Collecting México: Museums, Monuments, and the Creation of National Identity , de Shelley E. Garrigan, propone una aproximación al proceso de construcción y consolidación cultural y política en México en un periodo comprendido entre 1876 y 1911, que coincide con la dictadura del presidente Porfirio Díaz, esto es, el Porfiriato. Por medio del análisis del coleccionismo público y la cultura material, Garrigan (2012) explora los mecanismos de representación de lo nacional asociados con la consolidación de colecciones, el estudio y la producción de objetos y su relación dialéctica con los paradigmas eurocéntricos de la modernidad y los valores del mercado -es decir, la existente entre mercado y patrimonio-, la cual constituye el núcleo central de la obra.
Garrigan, doctora en literatura latinoamericana por la Nueva York University (NYU, Estados Unidos de América [EUA]) y profesora asociada de español en la Universidad Estatal de Carolina del Norte (NCSU, North Carolina State University, EUA), se ha interesado por temas vinculados con la cultura latinoamericana en el contexto de las ferias mundiales de finales del siglo XIX y principios del siglo xx, así como por las celebraciones del primer centenario de la Independencia de México y su relación con los mecanismos económicos y políticos de legitimación de los grupos de poder.
Este libro se alinea con los análisis críticos de la cultura en América Latina que, provenientes de los estudios culturales, la historiografía, la sociología de la cultura y la museología, establecen un diálogo permanente con autores como Esther Gabara (2008), Jens Andermann y Beatriz González-Stephan (2006), Luis Gerardo Morales Moreno (1994a, 1994b) y Stacie Widdifield (1996), entre otros, con quienes Garrigan comparte el interés de la confrontación de los paradigmas hegemónicos de la modernidad euro y anglocéntrica con los procesos visuales, espaciales y materiales de las modernidades latinoamericanas (Garrigan 2012:2).
La autora (Garrigan 2012:4) parte de la consideración de que la consolidación, en el siglo XIX, de colecciones sancionadas públicamente en academias, museos, monumentos públicos y exposiciones internacionales era parte de un proyecto de legitimación de la nación mexicana ante sus ciudadanos -aunque, también, cultural y económicamente, de cara a otras naciones (Garrigan 2012:16)- que tenía como objetivo proporcionar referentes culturales con los que superar un periodo de inestabilidad política y construir un orden simbólico común para la dispar población de la República. En suma, la construcción argumetal se dirige a demostrar cómo México se reinventó desde la cultura y el patrimonio por medio de la creación de colecciones, con lo que pretendía hacer ver que era una nación embarcada en la senda del progreso, con capacidades de ser un socio económico y comercial legítimo frente a otras naciones desarrolladas.
La teorización sobre el coleccionismo decimonónico validado oficialmente constituye uno de los ejes conceptuales sobre los que la autora de Collecting Mexico aborda los diferentes casos. Su perspectiva, sin embargo, no se circunscribe a las colecciones de museos, sino se aplica de la misma manera para observar el fenómeno de construcción de un canon pictórico oficial, un conjunto de estatuaria pública, una feria internacional -lo que considero más novedoso del estudio- para analizar la recolección y construcción de datos cuantificables destinados a generar un paradigma social y político (Garrigan 2012:153). La colección se despliega entonces como un marco de interpretación del mundo social, se destaca como uno de los mecanismos más eficientes en la creación de órdenes sociales, culturales, disciplinares y espaciales, y desde el siglo XIX aparece, junto con la modernidad, como dupla indisociable en los procesos de modernización de los Estados nacionales (Garrigan 2012:19).
El libro está dividido en cinco capítulos, de los cuales los primeros cuatro revisan distintos escenarios de exhibición oficiales -la Academia de San Carlos (ASC, México) (Garrigan 2012:29), el Museo Nacional de México (Garrigan 2012:65), el paseo de la Reforma en la Ciudad de México (Garrigan 2012:107) y la Exposición Universal de París de 1889 (Garrigan 2012:135)- englobados en el tema común del coleccionismo cultural, en tanto que el final (Garrigan 2012:153) trata el tema de la estadística como un ejercicio central en la instrumentación de un orden moderno.
En el capítulo introductorio (Garrigan 2012:1-28) la autora presenta el contexto político, económico y cultural del Porfiriato1 (1876-1911), y pone el énfasis en los cambios que significó el triunfo del liberalismo a partir de la segunda mitad del siglo XIX, y en cómo la estabilidad económica y política alcanzada en el periodo sentó las bases de un desarrollo y un orden apoyados en instituciones culturales (Garrigan 2012:12). Ante el imperativo de progreso y desarrollo económico asumido por los gobiernos liberales de media centuria, se requirió erigir un orden simbólico que, por un lado, permitiera superar un profundo disenso político entre las corrientes liberales y conservadoras y, por el otro, proporcionara un mito fundacional que legitimara este nuevo orden (Garrigan 2012:16). En este contexto, la autora sugiere las colecciones como elementos que otorgan un significado ideológico a las diversas configuraciones de la identidad nacional en el siglo XIX, proporcionando el orden requerido para semejante empresa.
El libro repasa el esfuerzo de México por librarse del subdesarrollo económico y lograr su modernización, particularmente en lo que toca al contexto internacional (Garrigan 2012:15). Es en esta tensión entre los procesos internos de consolidación cultural y desarrollo económico y las dinámicas globales de comercio y cultura enmarcadas en la modernidad europea y estadounidense donde Garrigan establece paralelos con los procesos contemporáneos de globalización y consumo cultural, y retoma algunas reflexiones de los estudios poscoloniales, que contribuyen a darle una nueva lectura a un fenómeno ya estudiado: el de la construcción de identidades modernas y posnacionales y sus nexos con la construcción de un patrimonio cultural nacional (Garrigan 2012:26).
En el primer capítulo Garrigan (2012:29-64), a través del análisis de material de archivo, examina el proceso de construcción del canon pictórico de la pintura nacional durante los años del Porfiriato y los vínculos entre los diferentes actores involucrados en el incipiente campo cultural, tales como la ASC, la prensa y, en particular, los críticos de la cultura, de orientación liberal, que reivindicaron la necesidad de construir una pintura nacional. Esta coyuntura le sirve a la autora para demostrar, mediante varios ejemplos, de qué forma las dinámicas mercantiles influyeron no sólo en la discusión sobre el arte nacional sino, más aún, en la formación y el desarrollo de una pintura nacional proyectada como recurso identitario y como mercancía comercializable en los mercados de Europa y Estados Unidos.
El segundo capítulo del texto (Garrigan 2012:65-106) explora la relación entre la consolidación de la colección del Museo Nacional de Antropología (MNA-INAH) y la emergencia de discursos académicos nacionales relacionados con la antropología y la etnología, así como su papel en la construcción y legitimación de un orden simbólico nacional. Identifica la fundación de una tradición académica anclada en discursos provenientes del extranjero como una de las estrategias de legitimación de una nación mexicana renaciente ante sus ciudadanos y las potencias extranjeras que habían usufructuado su patrimonio arqueológico y cultural. Asimismo, la autora plantea que la repatriación de objetos culturales, como la adquisición de nuevas colecciones a partir de la realización de nuevas investigaciones, aunadas a la nacionalización de los discursos que le daban sentido a estas acciones, constituyeron los esfuerzos más grandes de los gobiernos liberales mexicanos del siglo XIX, que veían en esta operación la posibilidad de revalorar nuestro país como interlocutor intelectual válido y de reforzar un sentido de igualdad entre sus pares.
El tercer capítulo (Garrigan 2012:107-134) se dedica al análisis del auge de la estatuaria pública que tiene lugar a finales del siglo XIX y principios del siglo XX, en especial en el Paseo de la Reforma de la ciudad de México, y su correspondencia, no siempre evidente, con los circuitos de producción económica. En este apartado la autora realiza una labor detectivesca que apunta a desenmarañar, especialmente en su dimensión económica, no siempre explícita, pero detectable en los documentos que recaba (Garrigan 2012:111), las historias ocultas tras las iniciativas públicas de levantar monumentos destinados a la edificación de un panteón nacional, al fortalecimiento de los lazos entre distintas naciones, y a la instrucción y deleite de los ciudadanos de diferentes contextos socioeconómicos.
Una tesis que Garrigan se preocupa por constatar en cada uno de los capítulos consiste en la íntima relación entre el progreso económico y las iniciativas culturales, ya sea por la participación directa de los benefactores en proyectos de inversión o el fortalecimiento de vínculos comerciales, o por la aprobación e interés de la sociedad, y, en particular, de los medios escritos, por resaltar ciertos valores asociados con la modernización. Esta idea se sustenta en un análisis del discurso de los medios de la época en que se revelan varias confluencias entre los lenguajes nacionalista y comercial y empresarial. Progreso y nación se interpretan como sinónimos del despertar de México (Garrigan 2012:124).
El capítulo cuarto (Garrigan 2012:135-152) aborda el tema de las exposiciones internacionales de finales del siglo XIX en relación con los mecanismos de representación de la mexicanidad, y de qué forma impulsan el desarrollo económico y estético. Analiza la Feria Internacional de París de 1889 como espacio de construcción de relaciones comerciales entre naciones rivales y, a un tiempo, de transmisión, información y cultura, y, en éste, la apuesta de México por construir una imagen de sí mismo mediante la instalación de pabellones y las exhibiciones de objetos (Garrigan 2012:145).
La caída del imperio azteca y el sacrificio de Cuauhtémoc se exaltan como símbolos de la grandeza perdida, del heroísmo fundante de lo que sería la nación para las elites liberales (Garrigan 2012:140). Si el heroísmo y el sacrificio se postulan como los elementos fundantes de lo nacional, la otredad se construye como el elemento clave de la reivindicación de México como nación autónoma, con un legado histórico y cultural y con un atractivo para los negocios. El mecanismo de autoexotización que se revela en las colecciones, los museos, etc; contrasta con la apuesta por la exposición moderna de sus colecciones. En las ferias internacionales se detecta esta apuesta por construir una imagen propia abocada, por un lado, a la otredad cultural y, por el otro, a la abundancia y la riqueza natural y, en consecuencia, económica (Garrigan 2012:136).
La adopción de dicha racionalidad se convierte en el tema central del último capítulo (Garrigan 2012:153-176), ya no a través de una organización de objetos, sino mediante la representación estadística como la agrupación, organización y selección de datos que tienen el potencial de reflejar la nación. La utilización generalizada de la estadística como método valido para conocer, cuantificar y controlar los recursos del país es para la autora una manifestación más de la relación paradójica entre colección, mercado y construcción de nación.
En resumen, este capítulo resulta interesante en cuanto a su esfuerzo por aplicar el marco conceptual de las colecciones a una realidad diferente: la estadística, lo cual de entrada supone un esfuerzo analítico, y, de hecho, en el análisis de las estadísticas la autora reconcilia los elementos propios de las colecciones relativos a la sistematización, la incompletitud y la serialidad.
Para concluir, vale la pena resaltar el esfuerzo de la autora por recopilar un corpus robusto de investigación que, referido a fenómenos de diverso orden, confirman su hipótesis principal: el solapamiento de los valores culturales tras los valores económicos y la relación dialéctica entre el patrimonio y el mercado (Garrigan 2012:177). En este intento, notable en todo el libro, Shelley Garrigan establece un diálogo continuo con autores que se han aproximado a la problemática del patrimonio cultural mexicano (Tenorio-Trillo 1996a, 1996b; Zea 1993; Rodríguez 1997; Debroise 2006; Widdifield 1996; Bernal 1980; Morales 1994a, 1994b; Bartra 1987; Hill 1993; Florescano 1994; Ramírez 1986, 2003) y retoma los planteamientos de aquellos enmarcados en la crítica poscolonial de la cultura (Andermann y González-Stephan 2006; Alonso 1998; Pérez 1999), lo que dota al estudio de una gran fortaleza argumental, presente no sólo en la consideración que hace del avance de los estudios sobre el patrimonio cultural mexicano, sino en el enfoque fresco y novedoso al introducir las inquietudes de los estudios críticos de la cultura.
Esta misma fortaleza del texto, no obstante, puede, convertirse en uno de sus puntos débiles. En su afán por demostrar su hipótesis, la autora recoge una cantidad considerable de evidencia, recuperada a su vez de recopilaciones como la de Rodríguez Prampolini (1997), de modo que el trabajo analítico se despliega sobre casos ya recogidos por otros autores y no en nuevas fuentes primarias que le permitirían contrastar críticamente sus hallazgos. Mientras que sus conclusiones se basan en material de archivo (reseñas periodísticas de finales del siglo XIX, documentos, memorias, etc.), la investigación misma lo hace primordialmente en fuentes secundarias (Rodríguez 1997) recabadas, lógicamente, con otros fines.
En este mismo sentido, la diversidad de los objetos y colecciones abordados (pinturas, esculturas, objetos arqueológicos, cifras estadísticas), al someterse a las mismas categorías de análisis y tomarse como manifestaciones de un mismo fenómeno (la intersección entre los valores patrimoniales y mercantiles), implica una operación que, con tal de hacer que dentro de una lectura coherente compatibilicen con los planteamientos propuestos por la autora, nivela la complejidad de cada una de tales realidades. Así, se retoman discusiones de autores como Enrique Florescano (1994), Daniel Schavelzon (1988) , Mauricio Tenorio-Trillo (1996a) , Fausto Ramírez (1986, 2003), etc.; y se adaptan a su marco de interpretación, lo cual conduce a una lectura convenientemente simplificadora de las complejidades que estos abordajes han construido sobre la relación entre cultura, arte, patrimonio y política.
A pesar de lo anterior, el enfoque crítico y analítico apropiado por la autora es sugestivo, da una pauta teórica: el consumo cultural; y metodológica: el análisis del discurso, para emprender el estudio de las colecciones públicas, y amplía el análisis a un periodo (finales del siglo XIX) que aporta elementos importantes al campo de los estudios de la cultura mexicana. En cuanto al contenido, para el lector no familiarizado con el contexto particular de México el texto proporciona suficientes elementos para entender a cabalidad los fenómenos tratados, en una lectura amena y fluida.