Para situarnos en el contexto provocador de este libro, pensemos en un Japón con fiebre moderna. La década de 1860 significó un espacio de replanteamiento nacional dentro de los cánones políticos de la época. Tras un proceso traumático denominado “La Restauración Meiji” que volvió a colocar al emperador japonés como figura central de la identidad japonesa, surgió la pregunta fundamental: ¿qué es ser japonés? Y al calor de la época de grandes imperialismos europeos, dos cosas estaban claras: primero que los japoneses no eran súbditos de ninguna potencia extranjera, pues al mirar a sus vecinos determinaron que tampoco eran una dinastía Qing sometida en el opio y el oprobio de los europeos, tampoco una India quebrada y servil a Inglaterra o una “Conchinchina” inventada y forzada por los franceses. En segundo lugar, y en una febril necesidad política de entronar al Tenno (emperador) como ser singular y divino, se buscó por todas las maneras de diferenciar, de “separar a Japón de Asia” como diría (supuestamente) Fukusawa Yukichi. Por lo que la sociedad japonesa comenzó a buscar entonces hipótesis que respondieran a tal predicamento, y una de las más políticamente cargadas es: somos un pueblo de origen semítico.
Este nuevo libro, es un texto referencial que surge de la investigación profunda en la Ca’ Foscari University de Venecia en 2023, encuentra su forma de texto completo y publicación en 2024 en cinco capítulos. La investigadora Silvia Pin sigue una línea de pensamiento comúnmente ignorada por los estudios japoneses en el mundo. El título es inocuo en su primera parte, fácil de entender: “Judíos en Japón: Presencia y percepción”. Es el subtítulo el que hace que el lector se encuentre con un texto de contextos, tiempos y conflictos muy contemporáneos: “antisemitismo, filosemitismo y relaciones internacionales”.
¿Cómo da la autora entonces con esta manifestación tan aparentemente disonante? Una nación asiática que se caracteriza por sus valores ambivalentes de antisemitismo y filosemitismo. Que se refieren, como el lector seguramente sabrá, a la adversión y repudio o la atracción y admiración del pueblo judío. El término “semita” en realidad engloba a muchos pueblos, no únicamente a quienes habitaron hasta ser desplazados la zona de Judea y consideran ser, según su religión, “el pueblo elegido de Dios”. Pero, el uso mediático después de la Segunda Guerra Mundial y el holocausto a cargo de los nazis, han puesto en la lupa a los judíos dentro del concepto de anti o filo semitismo.
Muy a su favor, la autora recurre a los pioneros del tema, el prof. David G. Goodman y el prof. Masanori Miyazawa con el texto Los judíos en la mente japonesa. La historia y usos de un estereotipo cultural, de 1995 y expandido en el año 2000. Así como el trabajo seminal de Ben-Ami Shillony y Meron Medzini con el texto Los judíos y los japoneses: Los forasteros exitosos. Ambos textos sembrarán el campo donde Silvia Pin recogerá los frutos y ampliará los contenidos con los diferentes fenómenos de las relaciones internacionales entre ambas naciones, trayendo el tema a la óptica global en 2024.
El lector notará en el texto de Pin, que el uso de la palabra “Nación” no es casualidad, pues queda asentado en la obra que la observación de ambos entes políticos surge de la comprensión de la lógica del etno-Estado. Israel equiparado a la fe y pueblos judíos, y japoneses equiparados a algo más borroso y difuso entre tradiciones espirituales y actitudes hacia la ética del trabajo y sacrificio que los antropólogos llaman “Nihonjin-ron” y se podría traducir como “la japonisidad”, a falta de un término más académico en español. El lector podría considerar que dada la reciente introducción de la entidad política “Estado de Israel” a la región Palestina durante los años posteriores al imperialismo británico con los movimientos sionistas, así como la conformación del Estado japonés moderno apenas al final del siglo XIX con la Restauración Meiji, la vinculación de Japón a Occidente vía el semitismo es exclusivamente atada a la modernidad. Esto, según el imaginario japonés, es un error.
Según nos recuenta la autora, en un país donde actualmente radican apenas unos miles de judíos, y donde la mayoría de ellos son residentes temporales, se concentran en ciudades como Kobe, Tokio, Kyoto y Takayama, los imaginarios de la presencia de la cultura judaica son previamente observables. Aunque la historia moderna de la presencia extranjera y judía comenzó en la relación moderna a finales del siglo XIX con la apertura forzada de la bahía de Tokio tras las agresiones del comodoro Perry de Estados Unidos. Mercaderes judíos aprovecharon las condiciones de los tratados desiguales que tuvo que firmar el Gobierno japonés con las naciones imperiales de la época, Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, Francia y los Países Bajos. Estos tratados representaban una humillación para el pueblo japonés, que era consciente del trato abusivo heredado de las guerras del opio en China décadas antes.
Los registros que nos comparte la autora muestran la participación de comerciantes de opio judíos en el puerto de Yokohama, así como los fundadores de la compañía petrolera Shell, empresa con contacto directo con el Gobierno japonés y que facilitó el desarrollo de las industrias en Japón en este periodo que se caracteriza precisamente por una rápida industrialización, que eventualmente funcionaría como espacio de desarrollo para la maquinaria de guerra. Otras empresas de origen judío en Yokohama lograron establecerse y generar proyectos de alto impacto comercial con diferentes productos, así como espacios sociales como tabernas y hospedaje para marineros, también periodismo a través de modestas publicaciones como el Japan Express, que se imprimió únicamente en el año 1862.
Con una documentación de primera calidad, la autora nos relata en los primeros capítulos la relación histórica entre estas identidades nacionales, dejando la antesala para los conflictos de la primera mitad del siglo XX. Destaca entonces la pregunta sobre la relación del Imperio japonés de Meiji (1868-1912), Taisho (1912-26) y Showa (1926-1989) con los extranjeros occidentales que radicaban ya no únicamente en la isla de Dejima en Nagasaki, como lo hicieron casi exclusivamente los holandeses por cientos de años, sino también su expansión a Yokohama y Kobe. Siendo un espacio de tensión política pero también de grandes acuerdos comerciales y beneficios para el Estado japonés.
Destaca que en el momento cuando la autora hace mención de la renegociación de los tratados desiguales, omite el cómo se logra que estos tratados sean renegociados y esto se debe a la participación del Gobierno de México y sus diplomáticos Matías Romero y Mauricio Wollheim con Ignacio Mariscal, secretario de Relaciones Exteriores de Porfirio Diaz, artífices junto con los diplomáticos japoneses Takeaki Enomoto y Munemitsu Mutsu. Se logró en 1888 la firma del Tratado de Amistad, Navegación y Comercio entre México y Japón, primero en términos de igualdad y permitiendo sólo entonces a Japón renegociar los acuerdos desiguales con las potencias europeas y norteamericanas.
Durante la instalación y operación de los negocios judíos en Japón, sus mitologías y tradiciones comenzaron a ser atendidas por los japoneses. Una de las más populares tendría que ver con la leyenda de las Diez Tribus Perdidas de Israel, que establece que tras la invasión de los asirios en 722 de nuestra era, se suscitó una diáspora judía por todo el mundo. Esta narrativa llevó a investigadores, viajeros, exploradores y conquistadores a observar cada población o asentamiento humano nuevo, como una posible tribu perdida de Israel. El caso japonés no sería la excepción cuando en 1879 el presbítero Norman McLeod publicara en Nagasaki El epítome de la historia antigua de Japón. Japón y las tribus de Israel, donde Silvia Pin señala cómo se narra la historia de Japón como si fuese ésta una tribu perdida.
La narrativa da espacio a un muy prolífico lenguaje racista de la época, la autora muy claramente señala cómo ésta se utiliza entonces para separar a los japoneses de otros “asiáticos” menos desarrollados a los ojos de las potencias imperiales de la época. Definitivamente, esto no pasó desapercibido por los japoneses que comenzaban a desarrollar una academia más al estilo europeo dentro del territorio japonés, y no desperdiciaron la oportunidad de empujar investigación y publicaciones sobre la diferencia entre los japoneses y los otros pueblos en Asia desde la óptica de la civilización cristiana. No sorpresivamente, el discurso étnico-nacionalista comenzó a girar hacia la “pureza” de la herencia japonesa sobre el cristianismo y el judaísmo, sin la mediación histórica europea. Esto es, los japoneses que creían en esta teoría consideraban que su cercanía a “Yahvé” era más pura, al no haber tenido influencias cristianas ni católica europeas.
Este pensamiento primero, justificaría el sentimiento anti-asiático de los japoneses de los siglos XIX y XX al lograr consolidar una base intelectual de la otredad. En segundo lugar, crearía movimientos hacia dentro de Japón que lo colocarían como una especie de “pueblo elegido”, un salvador divino de la opresión de los ahora recuperados hermanos judíos en Europa… eventualmente empujando propuestas sobre el rol de Japón para el establecimiento del “Estado de Israel” en los territorios palestinos. Esta ideología fue perseguida por el Gobierno japonés y nunca perteneció al discurso amplio de Japón; sin embargo, la autora recuerda que estos planteamientos no sólo sobrevivieron, sino que al día de hoy siguen siendo vigentes para muchos japoneses que consideran que su rol en el mundo es una mixtura entre un orden divino que les asigna una misión de desarrollo, y una justificación de las violencias que se cometen contra quienes consideran inferiores.
Durante la lectura capitular del trabajo aquí analizado, la autora sostiene momentos de antisemitismo y filosemitismo desde la óptica y política japonesa de manera alternada. Contrastando eventos históricos y contemporáneos. Partiendo por supuesto desde la lógica del etno-Estado, que en el estudio de las relaciones internacionales y la ciencia política encontrará oposición sistemática. El Estado japonés contemporáneo rechazará en su conformación política a la identidad religiosa y filosófica (shinto, budismo, etc.), mientras que la organización política de Israel se ha formado en antítesis a la japonesa, identificándose primariamente con la religión judaica y su entendimiento como “pueblo elegido por Dios” a costa de la integridad, dignidad y respeto al derecho internacional.
La interacción entonces entre ambos actores en la esfera de las relaciones internacionales, buscará un punto de partida y encontrará la lógica del “desarrollo” a través de la percibida genialidad entre ambas naciones, elemento clave de las discusiones. Lisonjas, pero un terreno digamos más neutral que una unción divina (japonesa o israelita). Las discusiones entre ambos actores para su cooperación internacional serán en orden de la transferencia de tecnología, think tanks y participación de mercados financieros en lo político. Sin embargo, desde lo social existirá un remanente importante de la observación del “éxito de Israel” a través de la conquista financiera del mundo, de la dominación de Estados Unidos como principal aliado y el desplazamiento de Japón como socio principal. Los textos calificados como “teorías de la conspiración” por la autora, comienzan a ser observados como posibles fuentes de observación crítica ante el actual panorama del conflicto genocida israelita en Palestina reforzado desde 2023.
Pin no pierde el punto cuando señala que diferentes organizaciones desde Japón, en un contexto de reinterpretación religiosa y espiritual, acusaban a los judíos como conspiradores y potenciales causantes del fin de los tiempos como agentes escatológicos, mientras que en las esferas políticas y económicas se acusaba y promovían boycotts para terminar eventualmente en la cooperación económica. De manera interesante, la autora considera que la relación entre Israel y Japón posmodernos se traducía en dos conceptos: la neutralidad y la ambigüedad. Durante la revisión de la relación durante el periodo de la Guerra Fría, esto puede ser observado con facilidad ya que Japón mantuvo lazos tensos y en continuo silencio por su asociación con países árabes que presentaban franca oposición al sionismo y la conformación de la entidad israelita en la región. Los japoneses entonces preferirán su relación con el mundo árabe, a la relación con los israelíes.
Sin embargo, las posturas oficiales japonesas enfrentaban una iniciativa privada que se beneficiaba directamente de la relación comercial con Israel, por lo que existen efectivamente espacios de comercio, cooperación y vinculación en términos de una dualidad de la diplomacia japonesa hacia Israel. Al concluir la Guerra Fría, el acercamiento entre ambas naciones comenzó a estrecharse y a generar lazos más claros dentro de un enfoque neoliberal. La autora recuerda que durante los 70 años de la relación, podemos hablar de 50 de ellos con factores graves de impedimento de relaciones adecuadas, específicamente en el campo económico.
En el último capítulo se discute el impacto del diplomático Chiune Sugihara y su equiparación con el “Schindler japonés”, que desde Lituania otorgó visas a miles de judíos perseguidos por el régimen nazi. Esta recuperación de la narrativa del holocausto judío es especialmente efectiva por su enfoque humanitario y por la preservación de la vida. Sin embargo, será también puesto en la balanza cuando la detonación de la violencia el 7 de octubre de 2023 por el grupo terrorista Hamas desencadenó una respuesta desmesurada y al momento de la redacción de este texto, acusada de genocida por instituciones internacionales de justicia como la Corte Penal Internacional y la Corte Internacional de Justicia.
¿Será que el planteamiento cíclico de antisemitismo-filosemitismo que recupera Pin, tiene especial relevancia para los estudios del Japón contemporáneo? El texto así parece sugerirlo y recomiendo ampliamente a los lectores la búsqueda de este texto para complementar el entendimiento del rol de Japón en la política global contemporánea, ya que su apuesta por el multilateralismo y el liderazgo regional en contra de Israel y su campaña genocida, hace eco en naciones tradicionalmente identificadas como ex colonias en América del Sur, en África y Asia. Una lectura que definitivamente causará impacto en los estudios de corte humanista y social japoneses e israelitas, transportándose desde los siglos XIX y XX hasta el XXI con una visión neutral sobre las dificultades y aprendizajes de la relación, así como los aspectos más benéficos para las relaciones internacionales globales.