Introducción
Japón ha cooperado con África desde los años 1960. El precario desarrollo de esta región y su importancia internacional estimularon el interés japonés. África se convirtió en un importante receptor de la cooperación japonesa, misma que creció y se diversificó paulatinamente. La asistencia oficial para el desarrollo (AOD) como una de las modalidades de la cooperación internacional para el desarrollo (CID) en África es notable por la naturaleza de los vínculos establecidos, fortalecida por la creación de organismos que canalizan recursos y por las ramificaciones diplomáticas y discursivas que han emergido de esta relación.
Como resultado del esfuerzo compartido nació un foro de diálogo sobre la eficiencia de la AOD, la inversión japonesa y el desarrollo de la región: la Conferencia Internacional de Tokio sobre el Desarrollo Africano (TICAD, por sus siglas en inglés). En el marco de la TICAD, la AOD japonesa asume dos patrones, uno orientado a apoyar obras de infraestructura en países estratégicos a los que posteriormente dirigirá inversión privada; y el otro, enfocado en la asistencia humanitaria en África subsahariana. Hoy, Japón trabaja bajo el esquema de “cooperación integral para el desarrollo”, vinculando la AOD, la inversión y la asistencia humanitaria.
Con este telón de fondo, el presente trabajo se desarrolla bajo la premisa de que la AOD japonesa ha sido un factor relevante para el logro de los objetivos de desarrollo en África, sus montos han sido constantes y en incremento, ha sumado tanto institucionalmente como en la práctica al desarrollo del continente. Sin embargo, los efectos negativos también han estado presentes y se dejan ver los intereses económico-comerciales y políticos de Japón.
Este análisis se desarrolla bajo una óptica crítica haciendo una revisión de la evolución de la práctica de cooperación japonesa en África y sus efectos, con dos ejemplos: el puente Internacional de Rusumo y el laboratorio para el combate de enfermedades infecciosas Noguchi, sobresalientes por su impacto positivo, pero también con efectos negativos colaterales.
El trabajo se divide en cuatro apartados. El primero se desarrolla bajo un enfoque crítico de la evolución de la cooperación japonesa en África, utilizando las propuestas de David Llistar; en el segundo se exponen los vínculos entre Japón y África en el marco de la CID, planteando la formación de TICAD y los intereses económico-comerciales. En tercer lugar, se revisan dos casos: 1) el puente internacional de Rusumo entre Ruanda y Tanzania, y 2) el laboratorio de enfermedades infecciosas Noguchi en Ghana, recuperando sus avances y vicisitudes. Finalmente, en el cuarto apartado se esbozan una serie de premisas a manera de conclusión.
Un enfoque crítico de la cooperación japonesa
Tanto cooperación como desarrollo evolucionan en relación con el contexto histórico. La CID, nacida bajo un ambiente de enfrentamiento ideológico, tiene sus antecedentes en los programas de recuperación posteriores a la Segunda Guerra Mundial y recrea sus principios en las diferencias ideológicas dicotómicas: Norte-Sur, Este-Oeste, desarrollo-subdesarrollo, primer mundo-tercer mundo, etc. El desarrollo, como un proceso que atiende a las capacidades y necesidades de cada nación, es visible en relación con los avances económicos. Así, la cooperación se vincula a las necesidades, capacidades y recursos de los países para lograr un desarrollo estable.
En este sentido, el desarrollo, medible con indicadores numéricos y estadísticas, da cuenta de la riqueza de un país en términos del ingreso per cápita, de su comercio, industria, subordinando a la CID a un marco interpretativo de indicadores económicos.
Terutomo Ozawa (1989) afirmó que Japón trabajó, inicialmente, bajo un esquema de reciclaje de sus excedentes financieros en los países en desarrollo, movilizando sus fondos bancarios para financiar proyectos en los países en vías de desarrollo de América Latina y África, aprovechando la desregulación e internacionalización que el sector bancario japonés vivió en los años 1980. De esta manera, la dicotomía desarrollo-subdesarrollo ha asumido a la cooperación como una fuente de recursos proveniente de los más ricos para alentar el desarrollo de los más pobres; los cuales a su vez comprometen mano de obra, recursos naturales y mercado para mantener el financiamiento externo para sus planes de desarrollo.
De manera que hoy la CID requiere de una resignificación que recupere el sentido del desarrollo, centrando su práctica en el fortalecimiento de programas que promuevan el mejoramiento de la calidad de vida de la sociedad de los países con mayores necesidades; haciendo que la corresponsabilidad en el desarrollo tenga una doble vía: por un lado, el buen uso y eficiencia de los recursos que debe ser asumida por el receptor que planea y ejecuta en el marco de un proyecto centrado en necesidades reales y sustentables de su sociedad, y por otro, un donador comprometido con los objetivos de desarrollo del receptor respetuoso de su autonomía.
Japón es un donador tradicional, su práctica ha sido analizada desde diversos enfoques, como instrumento de la política exterior, como herramienta de su seguridad económica, como una respuesta a las presiones externas para cumplir con sus compromisos con la estabilidad internacional. Japón inició su cooperación en el marco de los programas de pago de reparaciones por los daños causados durante la Segunda Guerra Mundial; poco a poco la CID asumió un amplio esquema de cooperación económica que permitió incluir al sector privado en los programas de AOD. Debido a lo anterior, las aportaciones japonesas en materia de AOD fueron criticadas por la condicionalidad de sus créditos blandos en yenes atados a los intereses de las corporaciones japonesas, que se asumían como inversión disfrazada o créditos a las exportaciones (Halliday & McCormack, 1973).
De acuerdo con Yamamoto (1978), la cooperación japonesa se definió en el marco de un estrecho vínculo entre los sectores privado y público que sirvió de acicate al desarrollo japonés. La pobreza de los recursos naturales en Japón impulsó las relaciones estratégicas con países ricos en recursos, definiendo una diplomacia orientada a la promoción de las exportaciones y la seguridad económica.
Así, África siempre ha estado presente en los objetivos de la AOD japonesa. Watanabe (2008) explica cómo a partir de la cuarta cumbre de la TICAD celebrada en 2008, Japón estableció su compromiso con el desarrollo africano a partir de cuatro acciones básicas: a) énfasis en el crecimiento económico; b) trabajo colaborativo entre los sectores público y privado; c) fomento a una mayor intervención del gobierno receptor, y d) impulso a estrategias industriales con apoyo japonés. Estas acciones dan cuenta del viraje de los objetivos de cooperación japonesa en África.
Como Nikitina y Furuoka (2008) sostienen, Japón reforma sus principios y estrategias de cooperación para mantenerse como un donador comprometido en el régimen de la CID y así contribuir al desarrollo estable mundial. No obstante, como afirma Carol Lancaster (2006, pp. 133-136), Japón promueve a sus sectores y a su vez, sus estrategias de cooperación se orientan a apoyar los esfuerzos de los receptores bajo la premisa de que Japón satisface su interés, mientras el receptor se responsabiliza por su desarrollo. Entonces, pareciera lógico que si África es un continente con marcados índices de pobreza, particularmente si nos referimos a la región subsahariana, y los oferentes se comprometen con los proyectos de desarrollo de estas naciones, luego entonces se incentiva un desarrollo sostenido y el nivel de vida de las sociedades de estos países mejorará. Sin embargo, como afirmó Glennie (2008, p. 2) en su participación en el Movimiento Global para Terminar la Pobreza, pareciera que pedir más ayuda era la acción lógica para contribuir con el mejoramiento de las condiciones de vida en África; más ayuda equivaldría a más escuelas y hospitales; más ayuda igual a menos niños afectados por enfermedades prevenibles, etc., pero no, la AOD tiene muchos efectos colaterales que han postergado el desarrollo. Efectivamente, la cooperación de gobierno a gobierno siempre tendrá un importante papel en el desarrollo de los receptores; pero ello dependerá del contexto económico y político local que asegure el eficiente uso de los recursos externos. La conjunción de factores como gobiernos estables, con fuerte capital político y social, contribuirá al mejor aprovechamiento de los recursos externos.
En este orden de ideas, la propuesta analítica de Llistar (2009, 2015) sobre la necesidad de preguntarse cómo las interferencias externas impactan en el logro de los objetivos de la cooperación, ayuda a comprender cómo los oferentes, en este caso Japón, promueven sus intereses en los receptores. A menudo, dice Llistar (2015), los efectos causados por la cooperación son vistos como consecuencia de acciones locales, es decir, como resultado de la falta de planeación local desconectada de sus realidades. Sin embargo, también es cierto que los objetivos de los donadores interfieren en el desarrollo de los receptores; por lo tanto, habrá que revisar hasta qué grado los proyectos aprobados reorientan el desarrollo local, desatendiendo los efectos causados.
En este marco de referencia, la CID japonesa incentiva el desarrollo africano, crea infraestructura y atiende sectores prioritarios para mejorar las condiciones de vida de la población, pero las interferencias potenciadas por los intereses de su sector privado promueven efectos colaterales desvinculados de las capacidades y necesidades locales.
Considerando la propuesta de Llistar (2009, 2015) sobre las interferencias internacionales y sus efectos, tanto positivos como negativos en la cooperación, se asume que la CID japonesa interfiere en África a partir de dos objetivos, el primero vinculado a la riqueza natural de la región, especialmente de recursos vitales para el sector electrónico, y a su posición estratégica como mercado y eslabón de cadenas productivas en el mundo, y, el segundo, a su presencia y participación en los organismos internacionales.
La AOD marca una diferencia, fomentando el crecimiento económico y reduciendo la pobreza. Se coopera para mejorar la atención médica, se gasta en escuelas. Se construye infraestructura para ayudar a los sectores público y privado a hacer su trabajo de manera más eficiente. Grandes represas hidroeléctricas y oleoductos, básicos para el desarrollo a largo plazo de los países receptores, no necesariamente han fomentado una capacidad industrial, parecieran más intervenciones que promueven la mejora de las condiciones locales para hacer productivas sus inversiones y a menudo afectan otras áreas, comunidades o sectores que quedan desatendidos.
La cooperación japonesa en África
Los efectos de la pandemia por Sars-Cov2 muestran que países de África subsahariana, principalmente dependientes de la ayuda externa, no han logrado un crecimiento económico sostenido y las críticas condiciones del año 2020 han dejado de manifiesto su fragilidad. El Banco Mundial confirmó una crisis económica en África subsahariana con una disminución del crecimiento de -3.3%, empujando a la región a una recesión que hunde a 40 millones de personas en la pobreza extrema (Banco Mundial, 2020).
Japón ha mantenido su apoyo al continente. Desde que Japón tuvo sus primeros contactos con África en el siglo XIX, definió sus intereses; Sudáfrica representó un importante proveedor de materias primas y fue el centro de la estrategia japonesa de fortalecer su relación con los “blancos” africanos. Después de amplias negociaciones, en noviembre de 1930 Japón consiguió el trato de “blancos honorarios” en Sudáfrica, sin considerar que internacionalmente se les reconocía como la “raza amarilla”.
Etiopía también despertó el interés japonés; fue una de las naciones con las que primero estableció relaciones económicas y comerciales. El 15 de noviembre de 1930 el imperio japonés firmó un tratado de amistad y comercio con esta nación, y en enero de 1936 estableció una delegación en Addis Abeba. No obstante, la que parecía una dinámica relación diplomática, se colapsó de frente a los nexos de Japón con la Italia fascista y el expansionismo italiano en el continente africano (Morikawa, 1997, p. 47). En 1935 Italia invadió Etiopía y en 1936 se la anexó; los movimientos nacionalistas fueron apoyados por Gran Bretaña y Francia. Japón rechazó reconocer al Gobierno etíope en el exilio y en 1936 cerró su representación en Addis Abeba. El Gobierno etíope en el exilio le declaró la guerra en diciembre de 1942 y Sudáfrica lo hizo el 8 de diciembre de 1941, inmediatamente después del ataque a Pearl Harbor.
Con la firma del Tratado de Paz de San Francisco, Japón trabajó arduamente para recuperar sus relaciones. Sudáfrica fue una de las naciones con las que más rápido se restablecieron. En noviembre de 1952 Tokio abrió un consulado general en Pretoria y un consulado en Salisbury, Rodesia.3 A pesar de que el Partido Nacional tomó el poder en Sudáfrica e inició el sistema de apartheid como una política oficial, Japón no limitó sus relaciones y firmó acuerdos comerciales con la Federación de Rodesia y Nyasalandia (1953-1963) que se encontraban bajo el protectorado británico.
Los apoyos de Japón se dirigieron también a Nigeria, Kenia y Zimbabue. En la medida que el tiempo pasa, la cooperación se diversifica y se redistribuye. A principios de los años 1990, Zambia, Ghana, Costa de Marfil, Tanzania y Camerún recibieron créditos bilaterales; mientras que Tanzania, Etiopía, Mozambique, Zimbabue, Madagascar, Senegal, Nigeria, Zambia, Kenia y Costa de Marfil recibieron donaciones, y Kenia, Nigeria, Zimbabue y Costa de Marfil recibieron asistencia técnica (Morikawa, 1997, pp. 211-212). Estos países fueron prioridad en la reformada Carta de Cooperación de Japón de 1992 (Ministry of Foreign Affairs of Japan, 1992), que replanteó sus principios en el marco de la seguridad humana, dando a la AOD japonesa un rostro más humano en respuesta a las críticas por perseguir con la asistencia objetivos comerciales y ganancias para su sector privado.
En esa década Japón enfrentó una profunda crisis económica y trabajó para afianzar su presencia en el mundo y lograr una mejor posición en la comunidad internacional. En África el incremento de asistencia fue continuo, alcanzando más de 100% entre los años 1980 y 1995 (Figura 1).
Fuente: elaboración propia con datos del Ministry of Foreign Affairs of Japan (1996), Support for Africa: A Global Challenge. http://www.mofa.go.jp/policy/oda/summary/1996/c_14.html
La asistencia para el desarrollo de Japón a África se ha visto permeada por tres factores: a) las crecientes necesidades del desarrollo económico de Japón y sus limitados recursos naturales; b) los profundos problemas económicos y sociales que vive África subsahariana y el objetivo japonés de fortalecer su imagen internacional como un comprometido contribuyente a la estabilidad internacional, y c) las constantes demandas de los países africanos en los foros internacionales por un incremento en los montos de asistencia. Así, las contribuciones japonesas son acordes con el contexto histórico mundial, con sus necesidades y con compromisos nacionales e internacionales (véase Tabla 1).
Etapas de la cooperación japonesa en África | |
Desempeño, características e intereses | |
1973-1978 (crisis petrolera) |
Expansión estratégica de la AOD enfocada en países ricos en recursos naturales, particularmente con reservas petroleras. Se impulsan programas en Medio Oriente y se apoyan acciones de Naciones Unidas en África. |
1980-1990 (globalización de la AOD) |
Énfasis en el apoyo para la reestructuración de la deuda en países africanos estratégicos y asistencia a países con pobreza extrema, especialmente de África subsahariana. Japón es fuertemente criticado por su enfoque comercial de la AOD e inicia una revisión de su carta de AOD. |
1989, Japón es el donador núm. 1 en el mundo. Acciones de fin de siglo |
Participación de las fuerzas de autodefensa en misiones de cooperación. En 1992, Japón define su filosofía de asistencia dando a ésta un rostro más humano, enfocándose en programas sociales. 1993 creación de TICAD. |
El nuevo siglo XXI | Énfasis en cooperación multilateral y vinculación con el sector privado para compaginar inversión y AOD. En África se define el programa de cooperación integral para el desarrollo. |
Fuente: elaboración propia con información de Endo, M. (2013), From “Reactive” to “Principled”: Japan’s Foreign Policy Stance toward Africa. The Japan Institute of International Affairs. https://www2.jiia.or.jp/en/pdf/digital_library/japan_s_diplomacy/160330_Mitsugi_Endo.pdf
El fin de la Guerra Fría resignificó el concepto de cooperación a nivel internacional, mostrando la necesidad de establecer un compromiso mutuo sobre el desarrollo, apropiándose de los principios y responsabilidades. Aunque el concepto de Ownership ya había sido planteado en la primera cumbre de la TICAD en 1993, éste se reforzó enfatizando la importancia del diálogo entre el gobierno, el sector privado y la sociedad civil, necesarios para lograr resultados eficientes (Lehman, 2005).
Japón utilizó estratégicamente el concepto de apropiación para dirigir la atención hacia su política de ayuda basada en la solicitud. Dejó atrás la diplomacia de bolsillo, esperando que sean los propios países africanos quienes se responsabilicen de su desarrollo, presentando proyectos acordes con sus necesidades y capacidades; Kenia es uno de los países que se ha mantenido como un receptor importante (véase Tabla 2).
Principales receptores de asistencia japonesa para los años fiscales 2007 y 2019 | |||
Receptores |
Año fiscal 2007 Unidad: millones de yenes |
Receptores |
Año fiscal 2019 Unidad: millones de yenes |
Kenia | 2,395 | Kenia | 23,125 |
Tanzania | 2,136 | Mozambique | 14,626 |
Ghana | 2,015 | Ruanda | 9,054 |
Zambia | 1,986 | Tanzania | 6,839 |
Senegal | 1,361 | Etiopía | 6,228 |
Fuente: elaboración propia con datos de JICA (2020), Africa TICAD7 and Supporting “Japan’s Contributions for Africa”. https://www.JICA.go.jp/english/publications/reports/annual/2020/c8h0vm0000fc7q2b-att/2020_09.pdf y JICA (2008), Africa Annual Report 2008, pp. 52-56). https://www.JICA.go.jp/english/publications/reports/annual/2008/pdf/052-056.pdf
Kenia ha mantenido el primer lugar como receptor de cooperación bilateral japonesa, y ello atiende a lo estratégico de su ubicación. Mombasa, la segunda ciudad más poblada de Kenia, ubicada de frente al océano Índico con el puerto internacional más grande del este de África, es recipiente de AOD para importantes proyectos de infraestructura; por ejemplo, en 2013 se anunció el apoyo para el desarrollo del Corredor del Norte, mismo que se extiende de Mombasa a la ciudad de Nairobi; en 2017, la Agencia Japonesa de Cooperación Internacional (JICA, por sus siglas en inglés) proporcionó 28.5 mil millones de yenes en créditos especiales para apoyar la infraestructura del puerto, incluyendo carreteras y puentes. Para 2019 JICA firmó dos acuerdos de créditos por 85 mil millones de yenes para el proyecto de desarrollo de la Zona Económica Especial (I) y el proyecto de construcción del Gran Puente de Mombasa (I); ambos proyectos tienen como finalidad impulsar el desarrollo económico de Kenia y del este de África (JICA, 2020), dotando al país de infraestructura de calidad para potencializar las inversiones.
Kenia es el destino más atractivo para las empresas japonesas que buscan realizar nuevas inversiones en África. La encuesta realizada por la Organización de Comercio Exterior de Japón (JETRO, por sus siglas en inglés) sobre empresas afiliadas a Japón en África, encontró que más de un tercio (35.1%) de las empresas encuestadas mencionaron a Kenia como su destino de inversión futuro preferido en África por cuatro razones: 1) la expansión de la demanda de infraestructura; 2) el potencial de la energía geotérmica; 3) la creciente industria automotriz, y 4) la existencia de proyectos de asistencia oficial para el desarrollo (AOD) japoneses, entre otros puntos atractivos (Alushula, 2021).
No obstante la percepción que se tiene de Kenia, el Banco Mundial considera que si bien tiene el potencial para ser una historia de éxito, dada su creciente población joven, un sector privado dinámico, mano de obra calificada, infraestructura mejorada, una nueva Constitución y su papel fundamental en África oriental, los desafíos de hoy incluyen un enorme retroceso en 2020 y una contracción de su producto interno bruto (PIB) a 0.3% con un estancamiento en los sectores de manufactura y servicios como turismo y educación (World Bank, 2020). Lo anterior pone de manifiesto la fragilidad del desarrollo keniano, especialmente si se considera que en el primer trimestre de 2021, más de 7.8 millones de personas en Kenia vivían en la pobreza extrema, la mayoría en áreas rurales. Quienes viven con menos de 1.90 dólares estadounidenses al día en las regiones rurales suman unos 6.6 millones, mientras que 1.1 millones de personas en extrema pobreza vivían en las zonas urbanas. En general, aunque la incidencia de la pobreza disminuyó en los últimos años, ésta se mantiene a un ritmo menor en las zonas urbanas que en las rurales (Statista Demographics, 2021).
Aunque Japón coopera con África en el marco de una doble estrategia, una vinculada a la asistencia humanitaria y otra orientada a fortalecer la infraestructura industrial y de servicios en naciones africanas estratégicas, la ubicación de Kenia lo hace un país estratégico para fomentar la inversión. No obstante, de los 17 programas de cooperación listados en el JICA Country Analysis Paper for the Republic of Kenya de 2018, sólo cuatro están directamente orientados a atender acciones humanitarias; es el caso de Food and Nutrition Security Program y el Health Systems Strengthening Program (JICA, 2018). De manera que destaca su papel estratégico.
En términos generales, la cooperación japonesa en África ha sido estratégica, ha logrado vincular al sector privado japonés con el africano, manteniendo a su vez programas de asistencia en países menos desarrollados y en aquellos que le resulten estratégicos (véanse Tablas 3 y 4).
Inversión extranjera directa (IED) y asistencia oficial para el desarrollo (AOD) de Japón a África | ||
Periodo 1990-2019 (años seleccionados) | ||
(Millones de dólares) | ||
África total | ||
Año | IED2 | AOD1 |
1990 | 20 | 1,304.58 |
1992 | 4 | 1,057.68 |
1995 | 390.1 | 1,218.37 |
2000 | 54.7 | 1,097.88 |
2005 | 20.9 | 1,074.57 |
2010 | -313.5 | 1,543.58 |
2015 | 1481.2 | 1989.51 |
2019 | -1002.8 | 1572.5 |
Fuente: elaboración propia con datos de:
1OCDE (2021b), Flows by Provider and Recipient. Total official flows by country and region (ODA+OOF), OECD Stat. https://stats.OECD.org/
² OCDE (s.f.), FDI statistics according to Benchmark Definition. 3a edición (BMD3). FDI Flows by partner country. OECD Stat. https://stats.OECD.org/
³ OCDE (2021a, mayo 19), FDI statistics according to Benchmark Definition. 4a edición (BMD4). FDI financial flows: By partner country. OECD Stat. https://stats.OECD.org/
Principales países africanos receptores de IED y AOD japonesa Acumulado 1990-2019 (millones de dólares) | |||
País | IED | País | AOD |
Sudáfrica | 8,137.0 | Egipto | 9,865.4 |
Liberia | 1,130.1 | Nigeria | 4,947.3 |
Egipto | 673.7 | Argelia | 4,740.9 |
Mauricio | 352.6 | Marruecos | 4,436.5 |
Kenia | 143.3 | Tanzania | 4,413.9 |
Argelia | 116.3 | Kenia | 4,411.8 |
Ghana | 3,655.3 | ||
Mozambique | 3,477.0 | ||
Túnez | 2,554.5 | ||
Angola | 2,369.9 |
Fuente: elaboración propia. Las cifras representan la suma de las cantidades por año proporcionadas por la OCDE. En OCDE (2021b), Flows by Provider and Recipient. Total official flows by country and region (ODA+OOF), OECD Stat. https://stats.OECD.org/
En relación con la estrategia de vinculación con el sector privado, en 2005 lanzó la iniciativa de asistencia mejorada al sector privado para África (EPSA, por sus siglas en inglés) con un apoyo de mil millones de dólares, divididos en un préstamo bilateral para financiar las operaciones del Banco Africano de Desarrollo (AfDB, por sus siglas en inglés) por 500 millones de dólares y 500 millones para el Mecanismo de cofinanciamiento acelerado para África. Además, el Ministerio de Finanzas de Japón (MOF, por sus siglas en inglés) creó un nuevo fondo fiduciario denominado Fondo de Asistencia al Sector Privado para África por 20 millones de dólares con el objetivo de mejorar el entorno empresarial. La EPSA se amplió en 2014 con dos mil millones de dólares adicionales para el periodo 2012-2017 (JICA, 2017).
JICA impulsa la participación del sector privado en África aludiendo al papel fundamental que cumple en los proyectos desarrollados y sus esfuerzos se sustentan en los tres pilares de la Declaración de Nairobi que fueron adoptados en la TICAD vi: a) promover la transformación económica estructural a través de la diversificación económica y la industrialización; b) promover sistemas de salud resilientes para la calidad de vida, y c) promover la estabilidad social para la prosperidad compartida, incluso para los refugiados (Ministry of Foreign Affairs of Japan, 2016).
Además del interés económico y comercial, Japón persigue un objetivo político: desea ocupar un lugar en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas e impulsar una reforma que le brinde mayor influencia en dicho organismo. Los votos africanos podrían ayudar a Japón a alcanzar este objetivo. Asimismo, el apoyo africano también es esencial para consolidar la Estrategia del Indo-Pacífico Libre y Abierto (FOIP, por sus siglas en inglés) misma que, por su alcance, consolidaría la posición de liderazgo de Japón en la política global. Así, los objetivos japoneses orientan las estrategias locales de desarrollo, en el sentido de definir qué se apoya, en qué lugar y en qué modalidad.
Abrahamsen y Williams (2011), en su trabajo empírico sobre la privatización de la seguridad en los países en desarrollo recuperan evidencia de cómo los intereses ajenos, externos a las comunidades locales africanas impactan su desarrollo; plantean que la expansión de las empresas privadas multinacionales o trasnacionales favorece el desarrollo de ciertos sectores, barrios, urbes, incluso de megaciudades en donde acciones básicas para asegurar el suministro de servicios públicos a la población se hace de forma diferenciada. Ante la falta de recursos de los gobiernos locales para proveer a toda la población, los beneficios de la inversión se orientan a aquellas áreas que son convenientes o estratégicas para los intereses del capital extranjero, mismo que sigue los planes de ajuste estructural del modelo neoliberal de los años 1980 y 1990 que se afianzaron como precondición para la recepción continua de ayuda extranjera. El direccionamiento de la cooperación japonesa en Kenia es un ejemplo de ello.
Japón y la Conferencia Internacional de Tokio sobre Desarrollo Africano
Uno de los logros más importantes en la relación Japón-África fue la implementación de la TICAD. Los días 5 y 6 de octubre de 1993 marcaron un momento histórico en las relaciones entre Japón y África. Representantes de 48 naciones africanas se reunieron en Tokio para revisar temas como el desarrollo económico y la democratización de las naciones. No todas las naciones africanas estuvieron representadas. Libia, bajo el régimen de Muamar Gadafi, tuvo una postura de confrontación con Estados Unidos y Europa occidental, por lo que no estuvo presente, y Sudán, por su régimen islámico no fue invitado. Liberia y Somalia estaban inmersas en guerras civiles y no tenían forma de asistir o enviar representantes.
Los principales temas que se discutieron en la TICAD I fueron: la reforma económica y política; el análisis de la experiencia asiática y su impacto en el desarrollo africano; el fortalecimiento de las actividades del sector privado como medio de desarrollo económico; los desastres naturales y su impacto en el desarrollo; la cooperación regional y la integración; y la cooperación internacional. Pero la TICAD también tuvo un objetivo de trasfondo. Los medios de comunicación han retratado a África como un continente plagado de conflictos, corrupción y pobreza; la TICAD, convocada por Japón, contribuiría a cambiar la imagen estereotipada de África y, al mismo tiempo, legitimar las aportaciones japonesas a proyectos africanos sin que ello levantase críticas de la sociedad japonesa.
De esta primera Conferencia surgió la Declaración de Tokio sobre el desarrollo africano hacia el siglo XXI. Vale la pena preguntarse ¿qué beneficios reales obtuvieron las naciones africanas? Por lo que se aprecia en la Declaración de Tokio, los resultados fueron más bien simbólicos, la aceptación de proyectos para el desarrollo se sustentó en el principio de “autoayuda”, es decir, en la medida en que las naciones africanas lograran avanzar con sus propios esfuerzos, el apoyo externo llegaría; este principio no consideró las condiciones tan precarias en las que muchas naciones africanas viven. Pero, para Japón el simple hecho de coordinar la Conferencia fue una importante contribución al desarrollo de este continente y un adelanto en su afán de crear un clima favorable para su imagen internacional.
En octubre de 1998 Tokio fue el anfitrión de la segunda Conferencia, en la que el Gobierno japonés anunció una serie de iniciativas para África, comenzando por un paquete de asistencia por 776 millones de dólares para proyectos de salud y educación. El primer ministro, Keizo Obuchi hizo de la TICAD II una oportunidad para organizar encuentros personales con los líderes africanos. El primer ministro japonés cabildeó con sus invitados africanos sobre la necesidad de realizar una reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y pidió su apoyo para que Japón pudiera obtener un lugar permanente en el Consejo.
En enero de 2001, Yoshiro Mori fue el primer mandatario japonés que visitó África. Visita que puede ser entendida bajo tres ópticas: la continuación de la política hacia África en la pos-Guerra Fría; el estilo de liderazgo y prioridades del primer ministro Mori y la consideración de los intereses vitales de la nación (Adem, 2001). El primer ministro Mori realizó la visita a África después de que la Dieta aprobó un recorte a los fondos para la AOD. La visita a Sudáfrica, Kenia y Nigeria puso de relevancia lo estratégico de estas naciones, no se podía detener la asistencia enfocada en promover el desarrollo de infraestructura y recursos humanos necesarios para estimular la inversión japonesa en esos países.
En Kenia 2016, en el marco de la TICAD v se trabajó como tema central la ayuda al desarrollo con énfasis en la participación del sector privado. Aunque ya desde la Conferencia de 2008 (TICAD IV) el énfasis se ubicó en asuntos comerciales y se incentivó una mayor participación de empresas privadas en la Mesa Redonda Público-Privada de la TICAD, promoviendo mayor inversión privada. En este sentido, el primer ministro Shinzo Abe prometió 30 mil millones de dólares combinados de inversión pública y privada. El discurso del primer ministro Abe se caracterizó por su énfasis en la relevancia de las iniciativas de negocios y la participación de África en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Abe, en su discurso inaugural puso como ejemplo a la empresa AfricaScan, fundada en Nairobi por tres jóvenes emprendedores; destacó la importancia de estas iniciativas para la capacitación de recursos humanos, especialmente introduciendo el método “kaizen” (Abe, 2016). El aprendizaje de estos métodos servirá también para impulsar la formación de recursos humanos que atiendan los procesos de producción y administrativos de la empresa japonesa que invierta en África.
Tan relevante se ha vuelto el sector privado en los foros de cooperación con África, que en 2019 la TICAD VII reconoció por primera vez a las empresas privadas como socios oficiales. Los compromisos de aportaciones públicas prácticamente desaparecieron y se comprometieron 20 mil millones de dólares en inversión privada (Ministry of Foreign Affairs of Japan, 2019).
Durante la TICAD VII se adoptó la Declaración de Yokohama redactada por Japón y que incluye la iniciativa Indo-Pacífico Libre y Abierto. Dicha Iniciativa se ha convertido en un referente de un cambio de estrategia en la política exterior japonesa que busca impulsar el Estado de derecho y la eliminación de medidas coercitivas en Estados pequeños (Green, 2018). Ésta, si bien se centra en temas de inversión y desarrollo sustentable, incentivando así el apoyo de las naciones africanas que desean obtener recursos para su desarrollo, es un contrapeso a la iniciativa china de la Ruta de la Seda. ¿Será que Japón presiona a África para definir un rumbo o un bando?
El año 2020 ha sido crucial para África y ha evidenciado sus insuficientes recursos para enfrentar una crisis como la causada por el Sars-Cov2. El primer ministro, Yoshihide Suga declaró que en África estamos siendo testigos del resultado concreto de la cooperación a través del proceso de la TICAD en el desarrollo de recursos humanos, así como en la provisión y mantenimiento de instalaciones en el sector salud. Con el establecimiento del Instituto Conmemorativo Noguchi para la Investigación Médica en Ghana, mismo que actúa como eje de la respuesta del país a la pandemia, se procesan alrededor del 80% de las pruebas de pcr realizadas en el país (Suga, 2020).
Dos ejemplos de cooperación: el Puente Internacional de Rusumo y el laboratorio de enfermedades infecciosas Noguchi
a. El Puente Internacional de Rusumo
África tiene muchos países que no cuentan con salida al mar. Esto constituye, en la mayoría de los casos, un problema real a raíz de la falta de arterias viales que comuniquen estos países con el mar; o si las hay, los corredores centrales padecen en las fronteras entre los países una enorme congestión del tráfico que ocasiona lentos flujos comerciales transfronterizos, afectando las economías de los países y las operaciones cotidianas, como ocurría en la frontera entre Ruanda y Tanzania en África oriental.
Para subsanar este problema, JICA trabajó con los diversos órganos gubernamentales de Ruanda y Tanzania, así como con la comunidad de África del este para concretar la construcción de un gran proyecto: el nuevo Puente Internacional de Rusumo, dotado de instalaciones de aduana para facilitar el transporte fronterizo entre Ruanda y Tanzania hacia el océano Índico y al interior de África oriental. Se trata de un proyecto de alcance internacional con una aportación japonesa de 35.4 millones de dólares (Gobierno de Japón, 2016).
Los beneficios de dicho proyecto han sido considerables. Por una parte, permite el descongestionamiento de una de las vías más importantes para los países del interior de África oriental, así como la agilización del pase de aduanas con las instalaciones del puesto fronterizo de parada única, reduciendo el tiempo necesario para cruzar la frontera. También beneficia con ahorro en los costes de transporte de ida y vuelta entre el puerto de Dar es Salaam (Tanzania), el cuarto puerto más grande en el océano Índico y Kigali (capital de Ruanda). El proyecto mejora, no sólo la red logística del corredor central, sino que también promueve el flujo de mercancías y constituye una oportunidad para compartir experiencias entre ingenieros locales y japoneses.
Con ello, la TICAD cumple con su principio de “apropiación”, materializado en la transferencia de competencias que posteriormente se apliquen en el desarrollo local y regional, haciéndolo sostenible a largo plazo. Japón transmite a África la clave del éxito a través de una cooperación enfocada en la asistencia para el autodesarrollo y la colaboración basada en la experiencia japonesa (Nséké, 2018). El enfoque japonés de cooperación internacional para el desarrollo destaca, en este sentido, como propuesta diferenciada por centrarse en aspectos como la calidad, la integración y formación de capital humano y la apropiación local (Pajon, 2020).
Si bien es cierto que este proyecto ha sido un éxito en compartir experiencia en temas de construcción, ha logrado comunicar dos países y agilizar el tránsito, encontramos también efectos colaterales que afectan a comunidades aledañas al puente.
Aunque el tránsito se agiliza, la salida de productos desde Tanzania continuará utilizando la vía Ngoma-Kigali-Nyanza, una vía más económica, que no ha recibido mantenimiento adecuado y que se encuentra en pobres condiciones.
El proyecto alcanzará su objetivo de hacer más eficiente, en tiempo, el transporte de mercancías, pero los costos seguirán siendo altos en energía para la producción local, de manera que la productividad agrícola y las capacidades de comercialización se verán obstaculizados por las pobres condiciones de la carretera Ngoma-Nyanza; continuarán ocurriendo accidentes a lo largo del camino, que no ha sido renovado, con dificultades de acceso a los servicios sociales de las comunidades aisladas por el puente que los gobiernos locales no lograron reubicar y que como resultado, en el mediano plazo será de mayor precarización de la calidad de vida de las poblaciones afectadas por el avance industrial. El carácter, generalmente autoritario, de los gobiernos africanos hacia su propia población, genera, en estos casos, nuevas desigualdades y pobreza estructurales.
b. El laboratorio de investigación avanzada para enfermedades infecciosas Noguchi en Ghana
La cuestión de la seguridad sanitaria ha sido una gran preocupación en África, donde distintas enfermedades letales como el VIH-sida, enfermedades respiratorias (bronquitis y neumonía), malaria, tuberculosis, meningitis y fiebre amarilla, entre otras, han causado (y causan aún) la muerte de millones de personas al año. La falta de sistemas de salud dotados de infraestructura y tecnologías modernas necesarias limita, en muchos de los países, la capacidad para enfrentar las enfermedades infecciosas.
La debilidad de África en materia de seguridad sanitaria es una de las mayores áreas de oportunidad para la cooperación internacional. Es en esta lógica que se inscribe el proyecto del laboratorio de investigación para enfermedades infecciosas Noguchi apoyado a través de JICA.
El proyecto lo inició en Acra, Ghana en 1927 con el bacteriólogo japonés Hideyo Noguchi, pionero en estudiar la fiebre amarilla. En 1968, el Gobierno de Ghana decidió continuar con las investigaciones y honrar su memoria, solicitando asistencia a Japón para realizar investigaciones médicas sobre enfermedades infecciosas. El Gobierno de Japón apoyó con la construcción del Instituto Memorial Noguchi para la Investigación Médica (NMIMR, por sus siglas en inglés) en Acra, en 1979. Bautizado en honor al doctor Noguchi, hoy el laboratorio cuenta con más de 300 investigadores y trabajadores procedentes de Japón, Ghana, y de otros países.
El Gobierno japonés contribuye reforzando, a partir del NMIMR, la capacidad de África occidental para luchar contra las enfermedades infecciosas. En 1999, por ejemplo, el laboratorio Noguchi completó la construcción de una instalación que cumple con el estándar del nivel de bioseguridad 3 de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Posteriormente, en 2018 el laboratorio completó la construcción del Advanced Research Center for Diseases, destinado a monitorear agentes patógenos. Actualmente el laboratorio cuenta con nueve departamentos especializados en temas como malaria, bacterias acidorresistentes, VIH-sida, gripe, enfermedades tropicales desatendidas, vigilancia de enfermedades infecciosas, etcétera (Noguchi Memorial Institute for Medical Research [NMIMR], 2021).
JICA capacita recursos humanos en el marco del programa para especialistas en prevención y control de infecciones realizado por el Centro Nacional de Salud y Medicina Global de Tokio, permitiendo a investigadores del laboratorio Noguchi adquirir conocimientos y experiencias para implementar in situ pruebas pcr precisas, liderando el camino hacia la gestión eficaz de casos hospitalarios y la atención de apoyo a pacientes con infecciones por Covid-19 (NMIMR, 2021). Además, a través del Programa de Capacitación para Terceros Países (TCTP, por sus siglas en inglés) de JICA, el laboratorio Noguchi ha brindado orientación sobre pruebas de Covid-19 a nueve países de África occidental (NMIMR, 2021).
El proyecto constituye una gran oportunidad de transferencia de competencias que sirve para formar personal médico necesario de la subregión y el continente ante las contingencias sanitarias. Es un proyecto basado en la apropiación del conocimiento enfocado en el autodesarrollo y la colaboración basada en la experiencia japonesa (University of Ghana, 2019).
No obstante, desde una mirada crítica, la CID encierra siempre una ganancia relativa de las partes involucradas, sesgada a favor del oferente. A partir de estos ejemplos, los beneficios para el receptor son evidentes. Las aspiraciones políticas y económicas atravesadas por la gran competencia entre actores como China, India y el propio Japón por ampliar sus zonas de influencia económica, política e incluso diplomática en un continente rico en recursos naturales y materias primas están presentes, aunque no son materialmente tangibles (Ramdoo, 2019; Zamarriego, 2021).
El Centro Noguchi es una pieza esencial en la atención de la pandemia, pero también atiende una lógica geoestratégica, posicionando a Japón como un socio comprometido con los países africanos. Nséké (2018) afirma que este tipo de obras logra ubicar a Japón como un socio diferente, sumando aliados en su posicionamiento frente a China e India.
Además, África oriental es el foco de atención de una nueva geopolítica de hidrocarburos (Turco, 2014). Las reservas de gas natural y petróleo en varios países africanos como Tanzania, Uganda, Kenia, Sudán y Mozambique, convierten a esta zona en un eslabón importante en el aseguramiento de energéticos.
De modo tal que la construcción del Puente Internacional de Rusumo fortalece la presencia del Gobierno japonés en África oriental a través de sus empresas concesionarias en la explotación de hidrocarburos, especialmente en Nigeria,4 así como sus relaciones comerciales con los países de esta región, que ven a Japón más como un socio comercial que como un oferente apoyando el desarrollo local. Asimismo, el laboratorio Noguchi muestra el compromiso japonés en temas prioritarios de la agenda internacional y su activa presencia en África oriental responde precisamente a esta necesidad de reactivación económica que permite buscar nuevas bases de crecimiento a nivel internacional (Pajon, 2020). Fuera de estas motivaciones económicas, la presencia de Japón en África satisface también una exigencia geopolítica destinada a “contrarrestar”, por un lado, la influencia comercial cada vez más creciente de China en África, y por otro, ganar la confianza de los países africanos y conseguir el apoyo de estos para concretar su objetivo de reformar el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (Pajon, 2020; Perspective Monde, 2021).
Es innegable que ha habido un incremento de la inversión japonesa en África (796 empresas presentes en 2020 contra 520 en 2010; Pajon, 2020); no obstante, las empresas japonesas se han instalado mayoritariamente en países considerados como bastiones tradicionales (Sudáfrica, Kenia, Uganda, Mozambique y Tanzania, entre otros) no sólo por la seguridad y confianza que procuran en materia de inversión, sino también por la relativa estabilidad que ostentan. A este problema se suman otros factores que afectan la inversión japonesa en África, tales como: la incompatibilidad que existe, en algunos casos, entre las prioridades de los gobiernos locales y los intereses económicos de las empresas japonesas, y la falta de formación de los recursos humanos locales.
Asimismo, el activismo político de la diplomacia japonesa, sobre todo en los discursos de las dos últimas cumbres de la TICAD ha dado cuenta de la rivalidad tensa en África esencialmente sostenida por Japón hacia China. Una rivalidad en realidad asimétrica en la que Japón está trabajando para ganar aliados de frente al posicionamiento chino (Hirono, 2019).
Conclusiones
Para África, la CID es fundamental en su desarrollo, esperando que ésta tenga como efecto el descenso de la pobreza. Sin embargo, pese a que África sub-sahariana ha sido la mayor receptora de AOD, su desarrollo aún es limitado. Como afirma William Easterly (2007), ex economista del Banco Mundial, si países como Zambia hubiesen convertido en inversión al desarrollo toda la asistencia recibida desde 1960, este país tendría un PIB per cápita de aproximadamente 20,000 dólares estadounidenses en 1990; en cambio, el PIB per cápita de Zambia fue menor que en 1960, menos de 500 dólares.
Entre 1970 y 1998, cuando los flujos de ayuda a África tuvieron un incremento constante, África sumó aproximadamente 600 millones de pobres y, en este sentido, si bien es cierta la inestabilidad política africana, la inseguridad, la falta de recursos humanos formados, también lo es que los oferentes asumen que son ellos quienes saben lo que necesitan los países africanos. Los oferentes elijen qué proyectos apoyar bajo su propia óptica y modelo de asistencia. La cooperación japonesa hace hincapié en el apoyo al crecimiento económico, enfocándose en el desarrollo de infraestructura y la expansión del sector privado.
En África hay una creciente huella de la CID. La interferencia de los objetivos de los oferentes se refleja en el desarrollo local. Japón contribuye con la construcción de infraestructura, con la formación de recursos humanos, con la atención de áreas prioritarias como la salud. No obstante, hay un énfasis en el crecimiento económico y en el posicionamiento del sector privado en sectores sensibles para Japón, como el energético, y poca atención al desarrollo de las localidades que quedan fuera de su radar.
Los dos proyectos aquí revisados muestran el impacto positivo en el desarrollo en el marco de la estrategia win-win, pero también dejan descubiertos los efectos colaterales y los objetivos secundarios que conllevan, como el máximo aprovechamiento de los recursos naturales cuyos beneficios no llegan a las poblaciones locales, el énfasis en apoyar proyectos en zonas estratégicas para maximizar las inversiones del sector privado japonés, etcétera.
Además, la fórmula Gobierno-iniciativa privada suma intereses diferenciados en el marco de la CID. Mientras la lógica del capital es la ganancia, el Gobierno deberá buscar resolver objetivos políticos. Ambos objetivos vinculados a los proyectos de cooperación interferirán en los planes de desarrollo de los receptores y en la atención a las necesidades apremiantes de su sociedad.