Llovió durante meses en el Museo de Arte Moderno (MAM): entre agosto de 2022 y febrero de 2023. Una, dos y mil gotas diagonales. Llovió una lluvia geométrica, acumulación reticular de triángulos sucesivos que inundó el museo. Es que estaba ahí Vicente Rojo, enseñándonos a llover (Figura 1).
Esa galería inundada de triángulos intentaba contener la explosiva exposición Vicente Rojo: la destrucción del orden; en sus curvas paredes se encontraron las mil y una voces que Rojo pronunció durante su larguísima y prolífica trayectoria. Más de seis décadas de trabajo, de oficio, de manos encontrándose con herramientas: pinceles, reglas, lápices, esténciles, carritos, coladores, círculos, ruedas, tachuelas, barro, papel, cartón, bastidores, patrones que luego son letras, paisajes, recuerdos, lluvias y autorretratos.
La galería del segundo piso del MAM, ese arquitectónico encuentro de dos círculos, albergó los muchos Vicentes Rojos, en todas sus dimensiones y en el sinfín de posibilidades entre la pintura, la escultura, el grabado y el libro. La exposición era un diálogo de Rojo consigo mismo a través del tiempo y del espacio. Un viaje entre Barcelona y México que nunca terminó, y un tránsito por la historia del arte a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. Un diálogo, también -de amistad, admiración y confidencia-, con otros artistas, con escritores y poetas.
Es una exposición necesaria, con un sabor de homenaje y antología que hace lo imposible por reunir la mayor cantidad de Rojos posible. Tras la muerte del artista, en marzo de 2021, la exposición -que él mismo había concebido y trabajado con la curadora Pilar García- se convierte en una retrospectiva póstuma. En ese sentido, la exposición, que inicia con un proyecto y termina con otro, aplazada por la pandemia, ve partir al gran maestro. Es así como, a pesar de que está llena de su obra, contiene un vacío infinito. En esta silenciosa negociación es donde se coloca la muestra, paradójica, porque en ella Vicente Rojo está y no está al mismo tiempo (Figura 2).
Según reseña La Jornada (periódico diseñado por Vicente Rojo), Marcelo Uribe, actual director de la editorial ERA (fundada por Vicente Rojo), dijo alguna vez sobre Vicente Rojo: “si no hubiera existido, todos los libros y todos los periódicos y todas las revistas de este país serían feos” (Chio, 2021, párr. 3). Para Uribe, Rojo es una especie de Rey Midas, que todo lo convierte en belleza. Esta exposición da cuenta de ello. Al visitarla es imposible no pensar que México sin Rojo será mucho menos bello. Así, la muestra, al tiempo que se lamenta por la partida de un gigante, también se plantea como un homenaje al camino que el artista delineó desde sus primeras obras, y busca trazar caminos diagonales entre series, motivos y patrones que se repiten una y otra vez. Se cierra la carrera de Rojo y se abre su futuro (Figura 3).
Las imágenes que reúne la exposición asisten a un encuentro entre tradiciones, épocas, técnicas y soportes. Las obras hablan el lenguaje de la abstracción moderna del expresionismo abstracto estadunidense; a la vez, el lenguaje del diseño gráfico de un libro objeto, y el lenguaje popular de un costal de harina. Vicente Rojo demuestra en este encuentro que todo se puede decir con imágenes, que todo es materia visual, desde su infancia por las calles de Barcelona hasta un volcán que no deja de hacer erupción, pasando por los estallidos de una guerra y el encuentro de dos lluvias en medio del paisaje (Figura 4).
La distribución espacial de la obra trazada por Pilar García sigue un conjunto de reglas del juego. Dividida por secciones con base en diferentes series que fueron el eje de la carrera de Vicente Rojo, los códigos espaciales se estructuran del siguiente modo: en los muros verticales la obra pictórica, en el suelo horizontal las esculturas, en mesas diagonales los libros acompañados por videos de manos que los manipulan. Alrededor de las columnas se abren pétalos de muros con formato de celosía en los que se despliega obra gráfica, bocetos y otras secuencias pictóricas más pequeñas. Al centro, un eje vertebral con modelos, esquemas y bocetos para obra monumental en espacios exteriores. El ritmo de la muestra está pautado por la rutina visual de las pinturas hermanadas por cada una de las series que envuelven todo el espacio desde los muros laterales.
Vicente Rojo trabajaba en series, pintaba al mismo tiempo la misma idea y sus variaciones. La exposición se titula y se abre desde la exploración de los años sesenta, presentes en Destrucción, en diálogo con Geometrías, series en las que el lienzo se convierte en un testigo de acciones, como rasgaduras, tachaduras y pliegues. En una de las pinturas, Rojo pega un tapete rectangular y, al doblar sus esquinas en triángulos, obtiene una letra T invertida. En otra más, coloca medias esferas que emergen de una retícula en la superficie. Parece que estas pinturas se vuelven códigos de lectura de toda la obra en las siguientes secciones de la exposición, ya que en ellas Rojo nos presenta su alfabeto visual (Figura 5).
En su serie Negaciones (1970-1975), Rojo descubrió que, de manera sintética y balanceada, la letra T era del alfabeto la que en mayúscula reunía la vertical y la horizontal en perfecto equilibrio. La H, la I y la L podrían ser otras letras que en mayúscula se construyen por el encuentro de la horizontal y la vertical, dependiendo de la tipografía, con o sin serifs, que se considere. La T, sin embargo, no despierta ninguna duda: siempre tiene una composición central equilibrada. Obsesionado por esta observación geométrica en el mundo tipográfico, Rojo demuestra con su secuencia que esta letra es un evento formal: la reunión de la línea vertical y la horizontal. En esa posibilidad de reunión central se crea un área de encuentro que forma un cuadrado, que, en este caso permite, a su vez, la diagonal (Figuras 6 y 7).
La cédula que acompaña este conjunto explica al público lo que he apuntado: que Rojo trabajaba en series, de acuerdo con una “teoría general de sistemas” en la que las partes unitarias forman un todo y se encuentran en interrelación. De este modo, al ver una de las obras de estas series, se estarían viendo también todas las demás. Se puede proponer expandir esta idea y decir que esta exposición se convierte en un sistema mayor, en el cual cada una de esas series es una parte unitaria, de modo que no se puede ver una de las piezas sin ver las demás. De modo que lo que desvela esta “destrucción del orden” no es la falta de rigor y la indisciplina de la forma, sino una dimensión estructurante detrás del trabajo en el continuo de la producción de Vicente Rojo (Figura 8).
La serie de autorretratos, una de las más recientes en la exposición, da espacio a una pieza magistral que se convierte en un índice de lectura transversal. Un marco envuelve una colección de objetos: acuarelas, tijeras, soldaditos de plomo, aviones de juguete, sellos de goma, esténciles que delinean la palabra “ROJO”, lentes, una pizarra, pinturas acrílicas, óleos, tintas, compases, lápices, crayolas, espirales, brochas, reglas, reglas y más reglas. La idea detrás de este cuadro remite al Libro maleta (1968) que Vicente Rojo realizó con Octavio Paz en homenaje a la obra de Marcel Duchamp y que se encuentra en un área cercana dentro de la exposición. Mientras que en la obra original Duchamp utilizaba el libro como exposición y contenedor de sus obras finales, en su autorretrato-caja de herramientas Rojo acumula no las finales, sino las obras en potencia: en esta obra Rojo se despliega en objetos y referencias, como si en una pintura hubiera ya curado su propia retrospectiva (Figura 9).
Unos pasos más adelante, después de los homenajes y de los explosivos volcanes hechos de tinta o de cerámica, la exposición cierra con una tormenta en la que se reúnen alrededor de cincuenta lluvias pintadas y esculpidas. Todas llueven, en distintos tamaños, diferentes materiales y momentos. La serie México bajo la lluvia se convierte en una lección magistral de síntesis y de una obsesión insistente que regresa una y otra vez a la forma.
Ésta y toda la exposición enseñan a sospechar de todas las formas y demuestran que es necesario aprender a verlas de nuevo: el círculo, el triángulo, el cuadrado, la pirámide, el cubo y todas sus posibilidades. La obra de Vicente Rojo es un arte de escuadra y transportador, y de regla T, la T como regla. Después de ver el deambular de Vicente Rojo entre la forma y sus posibilidades, la letra T ya no es letra, sino no-lluvia. Es la suma de vertical y horizontal. Dentro de una T cabe el mundo, cabe un ritmo de círculos, de rayas. Vicente Rojo nos enseña que la lluvia es diagonal. Entre la vertical y la horizontal, el diluvio paralelo (Figura 10).
En general la exposición es un ejercicio de reunión en la que se dan cita en el museo gran cantidad de obras que habitan en diversas colecciones. Todas reunidas, en diálogo armónico, pero cada una con su propia voz. Es así como la obra dialoga entre ella, mientras el público asiste a un concierto geométrico diluviante.
Sucede también que el diálogo de la muestra no es sólo entre las obras que contiene, sino de la unidad expositiva como un todo con el mundo. Al salir del museo, parece que la ciudad toda se vuelve código, todas las formas son legibles, todo suma, todo es forma. El mundo en su desorden se pliega a la regularidad del círculo, el triángulo y el cuadrado. Dentro de la exposición, un video de la Filmoteca de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) en el que la cámara acompaña a Rojo mientras navega por la ciudad en 1965, plantea el ritmo de aproximación. En el video se ve el mundo a través de los ojos del artista, un mundo en el que todo habla un lenguaje visual y en el que los códigos se acumulan, todo tiene forma y el trazo lo pone todo en diálogo. Ante Rojo la ciudad se convierte en un estuche de señales, flechas y signos que perseguir con la mirada (Figura 11).
Es así como entrar a ver la exposición de Vicente Rojo significa estar al mismo tiempo adentro y afuera, con un pie en el museo y el otro en la ciudad. Dentro del espacio se ha puesto todo en relación y, enseñando a nuestros ojos a mirar como si fuera la primera vez, descubrimos la posibilidad de ver de nuevo la realidad en clave de Rojo. Descubrimos que, en efecto, el mundo es entonces más bello.