Introducción
En este texto me propongo discutir la articulación de los estudios sobre los imaginarios sociales, y en particular, los imaginarios urbanos y aquellos dedicados a la vida cotidiana, a fin de explorar la reproducción y la producción de la ciudad, entendida como un mosaico de “fragmentos discordantes que no encajan en ninguna totalidad armoniosa”2(Borra 2017, 181), y que se mueven incesantemente. El tratamiento simultáneo y articulado de ambos ámbitos de análisis -imaginarios urbanos y vida cotidiana- puede ser una forma de superar dos reducciones frecuentes cuando son abordados de manera independiente, para comprender las ciudades. Estos sesgos son, por un lado, la cosificación de las prácticas cotidianas, superable con la inclusión de las tramas de sentido y las motivaciones; y por el otro lado, el tratamiento de la subjetividad y lo imaginario como superestructuras culturales, sorteable cuando se los entreteje con las prácticas y así se visibiliza su constante reconstrucción.
Esta perspectiva que entrelaza la vida cotidiana y los imaginarios, no se focaliza en los imaginarios sociales (o más concretamente en los imaginarios urbanos) en el sentido amplio, sino en imaginarios más específicos, imaginarios de diversos fenómenos, de prácticas concretas, de situaciones de la vida cotidiana de la ciudad o de lugares. No obstante, tampoco se asume la existencia de imaginarios de todas y cualquier práctica, acontecimiento cotidiano o lugar. En otras palabras, la articulación de los imaginarios con lo cotidiano es una forma de avanzar en las especificidades multidimensionales para comprender la producción y reproducción de la vida urbana y la ciudad, sin llegar a una pulverización de la subjetividad ni de las prácticas. Con este horizonte, el texto aterriza el planteamiento en un imaginario urbano asociado a espacios liminares de la sexualidad masculina y los viajes en el Metro de la CDMX, aquí denominado imaginario de la aventura del viaje placentero. Para ello, en el texto se revisa, en una primera parte, cómo se concibe lo imaginario. Luego, en el segundo apartado se plantea otra discusión teórica semejante, pero acerca de lo cotidiano. Y en la tercera parte se aborda un fragmento inestable y liminar de la ciudad en el que se entrelazan lo imaginario y lo cotidiano de la sexualidad masculina en un espacio-movimiento, como es el de un medio de transporte. Para, cerrar se muestra la relevancia de estos fragmentos densos en la producción y reproducción de la ciudad.
Lo imaginario
La centralidad que aquí se le otorga a lo imaginario hace que este texto pueda ser considerado como tributario del estudio de lo representacional en las ciencias sociales. Aunque, la expresión representaciones lleva consigo una considerable heterogeneidad que, de distintas formas, remite a las imágenes mentales que construyen las personas acerca de situaciones, lugares y/o personas. En ocasiones, la representación de los fenómenos puede ser comprendida como “una cosa en la conciencia” (Sartre 2005, 121), para expresarlo en la perspectiva sartreana, y por lo mismo se suele asociar a la “ilusión de la inmanencia”, que es la imposibilidad de diferenciar esa imagen del objeto y el objeto mismo (Sartre 2005, 18-21). En otros casos, la imagen representada se concibe más bien en el sentido de lo que Sartre denomina una particular manera que tiene la conciencia de darse el objeto (Sartre 2005, 125), ya que la imaginación puede negar o rechazar lo dado, lo presente. En ambos casos, lo representacional pueden ser claves no evidentes de lo social. Sin embargo, en el primer caso, se asume que la imagen representada guarda una relación muy estrecha con el fenómeno representado. La concepción de esta relación como indisoluble, puede conducir a reducir el fenómeno social en cuestión al carácter de cosa. Mientras que, en el segundo camino, se considera que la imaginación humana puede negar o rechazar el fenómeno en cuestión o aspectos del mismo, por lo que la imagen representada no ameritaría ser asumida como espejo del fenómeno representado. En las siguientes páginas, se aborda lo imaginario en la segunda perspectiva.
En esta última perspectiva, el creciente interés que en la actualidad guarda el estudio de los imaginarios sociales no es ajeno a las limitaciones manifiestas en el acercamiento a los fenómenos sociales entendidos como datos objetivos, concretos y medibles. Los imaginarios sociales, así como otras formas de abordar la subjetividad social y lo representacional, parecen haber adquirido cierto magnetismo en las Ciencias Sociales actuales, y dentro de ellas en el estudio de la ciudad, como una puerta para comprender lo profundo, lo latente, lo híbrido, lo fugaz, lo parcialmente visible, de la vida urbana. Sin lugar a duda, ello es parte del giro cultural que ha enraizado en las ciencias sociales, y de manera particular también en los estudios urbanos. En este contexto, resultan orientadoras las palabras de Ángel Carretero:
El denominador común a las diferentes perspectivas que han enfatizado la relevancia del orden de las «representaciones sociales» en la comprensión de la vida social es el haber explicitado la importancia […] de una «invisibilidad social» profundamente reacia y resbaladiza […] como el oculto, aunque auténtico, fundamento explicativo de toda vida social (2010, 89).
Esta centralidad reciente que han adquirido los imaginarios sociales en general, y urbanos en particular, no es un obstáculo para recordar que su abordaje en términos filosóficos encuentra raíces en tiempos remotos, tanto en la perspectiva platónica, como en la aristotélica. Para la primera, la imaginación es el mundo del conocimiento falso, lo aparente, lo engañoso, lo ilusorio y lo fantasioso. En tanto que, para la segunda, el intelecto (el conocimiento) se moviliza a partir de imágenes, producidas por la imaginación y por ello, lo imaginario amerita su estudio. Sobre estas bases, a veces con un sesgo u otro, la Filosofía contemporánea ha seguido profundizando en el problema de la imaginación hasta nuestros días. Un texto muy reconocido por el recorrido crítico de los abordajes filosóficos acerca de la imaginación es el de Lapoujade (1988).
En esta ocasión, más que detenernos en los abordajes estrictamente filosóficos acerca de la imaginación y lo imaginario, se priorizan aquellos que transitan hacia la teoría social. Y esta tarea se ubica en el siglo XX, aunque siempre tendrá fundamentos en lo previo. Sin pretender tampoco realizar aquí un repaso de los aportes más importantes hacia ese tránsito, solo destacamos uno de los aportes pioneros, el de Charles Horton Cooley a inicios del siglo XX, y posteriormente, en la segunda mitad del siglo XX, el de Cornelius Castoriadis.
El aporte de Cooley a la relación entre lo imaginario y la Teoría Social queda condensado en su conocida expresión: Mi relación contigo consiste en la relación entre mi idea de ti y el resto de mi mente. También en su planteamiento acerca de que las personas solo adquieren realidad social cuando alguien las imagina ([1902] 2017), todo ello relacionado con su concepto del yo espejo o el yo especular.
Por su parte, Castoriadis (2007), desde los años setenta del siglo xx, plantea que la sociedad se construye y se instituye a sí misma a partir de la capacidad colectiva e incesante3 de configurar redes de significados, es decir, la imaginación. Estas significaciones se cristalizan en las instituciones como imaginarios sociales instituidos, y así modelan a las personas, tanto en las normas sociales, las formas de pensar, como en los procedimientos para enfrentar cada evento de la vida social. Así, el imaginario asegura la reproducción de las sociedades (Castoriadis 2002). No obstante, la capacidad creativa e indeterminada de la imaginación puede crear significaciones diferentes, y así llegar a configurar imaginarios radicales que induzcan el cambio social.
Estas ideas resultan fundamentales en esta ocasión porque, con preocupaciones notoriamente filosóficas y en los dos extremos del siglo XX (los inicios y sus últimas décadas), revalorizan lo imaginario no solo como clave para comprender al ser humano, sino también para descifrar las sociedades. Por ello, se trata de teorías que avanzan en el papel que juega lo imaginario en lo que hoy se denomina la reproducción y la producción social (el orden y el cambio social), que sin duda alguna constituye el núcleo más relevante de la Teoría Social actual y, por lo tanto, también para el estudio de la ciudad.
Actualmente, se suele reconocer a los imaginarios como “mundos de creencias, de ideas, mitos, ideologías […] donde la imaginación funciona como un juego de estrategias: por un lado, las restricciones y las reglas, por otro la invención de las soluciones” (Védrine 1990, 10-11). En esta perspectiva, los imaginarios se pueden comprender en el rumbo indicado por Carretero, las “macrofórmulas culturales (fundamentalmente míticas y religiosas)” (Carretero, 2010, 91), o bien, como:
…un patrimonio de ideas y de imágenes mentales acumuladas, recreadas y tejidas en una trama, por parte del individuo en el curso de su socialización, es decir, a lo largo de toda su vida. Ningún individuo elabora estas construcciones de sentido aislado de los otros, sino en la interacción con los otros, es decir, intersubjetivamente, y valiéndose de herramientas socialmente construidas, como es el lenguaje (Lindón 2008, 41).
En este segundo rumbo, los imaginarios serían lo que Carretero Pasín (2010) denomina microfórmulas culturales, diseminadas en lo cotidiano (2010, 91).
En estas páginas, los imaginarios urbanos se tratan en términos de las tramas subjetivas, fantasiosas, acerca de la ciudad y la vida urbana, sea sobre la ciudad en general, o una en particular, o sobre ciertos aspectos de la ciudad, sus actores o lugares específicos de una ciudad. Las tramas subjetivas llevan consigo la dimensión espacial, y por ello se puede plantear que la subjetividad se territorializa en ciertos imaginarios urbanos.
Esta concepción también enfatiza el entretejido que hace la imaginación de diversos elementos del sentido común, y así anticipa posibles formas del devenir. Dichos elementos son las prácticas, que suelen tomar la forma de rituales,4 junto con valores, deseos, intenciones, acontecimientos, restricciones-prohibiciones y también se pueden articular en estas tramas, diversos objetos, lugares y sujetos.
Estas tramas subjetivas y territorializadas que orientan a los sujetos no siempre proceden de objetos, sujetos, acontecimientos o prácticas desplegadas in situ. En ocasiones derivan de fenómenos y conjuntos de prácticas que en ese lugar se realizaban en otro momento histórico. También pueden resultar de hechos, objetos, sujetos y acontecimientos que se desarrollan en otros lugares, incluso remotos físicamente. Dicho de otra forma, algo característico de los imaginarios sociales, y de los imaginarios urbanos en particular, es que pueden proceder de cotidianidades distantes en el tiempo y en el espacio. Por ello resulta central su carácter “no representacional”.5 Tal como planteara Castoriadis (2007), los imaginarios pueden evocar objetos, sujetos, lugares o situaciones que están ausentes por diversas razones: ya sea porque nunca estuvieron presentes, o bien porque estuvieron presentes anteriormente y luego dejaron de estarlo: Los imaginarios tienen la capacidad de desplazarse en el tiempo y en el espacio, migran de una ciudad a otra, de un país a otro, y también a través del tiempo. Esto los distingue del significado de una práctica particular, ya que este último siempre se configura en el desarrollo de la práctica en cuestión.
Por esa cuasi ubicuidad que es propia de los imaginarios urbanos, es posible que no representen algún fenómeno local, o bien que representen un fenómeno lejano en el espacio o pasado. Sin embargo, no pierden su capacidad para modelar las prácticas cotidianas de los sujetos locales, ya que ponen en circulación social de esquemas de percepción y comprensión del mundo, que configuran el comportamiento de las personas.
Los imaginarios urbanos pueden adquirir la forma de fantasías urbanas proyectivas si están configurados hacia el futuro que se anticipa. También suelen estar configurados desde el pasado que se imagina en el presente, estas son las fantasías urbanas retrospectivas (Rowles 1978). En ambos casos resultan de complejas articulaciones de los tiempos vividos, en los que se entremezcla la memoria espacial.
La vida cotidiana
El estudio de la vida cotidiana ha seguido un curso semejante al de los imaginarios sociales: durante mucho tiempo, no fue reconocido como objeto digno de estudio, particularmente por parte de la Filosofía. Y también fue en la segunda mitad del siglo xx cuando giró esa tendencia y se comenzó a revalorizar lo cotidiano, llegando a ser considerado como la fuente de los saberes.
Las voces claves que contribuyeron a reposicionar la vida cotidiana como objeto de estudio, no solo en la filosofía, sino también en la sociología, sin duda han sido Alfred Schutz y en general, la fenomenología social; así como Henri Lefebvre, Agnes Heller, entre otros. De manera muy sintética se puede destacar que la constitución de la vida cotidiana en objeto de estudio llegó a las ciencias sociales junto con el denominado regreso al sujeto, ya que la vida de todos los días es indisociable de las personas que la protagonizan. Asimismo, el interés por la vida cotidiana también ha implicado la focalización en las prácticas, porque no sería posible colocar al sujeto en el centro del análisis sin considerarlo en acción, es decir en el cotidiano hacer de las personas. En este aspecto, quizás uno de los desafíos mayores para las ciencias sociales ha sido aprender a observar y valorizar las prácticas minúsculas, banales, repetitivas. Por su parte, la centralidad alcanzada por el análisis de las prácticas (Werlen 1993) cotidianas también integró el problema del sentido, el significado y las motivaciones de toda práctica, lo que permitió sacar a la luz que prácticas muy minúsculas y banales, aparentemente insignificantes, pueden adquirir profundidad cuando son estudiadas en diálogo con las tramas de sentidos y significados. Cuando los sujetos hacen ciertas prácticas -actúan- siempre buscan algo: por ello, detrás del actuar siempre existen motivaciones y en la práctica misma toman forma los sentidos de ese hacer. Todo ello se conecta directamente con los imaginarios sociales, porque son tramas de sentido amplias, que permiten configurar prácticas concretas. Por eso, se suele asumir que los imaginarios son actantes, inducen prácticas.
La vida cotidiana es el entretejido de sujetos, espacios y tiempos vividos. En términos metodológicos esto también ha supuesto un deslizamiento hacia el microanálisis. Si bien, en los esquemas más simplistas el microanálisis se suele concebir como opuesto al macroanálisis, el potencial analítico de lo cotidiano no radica en dicotomizar, sino en su carácter relacional. En este caso, lo relacional puede radicar en considerar que lo macro se presenta socialmente en sus expresiones singulares, esto es, cuando emerge y se replantea en las microsituaciones de la cotidianidad (Knorr-Cetina 2005).
Veamos con más detalle cada uno de los pilares de esta trilogía (sujetos, espacio, tiempo): cuando se aproxima la observación al fenómeno observado, los sujetos se pueden desdoblar en corporeidades, afectividades que circulan entre los cuerpos, prácticas incesantes e intersubjetividades. Es en el desarrollo de las diversas prácticas, que los sujetos constituyen lo evidente de la vida cotidiana. A su vez, las prácticas son indisociables del sentido que se les otorga, y el proceso de darle cierto sentido al hacer no es la tarea de sujetos que operan como entes solitarios, sino en la interacción con otros. Como planteara Alfred Schutz (1974) y Schutz y Luckmann (1973), los sentidos se configuran en la intersubjetividad. Entonces, para el análisis de la vida cotidiana, la focalización en el sujeto conecta con sus alteridades, y a su vez estas difieren de un instante a otro, de un lugar a otro y también a lo largo de la propia biografía. Dicho de otra forma, la vida cotidiana se construye por infinitas situaciones, organizadas en torno a distintas prácticas, en lugares específicos, con diferentes sujetos y dentro de particulares tramas de sentido. Y esas situaciones se conectan entre sí, a través de las trayectorias de vida de los sujetos, porque una trayectoria biográfica puede ser comprendida como el hilo que articula todas esas situaciones vividas por cada persona. De ahí deriva el carácter situado de lo cotidiano (Lave 1997). También por ello, algunos autores, como Knorr-Cetina y Cicourel ([1981] 2015), han planteado que, lo cotidiano se puede aprehender mejor con la perspectiva cualitativa denominada situacionismo metodológico, donde el foco son las situaciones de interacción entre los sujetos.6
Ahora bien, toda referencia a las situaciones de interacción no se agota en los actores, las prácticas y el sentido (o la intersubjetividad que se instala en esa burbuja llamada situación), sino que también juegan situacionalmente, tanto el espacio como el tiempo. El espacio se presenta como el mundo de los objetos, tanto en sí mismos, como también en tanto conjuntos de objetos y sujetos, en proximidades y en lejanías. El espacio cotidiano también se puede concebir como la experiencia del estar aquí, en el allá, de las distancias y los desplazamientos, así como los vínculos inmateriales que se tejen con el aquí, el allá y con la transición entre ambos, y también lo que se pone en juego en esos lugares. Esto último se relaciona con que, el espacio condensa tramas de sentido, valores, deseos, lo esperable y lo no esperable en cada lugar, así como la memoria de lo allí sucedido. Lugares próximos y semejantes materialmente, pueden ser expresión de sentidos, experiencias y memoria diferentes, según los sujetos que allí habitan y las situaciones que en ellos han ocurrido. Todo ello es parte de la configuración de la atmósfera del lugar que, como planteara (1979, 13) [la atmósfera] “es lo que un lugar nos significa”, y en ello también interviene lo abierto o cerrado del lugar. Así, el espacio de toda situación cotidiana también contribuye a configurar la identidad del lugar, que a su vez interactúa con la identidad de las personas que habitan dicho lugar. La memoria de lo vivido en el lugar influye en la configuración de lugares de memoria, que a veces son individuales, y en otros casos son colectivos.
El tiempo es el otro componente fundamental de la vida cotidiana y sus situaciones: es la experiencia inmanente del transcurrir, el devenir, el movimiento de la vida: Es la conciencia del movimiento vitalista. Si bien el tiempo se diluye en cada instante, perdura como espacio. Para la vida cotidiana tiene dos expresiones muy relevantes. Una de ellas es que el tiempo de lo cotidiano siempre es presente, pero se trata de un presente que no se agota en el instante, es un presente que siempre carga con el pasado, con lo ya vivido, con la memoria y con los saberes que el sujeto se apropió durante las experiencias. También es un presente que se extiende y pretende avanzar sobre el futuro que aún no llega: Esto es lo que Daniels (1985) denominó el presente que se tensa entre el pasado y el futuro. El futuro se imagina desde el presente, y se intenta modelar el mañana desde el hoy, pero con los saberes que ha dejado el ayer. Entonces, lo cotidiano es presente denso porque lleva consigo pasado y futuro.
La segunda expresión del tiempo en la vida cotidiana es el ritmo. El ritmo es inherente al tiempo entendido como un fluir, ya que el ritmo, según Lefebvre (1992), se funda en la repetición, aunque nunca lo que se repite es idéntico a lo que ya ocurrió. Y en ese flujo de las repeticiones cotidianas unas suelen ser fuertes y otras débiles, estas últimas pueden constituir pausas. Asimismo, Lefebvre destaca que algunas repeticiones son cíclicas y otras lineales. En principio, para este autor los ritmos cíclicos son los naturales, mientras que los lineales corresponden a lo social. Sin embargo, reconoce que también existen ritmos cíclicos vinculados a lo social, sobre todo cuando están relacionados con emociones y cuestiones simbólicas. En cambio, los ritmos sociales asociados a la tecnología y la racionalidad son lineales (Lefebvre 1981, 18-22).
Para Lefebvre, los ritmos cotidianos lineales constituyen las fuentes de la miseria cotidiana, y los ritmos cíclicos son la riqueza de lo cotidiano: La miseria se relaciona con los dogmas y las normas que llevan a repetir las formas de vida. La tecnología imbricada en los ritmos cotidianos está detrás de las repeticiones, e incluso del control y la domesticación -o dressage- de las personas (Lefebvre 1981, 30), aunque paradójicamente, las personas la viven con la ilusión de libertad (Highmore 2005). Por su parte, la riqueza se desencadena a partir de ritmos cíclicos. Por ello, la incorporación de lo lúdico y lo festivo dentro de los ritmos cotidianos pueden aportar riqueza (Lefebvre 1981, 18-22), porque las rupturas cotidianas abren la posibilidad de lo diferente, lo creativo. En suma, “lo cotidiano son los actos diarios, pero sobre todo el hecho de que se encadenan formando un todo […] “su encadenamiento se efectúa en un espacio social y en un tiempo social” (Lefebvre 1981, 8), y en ello se pone en juego su densidad y complejidad, inseparable de la multidimensionalidad.
Esto último se puede articular con el planteamiento de Castoriadis sobre los imaginarios radicales y derivados (Belinsky 2007). Los primeros resultan de la imaginación creativa de los individuos e inducen el cambio social y se pueden articular con los ritmos cotidianos cíclicos de Lefebvre. Los imaginarios segundos surgen del control que ejerce la sociedad en la imaginación de los individuos, e impulsan la reproducción social y se pueden articular con los ritmos cotidianos lineales del filósofo francés.
Si bien el trabajo de Lefebvre sobre la miseria o la riqueza de lo cotidiano es un aporte sustancial, en casi todas las teorías sociales sobre la vida cotidiana la discusión de fondo se canalizó más o menos en el sentido planteado por el filósofo francés. En la tradición marxista, el énfasis se orientó hacia la concepción de lo cotidiano como fuente de alienación, por la repetición y la naturalización de los fenómenos. Las tradiciones más asociadas al pensamiento social fenomenológico y posmoderno, han tendido a destacar la capacidad creadora de la vida cotidiana, o la tensión entre lo creador y la rutinización. Y otras posturas han reconocido, como Lefebvre, que ambas tendencias son propias de la vida cotidiana. Por ejemplo, Salvador Juan (1995) ha enfatizado que toda innovación cotidiana, busca ser reiterada y en ese instante pierde su carácter innovador o de ruptura, en beneficio de la rutinización (Highmore 2011). Por lo mismo, la innovación solo podrá corresponder a un instante fugaz, ya que cuando se reitera deja de ser transformadora.
Fragmentos de cotidianidad e imaginarios de la ciudad vivida
La ciudad vivida se puede caracterizar por un sinnúmero de rasgos, casi siempre presentes en unas y otras. Algunos de ellos son las proximidades y los encuentros con otredades desconocidas, las distancias considerables a recorrer para resolver numerosas actividades necesarias (crecientemente mayores, cuando se trata de áreas metropolitanas), las tecnologías de diversa naturaleza, entre las que las del transporte y las comunicaciones ocupan un papel central, y la especialización funcional de áreas y lugares, por nombrar algunos de ellos, sin pretensión de exhaustividad. Todo análisis de la ciudad vivida también se encuentra de manera insoslayable con la cotidianidad, ya que lo vivido solo puede serlo por parte de las personas. Ahora bien, el reconocimiento de la ciudad desde lo cotidiano también es una forma de integrar el movimiento vital como parte de la ciudad7, ya que lo cotidiano siempre fluye de manera incesante. Así, para explorar la ciudad vivida, el cambio, la transformación del orden urbano, la reconstrucción de las pautas de vida en la ciudad son interrogantes esenciales. Y las respuestas a esos interrogantes surgen de la cotidianidad (siempre acompañada de la dimensión imaginaria), porque es allí donde las personas actúan y en ello, pueden contribuir o no, de una forma u otra, a esos cambios y transformaciones. Esto no asume que las personas son capaces de construir una ciudad diferente cada día. Sin lugar a duda, la vida social trae consigo acuerdos e institucionalizaciones, que generan resistencias al cambio.
En este horizonte, los interrogantes por el cambio y las transformaciones de la ciudad encuentran todo su potencial cuando se despliegan en términos de la reproducción o la producción de la ciudad vivida, considerando que la primera enfatiza la repetición de pautas urbanas, mientras que la segunda destaca de invención de nuevas pautas. Es en esta perspectiva, reproducción y/o la producción de la ciudad vivida, que es posible preguntarse por los rasgos mencionados al inicio de este párrafo. Por ejemplo, se siguen reproduciendo las pautas acerca de las proximidades entre desconocidos, o se están produciendo nuevas pautas. O bien, es posible interrogarse si la experiencia de las distancias recorridas cotidianamente se reproduce según lo marcan los ritmos tecnológicos, o si se experimenta de formas diferentes.
Por el sello situacional de la cotidianidad en incesante fluir, y el carácter de totalidad dinámica de los imaginarios sociales que la acompañan, la díada vida cotidiana/imaginarios en la ciudad vivida puede ser enfocada en fragmentos, en situaciones espacio-temporales inestables, muchas veces fugaces. A diferencia de ello, la ciudad ha tendido a ser analizada en extensión. Por ejemplo, las aproximaciones que se focalizan en las formas materiales o bien, aquellas que localizan (o fijan) hechos en ciertas coordenadas espacio-temporales, o que reducen lo social a agregados factibles de distribuir a lo largo de una extensión, como ocurre con los volúmenes de población, o de diversos grupos sociales. Seguramente, optar por descifrar la ciudad a través de fragmentos densos podría parecer limitado, por enfocar solo una parte. Sin embargo, es tan limitado el fragmento denso y analizado multidimensionalmente, como la perspectiva corológica que distribuye un fenómeno en todo el territorio de la ciudad, porque lo releva en extensión, pero aislando algún rasgo. Por ello, y considerando que es de sumo interés conocer la ciudad y la vida urbana desde la díada vida cotidiana/imaginarios, es que en estas páginas se intenta visibilizar fragmentos densos, que no han sido muy estudiados, o bien que muestran formas socioespaciales de otros tiempos pero que perduran a contracorriente de la historicidad, o también otras formas socioespaciales que resultan emergentes, aun escasamente institucionalizadas, pero que pueden dibujar horizontes de cambio. En otras palabras, aquí se asume que la ciudad y la vida urbana se hace y se vuelve a hacer en las situaciones cotidianas. Incluso, cuando una política regule la vida de la ciudad, ese ordenamiento siempre es apropiado, adaptado y resignificado de diversas formas, por los sujetos en la cotidianidad misma. Por ello, antes que pensar la ciudad en extensión territorial, optamos por pensarla desde diversos fragmentos densos,8 aunque algunos de ellos resulten emblemáticos de la ciudad, o quizás hegemónicos, y otros estén lejos de esas condiciones, como puede ocurrir con ciertos espacios liminares.
En esta perspectiva de focalizar un fragmento denso de la ciudad, aquí se ha optado por ciertos espacios liminares. Cabe aclarar que se entiende como liminar a aquellos micro-territorios, o ínsulas, que devienen en puertas de entrada a lugares diferentes respecto al entorno en el que emergen, y en los que se desarrollan situaciones que hablan de la ciudad, aunque sea desde ángulos poco analizados. A veces estos micro-territorios son fugaces, otras persistentes, de visibilidades parciales y de muy diversa naturaleza en cuánto a la forma de practicarlos (delictivos, de la sexualidad, del ocio, entre otros). Estos micro-territorios liminares se diferencian del entorno por las prácticas que en ellos se desarrollan, y con las cuáles quienes las ejercen configuran el lugar, al tiempo que lo apropian fugazmente, lo hacen suyo, a través de usos no convencionales. Manuel Delgado (2007) caracteriza los espacios liminares o intersticiales,9 como fisuras del tejido social que se fractura.10 En todos los casos, estos territorios y situaciones liminares ofrecen acercamientos a las diversas texturas de la ciudad (Adams et al. 2001).
Estos micro-territorios son apropiados de manera situacional, y se configuran en diversos lugares de la ciudad. No están demarcados físicamente de manera duradera. No permanecen como tales luego de cierta puesta en escena. En esta ocasión se revisan, a modo de emergente urbano, aquellos que surgen en el espacio circulatorio de la ciudad de México. Más puntualmente, se aborda el caso de ciertos micro-territorios liminares que se recrean en el sistema de transporte colectivo Metro para la práctica sexual conocida como cruising (Turner 2004): esto es la búsqueda y obtención de sexo gay y anónimo en espacios públicos. En el Metro de la Ciudad de México se recrean estas liminaridades, a veces en ciertos vagones de las formaciones de trenes (particularmente, el último vagón de cada formación, conocido como la “cajita feliz”), sobre todo en las Líneas 1 y 2, aunque se ha difundido a otras líneas. También se configuran en lugares de la infraestructura del Metro, tales como ciertos pasillos y algunas estaciones, o ciertas áreas de las estaciones. Son territorios de escala vivencial, que se recrean fugazmente, por ello son situacionales, como territorios liminares del cruising. Su liminaridad integra tanto el sentido de la ínsula que subvierte el uso establecido, como también la dimensión del umbral que al ser traspasado deja al sujeto dentro de un espacio diferente. En cuanto a su escala temporal, también corresponden a pequeñas fracciones de tiempo, que reiteradamente se configuran en diversas localizaciones, fragmentos de tiempo que se espacializan.
Estas situaciones cotidianas liminares se configuran con sujetos jóvenes, que buscan lo lúdico y sexualidades diferentes, y que también necesitan realizar desplazamientos cotidianos en transporte público, o bien que encuentran la oportunidad de realizarlos.11 Tanto la necesidad/oportunidad de desplazarse cotidianamente en este sistema de transporte, como la búsqueda de lo lúdico y de experiencias sexuales diferentes, no son circunstancias ajenas al tiempo biográfico de los sujetos en cuestión.
De acuerdo con la perspectiva de la díada vida cotidiana/imaginarios que se viene desarrollando, el análisis de las prácticas muestra que, estas situaciones cotidianas liminares se configuran en dos actos:12 por un lado, el de la performatividad13 de los cuerpos masculinos, por la dramatización de roles (gestos, miradas, movimientos que expresan la búsqueda del encuentro sexual), y de inmediato, el de las prácticas sexuales realizadas en el lugar. Las situaciones liminares del cruising toman forma a partir de una fuerte componente espacial. Se trata de la configuración de un insideness (Relph 1976 49-55), es decir una interioridad dentro de un espacio interior más amplio que las contiene. Ese contenedor amplio de la interioridad del cruising, suele ser el vagón del Metro, aunque también ocurre en ciertos pasillos o en áreas de transición entre pasillos, andenes y otros recovecos que existen en el laberinto subterráneo del Metro. Por su parte, la interioridad de la situación de cruising se configura espacialmente de dos maneras principales, performativamente (las corporeidades que expresan o comunican cuál es la búsqueda) y por el manejo de la visibilidad/invisibilidad que permiten tanto los cuerpos como los objetos personales, como las mochilas. Ambas estrategias muestran prácticas ritualizadas.
De igual forma cabe revisar la dependencia que esta liminaridad encuentra con el mundo de los objetos y los lugares de los objetos (Seamon 2007) en el espacio circulatorio: dicha liminaridad requiere de la práctica muy frecuente entre los habitantes de la Ciudad de México de emprender los cotidianos desplazamientos con numerosos objetos personales, que pueden llegar a ser necesarios para enfrentar una larga jornada laboral o escolar. Así, la racionalidad que sostiene esta práctica sobre los objetos emana de la amplia duración de los desplazamientos cotidianos en una ciudad muy extendida espacialmente y la duración de las jornadas laborales, escolares y otras. La consecuencia necesaria de la práctica de movilizar muchos objetos es la de portar voluminosas mochilas para trasladar dichos objetos. En el reverso de esa práctica emerge la capacidad de apropiar los objetos para generar invisibilidades parciales, detrás de las cuáles se puedan alojar microespacios liminares de la sexualidad en el espacio circulatorio.
La tecnología también suele ser apropiada como mecanismo de registro visual de las experiencias gozosas y desafiantes al orden urbano. Por su parte, la conectividad digital instalada en el Metro contribuye concretar encuentros repetitivos. Estas estrategias se repiten en uno y otro viaje, con unos y otros sujetos, y así se rutinizan las performatividades, antes que limitarse a experiencias únicas. En la repetición se pierde la innovación, no así la transgresión.
La temporalidad de estas situaciones cotidianas liminares dentro de los vagones del Metro está asociada al tiempo (cronometrable) que emplea este transporte para recorrer la distancia entre dos estaciones: En otras palabras, el cruising no es ajeno a la velocidad del Metro ni a su ritmo dado por el tiempo empleado para recorrer la distancia entre una estación y la siguiente, así como el tiempo detenido en cada estación. Una lectura rápida podría interpretarlo como un ritmo lineal, por estar influido por la tecnología del transporte, y en consecuencia se lo podría comprender como un ritmo que induce la repetición y no la innovación de la cotidianidad. Para los sujetos que se movilizan cotidianamente en este sistema de transporte con la perspectiva de realizar el desplazamiento de manera eficiente, el ritmo de esta movilidad es lineal, y el fragmento del desplazamiento entre la estación de ingreso y la de salida, se vive como una pausa, o un tiempo débil. Sin embargo, para los actores de las situaciones liminares de cruising, estos tiempos no son débiles, sino fuertes, porque antes que una pausa, son fragmentos de tiempo que exacerban las emociones y afectividades, tanto por las prácticas sexuales en sí mismas, como por el desafío a lo instituido para el espacio público en general y ese transporte en particular. Entonces, si bien las situaciones de cruising están encuadradas en la velocidad del transporte y por lo tanto en un ritmo lineal, generan algo así como una burbuja de un tiempo fuerte de ritmo cíclico, dentro de un tiempo lineal: coexiste el ritmo lineal y el cíclico, como han encontrado otros estudios recientes en otras ciudades (Frehse 2016), pero con singularidad. En este caso, los actores en cuestión llegan a construir un ritmo cíclico cargado emocionalmente que se aloja dentro del ritmo lineal de la tecnología.
En términos del sentido, este tipo de situaciones cotidianas liminares confrontan la funcionalidad de la infraestructura y las lógicas del transporte público: desafían la funcionalidad de los espacios circulatorios, destinada a resolver los grandes desplazamientos cotidianos, mayormente en condiciones de anonimato. La forma de subvertir dicha funcionalidad se funda en una apropiación espacial de ciertos microterritorios como intersticios para la sexualidad masculina en un medio de transporte.
También cabe observar una particularidad: se subvierte el sentido instituido del medio de transporte, pero al mismo tiempo se sustentan en rasgos propios de la vida metropolitana. Uno de ellos, es la indiferencia hacia el otro con la cual los citadinos se desplazan cotidianamente en el espacio público, y en el Metro en particular. Otro aspecto de la vida metropolitana que utiliza esta liminaridad es el ensimismamiento (o repliegue en el sí mismo con mínimo contacto con los otros) con el cual los usuarios del transporte público emprenden los cotidianos desplazamientos. Un aspecto más que también resulta funcional para las situaciones de cruising es la muy alta densidad de los espacios circulatorios, con las consecuentes proximidades físicas a las que los habitantes responden interponiendo grandes distancias sociales con el otro próximo físicamente.
Estas situaciones transgreden las dinámicas urbanas instituidas. A pesar del carácter improvisado y fugaz que impregna estas situaciones liminares, llegan a desestabilizar certezas largamente aceptadas en las lógicas urbanas, como por ejemplo que los desplazamientos cotidianos tienen su razón de ser en la llegada a un destino, tal como el lugar de trabajo, de estudio, de residencia u otros. Así, se realizan números desplazamientos cuyo sentido no es llegar a un destino, sino la experiencia misma de estar en el medio de transporte.
Esta ruptura de certezas permite poner en juego imaginarios urbanos inesperados en el contexto de los cotidianos desplazamientos, como son los de la búsqueda de la aventura y del viaje placentero. Si bien en las sociedades urbanas contemporáneas está muy instaurado el imaginario del viaje placentero, se asocia con otras prácticas y con aparentes rupturas de lo cotidiano. Una expresión de ello son los viajes vacacionales, estos suelen estar orientados por el imaginario del viaje placentero. Aunque, en esos casos, la búsqueda de lo placentero se deposita sobre todo en el lugar de destino, y no en el viaje en sí mismo. En todo caso, si el viaje es parcialmente significado como para búsqueda de lo placentero, solo es una estrategia subjetivad para ampliar el viaje placentero. En otros casos, el imaginario del viaje placentero dentro de la cotidianidad se asocia al medio de transporte que asegure condiciones confortables. En cambio, las situaciones liminares del cruising muestran que el imaginario del viaje placentero no tiene relación alguna con el destino, ni con el confort del medio de transporte, sino con la transgresión a lo público que se experimenta como una aventura, y también con el encuentro con pares, que comparten la misma búsqueda.
Así, el imaginario de emprender la aventura de un viaje citadino placentero impulsa las prácticas de cruising. Por ello, es un imaginario actante. También es un singular imaginario urbano, porque el placer y la aventura buscadas se hacen inseparables de la infraestructura y el sistema de operación del Metro. Al mismo tiempo, este imaginario de la aventura del viaje placentero contribuye a la circulación de afectividades entre los partícipes de la situación, aun cuando sean desconocidos. En última instancia, estas situaciones liminares regresan a un pasado social lejano, en el que la sexualidad era parte del espacio público, o bien estas situaciones liminares reconstruyen micro “atmósferas afectivas”14 propias de los espacios de la intimidad, en el espacio circulatorio de la ciudad.
En este tipo de situaciones liminares, la transgresión al orden urbano de la movilidad también encuentra otra especificidad: los comportamientos espaciales cotidianos utilizan la temporalidad que es propia del orden urbano al que se desafía (el tiempo efímero de la aceleración contemporánea). En otras formas de transgresión social y espacial se suele confrontar alguna de las bases del orden urbano que se rechaza, como ocurre con los movimientos en favor de la lentitud, rechazan la aceleración y defienden la lentitud. Aquí se confronta la función de movilidad espacial del medio de transporte, pero se apropia la temporalidad lineal de dicha movilidad.
Otro rasgo de estos comportamientos espaciales de transgresión es la creación de barreras comportamentales que separan a los pares de los otros. Y ello es una forma de reproducir las distancias sociales y las formas de segregación entre quienes se atreven a esta transgresión y quienes la rechazan; o bien, entre sujetos desconectados del otro próximo, y conectados con los otros próximos y afines. Esta condición se relaciona con el planteamiento de Cooley (2017), según el cual las personas solo adquieren realidad social cuando alguien las imagina. En este caso, adquieren realidad social solo aquellos que en la proximidad física son imaginados en búsqueda de la aventura del viaje placentero, y por lo tanto devienen en nosotros para quien así los imagina. En tanto que, para los actores del cruising, los otros que se asumen como ajenos a esta búsqueda, carecen de realidad social. No obstante, este proceso de imaginar al otro difícilmente pueda ser comprendido como algo individual. Más bien se trata de la capacidad colectiva e incesante de configurar redes de significados en torno a la aventura del viaje placentero, es decir, la capacidad colectiva de imaginarse compartiendo la misma búsqueda (Castoriadis 2007). Esta trama subjetiva acerca de la aventura del viaje placentero -por la intersubjetividad- pone en circulación entre los actores ciertos esquemas de percepción, que permiten reconocer a desconocidos próximos físicamente como nosotros y diferenciarlos de los otros, aunque también estén en proximidad física.
Respecto a esta dinámica social de acercarse y alejarse del entorno social al diferenciar el nosotros de los otros, también resulta iluminada por el planteamiento de García Canclini y colaboradores (2015) con respecto a los viajes dentro de la ciudad, que en ocasiones conectan con otros, pero en distintos momentos segregan y alejan de los otros: En el caso del cruising, la experiencia del viaje conecta con quienes son imaginados como parte de la misma sexualidad, pero también segrega de los otros que no son parte de las situaciones de cruising.
Por todo lo planteado, se puede destacar que, este imaginario de la aventura del viaje placentero es un imaginario urbano. Al menos por dos cuestiones fundamentan esta afirmación: el viaje en Metro durante el cual se activa en algunos sujetos este imaginario y se encadena con prácticas que de allí emanan, es parte esencial de la vida urbana. Y, por otro lado, porque este imaginario -presente en la subjetividad de ciertos actores- está totalmente anclado en lugares de la ciudad, como se mencionó más arriba, que corresponden a la infraestructura del sistema de transporte colectivo Metro. Así se crea una relación mutua entre el imaginario de la aventura del viaje placentero y las prácticas a él asociadas, con los lugares en los cuales todo ello emerge y se desarrolla. Para estos actores, el cruising se caracteriza por los lugares en los cuales del Metro en los que se ancla, y los lugares del Metro mencionados se identifican por la práctica del cruising.Norberg-Schulz (1979, 13), diría: la atmósfera es lo que un lugar nos significa. En suma, la práctica del cruising y sus lugares en el Metro son coproducidos.
Reflexiones finales
La revisión de fragmentos densos de ciudad, sus lógicas y dinámicas puede resultar una tarea fecunda, sobre todo porque son infinitas las posibles situaciones a explorar. Desde otra perspectiva, se podría argumentar que esta entrada nunca llegaría a conocer toda una ciudad. Y efectivamente, nunca se llegará a conocer una ciudad enteramente ni por esta vía ni por otras, por la complejidad que siempre va a contener, pero también porque cuando se devela algo, es posible que ya haya cambiado. Aun así, la vía de los fragmentos densos es potente analíticamente porque permite identificar tendencias nuevas, así como permanencias en el tiempo de ciertas pautas, y también otras que han existido largamente pero que no han sido analizadas, por haber sido naturalizadas. Precisamente, uno de los desafíos metodológicos de abordar lo cotidiano y lo imaginario es que suele presentarse como naturalizado y por ello suele anteponerse el prejuicio de que no amerita ser analizado por lo frecuente.
Estos fragmentos también ponen en evidencia que la ciudad no se hace monolíticamente por las formas espaciales o por el ordenamiento urbano, sino que resultan decisivas las diversas formas de apropiar y experimentar esas formas espaciales y las políticas de ordenamiento. Y dichas formas de apropiación, y particularmente en el caso del espacio público, no solo pueden diferir de un tipo de habitante a otro, sino también de un instante al siguiente.
El acercamiento planteado también permite apreciar que las situaciones cotidianas y lo imaginario son indisociables. Aunque, ello no indica que su articulación sea la de la forma esperada. Las prácticas pueden desplegarse de maneras inesperadas, según cómo ocurran los encuentros situados entre los sujetos, con sus mundos de sentido, fantasías y deseos. Estos fragmentos también muestran que los imaginarios no son ideas que ordenan a una sociedad o, a ciertos grupos sociales. Las situaciones liminares revisadas permiten apreciar que es en el despliegue de las prácticas situadas como se van reconfigurando los imaginarios. Tampoco supone ello que las prácticas orientan a los imaginarios. Estos son actantes porque inducen la acción, pero las acciones pueden tomar diversos rumbos, no están predeterminadas por los imaginarios. Así el imaginario de la búsqueda de la aventura y el placer se aterriza en la vida práctica de muchas formas. En buena medida dichos anclajes dependen de la configuración de las situaciones en las que se desarrollan las prácticas. La simultaneidad en la que se configuran mutua y situadamente las prácticas y los imaginarios suele abordarse en la perspectiva conocida como las Geografías Enacting (Dewsbury et al. 2002).
Las dinámicas liminares y situacionales presentadas también constituyen una ventana para reflexionar acerca de los procesos de cambio urbano o acerca de las pautas que persisten. Es frecuente asumir que los cambios urbanos vienen dados por grandes obras de infraestructuras, o bien por relevantes movimientos sociales urbanos, grandes movilizaciones con diversas demandas. Sin embargo, lo cotidiano, lo pequeño, lo fugaz, como los fragmentos densos y liminares analizados, puede dar señales de cambios, o en otras ocasiones de permanencias, no poco relevantes. Más específicamente, las situaciones liminares de cruising en el Metro de la ciudad de México, más allá de su especificidad, permiten afirmar que los procesos de reproducción y producción de la ciudad surgen en situaciones que pueden ser efímeras, banales e incluso parcialmente visibles, pero en ellas se pueden reafirmar o subvertir pautas de la vida urbana largamente aceptadas. Por ejemplo, la especialización y diferenciación de los lugares, la ampliación incesante del espectro de prácticas factibles de realizar en los medios de transporte o el confinamiento de la sexualidad en espacios privados son algunas pautas que resultan subvertidas por las situaciones liminares revisadas.