos barbados, musculosos y sanos, vendedores de encajes y de chucherías, de listones, de terciopelos y de cigarritos” abandonen el comercio y se dediquen a “trabajos dignos del vigor masculino”, dejando los mostradores “para que sirvan de parapeto a la virtud de la mujer” (Cuéllar, 2007: 210). De esta manera, Cuéllar critica las libertades del nuevo régimen político, pues crean aspiraciones poco productivas entre las juventudes, desde las más humildes hasta las más acomodadas. Aboga, por tanto, por una masculinidad que no sólo sea más esforzada, sino también más sobria en su atavío.

Reflexiones finales

En estas breves notas he tratado de presentar el desarrollo y una síntesis de los resultados de una investigación interdisciplinaria sobre la transformación de la masculinidad en México. A través de un recorrido desde mis primeras inquietudes de investigación, he ilustrado la forma en que se delineó el problema de estudio, sus orientaciones metodológicas y algunos de los diálogos que plantea con las posturas teóricas en torno a la modernidad. He tratado de recapitular algunas formas en que tres novelas mexicanas, escritas y publicadas entre la Reforma y la República Restaurada, revelan una ansiedad por las implicaciones sociales de los cambios políticos de su época, y apuntan a la conformación de una masculinidad propia de la sensibilidad burguesa.

En atención a un discurso de libertades individuales e igualdad entre los hombres, estas obras reaccionan ante nuevos valores de autocontrol, moderación y esfuerzo como mecanismos de estabilidad social. Se trata de un discurso de masculinidad en el que el hombre es apreciado por ser más contenido en el manejo de su gasto y sus finanzas, más sobrio, menos expresivo de sus sentimientos y menos preocupado por su apariencia personal. Cabe preguntarse, sin embargo, si estos discursos de masculinidad moderna, que apelan a sensibilidades burguesas, tuvieron las consecuencias esperadas en el discurso y las actitudes sociales.

La estética decadentista de fin de siglo (Molloy, 2012) apunta, sin duda, a que los ideólogos del liberalismo mexicano pudieron hacer muy poco por apelar a la moderación y el esfuerzo frente a las promesas de lujo y movilidad social que la modernidad ofrecía. En su estudio sobre el famoso Baile de los 41, Irwin (2011) indica que los protagonistas de dicho escándalo fueron los mismos hombres de clase alta que promovieron la construcción de lazos fraternales e idealizaron el progreso de la nación. La aparición del movimiento modernista latinoamericano apela sin duda a sensibilidades más sofisticadas que aquellas de la moderación burguesa que escritores como Cuéllar o Altamirano promovieron. Acaso estas sensibilidades nunca fueron capaces de apelar suficientemente a la virilidad de las clases populares.

La Revolución Mexicana vino a transformar este panorama. Las experiencias bélicas y las demandas sociales de los movimientos campesinos y obreros denunciaron una cuenta pendiente del primer liberalismo mexicano con las clases populares. La forma en que los discursos sobre masculinidad se situaron en el marco de esta crisis finisecular, la lectura que los circuitos de producción artística posrevolucionaria hicieron de esa masculinidad decadentista de fin de siglo y la manera en que forjaron un nuevo discurso nacionalista de masculinidad ligado a las clases obreras y campesinas, son cuestiones que quedaron en el tintero de esta investigación y que plantean nuevas y sugerentes direcciones de indagación. En todo caso, estas notas esperan incentivar ejercicios de investigación que se pregunten por la transformación de la masculinidad en los períodos más tempranos del nacionalismo mexicano, para contribuir así a la comprensión de las problemáticas que entraña la masculinidad en México.

Bibliografía

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Recibido: 07 de Octubre de 2014; Aprobado: 28 de Noviembre de 2014

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