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Cultura y representaciones sociales

versión On-line ISSN 2007-8110

Cultura representaciones soc vol.2 no.4 Ciudad de México mar. 2008

 

Artículos

 

Patria y territorio en dos regiones de América Latina: Antioquia (Colombia) y San Luis Potosí (México)

 

Alexander Betancourt Mendieta*

 

* Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México; Profesor Investigador de Tiempo Completo de la Coordinación de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí. Sus trabajos de investigación se concentran fundamentalmente en la historia y la historiografía latinoamericana del siglo XX, en el campo de la historia intelectual y la historia regional comparada. Ha publicado recientemente el libro: Historia y nación. Tentativas de la escritura Histórica en Colombia, Medellín, La Carreta, 2006; "Una mirada al problema de la nación. El cambio de siglo, Laureano Vallenilla y Alberto Edwards, en Vetas. La revista de El Colegio de San Luis, año VI, núm. 17, mayo-agosto, 2004: 75-91 (publicado en 2006) y "La construcción del pasado nacional en Alcides Arguedas. Convicciones sobre el papel de la escritura", en Bolivian Studies Journal, vol. 11, 2004: 24-47. alekosbe@icqmal.com

 

Resumen

En los procesos de construcción de la nación en América Latina a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el papel de las representaciones geográficas jugó una tarea fundamental, especialmente para la creación de referentes de identidad y como criterio fundamental para la elaboración de un imaginario de identificación homogéneo. Sin embargo, este proceso que supone un ámbito nacional tiene la intermediación de los espacios geográficos regionales. En esta medida, las regiones también construyeron referentes de identidad a partir de las representaciones geográficas. El autor propone establecer una aproximación en la que dos representaciones territoriales sirvieron para construir imaginarios de región al interior de dos proyectos nacionales latinoamericanos a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, a partir de los cuales esas regiones enfrentaron los procesos de construcción de la unidad nacional.

Palabras clave: Patria, territorio, nación, regionalismo, Antioquia, San Luis Potosí.

 

Abstract

In the processes of construction of the nation in Latin America at the end of the 19th century and beginning of the 20th century, the geographical representations played a fundamental role, especially in the creation of identity referents and as a fundamental criterion for the elaboration of a homogeneous imaginary of identification. Nevertheless, in this process that presupposes a national scope, the intermediation of the geographical regional spaces occurs. In this sense, the regions also constructed referents of identity derived from the geographical representations. The author proposes to establish an approximation in which two territorial representations served to construct imaginaries of the region in the interior of two national Latin-American projects at the end of the 19th century and beginning of the 20th century, during which these regions faced the processes of construction of national unity.

Key words: Fatherland, territory, nation, regionalism, Antioquia, San Luis Potosí.

 

Résumé

Lors des processus de construction de la nation en Amérique Latine à la fin du XIXème et au début du XXème siècle, les représentations géographiques ont joué un rôle fondamental, particulièrement en ce qui concerne la création de référents identitaires. Elles ont aussi servi de critère fondamental quant à l'élaboration d'un imaginaire d'identification homogène. Cependant ce processus qui suppose un cadre national passe par l'intermédiaire des espaces géographiques régionaux. C'est ainsi que les régions ont aussi construit des référents identitaires à partir de leurs représentations géographiques. C'est ce processus que l'auteur analyse à partir de deux représentations territoriales, Antioquia en Colombie et San Luis Potosí au Mexique, qui ont servi à la construction des imaginaires régionaux à l'intérieur de deux projets nationaux latino-américains et qui ont permis à ces régions de faire face au processus de construction de l'unité nationale.

 

¡Tierra de trabajo y de laboriosa probidad sea; pero en cambio, al
revés del alma bogotana, el alma antioqueña es poco literaria!
Pierre dEspagnat, Souvenirs de la Nouvelle Grenade (1901).

Y allí estamos nosotros oprimidos
por la angustia de todas las pasiones,
bajo el peso de todos los olvidos.
En un cielo de plomo el sol ya muerto,
y en nuestros desgarrados corazones
¡El desierto, el desierto... y el desierto!
Manuel José Othón, "Idilio Salvaje" (1905).

De la Patria al territorio

La patria se convirtió en territorio en América Latina a fines en la segunda mitad del siglo XVIII. El sentido de la patria estaba vinculado a todos los sentimientos que suscitaba el terruño. La tierra natal establecía un vínculo afectivo entre el terruño y el sentido de pertenencia con base en lo cual se creaba un soporte físico y un puntal simbólico de la comunidad geográficamente asentada en él. (König, 1994).

Los alcances de una vinculación con el suelo natal se manifiestan en el poderoso sentimiento patrio de los criollos preindiependentistas. El trabajo de Severo Martínez Peláez, La patria del criollo (1970) es una formidable aproximación a la idea de patria que se desenvuelve en el actual territorio guatemalteco a partir del análisis de la obra de Francisco Antonio de Fuentes y Guzmán, Recordación florida (1699), que "nos permite comprobar que la idea de patria también tiene un desarrollo histórico, y que su trayectoria va desde una patria de pocos hacia una patria de todos." (Martínez, 1973: 637).

El aprecio del suelo natal también se vislumbra en las obras de jesuitas exiliados por la política borbónica como Rafael Landívar y Francisco Xavier Clavijero que escribieron obras como la Rusticatio mexicana por los campos de México (1782) para exaltar el fervor por la tierra natal y como un nostálgico instrumento de consolación para el hombre arrancado por la fuerza de su amada patria. De esta forma, el criollo preindependentista se mostró reacio a emprender o apoyar empresas políticas que involucraran intereses que estuvieran más allá de los alcances de su patria (Sosa, 1984: 9-31).

Por otro lado, desde el gobierno Borbón se impulsaron las representaciones científicas del espacio que empezaron a guiarse por la idea de que la geografía era ciencia, en la medida que fuera capaz de generar una observación estrictamente matemática sobre el espacio, alejada de cualquier subjetividad, como la que englobaba a la representación del espacio natal como patria. Francisco José de Caldas y Tenorio resumió claramente el espíritu de la nueva ciencia al afirmar que:

Los conocimientos geográficos son el termómetro con que se mide la ilustración, el comercio, la agricultura y la prosperidad de un pueblo. Su estupidez y su barbarie siempre son proporcionadas a su ignorancia en este punto. La geografía es la base fundamental de toda especulación política; ella da la extensión del país sobre el que se quiere obrar, enseña las relaciones que tiene con los demás pueblos de la tierra, la bondad de sus costas, los ríos navegables, las montañas que le atraviesan, los valles que éstas forman, las distancias recíprocas de las poblaciones, los caminos establecidos, los que se pueden establecer, el clima, la temperatura, la elevación sobre el mar de todos los puntos, el genio y las costumbres de sus habitantes, las producciones espontáneas y las que pueden domiciliarse con el arte. Este es el grande objeto de la geografía... (Caldas 1966a: 183).

El gobierno del rey debía fundarse en la ayuda de mapas, que ya habían dejado de ser los signos de una historia sagrada que demarcaban los límites del espacio y la población, y de una serie de políticas económicas que determinaron que el espacio y la población que lo habitaba se habían transformado en elementos básicos de la riqueza del reino. Por estas razones, el espacio que se quería representar debía ser determinado por la precisión matemática de grados, minutos, ángulos, latitudes y longitudes (Castro, 2005: 237). La geografía asumió la tarea de una disciplina descriptiva de "países" que adquiere paulatinamente visos de especializaciones que la vinculan con la política y la historia.

La herencia borbónica llevó a que las representaciones del espacio a cargo de la Corona española produjeran una cartografía cuyos centros de producción se focalizaron en establecimientos militares y en función de necesidades castrenses. Un buen ejemplo se puede encontrar en la Nueva España. Todo el espacio septentrional fue motivo de atención de la Corona no solamente por el afán de hacer nuevas exploraciones y descubrimientos, sino para determinar con precisión los dominios españoles y para detener y exterminar las acciones indígenas sobre las instalaciones españolas. De esta forma, el accionar militar tomó la forma de las "marcas" romanas; es decir, un territorio organizado en un sistema militar semipermanente para defender estos territorios de frontera que fueron conocidos con el nombre de Presidios de las Provincias Internas de la Nueva España. El hecho de que se les denominara Provincias Internas es prueba de que estos espacios se encontraban muy alejados del corazón del virreinato, tanto por la distancia como por las dificultades de comunicación; lo cual, presupone también un distanciamiento en el ámbito cultural. Eran, por lo tanto, tierras de la periferia habitadas por indios insumisos y expuestos a la penetración e invasiones de los enemigos de la Corona: indios bárbaros y extranjeros (Commons, 2003: 41-81).

La difícil gobernabilidad de los territorios septentrionales de la Nueva España impulsaron las visitas de Nicolás de Lafora y el Marqués de Rubí, quienes recorrieron las tierras desde Altar, en el norte del Golfo de Baja California, hasta Natchitoches, en los límites con Louisiana; y desde el Golfo de México hasta la bahía del Espíritu Santo. Estos viajeros produjeron dos informes que justificaron la erección de la Comandancia del Norte (1769) cuya jurisdicción se limitaba a los asuntos de guerra y defensa de estos territorios; mientras los asuntos relacionados con la justicia, policía y hacienda eran labor de los intendentes y los subdelegados (Lafora, 1939; Rubí citado por Commons, 2003).

La delimitación del espacio septentrional de la Nueva España y las posteriores reconfiguraciones iban de la mano con el interés borbónico de reconocer las posibilidades económicas de los territorios americanos. Por ello, los trabajos de Lafora y el Marqués de Rubí hacían parte de un ambicioso programa para determinar con precisión científica los territorios y los recursos que podía tener a mano la Corona. Al mismo tiempo que se impulsaron las expediciones botánicas (la de Hipólito Ruíz en el Perú 1778-1788; la de José Celestino Mutis en la Nueva Granada 1783-1808 y la de la Nueva España dirigida por Martín Sessé 1787-1803), se verificaron las expediciones para elaborar cartas geográficas y derroteros de contornos para el Golfo de México, la Florida, Tierra Firme y las Antillas, para que sirvieran de base a las decisiones sobre la defensa de las posesiones americanas. De este modo, se llevaron a cabo las expediciones del Atlas Marítimo de las Antillas (la del Sur) y de la América Septentrional (la del Norte) que iniciaron labores en 1792. Estos esfuerzos fueron complementados con los trabajos de los ingenieros militares enviados a América desde la Academia de Matemáticas de Barcelona. Fruto de estas labores fue el circuito de defensa que cubría desde California hasta la Nueva Granada con base en mapas y planos a diferentes escalas acompañados de informes militares y obras de todo tipo: caminos, canales, conducción de aguas, murallas, cuarteles, fortalezas que aún se pueden observar desde San Juan de Ulúa, en Veracruz, hasta las fortificaciones de la Guaira, en el actual Venezuela (Mendoza, 2003: 157-198; Moncada, 1993).

Los trabajos de los letrados e ingenieros militares del período borbónico fueron interrumpidos por el agitado período independentista. Aquellos esfuerzos científicos fueron retomados como sustentos de las afirmaciones sobre la enorme riqueza de la naturaleza patria. Pero además, sirvieron como fundamento de los discursos identitarios que empezaron a florecer como parte complementaria de la acción política y militar en los procesos de la Independencia. Sin embargo, la búsqueda de signos de diferenciación bien pronto se enfrentó a la dificultad de encontrar rasgos distintivos en el ámbito de la construcción de la nación bajo la premisa étnica; de esta forma, el territorio adquirió un carácter fundamental en el momento de la creación de las convenciones de pertenencia nacional.

 

El territorio nacional

El discurso que va a caracterizar a la nación en el período de la construcción del Estado nacional republicano está fundado sobre la preeminencia de las características propias del territorio, tal cual lo determinó el trabajo científico y no tanto sobre el ámbito étnico, que asume rostros distintos de acuerdo a las heterogeneidades a las que se enfrenta la construcción de cada entidad nacional.1 Mientras en México va a prevalecer la exaltación de los rasgos mestizos como referencia básica de la nacionalidad, pese a las pretensiones de algunos grupos dirigentes del porfiriato; en un ámbito como el argentino, el discurso étnico borró cualquier referencia al mestizaje y se concentró fundamentalmente en volver invisibles los elementos heterogéneos, indios y negros, para enfrentar la heterogeneidad que representaban los diversos contingentes de inmigrantes con base en el argumento del factor modelador de la tierra para modelar el ser nacional, lo que Quijada llama "la alquimia de la tierra"; de tal forma, que esta experiencia debía traducirse en el blanqueamiento de la sociedad, unificándola racialmente.

Las distintas posibilidades de los referentes étnicos como fuente de legitimidad a la hora de la construcción de la nación, contrastan con la incontestada convicción sobre la belleza y la riqueza del territorio. El territorio fue, efectivamente, una de las referencias básicas para el establecimiento del Estado nacional y para crear un vínculo de pertenencia. El territorio cumplió un papel determinante porque el Estado creó la nación, pero el espacio precedió y contribuyó a suscitar la nación a través del Estado, ya que el territorio fue el elemento básico de integración de la heterogeneidad que constituía la nación. El territorio es parte de las tareas de la consolidación del Estado nacional, de la nación y en él encarna la historia; por lo tanto, la determinación del territorio nacional es uno de los principales nexos de la comunidad imaginada, ya que la historia nacional se territorializó de manera que todo lo sucedido en el territorio delimitado por las fronteras de los nuevos Estados se convirtió en el pasado de la nación misma, en una genealogía definida no por la sangre, sino por la tierra. La racionalización del espacio se distancia, en principio, de la comprensión identitaria que surge del sentimiento patrio. La operación que llevó a cabo el Estado republicano fue la transferencia de la patria de un suelo natal, concreto e inmediato, para que concordara con los límites del Estado; de tal suerte que la patria se nacionalizó (Quijada, 2000: 179; Pérez, 2003: 291).

El esfuerzo propagandístico y el estudio detallado de los recursos que podía brindar el territorio, que se llevaron a cabo paralelamente en México y en Colombia, crearon imágenes perdurables y justificaron acciones políticas de todo tipo. Sin embargo, trabajos como éstos, pusieron sobre la mesa uno de los inconvenientes más difíciles de superar a la hora de establecer un territorio nacional: el de superar los diversos rasgos de la heterogeneidad para instaurar el modelo de la homogeneidad nacional. Era un problema el crear una unidad nacional a partir de un tipo cultural único, ahí donde sobresalía con claridad el ámbito cultural, y cuya cara oscura fueron los conflictos de orden étnico, como los que pudieron vislumbrarse a la hora de formalizar el dominio estatal en diferentes espacios de su territorio. De esta forma, el Estado llegó a ser una realidad espacial e histórica (Demélas, 2003).

El territorio ofrecía una certeza que el ámbito cultural no tenía, la convicción de que el territorio nacional era inmensamente pródigo y rico para sostener a una nación con un futuro promisorio. Tal convicción sustentaba la viabilidad económica del nuevo proyecto político. En el caso de México, esta convicción surgió de la imagen del cuerno de la abundancia que fue exaltada en diversos momentos del siglo XIX para justificar algunos proyectos políticos (García, 2005; Riguzzi, 1988: 137-157). Son llamativos los esfuerzos que realizaron distintos gobiernos mexicanos, desde mediados del siglo XIX para demostrar que la grandeza de México debía ser admirada no sólo por su "naturaleza trópical" sino por el potencial que el país desarrollaría si pudiera entregarse tranquilo al progreso; además, "el ser nacional" mexicano era el fruto del cotejo con otros "seres nacionales" en el ámbito geográfico, cultural y temporal a partir del inventario y la invención de las tradiciones propias, como ocurrió con el proyecto de la creación de una tradición antropológica, arqueológica y etnográfica autóctonas a partir de 1860 (Tenorio, 1988).

Algo similar ocurrió en la Nueva Granada, aunque con recursos estatales mucho más limitados que los que tenía a disposición el gobierno mexicano. En la Nueva Granada, la riqueza del territorio también era la base del bienestar económico. José Manuel Restrepo, por ejemplo, publicó una memoria sobre la provincia de Antioquia en el año de 1809, cuyo principal objetivo era "mejorar la agricultura y hacer opulento a su país" (Restrepo, 1985b: 10-11). Los propósitos de Restrepo correspondían al ideal ilustrado de la urbanidad de las costumbres y a la adquisición de un nivel de riquezas que fueran el barrunto de la civilización, estructurada a partir de la adecuada explotación de la naturaleza gracias al conocimiento detallado del territorio (Silva, 2002). Las conclusiones científicas del trabajo ilustrado de Restrepo sobre su terruño no pudieron ocultar los lazos del afecto ni el papel propagandístico que inoculaba a su esfuerzo, ya que concluía que: "Toda su extensión está llena de minas de oro corrido (...) En una palabra, apenas hay arroyo, quebrada o río donde no se encuentre el más precioso de los minerales." (Restrepo, 1985a: 58).

 

Fronteras internas

En el proceso de construcción de la nación en México y Colombia hubo espacios internos y grupos sociales que no hicieron parte o que no encuadraban en los referentes simbólicos elaborados para determinar la unidad nacional. Los Estados nacionales se habían embarcado en la tarea de concebir a la nación por medio de ejercicios científicos como los que encarnaban la geografía y la estadística con base en los cuales se demostraba hacia afuera y hacia adentro del Estado nacional la modernidad y riqueza natural de la nueva nación. Fue así como se dieron a conocer los trabajos cartográficos y estadísticos como tareas fundamentales de los gobiernos nacionales.

En el caso de la Nueva Granada, después de varios intentos fallidos, en 1850 el gobierno neogranadino contrató una Comisión Corográfica, al mando del ingeniero militar Agustín Codazzi, para que reconociera las provincias, los recursos naturales y humanos. Los trabajos de la Comisión fueron las primeras representaciones de "las costumbres", "las razas", los monumentos antiguos y la naturaleza de la república independiente; y a la larga, por ende, se convirtieron en el punto de partida que apoyaría la exaltación de la singularidad de las diferentes porciones del territorio nacional.

Los trabajos de la Comisión dieron cuenta detallada de territorios internos como los Santanderes, Boyacá, Nariño y Antioquia, que eran completamente desconocidos para el ámbito de la capital. Fue así como se dieron los pasos necesarios para la elaboración del primer mapa de la nueva república publicado a fines del siglo XIX con base en esta información. El mapa nacional era un instrumento básico como carta de presentación ante las naciones modernas. La difusión de estos hallazgos por los medios disponibles en la segunda mitad del siglo XIX sirvió para que cada una de las regiones exploradas adquiriera conciencia de una representación propia; aunque, este no era el propósito de la expedición. El trabajo de la Comisión era el de recopilar información cartográfica y geográfica adecuada para el ejercicio de un gobierno más racional (Sánchez, 1998; Restrepo, 1999: 30-58).

Los aportes más interesantes de la Comisión Corográfica radicaron en las preciosas imágenes que elaboraron los dibujantes adscritos a la Comisión. Ellos elaboraron los primeros testimonios visuales de la heterogeneidad de la nueva nación. Los informes de Codazzi y de los secretarios de la Comisión pusieron por escrito información detallada y "objetiva" de las provincias que visitaron, pero la Comisión no llegó a publicar un trabajo de síntesis que unificara toda esta diversidad, tal y como ocurrió con la Comisión Corográfica en Venezuela, dirigida por el propio Codazzi, debido a que estas informaciones ponían énfasis en lo regional y lo diverso, que daban buenos argumentos a los proyectos políticos federalistas; por esta razón, los trabajos de la Comisión fueron marginados por los proyectos centralistas que triunfaron en el campo político.

La complementariedad de la geografía con otros tipos de conocimiento se conjuga igualmente en las labores de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Fundada en 1839, pero con existencia legal permanente a partir de 1850; las tareas de esta institución con carácter consultivo del Estado nacional mexicano estuvieron relacionadas inicialmente con la publicación y conclusión de la carta general, atlas y portulano de la República; pero a la que se fueron añadiendo labores como la unificación del sistema de pesos, medidas y monedas; la formulación de itinerarios de los caminos del país; la necesidad de contabilizar el número de lenguas indígenas que se hablaban en el territorio nacional y registrar toda clase de anotaciones metereológicas, entre otros muchos quehaceres.

Las tareas de la Sociedad enfrentaron constantemente las vicisitudes de la agitada situación política mexicana. Las limitaciones presupuestales, de personal calificado permanente, así como las vicisitudes políticas afectaron directamente a la Sociedad y dieron cabida a proyectos paralelos como la Comisión Geográfico-Exploradora creada en 1878 que elaboró la Carta geográfica de México y que se exhibió como producto de la ciencia mexicana en la Exposición Universal de París en 1889.

La geografía fue uno de los primeros intentos para la construcción de una identidad nacional en las nacientes repúblicas latinoamericanas del siglo XIX. Los obstáculos que enfrentó la elaboración de referencias identitarias apoyadas en un espacio nacionalizado, expresaron el enorme esfuerzo que implicaba superar el peso de la identificación por referencia al territorio y dirigirla hacia la filiación de simbolismos emanados de una autoridad central; sin embargo, la unidad nacional no sólo se podía alcanzar a través de las descripciones geográficas. De ahí que la nacionalización del territorio procedió no sólo con las descripciones físicas de la tierra, en el sentido convencional de la disciplina geográfica, sino que también involucró el desarrollo de la pintura y la literatura costumbrista que conllevaron a la elaboración de un paisaje textual que complementaba los ejercicios cartográficos; de tal forma que todas estas representaciones del territorio dieron lugar a una cartografía moral, en el sentido de que las descripciones geográficas y los paisajes textuales propusieron ciertas caracterizaciones del ethos de la población fundamentada en las categorías de raza y medio como determinantes del carácter de los pueblos (Héau-Lambert y Rajchenberg, 2005: 239-252).

 

Tierra, medio y geografía: un molde del carácter de la población

El peso más importante que se le atribuye al territorio desde el siglo XVIII es el convencimiento de que la tierra modela el carácter de los hombres que la habitan. Esta convicción que se remonta a las opiniones que expone Hipócrates para explicar las diferencias entre los hombres de Europa y de Asia, tuvo una gran acogida en la recepción de las ideas de la Ilustración en el caso latinoamericano. No se puede perder de vista que el trabajo cartográfico de los ilustrados americanos no sólo incluía un trabajo de racionalización del espacio a partir de principios científicos universales, también propiciaba una cartografía moral, ya que el principio de comprensión de la especificidad geográfica partía del supuesto de que la naturaleza física y la sociedad humana no son dos órdenes diferentes sino que están gobernados por las mismas leyes. De ahí que las características de las poblaciones varían según la humedad, la altura, la presión atmosférica y las condiciones climáticas del territorio que habitan; de la misma forma que ocurría con las plantas (Castro-Gómez, 2005: 252-262).

Francisco José de Caldas y Tenorio creía que el clima afectaba el carácter de los hombres; aunque es necesario aclarar que este determinismo guardaba la posibilidad de que las limitaciones climáticas sobre el cuerpo y el alma pudieran ser modificadas por el trabajo y la disciplina, capacidades que se enfrentaban a las condiciones medio ambientales como obstáculos y posibilidades para alcanzar la virtud y la inteligencia:

Si es evidente que el calor, el frío, la electricidad, la presión atmosférica y todo lo que constituye el clima, hacen impresiones profundas sobre el cuerpo del hombre, es también evidente que lo hacen sobre el espíritu: obrando sobre su espíritu, obran sobre sus inclinaciones, y por consiguiente sobre sus virtudes y sobre sus vicio. (...) El clima influye, es verdad pero aumentando o disminuyendo solamente los estímulos de la máquina, quedando siempre nuestra voluntad libre para abrazar el bien o el mal. La virtud o el vicio siempre serán el resultado de nuestra elección en todas las temperaturas y en todas las latitudes (Caldas, 1966b: 82).

Pese a estas convicciones, es evidente que las caracterizaciones elaboradas por Caldas sobre los distintos territorios de la Nueva Granada, que era el objeto de aquel estudio, se recibieron bajo el aura del determinismo geográfico absoluto y permitieron la elaboración de una imagen permanente sobre las sociedades y el territorio heterogéneo de la Nueva Granada. Es así como determina el carácter de los indios y el mulato de la Costa Pacífica a los que contrasta con los indios y demás castas que viven sobre la cordillera de los Andes y concluye que estos últimos son "más blancos y de carácter más dulce".

El prestigio de Caldas como científico y mártir de la Independencia de la Nueva Granada, al ser fusilado por el reconquistador Pablo Morillo, le dieron un carácter incuestionable a las imágenes que elaboró sobre las provincias internas que conformarían el Estado nacional. Basta observar los criterios que manejan las obras costumbristas de fines del siglo XIX y las reflexiones sobre la identidad nacional que exponen obras como las de Luis López de Mesa y Laureano Gómez en los años veinte y treinta del siglo XX (Gómez, 1929; López de Meza, 1934).

La provincia de Antioquia se enfrentó a la marginalidad ocasionada por las altas cadenas montañosas andinas que cruzan el territorio de la provincia de sur a norte. Esto representaba enormes dificultades de comunicación con el exterior y planteaba a sus habitantes difíciles retos a la hora de implementar las actividades agrícolas y comerciales. El ilustre escritor Baldomero Sanín Cano indicaba cómo entre 1880 y 1884, la capital de la provincia de Antioquia, Medellín, era como una isla en el inmenso territorio colombiano, ya que en esa época, se sabía y se calificaba como un hecho notable a aquellas personas que conocían la capital del país, y destacaba cómo en su pueblo natal, Rionegro —que en aquellas fechas contaba cerca de los doce mil habitantes—, sólo había diez personas que habían tenido la aventura de haber ido y vuelto a Bogotá (Sanín, 1980; Pombo, 1914; Macía, 2005).

Para los letrados antioqueños del siglo XIX, las montañas que delimitan el territorio antioqueño propiciaron el surgimiento de "los sobrios y enérgicos antioqueños", que permitió la generación de un carácter independiente y democrático, fraguado en dos aspectos medulares; la regeneración social que significó la desaparición de las poblaciones indígenas de los territorios que conformarían la provincia de Antioquia y, gracias a su aislamiento, se hallaron libres del contacto con "las malas razas".

En primera instancia, la mayoría de los hombres de letras decimonónicos antioqueños apoyaron la versión favorable sobre la desaparición de los pueblos prehispánicos de este suelo, ya que dio pie a una regeneración social fundada en la desaparición de los grupos indígenas, el aislamiento de los grupos negros que se trajeron para reemplazar a aquéllos en los trabajos mineros y la reproducción de los grupos blancos, sobre los que se asentaría el futuro de la provincia (Uribe, 2004: 519). Aunque hay un momento de crisis como el que describe Tulio Ospina entre fines del siglo XVI y fines del siglo XVIII; según su percepción, la provincia cayó en la miseria y el olvido de la Corona. Esta situación se revirtió gracias a la notable labor del visitador Mon y Velarde entre 1785-1789 que pondría orden a la administración pública y trazaría los caminos por los que debía desplegarse el progreso de la provincia en el siglo XIX. Más allá de la notable labor del visitador, Ospina insistirá en que la fuente de prosperidad de los antioqueños proviene de su carácter; el cual, se forjó a partir de "la vida aislada y semibarbara" que le dio hábitos de economía, orden y frugalidad alrededor de una vida familiar "sana, digna y respetada, con un alto sentido de respeto a la autoridad (Ospina, 1972: 44).

Tales principios procuraban la imagen de una sociedad apacible, sin sobresaltos y obediente a las autoridades religiosas, cívicas y políticas, que tuvo una notable oportunidad para exaltar estos valores en la expansión hacia las tierras baldías del norte y sur desde mediados del siglo XIX. Tal movimiento migratorio colonizador de espacios vacíos internos de la República colombiana, tuvo la fortuna de que hacia el sur, los colonos se encontraron con el aliciente económico de los enterramientos de oro prehispánicos, que suscitaron el saqueo clandestino de incalculables proporciones, con lo cual el Estado central dio muestras de las limitaciones y prejuicios que tenía para elaborar un referente de identificación nacional con base en el pasado prehispánico, a la manera que lo había hecho el Perú y México (Gamboa, 2002).

Por otro lado, estos colonos también tuvieron la posibilidad de aclimatar del cultivo del café, con todos sus altibajos económicos, como producto de agroexportación que vinculó a la provincia con el mercado mundial y que para principios del siglo XX la convirtieron en la región más próspera del país (Palacios, 1983). De esta forma, la prosperidad económica palpable a fines del XIX brindó la posibilidad de recrear un pasado glorioso, que arrancaba en el propio siglo XIX, y exaltar el dominio de un territorio difícil de trabajar pero promisorio, que entregaba sus tesoros al denuedo con el que los colonos utilizaban el hacha y el machete (Escobar, 2004a: 51-79).2

En contraste, la caracterización de las provincias internas de México no fue definida exclusivamente por el influjo del clima sino por el grado de "civilización" que presentaban. En el caso de San Luis Potosí, el problema más grande que enfrentaron los hombres de letras potosinos fue el de hallarse situados en la frontera de la "civilización". Desde el siglo XVI, San Luis Potosí tuvo el papel de albergar presidios para contener el ataque de los indios y salvaguardar el Camino de Tierra Adentro que conectaba los yacimientos mineros de Zacatecas y Durango con el centro del territorio. Este papel de frontera interna al borde de "la barbarie", determinó la caracterización de este territorio y de su población.

Tras el reordenamiento de los territorios septentrionales en el siglo XVIII, San Luis conservó el carácter de bastión de la civilización en la frontera interna. Su ubicación estratégica ubicaba a la ciudad en la orilla del desierto; es decir, una ciudad que se encontraba al interior del mundo chichimeca, que suponía vastos espacios vacíos a los que no llegaba la capacidad centralizadora del virreinato, primero, y del Estado después; lo cual, suponía acciones urgentes para integrar estos territorios a la unidad nacional. San Luis Potosí como ciudad y como provincia interna, enfrentaba la realidad de territorios deshabitados y, por lo tanto, soportaba un espacio generador de barbarie porque albergaba sólo población bárbara (Quijada, 2000: 201).

La situación límite supone inicialmente la ausencia de un rostro prehispánico definido. Los habitantes prehispánicos del actual territorio potosino quedaron al margen del indigenismo promovido por el centro capitalino. El acendrado indigenismo que dio lugar a la caracterización de la nación mexicana en la segunda mitad del siglo XIX, conservado y difundido con furor en el siglo XX, no tuvo un lugar para los grupos que se difuminaron en el espacio que abarcaba la palabra chichimeca. El origen mismo de la palabra era una designación elaborada por los propios pueblos indígenas de la Meseta Central mexicana y comprendía la "ignominia de todos los yndios que andan vagos sin casa ni sementera y que se podrian comparar a los árabes o alárabes africanos." (Santa María, 2003: 106).

Desde el siglo XVI cuando se descubrieron las minas de Zacatecas en el corazón del territorio chichimeca, se abrió un enfrentamiento entre sus pobladores prehispánicos con los recién llegados. Los nuevos habitantes tomaron como estrategia complementaria de la guerra de exterminio, la evangelización y el repoblamiento del territorio con grupos indígenas aliados, especialmente indígenas tlaxcaltecas que emigraron a estos territorios desde 1591 y hasta 1714 más o menos, y cuyas huellas todavía se palpan en algunas sementeras, alimentos y prácticas religiosas de los pueblos en donde se instalaron. No obstante, el objetivo exterminador planteado tan claramente desde el siglo XVI, contrasta con la realidad indígena del siglo XIX que fue testigo de toda clase de levantamientos en las tierras septentrionales y que llenaron muchas páginas de los periódicos de la capital potosina y de las centros urbanos más importantes de las Provincias Internas bajo el recurrente título de "El problema indio" (Vargas, 1994).

Todo ello supuso un notable esfuerzo para los políticos y los hombres de letras potosinos que quisieron mantener un sello de civilización en medio del desierto. Pese a sufrir invariablemente los efectos de las pugnas políticas provenientes desde el centro —que convierten la historia del siglo XIX en una secuencia de cambios abruptos de gobernantes y batallas en los alrededores y en la propia ciudad de San Luis—, una vez conseguida la paz porfiriana, los grupos dirigentes dieron un importante impulso al establecimiento de las líneas férreas que conectaran a la capital del Estado con el mar, con la capital del país y con la frontera sur de los Estados Unidos; el afán de participar en las Exposiciones Universales con los productos de la industria local, el interés por realizar toda clase de obras públicas: represas, norias, pozos, canales, acueductos, edificaciones de todo tipo que le dan el sello característico a la ciudad hasta hoy, y sobre todo, una importante actividad cultural apoyada en el marco de redes sociales que permitían el fomento de sociedades literarias y en la publicación de periódicos, como focos de formación de opinión pública (Peñalosa, 1991); de todo lo cual, el fruto más exótico en la frontera interior será la publicación de una empresa literaria como La ilustración potosina (1869-1870) preocupada en impulsar el surgimiento de una literatura nacional.

 

Tensiones en la unidad

¿Qué posición toman los habitantes de las zonas en donde se ubica la barbarie y el aislamiento, como San Luis Potosí y Antioquia? Al quedar fuera de la representación nacional, tanto los grupos dirigentes de San Luis Potosí como los de Antioquia fomentaron un acendrado regionalismo.

En el caso de San Luis, la ciudad capital no dio muestras de la presencia del sentimiento regional, que en contraste sí se presentó con mucha fuerza en las regiones interiores del Estado. Los grupos dirigentes y letrados de la capital trataron por los medios a su alcance, de vincular las tradiciones de la capital estatal con las dinámicas propias del Estado nacional como queda de manifiesto en la obra de Manuel Muro Historia de San Luis Potosí (1892); pero al mismo tiempo que se trataba de mantener ligada a la capital con el centro del país, en el interior de San Luis Potosí se dieron varios levantamientos que obligaron a la intervención de las fuerzas federales —como las intentonas independentistas de la región huasteca y la rebelión de la Sierra Gorda a mediados del siglo XIX—, al igual que la presencia permanente de ejércitos particulares en las regiones interiores de la entidad regional potosina. Estos nichos rebeldes sobrevivieron hasta los años treinta del siglo XX cuando el Estado federal interviene con todas sus fuerzas para poner orden a los últimos representantes del caudillismo regional potosino (Rangel y Salazar, 2002: 59-92; Carregha, 2002: 167-184; O. L. A., 1977; Falcón, 1984; Ankerson, 1994). De esta forma, es claro que los grupos dirigentes de San Luis Potosí tuvieron que enfrentar los intentos de rebelión interna —que incluso llegaron a plantear la posibilidad del separatismo—, al mismo tiempo que trataban de consolidar la imagen de una región civilizada y próspera en medio del desierto.

Por su parte, los antioqueños también enfrentaron la conflictividad interna. A fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la prosperidad económica y la necesidad de construir lazos fluidos con los centros de comercio europeos y norteamericanos, requirieron la integración de las zonas negras del noroccidente, que daban acceso al mar caribe y el establecimiento de una comunicación expedita con las zonas mineras del nororiente, también de población negra; lo cual acentuó los rasgos diferenciadores de los grupos dirigentes de Medellín (Parsons, 1950; Parsons 1967; Appelbaum, 2003; Escobar, 2004b).

Precisamente, los grupos letrados antioqueños llegaron a formular la existencia de una raza nueva sobre la tierra, la raza antioqueña, como base de la explicación sobre el notable éxito de los empresarios antioqueños y la prosperidad de las poblaciones fundadas en el sur a raíz de los procesos de colonización de tierras baldías a mediados del siglo XIX, tal y como podía documentarse con el posicionamiento económico y cultural concentrado en la ciudad de Manizales que, hacia el año 1905, se convertiría en la capital del nuevo Departamento de Caldas (López, 1910; Robledo, 1993: 11-33). Al respecto, el libro de James J. Parsons, La colonización antioqueña en el occidente de Colombia (1950) acentuó las elaboraciones culturales sobre la raza antioqueña que provenían de fines del siglo anterior, acompañadas ahora de la autoridad de un experto extranjero que además propuso la atractiva interpretación del pueblo civilizado que avanza sobre la frontera bárbara y vacía. Sin embargo, estudios recientes han matizado este tipo de interpretaciones (Valencia, 1990; Betancourt, 2006).

La presencia de este tipo de proyectos al interior de los Estados nacionales de México y Colombia es una muestra de la incapacidad del Estado nacional para concretar el proyecto de unidad nacional y de homogeneizar a la nación. Pese al intento de nacionalizar el territorio con base en criterios científicos y objetivos, los movimientos regionalistas y los trabajos para elaborar la identidad local y regional tuvieron como base la identificación con el territorio y la situación marginal dentro de la unidad nacional.

En el trabajo de Restrepo sobre la geografía de la provincia de Antioquia, hay un principio de identificación regional, aunque no tenía como pretensión la disolución del reino perteneciente a la monarquía, tal y como ocurrió con el conjunto de los grupos ilustrados en los territorios del imperio español. Un trabajo como el de Restrepo, que era guiado por los principios ilustrados, fue leído en el período republicano como una reafirmación del valor de las diferencias locales con relación a las pretensiones de un todo único nacional, y dio argumentos para que se justificara un proceso de diferenciación interno en los territorios de la nueva República.

La Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística pervivió, y a sus objetivos iniciales se agregó, como surtidor de "datos fidedignos" del territorio, el ejercicio de las llamadas Memorias históricas que recopilaban toda clase de informaciones sobre los lugares más diversos del territorio nacional; por eso es particularmente llamativo que el recuento del pasado local que abordaba el devenir de ciudades y localidades alejadas del centro capitalino desde los tiempos de la Colonia, comenzaron a cumplir un papel fundamental para comprender los datos estadísticos y geográficos que acumulaba la Sociedad. De ahí que la Sociedad diera cabida y estímulo a este tipo de trabajos y es un hecho para destacar que dentro de este marco de comprensión de la unidad nacional surgieran como modelos de estas Memorias históricas los textos que elaboraron Manuel Larrainzar y José Fernando Ramírez con un espíritu muy distinto al que había animado a las reseñas de las localidades durante la Colonia como, por ejemplo, el texto de José Hermenegildo Sánchez, Crónica del Nuevo Santander (1815) (Larrainzar, 1852: 341-436; Ramírez, 1857: 6-115).

Estas situaciones de tensión en la unidad nacional demuestran la importancia de elaborar estudios sobre la conformación del territorio nacional. Es llamativo que se haya hecho a un lado esta categoría tan vital a la hora de investigar la construcción de la nación en el ámbito latinoamericano, ya que los otros elementos, como la lengua y la religión no constituían categorías diferenciadoras. Por esta razón, fue el territorio y la conciencia de su especificidad el que marcó el sentido de diferenciación a la hora de construir la nación, y en algunos lugares, este camino encontró la posibilidad de complementarse con los discursos racistas.

De esta forma, la aproximación a los estudios sobre el territorio puede ofrecer nuevas perspectivas de comprensión y de estudio, ya que el regionalismo encontró un importante aliado en la pervivencia del espíritu patrio de tradición española; el costumbrismo sería la contrapartida de esta tendencia localista, este último tema requiere de nuevos análisis. Mucho más cuando los procesos de la globalización contemporánea, han convertido al territorio en una categoría muy difícil de asir.

 

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Notas

Se autoriza la copia, distribución y comunicación pública de la obra, reconociendo la autoría, sin fines comerciales y sin autorización para alterar, transformar o generar una obra derivada. Bajo licencia creative commons 2.5 México. http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/mx/

1 En el libro reciente de Castro-Gómez, (Castro 2005), se insiste sobre la preeminencia de la blancura como el punto de partida desde el cual los criollos tradujeron y enunciaron la ilustración en la Nueva Granada, y que bajo este argumento los criollos reclamaron el mandato de gobernar sobre las castas, con independencia de España. Si bien este tipo de argumentos se utilizaron para la movilización de las guerras de independencia, la construcción de la nación no pudo sustentarse exclusivamente en este tipo de argumentación.

2 El proceso de la llamada "colonización antioqueña" ha sido uno de los principales baluartes para exaltar el éxito antioqueño en Colombia.

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