Introducción
Hacia los años cuarenta del siglo XX, lejos de reportarse la asimilación e incorporación plena de los sectores alfabetizados y escolarizados de Villa Hidalgo Yalalag, Oaxaca, a la cultura nacional, el ser letrado se consolida como un atributo de distinción social al interior y exterior de la villa, así como un recurso de intermediación y distinción étnica. De manera paulatina, los conocimientos y bienes simbólicos y materiales adquiridos en los dispositivos escolares estatales y federales se someten a un proceso de apropiación localmente controlado, además de ponerse al servicio de las facciones políticas que monopolizan y comparten el ejercicio del poder en esta villa zapoteca.1 En una fase temprana de inserción a la vida urbana, las familias y los jóvenes migrantes que llegan a la Zona Metropolitana de la Ciudad de México (ZMCM) gestan diversas iniciativas étnicas, donde las pugnas entre las facciones y los bandos históricos tienden a actualizarse y siguen vigentes.
Esta contribución documenta en parte la vigencia de estas pugnas en los grupos culturales gestados por las generaciones adultas y, en particular, la manera en que estas pugnas históricas crean disposiciones y recrean lealtades familiares y con las generaciones previas entre los jóvenes que impulsan nuevos proyectos étnicos. Esto, en contraste con un grupo generado únicamente por jóvenes que se proponen superar los conflictos entre familias y facciones a favor de sus expectativas e intereses generacionales, y otro grupo donde las fronteras étnicas se amplían a partir de las condiciones de exclusión social que enfrentan cotidianamente, así como su posición subalterna y de clase. Se omiten, de manera intencional, los nombres de pila de los impulsores e integrantes de las iniciativas étnicas gestadas en esta fase de inserción, que puede definirse como fundacional con respecto a la creación de nuevos asentamientos étnicos en la ZMCM, entre los años sesenta y noventa del siglo XX, después de que los primeros yalaltecos radicados en las cercanías de la Basílica de Guadalupe, en la alcaldía Gustavo A. Madero de la Ciudad de México, así como en Ciudad Nezahualcóyotl, perteneciente al Estado de México, comienzan a reunirse para “convivir” de acuerdo a prácticas “regionales”, “tradicionales” y “folklóricas”. Un primer momento de esta fase tiene que ver con el nacimiento de la Asociación Yalalteca de México (AYM) en 1964, mientras el segundo corresponde a la integración en 1977 de la Banda Filarmónica Yalalteca de México, así como del Grupo Oaxaqueño y el Grupo de Danza San Felipe, en los años ochenta. Este último grupo se integra, únicamente, por jóvenes.
El presente artículo no solo ejemplifica, en un estudio en caso, cómo la etnicidad se fortalece a partir de la fragmentación de iniciativas que se despliegan en arenas culturales y políticas históricamente conflictivas, donde las confrontaciones intraétnicas heredadas motivan su actualización permanente en los nuevos espacios y contextos de vida. Documenta también, en el caso de los jóvenes del Grupo de Danza, sus intereses y expectativas en la confluencia entre sus trayectorias familiares, su adscripción generacional y las nuevas opciones de vida que ofrecen la migración transnacional, la globalización y la modernidad. En términos metodológicos, archivos personales, cartas, comunicados y varios testimonios relacionados con trayectorias familiares y escolares, dan cuenta de algunas situaciones vitales que configuran las subjetividades de las y los protagonistas, antes y después de emigrar. Estas subjetividades, enmarcadas en habitus2 específicos, inciden en las razones y los estilos de inserción en la ciudad, así como en las iniciativas étnicas impulsadas, y otorgan tanto a los aprendizajes y calificación escolares como al castellano escrito,3 usos sociales, políticos y étnicos específicos que, en el caso de los jóvenes, involucran nuevos conocimientos en campos profesionales relacionados con la contaduría, la administración, la computación y la mercadotecnia, entre otros. En la ZMCD, la permanente articulación y desarticulación de la etnicidad yalalteca se expresa, entre otros, en tres patrones básicos de organización formal: (i) el patrón generado por las dinastías letradas migrantes interesadas en proteger sus intereses económicos y políticos en la villa, (ii) el gestado por los jóvenes escolarizados y profesionistas que se unen y actualizan sus referentes de etnicidad en atención a sus intereses generacionales, la modernidad y el proceso de globalización, más allá del conflicto entre bandos, y (iii) el estructurado a partir del estado de marginalidad urbana en que sobrevive el sector más empobrecido de la población yalalteca migrante.4
Estos patrones de organización formal contradicen las perspectivas antropológicas estructuralistas que contraponen las formas sociales tradicionales, la organización comunitaria y el sentimiento de pertenencia a un pueblo distintivo, con atributos propios de la condición ciudadana relativos a la modernidad urbana, las formas de organización corporativa y el individualismo. De hecho, los yalaltecos y jóvenes citadinos amalgaman atributos y referentes de identificación en apariencia opuestos y, como sostiene Anthony Cohen, las políticas y los símbolos nacionales son adecuados y reinterpretados en función de intereses políticos, sociales e idiosincráticos (Cohen, 1985:37, 73-74); de ahí que las etnicidades emerjan a manera de pastiches o bricolages. En la conformación de etnicidades intervienen, recuperando a Pierre Bourdieu, las experiencias pasadas, las coyunturas políticas y la estructura de los acontecimientos (1988:54, 172). En términos etnogenéticos, la existencia de estas amalgamas o aleaciones étnicas supone la permanente configuración y reconfiguración de referentes emblemáticos cuya mezcla es siempre distinta, en función de los conflictos y las amenazas que supone la homogeneización en contextos de inclusión y exclusión cultural. Los jóvenes, aún cuando se impone su condición generacional y se esfuerzan por dejar atrás los conflictos entre familias, propios de las pugnas en torno al control del poder étnico-político, marcan su distinción en la urbe.
La Asociación Yalalteca de México
Para “hacer eco” de las celebraciones llevadas a cabo en Villa Hidalgo al interior de la colonia yalalteca citadina, Maximino Mota crea la AYM en 1964. La asociación se formaliza el 20 de noviembre, Día de la Revolución Mexicana, en una especie de amalgama identitaria entre ser yalalteco y ser mexicano. Al principio y anualmente, para festejar el aniversario de la asociación, algunos parientes y paisanos aportan de 25 a 100 pesos cada uno, con el objetivo de traer a la CDMX a la Banda de Música de Yalalag. De las 21 personas que intervienen en esta iniciativa -todos adultos-, diez mantienen fuertes intereses económicos y lealtades con las facciones que tienen más poder en la villa de origen: cuatro pertenecen a la familia Mota, dos a la Venegas y cuatro más a la Aquiles (arch. pers. 95. Cartas, 1970). Al costo que paga Maximino Mota por apoyar “su tierra”, con óbolos, acólitos, trofeos y viajes desde la ciudad, se agregan los gastos que hace desde antes de fundar la AYM para impulsar las fiestas de la “comunidad” en la ciudad. En diciembre de 1960, “para atender a los paisanos de la colonia” con motivo de la fiesta de la Virgen de Guadalupe, debe comprar 24.5 litros de mezcal, 35 cajas de cerveza, trastes, servilletas, palillos, cajas de cigarros, dos kilos de sopa, chiles para el mole, cinco cajas de Coca Cola, café, azúcar, medio puerco, pan, pollos, dos bultos de carbón, madera y manta, así como pagar la gasolina y la renta de un camión, sumando 5,210. 25 pesos (arch. pers. 84. Cartas, 1960).
A partir de 1964, para invitar a este tipo de celebraciones, la AYM emite convocatorias públicas en castellano, como fue el caso de la “alegre tertulia” que la asociación realizó en la capital mexicana con motivo de la fiesta de San Juan Bautista, organizada en fecha cercana al día en que esta se realiza en el pueblo.
GRAN NOCHE YALALTECA EN MÉXICO
Con motivo de la celebración de la Tradicional y gran Feria Regional que tendrá verificativo a partir del próximo día 19 del actual, en el Pueblo de Yalalag, Oax., en honor de su Santo patrono San Juan Bautista, la Asociación Yalalteca de México haciendo eco a ese regocijo de nuestros paisanos y el deseo de la Colonia Yalalteca, residente en esta Capital, se permite invitar a usted y a su distinguida familia a su gran Fiesta y Baile que tendrá lugar el venidero día 20 del actual, a partir de las 20 horas (8 de la noche) en la casa No. 5127, de las calles Norte 60A, Colonia Río Blanco. En esta alegre Tertulia Yalalteca, encontrará usted toda clase de antojitos propios del lugar; sin faltar el imprescindible “Jarabe Yalalteco”. No deje de asistir; además de convivir con amables personas y paisanos se divertirá en grande.
México, D. F., febrero de 1965 (arch. pers. 87. Comunicados AYM, 1965).
Asuntos de otra índole son también dados a conocer por medio del buen castellano escrito, y por ello, esta lengua funciona como el vehículo comunicativo que fortalece la etnicidad o, en otras palabras, los vínculos y referentes étnicos de la comunidad yalalteca en la ciudad.5 De acuerdo con Benedict Anderson, lo más importante de la lengua escrita no es la lengua en sí misma, sino su capacidad para generar comunidades (1993:189). En este caso, el castellano escrito provisto por el Estado nacional y las escuelas oficiales se pone al servicio del empoderamiento étnico. Pero la AYM, además de provocar “ecos étnicos” en la capital, también requiere de comunicados escritos en castellano para que la mesa directiva -integrada por adultos- convoquen a los “paisanos”, en general, a reuniones donde tales ecos se tornan políticos, al tratarse los asuntos “más importantes de nuestro pueblo”. Maximino, por su buen castellano, es quien redacta estos comunicados.
ATENTA INVITACIÓN
Estimado paisano:
Una vez más la Asociación Yalalteca de México por conducto de su directiva, te invita a tratar asuntos de suma importancia de nuestro pueblo como son: el problema grave que tiene nuestra escuela secundaria, biblioteca, la electrificación del pueblo y demás asuntos pendientes a resolver. También tendremos la visita de un gran maestro miembro de la Comisión Nacional Pro-bibliotecas en la República Mexicana. Como siempre te recordamos que sería de gran ayuda que nos acompañes con tu familia y puedas dar tu opinión acerca de todo esto. (arch. pers. 93. Comunicados, 1969).
Por necesidades infraestructurales y motivos como estos, en un proceso de inserción y territorialización urbana que podría calificarse como centrípeto, el pueblo de origen se mantiene como el nodo central a partir del cual se configuran y reconfiguran los procesos de autoadscripción étnica. De ahí que la AYM realice reuniones mensuales en las instalaciones de la Escuela Mártires de Río Blanco, donde trabaja un maestro que radica -como el resto de sus paisanos- en la colonia que lleva el mismo nombre. Las reuniones se dedican a “trabajar juntos por un Yalalag mejor” (arch. pers. 93. Cartas, 1969) y, de hecho, Maximino es “comisionado” para atender compromisos comunitarios importantes y cumplir con distintas funciones de intermediación como las que el presidente y el síndico municipales le asignan al nombrarlo “principal padrino”, al lado del Gobernador del Estado y “otros personajes” de Caminos Vecinales y autoridades de los pueblos circunvecinos, del acto inaugural del puente construido sobre el Río Yalalag. Con el mismo fin, las autoridades municipales invitan, por medio de la AYM, a dos generales y un capitán del ejército y, en particular, al diputado local de la Colonia Mártires de Río Blanco, por considerar que este “ha venido cooperando con nuestro querido pueblo de Yalalag” (arch. pers. 91. Cartas, 1967).
La educación de las niñas, los niños y las nuevas generaciones es una prioridad, y en 1970 los miembros del ayuntamiento, dirigido por Juan Aquiles, el personal docente de la escuela, los integrantes de la Asociación de Padres de Familia y el titular de la séptima zona escolar en Yalalag, solicitan a Maximino su apoyo económico para construir una nueva escuela primaria en la villa. Esto, cuando el plantel existente había sido afectado por lluvias torrenciales. Por este motivo, el ingeniero del Comité Administrador del Programa Federal de Construcción de Escuelas (CAPFCE), localiza un nuevo sitio para construir otro plantel educativo y, para ello, solicita a la comunidad piedras, grava, arena, cal, madera y 30,000 ladrillos (arch. pers. 94. Cartas, 1970).
A las iniciativas étnicas y políticas que desarrolla la AYM a favor de su pueblo desde la capital, a partir de las cuales se fortalece el control que ejerce una facción específica sobre el ayuntamiento, la escuela, la iglesia y la vida pública, entre otros espacios, se agregan las gestiones de Maximino a favor de un gran conglomerado vecinal integrado por migrantes provenientes de Oaxaca y otros estados de la república. Como colonos interesados en la adquisición de terrenos en la zona oriente de la CDMX y del Estado de México, algunos paisanos proponen la integración de la AYM a la Federación de Colonias Proletarias. Después de algunas reuniones realizadas en las escuelas primarias Casas Alemán y Mártires de Río Blanco, las dos agrupaciones se unifican, dando pie a la Unión de Colonos Mártires de Río Blanco, cuyas oficinas se instalan en la Avenida Inguarán, a pocos metros del domicilio de Maximino (arch. pers. 98, 99, 100, 101. Comunicados, 1971). La integración de asociaciones étnicas a organizaciones propiamente citadinas, como la unión de colonos aludida, sugiere que la distinción se moviliza a partir de motivos, medios y fines políticos diversos, donde se amalgaman múltiples sentidos de pertenencia e identificación. Por ello, hasta su muerte en 1985, Maximino Mota pone al servicio de diversos intereses su ser yalalteco, ser letrado, ser estudiado y ser colono citadino, entre otros atributos personales.
La Banda Filarmónica Yalalteca de México: la diáspora política6
A finales de los años 20 del siglo pasado, el “maestro” autodidacta Alberto Montes Lezama, lírico y arreglista, crea la primera y “única” banda de música en Yalalag. En su autodidactismo intervienen modos de aprender y de hacer propios de la pedagogía indígena, fundados en el aprender haciendo y observando la realización de la actividad en personas adultas, más capaces. De esta manera, el maestro hereda los “dones” de su padre y abuelos dedicados a la música, la reparación de instrumentos y la copia de partituras. Cuando niño, responde a las exigencias de su padre y ocupa las noches en “copiar y copiar”, con tinta china, con la luz tenue de una vela, un sin número de partituras. Aprende, en pocas palabras, practicando.
Como producto de este esfuerzo aprende solfeo y, a los 17 años, además de “instrumentar”, compone música para bandas y participa en las Misiones Culturales que impulsa el Estado mexicano. Se identifica con las acciones nacionalistas cuyo objetivo estriba en “rescatar” a los pueblos indígenas e incorporarlos a los cauces de la civilización. La difusión y enseñanza de marchas, cantos cívicos, rondallas, cantos militares, valses y paso-dobles en los pueblos de la sierra norte de Oaxaca llevan al joven Alberto a enfrentar situaciones difíciles y peligrosas, además asumir con actitud nacionalista la tarea de “convencer a las comunidades” para que “colaboren” con el proyecto educativo revolucionario.7 Sus recorridos por los pueblos de Oaxaca y Tlaxcala dejan al joven huellas indelebles y enseñanzas políticas relevantes; esto, con respecto al modo en que las acciones promovidas por el Estado nacional pueden beneficiar el poder local y regional que detenta su propia facción. Esto significa que el proyecto de “rescate” que el joven Alberto promueve se pone al servicio del ideario nacionalista y el faccionalismo.
Casado, y después de renunciar a las Misiones Culturales, el ahora don Alberto combina la supervisión de los trabajos en su tierra con la formación de bandas de música en pueblos cercanos. Compone, inspirado en sus recorridos, cientos de piezas similares a las que ejecutan las bandas militares de la época. Dos de sus once hijos, el mayor y Edmundo, comienzan a tocar desde los siete años en la “única banda” del pueblo, dirigida por su padre. Edmundo toca el saxofón y recuerda cómo, a su corta edad, “lo llevaba arrastrando”.
A diferencia de su hermano mayor que solo concluye la educación primaria en la escuela federal de la villa, Edmundo cursa hasta la secundaria en el único plantel que ofrece este nivel en el pueblo: una escuela particular a cargo de religiosas. Don Alberto, como músico bilingüe, liberal y progresista, exige a sus hijos hablar en castellano, prohibiéndoles el uso del zapoteco. Sin embargo, cuando ellos asisten a la escuela juegan con sus compañeros utilizando el zapoteco y usualmente, no faltando quien lleve la “queja” a su padre, son recibidos a “cinturonazos”. La actitud de don Alberto se justifica, en parte, porque las escuelas de la villa son castellanizadoras. En medio de un gran número de alumnos monolingües en zapoteco, sus hijos se distinguen por su buen aprovechamiento escolar, éxito que también caracteriza a los hijos de las cinco o seis familias que dominan, para entonces, la lengua nacional. Sin enfrentar conflicto comunicativo alguno en la escuela, y libre de las responsabilidades familiares y comunitarias que los jóvenes de la subalternidad deben asumir, Edmundo no deja de identificarse como joven y espera con interés la llegada de los grupos de música tropical durante las fiestas. Edmundo crea, “por propia iniciativa”, un grupo similar integrado por jóvenes: él con su saxofón, otro con una tina, uno más con madera y bejuco, y otros con sonajas.
Mientras Edmundo “juega a ser músico”, su padre ingresa al Partido Revolucionario Institucional (PRI) y forma parte de una de las facciones que se alternan y detentan el poder local en la villa. La vida de los Montes se desenvuelve “normalmente” hasta que, en 1972, irrumpen serios desacuerdos entre las facciones en el poder debido a la conformación de un nuevo bando, autodenominado de “los campesinos”, que surge como resultado de la alianza de un sector a la Confederación Nacional Campesina (CNC). Esta alianza rearticula la relación entre las facciones nativas y el Estado nacional y, finalmente, “los campesinos” desplazan a la facción priista a la que pertenece don Alberto.
Desde la perspectiva de Edmundo, aunque el bando de “los campesinos” representa como el de su padre a los “riquillos”, “abiertos” y “estudiados” de Yalalag, en contraste con los “pobres” “analfabetas” y “cerrados”, excluidos de la vida política local, su triunfo sitúa a los Montes en el bando opuesto al de Joel Aquiles. Más allá de sus intereses generacionales, la vida de Edmundo se estructura a partir de este hecho, y el desplazamiento de las fuerzas políticas motiva la migración de don Alberto a la Ciudad de Oaxaca y, tiempo después, a Los Ángeles, California.8
A pesar del desplazamiento político de la familia Montes, Edmundo se apropia del “orgullo” derivado del haber sido músico de la “única banda de Yalalag”, con lo cual hace gala de distinción en la gran fiesta de la Guelaguetza que se realiza en la ciudad de Oaxaca. Este orgullo lo acompaña cuando llega a la ciudad de México en 1974, donde una vez más intenta dar cabida a sus intereses generacionales mediante la integración de un grupo de música tropical con sus primos. El peso de las expectativas de su padre e intereses de su facción se imponen, y Edmundo realiza estudios “complementarios” en la Escuela Superior de Música para, en dos años, obtener el certificado de concertista. Para entonces, declara su preferencia por la música clásica, por lo cual deja el grupo tropical por “diferencias de ideas”. Mientras tanto, su padre organiza la Banda Filarmónica Yalalteca de Los Ángeles, California.
Edmundo descansa en su casa de la Colonia Inguarán de la Ciudad de México, cuando un grupo de ocho paisanos, de edad mayor e integrantes de la AYM, lo visitan de modo inesperado. Por su gran “experiencia y estudios”, estos paisanos lo invitan a “dirigir” la banda de música de la ciudad. El entusiasta joven acepta y se compromete a “formar y dirigir” esta banda porque, con esta alianza, se establece una tregua entre la facción política de “los campesinos”, encabezados por Joel Aquiles, y el contrapeso político que aún parecen representar los priistas en el exilio. En otras palabras, a una década de haber sido creada la AYM, las facciones en pugna requerían del joven Edmundo para establecer una tregua y, para ello, habían creado un patronato que los ayudara a solventar los gastos derivados.
Para la integración de la banda en la ciudad de México se reclutaron cerca de 60 aspirantes, entre mayores y jóvenes, dedicados al estudio del solfeo en libros e instrumentos comprados por el patronato.9 Mientras Edmundo se dedicaba a la instrumentación, el mismo patronato invitó a don Alberto para enseñar música a letrados e iletrados. Don Alberto viajó a la ciudad de México desde Los Ángeles, formó una banda integrada finalmente por 46 músicos, y esta se presentó ante la comunidad el 20 de noviembre de 1977.10 A la vez, por su calificación escolar y dominio del saxofón, guitarra, piano, acordeón, contrabajo, mandolina y la mayoría de los instrumentos de viento que dan vida a las bandas, Edmundo también apoyó la creación de la filarmónica de Los Ángeles.
Como era de esperarse, algunos integrantes de la AYM y del bando de “los campesinos” comenzaron a considerar a la Banda Filarmónica peligrosa y contraria a sus intereses. De hecho, a partir de los recursos que le proporcionaba el mismo patronato, la banda comenzó a fortalecer el poder político del bando en el exilio vía la integración de clases sociales distintas y la creación de un “sentimiento de unidad” en torno a lo “propiamente yalalteco”, sentimiento que actuaba “en contra del cacicazgo en Yalalag”. Además, en esta arena de confrontaciones étnicas y políticas internas, la unidad étnica se configuraba a partir de una filarmónica que manifestaba su preferencia por temas “tradicionales” -en pugna con los temas preferidos por los jóvenes y de cara a la emergencia de las actuales corrientes musicales- y, a la vez, no obstante la heterogeneidad de condiciones de clase, generacionales y escolares de quienes la integraban,11 todos coincidían en que permanecer en el pueblo, aunque se contara con estudios secundarios, mantenía a la gente “cerrada”.
De cara a la fragmentación y confrontación entre bandos políticos, la AYM desapareció temporalmente, pero la filarmónica se mantuvo por muchos años como la “banda única” del ciclo anual de celebraciones étnicas en la ciudad.12 Recreando las relaciones paternalistas hacia su padre, Edmundo defendió la existencia de bandas únicas porque, sin ellas, “los paisanos se quedan como niños huérfanos”, y cuando en los años ochenta y noventa del siglo XX se crean otras, no solo en la ciudad sino en Yalalag, el mismo Edmundo manifiesta que esta diversidad es síntoma de divisiones políticas internas.13 En esta arena política, en defensa de la unidad,14 la Banda Filarmónica aprovecha las fiestas anuales para circular documentos escritos en español, cuya principal motivación estriba en “unirse para ayudar al pueblo”.15 En particular, estos materiales provocan el enojo y descontento entre la subalternidad migrante, identificada y unida también en torno a otros proyectos, intereses y demandas. Así se generan nuevas iniciativas, tanto por jóvenes indígenas citadinos como por la subalternidad migrante.
Grupo de Danza San Felipe: renovación del referente étnico y rebeldía juvenil16
En contraste con los grupos anteriores, bajo control de viejos y adultos, el Grupo de Danza San Felipe se compone de 14 jóvenes entre 15 y 30 años de edad que viven en la Delegación Gustavo A. Madero, Distrito Federal, así como en zonas aledañas del oriente del Estado de México.17 La zona cuenta con todos los servicios públicos, calles pavimentadas, centros educativos que abarcan desde escuelas primarias hasta superiores (Escuela Nacional de Estudios Profesionales, Unidad Aragón), grandes centros comerciales y recreativos, amplios parques y alamedas, así como diversas opciones de transporte terrestre entre las que se encuentran microbuses, camiones y el servicio subterráneo metropolitano.18
A diferencia de la Banda Filarmónica donde la mayoría son “amigos” o “paisanos” aliados a la facción política en el exilio que integra a un sector de iletrados opuesto al cacicazgo en la villa, los integrantes del grupo San Felipe reúne en un mismo espacio cultural a hijos de facciones opuestas. Y no obstante el actual responsable del grupo pertenece a la familia de los Montes, como el bando político desplazado, un descendiente de la familia Aquiles -en ese momento en el poder- aparece entre sus fundadores. En contraste con los otros grupos, subordinados a los intereses de sus propias facciones, los jóvenes argumentan que la “unidad de la comunidad” solo puede lograrse dejando atrás los “enfrentamientos entre bandos”.
Los recelos y rencores políticos heredados, cuando los hijos no desconocen los graves hechos que los motivaron, deben quedar atrás. Olvido necesario cuando, en una comunidad “tan pequeña”, lo importante es reunir a las familias emparentadas con las facciones en conflicto para reinventar el pasado en función del presente.19
Lo característico de este grupo es la aspiración de “unidad”, a pesar de estar también sometida a un proceso de distinción interna entre los jóvenes emparentados, quienes se reúnen todos los sábados, y los “amigos”, cuya asistencia a las actividades del grupo es irregular. Además, cuando en la conformación de las facciones intervienen las relaciones consanguíneas y linajes, los apellidos y filiaciones familiares de los hermanos, primos y tíos siempre se mencionan, mientras que los referentes de identificación de los asistentes eventuales suelen olvidarse.
De los 14 jóvenes, la mitad nace en Villa Hidalgo, por lo que se asumen como “hechos en Yalalag” o “made in Yalalag” -esto último enunciado en lengua inglesa en alusión a su contacto con Los Ángeles California- y su lugar de nacimiento parece intervenir en la manera en que se asumen como hablantes del zapoteco y el castellano, o como monolingües en castellano.
En cuanto a sus patrones de reproducción social y económica en la ciudad, la mayoría de los integrantes del grupo de danza combina la escuela con el trabajo realizado en nichos domésticos,20 empresas familiares o al interior de las ramas ocupacionales vinculadas con el mercado laboral urbano: contaduría, administración, computación o mercadotecnia, ingeniería química y turismo, entre otras, y su participación en el grupo depende de las “posibilidades” de sus miembros. Estas posibilidades implican una distinción económica en tanto suponen contar con suficiente presupuesto familiar para la hechura, compra de trajes y adquisición de diversos objetos rituales. Aún entre quienes recuerdan haber enfrentado dificultades económicas al llegar a la ciudad, su distinción les exige gastar dinero, tiempo y trabajo a favor del grupo. Baste decir que para 1998, en cuanto a sus erogaciones monetarias, el costo de una máscara podía oscilar entre los 200 y 800 pesos, mientras los trajes utilizados excedían los 1,000. El impacto de grupos como este en la circulación interna de dinero resulta importante, sobre todo, cuando con motivo de las festividades anuales se demandan los trabajos y productos realizados por parientes y paisanos. Estos, para el caso de danzantes, implican la hechura y compra de ropa, huaraches y máscaras de madera, entre otros.
Los jóvenes de este grupo cuentan con una calificación escolar posprimaria que abarca desde el nivel secundario, en el caso de los “amigos”, hasta el superior, entre los emparentados. La minoría de estos últimos opta por carreras técnicas como electricidad o electrónica, mientras el resto está por ingresar, cursa o ha concluido carreras superiores como ingeniería, informática, veterinaria, diseño gráfico, psicología, músico o concertista y turismo, tanto en el Instituto Politécnico Nacional y la Universidad Nacional Autónoma de México como en la Universidad Iberoamericana. Algunos realizan estudios complementarios, como el aprendizaje de la lengua inglesa, mientras Salvador, formado profesionalmente en el campo del arte, funge como uno de los intelectuales más importantes del grupo.21
Los emparentados tienen algunas ventajas al autoasumirse como descendientes de “príncipes” y ocupar el lugar de “hijo menor” en familias conformadas por siete descendientes en promedio. Esta distinción les brinda mayores posibilidades económicas y de estudiar que las que tienen sus amigos y hermanos mayores y, a la vez, condiciones de vida adecuadas para difundir, renovar y actualizar su distinción étnica en la urbe.
No obstante las diferencias al interior del grupo, todos los integrantes se identifican por compartir el mismo rango de edad y mantener vínculos permanentes con jóvenes yalaltecos radicados en Estados Unidos. Se trata de la nueva generación de técnicos medios y profesionistas influidos por la migración transnacional, las nuevas tecnologías de la información y la cultura globalizada que, precisamente por estas influencias, son más capaces de actualizar sus referentes étnicos, en contraste con el tradicionalismo que caracteriza a los otros grupos.
La participación de los jóvenes de este grupo en la sociedad envolvente interviene en la definición de un proyecto cultural que contrarresta la fuerza centrípeta que ejerce Yalalag sobre la AYM y la Banda Filarmónica Yalalteca de México. En contraste con los grupos culturales sometidos a un proceso de atracción centrípeta en torno al pueblo de origen, el proyecto de los jóvenes responde a la atracción centrífuga que genera un proceso de territorialización transnacional sometido a nuevas dinámicas económicas y culturales, que se define por la posibilidad de contar con doble nacionalidad, así como seguir siendo yalalteco al transmigrar y atravesar la frontera norte. Estos jóvenes descubren y reinventan una tradición compartida y sostienen que su grupo, creado formalmente a finales de los años ochenta, “no tiene fecha de inicio” y “funciona como siempre ha sido”. De este modo, situados en un tiempo continuo y anónimo que contrasta con el culto personal que inspiran las iniciativas étnicas de los viejos y adultos, estos jóvenes reconocen a “un sinnúmero de paisanos” o “elementos importantes” que trajeron a la ZMCM las danzas yalaltecas. Pero, para evitar controversias, no mencionan los nombres de las familias que los antecedieron y aluden más bien a “paisanos que vienen y van”, para conservar y recrear “dentro y fuera de la república” lo que denominan como “un legado anónimo que tiene que ver con tiempos ancestrales y nuestras raíces”. Es por la vigencia del anonimato y el olvido que los jóvenes pueden organizarse de manera autónoma y reinventar el sentido de unidad étnica urbana, donde no existen más líderes o directores, sino “responsables”. Los responsables “más viejos”, poco antes de cumplir los 30 años, son reemplazados por los más jóvenes y suelen fungir como asesores o apoyos eventuales mientras generan o se insertan en otras iniciativas étnicas en la ZMCM y en la Unión Americana.22
A diferencia de las danzas tradicionales que ejecuta el grupo de danza que acompaña siempre a la filarmónica, como Negritos, Negritos Colmilludos, jarabes yalaltecos y danzas “para niños” como la de San José, el grupo San Felipe presenta danzas influidas por su contacto con la Unión Americana y la migración transnacional: Los Mojados, Los Cholos y Los Hipis. En particular, los niños observan estas nuevas producciones con interés y curiosidad, con el objeto de “adivinar” quién se esconde debajo de las máscaras y los trajes, o de quién son las piernas, los pies, las manos o los ojos. En esto estriba “el chiste” de las danzas “chuscas modernas”, donde los ejecutantes parecen ocultarse mientras los asistentes se esfuerzan por desenmascararlos.
Este top secret parece apuntalarse en un aprendizaje cultural sedimentado, y a la vez renovado, que implica saber actuar y confundirse con un “otro” sin descubrir la identidad del que está debajo, encubierta. En palabras de los jóvenes, “es como ir al cine” para que el actor convenza al público acerca de la veracidad del papel desempeñado. Este juego de identidades motiva el “interés”, “susto” y “risa” de los observadores, quienes conjeturan y no logran adivinar, a final de cuentas, de quién se trata.23 En este sentido, como sostiene Irving Goffman, la interacción es un juego de actuaciones (1993:29) donde el ocultamiento funciona como una estrategia que permite enfrentar relaciones interculturales mediadas por el conflicto, la discriminación negativa y la dominación.
La ejecución de danzas “chuscas modernas” involucra diversos objetos paródicos. Además de máscaras y pelucas, los jóvenes utilizan cámaras fotográficas, chamarras, batas de médico, tenis de marca y pantalones de mezclilla y, cuando se disfrazan de mujeres, bolsas de mano, zapatos de tacón y charol, medias caladas, ropa citadina y “grandes bubis” rellenas de algodón debajo de playeras apretadas. Estas danzas se definen como producciones “organizadas” y “armadas” a partir de la renovación constante de la parodia cultural. Se trata de performances o actos paródicos no estables sino dinámicos, que han permitido a los pueblos étnicamente distintivos, como Yalalag, enfrentar el diálogo conflictivo con los europeos y pobladores de otras comunidades de Oaxaca en un primer momento, y con actores identificados con la Unión Americana y la migración, en el presente.
Pero renovar los referentes de etnicidad implica para este grupo algunos costos. Al aceptar concursar por recursos estatales destinados al fomento de la diversidad cultural en la urbe, los gestores de las primeras iniciativas, como la familia Chano, los acusa de estarse “vendiendo” y olvidar que la danza se ejecuta “por puro gusto” y no a cambio de dinero. También se les critica por no reconocer a los paisanos que los antecedieron y, además, su presencia en las celebraciones suele ser aleatoria, en contraste con la presencia imprescindible de la Banda Filarmónica de México y el grupo de danza tradicional que la acompaña. Los viejos y adultos definen las nuevas danzas del Grupo San Felipe como “choteo” y “rebeldía”, y sus ejecuciones son acompañadas con resquemor y hasta interrumpidas por el desacuerdo que existe entre “lo que se debe tocar en atención a la tradición” y lo que las danzas chuscas modernas demandan.24
Los integrantes de este grupo explicitan y reconocen públicamente su pertenencia étnica hasta la juventud, después del silenciamiento que con respecto al uso del zapoteco les impusieron sus familias y de haber pasado por escuelas oficiales monoculturales. Hoy, con calificaciones escolares, siendo “iguales a cualquier otro joven mexicano” y “respetados como profesionistas”, se asumen como “más chingones” que los no indígenas; es bajo estas condiciones que actualizan su distinción étnica por medio de un proceso que puede definirse como reindianización urbana.25 Además, no obstante la mayoría no desempeña trabajos relacionados con su calificación escolar -como egresados del nivel medio superior, superior o profesionistas-, el “respeto” que se deriva de su nueva posición los coloca en mejores condiciones para difundir y renovar sus referentes étnicos no solo en la ciudad, sino en la Unión Americana.26 Por ello se bautizan más tarde como “Grupo de Danza Amanecer”, con fuertes implicaciones en las relaciones de género, donde las jóvenes yalaltecas urbanas parecen encontrar nuevos horizontes y opciones para su realización en los ámbitos profesional, familiar y amoroso.
Grupo Oaxaqueño: marginalidad urbana27
Resulta necesario considerar que no únicamente los jóvenes se plantean superar los conflictos históricos y la fuerza centrípeta que ejerce el pueblo sobre otras iniciativas étnicas. Existen otros motivos que intervienen en la invención de tradiciones, así como en la gestación de proyectos étnicos inéditos e innovadores que surgen a partir de la confluencia de trayectorias e intereses como los que se dan en condiciones de vida marcadas por la migración. Este es el caso de una veintena de familias yalaltecas asentadas desde 1981 en las partes altas del cerro Cuautepec, en el límite norte de la Delegación Gustavo A. Madero, Colonia Malacates, cuyos integrantes también se plantean la superación de los conflictos y pugnas por el control del poder en Yalalag, en este caso, mediante la ampliación de las fronteras étnicas.
Al mismo tiempo que levantan sus casas con tabicón o asbesto, aceleran los trabajos para construir un santuario, la capilla de Nuestra Señora del Rosario, capaz de incluir no solo a la población yalalteca sino a los vecinos migrantes de origen zapoteco, a personas provenientes de Oaxaca, así como a vecinos de otros estados de la república. Para tal fin, construyen un cuarto de tres metros cuadrados al margen de uno de los desniveles horizontales del cerro, y un comité reúne las aportaciones económicas de los vecinos para comprar la estatua de la Virgen. Desde entonces, un grupo de paisanos organiza la fiesta correspondiente en las últimas semanas de octubre. Esta celebración religiosa, junto a la realizada en junio por otro grupo de paisanos en La Presa, forma parte del ciclo anual de celebraciones étnicas de la comunidad yalalteca citadina.
Los contrastes entre las condiciones de urbanización que privan en los espacios donde se reúnen y radican estos grupos resulta llamativa. Para 1996, la Delegación Gustavo A. Madero se ubica en un rango denominado regular en cuanto a necesidades básicas insatisfechas, considerados el patrimonio básico acumulado, el nivel de ingreso y el acceso a servicios como transporte, pavimentación, vivienda, agua, drenaje, energía eléctrica y escuelas (Blanco, López y Rivera, 1997). En la misma clasificación, sin embargo, las condiciones de vida de la Colonia Malacates distan de ser regulares. Los camiones y microbuses parten del Metro Indios Verdes, se adentran por Acueducto de Guadalupe, llegan a la parte baja de Cuautepec y, subiendo por calles empinadas cuyas inclinaciones alcanzan los 45 grados, terminan su recorrido antes del lugar donde se congregan las familias originarias de Yalalag.
Sobre todo, en tiempo de lluvias, el estado de las calles empeora en las partes altas del cerro. En contraste, las calles de abajo son amplias y pavimentadas, mientras arriba se transforman en caminos estrechos, irregulares, accidentados y terregosos. Desde las grandes plazas comerciales y restaurantes que frecuentan las clases media y alta de colonias como Vallejo, Lindavista y Torres de Lindavista, se transita a una zona donde predomina el comercio en pequeña escala hasta prácticamente desaparecer.
La mayoría de las casas de las familias yalaltecas están construidas con ladrillo sin recubrimiento, techos de cemento o lámina y algunas se encuentran en obra negra. Desde ahí, el paisaje visual es similar al que se observa desde Yalalag: montañas, casas dispersas, animales de traspatio, nopaleras, algunas milpas de autoconsumo y escasa vegetación. Se transita por calles, escalinatas y terrazas horizontales de cemento o terracería, o por caminos angostos, empinados y lodosos que suelen provocar accidentes.28 Pero más allá del parecido con Yalalag, la exclusión social que padecen estos pobladores se expresa en el modo imperfecto en que se insertan en la capital, donde padecen fuertes inequidades sociales, económicas y políticas.29 Sin contar con boletas o papeles escolares, se emplean desde su llegada en trabajos manuales no calificados como cargadores, mozos y ayudantes. Su contratación informal depende de las relaciones que sus paisanos y parientes han establecido con los citadinos, en casas, fábricas y comercios.30
De este modo, si bien estos pobladores adultos y sus familias gravitan dentro de un circuito ocupacional marginal y desarrollan oficios no calificados y devaluados socialmente, no participan en nichos o redes de intercambio que les permiten sobrevivir como unidades de producción doméstica relativamente exitosas e independientes, como sucede con otros migrantes (Adler de Lomnitz, 1975).31 Esto, en contraste con las fuertes redes económicas con que cuentan las familias organizadas en torno a la costura y el comercio de ropa, y con las expectativas de renovación étnica que caracterizan a los jóvenes que integran al Grupo de Danza San Felipe.
Los pobladores adultos de Cuautepec ingresan desde abajo a campos laborales controlados por citadinos y, al no contar con certificados escolares, sus carreras se estructuran en función de “la confianza” que el dueño o patrón deposita en ellos a partir de las “recomendaciones” de sus paisanos. En contraste con quienes cuentan con estudios y trayectorias escolares, estos yalaltecos se promueven por medio de los saberes y las habilidades adquiridos “en la práctica” y acceden de modo progresivo a puestos de mayor jerarquía en actividades económicas formales e informales que se desarrollan en ámbitos cerrados y restringidos. Al promoverse en carreras como la impresión, la panadería o repartición de productos farmacéuticos, estos yalaltecos adultos se encuentran atrapados en relaciones de servidumbre que impiden su acceso a las garantías básicas que deberían tener como trabajadores mexicanos y los someten a sueldos que no exceden el salario mínimo. En algunos casos, estos sueldos se establecen en función de “comisiones” o implican ingresos irregulares.
Los paisanos de Cuautepec Barrio Alto, después de reaccionar al espejismo del que son objeto y percatarse de las relaciones de explotación y servidumbre que padecen como trabajadores no calificados, encuentran en su referente étnico un aliciente para sobrevivir en mejores condiciones en la ciudad. Por ello, el objetivo básico que los lleva a organizar anualmente la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario, así como a la creación, en 1986, del Grupo Oaxaqueño, A.C., plantea como objetivo básico el “rescate de la cultura zapoteca”. “Promover la unión de los zapotecos de la ciudad”, tal como se enuncia en sus pláticas y documentos, se relaciona con su interés por estimular tanto el mercado de bienes y servicios a nivel local, como las redes de reciprocidad e intercambio en un barrio compuesto por trabajadores marginales.32 Al constituirse en asociación civil aspiran, de modo paralelo, a participar de manera más equitativa, como ciudadanos y pequeños empresarios independientes con personalidad legal, en una ciudad que les parece ajena y hostil.33
Aunque la fiesta mencionada “es de yalaltecos”, el Grupo Oaxaqueño atrae no únicamente a los paisanos de Cuautepec, sino a todos los migrantes de la región zapoteca serrana y pueblos cercanos a Yalalag.34 La ampliación del referente étnico yalalteco a lo “zapoteco” y lo “oaxaqueño” se delimita étnica y regionalmente para identificar a los paisanos que comparten una misma condición de clase, tal como lo sostiene William Rhett-Mariscal para el caso de los migrantes indígenas oaxaqueños radicados en el Valle de San Quintín, Baja California (1997). Para finales del siglo XX, entre sus 13 miembros se encuentran ocho yalaltecos, incluida una mujer que se encarga de preparar la comida para la fiesta, y tres paisanos originarios de Santiago Camotlán, un pueblo colindante. Alterando los límites étnicos establecidos formalmente, dos de sus integrantes son originarios del pueblo de Dolores en el estado de Hidalgo, del estado de Guanajuato y del Estado de México respectivamente, y todos se identifican por ser vecinos, sometidos a exclusión social y condiciones de vida similares.
Quienes trabajan a favor del grupo, como presidentes, secretarios o tesoreros, siempre han sido yalaltecos, con excepción de uno de los tres tesoreros que es de Camotlán. Son invitadas a la fiesta, sin embargo, todas las familias yalaltecas radicadas en la región oriente de la ZMCM, además de los paisanos de Cuautepec y “todos los vecinos del lugar”, sean o no originarios de Yalalag o la región serrana de Oaxaca. Los vecinos denominan a esta celebración como “la fiesta de la gente de Oaxaca”, aprovechan la reunión de más de trescientas personas para vender diversos productos en puestos improvisados, los dueños de juegos mecánicos se instalan a unas cuadras del lugar durante esos días, y todos reconocen “los avances de los oaxaqueños en comparación con los que viven abajo del cerro”. En este sentido, el Grupo Oaxaqueño se distingue de los otros grupos porque congrega a personas interesadas en generar y fortalecer redes de intercambio y reciprocidad que les permitan mejorar sus condiciones de vida y competir de modo más equitativo al interior de la sociedad envolvente.35
El grupo se reúne en la casa de su actual “presidente”, bautizada como “la casa del barrio”. La casa se ubica al frente del santuario, convertido en templo a partir del trabajo comunitario que evita “perder la tradición”. El mejoramiento de la estructura material de las casas, como el colado de techos y la pavimentación de las calles, dependen de estas redes de ayuda, solidaridad y reciprocidad.36 Estas redes intervienen en el acceso a empleos eventuales, pero no aseguran la circulación ampliada de bienes y servicios. De este modo, los yalaltecos de Cuautepec conocen bien a los paisanos que son “grandes comerciantes” y “gente de dinero”, mientras sus nombres y oficios son desconocidos y poco demandados por aquellos. La pobreza, el despojo y la exclusión que padecieron desde antes de emigrar, incluidas sus vivencias familiares y escolares, así como las dificultades que enfrentaron durante su traslado e inserción a la ciudad sin contar con “papeles escolares”, intervienen no solo en la conformación de un particular habitus a partir del cual establecen los objetivos, filiaciones y límites de su adscripción comunitaria, sino en lo que esperan con respecto a la escolarización de sus hijos, muchos de ellos jóvenes.
En este caso, de acuerdo con Larissa Adler, el desequilibro del nicho ecológico original corresponde a la primera etapa del proceso migratorio. Esta etapa se caracteriza por la perturbación de los ecosistemas en el lugar de origen y sus efectos sobre diferentes sectores regionales y ocupacionales (1975:29). Entre quienes integran el Grupo Oaxaqueño, la crisis cafetalera de finales de los años cincuenta repercutió negativamente en las actividades campesinas y comerciales desarrolladas por algunos pobladores. Durante su infancia, este desequilibrio también perturbó los ecosistemas ideológicos y culturales previos, debido al alto valor atribuido a las condiciones letrada y escolarizada, en contraste con el trabajo campesino, la secularización de la vida pública, así como la monetarización de la economía, entre otros factores.
Juvencio, Benjamín y Rogelio, en su condición adulta y como padres de familia, al igual que los demás miembros del Grupo Oaxaqueño, después de superar el espejismo que supuso su llegada a la ciudad y, en algunos casos, los sufrimientos y explotación que padecieron como “mojados” en la Unión Americana, encuentran en la recuperación de su referente étnico una esperanza de sobrevivencia y movilidad social en la ciudad no solo para ellos, sino para sus hijos e hijas -incluidos los y las jóvenes-, además de atribuir a la escolarización y profesionalización de sus hijos usos étnicos específicos. Como sucede con la Banda Filarmónica Yalalteca, cuyos integrantes se reúnen para participar desde el exilio en las pugnas entre bandos y en las confrontaciones en torno al control del poder local, el Grupo Oaxaqueño “sirve a los intereses de los paisanos pobres”, que comparten historias similares, que llegan a radicar a una zona “horrible y fea” donde la ayuda entre paisanos, parientes y vecinos resulta imprescindible. De ahí que Juvencio, habiendo platicado a sus cinco hijos “lo que me pasó”, plantea a su hija mayor el dilema entre casarse o seguir estudiando al terminar la secundaria. La joven opta por la escuela, ingresa a la preparatoria y más tarde a la carrera de derecho en la ENEP-Iztacala. Su hija sabe, como futura abogada, que “debe ayudar a los paisanos pobres” porque, como parte de las disposiciones aprendidas al interior de su habitus:
Los padres y abuelos de unos fueron músicos y son músicos ellos también. Los padres y abuelos de otros fueron trabajadores, y ellos también. Pero nosotros, los pobres, también tenemos nuestras razones y, por eso, es importante trabajar juntos y unirnos […] Todos llevaron de algún modo la misma vida que yo llevé en Yalalag. Por algo salimos de Yalalag, por falta de trabajo, por falta de apoyo moral, por muchas situaciones. Porque un rico no sale de su pueblo. Los pobres están aquí por algo y necesitan de abogados. Yo le digo a mi hija: “el día que te recibas, tu carrera debe ayudar a los paisanos pobres como yo… así, desinteresadamente”. Ella me dice: “todo lo que esté a mi alcance, primero Dios, logre salir adelante con esta profesión (22, VII, 1995: 103-104).
El señor Benjamín, pensando en sus hijos e hijas, menciona el valor que tiene para este sector de la población, el ser trabajador:
Nuestros antepasados trabajadores, los viejitos trabajadores que, a la una de la mañana, con hombres, niños y mujeres, ya estaban cultivando los capullitos de algodón, en friega limpiando el algodón, desmontando el algodón, pegando al algodón para que se esponjara más y hacer el hilo del huipil. Fueron muy trabajadores los antepasados: curtiendo pieles, caminando unas dos o tres horas para llegar a la tierra, cargando los palos, llevando el agua. A la una de la mañana las madres molían el nixtamal hasta dos veces, echaban la tortilla y paraban a sus esposos. A las dos de la mañana ya estaban almorzando porque el campo está en la orilla, a dos o tres horas de la casa (31, VIII, 1995: 150-151).
Conclusión
Las estrategias étnicas que construyen los migrantes yalaltecos en su adaptación a la ciudad y los sentidos que atribuyen a sus particulares proyectos, se derivan de historias familiares contrastantes: las condiciones particulares que los llevaron a emigrar, el modo en que sus antecedentes es colares y de clase facilitaron su acceso a los bienes materiales y simbólicos provistos por el Estado y la sociedad envolvente, así como su capacidad etnogenética expresada en el mantenimiento, la ampliación o la renovación de sus referentes de identificación y emblemas étnicos.
Las redes con objetivos étnico-políticos son integradas mayormente por las dinastías letradas, para las cuales el castellano escrito, la escolarización y la profesionalización inciden en el mantenimiento de la etnicidad y las relaciones entre los migrantes. Los jóvenes citadinos escolarizados y profesionistas, emparentados con estas dinastías, renuevan sus referentes de adscripción étnica e inventan nuevas tradiciones que les permiten actualizarse y desenvolverse con éxito al interior de la cultura globalizada y transnacional. En contraste, para la subalternidad, la escolarización y la profesionalización se utilizan como medios para crear redes de ayuda, solidaridad y reciprocidad vecinales que los lleven a mejorar sus condiciones de vida en la ZMCM.
A diferencia de lo que sostuvo Julio de la Fuente en cuanto a que las redes de ayuda y reciprocidad se establecen entre “todos los paisanos”, “gente del lugar” o “hermanos” (1965:24), la fuerza étnica yalalteca se mantiene y renueva por medio de la división y la fragmentación de proyectos, así como el encuentro y desencuentro entre intereses individuales y colectivos, tanto en el pueblo de origen como en la urbe. Las alianzas, en alguna medida temporales, permiten superar las diferencias y rivalidades en función de estos intereses, siempre dirigidos al mantenimiento de una comunidad imaginada (Anderson, 1993).