Introducción
El género se entiende como una construcción cultural que hace referencia a los aspectos psíquicos y sociales de lo masculino y lo femenino (Izquierdo, 2013: 14). Aunque el género tiene sus bases en la diferenciación sexual, no se puede sostener que la biología determina el género, sino que las atribuciones de los grupos de referencia son las que fundan esa diferenciación a los cuerpos sexuados y es justo lo que se enfoca en los estudios de género (Bahamón Muñetón et al., 2014: 338-343).
El uso del concepto de género y su aceptación inició en la década de los años cincuenta a nivel internacional y en 1980 en México (Careaga et al, 2019: 1428). Como unidad de análisis, busca comprender la desigualdad histórica en las relaciones entre hombres y mujeres para estudiar lo que subyace a través de los procesos de socialización sexual dentro de una norma social de género (Venegas, 2020: 2).
El género, como categoría de estudio, se ha asociado con estilos de vida en los adolescentes. Por ejemplo, un estudio español que incluyó a 2,400 adolescentes de 20 escuelas secundarias, identificó que los hombres tenían menor rendimiento escolar, pasaban más tiempo con sus amigos y reportaban mayor consumo de sustancias; mientras que las mujeres tenían menor actividad deportiva, menos horas de sueño, mayor dedicación a estudiar, mayor motivación escolar y dedicaban mayor tiempo para hacer deberes en el hogar. Los autores sugieren que estos comportamientos están influenciados por la cultura que refuerza o suprime los patrones de conducta (Hernando et al., 2013: 19-21), el cual define a los hombres como “de la calle” y las mujeres como “de la casa” (Saldivar-Garduño et al., 2015: 2129).
Otro estudio que incluyó 344 adolescentes hombres y mujeres de la ciudad de Guadalajara, (México), identificó que las nociones de género estaban asociadas de forma significativa con el porcentaje de grasa corporal y a determinados estilos de vida, lo que a su vez influía en la conformación de la estructura corporal (Martínez-Munguía et al., 2016: 11). Un estudio más, en el que participaron 4,932 adolescentes de 26 secundarias públicas de tres ciudades mexicanas (Guadalajara, Ciudad de México y Monterrey), en el que se evaluó la asociación del rol de género tradicional con el consumo de sustancias, actitudes proconsumo, exposición a oferta de sustancias y estrategias de resistencia para no consumir, identificó que tanto hombres como mujeres que tenían mayor apego a los roles tradicionales reportaron mayor consumo de sustancias, recibían más ofertas para su uso y presentaban menores estrategias para resistir el consumo (Kulis et al., 2018: 7).
Un estudio multicéntrico realizado en 31 países, identificó un consenso transcultural en el contenido de los estereotipos de género, así como una asociación del estereotipo masculino con rasgos instrumentales tales como la agresividad, la independencia y la competitividad, mientras que el estereotipo femenino se asoció a rasgos expresivos y comunales, como la afectividad, dependencia y preocupación por los demás (Williams et al., 1990: 115).
Desde una perspectiva psicológica, entendemos que las diferentes nociones de género forman parte de los primeros rasgos identitarios que adoptamos los seres humanos, con los cuales se adquiere una serie de prácticas y creencias que expresan las prácticas sociales que, a su vez, dan sentido y contexto al indiviudo como una forma de vida (Martínez-Munguía et al., 2016: 12).
Los estudios de género no tienen sólo una mirada binaria; se trata de un sistema dinámico con múltiples representaciones que se pueden considerar dentro de un continuum de infinitas posibilidades (Careaga et al., 2019: 1428). Por tanto, en este trabajo, la noción de género se entiende tanto como una categoría de análisis, así como una construcción social, histórica y cultural dinámica que se redefine continuamente (Venegas, 2020: 3). Es por ello que su estudio debe ser constante en diversas áreas y escenarios de la vida.
Al igual que el género, la sexualidad es una construcción social que define patrones de comportamiento diferentes para hombres y mujeres y forma parte de la identidad. Las prácticas sexuales se definen como patrones de actividad sexual que presentan los invididuos o comunidades con suficiente consistencia para ser predecibles. Estos patrones pueden tener connotaciones positivas o negativas, en función de sus consecuencias. De tal forma que es posible que los adolescentes presenten un alto porcentaje de relaciones sexuales y comportamientos de riesgo que pueden desencadenar problemas en su salud reproductiva, embarazos, abortos y enfermedades o infecciones de transmisión sexual (ITS) (Bahamón et al., 2014: 334).
En México, la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2012, estimó que 12.5% de los adolescentes de 12 a 19 años de edad habían iniciado su vida sexual, de los cuales 17% de los hombres y 32.7% de las mujeres no habían utilizado algún método anticonceptivo en su primera relación sexual. Este reporte resulta relevante porque se estima que una adolescente embarazada tiene dos veces más riesgo de morir; tres veces más riesgo de que su hijo muera durante los primeros 28 días, además de que 40% abandona la escuela, factor que limita sus oportunidades laborales tanto de mujeres como de hombres (Grupo Interinstitucional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes, 2017: 9-10).
Se sugiere que las mujeres son más vulnerables frente al embarazo no deseado, el aborto y la transmisión de enfermedades sexuales. Por el contrario, los hombres se afirman a través del uso de su cuerpo para demostrar su virilidad, la incapacidad para contener el deseo y la desvinculación emocional. Sin embargo, también se exponen a riesgos como el VIH-sida y otras ITS (Bahamón, Vianchá et al., 2014: 336-341).
En el ámbito educativo mexicano, el estudio de la sexualidad desde el enfoque de género aún es pobre y se ha centrado en la mirada reproductiva. Se estima que no se ha integrado como una dimensión de la vida de las personas que acompaña sus actividades e interrelaciones (Careaga et al., 2019: 1429). Un estudio realizado en México, que analizó desde la perspectiva de género los contenidos de sexualidad y género de los libros de Ciencias Naturales y Formación Cívica y Ética de cuarto a sexto año de primaria durante los ciclos 2015-2016, encontró que estos reducen la sexualidad a la reproducción y no incorporan el erotismo, un factor considerado relevante en el enfoque de educación integral de la sexualidad. Asimismo, los libros transmiten ideas heteronormativas sobre los vínculos afectivos, no incorporan la perspectiva de género a cabalidad, y evitan denunciar la desigualdad entre hombres y mujeres debido al uso/abuso de poder, por lo que aún transmiten estereotipos y prejuicios de género y sexualidad (Rosales et al., 2017: 19).
En otra encuesta, realizada con estudiantes de escuelas primarias y secundarias públicas en México, se encontró que los roles de género estaban cambiando a nivel nacional, especialmente entre las mujeres (SEP-UNICEF, 2009: 31), aunque la mayoría de los encuestados (80%) continuaban estando de acuerdo con la idea de que los hombres deberían ser los proveedores, mientras que las niñas proponían relaciones más igualitarias. Sin embargo, sorprendentemente, el mismo estudio identificó roles de género estereotipados, como la percepción de que los espacios públicos pertenecen a los hombres y los espacios privados a las mujeres.
México es un país diverso, con pronunciadas diferencias étnicas y socioeconómicas, incluidas variaciones regionales en las concepciones idealizadas de la masculinidad. En la región Noreste prevalece la visión del “hombre inquebrantable”, mientras que en la región del Pacífico norte el folklor “rural” produce una imagen similar de dominio masculino. La región Central tiene una concepción más cosmopolita y flexible de la masculinidad, sin rechazar por completo los arquetipos sociales tradicionales de género (Saldivar-Garduño et al., 2015: 2127). El Sureste es una región con fuertes condiciones de rezago. Sin embargo, en todas las regiones se continúan reportando profundas desigualdades sociales y una alta prevalencia de conductas sexuales de riesgo para ITS en adolescentes (Castillo-Arcos et al., 2017: 174), altas tasas de violencia contra las mujeres y un alto dominio de los hombres, que son alimentadas por estructuras objetivas producidas por las instituciones y estructuras subjetivas como la cultura (Martínez-Ortega et al., 2016: 41).
Además de la geografía, la clase social desempeña un papel importante. Los roles de género tradicionales pueden ser opresivos para todas las mujeres, pero las mujeres urbanas de clase media y alta tienen más probabilidades de escapar o superar sus consecuencias más represivas (Beer et al., 2015: 12). En general, todavía existe una fuerte identificación con la “cultura colectivista tradicional”, que relaciona a las mujeres con la atención de las necesidades de los demás antes que las propias, y a los hombres ejerciendo su poder, incluso en los ámbitos de influencia femenina (Saldivar-Garduño et al., 2015: 2145).
Las nociones de género son vistas como un continuum, donde un extremo es lo indiferenciado que incluye tanto rasgos femeninos como masculinos, y, por tanto, las personas pueden ser tanto agresivas como condescendientes, fuertes o dóciles, sensibles o asertivas, según lo amerite la situación. Por ello, este tipo de noción favorece que las personas sean más adaptables y emocionalmente más saludables. De forma opuesta, la noción masculina extrema se apega más al estereotipo tradicional; es rígido e incapaz de expresar calidez, alegría e interés. Por lo que se ha reportado que las mujeres con altos puntajes de feminidad suelen tener problemas para ser independientes y asertivas (Behar et al., 2002: 973)
En virtud de que los roles atribuidos a cada género son adquiridos durante la niñez, se acentúan durante la adolescencia y se refuerzan al inicio de la vida sexual (Saldivar-Garduño et al, 2015: 2129), el objetivo de este trabajo fue identificar la asociación entre las nociones de género con las prácticas sexuales en adolescentes escolares en tres ciudades de México.
Método
Tipo de estudio
En octubre de 2018 se diseñó una encuesta transversal no aleatorizada para ser aplicada con adolescentes escolares. Se incluyeron 693 estudiantes de segundo de secundaria, en virtud de que se ha reportado que la edad de inicio de la vida sexual es a partir de los 12 años (Losa-Castillo et al, 2018: 625). Las tres escuelas sedes del proyecto fueron públicas y estaban ubicadas en tres ciudades de México: Ciudad Juárez (n=250) en el norte, Guadalajara (n=193) en el occidente y Campeche (n=250) en el sur, con la finalidad de incorporar diferentes zonas geográficas de México.
Instrumentos
Se aplicó una encuesta autoadministrada a los estudiantes, conformada por cinco secciones: a) Datos sociodemográficos: ciudad de residencia (Ciudad Juárez, Guadalajara y Campeche), sexo (hombre y mujer), edad (en años); b) Cinco preguntas sobre práctica sexual (Libreros et al, 2008: 3) con α=.96: ¿Has tenido relaciones sexuales? con tres opciones de respuesta (una vez, más de una vez, nunca); ¿A qué edad tuviste tu primera relación sexual?, con dos opciones de respuesta (nunca, años de edad); ¿Con cuántas personas has tenido relaciones sexuales?, con dos opciones de respuesta (nunca, número de personas); Cuando tienes relaciones sexuales, ¿utilizas algún método anticonceptivo para evitar el embarazo o para no contraer alguna enfermedad como el sida?, con dos opciones de respuesta; y, por último, ¿Has tenido relaciones sexuales bajo los efectos de bebidas alcohólicas?, con dos opciones de respuesta (sí, nunca). c) Una escala Generímetro (Martínez-Munguía, 2015: 13) con 35 preguntas para mujeres y 35 para hombres, con una α=.90, que incluye cinco opciones de respuesta (lo hace parecer mucho menos hombre/mujer ante sus amigos; lo hace parecer menos hombre/mujer ante sus amigos; no lo hace parecer ni más ni menos hombre/mujer ante sus amigos; lo hace parecer más hombre/mujer ante sus amigos; y lo hace parecer mucho más hombre/mujer que sus amigos). A partir de las respuestas, se crearon cinco nociones de género; indiferenciado (neutro), masculinidad moderada, masculinidad extrema, feminidad moderada y feminidad extrema.
Procedimiento
Se solicitó permiso a las autoridades escolares para la aplicación de la encuesta dentro de cada plantel sede. Se solicitó consentimiento informado por escrito a los adolescentes. Su participación fue voluntaria y anónima y todos aceptaron participar. Se tomaron los grupos completos de segundo año, y las encuestas se aplicaron dentro del horario escolar sin la presencia de profesores. La duración de la encuesta fue de alrededor de 20 minutos. La aplicación de la encuesta se realizó en una misma semana en las tres sedes. El equipo de cada sede realizó la captura de datos y, posteriormente, se llevó un proceso de revisión de datos. Sólo el equipo de investigación tuvo acceso a la base de datos.
Análisis de datos
El análisis de datos se realizó con el paquete estadístico SPPP v.26. Se estimó la prevalencia de adolescentes que habían tenido relaciones sexuales. Se establecieron cinco grupos en función de las nociones de género (indiferenciado, masculinidad moderada, masculinidad extrema, feminidad moderada y feminidad extrema) para hacer un comparativo de las diferencias entre los grupos, por ciudad y en la forma como viven sus prácticas sexuales. Para la diferencia de grupos se utilizaron tablas de contingencia 2x2 y la significancia estadística se calculó mediante la prueba chi-cuadrada. La significancia estadística se determinó en p≤0.05. Para evaluar la asociación de las nociones de género con las prácticas sexuales se utilizó una correlación bivariada y una regresión logística nominal.
Resultados
En la Tabla 1 se presentan las características de la muestra, divididas entre quienes habían tenido relaciones sexuales y quienes no habían tenido. Se encontró una mayor prevalencia de relaciones sexuales en los hombres (F: 82 - 23%) que en las mujeres (F: 36 - 11%) p≤0.001. Se observó que en los adolescentes de 16 años hubo una mayor proporción con relaciones sexuales (40%). La edad promedio del grupo que reportó haber tenido relaciones sexuales fue significativamente mayor que el grupo sin relaciones sexuales de (14.58 años vs 14.21) p≤0.001. El promedio de edad del inicio de relaciones sexuales fue de 13.16 años en hombres y de 13.29 años en mujeres, y el rango de edad de iniciación fue entre los 9 y 16 años.
Tabla 1 Datos sociodemográficos de la población en estudio y su comparación sin y con relaciones sexuales
Sin relaciones sexuales n= 575 F (%) |
Con relaciones sexuales n= 118 F (%) |
|
---|---|---|
Sexo | ||
Femenino | 301 (89) | 36 (11) |
Masculino | 274 (77) | 82 (23)* |
Edad | ||
13 | 17 (100) | - |
14 | 430 (84) | 61 (12) |
15 | 100 (69) | 44 (27) |
16 | 15 (60) | 10 (40)* |
Promedio de edad | 14.21 | 14.58* |
Ciudad | ||
Guadalajara (193) | 165 (85) | 28 (15) |
Campeche (250) | 182 (73 | 68 (27) |
Ciudad Juárez (250) | 228 (91) | 22 (9)* |
* p=≤0.001
Con respecto de la ciudad de procedencia, los adolescentes de Campeche reportaron una mayor prevalencia de relaciones sexuales (27%) que los de Guadalajara (15%) y Ciudad Juárez (9%) p≤0.001.
En la Tabla 2 se presentan las proporciones de hombres y mujeres para cada una de las categorías de nociones de género y ciudad. El análisis por sexo mostró una proporción más homogénea entre hombres y mujeres en la categoría Indiferenciada, pero con diferencias estadísticamente significativas (42% contra 58%, respectivamente p≤0.001). En tanto que en las dos categorías de masculinidad hubo una mayor proporción de hombres, y en las dos categorías de feminidad se ubicó un mayor número de mujeres. Esta clasificación sirvió para contrastar las prácticas de los grupos en función de las nociones de género que tenían, y no solamente por el sexo de pertenencia. En el análisis por ciudad no se identificaron diferencias estadísticamente significativas. Sin embargo, identificamos el mismo patrón en las nociones de género: mayor proporción de hombres en las categorías de masculinidad y mayor proporción de mujeres en las categorías de feminidad. Encontramos que en los hombres de Guadalajara se ubicó la mayor proporción de masculinidad extrema (26%) y en Ciudad Juárez la mayor proporción de feminidad extrema con 33 por ciento.
Tabla 2 Nociones de género por sexo y ciudad
Nociones de género | Total | Hombres | Mujeres | Ciudad Juárez | Guadalajara | Campeche | ||||||
---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|---|
F (%) | Fr (%) | Hombres F (%) | Mujeres F (%) | Total F (%) | Hombres F (%) | Mujeres F (%) | Total F (%) | Hombres F (%) | Mujeres F (%) | Total F (%) | ||
Indiferenciada | 93 | 39 (42) | 54 (58) | 15 (10) | 17 (14) | 32 (13) | 11 (11) | 15 (16) | 26 (13) | 13 (10) | 22 (19) | 35 (14) |
Masculinidad moderada | 263 | 182 (62) | 81 (31) | 63 (50) | 23 (19) | 86 (34) | 52 (54) | 28 (29) | 80 (41) | 67 (50) | 30 (26) | 97 (39) |
Masculinidad extrema | 90 | 76 (84) | 14 (16) | 24 (19) | 2 (2) | 26 (10) | 25 (26) | 66 (6) | 31 (16) | 27 (20) | 6 (5) | 33 (13) |
Feminidad moderada | 133 | 40 (30) | 93 (70) | 14 (11) | 41 (33) | 55 (22) | 8 (8) | 27 (28) | 35 (18) | 18 (14) | 25 (21) | 43 (17) |
Feminidad extrema | 114 | 19 (17)* | 95 (83)* | 10 (8) | 41 (33) | 51 (20) | 1 (1) | 20 (21) | 21 (11) | 8 (6) | 34 (29) | 42 (17) |
* p≤0.001
Se identificaron inter-correlaciones significativas y positivas entre la noción de género con el sexo, con relaciones sexuales, con el uso de anticonceptivos y relaciones sexuales con alcohol (Tabla 3).
Tabla 3 Correlaciones entre relaciones sexuales, sexo, noción de género, uso de anticonceptivos y relaciones sexuales con alcohol
Sexo | Noción de género | Relaciones sexuales | Uso anticonceptivos | Relaciones sexuales con alcohol | |
---|---|---|---|---|---|
Sexo | 1 | ||||
Noción de género | .28* | 1 | |||
Relaciones sexuales | -.18 | .12* | 1 | ||
Uso anticonceptivos | -.16 | .12* | .92 | 1 | |
Relaciones sexuales con consumo de alcohol | -.16 | .09* | .92 | .88 | 1 |
*p <.05
En la Tabla 4 se muestra que los grupos se asociaron en función de sus nociones de género y algunas prácticas sexuales. La masculinidad extrema mostró asociación con relaciones sexuales (26.6%), mientras que la feminidad extrema presentó la proporción más baja (6.1%) de prácticas sexuales: r (-.111) =.01. De manera general, se observaron buenos promedios en cuanto al uso de anticonceptivos en sus prácticas sexuales: > 71%. El grupo indiferenciado fue el que presentó el mayor promedio en el uso de anticonceptivos (93.7%): r (-.112) =.01. El grupo de masculinidad moderada fue el que presentó mayor incidencia en la combinación de ingesta de alcohol durante las relaciones sexuales: r (-.084) =.05, y este mismo grupo mostró un mayor promedio de parejas sexuales (2.54): r (-.122) =.00.
Tabla 4 Noción de género asociada a relaciones sexuales, uso de anticonceptivos, consumo de alcohol en relaciones y parejas sexuales
Noción de género | F (%) | Con relaciones Sexuales | Con uso de anticonceptivos | Relaciones sexuales con alcohol | Parejas sexuales |
---|---|---|---|---|---|
F (%) | F (%) | F (%) | Promedio | ||
Indiferenciado | 93 (13.4) | 16 (17.2) | 15 (94.7) | 3 (18.7) | 1.69 |
Masculinidad moderada | 263 (38) | 49 (18.6) | 37 (75.5) | 15 (30.6) | 2.54 |
Masculinidad extrema | 90 (13) | 24 (26.6) | 22 (91.6) | 3 (12.5) | 1.95 |
Feminidad moderada | 133 (19.2) | 19 (14.2) | 16 (84.2) | 3 (15.7) | 2.16 |
Feminidad extrema | 114 (16.5) | 7 (6.1) | 5 (71.4) | 1 (14.2) | 1.14 |
*p <.05
Por último, en la Tabla 5 se presentan los resultados de la regresión logística para identificar la asociación de la noción de género con las prácticas sexuales de los adolescentes. Como se puede observar, la noción de género y ser hombre predijo las relaciones sexuales, el uso de anticonceptivos y relaciones sexuales con alcohol. El modelo de regresión predijo correctamente 25.8% de los casos con el R cuadrado de Nagelkerke.
Tabla 5 Análisis de regresión logística de la noción de género con las variables en estudio
Noción de género/género | Relaciones sexuales OR | IC95% | Uso anticonceptivos OR | IC95% | Relaciones sexuales con alcohol OR | IC95% |
---|---|---|---|---|---|---|
Indiferenciada | 3.0 | [1.1-7.9] | 2.1 | [.99-4.6] | 1.5 | [.95-2.4] |
Sexo: hombre | 2.5 | [1.2-5.1] | 2.5 | [1.2-5.2] | 2.6 | [1.3-5.3] |
Masculinidad moderada | 3.0 | [1.2-7.3] | 2.5 | [1.2-5.1] | 1.4 | [.96-2.2] |
Sexo: hombre | 10.1 | [5.5-18.6] | 10.1 | [5.5-18.5] | 10.3 | [5.6-18.9] |
Masculinidad extrema | 4.6 | [1.7-12.4] | 3.5 | [1.6-7.5] | 2.1 | [1.3-3.4] |
Sexo: hombre | 25.5 | [10.3-63.4] | 24.5 | [10.2-58.9] | 23.7 | [9.8-57.1] |
Feminidad moderada | 2.6 | [1.0-6.6] | 1.9 | [.94-4.1] | 1.5 | [.97-2.3] |
Sexo: hombre | 1.9 | [.98-3.7] | 1.9 | [1.0-3.8] | 1.9 | [1.0-3.8] |
Notas: En el análisis de regresión logística, feminidad extrema fue la categoría de referencia, así como la categoría mujer. El modelo incluyó 16 grados de libertad.
Discusión
El estudio identificó una asociación significativa entre las nociones de género con la presencia de relaciones sexuales, el uso de anticonceptivos, las relaciones sexuales con alcohol y el número de parejas sexuales. Después de hacer la regresión logística, encontramos que la noción de género masculina y ser hombre, predijeron las prácticas sexuales en la población del estudio.
Observamos un patrón estadísticamente diferente y consistente entre hombres y mujeres. Los hombres reportaron el doble en la prevalencia de relaciones sexuales en comparación con las mujeres, y ser hombre fue un predictor para todas las prácticas sexuales evaluadas. Por ello, sugerimos que las prácticas sexuales son un reflejo de la autoafirmación de la noción de género que los adolescentes parecen tener bien asimilada en esta etapa de su vida, en donde actúan que los hombres son de la calle o de espacios públicos y las mujeres son de la casa o de los espacios privados (Saldivar-Garduño et al., 2015: 2129; SEP-UNICEF, 2009: 31). El hombre usa su cuerpo para afirmarse y demostrar su virilidad (Bahamón Muñetón et al, 2014: 336-341) frente a sí mismo, sus pares y el sexo opuesto, y por consecuencia, se expone a riesgos como el VIH-sida, otras ITS y embarazar a una o más parejas.
Nuestra estimación en la prevalencia de relaciones sexuales, tanto en hombres como en mujeres (17%), fue ligeramente superior a la reportada en la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición en 2012, que identificó una prevalencia global de 12.5% en adolescentes (Grupo Interinstitucional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes, 2017: 10). Quizás esta diferencia se explique por la temporalidad entre ambas mediciones, o debido a la muestra no aleatoria incluida en este estudio.
Otras diferencias interesantes fueron: el promedio de edad entre el grupo con actividad/sin actividad sexual y las prevalencias regionales. Aunque el grupo con actividad sexual fue significativamente de mayor edad, la diferencia no alcanzó ni seis meses de diferencia; por lo que es importante enfocar intervenciones para retrasar el inicio de la vida sexual a fin de reducir la exposición a riesgos en salud (Bahamón et al, 2014: 336-341) y reducir las implicaciones en las oportunidades educativas y laborales de los adolescentes con embarazos no deseados y las consecuencias de las ITS (Grupo Interinstitucional para la Prevención del Embarazo en Adolescentes, 2017: 10).
Con respecto a las diferencias regionales que identificamos, Campeche registró casi el doble en la prevalencia de actividad sexual que Guadalajara y el triple de Ciudad Juárez. Estas diferencias quizá se puedan explicar con los hallazgos de Rojas y Castrejón (2011), cuando encontraron que el lugar de residencia, el estrato socioeconómico y ser hombre o mujer, se asociaron con diferentes patrones de iniciación sexual, tales como inicio temprano/tardío y con uso/no uso de algún anticonceptivo. Los contextos rurales, indígenas y de menores recursos se asociaron con el inicio de actividad sexual a edades tempranas, con una marcada desigualdad y control social. Mientras que en los ámbitos urbanos hubo una mayor movilidad espacial, acceso a educación y diferentes normas hacia la sexualidad. En los grupos más favorecidos, tanto en lo socioeconómico como en lo educativo, se inicia más tarde la vida sexual y la escolaridad se amplía. Por lo que el ámbito de residencia y el estrato socioeconómico marcan situaciones cualitativamente diferentes para las prácticas sexuales de hombres y mujeres (Rojas, Castrejón, 2011). Además de la alta dominación masculina que prevalece en el sur del país (Martínez-Ortega et al., 2016: 41).
En Guadalajara se identificó la más alta prevalencia de masculinidad extrema, y, por tanto, una percepción más tradicional. Por ello, es necesario continuar profundizando en estas diferencias regionales de género a través de estudios cualitativos, a fin de entender las dinámicas internas y su vínculo con las prácticas sexuales en los adolescentes, así como la inclusión de muestras aleatorias y representativas.
En el análisis particular de las diferentes nociones de género, encontramos una asociación entre las nociones de masculinidad y el ejercicio de la sexualidad, las relaciones sexuales vinculadas con el uso de alcohol y el mayor número de parejas sexuales. La noción indiferenciada se asoció con el mayor uso de anticonceptivos. Las nociones de género femeninas se asociaron con el menor número de parejas sexuales. Estos resultados son completamente acordes con las características reportadas previamente (Behar et al., 2002: 973), en donde las masculinidades son rígidas, estereotipadas, fuertes; y, por tanto, con implicaciones de alto riesgo (Bahamón et al., 2014: 336-341; Castillo-Arcos et al., 2017: 174). Mientras que las feminidades son sumisas, emocionales y afectivas (Behar et al., 2002: 973), por lo que la feminidad parece ser un factor protector para las prácticas sexuales de riesgo.
En cuanto a las limitaciones del estudio, la muestra incluida no fue aleatorizada, además de que se trató de una muestra escolar. Por esta razón, los resultados no pueden generalizarse y deben tomarse con cierta cautela. Aunque sí nos permiten proponer hipótesis de trabajo para identificar la noción de género -y concretamente la masculinidad- como un fuerte predictor de comportamientos de riesgo y la feminidad como un factor protector, por lo que debe continuar su estudio en adolescentes en diferentes escenarios y contextos. Asimismo, se sugiere profundizar en el estudio de las nociones de género y los comportamientos de riesgo en adolescentes de la región sureste de México, que en este estudio registró la más alta prevalencia de actividad sexual.
El estudio presenta evidencia de la asociación de la noción de género con las prácticas sexuales de los adolescentes, por lo que podemos sugerir que el género es un elemento que debe ser incluido en la prevención del embarazo, VIH-sida, ITS y su vínculo con el uso de sustancias en adolescentes, e incluso en la prevención de la violencia en el noviazgo. En tanto no se incluya esta noción en la prevención, parece que se tendrá una permanente fuga de esfuerzos y recursos.
Otros estudios ya han enfatizado la relevancia de las nociones de género en los comportamientos de adolescentes, tales como estilos de vida (Hernando et al., 2013: 19-21); la conformación de su estructura corporal (Martínez-Munguía et al., 2016: 11); el consumo, exposición y resistencia a la oferta de sustancias (Kulis et al., 2018: 7) y los comportamientos de riesgo (Bahamón Muñetón et al, 2014: 336-341), además del fuerte estigma y rechazo en el ámbito educativo que prevalece en torno a las nociones de género en la educación sexual de los adolescentes (Rosales Mendoza et al., 2017: 19). Queda claro que, a pesar de los avances, en nuestro país aún existe un gran vacío en el estudio de las nociones de género y las prácticas sexuales en los adolescentes, así como de sus enormes implicaciones en la salud, la educación y la trayectoria laboral. Por ello, se debe continuar con su estudio desde diferentes ángulos, escenarios y metodologías.
Aunque los roles de género cambian con el tiempo, la transición de modelos tradicionales a modelos menos tradicionales se asocia a cambios sociales amplios, nuevas estructuras y formas de socialización (Pearse et al., 2016: 43). En sociedades como la mexicana, el cuestionamiento sobre las nociones de género tradicionales requiere un alejamiento gradual de las expectativas sociales, mentales y emocionales existentes, pero también se requieren modelos alternativos que no generen tesión entre la continudiad y el cambio (Klein et al., 2013: 31). Si bien la feminidad se perfiló en este estudio como un posible factor protector para las prácticas sexuales de las adolescentes, no significa que es deseable promover el opuesto de las masculinidades. Estamos convencidos de que es necesario promover cambios en las nociones de género con la tendencia a ser menos tradicionales. En todo caso, sería deseable promover una noción de género indiferenciada o neutra, que les permita a los adolescentes una mayor flexibilidad y adaptación en cada situación que viven. En este estudio observamos que los adolescentes que fueron clasificados como indiferenciados reportaron un mayor uso de anticonceptivos y menor número de parejas sexuales. Es posible que el género y las prácticas sexuales puedan observarse de forma más acentuada en adolescentes de 17 a 19 años, por lo que es deseable continuar su estudio en este grupo de edad.
Por último, concluimos señalando que la noción de género es un predictor de las prácticas sexuales en adolescentes. Por ello, y en virtud de que el género tiene un componente sociocultural, las prácticas sexuales de los adolescentes son un tema que nos compete a todos como sociedad, y en especial a las instituciones educativas y de salud.