Introducción
De acuerdo con el informe “Violencia en el Estado de México” (2020), documento recopilado por investigadores del Instituto de Estudios Legislativos (INESLE), la entidad federativa ocupa los primeros lugares en delitos como homicidio doloso, robo de vehículo con violencia, secuestro y extorsión, datos que concuerdan con los presentados por el Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP). En la particularidad de Nezahualcóyotl, es el municipio del valle de México con mayor número de ejecuciones ligadas al narcotráfico durante el último año (INESLE, 2020).
Sin duda, los datos cuantitativos nos dan cuenta de las dimensiones macro del fenómeno; no obstante, las estadísticas y diversa numeralia sobre muertos, desaparecidos, impactos económicos y desplazamientos forzados nos indican muy poco sobre el significado, los discursos, el sentido simbólico vivencial de las personas que son víctimas de la ruptura de los lazos colectivos, de las pérdidas personales e institucionales y las interacciones sociales; las posibilidades de tener mejor calidad de vida, de seguridad y bienestar; las vidas rotas, y la fragmentación del vínculo familiar.
Es en este hilo conductor que se inicia un movimiento académico interesado, desde una perspectiva socioantropológica, en el análisis de la magnitud del contexto de la narcoviolencia. Los trabajos desarrollados por Alderete (2000), Aridjis (2004), Ravelo (2005), González (2008), Arteaga (2009), Mendoza (2011), De la O y Flores (2012), Durin (2012), Valenzuela (2012), López y Figueroa (2013), Michael (2013) materializan una aproximación relevante al estudio del problema planteado desde la mirada de las ciencias sociales y sus metodologías cualitativas.
Reflexionar el fenómeno desde y hacia los impactos estructurales vitales de la colectividad en la cotidianidad de sus relaciones sociales se torna en un deber ético-moral. Para ampliar el panorama de lo enunciado, se presenta el siguiente argumento:
La estrategia armada que emprendió el gobierno mexicano para enfrentar al narcotráfico ha tenido como consecuencia la fractura del tejido social del país. En la violencia de hoy se entreteje la imposición de la autoridad en las relaciones familiares, laborales y sociales. No se trata de una sola violencia, sino de violencias acumuladas y densamente articuladas. No obstante, varias de las muertes violentas han tenido que ver con la desigualdad social, la falta de políticas sociales eficientes y la ambigua acción del Estado en la defensa de sus ciudadanos. En este momento, la sociedad vive la amenaza a su integridad física en un escenario marcado por el desamparo gubernamental, la humillación de ser pobre y la amenaza de desafiliación de una sociedad que representa el extremo de la vulnerabilidad. Poco a poco se ha conformado una geografía del narcotráfico, del contrabando, de las adicciones y de las acciones violentas. La imagen de una “guerra contra el narcotráfico” ha tendido a borrar otros fenómenos de importancia, como los pueblos secuestrados en su identidad y en las formas de ejercer su cultura. (De la O, 2012, p. 8)
Al respecto, el trabajo elaborado por Marcial Jiménez (2009) analiza con mayor amplitud la tesis de que el narcotráfico ha rebasado con creces sus propios actos de violencia, y en la guerra intestina que libran los cárteles de la droga en México se han visto tocadas víctimas no tan reconocidas socialmente.
La teoría de las representaciones sociales y el sentido común
Desde esta perspectiva y para dar cuenta del conocimiento del sentido común de la narcoviolencia entre las víctimas menos visibilizadas, desde un enfoque biográfico y narrativo, fundamentamos nuestra propuesta en la teoría sobre las representaciones sociales del célebre Serge Moscovici, la cual define como
una modalidad particular del conocimiento estructurada en un corpus organizado y una de las actividades psíquicas gracias a las cuales los hombres hacen inteligible la realidad física y social para así integrarse en un grupo o en una relación cotidiana de intercambios. (Moscovici, 1979, pp. 17-18)
Desde el enfoque de Moscovici, se discute que las representaciones sociales son la forma en que nosotros como sujetos sociales asimos los acontecimientos de la vida cotidiana, las particularidades de nuestro contexto vital, la multiplicidad de informaciones que en él se difunden, así como a los individuos de nuestro contexto social inmediato o distante. En suma, es el conocimiento instintivo, espontáneo, que coloquialmente se designa como discernimiento de sentido común, o también, razonamiento natural, por antítesis al pensamiento científico-intelectual. Este se organiza a partir de nuestras experiencias, saberes y prácticas, pero también de las informaciones, conocimientos y estructuras de pensamiento que receptamos y divulgamos a través de la tradición, la educación y la comunicación social (Jodelet, 1984).
Asimismo, es en muchas formas un conocimiento socialmente producido y compartido. A la luz de sus complejas estructuras, pretende someter substancialmente nuestro medio ambiente, comprender y definir los acontecimientos y pensamientos que habitan nuestra vida material e inmaterial que en ella emergen, su influencia en nuestro actuar y en el de otras personas, posicionarnos en conexión con ellas, contestar a las interrogantes que nos plantea el mundo, saber lo que significan los hallazgos de la ciencia y el acontecer histórico para la conducta de nuestra vida, etcétera (Jodelet, 1984).
Por lo anterior, dicho andamiaje teórico nos posibilita analizar de manera profunda las representaciones sociales de la narcoviolencia en jóvenes universitarios del municipio de Nezahualcóyotl, así como percibir los puntos de inflexión biográficos generados por la narcoviolencia en los estudiantes universitarios entrevistados.
Metodología
Construir las narrativas cara a cara
Colaboraron en el estudio 20 estudiantes de educación superior, 10 estudiantes de una universidad pública y 10 de una universidad privada, 10 mujeres y 10 hombres con una edad promedio de 22.5 años. Se utilizó la técnica de entrevista cualitativa a profundidad, la cual se define como
reiterados encuentros cara a cara entre el investigador y los informantes, encuentros éstos dirigidos hacia la comprensión de las perspectivas que tienen los informantes respecto de sus vidas, experiencias o situaciones, tal como las expresan con sus propias palabras. Las entrevistas en profundidad siguen el modelo de una conversación entre iguales, y no de un intercambio formal de preguntas y respuestas. Lejos de asemejarse a un robot recolector de datos, el propio investigador es el instrumento de la investigación, y no lo es un protocolo o formulario de entrevista. El rol implica no sólo obtener respuestas, sino también aprender qué preguntas hacer y cómo hacerlas. (Taylor y Bogdan, 1992, p. 100)
En síntesis, la entrevista a profundidad nos permite dar cuenta de la realidad social para comprender cuál es su naturaleza, más que explicarla o predecirla. Los participantes fueron vinculados a la investigación a través de dos informantes clave, pertenecientes a los dos centros educativos. Después del primer contacto, se les invitó a una reunión informativa particularizada, donde se explicó de manera amplia los objetivos académicos del estudio, enfatizando el respeto a la dignidad, la protección de derechos, confidencialidad y anonimato de la información proporcionada por cada uno de los entrevistados, en completo apego a las Pautas éticas internacionales para la investigación relacionadas con la salud con seres humanos (Organización Panamericana de la Salud [OPS] y Consejo de Organizaciones Internacionales de las Ciencias Médicas [CIOMS], 2016), así como del Reglamento de la Ley General de Salud en Materia de Investigación para la Salud (2014).
En consecuencia, se obtuvo por escrito el consentimiento informado de cada uno de los participantes que accedieron a ser parte de la investigación. Se realizaron dos entrevistas cualitativas a profundidad (1 h c/u) a cada participante (M= 55min.). Las entrevistas fueron registradas en audio, utilizando una grabadora digital, y se efectuaron entre los meses de julio- agosto de 2019.
El análisis de la información se realizó con el software NVivo 11, el cual permite realizar el análisis de datos cualitativos, procedentes de entrevistas, grupos de discusión, diario, historias de vida, aproximación biográfica. Además de trabajar con textos, se puede trabajar con archivos de audio, vídeo e imágenes y hacer el análisis de ese material audiovisual. Asimismo, permite operar con un número casi ilimitado de categorías y subcategorías pudiéndose comparar entre sí de forma abreviada mediante matrices de intersección y análisis de conglomerados (Valdemoros et al., 2011).
Resultados
A continuación, se presentan los fragmentos de algunas narrativas que contextualizan los hallazgos más importantes de la investigación. Si bien puede situarse el devenir de estas en un sentido de representación categórica, su propósito es exponer la forma en que se hace inteligible la realidad de la narcoviolencia y cómo se integra a la cotidianeidad individual y colectiva de los entrevistados.
Corrupción, prepotencia e impunidad
Una de las representaciones más relevantes se vincula a la corrupción, la prepotencia e impunidad que se vive en la cotidianeidad de los diversos espacios de interacción social comunitaria. El abuso, la falta de un referente que brinde justicia, seguridad, confianza y soporte ético, moral, jurídico e institucional, es un fenómeno recurrente. En la reflexión del entrevistado, se puede observar cómo se naturaliza el actuar de algunos personajes ligados al narcomenudeo:
A mí una vez que estaba tomándome unas chelas en la Carlota, la que según es cafetería pero es más un bar que otra cosa, está aquí en la López Mateos… llegó un dealer que le dicen el Mocho porque no tiene un dedo, según porque sus jefes se lo cortaron por hacer un mal negocio… muy prepotente le pidió al gerente del lugar que quitara de una mesa a unos personas porque él quería esa mesa, que si no le iba a armar un desmadre y hasta muertos iba a haber, el gerente conociendo la reputación del tipo le pidió a la gente de manera amable que si se podían cambiar de mesa… afortunadamente los chavos se veía que eran tranquilos y le dijeron que no había bronca y el Mocho ocupó la mesa con sus acompañantes… a este sujeto lo protege la policía del rumbo, por eso se cree intocable el muy cabrón…. (PM18UPb., 23 años, comunicación personal)
En este sentido, podemos coincidir con algunas ideas expuestas por Fix-Fierro respecto a la justicia y su esfera cotidiana de representación, quien considera que “la imagen de la justicia en la prensa, la opinión pública o incluso en el medio de la profesión jurídica, es y ha sido en general, desfavorable, y pareciera reflejar una crisis persistente y difundida” (1995, pp. 11-12).
Sin lugar a duda, es una crisis que ha sido visibilizada y vivida con crudeza por gran parte de la sociedad civil. No obstante, la denuncia y el afrontamiento efectivo aún distan de ser un acto colectivo a gran escala.
Cibernarcoviolencia
El fenómeno de la cibernarcoviolencia se posiciona como un artefacto tecnológico de concreción de miedo, incertidumbre, inseguridad y vulnerabilidad entre los diversos colectivos del Estado de México. La propagación de información en las redes sociales, en específico en Twitter y WhatsApp, por parte de los cárteles establecidos en el municipio y que se disputan las plazas para la venta y distribución de drogas, ha provocado en la población una constante percepción de riesgo psicosocial, al grado de llegar a situaciones límite que generan movimientos masivos de ciudadanos inmersos en condiciones extremas de sospecha, ansiedad, estrés y reactividad cognitiva. He aquí un ejemplo de lo acontecido en voz de una de las entrevistadas:
Yo recuerdo hace como un año…fue un miércoles cuando empezaron retuitear de forma generalizada que había en prácticamente en toda Neza enfrentamientos entre narcos, creo de la familia michoacana y policías, pero otros decían que era entre otros grupos del narco que estaban disparando a toda la gente en las calles… yo me tuve que bajar del transporte público ya que el conductor nos dijo que él ya no iba a meterse más a la colonia porque sus compañeros les dijeron que los habían amenazado de muerte si seguían en ese momento con el transporte… a mí me dio mucho miedo y me tuve que ir a dormir a casa de una amiga por el temor de que me pasara algo, la verdad fue un hecho muy estresante…. (PF11UPr., 21 años, comunicación personal).
Culto, religiosidad y ambigüedad moral
En relación con el culto, religiosidad y ambigüedad moral que se presenta en el cuerpo de creencias, saberes y acciones de algunas personas vinculadas al narcotráfico, se aprecia un apego significativo al culto a la Santa Muerte, así como a la compra de favores de gente que transita por circunstancias de vida adversas, como es el caso del siguiente testimonio:
En la esquina de mi casa hay un altar de la Santa Muerte… lo puso un vecino que es contacto de los Guerreros Unidos… nadie se mete con él, es un tipo muy violento, pero también ha ayudado mucho a sus cercanos. Dicen que le pagó la atención médica a la hija de uno de sus amigos, creo que tenía una enfermedad muy grave, la verdad no recuerdo cuál… pero la llevaron a una clínica privada de muy alto nivel y parece que la niña está mucho mejor… muy frecuentemente hace misas en su altar para que le dé protección y le vaya bien es sus negocios…. (PF1UPr., 24 años, comunicación personal)
En afinidad con la narración anterior, recobramos las opiniones de López y Figueroa:
Desde la ética, los referentes morales tradicionales han sido trastocados. En el imaginario social, nutrido de representaciones, ideales, creencias, modelos, el narco puede presentarse ya sea como una persona prepotente y arbitraria, que es capaz de todo; así como alguien bueno, fiel, que sirve y ayuda a su comunidad, que es generoso y espléndido. La ambigüedad entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, entre lo legal y lo ilegal, lo legítimo y lo ilegítimo nos obliga a pensar, en otros términos: no todo vale, aunque parezca que sí. (2013, p. 173)
La reconfiguración de la figura de las personas vinculadas al narcotráfico es resultado de diversos procesos socioculturales que han volatilizado las fronteras entre los supuestos-opuestos del ser narcotraficante. La lealtad, el reconocimiento fundamentado en la sumisión, el sentido de pertenencia al sujeto protector-dador de solidaridad, aunque sea efímera y condicionada, es una circunstancia que se ha generalizado en la diversidad del entramado social.
Desacralización del cuerpo
En la cotidianeidad de la narcoviolencia, la desacralización del cuerpo, la desestructuración de los límites entre la vida y la muerte, y la cosificación del cuerpo-desecho, carente de todo sentido de adherencia a la preservación de la existencia, son representaciones omnipresentes:
A mi primo los narcos lo mataron como un perro… lo torturaron, le quitaron las uñas de las manos y luego le quemaron la espalda con colillas de cigarro. Su cuerpo en pedazos lo dejaron en una bolsa de plástico tirada en la calle. A pesar de todo, de lo que era, de cómo quería vivir, no merecía esto…su cuerpo era como un rompecabezas imposible de armar…. (PM13UPb., 24 años, comunicación personal)
En una obra esencial para comprender los procesos de desacralización del cuerpo, en el término los cuerpos sicariados (Peña, 2015), la autora enuncia que la violencia, ligada en específico al narcotráfico,
expresa su naturaleza territorial; necesita espacios simbólicos, físicos, corporales que demarcar, rasgar, fracturar. Esta configuración socioespacial y corporal, no puede sino ser entendida en relación con la materialidad del poder ejercido sobre el cuerpo (Foucault; 1980). Y es precisamente, en la figura del sicario en donde esta materialidad da forma a subjetividades que devienen en sujeción (Butler 2010), en un espacio cercado por lo que podríamos definir como “micropolíticas de la violencia”. (p. 1)
El narco-sicario ejecuta su accionar en el cuerpo sicariado, fragmentado, escindido de su integridad corpórea. Paradójicamente, es cuando el cuerpo toma visibilidad social, expresión contundente de una realidad corporal donde “no hay totalidad del cuerpo, no hay unidad sintética. Hay piezas, zonas, fragmentos” (Nancy, 2007, p. 27).
Desterritorialización y ruptura del sentido comunitario
En el marco de esta representación, algunas de las peculiaridades presentes en la narrativa del entrevistado se instauran en dar notoriedad a la generación de miedo, a la constante conciencia de riesgo, al nulo o precario soporte comunitario ante la pérdida, a las implicaciones de ser víctima y victimizador amenazante de la “estabilidad” vecinal:
Ahora mi familia vive con miedo todo el tiempo… mi tía tuvo que irse a vivir a otro lugar ya que recibió amenazas de muerte por mensajes de texto, le decían que si no quería acabar como su hijo mejor que no la hiciera de pedo y que se fuera a la chingada de ahí… también los vecinos ya no la veían con los mismos ojos, la evitaban, le decían que se fuera porque la seguridad de la comunidad estaba en riesgo. (PM13UPb., 24 años, comunicación personal)
De este modo, se rompe con la cohesión espaciotemporal de las víctimas de la narcoviolencia, es la máxima expresión de pérdida de vecindad, de autonomía, de solidaridad y accesibilidad a los territorios físico-simbólicos individuales y comunitarios:
Al hablar de desterritorialización, se hace referencia a una fragilidad en el vínculo con el espacio concreto sobre la superficie terrestre, a la pérdida de control, a la precarización en las posibilidades de un grupo social para apropiarse del territorio, a la pérdida de su patrimonio, de sus espacios públicos, de sus posibilidades de interacción social. No es el espacio físico lo que desaparece, sino que se debilita la comunidad en términos espaciales. En este sentido, se alude a una desterritorialización simbólica, a la expulsión, a la falta de identificación y de apego que puede surgir del sentimiento de no pertenecer a un territorio, de haber sido excluido, de no tener acceso. (López y Figueroa, 2013, p. 176)
Género y vulnerabilidad
Respecto a la correlación entre ser mujer y la mayor proclividad a ser víctima de la narcoviolencia, las representaciones sugieren una relación inherente. La referencia a noticias o información que tratan el fenómeno de la narcoviolencia vinculado a delitos como el secuestro de mujeres para ser prostituidas son indiscutibles:
Como mujer creo que estamos más vulnerables a lo que se refiere al narcotráfico. Se habla mucho de las desapariciones de muchas chavas que son secuestradas por los narcos para venderlas como prostitutas o para que sean sus esclavas sexuales. Hace poco leí una noticia en el periódico donde una chica que escapó de los zetas narraba su experiencia de vida, de cómo fue sometida a toda clase de maltratos físicos y psicológicos, de cómo la violaban varias veces al día, de cómo la quemaban con cigarros, de cómo tenía que trabajar sexualmente y coger hasta con veinte hombres al día… yo no podría vivir así, preferiría morir a sufrir todos esos maltratos… yo creo que buscaría la forma de suicidarme. (PF3UPb., 22 años comunicación personal)
En el reportaje “Narcoviolencia y feminicidios, parte del inframundo mexiquense” (Dávila, 2017), se expone la innegable correspondencia entre la violencia ejercida por los diversos cárteles del narcotráfico y el incremento exponencial de las víctimas mujeres, sometidas tanto a la trata de personas, así como al feminicidio:
En las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP) no se lleva el registro de dos delitos de suma gravedad: la trata de personas y el feminicidio, que tristemente encabeza también el Estado de México. A causa de la fuerte presión social, el Estado de México fue la primera entidad donde se declaró la alerta de género a causa de la violencia asesina contra las mujeres. Los casos de feminicidio se concentraron casi en los mismos municipios que la actividad de los cárteles del narco: Ecatepec, Nezahualcóyotl, Tlalnepantla, Toluca, Chimalhuacán, Naucalpan y Cuautitlán Izcalli, que también aparecen en los primeros lugares en denuncias por violación sexual, pues acumulan 62.6 % de las 4 mil 773 registradas durante año y medio en la entidad.
Pérdida de los espacios públicos de interacción social
Aunado al fenómeno de desterritorialización y fractura del entramado comunitario, se suma el concerniente al despojo de los espacios públicos de interacción social (calles, parques, quioscos, plazas públicas, polideportivos, etc.) que agudizan el sentido de expropiación espaciotemporal de lo que antes era parte sustancial de la gente de Nezahualcóyotl. Además, se conjuga con factores de inseguridad y de insuficiencia de confianza hacia las autoridades “procuradoras” de justicia:
Antes podíamos reunirnos en el parque de la colonia, en la plaza donde está el quiosco, ahora ya no… los narcos nos han quitado la tranquilidad, ya no sabes si vas a regresar a casa o no, si te van a matar en cualquier momento o a secuestrar o una bala perdida. Y de los tiras que le digo… protegen a los traficantes o son ellos mismos los que controlan el bisne (sic.). Pero qué le vamos a hacer… así nos tocó vivir y no podemos hacer mucho mientras no podamos confiar en nuestras autoridades que son las que supuestamente nos tienen que dar seguridad, ¿o no? (PM15UPb., 20 años, comunicación personal)
Para profundizar en la narrativa previa, se expone lo subsecuente:
Entre los vivos, existen, además, otras formas de perder el territorio, que son típicas de las guerras, de los abusos de poder y las persecuciones. Son expulsiones que adquieren la forma del exilio, el destierro, el desarraigo, la exclusión. Una diversidad de situaciones se puede nombrar desterritorialización; éstas surgen como respuesta ante la crisis, la marginación, la pobreza, la falta de empleos y oportunidades. Ante la violencia y el narcotráfico, cuando la inseguridad es muy fuerte y alcanza los lugares más íntimos, irrumpe en las prácticas sociales más cotidianas; cuando la gente pierde la posibilidad de utilizar el espacio público y de hacer suyas las plazas, las calles, la ciudad en general, entonces los vivos también pueden sentirse fuera de lugar. (López y Figueroa, 2013, p. 178)
Resultado del análisis con el software NVivo 11
Al término de las entrevistas, a manera de cierre, se le pidió a cada uno de los participantes que enunciara, en una palabra, sentimientos o emociones vinculados a la narcoviolencia. Además, se les solicitó que expresaran cuál podría ser un apoyo importante para hacer frente a la narcoviolencia. A continuación, de forma gráfica, se exponen en el orden respectivo los resultados alcanzados (ver Fig. 1).
Nota. Nube de datos, conteo y porcentaje ponderado de palabras que hacen referencia a sentimientos o emociones vinculadas a la narcoviolencia. Elaboración propia, software N-vivo 11.
Como puede observarse, la palabra miedo es la que presenta mayor conteo y porcentaje ponderado. Así mismo, todas las palabras, a excepción de la palabra incertidumbre, enfatizan sentimientos o emociones determinantes de condiciones desfavorables para la reproducción de factores psicosociales de protección y de salutogénesis (Antonovsky, 1988; Lindström y Eriksson, 2011) y activos para la salud.
Respecto al cuadro precedente (ver Fig. 2), la palabra comunidad se enarbola con el mayor conteo y porcentaje ponderado. De igual forma, el resto de las palabras se vinculan con aspectos posibilitadores de cohesión social (Durkheim, 2007).
Discusión
En el contexto del municipio de Nezahualcóyotl, Estado de México, la narcoviolencia y sus representaciones tienen ciertas peculiaridades que se vislumbran cada vez más omnipresentes en los jóvenes entrevistados; en gran parte de su discurso, ya no se perciben como seres posibilitados para la construcción y ejercicio de un proyecto de vida distante de la narcoviolencia; los procesos de supervivencia y de asimilación de la narcoviolencia se han mimetizado a un conjunto de prácticas y saberes cotidianos, como mirar en los mass media, en las redes sociales, en las calles del barrio, en la puerta de su casa, los cuerpos sin vida de amigos, conocidos y desconocidos, acribillados, mutilados, torturados, decapitados.
También, existe un inquietante sentido vital de fragmentación individual y colectiva de la integridad ética y moral, a partir de la normopatologización y desterritorialización generada por la narcoviolencia. La narcoviolencia se instaura en el territorio y señala fronteras físicas y simbólicas, reconfigura las relaciones espaciotemporales de poder, genera nuevas prácticas socioculturales, comportamientos y expresiones del miedo, de la ambición, de la no-pertenencia y la supervivencia en condiciones muy desfavorables e inclusive irreversibles.
Para fortalecer la comprensión de la elocución anterior, proponemos el siguiente argumento:
Para el caso de la violencia en México, la desterritorialización se puede entender principalmente de dos maneras. La primera se relaciona con la expulsión y el destierro, como el que sufrieron los habitantes de Juárez y Mier; está vinculada estrechamente con los migrantes, los que se van y los que llegan. La segunda manera es de los que a partir de la criminalidad pierden su territorio, los que ya no pueden apropiarse de un espacio que les han quitado, los que no tienen control sobre su entorno. Se trata de una dinámica de poder que es, en ciertas ocasiones, físicamente concreta y, en otras, simbólica. (López y Figueroa, 2013, p. 177)
Es decir, la narcoviolencia transmuta los referentes simbólicos (y, por lo tanto, culturales) de los involucrados; pero también afecta a aquellos que no están vinculados directamente a ella, la población que es víctima potencial, entre la que surgen aquellos que asumen el compromiso social de la denuncia.
No obstante, a pesar del miedo, de la desesperanza, angustia, la permanente percepción de peligro, desamparo, humillación, despojo espacial y territorial, aún se perciben algunos elementos de cohesión social que pueden reconfigurar el escenario tan adverso en el que se vive día a día. El sentido de comunidad y la familia se posicionan como factores posibilitadores de afrontamiento relevantes, ya que son vividos como territorios inmateriales de reapropiación y de contención de los éxodos/pérdidas tanto simbólicos como concretos. Al respecto, Guattari y Rolnik argumentan lo siguiente:
El territorio puede ser relativo a un espacio vivido, así como a un sistema percibido en cuyo seno un sujeto se siente “en su casa”. El territorio es sinónimo de apropiación, de subjetivación encerrada en sí misma. El territorio puede desterritorializarse, esto es, abrirse y emprender líneas de fuga e incluso desmoronarse y destruirse. La desterritorialización consistirá en un intento de recomposición de un territorio empeñado en un proceso de reterritorialización. (2005, pp. 372-373)
Estimamos importante ahondar en futuras investigaciones en el estudio de los procesos de desterritorialización-reterritorialización ya que, a nuestra consideración, podrían dar luz hacia la reconstrucción de andamiajes colectivos de producción de espacios redignificadores y de recomposición social que, en la particularidad del municipio de Nezahualcóyotl, fueron dispositivos de concreción comunitaria que caracterizaron su fundación y desarrollo a inicios de los años sesenta del siglo pasado y que en la actualidad resultan una limitante para afrontar la dimensión del problema.
Sin duda, las diversas narrativas analizadas a la luz de la teoría de las representaciones sociales no han permitido comprender la gran diversidad de acontecimientos de la vida cotidiana, las peculiaridades del contexto vital de los jóvenes entrevistados, el vasto conjunto de informaciones que en el espacio social se divulgan en torno a la narcoviolencia, ni la forma en que los individuos lo asimilan, lo resisten e intervienen en su contexto social.
Como conocimiento instintivo, experiencial y abierto, denominado coloquialmente como sentido común, los aprendizajes son inmensos pero insuficientes. La dimensión del terror que implica la narcoviolencia entraña robustecer los esfuerzos para comprender y, en la praxis, combatir y mitigar el dolor social de su accionar en uno de los colectivos más vulnerabilizados a lo largo del tiempo y espacio social mexiquense y, en general, de todo el territorio mexicano. Esa es la gran deuda e intención.