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Iztapalapa. Revista de ciencias sociales y humanidades

versión On-line ISSN 2007-9176versión impresa ISSN 0185-4259

Iztapalapa. Rev. cienc. soc. humanid. vol.45 no.96 Ciudad de México ene./jun. 2024  Epub 11-Mar-2024

https://doi.org/10.28928/ri/962024/aot3/kuripinedae 

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Emociones y acción colectiva: la Vocacional 7 durante el 68 mexicano

Emotions and collective action: The Vocacional 7 during the Mexican 68

1Universidad Autónoma Metropolitana, México kurichi1@hotmail.com


Resumen

El propósito de este artículo es analizar la dimensión emocional de la acción colectiva en la Vocacional 7, del Instituto Politécnico Nacional, durante el movimiento estudiantil de 1968 en México. Las preguntas que guían este trabajo son; ¿qué antecedentes sociopolíticos existían en la Vocacional y cómo desembocaron en un sentido de agencia que coadyuvó a la organización colectiva?, ¿cómo se construyó este actor colectivo en la escuela? y ¿qué papel desempeñaron los sentimientos en su constitución, mantenimiento y desarticulación? Se realizaron 17 entrevistas a profundidad a exestudiantes de la escuela y a militantes del movimiento, y además se llevó a cabo una revisión hemerográfica y bibliográfica. Como se verá, las emociones, en un escenario de movilización, están condicionadas por el campo de confrontación que los actores sostienen con sus adversarios, lo cual trasluce el carácter relacional y dinámico de las mismas.

Palabras clave: Movimientos sociales; sentimientos; movimiento estudiantil de 1968; conflicto; elaboración emocional

Abstract

The purpose of this paper is to analyze the emotional dimension of collective action in the Vocational 7, of Instituto Politécnico Nacional, during the 1968 student movement, in Mexico. The questions that guide this work are: what sociopolitical precedents existed in the Vocacional and how did they lead to a sense of agency that contributed to the collective organization? How this collective actor was built in this school; What role did feelings play in its constitution, sustaining, and disarticulation? Seventeen in-depth interviews were carried out with former students and activists of the movement of this school, in addition to both bibliographic and hemerographic review. As can be seen, emotions, in a mobilization scenario, are conditioned by the field of confrontation that the actors have with their adversaries, which reveals their relational and dynamic character.

Key words: Social movements; feelings; 1968 student movement; conflict; emotion work

Introducción

El movimiento estudiantil de 1968 ha sido objeto de numerosos estudios en el marco de las ciencias sociales desde hace varias décadas. Existe un consenso sobre el papel que desempeñó en la lucha por la construcción democrática de México a partir de las libertades políticas que se reivindicaron en él y de la labor de enmarcado que creó sobre el autoritarismo en el régimen posrevolucionario.1

El 68 mexicano fue producto de una red de alianzas políticas entre las escuelas y universidades públicas y privadas. Pese a la diversa y vasta producción analítica, literaria, cinematográfica e historiográfica sobre este movimiento, en ocasiones se ha obviado la particularidad de la dinámica sociopolítica y organizativa de cada una de las escuelas que contribuyeron en él. En este artículo me centraré en la dimensión emocional de los participantes en la movilización de la Escuela Preparatoria Técnica Piloto Cuauhtémoc (Vocacional 7) del Instituto Politécnico Nacional (IPN) partiendo de la premisa de que las emociones, junto con las razones, creencias y valores, configuran la dimensión simbólica de los movimientos sociales y forman parte del mundo del sentido y de la intencionalidad, sin los cuales no habría acción social ni política.

Partimos de las siguientes preguntas: ¿qué caracterizó la vida sociopolítica en la Vocacional 7 antes de la movilización de 1968?, ¿cómo dichos antecedentes contribuyeron a la organización en el 68, en términos tanto sociopolíticos como identitarios y emotivos?, ¿cómo se erigió la acción colectiva en esta escuela?, ¿qué papel desempeñaron las emociones en la articulación, conservación y desmantelamiento de la movilización en este centro educativo? Para responder estas interrogantes se realizaron 17 entrevistas a profundidad a exestudiantes y militantes del movimiento estudiantil, además de una revisión bibliográfica y una reconstrucción hemerográfica. Las entrevistas se efectuaron a lo largo de 2019 y estuvieron orientadas a recoger información sobre la politicidad existente en dicha Vocacional antes de 1968, la construcción de la acción colectiva en ese año, los métodos de lucha desplegados, los mecanismos decisorios y deliberativos, así como la racionalidad subyacente - creencias, valores, razones y emociones-. Con base en lo anterior, este artículo está estructurado en cuatro apartados: en el primero se presenta una breve problematización teórica sobre las emociones y el nexo entre acción colectiva y sentimientos; en la segunda se desarrolla el quehacer sociopolítico previo al 68 y la construcción social de la identidad colectiva; en el tercero se analiza la experiencia emocional de quienes participaron en este sujeto colectivo durante las etapas del movimiento y, finalmente, se expone la resonancia emocional de la toma definitiva del edificio por el ejército mexicano en 1968 y la clausura de su modelo educativo.

Razones y emociones en la vida social y política: una relación no antagónica

En las últimas décadas, los estudios sobre el giro emocional y el giro afectivo han irrumpido en las ciencias sociales en aras de explorar teórica y empíricamente el papel que juegan las emociones y los afectos en los fenómenos culturales, políticos y sociales a diferentes escalas. Este creciente interés ha implicado la ruptura de visiones en las que la razón ocupaba un lugar preeminente como dispositivo para aprehender la realidad. Jasper (2018) ha abandonado el modelo dicotómico emociones/razón al hacer referencia al proceso del sentir-pensar (feeling-thinking process) y al subrayar que las deducciones lógicas son formas inusuales del pensamiento, no son la norma, y ni siquiera son lo ideal. Por otra parte, Ahmed (2015) ha planteado cómo la escisión entre lo sentimental, lo cognitivo y lo sensorial obedece a una necesidad analítica.

Hochschild define las emociones como “la cooperación corporal con una imagen, un pensamiento, un recuerdo, una cooperación de la cual el individuo suele ser consciente” (Hochschild, 2013). Ya Halbwachs (2008) señalaba que las emociones son construcciones sociales no solo porque se experimentan a partir de la relación con otros, sino porque es justamente la sociedad la que delinea en qué condiciones sentir algo y en cuáles no, así como los vehículos por los cuales expresarlas. El condicionamiento histórico y cultural del plano sentimental debe verse de forma dinámica, pues no solo el mundo social incide en lo emocional, sino que este también impacta en la constitución de la vida social en función de un factor cardinal: las emociones son sextantes de la acción política y social en la medida en que son referentes de interpretación de la realidad. Bajo una mirada relacional y procesal, Ahmed (2015) recalca el carácter performativo de las emociones, de ahí que subraye la importancia de preguntar no qué son las emociones, sino qué hacen. Esta pensadora sostiene cómo los sentimientos surgen por el contacto que los agentes sostienen con objetos -otras personas, cosas y se puede agregar, espacios- y cómo la densidad histórica moldea dichas relaciones, amén de señalar la inherente intencionalidad de las emociones que circulan en la sociedad.

Un elemento clave para comprender el lugar que ocupan los sentimientos en la acción social y política reside en su dimensión evaluativa y cognitiva. Nussbaum (2001) sostiene que las emociones implican pensar sobre algo, lo que se combina con juicios sobre qué tan importante es. Así pues, el amor, el odio, la rabia, el desprecio, el asco o la ira que los agentes experimentan en relación con los otros encierra una labor de clasificación de la realidad que desemboca en mecanismos de aproximación o distanciamiento político, espacial, social, cultural y legal.

Las emociones están vinculadas de manera estrecha con la estratificación social, las jerarquías y las relaciones de poder y dominación. Esto supone que, en un lazo social sellado por la asimetría y la opresión, los sectores dominantes pueden experimentar sentimientos como orgullo y desprecio hacia los subalternos, mientras que estos últimos experimentan vergüenza. Por ende, es preciso resaltar el carácter procesal y relacional de las emociones, así como el hecho de que los sentimientos se construyen y expresan en diversas escalas: desde el plano de la interacción social hasta un nivel macrosocial, pasando por un plano meso.

Si se parte de la premisa de que no hay acción social sin significados ni intencionalidad, resulta necesario analizar el rol de los sentimientos en los movimientos sociales. Estos son una modalidad de acción colectiva en la que, como asevera Melucci (1999), se yuxtaponen la existencia de un conflicto, expresiones de solidaridad y la ruptura de los límites de compatibilidad con el sistema. Los movimientos sociales son una esfera de interacción social y simbólica en la que se erigen, comparten y circulan creencias, valores, razones y emociones. Sostengo que, al analizar el plano emotivo de la acción colectiva, hay que distinguir:

  1. La dimensión interna del movimiento: esta esfera remite a las relaciones cara a cara que entablan los integrantes, en las que, a partir de este marco de interacción, se gestan y comparten emociones de diverso calibre, muchas de ellas imprescindibles para la organización sociopolítica, como solidaridad, confianza, lealtad y empatía. No obstante, también en este nivel se experimentan sentimientos de otro tipo, como celos y envidia, en virtud de fisuras, diferencias ideológicas y programáticas, así como por disputas endógenas por el poder y los liderazgos.

  2. La dimensión externa del movimiento: en este plano los miembros del actor colectivo experimentan emociones en relación con el campo de confrontación sostenido con el adversario, así como en función de las alianzas sociopolíticas tejidas con otros agentes y del impacto político y sentimental detonado en la audiencia. Es relevante subrayar que, en un escenario de conflicto y movilización, los adversarios y la audiencia también experimentan diferentes emociones.

Esta diferenciación obedece a una necesidad analítica y ambas dimensiones están interconectadas en el terreno empírico. Cabe recordar cómo, para Simmel (2010), el conflicto es una forma de socialización que posibilita la edificación de un vínculo entre agentes que, sin él, no existiría Así, el campo de confrontación hilvanado entre los sujetos colectivos y sus adversarios representa una forma de socialización, una forma de relacionalidad social y política que condiciona la vivencia emotiva de los sujetos involucrados.

El plano emocional de la movilización sociopolítica pertenece al dinámico mundo de interpretación y significación de la realidad. Jasper sostiene que “los significados nos importan por la forma en que nos hacen sentir” (2018: 136). Pese a la notoria importancia de los sentimientos en escenarios de movilización, es necesario evitar lecturas monocausales y reduccionistas, pues la edificación social de la acción colectiva es un complejo proceso intersubjetivo en el que se imbrican un sentimiento de pertenencia, creencias, valores, razones, experiencia, memoria, heterogeneidad interna y relaciones sociales, incluyendo las de poder.

La Vocacional 7 del IPN antes de 1968: identidad colectiva y sustrato emocional

En 1963 se inauguró la Vocacional 7 en lo que posteriormente fueron las instalaciones de la Vocacional 5, en la Ciudadela (Cedeño, 2003). En 1964 esta institución fue reubicada en el proyecto urbano del Conjunto Habitacional Nonoalco Tlatelolco, a un costado de la plaza de las Tres Culturas, y su diseño y edificación, al igual que dicha unidad habitacional, estuvieron a cargo de Mario Pani. Un factor clave de la identidad de esta escuela fue que, a diferencia de otras vocacionales en las que cada plantel se especializaba en un área del conocimiento -físico-matemáticas, ciencias sociales y administrativas, y ciencias biológicas- los alumnos de la Vocacional 7 con orientación en cualquiera de las tres esferas disciplinarias estudiaban en una misma unidad y cursaban el primero año juntos (entrevista a Mauro Espinal, 16 de marzo de 2019). Asimismo, el diseño curricular de esta escuela, donde se impartían materias como literatura y psicología, tenía como meta una formación académica más integral y humanística. Este modelo educativo, sui géneris en el IPN, fue clausurado de forma definitiva a raíz del conflicto estudiantil de 1968.

Para los exalumnos, la experiencia en esta escuela fue un referente de sentido:

La construcción de la Vocacional era muy bonita y los maestros que teníamos eran excelentes. Entre ellos estaba mi papá, que no es porque fuera mi papá, pero todos se expresan muy bien de él, de sus clases, de sus enseñanzas. Teníamos también, bueno, mi maestro también fue Fausto Trejo, excelente persona y luego compañero en el 68. A mí me encantaba ir a la Vocacional 7 porque además tuve un círculo de amigos muy amplio. La escuela era muy agradable, los salones eran muy amplios, eran muy bonitos, la construcción era muy bonita porque había mucha vista hacia la plaza de las Tres Culturas; el auditorio, recuerdo que tomaba clases de teatro ahí, también era muy amplio. Había muchas actividades culturales promovidas por los maestros [...]. Fue el ambiente tan agradable ahí, un ambiente de amistad, de compañerismo, con mis compañeros de grupo, con mis amigos; de admiración a mis profesores (M. Frías, comunicación personal, 29 de abril de 2019).

Nosotros veíamos las escuelas como nuestra casa. ¿Por qué? Porque muchos veníamos de provincia, muchos no teníamos casa familiar, yo vivía solo y muchos estudiantes vivían solos, porque muchos veníamos de provincia y aquí estábamos solos. Entonces la escuela era nuestra casa porque ahí los estudiantes nos relacionábamos, nos sentíamos como una gran familia ( M. Espinal, comunicación personal, 16 de marzo de 2019).

Estos testimonios revelan cómo la experiencia de estudiar en esta escuela tuvo un carácter multidimensional porque se condensaron factores de corte emocional-afectivo como los siguientes: las relaciones sociales de amistad y camaradería entre los estudiantes; los sentimientos de admiración y respeto hacia los maestros; el placer estético experimentado a partir de la apropiación material y simbólica de la Vocacional 7, entendida como un espacio de vida en el que se desarrollaban múltiples actividades académicas, culturales, deportivas, lúdicas y políticas, y, finalmente, la satisfacción de haber estudiado en una escuela de alto nivel académico. Estos ingredientes, delineados por las relaciones y prácticas sociales en la vida cotidiana, fueron conformando la identidad colectiva, definida como el sentimiento de pertenencia articulado intersubjetiva y espaciotemporalmente, en la que los procesos de autorreconocimiento y de heterorreconocimiento -es decir, la delimitación entre el nosotros y el ellos- fueron insoslayables. Toda identidad colectiva tiene un carácter dinámico, cambiante, lo cual no obsta para que exista una relativa estabilidad, en gran parte esculpida por “contextos de interacción estables” (Giménez, 2009). Sostengo que, en la construcción identitaria de los alumnos de la Vocacional 7, la dimensión emocional fue un componente importante en el que la escuela fungió como un contexto de interacción estable. El vínculo entre sentimientos y dinámica identitaria no es aleatorio, como menciona Jasper: “una identidad colectiva no es simplemente el diseño de un límite cognitivo. Es, ante todo, una emoción, un afecto positivo hacia otros miembros del grupo social sobre la base de la afiliación común” ( Jasper, 1998: 415).

Otra veta relevante en la vida estudiantil en la Vocacional 7 fue la dinámica sociopolítica que desplegaron grupos de activistas de diferentes filiaciones ideológicas. La Juventud Comunista, adscrita al Partido Comunista, la Liga Espartaquista, la Asociación de Jóvenes Esperanza de la Fraternidad (AJEF, organización de masones) y simpatizantes del Partido Revolucionario Institucional (PRI) tenían presencia en esta escuela y en otras del IPN.

En 1965 un grupo de estudiantes de la Vocacional, varios militantes de la Liga Espartaquista, emprendieron una huelga para exigir la renuncia del director, Marcelo Hedding, por prácticas nepotistas y autoritarias, además de demandar mejoras en los talleres.

Dos años más tarde, estudiantes de esta escuela participaron en una movilización colectiva que hilvanó diversos centros educativos y universidades. Esta organización se fraguó entre el alumnado de la Escuela Superior de Agricultura Hermanos Escobar, institución privada ubicada en Ciudad Juárez, Chihuahua. Los jóvenes demandaban un profesorado mejor capacitado y más prácticas agrícolas. La respuesta de las autoridades fue la expulsión de los líderes, lo que provocó que el estudiantado exigiera la federalización de la escuela y, con ello, que se adscribiera a la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez (Vargas, 2018). La indiferencia gubernamental detonó no solo la escalada del conflicto, sino también la constitución de una red de solidaridad con otras instituciones educativas como la Universidad de Chapingo y varias escuelas del IPN, incluyendo la Vocacional 7, que se pronunció por un paro por tiempo indefinido hasta que se resolvieran las demandas (J. García Reyes, comunicación personal, 27 de febrero de 2019).

La movilización de 1967 fue efímera, tan solo duró una semana y finalizó con el reconocimiento de las demandas. Sin embargo, su relevancia es multidimensional: en primer término, los repertorios de confrontación2 desplegados -brigadas informativas, comisiones, la huelga y la conformación del Consejo General de Huelga (CGH), que congregaba a representantes de todas las escuelas movilizadas- fueron la antesala organizativa, el ensayo sociopolítico, de lo que sucedería un año más tarde; en segundo lugar, a raíz de este conflicto se forjó una alianza política entre las escuelas organizadas, entramado que se rearticuló y amplificó en el 68; en tercer lugar, durante esta movilización se forjaron lazos emocionales entre el alumnado, de camaradería y confianza; finalmente, haber conseguido que el gobierno federal atendiera las demandas provocó un sentimiento de confianza y seguridad. El siguiente testimonio condensa algunos de estos puntos:

El triunfo del 67 da como resultado una relación muy estrecha entre los politécnicos y los chapingueros. Nos invitan a la Universidad de Chapingo y fue una noche completa de… se hizo primero un mitin, yo fui ahí orador por parte de la Vocacional 7; en las escaleras de la biblioteca, ahí se hizo un mitin para celebrar el triunfo del movimiento y yo hablo en nombre de la Vocacional 7 y, bueno, no te imaginas qué tanto nos querían los chapingueros [...]. Este movimiento fue corto, intenso, festivo, yo creo que hay pocos movimientos en los cuales celebramos un triunfo ( J. García Reyes, comunicación personal, 27 de febrero de 2019).

Otro referente del quehacer sociopolítico en la Vocacional 7 antes del 68 fue la oposición en contra de la Federación Nacional de Estudiantes Técnicos (FNET). Creada en 1931 (Rodríguez, 2010), la FNET representaba a los estudiantes técnicos de todo el país y obedecía a una racionalidad corporativa. En el caso del IPN, esta organización jugó un papel destacado en las movilizaciones estudiantiles de 1942, 1950 y 1956 (Álvarez Garín, 1998). Por décadas, esa federación contó con legitimidad entre los estudiantes, pero a raíz de la resistencia de 1956, cuando el gobierno apresó a sus principales líderes, fue desdibujándose ideológicamente y adquiriendo un carácter clientelar y corrupto, amén de su naturaleza corporativa de origen. En este sentido, monopolizó la representación estudiantil frente al régimen priista, obtuvo el reconocimiento de las autoridades escolares y recibió recursos económicos gubernamentales (Espinosa, 2006). La FNET controlaba los principales espacios de representación en el IPN, las sociedades de alumnos, cuyos integrantes eran elegidos por el alumnado. A inicios de 1968, planillas ajenas a esta federación en la Vocacional 7, así como en otras escuelas del IPN, lograron ganarle en los sufragios, tanto del turno matutino como del vespertino (entrevista a Jesús Vázquez, 26 de febrero de 2019). La importancia política de este triunfo electoral reside en que se rearticuló una red de alianzas sociopolíticas entre instituciones politécnicas que rompieron con la FNET; se trató de un hito en la lucha por la democratización de las escuelas, de tal modo que estas Sociedades de Alumnos se transformaron en los comités de huelga durante el movimiento del 68.

Las experiencias de las movilizaciones de 1965 y de 1967, así como la lucha en contra de la FNET, conformaron lo que denomino un saber organizativo y de resistencia, es decir, un acervo de conocimientos, habilidades, experiencias y destrezas de tipo sociopolítico que construye y despliega un sujeto colectivo en un terreno de confrontación sostenido con un adversario y que tiene un carácter cambiante. Este acervo se forja socialmente a partir de la interpretación de vivencias pasadas, en suma, se nutre de la memoria -la del actor y la de otros agentes- y es “puesto a prueba” en los conflictos del presente. Consecuentemente, los estudiantes de la Vocacional 7, junto con jóvenes de otras instituciones, fueron labrando un saber organizativo y de resistencia que abrevó en el movimiento de 1968.

Los lazos de camaradería y confianza entre los alumnos, el placer estético y sensorial experimentado ante la belleza arquitectónica de la Vocacional 7 y la satisfacción de estudiar en una institución de alto nivel académico, junto con la vida sociopolítica, integraron la identidad colectiva del estudiantado. Esta dinámica identitaria se vincula con la topofilia:

La palabra topofilia es un neologismo, útil en la medida en que puede definirse con amplitud para incluir todos los vínculos afectivos del ser humano con el entorno material. Dichos lazos difieren mucho en intensidad, sutileza y modo de expresión. La reacción al entorno puede ser principalmente estética y puede variar desde el placer fugaz que uno obtiene de un panorama a la sensación igualmente fugaz, pero más intensa, de la belleza que se revela de improviso. [...] Más permanentemente -pero menos fácil de expresar- es el sentir que uno tiene hacia un lugar porque es nuestro hogar, el asiento de nuestras memorias o el sitio donde nos ganamos la vida (Tuan, 2007: 130).

La topofilia experimentada por los estudiantes de la Vocacional 7 se alimentó de los factores identitarios, desde la dimensión sensorial frente al espacio y las prácticas sociopolíticas, académicas y lúdicas realizadas, hasta los lazos sociales y emotivos entablados con profesores y entre compañeros. En suma, el núcleo de la identidad y de la topofilia es la experiencia. Considero que esta emoción, junto con la identidad, al ser relativamente estable, fungió como sustrato para la construcción de otros sentimientos durante el 68, momento en el que el campo de confrontación sostenido con el gobierno federal fue el factor condicionante para la experiencia sentimental de los estudiantes organizados.

La dimensión emocional del movimiento estudiantil del 68 en la Vocacional 7

El intercambio simbólico y emocional gestado dentro de los movimientos y entre estos y sus adversarios precisa de una distinción analítica. Jasper (2012) presenta una taxonomía al respecto: 1) pulsiones: impulsos corporales, sensoriales, difíciles de ignorar; 2) emociones reflejas: son emociones efímeras que responden al entorno, como el miedo, la alegría, la ira y la sorpresa; 3) estados de ánimo: a diferencia de las anteriores, se caracterizan por su mayor duración y porque los individuos pueden experimentarlos en diversos lugares y momentos, además de que sirven de base para la detonación de sentimientos reflejos, los cuales a su vez incidirán en la constitución de los estados de ánimo; la esperanza, la depresión y la nostalgia entran en esta categoría; 4) emociones morales; se fundamentan en códigos axiológicos, se distinguen por su estabilidad y son manifestaciones de aprobación o desaprobación; 5) compromisos estables; son sentimientos como el amor, el odio, la confianza, la admiración, la lealtad y el respeto que pueden dirigirse tanto a personas como a lugares u objetos. Para Jasper (2018), los compromisos estables y las emociones morales son el corazón de la resistencia colectiva y condicionan la detonación de emociones reflejas, las cuales también los perfilan.

En el caso de la Vocacional 7, la movilización estudiantil emergió a raíz de la represión de las dos marchas del 26 de julio de 1968, una organizada por la Central Nacional de Estudiantes Democráticos (CNED) y la otra por la FNET:

[…] al día siguiente se hizo una gran asamblea general, el 27 de julio, y se declara la huelga general y había una gran unidad porque ahora sí que los de la planilla oficial eran los que habían invitado a la manifestación reprimida, organizada por la FNET, y nosotros estábamos también en solidaridad con ellos, ni se diga. Entonces la huelga fue declarada de manera unánime (F. Posadas, comunicación personal, 19 de junio de 2019).

De esta forma, la represión en contra de estas marchas, incluyendo la encabezada por la FNET, fue un factor que detonó la decisión de participar. Simmel (2010) afirma cómo el conflicto tiene el efecto de unir a los grupos más allá de las diferencias existentes en su interior. Así, pese a que la FNET fue un adversario sociopolítico dentro de la Vocacional 7, la violencia estatal de la cual también fue objeto representó una fuente de agravio y de solidaridad en el interior de esta Vocacional, y con ello de cohesión. El agravio es una emoción moral que puede propulsar la acción colectiva. Moore (2007) sostiene que este sentimiento emana de la violación de reglas sociales, escritas o no. Una de las normas más relevantes remite a que quienes detentan el poder deben garantizar la protección y la seguridad de quien acata el mando. Se puede colegir que la represión estatal en contra de los jóvenes movilizados representó no solo el incumplimiento gubernamental de otorgar seguridad, sino lo contrario, de tal manera que condicionó el sentimiento de injusticia.

El agravio es una emoción estrechamente vinculada con la ira, que ha sido considerada como gatillo para la participación y que, en ocasiones, lleva una impronta axiológica. En el trabajo de campo efectuado los informantes prácticamente no señalaron ira, no obstante, sí explicitaron sentimientos de indignación y agravio.

Junto con el agravio, otra emoción que estuvo presente en la fase incipiente del movimiento fue la esperanza, concebida por Jasper como un estado de ánimo. La construcción social de esta entre los alumnos de la Vocacional fue esculpida a partir del cumplimiento de las demandas de acción colectiva de 1965 y de la movilización de 1967:

Me imagino que [el paro] del 65 duró cuando mucho una semana, fue breve, porque inmediatamente hubo resultados. Lo importante no es la duración, sino el efecto que tuvo. Tuvo un efecto verdaderamente impresionante. 1965 transformó a la Vocacional 7 [...]. El 67 fue corto, intenso, festivo. Yo creo que hay pocos movimientos en los cuales celebramos un triunfo, celebramos un triunfo. Conseguimos un objetivo. Nos divertimos mucho, nos divertimos mucho [...] llegamos con un espíritu muy crecido y yo creo que eso, cuando salen los muchachos del 67, se lo llevan a sus escuelas ( J. García Reyes, 27 de febrero de 2019).

Es posible afirmar que el triunfo del 65 y del 67, junto con la derrota electoral de la FNET por la Sociedad de Alumnos fueron motivo de alegría para el estudiantado -emoción refleja-, lo que alimentó la esperanza y también redundó en confianza -emoción estable-, así como en un sentido de agencia, es decir, en la creencia de que mediante la acción es posible incidir en la realidad para modificarla. Lo anterior revela no solo la conexión de sentimientos de variado gradiente, sino además la dimensión cognitiva de las emociones:

Los estados de ánimo positivos dan a lo sujetos optimismo y un sentido de su propia eficacia. Los negativos, incrementan el pesimismo y guían a los individuos a percibir mayores riesgos en su entorno. Los estados de ánimo también afectan los procesos cognitivos; los positivos aparentemente aumentan la habilidad de los actores para crear asociaciones, mientras que los negativos los limitan al pensamiento basado en reglas. Los estados anímicos positivos también parece que nos ayudan a enfrentar información no placentera y a encarar tareas, no obstante, benéficas. La protesta puede depender justamente de la habilidad para desafiar una situación incómoda (Jasper, 2018: 85).

Así pues, lo que los estudiantes de esta escuela interpretaron como logros sociopolíticos -y las emociones experimentadas en torno a ellos- fungieron como referentes de significación en el conflicto de 1968 y fueron la savia que nutrió la esperanza y la confianza: “en el 68 estábamos muy echados para adelante, teníamos mucha autoestima. Nos creíamos mucho” (I. Uranga, comunicación personal, 11 de febrero de 2019).

La esperanza no solo fue un sentimiento que, en conjunción con el agravio, gatilló la acción colectiva, sino que contribuyó también a conservar la movilización en el 68:

[…] creíamos que se podía quitar el artículo de disolución social, esa era la demanda más importante porque abría el panorama de la participación política en el país [...] creíamos que sí se podía derogar el artículo de disolución social. No estábamos claros de que se pudiese desaparecer el cuerpo de granaderos, pero sí que se corrieran a algunos generales (G. Guzmán, comunicación personal, 3 de abril de 2019).

La esperanza constituye una emoción que se alimenta del pasado, de la memoria, y que se proyecta hacia el futuro, de manera que se teje un nudo de temporalidades.

Una vez iniciada la acción colectiva en esta escuela, se desplegaron diferentes repertorios de confrontación junto con alumnos de otras instituciones educativas. La huelga, las marchas, los mítines, las brigadas -las informativas y las encaminadas a recabar recursos económicos-, la defensa de las escuelas, las asambleas y las guardias fueron métodos de lucha orientados a visibilizar la protesta de este sujeto colectivo en el espacio público. Estos repertorios representan lo que Collins (2009) define como rituales de interacción, es decir, aquellas relaciones cara a cara en las que los individuos se centran en una emoción y una atención conjunta y se comparte una realidad espaciotemporal. Este sociólogo señala cómo a partir de estos rituales se detona energía emocional, es decir, un amplio espectro emocional que fluctúa desde niveles bajos, como la depresión, hasta altos como la alegría. Si bien las relaciones en el interior de la acción colectiva -y las entabladas con los aliados y con los adversarios- no se limitan al ámbito de la interacción social, la propuesta teórica de Collins posibilita colegir cómo los rituales que construyen los actores sociopolíticos gatillan un alto gradiente sentimental que puede ayudar, junto con otros procesos, a la edificación identitaria.

Para Collins (2009), el discurrir individual de una situación a otra gesta cadenas rituales de interacción. Siguiendo su razonamiento, se puede afirmar que los movimientos sociales, mediante sus formas de acción en variadas situaciones, erigen estas cadenas, en las cuales se articulan emociones de diversa intensidad y duración.

Algunos de los sentimientos que contribuyeron a que la movilización de los estudiantes de la Vocacional 7 se sostuviera en 1968, además de la esperanza, tiene que ver con la experimentación de altos niveles de energía emocional, construidos intersubjetivamente en rituales de interacción clave: “entrar al zócalo (durante las marchas) era lo más espectacular que podías vivir y lo más acogedor que te podías imaginar, muy emotivo, muy fuerte ( G. Guzmán, comunicación personal, 3 de abril de 2019). De forma semejante otras personas entrevistadas afirmaron:

El momento festivo fue cuando el momento de desagravio a la bandera, donde estuvo Sócrates Amado Campos Lemus. Él dijo, aquí nos quedamos, sin haber acuerdo del consejo. Y con la euforia de ese momento, pues sí se decidió que ahí nos quedáramos y fue al siguiente día cuando salen tanques de Palacio Nacional. Y fue emotivo en el sentido de que los burócratas salieran a decir, a protestar, el gobierno no controló ese movimiento, para nosotros eso fue como decir “no estamos derrotados, estamos aquí y nos están apoyando (M. Espinal, comunicación personal, 16 de marzo de 2019).

Dentro de las alegrías que recibimos fue el hecho de que se formara el CNH, lo recibimos con mucha alegría; fue una alegría que las normales rurales dijeran que estaban con nosotros; fue una alegría que Chapingo entrara con nosotros. Cuando supimos que los niños bien de la [Universidad] Iberoamericana estaban con nosotros, ¡carajo!, decías, ¡estamos en un movimiento nacional! ( I. Uranga, comunicación personal, 11 de febrero de 2019).

En las palabras anteriores se trasluce el placer de la protesta, en el cual la alegría, la conmoción y la satisfacción ante el apoyo recibido son elementos destacables. Dicho goce suele acompañarse de la creencia de que participar en un movimiento es hacer lo correcto y, de este modo, tiene un sustrato axiológico. La rebelión ante condiciones interpretadas como injustas es una fuente de sentido, como afirma Simmel:

[…] la opresión suele aumentar cuando se padece con resignación y sin protesta, la oposición proporciona satisfacción interior, diversión, alivio; oponerse nos permite no sentirnos completamente aplastados en la relación (de dominación), nos permite afirmar nuestras fuerzas, dando así vida y reciprocidad a unas situaciones de las que, sin este correctivo, habríamos huido (Simmel, 2010: 21).

La satisfacción de participar denota cómo las emociones no solo son un estímulo para la acción, sino que pueden ser un fin en sí mismo.

Los testimonios citados muestran también la solidaridad que recibió este actor social, la cual implica una emoción moral vertebral en un escenario de organización sociopolítica. Referirse a la solidaridad exige discernir entre las expresiones que se erigen en el interior de los sujetos colectivos y que los estructuran -solidaridad interna-, de las manifestaciones que otros actores le brindan -solidaridad externa-. Existe un vínculo cercano entre este sentimiento y la empatía: soy capaz de solidarizarme con alguien en virtud de que me pongo en su lugar y puedo dimensionar cuáles son sus condiciones de vida. Por ende, la empatía es un puente intersubjetivo que conecta a agentes sociales y que posibilita gestar lazos solidarios.

El movimiento estudiantil de 1968 fue producto de un entramado de alianzas entre escuelas públicas y privadas, una red solidaria que parcialmente se hilvanó durante la acción colectiva de 1967. Otra fuente de manifestaciones solidarias provenientes de agentes externos al alumnado fue el apoyo de habitantes de la Unidad Habitacional Tlatelolco:“la gente nos llevaba alimentos, llevaba todo: refrescos, agua, todo, todo llevaba la gente. Nosotros no carecimos, no padecimos de alimento ni nada. La gente nos estimaba mucho, nos consideraba como sus hijos” (M. Espinal, comunicación personal, 16 de marzo de 2019). Este apoyo se fundamentaba en la cercanía espacial, social y emocional: muchos de los estudiantes de esta escuela vivían en esa unidad, de ahí que familiares y amigos estuvieran comprometidos sentimentalmente con ellos. Asimismo, jóvenes de extracción popular de colonias aledañas participaron en el movimiento sumándose a las marchas, las guardias, las brigadas y el cuidado de la Vocacional 7. Estas muestras de solidaridad se fundamentaban en la represión policial, de la cual estos jóvenes también habían sido objeto, por lo tanto, el agravio y la empatía constituían el núcleo sentimental que posibilitó la articulación de dichos lazos.

Otra emoción medular para el sostenimiento de la movilización del alumnado de la Vocacional 7 fue el orgullo. Sentirse orgulloso encierra un ejercicio de valoración de la trayectoria y las decisiones y de cómo nos ven los demás. En su calidad de emoción moral, el orgullo se fundamenta en códigos axiológicos, en una concepción cultural e históricamente labrada sobre lo bueno y lo malo, lo legítimo y lo ilegítimo. Para algunos estudiantes de esta Vocacional el 68: “fue un movimiento en el que nos liberamos de una especie de frustración, de represión que teníamos antes. Este movimiento nos permitió expresarnos hasta adelante, gritar lo que pensábamos y la gente respondía, nos apoyaba y fue una cosa que nos llenaba de valor, de orgullo” (C. Cortes, comunicación personal, 23 de febrero de 2019). Como establece Jasper (2018), el orgullo, junto con la creencia de hacer lo correcto, puede fortalecer la identidad colectiva.

Así, esperanza, orgullo, confianza y solidaridad -tanto interna como externa- contribuyeron a mantener la movilización. Cada uno de estos sentimientos, y todos ellos en conjunción, promueven un alto nivel de energía emocional: sentirse orgulloso por movilizarse, por hacer lo correcto y por los avances obtenidos, lo que genera esperanza y confianza para avanzar en las demandas enarboladas.

Por otra parte, los alumnos organizados de la Vocacional 7 contaban con una serie de recursos materiales -gran cantidad de mimeógrafos y dinero recabado en las brigadas-, simbólicos -identidad colectiva, topofilia, solidaridad-, sociopolíticos -experiencia y eficacia organizativa para desplegar brigadas y otros repertorios- y espaciales -una ubicación geográfica estratégica cercana a otras escuelas y preparatorias adscritas al IPN y a la UNAM-. Estos recursos de movilización convirtieron la Vocacional en un referente logístico y sociopolítico para estudiantes de otras escuelas en 1968 (C. Cortés, comunicación personal, 17 de marzo de 2019).

La combatividad del alumnado, junto con los recursos de movilización existentes, contribuyó a que esta escuela fuera blanco de actos represivos en los que participaron militares, policías y paramilitares. En la madrugada del 30 de julio, fue tomada por el ejército -junto con las preparatorias 1, 2 y 3 de la UNAM y la Vocacional 5 del IPN-, que devolvió las instalaciones un día después (Valverde, 2018). Este hecho significó un agravio para el alumnado: “Vino López Legaspi, no tan radical pero excelente orador, y él empezó a gritar: ¡ni madres, no aceptamos, primero muertos que pasar por la autonomía universitaria, la autonomía del IPN…! Ni autonomía teníamos ¿no? Pero era un agravio que entrara el ejército a la escuela” (F. Posadas, comunicación personal, 19 de junio de 2019).

Un mes más tarde, la Vocacional 7 fue ametrallada por grupos paramilitares que, además, lanzaron bombas molotov y golpearon a uno de sus principales líderes, Florencio Posadas (comunicación personal, 19 de junio de 2019). Estos ataques respondían a una estrategia gubernamental de desarticulación del movimiento dirigida en contra del locus organizativo y sociopolítico, las escuelas, en donde el miedo fungía como instrumento político clave.

Una emoción refleja, el miedo, junto con el asco, la envidia y la vergüenza, imposibilitan según Nussbaum (2014) la construcción de una emoción vital en el terreno político, la compasión -y yo añadiría, la solidaridad-. Así,“el miedo es una fuerza centrífuga: disipa la energía potencialmente unida de un pueblo” (Nussbaum, 2014: 7290). De forma semejante, Jasper (2018) ha subrayado cómo la vergüenza y el miedo representan obstáculos para emprender y conservar la acción colectiva. Por ende, ambas emociones tienen un potencial desmovilizador.

Varios estudiantes de la Vocacional 7 señalaron que el miedo fue un elemento recurrente a lo largo del conflicto, y algunos mencionaron que el 2 de octubre fue el principal suceso detonante. La coexistencia del miedo con otros sentimientos de alto nivel de energía emocional, como la esperanza y la confianza, revela lo que Jasper (2012) denomina batería moral, es decir, la combinación de sentimientos positivos y negativos que, gracias a su contraste, irradian fuerza para la movilización política, como pena/alegría y vergüenza/orgullo. La batería moral identificada en la experiencia emocional de los alumnos de la Vocacional es la díada esperanza/miedo que, siguiendo a Jasper, contribuyó a conservar la acción colectiva.

Si bien lo planteado por Jasper constituye una propuesta teórica pertinente para explicar la cohabitabilidad de emociones antagónicas en un escenario de movilización, los actores sociales al enfrentar riesgos, incertidumbre y amenazas, y al ser sujetos de coerción -y experimentar miedo-, tienen que realizar una labor que Hochschild (2013) define como elaboración emocional:“me refiero al acto de intentar que se produzca un cambio en el grado o la calidad de una emoción [...] nótese que la elaboración de emociones se refiere al esfuerzo -al acto de intentar- y no al resultado, que puede o no lograr su cometido” (2013: 2643). Sostengo que participar en una acción colectiva encierra un trabajo de reelaboración cognitiva en el que se cuestionan las relaciones de poder y el orden de la dominación. Lo anterior supone un trabajo de desreificación de las relaciones asimétricas, donde el miedo, la vergüenza y la frustración se contienen o bien se transforman en ira, agravio y orgullo -sentimientos con potencial para la movilización- gracias a una dinámica de elaboración emocional.

Afirmo que el saber organizativo y de resistencia labrado por los estudiantes de la Vocacional 7 -que, como se señaló en el apartado anterior, se erigió a raíz de movilizaciones previas a 1968- no solo estaba conformado por destrezas, conocimientos y experiencias de orden sociopolítico, sino también por el desarrollo de habilidades propias de la elaboración emocional:

Sí le da a uno miedo, no cuando estás entre las masas, ahí no, o quizá cierto temor natural, pero uno se controla porque uno debe demostrar serenidad, a fuerzas, y eso es un truco, no porque uno no sienta, pero uno tiene que asimilar y aparentar serenidad. Si hay balazos pues se dice:“cálmense compañeros, cálmense”, y uno tiene que observar cuándo hay un movimiento peligroso, uno debe observar. A mí me ha pasado lo siguiente, porque sí soy nervioso y miedoso, pero entonces el deber que tienes, hay que asumir tu deber y entonces salta uno a otro nivel donde uno ve las cosas con tranquilidad y observas todo el campo y entonces empiezas a dar órdenes: “tú ve para allá, diles a aquellos que hagan tal”. Sí tiene uno temor, claro, pero cuando estás en el movimiento tienes que proteger todo, tienes que dirigir, tienes que asumir tu papel y tienes que tratar de organizar. A mí me pasa eso: subo a un nivel donde te olvidas de ti mismo y nomás estás observando y estás dirigiendo (C. Cortes, comunicación personal, 17 de marzo de 2019).

Junto con el concepto de elaboración emocional, Hochschild (2013) desarrolla cómo la experiencia de los individuos está perfilada por reglas del sentir que norman en qué condiciones los agentes pueden vivir ciertas emociones y en cuáles no. La discrepancia entre lo que se siente y lo que se debe sentir exigiría, por tanto, un proceso de elaboración emocional por parte del actor de modo tal que exista una concordancia entre situación, reglas del sentir y emoción.

Con base en la tesis de Hochschild, planteo cómo Cortés -representante de la Vocacional 7 en el CNH- realizó un proceso de elaboración emocional condicionado por lo que denominaré reglas del sentir de la resistencia, las cuales, como todo orden normativo, encierran nociones socialmente elaboradas sobre derechos, deberes y roles en escenarios de organización colectiva. En este sentido, el miedo que experimentó este representante no se adecuaba al rol de líder, en el que el autocontrol, la serenidad y la capacidad de conducción sociopolítica son fundamentales, de ahí que el trabajo de elaboración emocional estuviera guiado por un sentido del deber fincado en reglas del sentir de la resistencia. Cabe subrayar que todo trabajo de elaboración emocional es una construcción que implica agencia, capacidad reflexiva de los sujetos y un margen de autonomía para ajustarse o bien cuestionar las reglas del sentir existentes en un espacio social específico.

Un rasgo distintivo de las instituciones en huelga del IPN en el 68 fue la defensa de las escuelas por parte de los estudiantes ante las agresiones provenientes de grupos policiacos, paramilitares y militares. Para tal fin, los jóvenes empleaban bombas molotov y piedras, además de que bloqueaban calles. La defensa de las escuelas representa un hito sociopolítico y memorístico con revestimientos emocionales:

El IPN desde que nace se establece que es para hijos de campesinos, obreros, empleados pobres e hijos de madres solteras y viudas. Desde su nacimiento está marcada su misión, su función. Entonces, esto tiene que ver con la defensa tan aguerrida en el 68, o tienes la escuela o te vas a la milpa, se acabó tu sueño. Entonces eso te hace ser muy aguerrido, ser muy combativo, muy osado, tienes que defender tu escuela porque es lo único que tienes en la vida (J. Valverde, comunicación personal, 7 de mayo de 2019).

A manera de hipótesis afirmo que el sentimiento subyacente a la decisión colectiva de defender las escuelas era la topofilia, una emoción estable, un compromiso afectivo, que fungió como sustrato de emociones reflejas, como la ira y el agravio, que experimentaron quienes participaron en el resguardo de la Vocacional. En este tenor, la identidad colectiva macerada antes del 68 también fue un ingrediente que nutrió la topofilia, de modo tal que se puede señalar que ambas mantienen una relación indisociable.

El cierre de la Vocacional 7 y su impacto sociopolítico y emocional

El 23 de septiembre de 1968 el gobierno federal implementó un operativo encaminado a desmantelar el movimiento estudiantil mediante la toma por parte del ejército de varias escuelas, entre ellas dos del IPN: el Casco de Santo Tomás y la Vocacional 7. Las instalaciones de esta última jamás fueron devueltas al IPN, y el modelo educativo que le dio identidad, sustentado en la interdisciplina, se clausuró de forma definitiva. Este suceso detonó indignación en los alumnos, así como: “una nostalgia enorme, porque ahí vives, porque no es únicamente el movimiento el que te marca, es toda la vivencia de tus estudios, de tus amigos, de las relaciones que haces, son muchos sentimientos encontrados que se dieron al haber abandonado la Vocacional 7. Y claro, el edificio era esplendoroso” (G. Guzmán, comunicación personal, 3 de abril de 2019). Por este motivo, la devolución de la Vocacional fue una de las demandas que enarboló el movimiento.

Tras la toma de esta escuela, los estudiantes fueron enviados a otras instituciones politécnicas; inicialmente a Zacatenco, después al Toreo y finalmente a su sede actual, en Iztapalapa. El referente material y simbólico en torno al cual se construyó un sentimiento de pertenencia fue cerrado, lo que dificultó el despliegue organizativo de los jóvenes.

Sin embargo, el acontecimiento represivo de mayor calado para el grueso del movimiento estudiantil -punto cúspide de una política estatal caracterizada por una constante violencia- fue el operativo del 2 de octubre en Tlatelolco, cuyo impacto sociopolítico y emocional fue decisorio:“Lo más indignante fue la matanza del 2 de octubre, como autoritarismo, salvajismo, eso fue lo más deprimente, tremendo” (C. Cortés, comunicación personal, 17 de marzo de 2019). Emociones como la tristeza y el miedo abonaron para engendrar un estado anímico de desesperanza, sentimiento de bajo nivel de energía emocional que puede coadyuvar a bajar la participación. Jasper (2018) asevera que justamente el miedo a la represión, cuando no va acompañado de un sentimiento de indignación, puede contribuir a frenar la participación.

Algunos informantes señalaron que, si bien antes del 2 de octubre se notaba una mengua en la movilización de los estudiantes de la Vocacional 7, dicho operativo estatal fue un golpe contundente de dislocación organizativa y emocional: “Y hubo un impasse de que en ningún lado estábamos, después del 2 de octubre, porque acuérdate que fue todo un que no se sabe expresar nadie, un shock nacional muy fuerte” (J. Vázquez, comunicación personal, 26 de febrero de 2019). El efecto sociopolítico y emocional de este suceso también generó dudas sobre cuál debía ser el camino futuro:“estábamos en el pos68, o en el 68, había desilusión, había dolor, pero también había un naciente cuestionamiento, ¿qué hacer, qué hacer? Es ahí donde algunos compañeros deciden irse a la guerrilla” (F. Galván, comunicación personal, 8 de febrero de 2019). Este testimonio revela cómo la represión y el miedo que provoca, aunque en ocasiones pueden frenar o desmantelar la acción sociopolítica, también pueden potenciar su radicalización en ciertos sectores.

Después del 2 de octubre los comités de huelga de las escuelas se transformaron en comités de lucha, cuyas demandas eran la liberación de los presos políticos y la devolución del edificio de la Vocacional 7. El dilema sociopolítico de entonces era el levantamiento de la huelga. Aunque hubo quienes optaron por seguir en paro, la mayoría sostuvo lo contrario ante las condiciones materiales imperantes:

Nos metimos a las escuelas y empezamos a trabajar en el Comité de Lucha, pero también comenzamos a buscar trabajo, teníamos que subsistir. No teníamos muchos de nosotros quien nos mantuviera, teníamos que trabajar y sobrevivir y pagar en una azotea un cuartito. Pero el movimiento se vino abajo, los estados de ánimo, todo descendió. ¿por qué descendió? Mira, no había perspectiva para seguirla prolongando, no había, ya estaba muerta la huelga, el movimiento ya estaba muerto, ¿qué más podíamos hacer? No podíamos hacer nada (C. Cortes, comunicación personal, 23 de febrero de 2019).

En suma, la política del miedo implementada por el gobierno mexicano fue una estrategia de desarticulación del movimiento estudiantil en la que las detenciones ilegales, las violaciones al debido proceso legal, la tortura y el encarcelamiento fueron herramientas para atomizar la participación de los estudiantes y desgastarlos física y emocionalmente. Esto trasluce cómo los sentimientos en un escenario de conflictividad sociopolítica no solo tienen un carácter expresivo, sino también instrumental para someter al adversario.

En el caso de la Vocacional 7, y en otras escuelas del IPN, la expulsión de algunos de los principales líderes del movimiento, como Florencio Posadas y Jesús Vázquez, así como la inoculación de porros en los espacios educativos, formaron parte de la política del miedo desplegada con la finalidad de desterrar cualquier iniciativa de organización autónoma del estudiantado.

En 1970 las instalaciones de esta escuela fueron reconfiguradas para convertirse en el Hospital General de Zona Número Uno, del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS). En 2013 la Vocacional 7 fue demolida, y quedó en pie solamente lo que fue el auditorio, que ahora es el teatro Isabela Corona. Sobre estas modificaciones espaciales habló un exalumno:

Nunca nos regresan la Voca 7. Es un atentado al Politécnico en su patrimonio, es un atentado estético, porque ese edificio era la cereza del pastel del diseño de Mario Pani. Es un atentado al programa académico más importante del IPN que es la Preparatoria Técnica Piloto, que era diferente de todas las vocacionales, y le dan el edificio al Seguro Social. Pero es tal la necesidad de cortar con la historia, que lo convierten arquitectónicamente en un edificio horrible, nada que ver con ninguno de la plaza de las Tres Culturas, o sea, son las Tres Culturas y la incultura arquitectónica… finalmente, hace algunos años, lo tiran ( F. Galván, comunicación personal, 3 de febrero de 2019).

El agravio experimentado ha sido motivo para que en la actualidad un grupo de exalumnos y participantes en el movimiento del 68 llevaran a cabo una reivindicación identitaria y sociopolítica más de 50 años después:

[…] soy de la opinión, como algunos compañeros que se manifestaron ahora en el Movimiento del 68, que al gobierno actual en forma de petición, exigencia o solicitud, o todo junto, se le debería pedir que se rehiciera en el mismo espacio la Vocacional 7, como un desagravio a los participantes, a los estudiantes, a los maestros y a la nación en general (M. Frías, comunicación personal, 29 de abril de 2019).

Como se ha expuesto, las emociones fueron un elemento transversal en las diferentes etapas del movimiento del 68 en la Vocacional 7. En el Cuadro 1 se esquematizan los sentimientos que experimentaron los participantes en las diversas fases del proceso, así como su clasificación con base en la taxonomía propuesta por Jasper (2012).

Cuadro 1 Tipo de emociones experimentadas por los participantes en la movilización de la Vocacional 7 y su temporalidad 

Emoción Tipo de emoción Temporalidad de los sentimientos en relación con la vida del movimiento
Antes Inicio Durante Después
Agravio Emoción moral
Esperanza Estado de ánimo
Solidaridad Emoción moral
Miedo Emoción refleja
Orgullo Emoción moral
Tristeza Emoción refleja
Nostalgia Estado de ánimo
Desesperanza Estado de ánimo
Alegría (placer de la protesta) Emoción refleja
Topofilia Emoción estable
Impotencia Emoción refleja
Confianza Emoción estable
Desilusión Emoción refleja
Batería moral (esperanza/ miedo)

Fuente: elaboración propia.

Conclusiones

En este artículo se partió de la premisa de que las emociones tienen un carácter relacional y procesal en la dinámica social, cultural y política a diferentes escalas. Como se ha planteado, las emociones se construyen a partir del marco de relaciones sociales a la vez que inciden en ellas.

Los movimientos sociales son una fuente de transformación institucional, social, cultural, económica y política; como asevera Castells (2015), al ser sujetos de cambio contribuyen a estructurar la sociedad y, como agentes de significación, edifican, detonan y hacen circular en su interior y hacia el exterior -entre sus adversarios y la audiencia- múltiples creencias, valores, razones y emociones, de tal modo que erigen la racionalidad de la acción colectiva, la cual confiere intencionalidad y sentido al quehacer sociopolítico.

Para Castells, quien afirma que “los movimientos sociales son movimientos emocionales” (2015: 34), lo sentimental en estos procesos ocupa un papel medular Además señala:

Si los orígenes de los movimientos sociales se encuentran en las emociones de los individuos y en sus interconexiones a partir de la empatía cognitiva, entonces ¿cuál es el papel de las ideas, las ideologías y propuestas programáticas consideradas tradicionalmente como la materia de la cual está hecho el cambio social? En realidad, son materiales indispensables para el paso de la acción impulsada por las emociones a la deliberación y construcción de proyectos (Castells, 2015: 36).

Las emociones son puentes intersubjetivos que posibilitan la conexión entre los actores y pueden propulsar la organización. Si, como sostiene Simmel (2010), el conflicto es una forma de vínculo social -y como tal es el campo de confrontación hilvanado entre los movimientos y sus adversarios, lo que condiciona la experiencia sentimental de los sujetos involucrados-, entonces cabe afirmar que las emociones son una forma de vínculo social. Sentimientos y relaciones sociales, consecuentemente, mantienen un nexo indisociable.

En la acción colectiva construida por los estudiantes de la Vocacional 7 en 1968, los antecedentes de participación sociopolítica -la lucha contra la FNET, las huelgas de 1965 y 1967, así como la existencia de diversos grupos militantes- junto con las actividades culturales, deportivas y académicas, coadyuvaron al desarrollo de una identidad colectiva y de un sentimiento de topofilia. Este sentimiento de apego a un lugar, articulado a partir de lazos sociales gestados en el interior de esta escuela y en relación con ella, remite al planteamiento de Ahmed (2015) sobre cómo las emociones se erigen a partir del contacto que los sujetos entablan con objetos, en este caso con la propia Vocacional, con los alumnos y con el profesorado. La topofilia -emoción estable-, la esperanza -estado anímico que se construyó tras el avance sociopolítico obtenido en movilizaciones previas- y la confianza -sentimiento estable que surgió por los lazos de camaradería labrados en la vida cotidiana-fungieron como sustrato para la detonación de emociones reflejas en el 68, las cuales estuvieron condicionadas por el desarrollo del conflicto, al tiempo que incidieron en el estado de ánimo de los integrantes.

Participar en un movimiento social constituye una esfera de experiencia sociopolítica con resonancias axiológicas, emotivas e identitarias. El 68 representó otro referente de (re)configuración identitaria que más de 50 años después representa un hito político y memorístico:

El 68 es la escuela, es la razón vital de nosotros y yo creo que Andrés Manuel [López Obrador] tiene toda la razón del mundo cuando dice que hay que recordar a todos… y en primer lugar dice los muchachos del 68; el 68 es el inicio de la muerte del PRI, nos tardamos mucho, pero llegamos (F. Galván, comunicación personal, 8 de febrero de 2019).

[…] la identidad se fue formando al calor del movimiento del 68 también, fue mucho mayor con algunos de ellos: Carpoforo Cortés, Gabino López Legaspi, Jorge Delgado. Los que siempre estaban en la primera línea fueron parte de nuestra familia, fueron nuestros hermanos y nuestras hermanas -en el caso de las mujeres- que fueron menos pero también había [...] Se creó una identidad muy fuerte, más fuerte que los lazos de sangre ( F. Posadas, comunicación personal, 19 de junio de 2019).

Así, las emociones no son elementos marginales en coyunturas de conflictividad sociopolítica, son instrumentos del poder y la dominación e insumos en la construcción de la resistencia; son tanto medios, como fines de la acción dada la satisfacción sentimental y axiológica que significa oponerse a la injusticia. Movilizarse encierra una labor de (re)elaboración cognitiva y de elaboración emocional en la que la vergüenza, la frustración, la desesperanza y el miedo se transfiguran en ira, agravio y esperanza; en suma, un espacio donde la opresión, como orden fetichizado, es cuestionada gracias a dispositivos cognitivos, emocionales y axiológicos. En este sentido, resulta necesario reflexionar teóricamente y continuar realizando estudios empíricos sobre el rol que juega lo emocional en la cultura política de los movimientos, entendidos, diría Castells (2015), como redes de indignación y esperanza.

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1Las seis demandas de este movimiento fueron: libertad a los presos políticos, derogación del artículo de disolución social, desaparición del cuerpo de granaderos, indemnización a las familias de muertos y heridos por la represión, y deslinde de responsabilidades de los funcionarios involucrados en actos de violencia contra los estudiantes.

2“Repertorios de confrontación” es un concepto creado por Charles Tilly (2010), quien señala que son métodos de lucha de orden cultural y estructural que los actores colectivos ponen en práctica con el propósito de visibilizar sus demandas. Son lo que la gente sabe hacer y lo que los demás, incluyendo a sus adversarios, esperan que hagan en un campo de confrontación. Para este autor, el desarrollo de la modernidad implicó que los repertorios se tornaran indirectos, flexibles y generalizables, de modo tal que otros sujetos colectivos, en otros lugares y momentos, con otras demandas y racionalidades, puedan replicarlos.

Citar como: Kuri Pineda, Edith (2024), “Emociones y acción colectiva: la Vocacional 7 durante el 68 mexicano”, Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, núm. 96, año 45, enero-junio de 2024, ISSN: 2007-9176; pp. 157-183. Disponible en <http://revistaiztapalapa.izt.uam.mx/index.php/izt/issue/archive>.

Recibido: 22 de Diciembre de 2022; Aprobado: 30 de Septiembre de 2023

Edith Kuri Pineda

Doctora en Ciencias Políticas y Sociales, con orientación en Sociología, por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuenta con un posdoctorado en Geografía. Es profesora adscrita al Departamento de Relaciones Sociales en la Universidad Autónoma Metropolitana, campus Xochimilco. Sus líneas de investigación son: movimientos sociales; sociología de las emociones; espacio, identidad colectiva y políticas de la memoria. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores (nivel I) del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencia y Tecnología de México.

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