Introducción
No existe nada más poderoso que la ilusión. La ilusión de estar mejor moviliza la voluntad humana. Esto es precisamente lo que ocurrió con el proyecto Yachay: la primera universidad orientada a la innovación de Ecuador dispuesta a competir con las más prestigiosas del mundo. Ella sería la responsable de llevar al país al tan ansiado “desarrollo”, que en la nueva Constitución de la República del Ecuador (2008) tenía un nombre ciertamente innovador: “Buen Vivir”; una traducción al castellano del concepto de Sumak Kawsay de los pueblos kichwas de la Amazonía ecuatoriana que representa el ideal de la vida armónica con la naturaleza, la sociedad y los ancestros.
Pero eso no es todo. Según las autoridades, Yachay sería mucho más que una universidad. Habría de formar parte de la “Ciudad del Conocimiento”, una “ciudad del Buen Vivir” (Revista Clave, 2012), con un entorno urbano de vanguardia, que albergaría innovadoras industrias de talla mundial.1 De esta manera, Ecuador se posicionaría en el radar internacional como “el nuevo Silicon Valley”.2 ¿Quién, racionalmente, podía oponerse al desarrollo de un proyecto así, en un país marcado por la paradoja de ser enormemente rico en recursos, pero con un alto porcentaje de pobreza?3
Desde luego esto debía contar con una propuesta académica, que según las autoridades existía, pero era manejada con sigilo por el gobierno.4 Quizá también por ello, desde el principio hubo recelo y críticas por parte de académicos y otras universidades del país. No obstante, estas dudas terminaban siendo invisibilizadas por el ímpetu de verse como una nación rica y “desarrollada”. Más aún, se hablaba de una planta docente de prestigio internacional que llegaría a enseñar e investigar en Ecuador. No solo era una ilusión como país, sino que muchos jóvenes ecuatorianos y sus familias empezaban a soñar con ser parte de tan prestigiosa universidad, sin tener que ir a otros países ni tener que invertir ingentes recursos en su educación universitaria. Es decir, Yachay sedujo a cada nivel de la sociedad: se convirtió en una aspiración nacional, familiar y personal.
En estos años se ha escrito mucho sobre Yachay. Este artículo pretende profundizar en la generación y desarrollo de ese proyecto desde una perspectiva crítica, haciendo uso de aciertos más que de especulaciones, buscando comprender la lógica con que operó (y aún opera). Este ejercicio aspira a analizar su pertinencia y su sostenibilidad dentro del nuevo régimen de desarrollo del país, según su Constitución vigente: el “Buen Vivir” o Sumak Kawsay.
Nuestro análisis se sirve de los aportes de pensadores como Éric Sadin (2018), quien analiza los peligros y los efectos de la expansión global de la visión de Silicon Valley y su modelo de negocios. La tecnología, el internet y el crecimiento exponencial de negocios que unen a ambas han llevado a una apología de las ideas clásicas de progreso y libertad; una suerte de nueva utopía a partir de la innovación tecnológica.
Para Sadin, el “espíritu de Silicon Valley” pretende renovar el “optimismo tecnológico” propio del desarrollismo, trayendo de vuelta la lógica de progreso ilimitado en donde lo propiamente humano es menospreciado. Otros autores han denominado a esta actitud como la “ideología californiana” (Barbrook y Cameron, 1996; Ouellet, 2009; Lloyd, 2010). Surgió en Silicon Valley, llamada la Meca de la nueva economía, nutriéndose del radicalismo democrático y los movimientos contraculturales que promovían lo que Scott Lash (1990) definía como un “ethos posmoderno”. La ideología californiana sería parte del nuevo espíritu del capitalismo y estaría asociada al ciberfetichismo (Rius-Ulldemolins, 2015; Rendueles, 2013).
Las aseveraciones de los funcionarios de la Secretaría Nacional de Educación Superior, Ciencia, Tecnología e Innovación (SENESCYT) de la época en que inició el proyecto se centraban en las ventajas que traerían al país la innovación tecnológica y el emprendedurismo, presentando a Yachay como “el Silicon Valley de América Latina”. Ello sería una suerte de milagro que haría que de allí emanaran políticas no solamente económicas, sino que regularían las relaciones sociales, que tenderían, casi de manera automática, a ser más equitativas. Es decir, la tecnología y las empresas desarrolladas por Yachay habrían de ser el nuevo motor de la historia de Ecuador. La sociedad ecuatoriana, si seguía los presupuestos de creación de Yachay, sería más igualitaria, próspera y competiría con los países más desarrollados del mundo. En palabras de Emilio Gentile y Robert Mallett (2000), se trataba de una palingenesia institucionalizada, una refundación del país con el objetivo de realizar un ajuste civilizatorio con líneas ultranacionalistas.
Así lo señala Arturo Villavicencio (2014b: 9) afirmando que a través del proyecto Yachay y las universidades denominadas “emblemáticas” que se crearon en ese período, se buscó la transformación eugenésica del sistema universitario ecuatoriano, “la generación providencial e inmediata de una nueva especie de instituciones, académicos y estudiantes que de manera milagrosa se convertirán en el motor de cambio de una sociedad”. Bajo esa idea de modernidad que sostiene la ideología del Silicon Valley, se entendería lo existente como viejo, inútil, indeseable, contrapuesto con un proyecto novedoso, que permitiría ir de lo mediocre hacia la excelencia, de lo tradicional a lo moderno, de la ineficiencia a la eficacia.
Esto se hizo, además, bajo un membrete muy biensonante, una palabra de origen kichwa, Yachay, que significa conocimiento o sabiduría. Ello conduce además a relacionar el nombre de esta universidad con un personaje de enorme importancia en las culturas kichwas, el Yachak, que es el shamán o sabio. Era la metáfora perfecta de lo que se quería transmitir en el proyecto, una institución que habría de saber e inventar todo lo necesario para realizar una curación física, tangible, generando una nueva matriz productiva que trajera prosperidad para todos, y otra intangible, o espiritual, gestando un nuevo paradigma del sistema universitario, que habría de superar la “vieja y perversa institucionalidad” del país (Villavicencio, 2014a, 2014b).
Breve apunte metodológico
Este artículo refiere algunos de los resultados de un trabajo de investigación desarrollado entre 2017 y 2022. Se realizaron entrevistas en Ecuador con informantes calificados como dos exrectores; docentes y exdocentes de la Universidad Yachay; representantes de estudiantes de la primera y segunda promoción; y dos personas pertenecientes a la Comisión Interventora de Yachay Tech de enero 2021; asimismo, la autoridad máxima del Consejo de Aseguramiento de la Calidad de la Educación Superior (2019)5 y el primer gerente de Yachay EP del gobierno de Lenín Moreno (2017-2021). También dialogamos con docentes universitarios y expertos en educación superior e innovación en Seúl para conocer cómo se desarrolló el proyecto del Korea Advanced Institute of Science and Technology (KAIST) que, según las autoridades durante la gestación del proyecto, fue uno de los que Yachay buscaba emular. La observación participante fue realizada en la Universidad Experimental Yachay entre 2018 y 2020; y en el KAIST en Seúl, durante en mayo y junio de 2017.6 La investigación documental incluyó materiales promocionales de la “Ciudad del Conocimiento”, informes de la Empresa Pública Yachay, la Ley Orgánica de Educación Superior (2010), la Ley de Creación de la Universidad de Investigación de Tecnología Experimental Yachay (2013) y los reglamentos de estas leyes.
Yachay: la creación
En 2006, luego de una década de inestabilidad política, surgió un candidato presidencial con propuestas de cambio: Rafael Correa. Una de las principales ofertas de su campaña fue una reforma institucional del país, por medio de una Asamblea Constituyente. Se hablaba, además, de una alternativa al “desarrollo”, que en la nueva Constitución se denominó “Buen Vivir” o Sumak Kawsay. Intelectuales kichwas amazónicos habían acuñado este concepto a inicios de la década de 1990, cuando el movimiento indígena tomó auge y transformó la política del país (Ramón, 2014). La traducción al español como “Buen Vivir” se convirtió en el eje en el que confluían propuestas de los pueblos indígenas, así como de diversos movimientos sociales e intelectuales que ya venían cuestionando las prácticas extractivistas que, en nombre del desarrollo, generaban un enorme impacto social, cultural y ambiental.
Otra de las disposiciones de la Constitución fue la evaluación de las instituciones de educación superior. Para ello, en 2010, se promulgó una nueva ley orgánica, en la que también se determinó la creación de cuatro nuevas universidades públicas, denominadas “emblemáticas”; una de ellas, la de investigación de tecnología experimental, que más adelante se bautizó como Yachay (Ley Orgánica Educación Superior-LOES, 2010, Disposición transitoria décima quinta).
La idea de crear además de la universidad (Yachay) toda una “Ciudad del Conocimiento” habría surgido durante ese mismo año tras una visita oficial de Correa a Corea del Sur (Yoo, 2012), donde conoció la Universidad Nacional de Incheon (Incheon National University), que forma parte del terreno ganado al entorno marítimo para la creación de Songdo International Business District.7
La “Ciudad del Conocimiento” empezaría a desarrollarse tras la tercera victoria electoral de Correa para presidente en 2013.8Yachay habría de convertirse en el eje central de la retórica de su régimen. En los pronunciamientos y documentos oficiales se mencionaba que se alinearía con el Plan Nacional para el “Buen Vivir”.
El ambicioso proyecto se implementó en el cantón de Urcuquí, 180 km al norte de Quito, provincia de Imbabura. Se expropiaron 4 462 hectáreas de terrenos agrícolas que se encontraban en producción. Así, el área para la “Ciudad del Conocimiento” resultó casi ocho veces más grande que la de Songdo International Business District en Corea del Sur (607 hectáreas). Para tener una idea más clara de la dimensión, vale decir que esta extensión es comparable a 13 veces el área de Central Park de Nueva York.
Hay que tener claro que, si bien Yachay es básicamente conocida como una universidad, en realidad fueron, al mismo tiempo, tres iniciativas distintas, cada cual con constitución legal y objetivos independientes: 1) una ciudad planificada, la “Ciudad del Conocimiento Yachay”, donde existiría un parque tecnológico y de negocios”; 2) una empresa estatal, Yachay Empresa Pública (EP) (renombrada en 2019 como Siembra EP);9 y, 3) la Universidad de Investigación de Tecnología Experimental Yachay, denominada como Yachay Tech.
La Empresa Pública Yachay (conocida como Yachay EP) fue concebida como el proyecto madre que abarcaba la “Ciudad del Conocimiento” en la cual, a su vez, se implementaría la universidad. Yachay EP fue creada oficialmente en marzo de 2013 como una iniciativa de la Presidencia de la República.10 Tenía como objetivo administrar el proyecto en su conjunto, incluidas sus instalaciones y servicios, así como el apoyo a emprendedores y científicos, a través de incubadoras de empresas. Su objeto fue definido como el “Desarrollo de actividades económicas relacionadas a la administración del Proyecto Ciudad del Conocimiento YACHAY” (Decreto Ejecutivo No. 1457, del 28 de marzo de 2013, Art. 1).
Por su parte, la “Ciudad del Conocimiento” sería un nuevo entorno urbano, una ciudad inteligente construida desde cero, donde existiría un parque tecnológico y de negocios. De hecho, en teoría habría de ser la primera ciudad planificada del Ecuador, tal como Songdo en Corea del Sur. Este nuevo espacio se proponía:
desarrollar y gestionar ciudades que generen espacios urbanos con Yachay; desarrollar ecosistemas abiertos de innovación para empresas de base tecnológica que generen la mayor productividad en la región; y asegurar que la “Ciudad del Conocimiento Yachay” sea el territorio de mayor generación de acervo tecnológico, conocimiento e innovación social de la región.11
El Plan Maestro de la “Ciudad del Conocimiento”, que incluyó un plan urbanístico y un modelo de administración, fue desarrollado por Yncheon Free Economic Zone de la República de Corea (Corea del Sur). El Secretario de SENESCYT aclaraba que se estaba realizando “la planificación de una ciudad moderna, porque estamos hablando de una ciudad, no de un campus grande” (Ortiz, 2013).12 Pero la idea iba mucho más allá. Según él, se trataba de implementar todo un sistema de ciencia, tecnología e innovación, que incluía la “Ciudad del Conocimiento Yachay”. El sistema lo habrían de constituir todas las universidades del país, siendo Yachay el centro desde donde se iban a “irradiar las nuevas políticas y acciones virtuosas del nuevo sistema de educación superior del Ecuador”.13
Yachay Tech
La Universidad de Investigación de Tecnología Experimental YACHAY, Yachay Tech,14 se constituyó legalmente en diciembre 2013.15 Según su estatuto, su misión es “proporcionar un entorno internacional en el que la investigación, el aprendizaje, la tecnología, y la actividad profesional sean valorados y apoyados, logrando así que el Ecuador se convierta en un centro de actividades interdisciplinarias en el campo de la investigación científica y de la ingeniería en América Latina” (Estatuto de la Universidad de Investigación de Tecnología Experimental Yachay, 2014, Art. 6). Su visión institucional prevé que ha de “convertirse en una universidad de investigación líder a nivel mundial y la mejor universidad tecnológica en América Latina” (Art. 7).
Yachay Tech habría de fusionar tres modelos: el del California Institute of Technology (Caltech), en cuanto al desarrollo de la investigación en temas fundamentales; el del Massachusetts Institute of Technology (MIT), en el desarrollo de la investigación aplicada; y del Korea Advanced Institute of Science and Technology (KAIST) (Ortiz, 2013).
Hubo una pomposa ceremonia de inauguración en marzo de 2014. El entonces presidente Correa expresó que para él este era “el proyecto más importante de la historia del país”; y que la historia de Ecuador se dividiría en dos: antes y después de Yachay (El Telégrafo, 2015).
Un grupo de 187 alumnos empezaron a estudiar luego de la inauguración. Las autoridades decidieron hacer de Yachay Tech una universidad de pregrado.
Yachay implementó cinco escuelas: Ciencias Biológicas e Ingeniería; Ciencias Físicas y Nanotecnología; Ciencias de la Tierra, Energía y Medio Ambiente; Ciencias Matemáticas y Computacionales; y, Ciencias Químicas e Ingeniería. Adicionalmente, un programa de enseñanza de inglés. Todas las carreras fueron proyectadas para concluir en cinco años; de estos, los dos primeros serían de materias comunes para todas las carreras. A partir del tercer año, el inglés es el idioma oficial de enseñanza de todas las escuelas. Este es considerado por Yachay Tech el idioma más importante de la ciencia. No obstante, el español es el lenguaje de comunicaciones oficiales (Yachay EP, 2017).16 En agosto de 2019 salieron los seis primeros graduados (El Comercio, 2019).
A pesar de tener varias promociones de graduados, en la corta vida de la universidad han surgido diversos problemas, algunos de ellos estructurales, que han hecho aun imposible que Yachay Tech, al igual de la empresa pública Yachay, tengan un desarrollo satisfactorio. A continuación analizamos los más importantes de estos problemas.
Yachay: ¿una apuesta perdida?
Según la Ley de Creación de la Universidad (2013), el presidente de la República tenía que nombrar una Comisión Gestora, que sería la máxima autoridad de la universidad, durante sus cinco primeros años de vida. La Comisión Gestora estaría compuesta por cuatro académicos prestigiosos (Ley de Creación de la Universidad de Investigación de Tecnología Experimental Yachay, 2013, Disposición transitoria primera). El rector presidiría y representaría jurídicamente a la Universidad durante el período de transición de cinco años, previsto en la ley.
El primer rector fue electo por la Presidencia de la República, en coordinación con las autoridades de educación superior. La designación recayó en Fernando Albericio, un académico seleccionado por ser conocedor del entorno universitario de varios países latinoamericanos.17
El nombramiento de los otros tres miembros de la primera Comisión Gestora recayó en los académicos Ares Rosakis, Guruswami Ravichandran y el ecuatoriano José Andrade. Los tres vivían en California, donde tenían un cargo como profesores en el California Institute of Technology (Caltech). El único que vivió en el campus de Yachay fue Fernando Albericio. Las reuniones con los otros miembros de la Comisión se realizaban por Skype, con una frecuencia imprecisa, según explicaba Albericio a su salida (y en la entrevista que mantuvimos). Por ello, no tardaron en aparecer los conflictos, ya que todas las decisiones, al menos aquellas importantes para la Universidad, debían tomarlas conjuntamente los cuatro:
teníamos reuniones virtuales por Skype. Usted sabe que las decisiones importantes no se pueden tomar por Skype. Muchas veces era difícil entendernos. La mayoría de esas decisiones se ejecutaban por medio de votos. Mi voto era un voto que estaba cautivo por los otros tres votos. Muchas veces eran tres contra uno. Ellos trabajaban juntos, tenían relaciones profesionales en California pero no tienen la experticia que yo tengo. Llevo 40 años en la universidad. He sido profesor en Estados Unidos, Europa, África, Asía, en Buenos Aires y Chile. Conozco cómo es la universidad y cómo es la universidad latinoamericana. Conozco la realidad y el país y estoy convencido de que podemos llevar un proyecto que nos sirviese a los intereses de Ecuador y no a los intereses de otras partes que no quiero comentar (Albericio, en Ricaurte, 2015).
La Comisión Gestora, dada su naturaleza y cómo fue conformada, fue ciertamente un inconveniente. Al estar tres de sus miembros residiendo fuera del país no podrían empaparse de la problemática cotidiana de la universidad; tampoco de la cultura institucional, muy distinta a la de las universidades estadounidenses.
Un punto polémico adicional en la opinión pública fue el salario que percibían los cuatro miembros de la Comisión Gestora. Todos tenían el mismo salario, pese a que tres de ellos vivían en California: 18 mil dólares estadounidenses. Precisamente por las críticas que trascendieron en prensa, decidieron bajarse el sueldo un diez por ciento.18 Un salario de esa dimensión era una desproporción no solo con respecto al resto de universidades públicas, sino de un país que tenía más de un cuarto de la población bajo la línea de pobreza (INEC, 2013); el salario mínimo era en el momento de creación de la universidad de 340 dólares mensuales.19 Es decir, los miembros de la Comisión Gestora tenían un sueldo de 53 veces el salario mínimo de Ecuador.
Sin embargo, el desbalance de Yachay Tech frente al resto universidades no era solo de salarios. Según un análisis de la economista Mariana Neira, en 2015, la Universidad Central (la más antigua del país), con 37 mil alumnos, recibió un presupuesto de 127 millones de dólares. Mientras tanto, Yachay Tech, con 425 alumnos, recibió un presupuesto de 20 millones de dólares (Neira, 2016). Así, la Universidad Central recibió 3 432 dólares por estudiante/año, mientras Yachay Tech recibió 47 058 dólares por estudiante/año. Eso es 14 veces más que un estudiante de la Universidad Central, aunque en ambos casos se trata de alumnos de pregrado; si al menos hubieran sido de posgrado, podría haberse encontrado una justificación.
Por otra parte, pese a la enorme inversión, Yachay Tech ha sufrido una gran inestabilidad institucional. Hasta el presente (marzo de 2023) ha tenido diez rectores.20 Hasta 2022, ocho años después de su inauguración, no contaba con una planta de docentes titulares (de entre los cuales se debería hacer la elección ordinaria de rector según el artículo 82 de su estatuto). Esto redunda en la solidez de sus procesos y su actividad académica. Cada rector ha cambiado docentes, generado nuevas contrataciones y autoridades de las escuelas. También deriva en inconstancia en las clases y seminarios con la alarma razonada de sus estudiantes. El alumnado interpuso una demanda en la Defensoría del Pueblo en noviembre de 2020, solicitando una investigación de las irregularidades de la institución, ya que sienten que se está afectando su derecho (Defensoría del Pueblo, 2020). Su temor era comprensible: al no tener autoridades definitivas, ellos podrían tener problemas para concluir sus estudios o para recibir sus titulaciones.
Por otra parte, la descoordinación de funciones en el entorno de Yachay, entre la universidad y la empresa pública, ha sido otra de las dificultades recurrentes:
A veces la gente de la universidad Yachay Tech tratan de culpar a Yachay EP para todos los problemas y explicar al pueblo: no, los malos son la gente de Yachay EP. Para mí eso fue siempre loco. No es posible de explicar a la gente contribuyente que no hay un solo proyecto Yachay, sino que hay dos proyectos. 21
Una dirigente estudiantil manifiesta gran preocupación por esta disociación e inestabilidad institucional.
Creo que fue uno de los problemas grandes que pasamos. Siempre estuvimos divorciados de Siembra EP (Antes Yachay EP) [...] A veces se mezclaban los nombres y terminaban vinculándonos de problemas de ellos a nosotros y fue un dolor de cabeza hasta que la gente entendiera que éramos una cosa Yachay universidad y Yachay EP.
Porque en otras universidades no funciona así tan distantes […] cuando llegó esa noticia a mí me sorprendió un montón porque no sabíamos nada […] no se tenía un vínculo muy directo entre universidad y empresa pública como para saber en qué temas estaban trabajando ellos. Yo me enteré de las cosas que hacía Siembra EP cuando comenzó a pasar el cierre (de la empresa) […] Nosotros les estábamos dando soporte y apoyo a los trabajadores que estaban siendo despedidos […] De tantas reuniones, empecé a entender cómo se manejaba más o menos Siembra EP. Pero de ahí a que nosotros como estudiantes sepamos qué proyectos se estaban lanzando, no. Hemos estado desvinculados.22
Esto llama poderosamente la atención, tomando en cuenta que, según los objetivos del proyecto general, Yachay EP, Yachay Tech y la “Ciudad del Conocimiento” eran proyectos vinculados entre sí. Y se supondría que debían retroalimentarse permanentemente. Resulta impensable que la universidad, que es la que sería el eje para la innovación y la generación de la nueva matriz productiva, no participe.
Con respecto al desarrollo territorial también se pueden hacer algunas observaciones. Y es que esta perspectiva de crecimiento acelerado en una zona de raigambre agrícola -con relaciones sociales comunitarias de pequeños productores-, la idea de planificar y desarrollar una ciudad para competir al nivel de territorios de intensiva innovación tecnológica, como Silicon Valley (EUA), o Incheon Free Economic Zone (Corea del Sur), era inconsistente con sus condiciones de partida. Además, Yachay no ha tomado en cuenta a los actores institucionales locales, ni a las organizaciones de la sociedad civil. El proyecto se concibió de espaldas a las comunidades donde se construyó la infraestructura (Fernández González et al., 2018).
Este es motivo adicional para decir que resulta cuando menos una contradicción con una perspectiva de desarrollo sustentable, afín al régimen del “Buen Vivir” que señala la Constitución de la República del Ecuador. Este régimen busca una forma de desarrollo acorde al ambiente y a la cultura de los distintos territorios del país; lo que incluye, de manera explícita, educación superior, manejo de territorio, ecosistemas, recursos naturales, biodiversidad, agua, entre otros (Constitución de la República del Ecuador, 2008, Artículos 340 a 415).23 Tampoco es coherente con el mandato de la Ley Orgánica de Educación Superior (LOES) (2010, Artículos 71 al 74). No obstante, tanto los objetivos de Yachay EP como los de la “Ciudad del Conocimiento” caracterizados por una gran ambigüedad, no se correlacionan con este enfoque. Hablan de administración de espacios de desarrollo económico, de gestión de ciudades conurbadas a Yachay, de promover la innovación a través de ecosistemas abiertos para empresas, hábitats tecnológicos, transferencia de tecnología y diversidad de áreas de negocio (Decreto Ejecutivo No. 1457, del 28 de marzo de 2013, Art. 1; Yachay-Ciudad del Conocimiento, 2016). Es evidente que están más alineados con una lógica de “desarrollismo” tradicional -de corte neoliberal-, que no valora o presta atención a los conocimientos locales, que con un paradigma con pertinencia cultural y territorial.
Por su parte, Yachay EP, la empresa pública que administraba Yachay Tech y la “Ciudad del Conocimiento” Yachay, el 10 de diciembre de 2019 cambió su nombre a Empresa Pública Siembra (Siembra EP).24 Y finalmente desapareció en enero de 2023.25 Eso respecto de la empresa pública. Respecto de Yachay Tech, en 2020 el Consejo de Educación Superior (CES) aprobó la intervención integral de la universidad (El Comercio, 2021).
Según un entrevistado de la Comisión Interventora Yachay Tech tenía problemas técnicos básicos, tanto de procedimientos administrativos como de equipos e infraestructura. Sobre las falencias más importantes que se encontraron a nivel administrativo menciona
Cuando la intervención llega, se encuentra con grandes juicios planteados por los profesores (en contra de Yachay), con serios problemas, con falta de institucionalidad, con mucho dinero despilfarrado, un montón de casos de compras con sobreprecios, muchísimos problemas administrativos, incluida la propia intervención [...] La Comisión Interventora se convierte en el engranaje entre el CES, la universidad y los gremios de esas universidades, por lo cual esto puede tornarse muy político; es decir, hay intereses concretos. Es una negociación compleja. 26
Y luego, sobre problemas académicos afirma
Nunca se pudo hacer ni siquiera un plan de innovación. Nunca se pudo, porque ni siquiera se tienen las herramientas específicas, por ejemplo, para elaborar una patente. Ni siquiera hay los insumos para hacerlo. Algunos profesores ponían de su propio dinero para hacerlo. Y cuando sí existían (los insumos) había sobreprecio. Había profesores también con esos problemas. Por ejemplo, con microscopios de uso en la universidad pero que constan a su nombre, y con un costo enormemente más alto del precio real […] La Contraloría, o no se da abasto para revisar todos estos problemas, o no le interesa […] y la Ley de Educación Superior también blinda a las universidades, por lo cual es muy difícil, no solo en Yachay, sino en general, realizar cualquier tipo de control.27
La intervención concluyó en diciembre de 2022. Se instaló finalmente un primer rector titular para un período de cinco años (Andrés Rosales). La Comisión dejó además instalada una infraestructura técnica, para poder desarrollar patentes. Ahora la expectativa es sobre su desempeño y desarrollo en el futuro.
Conclusiones: una necesaria reinvención de Yachay
Ecuador posee una gran riqueza en recursos naturales renovables y no renovables. No obstante, aun siendo un país relativamente pequeño en territorio y población, esta riqueza no se refleja en el bienestar de gran parte de sus habitantes que viven en la pobreza. No hace falta abundar en esta reflexión, es evidente que existe una gran inequidad y se necesitan cambios estructurales.
Desde que Ecuador es país (1830) no ha cambiado su especialización como primario exportador. Además, en el concierto internacional y regional, se encuentra a la zaga en inversión para investigación. Definitivamente es necesaria una política pública para promover la inversión para el desarrollo (I+D). Pero para ello no basta con crear una universidad “de élite”, es preciso trabajar en todos los niveles de la educación. El sistema de educación superior de Ecuador, pese a que sufre falencias importantes, tiene un camino recorrido. En su seno hay universidades que han desarrollado una trayectoria científica que no puede dejar de reconocerse. Sin embargo, se partió de la premisa de construir una universidad legendaria de espaldas al sistema universitario ecuatoriano. El gobierno que concibió Yachay hacía ver a todas las instituciones de educación superior de Ecuador como mediocres y caducas. Había graves problemas en muchas universidades que a la postre se cerraron. Sin embargo, no se podía generalizar la crítica hacia todas las universidades del país. Ello permitió una narrativa de estado calamitoso que, para el régimen de Correa, había que curar y salvar. Y esa curación se iba a lograr con la generación de una nueva clase de instituciones, académicos y estudiantes que de manera milagrosa remediarían al sistema (Villavicencio, 2014b).
Un proyecto para generar políticas de innovación, así como de mejoramiento de la calidad de la educación superior, pudo haber corrido mejor suerte si se lo hacía en coordinación con las instituciones universitarias, aprovechando su infraestructura, su experiencia, sus redes de investigación, y el talento de muchos de sus docentes investigadores. La creación de una “Ciudad del Conocimiento” (con toda la inversión que conllevó), que albergara la autodenominada universidad más prestigiosa del país no fue la mejor idea. Habría sido mejor generar un sistema de investigación e innovación que surgiera de las fortalezas de un grupo de universidades, conectando a la vez al resto de instituciones, y dándoles la oportunidad de vincularse a ese nuevo sistema. El caso de Yachay fue lo contrario. Se decía que por fin habría una universidad competitiva a nivel internacional. A ésta se la dotó con recursos desproporcionadamente superiores a los del resto de universidades públicas. Se hablaba de una gran universidad que además opacó a todas las universidades del país, invisibilizando su trayectoria. No obstante, los resultados de esta universidad hasta el momento no han justificado esta inversión.
Por otra parte, es realmente iluso pensar que la sola creación de una sola institución educativa, por buena que fuera, podía traer los cambios indispensables para generar una ciudad-región cual Silicon Valley. Sistemas territoriales como ese obedecen a un progreso que se va gestando en el tiempo; no son proyectos que se vuelven superlativos y se conectan con el mundo por decreto. También es iluso concebir, como proponían las entonces autoridades de la Secretaría de Educación Superior de Ecuador, que solo con la creación de la universidad Yachay se obraría el milagro de donde emanarían políticas económicas y sociales que cambiarían la sociedad, cual si Yachay fuera el nuevo motor de la historia. Y que, en esa nueva historia, Ecuador competiría de buenas a primeras con las economías más desarrolladas del planeta. Esa retórica es más bien una palingenesia idealizada: una refundación del país para hacer una suerte de ajuste civilizatorio con líneas ultranacionalistas, posicionando la seductora idea de que Ecuador entraría en los circuitos internacionales más competitivos. Por lo tanto, es demagogia.
Si se perseguía un “desarrollo” como en Corea del Sur o cualquiera de los tigres asiáticos, se precisaba de una permanente inversión, para obtener resultados a largo plazo. Pero, sea con empresas tecnológicas de Silicon Valley o de Songdo, o con maquilas, este enfoque es contradictorio con el Sumak Kawsay, al cual se afirma en sus documentos de creación que la universidad se alinearía. Es evidente que el modelo que se pretendía implantar en Yachay tiene graves repercusiones en términos ambientales y culturales.
El Sumak Kawsay aspira a superar el ideal desarrollista, centrado en el extractivismo que ha resultado dañino con la cultura y el ambiente. Sin embargo, es evidente que el proyecto Yachay, cuyo corazón era Yachay Tech, sería más bien una ponderación de la “ideología californiana” (Barbrook y Cameron, 1996; Ouellet, 2009; Lloyd, 2010), el ejemplo de una utopía fundamentada en el progreso económico (Sadin, 2018), a partir de la tecnología y la innovación que le ha costado muy cara a Ecuador. Fernández González et al., (2018) coinciden en esta perspectiva mostrando a la iniciativa como una ilusión de tránsito hacia un escenario tecnológico de vanguardia.
Asimismo, pese a estas inconsistencias, se le puso un nombre en kichwa: Yachay, que quiere decir “conocimiento, sabiduría”. Sin embargo, la visión de desarrollo y la nueva matriz productiva de la que se hablaba, no tenían nada que ver con saberes de la diversidad cultural del país. Esta denominación respondía esencialmente a una estrategia de marketing, que buscaba justificar el proyecto, intentando que tuviera alguna consonancia con el Sumak Kawsay. De hecho, Chávez y Gaybor (2018) resumen el proyecto como un conjunto de contradicciones producto de la interrelación de distintos imaginarios; uno de ellos, el de los pueblos indígenas, instrumentalizado por la publicidad gubernamental.
Como Fernández González et al., (2018) aseveran, tanto en su planteamiento como en la práctica, que se trata de un proyecto tecnocrático que no ha respetado las dinámicas locales y mucho menos las ha hecho partícipes. Todo esto, además, en una zona donde existen muchas necesidades. Su ejecución ha sido completamente esquiva a la realidad inmediata, rompiendo toda comunicación con los actores locales, tanto institucionales como de la sociedad civil, lo que confirma su espíritu de “utopía practicada” (Fernández González et al., 2018: 353). Una universidad alejada de los problemas de los diversos grupos sociales carece de sentido, pues para toda universidad, la realidad social debe ser el origen de su reflexión. Además, por ambicioso que sea, ello no resulta coherente con un proyecto para el progreso de la sociedad.
Con relación al modelo académico, la idea de crear una universidad orientada hacia la innovación es contradictoria con la creación de una universidad de pregrado. El proyecto habría logrado mejores resultados si se creaba una universidad de posgrado, de nivel doctoral, como hizo Corea del Sur, en 1972, con el Korea Advanced Institute of Science and Technology (KAIST). Yachay Tech habría podido crearse como una universidad de posgrado y reclutar estudiantes con las mejores credenciales académicas, graduados de las universidades de pregrado de Ecuador. De hecho, Yachay Tech podría haberse convertido en una suerte de meta para los estudiantes. Por su parte, las universidades de pregrado podrían haberse alineado con esta oportunidad, generando currículos y estudiantes competitivos. Evidentemente ello habría redundado en un mejoramiento de todo el sistema de educación superior.
Cabe además la reflexión sobre las carreras que podrían implementarse en una universidad de investigación para la innovación alineada con un desarrollo sostenible. Yachay Tech implementó básicamente ingenierías (y un programa de inglés). Desde nuestra perspectiva, lo más acertado habría sido crear estudios innovadores que generen menor huella ecológica, por ejemplo, de biología, medio ambiente, salud, manejo de recursos hídricos, biología marina, planificación de entornos, entre otras. Es decir, tópicos que tengan que ver con una perspectiva de desarrollo amigable con el medio ambiente, los derechos de la naturaleza y los conocimientos locales. Ecuador cuenta con espacios privilegiados para estos estudios: las islas Galápagos (Reserva de la Biosfera Archipiélago de Colón - Galápagos), Yasuní (Reserva de Biosfera Yasuní), ambas reconocidas por la UNESCO. En total, existen 56 áreas de conservación que forman parte del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP).
Ecuador sigue dependiendo de los commodities. En el caso de Yachay, lo paradójico es que, habiendo tenido la oportunidad, con la bonanza económica y el capital político, ni se mejoró el nivel de investigación e innovación, ni se instituyó una universidad con un modelo apropiado para ello. Existe la universidad con graves problemas de gestión y con un modelo académico cuestionable. Esto no da la estabilidad necesaria para que ningún proyecto académico desarrolle apropiadamente investigaciones con sus estudiantes.
Por otra parte, la universidad, por su razón de ser, debe realizar un permanente ejercicio de análisis, crítica y propuesta. Para ello es necesario que tenga dos condiciones: autonomía de los poderes políticos y fácticos, y tener un permanente contacto con la sociedad y sus necesidades. De allí justamente saldrán las reflexiones y las propuestas. Ninguna de estas dos condiciones fue cumplida en el caso de Yachay Tech. Hasta el presente, Yachay se ha movido al vaivén de los caprichos del poder político, particularmente de la Presidencia de la República y a la Secretaría de Educación Superior.
Ecuador continúa buscando su ruta a un desarrollo sustentable y afín a sus potencialidades y aspiraciones. Por ello, la innovación para este país no es una opción sino una necesidad. Pero una innovación con pertinencia cultural, ambiental y territorial, aprovechando la privilegiada diversidad geográfica y cultural con la que cuenta el país, que provee de innumerables recursos para transformar la inequidad social endémica; ese “Buen Vivir” al que se hace alusión en la Constitución ecuatoriana, pero que, ciertamente, debe aún ser concertado y ejecutado. Y, desde luego, ese camino de transformación o de “desarrollo” puede estructurar saludables y provechosos vínculos e intercambios con el mundo. Está claro que no se trata de un objetivo de corto plazo, pero desde ya se pueden dar pasos en firme, sin perder la ilusión.
La Universidad Yachay, si sobrevive, tendrá que reinventarse a partir de estos principios; e insertarse plenamente en el sistema de educación del país, para coordinar acciones con el resto de universidades de Ecuador y sacar el mejor provecho de la enorme inversión realizada en su nombre.